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Eduardo Camacho Mercado, Frente al hambre y al obús: Iglesia y feligresía en Totatiche y el cañón de Bolaños, 1876-1926, Guadalajara, Departamento de Estudios Históricos de la Arquidiócesis de Guadalajara/Centro Universitario de Los Lagos-Universidad de Guadalajara, 2014, 364 pp. Fotos, gráficas, anexos. ISBN: 978-607-905891-1-0.
Secuencia, Suppl., pp. 101-108, 2018
Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora

Reseñas

Camacho Mercado Eduardo. Frente al hambre y al obús: Iglesia y feligresía en Totatiche y el cañón de Bolaños, 1876-1926. 2014. Guadalajara. Departamento de Estudios Históricos de la Arquidiócesis de GuadalajaraCentro Universitario de Los Lagos-Universidad de Guadalajara. 978-607-905891-1-0

DOI: https://doi.org/10.18234/secuencia.v0i0.1647

I

La obra de Eduardo Camacho Mercado, Frente al hambre y al obús no es de rápida lectura: debe estudiarse lentamente para asimilar toda la información que contiene. Información amplia tanto en cuanto a la dimensión temporal como espacial. El suyo es un modelo de cómo estudiar a profundidad una región y cómo sacar de esta región enseñanzas sobre cuestiones generales. Para conformar su obra, el autor acudió a los acervos más diversos: desde los provenientes del Archivo Histórico de la Arquidiócesis de Guadalajara; el Archivo Histórico de Jalisco y el municipal de Villa Guerrero, Jalisco, hasta los de la Secretaría de Educación Pública, en la Ciudad de México. También consultó archivos y bibliotecas privados. De estos acervos rescató una amplia gama de fuentes primarias: documentos y fotografías, entre otros, pero también censos, que le sirvieron para cuestionar a dos autores de uno de los estudios clásicos sobre Villa Guerrero.

Quien lo desee, puede estudiar y descubrir la lógica y lo exhaustivo de la investigación de Eduardo Camacho: tuvo acceso a (y consultó con detenimiento) la biblioteca personal de uno de los personajes claves de su historia, el párroco de Totatiche (población al norte del estado de Jalisco) Cristóbal Magallanes. También leyó -y analizó a detalle- todos los números de la hoja parroquial El Rosario, que publicó el mismo párroco. La bibliografía al final de la obra muestra lo amplio y diverso de los estudios “académicos” (¡no todos lo son!) que consultó Eduardo Camacho y el lector apreciará cómo los engarzó con información que extrajo de archivos, novelas costumbristas, retablos y libros de viajeros.

En lo sucesivo, todo estudioso de las regiones, de la religiosidad popular y de las relaciones Iglesia-Estado en México, deberá considerar esta como lectura imprescindible; de igual manera, quien busque saber cómo se analizan preguntas sociológicas en casos concretos, deberá adentrarse en las páginas de Frente al hambre y al obús. A la variedad de lectores y lecturas que esta obra tendrá, se debe su importancia futura. No se trata todavía de un clásico, pero el tiempo y los aficionados a estos temas, seguramente le brindarán ese merecido estatus.

II

Eduardo Camacho, para su estudio, escogió la vicaría foránea de Totatiche, al norte del estado de Jalisco, compuesta por cinco parroquias: Bolaños, Totatiche, Chimaltitán, San Martín y El Salitre de Guadalupe (posteriormente y como explica su autor, su nombre cambiado al de Villa Guerrero). Los dos polos que quizá compara y contrasta con más detenimiento el autor, son la parroquia del cañón de Bolaños y Totatiche. Y de estas dos parroquias se pregunta por qué en Totatiche florecieron con rapidez organizaciones de católicos (Asociación Católica de la Juventud Mexicana, Damas Católicas y Caballeros de Colón, entre otras), mientras que en Bolaños no.

La economía de Bolaños dependía en gran medida del mineral, mientras que Totatiche, donde permaneció hasta su último día su párroco Cristóbal Magallanes, se benefició de un Seminario Auxiliar. Seminario que Magallanes ayudó a crear. Semillero de jóvenes y entusiastas diáconos, sacerdotes y estudiantes, el seminario benefició a Totatiche en cuanto a que fortaleció la fe y alentó la fundación y crecimiento de asociaciones católicas en las que militaron los habitantes de ese pueblo. Estas asociaciones repercutirían en la rebelión de los católicos contra el Estado mexicano conocida como la cristiada. El estudio de Eduardo Camacho, que cubre los 50 años anteriores a la rebelión, prepara al lector para entender la rebelión, con sus particularidades, en esa zona del norte de Jalisco.

III

Frente al hambre y al obús explora preguntas abstractas de investigación de gran magnitud, a saber: ¿cómo sobrevive una organización transnacional dentro del ámbito nacional de un país dado? ¿Obedece ciegamente los señalamientos de su sede en otro país, o busca complacerla al tiempo de adaptarse a las condiciones locales? Concatenada con estas preguntas, Eduardo Camacho toca otra de similar relevancia: ¿cómo logra dicha organización mantener el poder hegemónico sobre sus miembros, cuando surgen de (o sobreviven en) su seno grupos disidentes que no se ajustan estrictamente a la ortodoxia de sus normas?

Aunque no necesariamente en este orden por tratarse de un estudio histórico, para el caso de México, al autor interesa responder dos preguntas de investigación “ancladas”: ¿cómo reaccionó la Iglesia católica cuando percibió que la ortodoxia de la fe que predicaba se había debilitado o no se había fortalecido lo suficiente? Y: ¿cómo actuó cuando además se sintió atacada desde sus raíces por el Estado mexicano? Estas dos preguntas de investigación ancladas, Eduardo Camacho las analiza en el microcosmos que escogió para su estudio.

Sin el afán de que esta reseña se convierta en un “spoiler”, un ejemplo específico -la devoción al Señor de los Rayos- permite ver cómo el párroco Cristóbal Magallanes reaccionó frente a la festividad de “la imagen local más venerada” de Totatiche. Mediante la institución conocida como la mayordomía o sistema de cargos, los indígenas tradicionalmente “organizaban las fiestas en honor del santo patrono o de alguna otra imagen religiosa” (p. 210). La mayordomía permitía a los indígenas recoger y administrar limosnas para la fiesta. Magallanes quitó a los indígenas el control de las limosnas porque, entre otras razones, los indígenas no llevaban cuentas ni se las rendían al cura.

Con lo recolectado durante las secas, reportó el párroco, el día de la Ascensión gastaban lo reunido “en castillos, y músicos y en un comilón, para ellos y para diez o doce chanzas que ocurrían de los pueblos circunvecinos. Para esta fiesta, mataban una vaca, un puerco gordo, carneros y los guajolotes y gallinas que se reunían”. Al día siguiente al de la Ascensión (viernes) organizaban “por la noche un baile en la casa anexa a la capilla y enfrente de la sacristía, con todas las embriagueces y escándalos consiguientes” (p. 211, en nota al calce).

Para enmendar los problemas que suscitaban estas fiestas, Magallanes se apoyó en “los indígenas de mejor posición económica para que ocuparan los cargos de la mayordomía” y logró que fuera un “ranchero propietario” quien manejara las limosnas como tesorero (p. 213). Al autonombrarse árbitro en los nombramientos de mayordomo entre los indios y de tesorero entre los rancheros, Magallanes institucionalizó la fiesta del Señor de los Rayos y cambió incluso la fecha en la que se celebraba.

IV

En cuanto a acción social de Iglesia católica y sus conflictos con el Estado mexicano en el ámbito local, Eduardo Camacho, en el más original de sus capítulos (el séptimo) analiza la lucha por las consciencias a través de la escuela y la prensa; la competencia por el espacio al erigirse nuevas parroquias o municipios, y la lucha por el tiempo que ejemplifica con “la función normativa del calendario”. Descubrió el autor que, en cuanto a las escuelas, durante el Porfiriato quienes insistían en que se cumplieran las leyes de Reforma mantenían lazos directos con las autoridades más elevadas del estado. Esto es, jefes y directores políticos nombrados por el gobernador en turno. Eran en cambio las autoridades municipales las que coincidían las más de las veces con la Iglesia y sus escuelas.

Escuelas laicas y católicas convivieron en muchos de los casos, sin que el autor determinara qué hacía que los padres llevaran a sus hijos a uno u otro establecimiento. La hoja de combate de Magallanes, era El Rosario y contrario a lo que el párroco creía, en la región se recibía “prensa no católica” (p. 266). Respecto al calendario, fue el Estado, en la región, el que siguió la iniciativa de las escuelas parroquiales, de adaptarlo al ciclo agrícola. Uno de los opositores más fuertes a las escuelas parroquiales -el profesor Manuel Leyva “intrigante” y “verdadero impío”- desapareció sin dejar huella, posiblemente asesinado por su postura liberal.

Uno de los aspectos en que el Estado adelantó a la Iglesia fue al cambiar el nombre del pueblo El Salitre (que la Iglesia conocía como El Salitre de Guadalupe) por el de Villa Guerrero, en alusión clara a Vicente Guerrero quien, de acuerdo a la conciencia histórica laica y liberal, culminó las guerras de Independencia. El Estado no se detuvo allí: cambió nombres anecdóticos de calles en los poblados por otros de su preferencia. “La nueva nomenclatura”, nos dice Eduardo Camacho, “debe considerarse como parte de los esfuerzos del nuevo Estado revolucionario por crear una sociedad secularizada y revolucionaria, que rompía con el pasado y construía su futuro” (p. 276). Fue con Álvaro Obregón que el Estado buscó apropiarse de la “historia patria”, destacando el pasado indígena en contraposición al español, y celebrando a Guerrero como representante máximo de las guerras independentistas, y no a Agustín de Iturbide, gran figura de los católicos.

V

Aunque la postura inicial de Eduardo Camacho era conocer a fondo “el proyecto de reforma eclesial y el catolicismo social en México”, de 1876 a 1926, puede apreciarse que su obra tocó muchos más temas y que -dados los altibajos de la reforma eclesial y los adelantos y rezagos del catolicismo social durante los 50 años que abarcó su estudio- abordó otros temas de singular importancia: tanto históricos como sociológicos. Estos últimos van más allá del ámbito local o regional de la vicaría foránea de Totatiche y tocan puntos de la historia nacional vista desde la provincia. La lectura o la más de una lectura de esta obra permitirá al interesado conocer cinco décadas de historia de un rincón apartado del norte de Jalisco y cómo convivieron en estos católicos, liberales, representantes de la Iglesia y funcionarios del Estado mexicano.



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