Artículos
Received: 11 June 2024
Accepted: 09 January 2025
Published: 23 April 2025
DOI: https://doi.org/10.18234/secuencia.v0i122.2399
Resumen: Luego de la independencia, Campeche experimentó un cambio cultural que favoreció la inclusión de textos y autores franceses en su prensa, aulas y teatro. Esta influencia, junto con la diligencia de escritores y editores locales, fomentó la aparición de expertos en literatura francesa y un público ávido de novedades. En este artículo se explica cómo estas circunstancias permitieron la publicación de novelas francesas durante una época de crisis permanente a causa de los conflictos políticos y militares prevalecientes. Para realizar esta investigación se realizó una búsqueda en los principales periódicos de la época y se comparó la dinámica cultural campechana con la de Mérida, capital política peninsular.
Palabras clave: Historia regional, Campeche en el siglo XIX, literatura francesa, edición, traducción.
Abstract: After independence, Campeche experienced a cultural change that encouraged the inclusion of French texts and authors in its press, classrooms and theater. This influence, together with the dedication of local writers and editors, led to the emergence of experts in French literature and a public eager for novelties. This article explains how these circumstances allowed the publication of French novels during a time of permanent crisis due to the prevailing political and military conflicts. This research was undertaken through a search conducted of the main newspapers of the time and the cultural dynamics of Campeche were compared with those of Mérida, the political capital of the peninsula.
Keywords: Regional history, 19th century Campeche, French literature, publication, translation.
En 1841, en la ciudad de Campeche, se publicó el periódico literario más antiguo de la península de Yucatán, el Museo Yucateco. Sin embargo, hasta hoy se sabe poco sobre el contexto que permitió este hito en una población que, en aquel entonces, no era la capital política de la región. Tampoco se ha prestado atención al hecho de que, en 1848, dos periódicos campechanos decidieron reeditar novelas francesas en un momento crítico, es decir, al inicio del conflicto conocido como la Guerra de Castas.1
Este artículo pretende demostrar que la recepción de autores y libros franceses propició la formación de un público fiel a las novedades parisinas, el surgimiento de un periodismo literario y el nacimiento de una narrativa distintiva. Para demostrar esto, se exploran las particularidades de la llegada, lectura y socialización de textos franceses en Campeche, y se analiza la labor editorial en la ciudad, la aparición de periódicos y el comercio de libros.
Además, se examinan principalmente los medios de difusión del idioma y literatura francesa, incluyendo ámbitos como las escuelas, el teatro y, de manera tangencial, la crítica literaria que los intelectuales locales hicieron de ciertos autores y obras consideradas nocivas para la juventud.
A través de este análisis del cambio cultural, se reconstruye parcialmente una faceta importante de la vida intelectual de Campeche y se demuestra que la lectura de obras francesas, como Los misterios de París, de Sue, o El conde de Montecristo, de Dumas, lejos de producir meros imitadores, fue un aprendizaje consciente de técnicas, estilos y formas por parte de autores como Justo Sierra y Rafael Carvajal quienes, junto con otros, fundaron una narrativa indiscutiblemente regional.
EL PERIODISMO, CAUCE ABIERTO A LA CREACIÓN LITERARIA
El periodismo en Campeche nació en un ámbito de agitación política. Durante el primer semestre de 1823, el Cabildo de Campeche fue consecuente con el devenir político nacional, primero se declaró a favor del Plan de Casa Mata en contra de Agustín de Iturbide y apoyó después el pronunciamiento de la diputación provincial a favor de la república federal (Álvarez, 1912, t. 1, pp. 161-168). Luego, en la segunda mitad de aquel año, el bombardeo de la guarnición española de San Juan de Ulúa sobre Veracruz perturbó los intereses comerciales del puerto amurallado.
En este contexto, a finales de septiembre de 1823,2 en la “oficina imparcial de la Luz Campechana”, a cargo de Joaquín Capetillo, apareció el primer número de El Investigador o El Amante de la Razón, que llevó como subtítulo Periódico Instructivo de Campeche.3 Esta publicación formó a sus lectores en el lenguaje patriótico de los primeros años de la independencia mexicana.4 En su margen superior vitoreó a “la patria libre” y en su fecha -inspirada en el calendario republicano francés-5llevó un conteo de los años de la instauración de la república federal. Más significativo fue que las noticias y editoriales de El Investigador promovieron, en palabras de Cab y May (2020), “principios antiespañoles” y una defensa exacerbada del sistema republicano federal (p. 294).
En el ámbito literario, El Investigador tomó como epígrafe una cuarteta que podría calificarse como un temprano ejercicio poético en Campeche que dista de ser un caso aislado.6 Se sostiene lo anterior puesto que, de manera simultánea, las prensas en Campeche y Mérida concedieron un respetable espacio a textos de índole literaria recién llegados de Europa, especialmente, a los de origen francés.
Algunos de los ejemplos más antiguos de esta predilección hacia Francia se hallan en la Gaceta de Mérida de Yucatán. Este periódico -cuyo primer número vio la luz el 23 de septiembre de 1823 en la “oficina imparcial al servicio del Estado”- se creó para imprimir las sesiones del Congreso Constituyente de la entidad; sin embargo, la Gaceta dio espacio también a una traducción del testamento de Napoleón,7 una “Invocación al genio de la libertad”8 y el ensayo “Los literatos. Necesidad que tienen del conocimiento del mundo”.9 Estos escritos, impresos a la par de las sesiones en las que se debatía sobre el gobierno y la Constitución, revelan el interés local por las noticias europeas, la afición por textos de carácter poético y el afán de perfilar las funciones que los literatos debían cumplir dentro del nuevo orden republicano.
En cuanto a la inserción de las noticias europeas en la prensa yucateca, esta se extendió tanto que, en 1844, el editor de El Siglo XIX, de Mérida, declaró que varios lectores le reclamaron que “se fastidia(ban)” ya que no les interesaba saber lo que ocurría en el Viejo Mundo y “a su juicio” el periódico oficial debería preferir los acontecimientos “del interior de la república”. A manera de réplica, el editor respondió a sus suscriptores que le remitieran “los periódicos de México que tengan” para publicar lo que haya de importante en ellos.10
Si se pasa a la prensa campechana, para 1838 la posición estratégica del puerto le permitió al Lucero Campechano informar sobre los movimientos de la expedición francesa que se dirigía hacia Veracruz, textos que retomaron los periódicos de la ciudad de México.11 Por último, cabe destacar que, a finales del periodo estudiado, el licenciado Alonso Aznar Pérez editó la Revista Yucateca, que contó con las secciones “Interior” y “Exterior”, esta última se ubicó en las primeras páginas de cada número, dando las noticias del extranjero y demostrando, a decir de Arturo Taracena (2019) “que el mundo era importante para los asuntos yucatecos” (p. 300).
Respecto a la poesía extranjera reimpresa en la prensa, aunque en el Museo Yucateco las referencias, traducciones e imitaciones a los versos de Alphonse de Lamartine y Victor Hugo son usuales, se destinó mayor espacio a textos, como la biografía de Victor Hugo hecha por Jules Janin y la prosa poética del conde de Ségur.12 En Mérida, la fama de Lamartine llegó al punto de que el El Siglo XIX publicó su “Himno a Jesucristo” en 184113 y, 20 años después, J. Alcalá, en El Campechano, sugirió a sus lectores que se suscribieran a la edición de las obras del autor francés para “aliviar” su maltrecha situación económica.14
Respecto a la función del escritor en el nuevo país,15 uno de los textos más antiguos publicados sobre esta materia en la prensa peninsular se tituló “Consideraciones sobre la influencia de la literatura” y fue reimpreso por la Gaceta de Mérida. El autor de este ensayo, el colombiano Juan García del Río, lo publicó en Londres en el año de 1823 y, luego de ser retomado por El Sol, de la ciudad de México, la redacción de la Gaceta de Mérida lo transcribió de finales de 1824 a principios de 1825.16 Cabe destacar que el motivo por el cual las “Consideraciones” de García del Río (1823) fueron conocidas en la península radicó en la fina exposición que el ensayista hizo de las ideas de madame de Staël. A decir de esta autora francesa, los “escritores distinguidos” tenían la capacidad para “dirigir y modificar ciertos hábitos nacionales” y auxiliar a las instituciones que se proponían “formar un espíritu nuevo en los países que se quiere hacer libres” (p. 300).
Este manifiesto que tuvo cabida en una publicación oficial sugiere la importancia que la naciente clase política asignó, desde los primeros años de vida independiente, al cultivo de la literatura y periodismo. En otras palabras, las autoridades republicanas consideraron a estas labores intelectuales como medios para la difusión de comportamientos e ideas acordes con el nuevo sistema de gobierno.
Dentro de esta lógica, en la década de 1840, el periodismo literario de Justo Sierra y sus colaboradores en el Museo Yucateco y El Registro Yucateco se propusieron, en palabras de Taracena (2019), crear con sus escritos de corte literario e histórico sobre temas regionales un lugar de memoria “que terminase siendo una referencia identitaria insoslayable” (p. 151) y que sostuviera ideológicamente al separatismo17 que prevaleció, por aquel entonces, en la península.
Igualmente, como se abundará más adelante, la labor editorial de las imprentas de Campeche y Mérida que, en la segunda mitad de la década de 1840, editaron novelas francesas traducidas al español, sugiere que los literatos de entonces (Sierra, Carvajal y Aznar, entre otros) se propusieron demostrar que eran capaces de asimilar y reproducir lo mejor de la cultura francesa, identificada a lo largo del siglo XIX como el epítome más refinado del arte y la modernidad.
LA EDICIÓN LITERARIA Y EL COMERCIO DE LIBROS, UN NEGOCIO ATRACTIVO
Marcela González (2023) reconstruyó recientemente las directrices de la labor editorial y el comercio de los impresos en la península de Yucatán durante el siglo XIX. Para encontrar una lógica dentro de este universo de papeles, esta historiadora se concentró en la llegada de la imprenta a la región, el perfil de los impresores, los productos y servicios que ofrecieron, los espacios de lectura, el trabajo en los talleres de impresión y las controversias legales a las que se vieron expuestos aquellos que se dedicaron a este oficio. Gracias a su investigación se sabe que, durante el periodo estudiado, tanto en Campeche como en Mérida, la imprenta, la edición y el comercio de periódicos y libros conformaron un entramado que favoreció contenidos específicos, entre los cuales sobresalió el elemento francés sobre autores de lengua inglesa como Walter Scott, Edward Bulwer-Lytton, John Fenimore Cooper y Washington Irving.18
De los 29 periódicos impresos en Campeche entre 1823 y 1849 (véase cuadro 1), tan sólo tres fueron exclusivamente literarios, comenzando con el Museo Yucateco (1841-1842) y El Registro Yucateco (1849),19 editados por Justo Sierra, y Los Primeros Ensayos (1845), fundado por Miguel Duque de Estrada y Luis Aznar Barbachano (Pérez, 1983, p. 209). A pesar de esta escasez de publicaciones especializadas en literatura, debe tomarse en cuenta que el más antiguo periódico literario en la península fue el Museo Yucateco y que El Fénix (1848-1851), pese a ser “noticioso, político, literario y mercantil”, imprimió en su folletín La hija del judío, importante novela histórica del multicitado Sierra.

Respecto a los demás periódicos campechanos, sus columnas aceptaron manifestaciones poéticas y narrativas. En cuanto a este último género, el relato más antiguo que se conoce en Campeche fue “El escéptico”, fragmento de la novela El poeta y el banquero, del español Pedro Mata (1842, t. 1, pp. 29-31),20 que, en 1837, publicó el Lucero Campechano.21 La selección que el editor hizo del relato de Mata se calculó a conciencia puesto que esta narración en la que un joven se propuso ser un villano porque la sociedad actuaba malamente, concordaba con el lema mismo del periódico: “La felicidad de la patria exige sacrificios de los ciudadanos y el que se niega a prestarlos se hace indigno de serlo.”22
Otro ejemplo fue la novela breve Octavio. Publicada por el Mosaico en 1837, años después, en 1841, El Anteojo de Campeche comenzó a imprimir, por entregas, este relato de un barón de Gales que conoció a un joven melancólico en Venecia.23 Luego, cuando El Anteojo cesó su publicación, Octavio fue continuado en El Espíritu del Siglo.24 Esta avidez por concluir las entregas de una narración ya comenzada representó una constante y, de todos los ejemplos, destacó el caso de El vizconde de Bragelonne, novela de Alexandre Dumas publicada en Campeche, en 1848. La narración de Dumas se publicó en El Hijo de la Patria hasta que el 30 de diciembre de 1848, sus redactores informaron que, aunque el periódico dejaría de editarse, la imprenta seguiría imprimiendo la novela de Dumas, de la cual ya se había concluido el primer tomo.25
Desde antes de la introducción de la imprenta y del comienzo del periodismo en Campeche, los lectores que contaban con los suficientes recursos tuvieron la posibilidad de suscribirse a publicaciones foráneas. En 1808 y 1809, Juan Francisco Romay26 se anunció como encargado de las suscripciones del Semanario Económico de Noticias Curiosas y Eruditas de la ciudad de México.27 Posteriormente, de 1833 a 1849, se anunció la suscripción de quince periódicos: doce nacionales y tres de Estados Unidos de América. Los periódicos mexicanos provenían de la ciudad de México, Mérida y Veracruz, mientras que los estadunidenses se imprimieron en Nueva Orleans y Nueva York (véase cuadro 2).

Entre los encargados de recibir la suscripción destacó el francés Théophile Durand. Este personaje, que había sido auxiliar en el Consulado General de Francia en Nueva York, llegó a México a finales de 1835, junto con Maurice d’Hauterive, cónsul de Francia en Campeche. A su arribo, Durand fungió como canciller del consulado, nombramiento que, de acuerdo con Pascale Villegas (2022), conllevaba funciones como “secretario, agente judicial, archivista, notario y cajero” (pp. 43-44 y 526). Durand fungió como canciller de tres cónsules franceses en Campeche28 y, a mediados de 1848, se ofreció a suscribir “a los señores” interesados en recibir los periódicos de la ciudad de México: El Siglo XIX, Espíritu del Siglo y la Semana Literaria.29
La labor de Durand como suscriptor se interrumpió abruptamente. A finales de 1848, Durand recibió el nombramiento de vicecónsul de Francia en el Carmen y se encaminó hacia este punto; además, al fundarse la casa Tipografía El Fénix, propiedad de Santiago Méndez, se instaló una librería en el local de la imprenta que se encargó, desde 1848, de recibir la suscripción en Campeche de El Siglo XIX y de otros periódicos capitalinos como la Biblioteca de la Juventud y La Ilustración Mexicana (González, 2023, p. 264).
Cabe apuntar que la librería de El Fénix representó un negocio fundacional en la vida cultural campechana. Este expendio de libros y periódicos ofreció una gama especializada de servicios inéditos en esta ciudad; al respecto, Melchor Campos (2020) calculó que el catálogo de El Fénix se compuso mayoritariamente de publicaciones literarias y este negocio se caracterizó por vender textos locales, nacionales y extranjeros, en especial “un surtido” de novelas impresas en La Habana. Por si fuera poco, en 1849, la librería El Fénix sirvió como punto de suscripción de María, la hija de un jornalero, de Wenceslao Ayguals de Izco, novela prologada por Eugène Sue (pp. 91-97).
Un último rubro es el relativo a los consignatarios que recibieron cargamentos de libros de distintos puntos del país y del extranjero. En esta materia, tanto Campos (2020, p. 90) como González (2023, pp. 219-221) han establecido una serie de arribos de cajas, cajones y bultos de libros a Campeche que van de 1841 a 1853.
Lo primero que vale la pena apuntar es la presencia de un par de franceses que recibió consignaciones de libros. El primero de ellos, Mathieu Fremont, fue uno de los principales comerciantes de Campeche de la primera mitad del siglo XIX, originario de Bondeville; Villegas (2022, p. 78) estima que Fremont se estableció en el puerto en 1826. Contrajo matrimonio con Gregoria María del Valle en 1833 y se relacionó con las labores del consulado de Francia en Campeche, pues informó al cónsul Faramond sobre los productos franceses que se colocarían fácilmente en el mercado local y, en 1850, se le nombró cónsul interino al ausentarse el titular Laisné de Villevêque. En cuanto a su desempeño como consignatario de libros, consta que Fremont recibió dos cajas de libros, una en 1842 y otra en 1845, directamente de Le Havre (Campos, 2020, p. 90; González, 2023, p. 221).
Otro francés que consignó libros fue el profesor Edouard Guilbault quien recibió, en 1845, un paquete proveniente de La Habana. Probablemente, los impresos que recibió Guilbault consistieron en textos escolares que requería el Colegio Comercial que fundó en Campeche a comienzos de 1842; en esta escuela que implantó el sistema lancasteriano en la península se enseñó, entre otras asignaturas, el idioma francés.30
Si se pasa a los demás consignatarios, un par de comerciantes se dan a notar por recibir libros directamente de Marsella. En primer lugar, se hallan el excongresista constituyente Pedro Manuel de Regil y el español Domingo Trueba, exregidor, quien consignó libros desde finales de la década de 1820 y que, en 1833, invirtió como accionista en la construcción del Coliseo de Campeche (Alcocer, 1985, p. 16).
Por fortuna, aunque se desconoce el contenido de estas cajas, es posible conjeturar el recorrido de al menos uno de los cargamentos llegados a Campeche provenientes de Nueva York, en 1845. Esta consignación se compuso de cuatro cajas de libros destinadas al comerciante José Gandolfo.
Gandolfo era oriundo de Génova, había establecido una casa comercial en Mérida y contrajo matrimonio, el año de 1833,31 con María Dolores Rivas Peón. Desafortunadamente, el mismo año que recibió en Campeche las cajas de libros provenientes de Nueva York, falleció.32 Años después, en julio de 1852, la viuda de Gandolfo, María Dolores Rivas, ofreció en su almacén de lencería, situado en Mérida, un lote de libros que se componían de obras científicas, religiosas, de derecho y literatura. En este último rubro, Rivas anunció textos de Chateaubriand, Madame de Staël y Las memorias del diablo de Frédéric Soulié, publicadas en París, por primera vez, de 1837 a 1838 (Campos, 2020, p. 68). Pese a la incertidumbre de si los libros ofertados en 1852 por Dolores Rivas son, al menos parcialmente, los que su esposo introdujo en Campeche en 1845, este caso demuestra que los textos de origen francés que llegaron a la península, traducidos al español, lo hicieron desde los más diversos puntos del extranjero.
Cabe destacar que en Campeche la presencia del elemento francés en la suscripción de periódicos y consignación de libros es visible y determinante, a diferencia de Mérida, donde estas labores fueron desempeñadas principalmente por actores locales.
AULAS, ESCENARIOS Y DIATRIBAS, EFECTIVOS DIFUSORES CULTURALES
Junto con el periodismo literario y el comercio de libros, dos espacios acogieron con entusiasmo la influencia francesa. Ambas esferas se distinguieron por la impronta que tuvieron en la vida cotidiana de Campeche.
En principio, el aprendizaje de la lengua francesa por la infancia y juventud se consolidó en más de un plantel de Campeche ya que se consideró un idioma “utilísimo” para aquellos que optaran por la medicina o el derecho. Por ello, se presumía que, al menos desde 1840, los estudiantes del Liceo de Juan Benítez se hallaban bien aprovechados en francés.33 Poco después, con el arribo a Campeche del preceptor francés Guilbault, se vivió otro hito cuando este personaje fundó la primera escuela lancasteriana en la península, a comienzos de 1842, frente al extemplo de San José.
En cuanto a su trayectoria vital, durante su estadía, Guilbault entabló una estrecha relación con el médico Denis Jourdanet y el cónsul francés Laisné de Villevêque (Villegas, 2022, p. 63). Posteriormente se dirigió a la ciudad de México donde fundó el Liceo Franco-Mexicano.34
Para hacerse una idea aproximada del total de personas que accedieron a cursos de francés en la península de Yucatán, basta con referir que la Academia de Ciencias y Literatura de Mérida reportó, para el año de 1849, que catorce alumnos cursaban este idioma, bajo la tutela del profesor Lorenzo de Zavala (Ramayo, 2022, p. 105). Esta cifra demuestra que el aprendizaje del francés se mantuvo al alcance de una elite.
Pese a lo anterior, la labor de los maestros de este idioma propagó entre sus alumnos una admiración sincera hacia Francia y su cultura. Se afirma esto ya que, el año de 1841, cuando un estudiante campechano Julián Gual falleció a los trece años, el redactor del Siglo XIX lo retrató como un joven inteligente que recién había empezado a dar lecciones de trigonometría y que había dibujado “un plano de la vista de París” justo antes de caer enfermo.35 Estas líneas indican que la admiración y conocimiento de lo francés eran rasgos que distinguían a los jóvenes con talento innegable y futuro prometedor.
Este ensalzamiento del dominio del idioma francés se exacerbó al punto de ser ridiculizado por aquellos que censuraban la afectación de ciertos jóvenes que habían adquirido conocimientos básicos de esta lengua. Ese fue el caso de “Mingo Revulgo” a quien un amigo le saludó con un “Bonjour, monsieur”; cuando Revulgo le respondió en español, el otro, “con aire de compasión”, le preguntó: “¿Hasta cuándo aprenderás a responderme en francés?”.36
El segundo espacio donde se proyectó la influencia francesa fue el teatro. En la primera mitad de la década de 1830 se construyeron dos foros dramáticos en Mérida y Campeche. El primero se construyó en el mismo lugar donde antes se halló el Teatro de San Carlos y, al inaugurarse en 1831, se le conoció algún tiempo como el Coliseo Nuevo (Gamboa, 1944, t. 4, pp. 122-123). En Campeche, el coronel Francisco de Paula Toro conformó una sociedad y junta de accionistas que reunieron la cantidad necesaria para edificar otro Coliseo. El proyecto y la obra se pusieron a cargo del arquitecto francés Teodoro Journot (Álvarez, 1912, t. 1, pp. 267-268) y el teatro se inauguró en 1834 con la tragedia “Orestes o Agamenón Vengado”.
Durante estos primeros años, las temporadas teatrales en Mérida y Campeche dieron cabida a un repertorio de piezas traducidas del francés cuyos autores eran dramaturgos de moda. En Mérida, en 1840, se montó “Margarita de Borgoña” y “La Torre de Nesle”, de Alexandre Dumas, “Lucrecia Borgia”, de Victor Hugo y, en 1845, “La toma de la Bastilla” (Peniche, 1996, p. 19). Igualmente, por aquellos años, se montó “El abate l’Epée y el asesino o la huérfana de Bruselas” traducción de “Thérèse ou l’orpheline de Genève” de Víctor Ducange (1847), drama que el crítico Leopoldo Peniche (1996) calificó de “truculento” (p. 19) folletín y que, supuestamente, durante una actuación en el Coliseo Nuevo se vio interrumpido por un incendio, afortunadamente con saldo blanco (Gamboa, 1944, t. 4, p. 121).
En el caso campechano, su Coliseo recibió en 1835 “la famosa comedia en cuatro actos titulada El mendigo y Teresa, o la recta justicia, seguida de la danza ‘El minué alemandadoʼ (sic) y el sainete ‘El duende fingidoʼ”.37
Estas obras de cuño francés despertaron cierta suspicacia ya que, para 1841, el Museo Yucateco lamentó el olvido a que se habían condenado las obras de Pedro Calderón de la Barca en detrimento de comedias “incomprensibles” como el Arte de conspirar, de Eugène Scribe.38 Por último, con su particular tónica satírica, el Bullebulle se burló de un país de simios donde “se construyeron coliseos donde hasta el sexo de faldas aplaudía los trozos patéticos de Victor Hugo y Alejandro Dumas”.39
De lo anterior se entiende que la notable presencia de textos, autores e ideas de Francia en la prensa, escuelas y Coliseos de Campeche y Mérida generaron inquietud entre los mismos escritores locales quienes consideraron riesgosa una admiración desbordada hacia todo lo que París enviaba a la península.
Desde el punto de vista literario, “Niní Moulin” (Fabián Carrillo) censuró que el público lector antepusiera siempre las novedades francesas a las manifestaciones locales de poesía, narrativa y dramaturgia. Esta manía generalizada retardaba el desarrollo de la cultura regional porque “muy contados” desembolsaban unos reales para apoyar a la publicación del libro de “un buen yucateco” pero “si se anunciaba el Conde de Montecristo […] de un francés llamado Alejandro Dumas” como por arte de magia “en pocos días y solamente en Mérida, más de doscientos corren a dar su nombre y dinero”.40
Similar al desencanto de “Niní Moulin” fue el de “Canuto Cleyere”, quien se enfrascó en una infructuosa discusión con dos lectores de El Registro Yucateco. Estos personajes se mostraban insatisfechos de que este periódico literario publicara por partes una novela con el título de Un año en el hospital de San Lázaro. “Canuto”, para hacerles cambiar de opinión, expuso a los críticos desconsiderados que de ese “modo ha publicado Eugenio Sue sus Misterios de París y está dando a la luz el Judío Errante”, a lo que le respondieron tajantemente “¿y qué nos importa? Nosotros ni sabemos qué misterios son esos, ni conocemos a ese señor judío que Dios convierta”.41
Tanto las burlas de “Niní Moulin” como de “Canuto Cleyere” reflejaron una realidad a la que se enfrentaron los escritores de la península yucateca, puesto que mientras los periódicos locales, literarios o no, se cancelaban por falta de suscriptores y la edición de las novelas de Justo Sierra y Gerónimo del Castillo se interrumpían durante años, los relatos de Paul Féval, Víctor Hugo y Alexandre Dumas siguieron saliendo con puntualidad de las imprentas de Campeche y Mérida.
Pese a esta situación, la diatriba más severa dirigida hacia la lectura de novelas francesas arremetió contra la corrupción moral que ciertos autores licenciosos podrían ocasionar en las mujeres jóvenes, curiosas e inexpertas. El contraste es radical, puesto que mientras Prieto -personaje de Una noche de 1843 o el honor yucateco- al armarse para una batalla trató de tranquilizar a su madre preguntándole: “¿Usted ha leído/la historia de Napoleón?” (Espadas, 2023, p. 74), a fray Cleofás Pepín le sorprendió que doña Terencia leyera a sus hijas un grueso volumen con “la historia de las cien batallas ganadas por el genio del siglo”, en lugar del Evangelio.42
Si una joven admiradora de Napoleón despertaba preocupaciones, una lectora de novelistas como G. Pigault-Lebrun y J. B. Louvet de Coupevray generaba la más acerba repulsión. En el Bullebulle, “Niní Moulin” insistió que las más perniciosas creaciones de Francia eran, sin duda alguna, las novelas de Pigault-Lebrun que solían gustar mucho a las adúlteras y Las Aventuras del baroncito Faublás de Louvet de Coupevray.43 Esta novela libertina, publicada a finales del siglo XVIII, alcanzó tan mala fama en el medio peninsular que Justo Sierra, en Un año en el hospital de San Lázaro, puso este libro en manos de Carlota -una joven de moral extraviada-, quien leía los “amores” de Faublás justo antes de recibir una puñalada de su propia madre, en un ataque de celos no del todo infundados (Sierra, 2014, t. 1, p. 223).
Aquí se podría indicar que, aún pese a encontrarse en el centro de una polémica, los autores franceses y sus textos recibían una atención que los volvía todavía más identificables y notorios ante el público lector de Campeche y Mérida.
EXPERTOS, TRADUCTORES Y EDICIONES FRANCESAS
Es preciso enunciar que en la ciudad de Campeche se presentaron las condiciones, a partir de la década de 1820, para que en la de 1840 la prensa, la enseñanza y la burla afianzaran el predominio de lo francés en un sector social minoritario. A causa de esta omnipresencia cultural, cualquier iniciativa promovida por los editores y literatos de esta época manifestó una impronta directa de la afición y lectura de los autores franceses en boga.
Tan sólo para demostrar cuán expertos llegaron a ser los autores peninsulares del acontecer e historia francesa, basta con hojear el periódico satírico Bullebulle en el cual se bromeó, a lo largo de 1847, haciendo referencias que hoy escapan a nuestro sentido del humor. Al hablar de los maridos cornudos “Fabricio Niporesas” mencionaba a Antoine-Gaston de Roquelaure,44 duque de tiempos de Luis XIV o al bufón de Francisco I, Triboulet.45 Por su parte, “Juan de Ulúa” reverenciaba la autoridad de Paul Legrand, célebre mimo francés que en aquellos años causaba furor en París.46 Estas menciones se hicieron sin dar la más mínima explicación a sus lectores a los cuales probablemente estos personajes resultaban ampliamente conocidos.
Otra evidencia del conocimiento acumulado por los literatos campechanos y meridanos es el caso de Justo Sierra (2014) en su novela Un año en el hospital de San Lázaro. La acción de este relato ficticio se desenvolvió entre 1823 y 1825, y su autor, reacio a los anacronismos, se cuidó de mencionar libros y autores franceses que habían sido publicados antes de estos años. Cabe destacar también que cada novela y autor francés se asignó a personajes de caracteres muy distintos. Antonio -protagonista al que se le diagnosticó lepra- recurrió a la lectura de Bernardin de Saint-Pierre, en un principio hojeó Les harmonies de la nature y después encontró consuelo en los cuentos La cabaña indiana y el café del Surate que se volvieron su lectura “diaria y predilecta” debido a que le hicieron hallar “placer en los sentimientos melancólicos” (t. 1, pp. 105, 121 y 180). En contraste, el expirata Regino leía en francés el segundo tomo de L’an deux mille quatre cent quarante, “obra utópica del soñador” Louis-Sébastien Mercier (t. 1, p. 292) y Carlota, por su controvertida personalidad, se avino más bien a Las Aventuras del baroncito Faublás de Louvet de Coupevray (t. 1, p. 223).
Este conocimiento avanzado de personajes, episodios, autores y libros franceses marchó a la par de la publicación de traducciones en la prensa literaria de Campeche y Mérida (véase cuadro 3). Al respecto, si bien la mayoría de los textos que se han identificado son reediciones provenientes de la prensa española y de la ciudad de México, consta que a partir de 1845 hicieron su aparición traductores campechanos y yucatecos: Tomás Aznar Barbachano, Alonso Aznar Pérez, Vicente Calero Quintana, Rafael Carvajal Iturralde, Pablo García Montilla, Juan José León y Martín Francisco Peraza Cárdenas.

El primer punto por exponer sobre las traducciones de textos franceses realizadas y publicadas en Yucatán es la calidad de estos traslados al idioma español. En aquel entonces, los periódicos solían elogiar estos escritos por el sumo cuidado con que habían procedido los traductores, al menos así lo hizo la Miscélanea que, al publicar un discurso de Lamartine, recalcó que su traducción era “esmerada” aunque omitió el nombre del traductor.47
Otra tendencia al referirse a los traductores fue ensalzar su talento, juventud y, por supuesto, buenas intenciones. Tal fue el caso del alumno de medicina Juan José León quien, al imprimir una traducción de un texto médico recibió los atributos de “inteligente y estudioso joven” por parte del Boletín Oficial del Gobierno de Yucatán.48
Vistos con los criterios actuales, las traducciones de El negro mendigo, de Paul Féval, hecha por los meridanos Alonso Aznar Pérez y Vicente Calero Quintana, y Los cardos de tuétanos, del marsellés Marie Aycard, que realizó el campechano Rafael Carvajal Iturralde; son versiones fieles que demuestran un consumado dominio del idioma francés por parte de Aznar, Calero y Carvajal.
De Rafael Carvajal Iturralde se puede apuntar que fue el más consumado narrador y traductor del francés de la ciudad de Campeche. Nacido en Campeche en 1827 y fallecido en la misma localidad en 1884,49 perteneció por su nacimiento y matrimonio a uno de los linajes mejor relacionados en Campeche durante el siglo XIX, esto fue resultado, según Fausta Gantús (2004), de la construcción que su clan hizo de “beneficiosas alianzas de parentesco y amistad, que les permitieron una continua vigencia en el ámbito público” (pp. 86-87).
Primogénito de José Segundo Carvajal y Catarina Iturralde, Rafael fue enviado a estudiar a la ciudad de México a los once años y, en 1834, se trasladó a Europa donde se perfeccionó en los idiomas francés e inglés (Gantús, 2004, p. 87). A su regreso a Campeche, a principios de la década de 1840, se relacionó con el grupo de literatos que encabezaba Justo Sierra y, de 1845 a 1846, publicó relatos en el Registro Yucateco con el seudónimo de “Adolfo Ecarrea de Bollra”. Posteriormente, en 1847, acompañó a Sierra como secretario e intérprete a Estados Unidos de América en una misión diplomática y, durante este periplo, le sugirió comenzar a trabajar en La hija del judío (Sierra, 2008, vol. 1, p. 15).
Respecto a su obra, los relatos de Carvajal han sido calificados como románticos y su texto más reproducido hasta ahora es María, la hija del sublevado (1845). Este relato es digno de mención pues al retomar la historia del levantamiento maya registrado en Cisteil, el año de 1761, Carvajal reflejó la preocupación prevaleciente en la década de 1840 de una nueva sublevación indígena y, para conjurarla, lamentó que el odio de los “indios” hacia los “blancos” obstaculizara el amor del español Miguel Alúa hacia María Canul y, todavía más grave, que el rencor de Isidoro Canul causara la muerte trágica de su propia hija.50
En cuanto a la traducción que Carvajal realizó de Los cardos de tuétanos del novelista Marie Aycard (1794-1859), este consiste en un caso llamativo puesto que además de haber traducido a un autor a la zaga de Dumas o de Sue, Carvajal vertió al español un texto que describe la vigilancia furtiva de un esposo hacia su compañera, la sospecha de una infidelidad marital y un intento simulado de envenenamiento, tópicos que podrían considerarse delicados para los lectores peninsulares de entonces.51
Más insólito que los temas y la traducción de Carvajal fue que el pináculo de la veneración campechana hacia la narrativa francesa se registró cuando las circunstancias se presentaron más adversas. Se afirma lo anterior puesto que, al registrarse el estallido de la Guerra de Castas, Campeche sirvió durante los primeros meses de la contienda como refugio de numerosas familias de desplazados. Justo durante esta contingencia dos periódicos imprimieron por entregas un par de novelas francesas: Bug Jargal, de Víctor Hugo, y El vizconde de Bragelonne, de Alexandre Dumas.
Este fenómeno ya ha sido interpretado por Canto (2017), quien comparó la recepción de El conde de Montecristo en Mérida y la ciudad de México, el año de 1847. En aquella ocasión se concluyó que el éxito editorial en la capital yucateca respondió a la necesidad de la población meridana de evadirse del estado de sitio que declararon las autoridades ante el avance de los mayas sublevados. Sin embargo, recientemente, Villegas (2022) ha sugerido que a finales de 1847 y principios de 1848, se esparció el rumor -fomentado por el gobierno estatal- de que Francia sopesaba la posibilidad de aceptar la soberanía de Yucatán a cambio de su apoyo contra los indígenas (p. 98). Es probable que este rumor -completamente infundado- provino de la habilidad con el que el cónsul francés en Campeche, Laisné de Villevêque, había sorteado las insinuaciones del gobierno yucateco, limitándose a servir de intermediario de la ayuda humanitaria proveniente de Cuba (p. 97).
Pese a su falsedad, el rumor de una posible anexión a Francia pudo ejercer en los periodistas y editores en Campeche y Mérida el deseo de fomentar un estado de opinión favorable a la cultura y pensamiento francés; en consecuencia, las ediciones campechanas de Victor Hugo y Alexandre Dumas, tendrían un elemento político ignorado hasta el día de hoy y que valdría la pena explorar más adelante.
Ahora bien, un periódico campechano que imprimió una novela francesa fue El Amigo del Pueblo, publicación partidaria del político Santiago Méndez (Aznar y Carbó, 1861, p. 70). Esta publicación, que retomó el título de L’Ami du Peuple,52 se imprimió en el taller de José María Peralta y se encargaron de su redacción Policarpo M. Sales y Valentín Estrada. A lo largo de su vigencia, El Amigo del Pueblo anunció la impresión en Mérida de Las memorias de un médico, de Dumas,53 y la traducción que Pablo García y Tomás Aznar Barbachano habían realizado de la Física de Auguste Pinaud.54 Por su parte, el 9 de junio de 1848, comenzó a publicar “una hoja” de la novela Bug Jargal, de Victor Hugo. Al comenzar a dar a la prensa este relato, los redactores de El Amigo del Pueblo consideraron que el nombre de su autor bastaba por sí mismo como “garantía a los menos inteligentes”. Además, los editores comentaron que el relato sobre la sublevación de los esclavos de Santo Domingo era la lectura “más adaptable a la situación actual de Yucatán” y que, por lo mismo, debía leerse con atención para reconocer las semejanzas de aquel conflicto con los hechos “que hace un año estamos presenciando en nuestro país”.55
Como se puede inferir fácilmente, las intenciones de los editores Sales y Estrada al publicar una traducción de Bug Jargal, de Victor Hugo, se opusieron a la evasión que se ha sugerido en el caso de El conde de Montecristo, ya que en esta ocasión los editores consideraron crucial servirse de esta novela como un material de estudio para analizar los motivos de la Guerra de Castas y sus consecuencias inmediatas.
Junto con el Amigo del Pueblo, El Hijo de la Patria editó una novela francesa en Campeche. Este periódico, dirigido por Pablo García, Tomás Aznar Barbachano y Miguel Duque de Estrada, apareció el 10 de abril de 1848 en la imprenta de Peralta y, desde su primer número destinó un espacio privilegiado a las noticias provenientes de París. En este punto, consta que la cobertura que El Hijo de la Patria hizo de la revolución de 1848 fue de las más completas en la prensa campechana y desencadenó serias reflexiones en sus redactores.
La posición de El Hijo de la Patria ante la caída del rey Luis Felipe fue mesurada; este periódico afirmaba que difícilmente resurgirían líderes radicales como Marat o Robespierre porque la Francia de 1848 no había sufrido las vejaciones y tiranía previas a 1789. Además, se lamentó de que la consecuencia más directa de esta revolución en Yucatán sería la pérdida de auxilios provenientes de Europa ante el estado de conmoción reinante en dicho continente.56
Meses después, en octubre de 1848, El Hijo de la Patria denunció la morosidad en el pago de sus suscriptores. Ante esta situación, los redactores comenzaron a publicar El vizconde de Bragelonne, de Alexandre Dumas, por entregas, los lunes, jueves y sábados.57 Esta estrategia difirió de la de El Amigo del Pueblo ya que, en lugar de responder a un deseo de promover la reflexión en torno a la Guerra de Castas, se dio cabida a El vizconde de Bragelone como un intento para prolongar la existencia del periódico. Este cometido se cumplió temporalmente, ya que El Hijo de la Patria se mantuvo hasta los últimos días de diciembre, cuando sus redactores se despidieron afirmando que la imprenta de Peralta continuaría sacando 128 páginas al mes de El vizconde Bragelonne.58
La desaparición de El Hijo de la Patria demuestra que la predilección por la narrativa francesa en Campeche superó al deseo de información sobre el acontecer peninsular y comprueba que, ante un conflicto grave como la Guerra de Castas, la lectura se mantuvo como una práctica vital e imprescindible para grupo minoritario de la sociedad peninsular.
A MANERA DE CONCLUSIÓN
A lo largo de este escrito, se ha analizado la labor de un grupo de literatos que se propusieron transformar la vida cultural de Campeche mediante la difusión de traducciones de textos franceses y la creación de narraciones locales inspiradas en autores como Sue y Dumas. Esta iniciativa tenía como objetivo desarrollar un periodismo y una literatura auténticamente peninsulares, adoptando como referencia el estilo y la forma de los escritores más destacados de París. Este enfoque llevó a sus promotores a equilibrar la admiración por la literatura triunfante del extranjero con la exploración de temas y acontecimientos propios de su región.
Al mismo tiempo, cabe destacar que la influencia francesa se extendió en los principales ámbitos emblemáticos de la cultura letrada de Campeche. Esta presencia se extendió más allá de los textos, ya que individuos de esta nacionalidad se implicaron en la suscripción de periódicos extranjeros, el comercio ultramarino de libros e incluso en la construcción del Coliseo local. Esto contrasta con la situación en Mérida, donde los yucatecos se negaron a conceder estos espacios y responsabilidades a estos extranjeros.
Esta particularidad, la participación de franceses en la educación y edición literaria en Campeche, sugiere que, a diferencia de la elite intelectual meridana, la de Campeche se mostró deseosa de integrar a estos extranjeros en sus proyectos que marcaron hitos en la historia cultural de la región.
Durante el periodo estudiado, se ha evidenciado que la influencia francesa permeó los espacios de distinción de la elite letrada de Campeche. Esto facilitó la aparición de expertos en el idioma y la cultura francesa, quienes opinaron sobre los acontecimientos en Francia, tradujeron relatos de autores franceses y crearon sus propias obras inspiradas en el estilo y las formas del romanticismo en boga. Por lo tanto, se puede afirmar que, lejos de mostrar una admiración ciega o servil, los literatos peninsulares acogieron esta influencia externa como un aprendizaje consciente que les permitió fundar un periodismo literario y una narrativa regional propios.
En este contexto, la publicación de Bug Jargal, de Victor Hugo, y El vizconde de Bragelonne, de Alexandre Dumas en Campeche, durante los primeros meses de la Guerra de Castas, distó de representar una anomalía. Resultó, en cambio, en décadas de asimilación de textos y en la presencia de un público siempre atento y fiel a las novedades literarias de Francia que aún requiere de mayores estudios y análisis para ser entendido a cabalidad.
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Notes
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