Resumen: En el artículo se analizan complejos problemas presentes en el contexto internacional global y variados planos de las “lógicas” de desarrollo y dominación del capitalismo-imperialismo liderado por Estados Unidos que afectan a sectores populares y a las naciones menos desarrolladas. Se tienen en cuenta cuatro ejes temáticos muy interrelacionados como son, trabajo alienado, destrucción de la naturaleza, crisis de hegemonía y luchas de clase y sociales. Se reflexiona sobre el capitalismo-imperialismo actual, acerca de su sistema de dominación múltiple con sus diversas facetas, así como sobre las búsquedas de alternativas al desorden internacional imperante. También se ilustran diversas fórmulas de organización, lucha y resistencia desplegadas por países considerados de la periferia del imperialismo para enfrentar las políticas neoliberales y las amenazas a la soberanía nacional de los Estados nacionales.
Palabras clave: Trabajo alienado, Imperialismo, Centro y periferia, Desigualdades, Dominación, Emancipación.
Resumo: O artigo analisa complexos problemas presentes no contexto internacional global e variados planos das “lógicas” de desenvolvimento e dominação do capitalismo-imperialismo liderado pelos Estados Unidos que afetam a setores populares e às nações menos desenvolvidas. Considera quatro eixos temáticos muito inter- relacionados tais como trabalho alienado, destruição da natureza, crise de hegemonia e lutas de classes e sociais. Faz uma reflexão sobre o capitalismo-imperialismo atual, sobre seu sistema de dominação múltipla com suas diversas facetas, assim como as buscas de alternativas à desordem internacional imperante. Ilustra, também, diversas fórmulas de organização, luta e resistência estendidas por países considerados da periferia do imperialismo para enfrentar as políticas neoliberais e as ameaças à soberania nacional dos Estados nacionais.
Palavras-chave: trabalho alienado, imperialismo, centro e periferia, desigualdades, dominação, emancipação.
Conferências
RAZÕES PARA LUTAR POR UM MUNDO MELHOR
RAZÕES PARA LUTAR POR UM MUNDO MELHOR
Recepción: 14 Febrero 2022
Aprobación: 17 Junio 2022
A través de ejes temáticos de gran importancia y actualidad la décima edición de la Jornada Internacional convocada por el Programa Posgraduado en Políticas Públicas de la Universidad Federal de Maranhão, propició el debate de acuciantes problemas presentes en el contexto internacional global: trabajo alienado, destrucción de la naturaleza y crisis de hegemonía. Los tres están muy interrelacionados y alimentan las luchas de clases antisistémicas y los movimientos populares por reivindicaciones sociopolíticas que hoy se expresan a través de disímiles fórmulas. En su mayoría son luchas de pueblos y naciones encaminados a desmontar la barbarie sobre la que alertó Rosa Luxemburgo.
Las consecuencias de la pretendida restauración de un mundo unipolar regido por Estados Unidos y sus acólitos y de la imposición en ese marco de la llamada guerra contra el terrorismo impulsada por Estados Unidos, ratifican el aumento de grandes asimetrías no solo entre el norte y el sur, sino entre los propios países capitalistas desarrollados. Si bien han sido procesos en los que el imperialismo ha salido envalentonado, realmente no puede clamar victoria en ninguna de sus aventuras, por ejemplo en el gran Medio Oriente, donde solo ha generado el caos, y un progresivo deterioro de su influencia relativa
Sin acudir a estadísticas, a simple vista se observa la creciente degradación del capitalismo-imperialismo en términos de hegemonía cuando cada vez más apela a la violencia para mantener sus intereses y métodos de dominación, bien explicados por Marx en el siglo XIX, pero incrementados desde el siglo XX. Se trata de un sistema implacable con todo lo que se le oponga, utilizando incluso la mercantilización de la violencia.
Desde esas perspectivas en este artículo se reflexiona sobre variados planos muy interrelacionados que forman parte de las “lógicas” de desarrollo y dominación del capitalismo-imperialismo liderado por Estados Unidos.
Por una parte resulta necesario reflexionar sobre el trabajo, actividad socio económica central para la supervivencia humana y con estrechos vínculos e interacción con la naturaleza, la sociedad y la realización individual, Como demostró Marx, en el capitalismo el trabajo genera altos niveles de alienación de los seres humanos desde el momento en que la fuerza de trabajo es considerada una mercancía, al servicio de los intereses del capital. También por la compulsión que significa la existencia de grandes desigualdades sociales con sensibles afectaciones a los trabajadores y a los sectores populares.
Es oportuno recordar, además, que las lógicas de desarrollo del capitalismo, siempre presentes, incluyen el expansionismo de los intereses de la burguesía, lo cual fue previsor.mente analizado en el Manifiesto Comunista: “la burguesía obliga a todas las naciones, si no quieren sucumbir, a adoptar el modo burgués de producción, las constriñe a introducir la llamada civilización, es decir a hacerse burguesas. En una palabra se forja un mundo a su imagen y semejanza”. (MARX; ENGELS, s/f, p.26). Más tarde esa realidad fue constatada por Vladimir I. Lenin, ante el ulterior despliegue del imperialismo.
Se trata del dominio impuesto por los países imperialistas sobre los Estados nacionales menos desarrollados a partir de intereses económicos y geopolíticos que en gran medida han influido en la creciente destrucción de la naturaleza. Históricamente se han desentendido de la racionalidad en el uso de los recursos naturales e irresponsablemente han recurrido a uso de tecnologías contaminantes. Todo ello con primacía de la obtención de ganancias.
Aportar al debate que promueve la décima jornada requiere profundizar en esas problemáticas derivadas de cualquier aproximación al estudio del capitalismo actual, sus formas de dominación y la imposición que se ejerce sobre los estados nacionales considerados como periferia, aunque para ello haya que recurrir a la fuerza. Por todo ello es muy necesario y urgente reflexionar sobre las búsquedas de alternativas al orden internacional (o desorden) imperante.
En la actualidad el capitalismo sigue atentando simultáneamente contra dos pilares de la vida: el ser humano y la naturaleza, tal y como lo hizo desde los procesos de colonización de amplias regiones en el mundo cuando se destruyeron territorios, recursos y pueblos originarios. Pero además, innumerables evidencias muestran que en los marcos del capitalismo nunca se han incluido realmente políticas sostenidas para erradicar la pobreza y las desigualdades sociales, ni para lograr racionalidad en el uso de los recursos naturales y energéticos, graves problemas no desvinculados del sistema en el que se han desarrollado.
Lamentablemente no son solo problemas del pasado. El imperialismo encabezado por Estados Unidos, empeñado en contrarrestar su declinación, sigue ocasionando daños irreparables para la humanidad con permanente actualización de sus mecanismos de explotación y de sus diferentes rostros para actuar.
La experiencia histórica enseña que precisamente en períodos de crisis hegemónica el capitalismo ha recurrido a políticas militaristas y expansionistas y en el presente ha sufrido recaídas significativas tanto en participación en el Producto Bruto Global y en su peso económico en el planeta como relativamente en el plano geopolítico. Todavía tiene un enorme poderío militar para interferir directa o indirectamente en muchos lugares del planeta. La retórica imperante apenas disfraza la inefectividad de su pretensión hegemónica, mientras que el cambiante discurrir de las posiciones del país debilita aún más su influjo y credibilidad. Nunca el destino de EEUU estuvo tan separado – y hasta contrapuesto – al de los otros países del mundo.
Independientemente de nuevas fórmulas técnico-organizativas y de dirección y otros cambios que han renovado al capitalismo a partir de la segunda mitad del siglo XX, su esencia y contradicciones, lejos de desvanecerse se han acentuado. Sus relaciones mercantiles hoy incluyen el trasiego de órganos vitales del ser humano, recursos naturales así como los logros de la ciencia, la tecnología y el conocimiento, los avances de las comunicaciones y de las técnicas de información. (FERNÁNDEZ, 2015, p. 72)
En la actualidad las relaciones entre el capital y el trabajo siguen la lógica analizada por Marx a partir de los años 40 del siglo XIX con consecuencias muy negativas para millones de seres humanos con condiciones laborales irregulares, con baja remuneración y desprovistas de cualquier protección o incluso excluidos del propio trabajo, de los beneficios del mercado y de las ventajas que aportan los bienes y servicios de la llamada economía del conocimiento.
Las luchas populares y los proyectos emancipatorios desplegados a lo largo del siglo XX hasta el presente en distintas latitudes del planeta, posibilitan una comprensión más profunda de la dominación ejercida por el capitalismo sobre los trabajadores, y la degradación a la que somete a las mujeres y los pueblos originarios, entre otros sectores.
En el ámbito económico - con incidencia en los espacios de realización del trabajo-, sobresale el mantenimiento de fórmulas de explotación de la mano de obra, discriminaciones por razones de género, color de la piel, preferencias sexuales y otras. Se genera también el miedo como forma de dominación que constantemente amenaza con la pérdida del empleo, la fuga de puestos de trabajo a otros confines o con exclusiones sociales realizadas por prácticas tradicionales o por nuevos mecanismos impulsados por las transnacionales.
En ese sentido, en su proyección imperialista se ha potenciado el rol de grandes transnacionales que superan la voracidad de los tradicionales monopolios. A través deredes internas las empresas transnacionales diseñan y administran las relaciones entre producción, investigación, innovación y comercialización a escala mundial. Sin tener en cuenta las fronteras nacionales producen y comercializan bienes, servicios e información; explotan recursos naturales e influyen en la adopción de fórmulas de empleo, privatización de bienes públicos y redistribución de ganancias entre la alta burguesía local y funcionarios con determinadas responsabilidades económicas o políticas, susceptibles de favorecer tráfico de influencias.
Basta recordar que la acumulación capitalista ha alcanzado los niveles más altos de su historia cuando alrededor del 1% de la población rica mundial controla cerca del 90% de toda la riqueza y 85 opulentos, según Oxfam Intermón, poseían en 2014 el mismo volumen de valores y dinero que 3,5 mil millones de pobres en el mundo. Son cifras que hablan por sí mismas. (BOFF, 2016 p.1)
Como se conoce el trabajo y sus efectos en la situación social y en la subjetividad de quienes lo realizan, han sido factores determinantes de la estructura socio clasista en cualquier sociedad y en gran medida han determinado las motivaciones y expectativas de los trabajadores con gran influencia en sus proyectos de vida, ideales e ilusiones de prosperidad. El trabajo también ha sido uno de los indicadores fundamentales para medir la calidad de las políticas públicas y los programas de justicia social que se desplieguen.
Aunque sea una verdad de Perogrullo, vale la pena subrayar que el trabajo y la cultura que lo rodea, así como las motivaciones y expectativas de los trabajadores, dependen de las relaciones de producción que predominen en cada pueblo e sociedad[1]. De ellas también dependen los niveles de alienación de los seres humanos, en particular los trabajadores manuales e intelectuales desde sus centros laborales donde están obligados a adoptar decisiones que los involucra y sobre las cuales, no pueden incidir. De hecho deben obedecer y someterse a decisiones estructuradas por relaciones de poder y autoridad que en gran medida reflejan las relaciones socioeconómicas de la sociedad en que se desenvuelven. Las necesidades de vida y la inseguridad ante el futuro son factores de compulsión. En el lugar de trabajo es donde la mayoría de las personas experimenta más a menudo las relaciones de poder más inmediatas, indiscutibles y palpables que nos podemos encontrar en lo cotidiano. (WEEKS, 2020, p. 17)
Son temas de gran complejidad que dificultan y hacen poco recomendable hacer análisis genéricos, al margen de las condiciones sociales, políticas y culturales en que se ejerce y remunera el trabajo. Entre ellas sobresalen las de gran influencia en las posibilidades de los trabajadores, sean manuales o intelectuales, hombres o mujeres, negros o blancos, de pueblos originarios, urbanos o rurales, para ser respetados y protagonistas de las definiciones sobre diferentes ámbitos asociados a la labor que realizan, sus objetivos y la justeza de los ingresos que se reciben acorde con las calificaciones exigidas en cada actividad realizada. De igual forma se relaciona con las garantías existentes para el desempeño del trabajo acorde con las capacidades, preparación y educación de la persona; el reconocimiento social a su desempeño y las posibilidades de acceso a la ciencia y la tecnología y de desarrollar iniciativas e innovaciones en el entorno laboral.
En su análisis “La matriz de la desigualdad social: ejes y ámbitos del desarrollo social”, la CEPAL muestra que la desigualdad social en América Latina y el Caribe está muy condicionada por la matriz (o estructura) productiva. También reconoce al mercado laboral como el eslabón que vincula esa estructura productiva heterogénea (y la desigualdad que le es inherente en términos de productividad, acceso y calidad de los empleos) a una acentuada desigualdad de ingreso en los hogares. (CEPAL p. 18)
En su informe la CEPAL destaca que una de las manifestaciones de la heterogeneidad estructural es la concentración de una gran proporción de los empleos (49,3% del total en 2013) en sectores que demandan pocas capacidades técnicas de la mayoría de los trabajadores que se desempeñan en empleos de baja calidad e informales, con bajos ingresos y escaso o nulo acceso a mecanismos de protección social. La situación se complica en el caso de mujeres, jóvenes, indígenas y afrodescendientes quienes proporcionalmente son mayoría en empleos de bajos ingresos, lo que conduce a un acceso estratificado a la seguridad social, una elevada vulnerabilidad y niveles de bienestar muchas veces insuficientes para los ocupados y sus dependientes, manifestándose durante la vejez en desigualdades y brechas con fuertes sesgos de género. (CEPAL)
Particular indignación provoca un flagelo que azota a muchos pueblos: la proliferación del trabajo infantil, reconocido por UNICEF y por la Organización Internacional del Trabajo en el Informe “Trabajo infantil: estimaciones mundiales 2020, tendencias y el camino a seguir”. En ese texto se denuncia la cantidad de niños que trabajan en el mundo, cifra elevada a 160 millones, tras un aumento de 8,4 millones en los últimos cuatro años. De igual forma se reconoce que debido a los efectos de la COVID-19 las nuevas crisis económicas y el cierre de centros educativos han incrementado las peores formas de trabajo infantil debido a la pérdida de empleo e ingresos de las familias vulnerables. Impresiona la referencia al aumento sustancial de la cantidad de niños de 5 a 11 años que trabajan. (UNICEF 2021)
Son problemáticas que cimentan los mecanismos de alienación humana desde la infancia en todas las regiones del mundo, de ahí que profundizar sobre el trabajo como actividad social central debiera ser tema de obligado estudio y permanente atención de los procesos emancipatorios con determinados niveles de luchas antiimperialistas y anticapitalistas. En el caso de la transición socialista la calidad y democratización del trabajo son condiciones de su desarrollo que merecen una adecuada jerarquización dentro de las políticas públicas basadas en la justicia social.
Uno de los aportes más notables sobre el necesario desmontaje del trabajo alienado lo realizó Ernesto Che Guevara en su emblemático ensayo El socialismo y el hombre en Cuba (1965) donde coloca el trabajo emancipado como centro de las políticas públicas en un proceso de transición socialista. En esa dirección Che Guevara eleva el trabajo a una nueva categoría que se opone al concepto tradicional que lo reduce a una obligación o un castigo que en el capitalismo implica la venta de la fuerza de trabajo, mientras que en el socialismo debe vincularse al deber social y a la realización individual:
[…] el trabajo debe adquirir una condición nueva; la mercancía-hombre cesa de existir y se instala un sistema que otorga una cuota por el cumplimiento del deber social. Los medios de producción pertenecen a la sociedad y la máquina es sólo la trinchera donde se cumple el deber. El hombre comienza a liberar su pensamiento del hecho enojoso que suponía la necesidad de satisfacer sus necesidades animales mediante el trabajo”. (GUEVARA, 2011 p. 232).
Che Guevara se preocupó por lograr un real involucramiento de los trabajadores, no solo en el proceso de producción, sino también para incidir en las decisiones en el ámbito laboral y en el control de los recursos y la gestión. De igual forma apeló a la transformación y ampliación del trabajo de necesidad material a necesidad espiritual cuando el rol del trabajo se jerarquiza concibiéndolo más allá de medio de subsistencia y entendiéndolo como espacio de realización individual y como fuente de estímulos de diferente naturaleza, incluyendo lo moral:
Hacemos todo lo posible por darle al trabajo esta nueva categoría de deber social y unirlo al desarrollo de la técnica, por un lado, lo que dará condiciones para una mayor libertad, y al trabajo voluntario por otro, basados en la apreciación marxista de que el hombre realmente alcanza su plena condición humana cuando produce sin la compulsión de la necesidad física de venderse como mercancía (GUEVARA 2011, p.232).
La concepción guevariana del trabajo es uno de sus aportes que se entrelaza con la búsqueda de la realización humana en el camino de eliminación de la alienación derivada de las presiones que ejercen los mecanismos capitalistas sobre las personas. Es el núcleo de su ideal de “Hombre Nuevo” que implica un desmontaje de las fórmulas que provocan trabajo alienado, y que es condición indispensable para el avance de la transición socialista. Es un ser humano integral, educado y con elevados valores éticos; despojado de taras y ambiciones derivadas de la sociedad capitalista y que se va gestando en un largo proceso para ver al hombre liberado de su enajenación. (Guevara 2011 p. 227-233).
Esa concepción, y las prácticas que se desenvuelven en el marco de la revolución cubana, constituyen una antítesis del trabajo alienado, por su carácter ético-axiológico y por tanto, humanista al considerarlo un valor con gran peso en el cambio civilizatorio y cultural que debe generar el socialismo opuesto no solo a la explotación de la fuerza de trabajo humano, sino también al individualismo exacerbado que predomina en el capitalismo.
En la actualidad la asimetría y desigualdad entre las naciones se profundizan. A través de la usurpación, el intervencionismo, la violencia y la baja catadura moral de las grandes potencias imperialistas que se encuentran complementados no solo por la fuerza arrolladora del mercado pero también por nuevos recursos políticos y cultural-ideológicos.
A escala planetaria, en el campo de la conciencia y la subjetividad, su predominio ideológico-cultural se impone a través de sus grandes medios transnacionales de desinformación, el extenso uso de las nuevas tecnologías de información y de la poderosa maquinaria de su ‘industria cultural’ hegemónica. Ha conseguido que su cultura muchos la tengan como paradigmática. El estilo de vida estadounidense y el consumismo se universalizaron. El marketing se encargó de difundir la asociación de sus productos de consumo con el éxito en la vida y el bienestar social.
Los valores globalizados – señalaba el intelectual cubano Abel Prieto - son los del modo de vida norteamericano, sus estilos de consumo, el culto al instante, al placer, la amnesia… Tan resonante ha sido su éxito que mantiene hipnotizadas a muchas de sus propias víctimas. Mucha de la fuerza estadounidense en el mundo sobrevive en el estilo de vida estadounidense, en la influencia de su “industria del entretenimiento” y de sus medios de difusión y de su predominio en el campo de las nuevas tecnologías de la información.(PRIETO 2016)
Los órganos de poder estadounidenses han sido hábiles e inescrupulosos en el uso de las redes sociales como arma ideológica y política para imponer sus proyecciones y desacreditar lo que se le oponga. Para lograrlo promueven, controlan y manipulan los contenidos y los entornos de participación en la red. A través de decisiones de sus gigantes tecnológicos y sus plataformas Facebook, Google, Twiter o Youtube regulan en gran medida lo que se publica a nivel global y a la vez realizan censuras o promoción de noticias falsas. Muy altos porcientos de la información electrónica en el mundo pasa por algún nodo administrado directa o indirectamente por Estados Unidos y con ello han impuesto un modelo de conectividad dependiente de las lógicas del mercado.
Existiría la posibilidad y el peligro de una especie de nueva colonización de la mano de las Nuevas Tecnologías de la Información (incluyendo ahora ámbitos de la Inteligencia Artificial y del llamado Big Data. (GARCÍA 2021 p. 361)
Sobre esas bases, así como con su política de sanciones, sus capacidades financieras y su amenaza militar, Estados Unidos se esfuerza por expandir su jurisdicción por sobre las lógicas de mercado.
Hoy las conexiones entre lo nacional y lo internacional se hacen mucho más complejas cuando Estados Unidos también trata de imponer un modelo único de desarrollo y de democracia, a la vez que trata de ratificar su hegemonía modelando mecanismos de regulación y control internacional para ejercerla. Para ello atenta cada vez más contra cualquier búsqueda de alternativas para lograr desarrollo económico independiente y justicia social.
Es un contexto que obliga a retomar la categoría “sistema de dominación múltiple”, acuñada por el destacado educador popular panameño, ya fallecido, Raúl Leis, para sintetizar un conjunto de prácticas de explotación económica y exclusión social (VALDEZ, 2021). Se trata de una categoría que sintetiza las formas históricas de dominación imperialista mantenidas o perfeccionadas a lo largo del siglo XX y principios del XXI, que actúan en las esferas económica, política, ambiental y cultural y nos revela la realidad en que vive la inmensa mayoría de los países, especialmente los del sur sometidos además al accionar de las grandes transnacionales y al efecto del intercambio desigual.
El sistema de dominación imperial incluye diversas formas de opresión política con la imposición de patrones de democracia formal centrada en un manifiesto predominio plutocrático, la competencia de partidos políticos, y presiones de todo tipo para moldear las mentes de los electores. Se utilizan mecanismos jurídicos y otros obstáculos para excluir o disminuir la participación en las urnas de sectores sociales y fuerzas alternativas, el extendido uso y presencia de la demagogia, la corrupción, y el clientelismo político. Ello en el contexto del secuestro del estado por las élites de poder, así como la labor cómplice y apabulladora de los grandes medios de difusión oligárquicos.
No sería una digresión si recordamos la fundamentada tesis del politólogo egipcio Samir Amin acerca del capitalismo cuando demuestra que desde sus orígenes ha sido un sistema excluyente y polarizante por naturaleza, con construcción de centros dominantes y periferias dominadas. Su reproducción más profunda en cada etapa es propia del proceso de acumulación del capital operante a escala mundial, fundado sobre lo que este politólogo llamó la ley del valor mundializada. (AMIN 2003 p. 71)
Con relación al estado-nación, hoy se distinguen esos dos polos bien diferenciados: los países imperialistas como centro y los subdesarrollados considerados como periferia pero que son espacios geopolíticos donde también confluyen los vínculos entre Estado, mercado, lo nacional, lo clasista y lo mundial. En esa “periferia”, y con gran relieve en América Latina y el Caribe, se han generado importantes luchas anticapitalistas y movimientos sociopolíticos y revolucionarios para contrarrestar los negativos efectos que ocasionan el imperialismo global y el neoliberalismo a más de las dos terceras partes de la humanidad.
Es indiscutible que hacia el interior de los países, en las condiciones actuales, se han producido cambios y reestructuraciones en las funciones del Estado que aunque no modifican su naturaleza clasista, sí implican una marcada disminución de sus responsabilidades en la proyección de políticas públicas para incidir en el mejoramiento de las condiciones de vida de gran parte de la población y en la eliminación de grandes brechas de desigualdad y pobreza. No es la primera vez que eso ocurre, pero hoy tiene alcance planetario y es un proceso regulado por una gran potencia cuando las políticas económicas internas de los países del sur se subordinan a los intereses de las grandes transnacionales que tienen su enclave territorial en los países del centro imperialista.
La red de dominación múltiple tiene su avanzada en Estados Unidos y ha llegado a ser componente del orden mundial vigente. Se basa en el uso de variados recursos, incluyendo la legitimación –léase pretexto- del genocidio como derecho auto concedido para justificar cualquier invasión armada o promover acciones para derrocar presidentes legítimamente electos o para desestabilizar genuinos procesos de liberación nacional.
Otro rasgo del sistema es que la soberanía nacional de los países de la llamada periferia, a pesar de haber sido conquistada a través de luchas nacionales por su independencia, hoy deja de ser un atributo del Estado-nación y una fuente regulatoria del interés común interno para convertirse en un fetiche instrumental al servicio de los intereses del mercado globalizado. Al respecto algunos autores han acuñado el concepto de estados-mercados en los que se abandonan los intereses de diversos sectores nacionales a favor de los intereses de las grandes transnacionales.
Hay restricciones de la soberanía nacional cuando también se impone un pensamiento único sobre el desarrollo socioeconómico que legitima solamente al capitalismo como el régimen válido, se pretende identificar democracia con predominio del mercado y al neoliberalismo como doctrina y modelo de su desenvolvimiento actual. Se trata de injerencias en los asuntos internos de los países que, por ejemplo en América Latina y el Caribe, son impuestas por Estados Unidos desde 1823 al ser la primera región del mundo para la cual diseñó explícitamente una política exterior, la doctrina Monroe, un año antes de la batalla de Ayacucho que consagró la definitiva independencia de las colonias de América de la corona española”. (GANDÁSEGUI 2007 p. 7).
La Doctrina Monroe ha sido la fundamentación de una política con sucesivas adaptaciones, pero sostenida a lo largo de mucho más de un siglo. Hay una larga y lamentable historia que muestra la vigencia de los conceptos levantados por esa doctrina a la que se han plegado determinados organismos internacionales. Es el caso de la desprestigiada Organización de Estados Americanos (OEA) con una larga hoja de servicios a Estados Unidos. Entre ellos, muy recientemente y de la forma más descarnada, su injerencia en los asuntos internos de Bolivia con decisivo apoyo al golpe de Estado contra el Presidente Evo Morales.
Lo cierto es que las afectaciones a la soberanía nacional de los países, por ejemplo los latinoamericanos y caribeños, alteran al menos tres potestades que corresponden a los Estados nacionales:
- El diseño de las políticas económicas que ahora se perfilan por organismos supranacionales, a lo que se une el importante peso que se concede a las grandes transnacionales con fuerte influencia en las políticas socioeconómicas locales y en la explotación y control de importantes recursos naturales.
- La definición soberana de mecanismos de gobierno cuando los países se ven obligados a importar un modelo formalmente definido como democracia pero vaciada de sus principales atributos cuando la democracia solamente se identifica con capitalismo y con mecanismos electorales sin reivindicar la participación y el control popular.
- La función interna ideológica también se ve afectada por un patrón ideo-cultural que produce un vaciamiento de lo autóctono y un alejamiento de las tradiciones nacionales. Constantemente los grandes medios masivos predominantes reproducen esquemas culturales diseñados en Estados Unidos o Europa de forma tal que la iniciativa y autoctonía cultural va cediendo terreno a la copia de lo foráneo.
Atendamos también por su enorme importancia los serios problemas ambientales que amenazan al planeta y a nuestra propia existencia. En su esencia tales problemas no están desasociados de la naturaleza irracional del sistema capitalista.
Han sido expuestos en importantes foros e informes, entre los que sobresalenlos desoladores análisis realizados por el Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC) en fundamentados informes presentados hasta el 2022. En ellos se ratifica lo informado desde 1988, y lo analizado en 2006, sobre el inevitable calentamiento del planeta, a la vez que el nivel del mar seguirá subiendo durante más de un siglo.
Un organismo perteneciente a la Organización de Naciones Unidas (ONU), conformado por miles de científicos de más de 120 naciones, previó, y ha ratificado que la salud, la vida y los medios de subsistencia de las personas, así como los bienes y las infraestructuras críticas, incluidos los sistemas de energía y transporte, se ven cada vez más afectados por los peligros de las olas de calor, los deshielos, las tormentas, las sequías y las inundaciones, así como por los cambios de evolución lenta, como la subida del nivel del mar. También se alerta sobre la extinción de plantas y animales y la proliferación de hambrunas y de enfermedades tropicales como malaria y dengue, entre otras. (IPCC, 2022)
El problema es muy complejo, al existir una estrecha relación entre el deterioro ambiental y las responsabilidades socioeconómicas y políticas de las grandes potencias imperiales que generan más del 25 por ciento de los gases de efecto invernadero del mundo. A pesar de ello Estados Unidos se ha negado a suscribir el Acuerdo de Kyoto y a tomar cualquier medida tendiente a mitigar el desastre. De igual forma debe reconocerse el negativo rol de las transnacionales que explotan indiscriminadamente las reservas minerales y de agua, a la vez que devastan los bosques. De ahí la necesidad de desechar el errado concepto de que es un tema que sólo concierne a científicos, naturalistas o ecologistas. (FERNÁNDEZ, 2007)
Lo anterior es corroborado por los mencionados informes cuando tienen en cuenta que los niveles de vulnerabilidad de las personas al cambio climático están influidos por las condiciones de desarrollo socioeconómico, de inequidad y marginalidad en que vivan. Conocido es que más de 3 mil millones de personas, es decir, casi la mitad de la humanidad, viven en regiones y países con alta vulnerabilidad.
Junto con la banalización de la política y el despliegue de guerras y destrucciones, la naturaleza ha sido modificada negativamente con las crisis ambiental y energética y por la usurpación y agotamiento de los recursos naturales. También ha existido cinismo, como el que emana de la promoción de ciertas compañías para exportar la reconstrucción de lo destruido por ellos mismos en otros territorios. Se produce algo similar a lo ocurrido con el tráfico de drogas, cuando los grandes centros del capital que son sus promotores fundamentales se auto presentan como víctimas, y utilizan la supuesta lucha antidrogas para encubrir algunas de sus intervenciones y desmanes.
De forma similar ocurre con la pandemia por la que atraviesa la humanidad desde marzo del 2020. Como dice Leonardo Boff, ésta obliga a pensar ¿qué es lo que cuenta: la vida o los bienes materiales?, ¿el individualismo o la solidaridad?, ¿la explotación de la naturaleza o su protección? (BOFF 2020) de todo ello se deduce el imperativo de pensar sobre la necesidad de democratizar los logros de la ciencia, la tecnología y la innovación. Todos sabemos que es urgente, por ejemplo, desmontar el mercantilismo que ha venido afectando no solo el suministro de vacunas sino todo el engranaje capitalista y monopólico de la industria y el sector farmacéutico, y de los suministros y servicios médicos en general.
Lamentablemente la catástrofe que pone en riesgo al propio ser humano, tiene cómplices en algunos medios de comunicación que dan a conocer de manera profusa y sensacionalista los efectos del fenómeno climático, pero esconden sus raíces al desvincular los problemas ambientales de sus causas en un sistema donde prevalece el consumismo desenfrenado y el afán de lucro.
Lo cierto es que buena parte de la actividad humana ha devenido causa fundamental del deterioro ambiental. Por supuesto que no es toda actividad humana, sino aquella íntimamente vinculada con un desarrollo capitalista irresponsable, y hay sobradas pruebas de que existe una estrecha relación entre los problemas ambientales y los de carácter socioeconómico y político.
En esas circunstancias cabe preguntarse si existe posibilidad de revertir el desastre climático dentro del modo de producción capitalista, o si en los marcos del capitalismo pueden eliminarse la pobreza y las grandes brechas de desigualdad que existen en todas las latitudes, y que en muchas ocasiones han forzado a comunidades enteras a prácticas de sobrevivencia que dañan también el medio en que viven.
Responder las preguntas requiere tener en cuenta que la voracidad irracional del capitalismo resta posibilidades de solución dentro del sistema, por lo que sigue en pie la búsqueda de un nuevo paradigma de desarrollo opuesto a la explotación capitalista y encaminado a la protección del ser humano y la naturaleza.
Entre las formas de dominación provocadoras de altos niveles de enajenación en amplios sectores de la sociedad, están las ya mencionadas del inescrupuloso uso de los grandes medios de comunicación, junto con la producción cultural. El agravante está en las dificultades para identificar los mecanismos de dominación que tras ellos se esconden. Debe reconocerse la habilidad, especialmente de Estados Unidos, para generar cultura e ideología que tienden un tupido velo para tapar los enormes daños que el capitalismo ocasiona a diversos sectores de la sociedad, a pueblos y naciones. También para tratar de invisibilizar sus contradicciones. Lamentablemente, ese velo surte efecto en muchas personas, sobre todo en las jóvenes generaciones.
Se trata de dominación como capacidad de auto promoverse con un rostro atractivo que transita a través de la cultura de la imagen hoy impuesta, junto con la cultura de la palabra que acompaña al liberalismo durante siglos. Con esos recursos penetran las subjetividades, el imaginario popular y los proyectos de vida personal, de forma tal que todo lo funcional para el capitalismo y el imperialismo se impone como práctica cultural que llega a penetrar a millones de seres humanos.
La dominación capitalista también se ejerce desde lo cultural, para opacar el lado de la violencia y la barbarie. Con gran habilidad, y millonarios recursos, ese país se ha auto dotado y ha promocionado una cara bonita que atrae con símbolos en la cultura del entretenimiento, en los medios masivos de comunicación, en la moda y en la difusión “esperanzadora” de una ideología a favor del modo de vida capitalista que, para millones de seres humanos, no deja de ser más que un ideal irrealizable.
No hay que esforzarse mucho para mostrar el predominio actual de una cultura de mercado con centro en EEUU, una cultura como negocio, como instrumento de dominación acompañada por el miedo, que lamentablemente puede funcionar como un elixir paralizante. Es el caso del temor al desempleo, a enfrentar las consecuencias del endeudamiento o de los desplazamientos identitarios que se han generado como consecuencias del sistema en forma de las llamadas tribus urbanas, mafias, pandillas juveniles o con el crecimiento de la violencia hacia mujeres, niños y ancianos.
Se fomenta una cultura que trata de opacar la violencia económica y bélica que de hecho trae aparejado discriminación y violencia contra los pobres. Sin embargo, paradójicamente estos pasan a aparecer como los grandes culpables a castigar, mientras se oculta la verdadera causa que los hacen marginales: la injusticia social.
No es posible analizar el sistema de dominación del capitalismo globalizado al margen de la decadencia del imperialismo yanqui, proceso ya iniciado, lento, pero acumulativo de disfunciones internas y externa que van minando su hegemonía.
A pesar de su factura en las primeras décadas del siglo XX, la obra de Gramsci contribuye al análisis de la crisis de hegemonía por la que atraviesa Estados Unidos en la actualidad. Para el comunista italiano la crisis de hegemonía se origina cuando determinado sistema social, grupo, partido, organización o líder, deja de ser reconocido por quienes los deben sustentar, lo que conduce a soluciones de fuerza. Al decir de Gramsci esa situación:
[…] se refleja en todo el organismo estatal, reforzando la posición relativa del poder de la burocracia (civil y militar), de la alta finanza, de la Iglesia y en general de todos los organismos relativamente independientes de las fluctuaciones de la opinión pública. En cada país el proceso es distinto, si bien el contenido es el mismo. Y el contenido es la crisis de hegemonía de la clase dirigente, que se produce ya sea porque la clase dirigente ha fracasado en alguna gran empresa política para la que ha solicitado o impuesto con la fuerza el consenso de las grandes masas (como la guerra) o porque vastas masas (especialmente de campesinos, de pequeño-burgueses a intelectuales) han pasado de golpe de la pasividad política a una cierta actividad y plantean reivindicaciones que en su conjunto no orgánico constituyen una revolución. Se habla de «crisis de autoridad», y esto precisamente es la crisis de hegemonía o crisis del Estado en su conjunto (GRAMSCI, 1985 p. 53, §23).
La historia corrobora la certeza de ese análisis y muestra que la declinación de imperios y poderes de determinadas potencias, siempre ha sido un largo y paulatino proceso en el que empeoran o se resquebrajan ciertas características de sus mecanismos de sustentación y dominación, a lo interno y en el plano internacional.
En el plano interno sobresalen notorias afectaciones que tiene Estados Unidos en la esfera de la economía dadas por la disminución del peso de la industria manufacturera en el Producto Interno Bruto, fragilidad de la banca, la progresión de déficits comercial y fiscal, y la dependencia de fuentes externas de suministro. A ello se une la controvertida opción de moderar el gasto militar (más de un millón de millones) con aumentos cada año, a la vez que se siguen imponiendo intereses favorables al militarismo y las pretensiones de despliegue y control en todos los rincones del planeta. O sea, la misma sobre expansión que alimenta la declinación y es una de las causas del deterioro social, de las infraestructuras, los déficits económicos y de la enorme deuda externa. (GARCÍA, 2021 p. 345-346).
En el camino de declinación económica y de su hegemonía internacional, no debe obviarse que después del fin del boom económico de post guerra y de los impactos negativos colaterales que genera internamente la globalización neoliberal, en paralelo al excesivo gasto militar sostenido, en Estados Unidos se genera un proceso de desindustrialización, fuga de inversiones y puestos de trabajo al exterior, con gran endeudamiento y enormes desigualdades; se ha convertido en una economía rentista.
Una de las consecuencias de ese proceso es la agudización de las contradicciones al seno de sus élites de poder. Hay visibles evidencias de que el sistema político norteamericano y los grupos dominantes enfrentan una crisis de legitimidad reflejada en la descomposición del bloque histórico, oligárquico y racista, imperante desde finales de la guerra civil, pero desestabilizado en el contexto de la globalización capitalista. En ese marco la credibilidad internacional de Estados Unidos se debilita visiblemente, incluso en el marco de sus aliados. Algunos hechos han incidido, sobre todo a partir de la derrota en Vietnam y otros serios descalabros como el sufrido en Afganistán. (GARCÍA 2021, p. 345).
Pero sigue siendo la principal potencia mundial con suficientes influencias que le otorgan ser el emisor de la moneda que sirve de principal reserva mundial y la derivada del poderío de sus medios de difusión y de sus armamentos siempre utilizados como instrumentos de dominación. También conserva muchos de los principales bancos y empresas transnacionales y extiende su influencia a través del tejido de relaciones con las élites locales capitalistas, figuras públicas y del personal dentro del sistema de organizaciones internacionales.
Con esos y con otros ilegítimos recursos interfieren en muchos lugares del planeta con capacidad de destruir, pero ya imposibilitado para controlar la situación, de ahí que las afectaciones a su hegemonía vayan acompañadas de demostraciones de fuerza política, militarista y expansionista, especialmente utilizadas para desmontar proyectos alternativos e imponer a toda costa el capitalismo realmente existente en un mundo que no siempre responde a sus pretensiones y donde ha tenido serios descalabros.
En los últimos años, y particularmente después de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001, el gobierno de Estados Unidos ha diseñado diferentes planes de injerencia en otros países con el pretexto de proteger su elástico concepto de seguridad nacional. Algunos autores afiliados al neoconservadurismo plantean que aquellos ataques obligaron a pensar en una nueva política exterior que demostrara su superioridad y capacidad de control, a la vez que brindaron la oportunidad para explicarla al pueblo norteamericano.
Sectores de la oligarquía cultivan renacidos sueños geopolíticos de dominación global. Ha habido una progresiva militarización de la política exterior estadounidense. Actualmente, neoconservadores y liberales intervencionistas se han apoderado de posiciones claves en el Departamento de Estado y otras instancias de poder.
Un elemento clave del poder en Estados Unidos es el llamado Complejo Militar Industrial, una enorme red de instituciones e intereses creados a lo largo del país que rige buena parte de la política de gobierno, independientemente del presidente de turno o de qué partido cuente con la mayoría parlamentaria.
Además, hasta el presente grandes segmentos del público estadounidense son sistemáticamente seducidos por la glorificación bipartidista de las guerras o se muestran indiferentes ante ellas, o se les oculta la magnitud de lo que realmente ocurre.
De manera natural sectores oligárquicos empeñados en la expansión de sus negocios y su predominio en diversos confines del planeta echaron mano a la añeja y arraigada creencia en la excepcionalidad de la nación estadounidense y de un supuesto destino manifiesto que le habría sido “asignado por la Providencia”. Justifican su agresividad detrás de una llamada responsabilidad de proteger y el ‘deber moral’ que asumen como nación “predestinada” e indispensable.
La nueva estrategia de seguridad nacional de Estados Unidos vigente desde septiembre de 2002 sigue ese razonamiento y auto concede a ese país poderes ilimitados para el control del mundo en nombre de la preservación de sus intereses. Ello presupone la atribución del derecho a definir qué países requieren de la intervención, incluso la armada, a legitimar cualquier injerencia en los asuntos internos de muchos países y a imponer paquetes de sanciones que se unen a bloqueos económicos para amedrentar y acorralar a gobiernos legítimos, como ocurre con Cuba, Venezuela y otros países.
Hace algunos años se acuñaron conceptos para calificar a países de la periferia que “requieren ser domesticados”: estados villanos, fallidos o patrocinadores del terrorismo, con la modalidad de hacer listas de los países que se incluyen en cada categoría e imponer sanciones.Desde esas perspectivas todo se subordina a la supuesta existencia de amenazas a los intereses de Estados Unidos, atribuyéndose potestades para monitorear países, implementar intervenciones humanitarias y derrocar gobiernos legítimos. Con gran cinismo ese país se apropia del derecho de reconstruir los daños ocasionados por sus propias injerencias.
Enfrentar el sistema de dominación múltiple en que se apoya el capitalismo contemporáneo es muy complejo, pero ineludible. Si bien no hay recetas para hacerlo, son muchas las realidades y las fuerzas subyacentes que impulsan y legitiman las luchas contra hegemónicas y antisistémicas desplegadas contra las políticas imperiales. Tales acciones reivindicativas tienen lugar en dos planos: hacia el interior de los países y para lograr desconexiones del sistema imperialista global.
La exclusión social y nacional hace que la búsqueda de alternativas a la situación imperante atraviese esos dos planos y, a la vez, que las luchas de clases encaminadas a lograr mayor equidad y justicia social, Crecientemente aparecen vinculadas con el antiimperialismo y el rescate de la soberanía nacional. De igual forma ocurre con las acciones desplegadas por los movimientos feministas, estudiantiles, de indígenas o afro descendientes, y las que favorecen un nuevo paradigma de desarrollo basado en la sostenibilidad y la protección del medio ambiente, entre otros.
Incluso en situaciones de reflujo no han faltado expresiones de la lucha de clases ni la movilización de nuevas capas populares e identitarias dentro de los países capitalistas, a la vez que se han creado organizaciones regionales y foros de países del sur para la integración y el apoyo mutuo con vistas al desarrollo independiente y para la reivindicación de los intereses de los pueblos y naciones más desprotegidos. Entre ellos sobresalen los creados desde la década de los años 60 del siglo XX, en el marco de la llamada Guerra Fría como son el Movimiento de Países no Alineados (NOAL) fundado en 1960 para dar voz a países subdesarrollados y agredidos, y la Organización de Solidaridad de los Pueblos de África, Asia y América Latina (OSPAAAL) creada en 1966 para desplegar acciones de solidaridad dirigida a la cooperación para el desarrollo y por la defensa de los derechos humanos.
Más tarde, en los años 90 del mismo siglo se destaca la creación de nuevos espacios de lucha y resistencia contra el imperialismo cuando los sectores populares pasaron a una nueva etapa de búsqueda de alternativas al orden internacional vigente, ya fuera a través de procesos electorales, luchas sindicales y de otros sectores, movimientos populares de diverso corte o con la creación de mecanismos de concertación para contrarrestar el neoliberalismo y el imperialismo.
Esa nueva etapa -todavía en desarrollo-, se inició en un contexto muy adverso marcado: 1) por la exacerbación del neoliberalismo y el despliegue del llamado Consenso de Washington, aplicado a la par con la generalización de políticas de choque, ajustes fiscales y la apertura forzada de las economías del Tercer Mundo a la más brutal penetración y sumisión al gran capital transnacional y 2) el retorno a un mundo unipolar como consecuencia del derrumbe del socialismo en la URSS y Europa del Este.
En aquel contexto hay que reconocer algunas de las más importantes luchas libradas contra las políticas neoliberales, como fue el caso del levantamiento neozapatista en el sur de México en 1994, el Encuentro Intergaláctico de 1996, las protestas en Seattle contra la reunión de la Organización Mundial del Comercio en 1999, la articulación del Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST) en Brasil, las victorias del movimiento bolivariano en Venezuela, entre otras. Pero, como plantea Boaventura de Souza Santos, el surgimiento de los foros alternativos fue la señal más consistente de la lucha de los movimientos y las organizaciones sociales en diferentes países y regiones del mundo contra las muchas caras de la exclusión social, económica, racial, etnocultural, sexista, religiosa, etc. (DE SOUZA 2018)
Los foros alternativos mundiales o regionales constituyen un importante eslabón en las luchas antiimperialistas y aportan al necesario proceso de reflexión y búsqueda de unidad entre las fuerzas progresistas a la vez que generan nuevas formas de internacionalismo cuando resaltan las luchas de clase contra el imperialismo que tienen lugar en varios países. Entre ellos sobresalen el Foro de Sao Paulo (FSP) y el Foro Social Mundial (FSM).
No es casual que el Foro de Sao Paulo fuera creado en 1990 por iniciativa del líder del Partido de los Trabajadores de Brasil (PT) Luiz Inácio Lula da Silva y del líder de la revolución cubana, Fidel Castro Ruz para promover fórmulas de concertación entre partidos y movimientos políticos de izquierda y progresistas de América Latina y el Caribe, región sumamente afectada por las políticas neoliberales. A pesar de su carácter regional el FSP ha alcanzado dimensión internacional por interacciones con fuerzas políticas y sociales de Norteamérica, Europa, Asia, África y Medio Oriente, y su participación en los Encuentros del FSM y sus ramificaciones en las Américas y en Europa.
De manera similar después de su primer encuentro en la ciudad brasileña de Porto Alegre Brasil en 2001, el FSM se desdobló en foros regionales temáticos sobre educación, teología, feminismo, y otros. También en foros nacionales con multiplicación de los escenarios de sus encuentros realizados en varios continentes, aunque a veces regresando a Brasil (Porto Alegre y Belém) hasta llegar a América del Norte (Canadá) en 2016. (DE SOUZA 2018).
Referirse a lucha y resistencia de varios países de América Latina y el Caribe contra el neoliberalismo y el sistema de dominación múltiple del capital, requiere tener en cuenta la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América – Tratado de Comercio de los Pueblos (ALBA-TCP), creada en diciembre de 2004 con el impulso de Fidel Castro Ruz y Hugo R. Chávez Frías. Se trata de una plataforma de integración de países de América Latina y el Caribe, que pone énfasis en la solidaridad, la complementariedad, la justicia y la cooperación, a la que en 2011 se sumó la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC). En ambos casos se trata de mecanismos de integración latinoamericana y caribeña a favor de los pueblos de la región y sin participación de Estados Unidos.
Con gran urgencia se requiere enfrentar la disyuntiva entre dominación y emancipación, entre el mantenimiento de las lógicas del capital -aunque aparezcan retocadas o disfrazadas- y la búsqueda de fórmulas de lucha y resistencia popular que abra caminos a procesos revolucionarios anticapitalistas conducentes a la construcción del socialismo o transición socialista como paradigma emancipatorio.
Como plantea Claudio Katz hay que estar conscientes de que las condiciones objetivas económicas y culturales, y la correlación de fuerzas existentes en el mundo y en sus países, obligarían a convivir durante no poco tiempo con formas de producción capitalista. (KATZ, p.71). Sin lugar a dudas eso genera retos y contradicciones de diverso tipo.
En el camino hacia el socialismo no hay recetas a prescribir, pues cada proceso revolucionario estará definido por sus contextos históricos y culturales lo que determina su carácter inédito, o con muchos elementos inéditos. No hay recetas, pero sí experiencias como las de la revolución cubana a lo largo de más de 60 años demostrando su doble carácter como revolución socialista y de liberación nacional con rescate de la soberanía nacional. Eso explica la agresividad de ese país contra la revolución cubana, también contra el proceso bolivariano en Venezuela y otros procesos que han aplicado políticas de beneficio para sus pueblos.
Estados Unidos nunca ha aceptado, ni aceptará, que Cuba se haya salido de su órbita de dominación e injerencia luego de violentas agresiones y de un brutal bloqueo económico, financiero y comercial desde hace 60 años.y de un persistente empeñode subvertir nuestro orden social, fabricar una oposición interna sembrar descontento y desconfianza en la población y lograr la reversión o el derrocamiento de la revolución.
Esa política de injerencia y descrédito es la que hay que desmontar para que el pequeño país pueda desplegar todas sus potencialidades en la construcción del socialismo como movimiento real hacia un nuevo tipo de sociedad con poder político de naturaleza popular que despliegue la emancipación y la hegemonía popular frente a la dominación múltiple del capital.
La experiencia histórica demuestra que en América Latina sectores nacionales burgueses, aun cuando sus intereses sean contradictorios con los del imperialismo yanqui, han sido incapaces de enfrentársele, o son paralizados por el miedo a la revolución social y al clamor de las masas explotadas. Situadas ante el dilema imperialismo o revolución, solo sus capas más progresistas estarán con el pueblo.
Esta tesis nos lleva a meditar seriamente sobre las ofertas o “soluciones” que algunos hoy ven en un régimen de corte socialdemócrata o en un retorno, mejor dicho retroceso, al liberalismo burgués siempre reivindicador del sacrosanto poder de la gran propiedad privada y del individualismo exacerbado. También nos da luces para distinguir entre los procesos genuinamente revolucionarios, como es el de Cuba, y los proyectos agotados en el llamado neo desarrollismo que algunos, lamentablemente también desde la izquierda, consideran como la respuesta adecuada para eliminar las contradicciones derivadas del subdesarrollo o de las políticas neoliberales, al margen de las soluciones que un proyecto socialista puede generar.
La confrontación ideológica y cultural entre capitalismo y socialismo sigue vigente, y éste, en mi criterio, sigue siendo la alternativa revolucionaria más radical, también para el rescate de la soberanía nacional y los recursos de los países del sur frente al imperialismo de Estados Unidos. A la vez se reconocen los inmensos valores que tienen las disímiles formas de lucha popular que toman fuerza en el contexto actual.
Si bien el anticomunismo ya no aparece como el eje visible de la doctrina de seguridad nacional de Estados Unidos, es evidente que se amplió el diapasón de hostilidad hacia cualquier proyecto de corte nacionalista y antiimperialista. Frente al sistema de dominación múltiple del capital no hay otra salida que luchar por su desmontaje y por el despliegue de procesos emancipatorios antiimperialistas en los ámbitos nacional e internacional donde tengan cabida todas las formas de lucha acorde las condiciones de cada contexto nacional, las particularidades de cada sociedad.
El mundo vive ahora momentos de peligros, pero también de oportunidades. El imperio sigue siendo muy poderoso, pero su influencia y capacidad de dominio se reduce. Muestra mucha frustración y rabia no contenida ante un mundo que no evoluciona acorde a sus pretensiones y donde pierde a ojos vista la capacidad de imponer sus reglas de juego.
Viene al caso recordar el espíritu de la Segunda Declaración de La Habana, emitida hace justamente sesenta años y que retomó los ideales y las tradiciones de lucha de los pueblos de Nuestra América. Lo hizo pensando en la patria grande, que hoy también convoca a los cubanos a preservar las conquistas del socialismo, no sentados para ver pasar el cadáver del imperialismo, sino actuando cada cual en su lugar en un continente donde cada vez se hace más visible la necesidad de contar con los humildes y con los trabajadores.
No basta enfrentar a gobiernos neoliberales, sino contrarrestar los patrones de dominio y subordinación que impone el capitalismo-imperialismo a seres humanos y a naciones despojadas de su soberanía. Razones históricas, socioeconómicas, políticas y culturales convocan cada día más a luchar por un mundo mejor.
Ya se han abierto nuevos derroteros de luchas populares, de pueblos y naciones que, a pesar de reveses y contradicciones acaecidas y posiblemente por acaecer, va empoderando un mundo popular lleno de razones avizoradas por aquella Declaración como,
[...] "ola de estremecido rencor, de justicia reclamada, de derecho pisoteado que se empieza a levantar por entre las tierras de Latinoamérica, esa ola ya no parará más. Esa ola irá creciendo cada día que pase. Porque esa ola la forman los más mayoritarios en todos los aspectos, los que acumulan con su trabajo las riquezas, crean los valores, hacen andar las ruedas de la historia y que ahora despiertan del largo sueño embrutecedor a que los sometieron.
Porque esta gran humanidad ha dicho: «¡Basta!» y ha echado a andar."