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CRISE DA DEMOCRACIA REPRESENTATIVA avanço do autoritarismo ou radicalizaçâo da democracia
Denih Monsiváis; Francesca Savoia; Joana A. Coutinh;
Denih Monsiváis; Francesca Savoia; Joana A. Coutinh; John Kennedy Ferreira
CRISE DA DEMOCRACIA REPRESENTATIVA avanço do autoritarismo ou radicalizaçâo da democracia
CRISE DA DEMOCRACIA REPRESENTATIVA: avanço do autoritarismo ou radicalizaçâo da democracia
Revista de Políticas Públicas, vol. 26, Esp., pp. 315-334, 2022
Universidade Federal do Maranhão
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Resumen: Este artículo refleja las participaciones en la mesa Crisis de la democracia representativa: avance del autoritarismo o radicalización de la democracia. Cuatro enfoques trabajan con la reflexión gramsciana sobre el fascismo, la democracia y la sociedad civil. Se trata de pensar un mismo fenómeno desde distintos enfoques: la disputa por la hegemonía, el fascismo de ayer y de hoy, y la contribución de Gramsci y Mariátegui al pensamiento de América Latina. A partir de categorías como autoritarismo estatal, fascismo y democracia, se debaten los límites de las democracias liberales y las aspiraciones radicales de las masas.

Palabras clave: fascism, democracia, estado.

Resumo: Este artigo reflete as participações na mesa Crise da Democracia representativa: avanço do autoritarismo ou radicalização da democracia. São quatro abordagens que trabalham com a reflexão gramsciana acerca do fascismo, da democracia e da sociedade civil. O que significa pensar sobre diferentes abordagens um mesmo fenômeno a disputa pela hegemonia o fascismo ontem e hoje e a contribuição de Gramsci e também de Mariátegui para pensarmos a América Latina. A partir de categorias como autoritarismo do Estado, fascismos e democracia debate os limites das democracias liberais e as aspirações radicais das massas.

Palavras-chave: fascismo, democracia, estado.

Carátula del artículo

Mesas temáticas coordenadas

CRISE DA DEMOCRACIA REPRESENTATIVA avanço do autoritarismo ou radicalizaçâo da democracia

CRISE DA DEMOCRACIA REPRESENTATIVA: avanço do autoritarismo ou radicalizaçâo da democracia

Denih Monsiváis
Universidad Nacional Autónoma de México―UNAM, Argentina
Francesca Savoia
Universidad Nacional Autónoma de México―UNAM, Argentina
Joana A. Coutinh
Universidade Federal do Maranhão - UFMA, Argentina
John Kennedy Ferreira
Universidade Federal do Maranhão - UFMA, Brasil
Revista de Políticas Públicas, vol. 26, Esp., pp. 315-334, 2022
Universidade Federal do Maranhão

Recepción: 14 Febrero 2022

Aprobación: 01 Julio 2022

1 INTRODUCCIÓN

Este artículo es resultado de la presentación de la mesa “Crise da Democracia representativa: avanço do Autoritarismo ou Radicalização da Democracia”, por lo tanto, refleja las contribuciones de cada uno de los participantes. Conjuntarlas fue una tarea difícil, sin embargo, en todas ellas está presente el interés por reflexionar sobre la crisis democracia bajo el capitalismo, el fascismo como proceso histórico y como categoría analítica y las expresiones contemporáneas de autoritarismo en América Latina que parecen responder a un proceso de fascistización ante la crisis de hegemonía liberal.

La primera parte está compuesta por un acercamiento a la contribución de Gramsci acerca del fascismo, quien sostiene una lectura particular de Marx para su propia elaboración. Le sigue un vistazo sobre la coincidencia temporal y de intereses entre Gramsci y Mariátegui. En un segundo momento, encontramos las contribuciones que tratan de pensar el avance de la extrema derecha, la crisis de la democracia liberal representativa y la disputa por la hegemonía en la sociedad civil, particularmente, a la luz de procesos y fenómenos de Brasil y México. Todos estos elementos persiguen comprender la coyuntura que vivimos en este momento y la actualidad de las formulaciones de Gramsci y Mariátegui.

2 Desde Gramsci hacia Marx: la praxis como horizonte de visibilidad

El sostener el debate sobre los procesos de fascistización en América Latina conlleva reflexionar sobre dicho término, como noción y como proceso histórico. Este apartado tiene por objetivo señalar algunos elementos que son importantes para dar cuenta de la originalidad del análisis gramsciano del fascismo, en el cuadro más amplio de una teoría marxista del Estado y de la política. Ante todo, Gramsci mira al fascismo como a un proceso histórico y no como a una noción genérica, un esquema ideal, una generalización sociológica, porque asume la historicidad como pivote crítico del análisis marxista. El cambio de sus énfasis interpretativos corresponde al reconocimiento de una transición en acto.[1]

Como es sabido, en la segunda mitad de los años veinte, el fascismo italiano había logrado superar la crisis del 1924 y, con ella, su fase movimentista. Para el Gramsci de Los cuadernos de la cárcel, el fascismo había evolucionado de la conquista del Estado hacia un proceso de construcción estatal. Pero no solamente, sino que el régimen perseguía una re-forma del Estado en su acepción integral, o sea, buscaba, constituir una relación ―novedosa en la historia italiana por su carácter orgánico― entre sociedad política y sociedad civil Otra premisa que considero importante retomar: solo historizando, contextualizando, a Gramsci, creo posible proceder hacia su clasicidad, siendo este un esfuerzo que nos obliga a encarar al marxismo como praxis.

Desde el horizonte de la praxis, el marxismo puede aspirar a la comprensión del movimiento histórico sólo si se reconoce, se asume y se auto-crítica como una ideología. Esta conciencia de “partigianeria”, este saberse a sí mismo como una relación entre teoría y política, es lo que, desde los tiempos del Marx del Manifiesto, confiere al “marxismo” criticidad y, desde los de Gramsci, constituye la condición sine qua non de su potencialidad hegemónica. ¿Cuál es el marxismo de Gramsci y de su tiempo? La ideología del movimiento obrero internacional, el horizonte al cual el Gramsci de Los cuadernos nunca se considerará extraño, concibiendo sus reflexiones como una forma de intervención volcada a modificar la perspectiva y estrategia dominante en las filas comunistas a partir del reconocimiento crítico de un cambio de época.

Antes de la revolución bolchevique, y por lo que concierne al escenario de la historia italiana, el “primer” Gramsci había interpretado la politización de las masas populares ―debida a la contemporaneidad entre carnicería militar y revolución bolchevique― como una crisis del Estado por sus límites no sólo democráticos, sino liberales. A partir de la adhesión a la tesis de la apertura para Italia, del “hacer como en Rusia”, la crisis según Gramsci, así como para la Internacional Comunista, era del liberalismo como forma de civilización mundial. Para el Gramsci del bienio rojo, el 1917 representaba el parteaguas, el cambio de época, la fuerza efectivamente capaz de dirigir el movimiento histórico en el plano mundial, y la originalidad del proyecto ordinovista la revolución social como construcción, en proceso, de una nueva forma Estado, asumiendo la producción como terreno de formación del movimiento obrero como fuerza política dirigente.

Contemporáneamente a la emersión del movimiento fascista, aunque empeñado en individuar los caracteres novedosos del fenómeno, Gramsci leía al fascismo en términos sustancialmente concordantes con los del comunismo internacional: una reacción al protagonismo y viraje revolucionario de las bases obreras y socialistas. Es con la derrota del movimiento turinés, y en el cuadro más amplio de la derrota revolucionaria en Europa occidental, que la adhesión de los sectores populares al comunismo ya no depende, para Gramsci, de la fuerza de atracción ejercida, en el plano internacional, por la conquista bolchevique del Estado, sino del reconocimiento crítico de la capacidad demostrada por las fuerzas de conservación en frenar la radicalización de las masas en el terreno nacional. A partir de ese entonces, hay que subrayar, la perspectiva de Gramsci no significará el abandono del internacionalismo, sino la redefinición de sus formas dadas las nuevas determinaciones ideológicas de los sectores populares.

Antes de la encarcelación, la reflexión de Gramsci en torno al porqué de la derrota, paralela a lucha por asumir y consolidar la dirección del recién conformado Partido Comunista de Italia (1923-26) había esencialmente consistido en una elaboración propia de la revolución como frente unido. Empeñado en superar el determinismo teórico y el aislamiento del primer partido, Gramsci había ido repensando la cuestión de lo popular a la luz de la derrota de la revolución social en Europa, de una reorganización general, mundial, del capital y de la conquista, y reforma, fascista del Estado.

Toda la riqueza de esta elaboración teórico-política, será reconsiderada (e innovada) en Los cuadernos, o sea, en época de paralela consolidación de la forma estado fascista en Italia, del viraje de la Internacional Comunista hacia el “clase contra clase” y del avance de los Estados Unidos en la jerarquía mundial de los Estados. (VACCA, 1999). Un Gramsci, el de Los cuadernos, que no asume la primacía del plano nacional de la política, sino que reconsidera las necesidades de un internacionalismo realmente efectivo y progresivo; un Gramsci para el cual las especificidades nacionales no cuentan en sí, sino como bases críticas para la elaboración de líneas teórico-estratégicas generales. Un Gramsci que no argumentará, sic et simpliciter, las raíces políticas y culturales del fascismo en la historia italiana y/o europea, sino que emprenderá una labor de traducción entre determinaciones nacionales al fin de individuar la novedad, el cambio de época, en el plano de la historia mundial. [2] Los cuadernos, subraya Giuseppe Vacca, no tendrían que ser leídos como una reivindicación de la primacía política del terreno nacional, sino como un análisis dinámico de cómo los procesos políticos nacionales, fascismo incluido, pueden ser entendidos, para Gramsci, sólo en el plano mundial de los procesos históricos.[3]

El carácter que define, para el Gramsci de “la madurez”, la nueva época histórica se resume en la fórmula, o mejor dicho, en el concepto histórico-político de revolución pasiva. ¿Qué entender por un concepto histórico-político? Sustancialmente, el elegir un criterio político de interpretación histórica. ¿Cuál, en el caso de Gramsci? Se procederá por pasos, aunque sólo será un resumen de algunos de los aportes del análisis gramsciano. Por principio, la fuerza efectiva de cambio. Para Gramsci ˗y no solamente para el Gramsci de Los cuadernos, sino desde los artículos del periodismo militante˗ la crisis del Estado liberal en su especificidad histórica no se debía solamente a la radicalización del movimiento obrero, sino a la contemporaneidad entre esta radicalización y la movilización de sectores populares ˗campesinos y clases medias˗ que, en Italia, no solo eran externos al partido socialista, sino habían estado ausentes, hasta ese entonces, del escenario político como fuerzas organizadas,[4] aquello que el Gramsci de la cárcel nombra como “fenómeno sindical”, por el cual entiende, en sus varias formas, el carácter irreversible de la politización de las masas como rasgo esencial de la nueva época, por lo tanto, no sólo en Italia.[5]

Lo de Gramsci es un énfasis en el protagonismo de lo popular que, a su vez, se articula a una de las contribuciones fundamentales de su teoría política: el Estado en la acepción propiamente gramsciana, el Estado en su carácter integral. No solo Gramsci encuadra el Estado moderno como lo ha elaborado el mismo Marx, o sea, decosificándolo como una relación entre lo político y lo social que expresa, porque históricamente, es una separación aparente con efectividad ideológica. Gramsci, desde Hegel, elabora lo social como lo civil: un Estado ideológica y organizacionalmente conformado desde abajo.

En la perspectiva de Gramsci, siendo parte de este entramado, el pueblo -subraya Fabio Frosini- no es nunca una multitud.[6] Gramsci encuadra el pueblo, subrayo, en relación con el carácter de la sociedad civil de la cual es partícipe, o sea, como una relación entre fuerzas político-ideológicas. La entrada en el escenario histórico de sujetos que antes no tenían voz ha “quebrado”, para el Gramsci de Los cuadernos, la tenida ideológica del liberalismo, el estado de separación aparente. Es precisamente gracias al reconocimiento del protagonismo de las masas populares como momento de ruptura histórica que el análisis de Gramsci se coloca en discontinuidad con las filas del comunismo internacional de los años treinta, alcanzando una capacidad de previsión. En primer lugar, para Gramsci, una vez reconocida la centralidad política de las masas, el fascismo no expresa la crisis terminal del capitalismo, sino todo lo contrario, va recomponiendo el orden liberal-burgués. Una capacidad de reproducción frente a la cual el movimiento comunista internacional del tercer periodo no se encuentra teóricamente equipado, debido a aquellas que Gramsci considera degeneraciones teórico-políticas ―“socialismo en un sólo país”, tesis del “socialfascismo” y “bolchevización” de los partidos.

En segundo lugar, y aquí la capacidad de previsión, Gramsci reflexiona acerca de la proyección ideológica del fascismo, aislando la capacidad del liberalismo de recomponer su fuerza dirigente en continuidad con el pasado y en forma nueva: desde abajo y en términos regresivos y contradictorios. Una nueva forma Estado que es también una forma nueva de la sociedad civil y de la cual Gramsci prevé la continuidad en el plano internacional, aún más allá de una eventual caída del fascismo como régimen, como sociedad política, en el plano nacional.

El fascismo, afirma en forma casi sibilina el Gramsci de Los cuadernos, podría considerarse un “nuevo liberalismo, en las condiciones modernas […] precisamente la forma de ’revolución pasiva’ propia del siglo XX, así como el liberalismo lo fue en el siglo XIX”.[7] Evidente la relación de continuidad-discontinuidad entre el pasado del Estado liberal y el presente del Estado fascista. ¿En qué sentido, por lo tanto, es “revolución pasiva”? Hay que ir, aunque brevemente, al itinerario de la reflexión carcelaria.

En una primera fase de elaboración de las notas, Gramsci utiliza el término para indicar una “revolución sin revolución”, un proceso de formación estatal en ausencia de una “revolución política de tipo radical-jacobino”.[8] Por toda una primera fase, cuando Gramsci todavía enfoca la capacidad dirigente en los términos leninianos de “hegemonía política”, limita el concepto de revolución pasiva a una forma determinada de ascensión de la burguesía al poder, caracterizada por la ausencia de irrupciones ―de un momento constitutivo, podríamos decir con René Zavaleta― de carácter nacional-popular.[9]

Una vez avanzado en la elaboración de la teoría de la hegemonía y sus formas, una vez ampliada la “hegemonía política” en “hegemonía civil”, Gramsci transita del análisis de procesos de formación estatal hacia el análisis de la forma en la cual una fuerza dominante ha ejercido históricamente, y muestra ejercer, el dominio como dirección. En esta segunda fase de Los cuadernos, la revolución pasiva pasa a englobar fenómenos histórico-políticos pertenecientes a distintos cortes temporales y espaciales (Risorgimento, Restauración europea, Fascismo, Americanismo, procesos en actos en la URSS).

Como es más que sabido, la “hegemonía civil” según Gramsci incluye, pero no se limita a indicar, una alianza de clase (dirección de las clases aliadas y dominio de las adversarias). La “hegemonía civil” se refiere a la necesidad de dirigir un proceso de reforma intelectual y moral de la sociedad entera, proceso que Gramsci ve en acto en los años treinta, y no sólo bajo el fascismo, sino en la misma URSS. Es a este proceso de alcance internacional que Gramsci atribuye el epíteto de “revolución pasiva”.

En el cuaderno 15, la generalización historiográfica lo empuja hacia el plano teórico, momento en el cual Gramsci cumple el salto conceptual,[10] evidenciando la centralidad que va asumiendo, en el análisis de Los cuadernos, la perspectiva de la historia mundial. Relacionando el concepto con los principios del devenir histórico según el Marx del Prefacio de 1859,[11] Gramsci elabora un criterio político de interpretación histórica.[12] La revolución pasiva ahora indica, y es la elaboración definitiva, la nueva forma de la conservación política en la cual la fuerza potencial de cambio -los comunistas- necesita situarse si quiere revertirla en términos históricamente efectivos y progresivos.

Aquí dos anotaciones: en el debate actual, emerge frecuentemente la tendencia a leer la revolución pasiva como sinónimo de reformismo, este último vulgarmente reducido a un proceso de inclusión de demandas que llevaría a su inevitable des-radicalización. Una tendencia que ignora, por ejemplo, una lectura tan compleja como la de René Zavaleta, quien hablaba de la necesidad de enfocar, para revertir, la conversión en materia estatal de la “ansiedad de la base”, un acto del Estado en el cual la sociedad permanece objeto, no sujeto de la democracia.[13]

El oponerse a la permanencia de la sociedad popular como objeto pasivo ―tanto para Gramsci como para Zavaleta― conlleva la problematización de la relación histórica entre dirigentes y bases. En otros términos, la cuestión de la apuesta política implícita en el análisis gramsciano de la revolución pasiva engloba, y tiene su eje, en la cuestión política de los intelectuales según Gramsci. Sin entrar en su enorme densidad problemática, es preciso señalar un aspecto central en el análisis gramsciano del fascismo y de su posible evolución: la intervención de las masas populares en la vida estatal.

En el fascismo, el Gramsci de Los cuadernos reconoce un proceso de redefinición de la dirección liberal de la civilización por vía transformista y por iniciativa de las fuerzas de conservación, o sea, capaz de reabsorber, por intermediación ideológica, a las mismas fuerzas populares que, entrando por primera vez en el escenario como fuerzas activas, la habían puesta en entredicho. [14] Gramsci enfoca al fascismo como una restauración del estatus quo a través de su renovación, con eje en la dirección cultural de estas masas y, por lo tanto, desde la creciente importancia atribuida a las mediaciones intelectuales, centrales en la organización de lo que, nuevamente parafraseando a Zavaleta, podemos entender como marco de nacionalización: un proceso de transición de la igualdad formal hacia la unidad político-ideológica, cuyo carácter es él de la sociedad civil. En el fascismo, insisto, Gramsci no ve una degeneración por vía reformista, siendo la tesis del socialfascismo, propia de la Internacional Comunista del tercer periodo, del todo extraña y contraria a su perspectiva y esfuerzos teórico-políticos.

Regresando al tema del transformismo en época fascista, Gramsci problematiza y enfoca la dialéctica entre capacidad dirigente y subalternidad como causa determinante de la forma asumida por el Estado en su acepción integral. Cuando, en el cuaderno 15, vuelve a considerar el fenómeno histórico del transformismo, lo asocia también al concepto de cambio molecular, una serie de procesos de larga temporalidad, capaces de provocar, en el largo plazo, una mutación de los equilibrios entre fuerzas.[15]

En otras palabras, retomando sus análisis juveniles del transformismo y del cambio molecular y llevándolos a la reflexión en torno al fascismo, el Gramsci de Los cuadernos no sólo lo interpreta como una restauración en forma nueva, sino identifica en el fascismo una nueva forma de la politicidad moderna, una nueva relación entre lo político y lo social capaz de provocar mutaciones esenciales en el largo plazo, o sea capaz, en el lenguaje de Gramsci, de “hacer época”[16], que se extiende del plano nacional, al plano de la historia mundial. Un proyecto conservador que no solo conlleva una politización de masa, sino el encuadramiento ideológico y político de lo popular desde abajo y en organizaciones civiles permanentes. Una nueva forma estatal, en sentido integral, cuya reversión de lo reaccionario a lo progresivo depende de la efectiva capacidad de los comunistas de comprender el nuevo cuadro histórico-político, abandonando el marxismo-leninismo codificado en los años treinta, incapaz de reconocer la efectiva capacidad demostrada por el fascismo de proceder hacia la construcción de una capacidad dirigente, estatal, superando sus límites originarios (el subversionismo del movimiento y la escasa comprensión del Estado).[17]

La novedad del presente histórico es la razón por la cual, para explicarse el fenómeno fascista, el Gramsci de la cárcel inicia siguiendo análisis del Bonapartismo según Marx, para después proceder, a través del concepto de “revolución pasiva”, hacia una propia elaboración conceptual.

El Marx que, con la derrota de la primera revolución europea, intuye un cambio en la forma del Estado moderno, no es sólo el Marx de la burguesía que ha renunciado al parlamento, de la burguesía que, en contra del nuevo, la revolución social, ha establecido formas políticas anacrónicas, incapaces como tales de resolver una situación de crisis. Después del 1848, la burguesía ha sustituido al riesgo de la permanencia de la revolución social en la revolución política, una contrarrevolución política cuya forma no es, según Marx, la mera renuncia a toda apariencia de universalidad, sino la proyección a un nivel superior del estado paradójico de contradicción del liberalismo consigo mismo.

En el bonapartismo, Marx reconoce una forma del poder político fundamentada en el consenso de masas anteriormente dispersas y desorganizadas, aquel mundo popular que ha encontrado su propia expresión política en Bonaparte y que no es, como en la fase jacobina, políticamente movilizado desde arriba, sino ideológicamente organizado desde abajo. La nueva forma continua necesitando aquella que Marx ha identificado, desde su confrontación con Hegel, como la esencia del Estado moderno, la necesidad de una relación unitaria -orgánica- entre el ejercicio del poder como dominio en la sociedad política y como dirección en la sociedad civil.

Para el Marx del 1851, el capitalismo no puede reproducirse orgánicamente sin liberalismo. Aquí parecería residir la diferencia no sólo con el periodo histórico, sino con el mismo análisis de Los cuadernos de la cárcel. Sin embargo, no tenemos dos perspectivas teórico-políticas antitéticas, sino, y en el caso de Gramsci, una ampliación conceptual. Como mencioné arriba, Gramsci habla del fascismo como nuevo liberalismo en época de revolución pasiva y subrayo “en época de revolución pasiva”. O sea, vuelvo a enfatizar, Gramsci no nos está diciendo que entre liberalismo y fascismo no hay diferencia, sino que el fascismo busca, porque necesita, jugar un rol hegemónico, como supo hacerlo el liberalismo del siglo XIX. La diferencia histórica, capaz de “hacer época”, reside en el eje de esta hegemonía: no en el consenso de la burguesía, sino un consenso popular y organizado. Gramsci quiere llevar el análisis del fascismo, como Marx hizo en el caso del bonapartismo, a una finura capaz de reconocer su dimensión compleja, estatal en sentido integral, político-cultural, y al fin de aislar las contradicciones en las cuales intervenir. Tanto para Gramsci, así como para Marx, siendo este otro punto de convergencia, el movimiento de la historia permanece abierto. La forma de esta permanencia, sin embargo, es históricamente distinta.

El Marx de la derrota del cuarenta y ocho europeo experimentaba una fase de transición de éxitos inciertos, momento en el cual la historia no procedía por una relación entre fuerzas organizadas, sino por su desestructuración y entrada en un proceso de redefinición ideológica, así como nos trasmitió en sus “análisis de coyuntura”. La democracia liberal, la apariencia del interés unitario, había cedido lugar a la incapacidad de cada uno de los dos polos fundamentales del antagonismo social de clase de hacerse Estado, con un consecuente reforzamiento del estado político frente a la sociedad civil que conllevaba una constante inestabilidad, es decir, la no consolidación de una relación orgánica, indicador de que el horizonte político-cultural de las masas permanecía en estado de fluidez.

En el caso del periodo histórico vivido y considerado por Gramsci, las fuerzas de la conservación, conscientes de que la crisis del viejo Estado liberal había sido desatada por la emersión del sujeto popular, cumplen un salto de calidad. Evitando permanecer atrapadas en la fase de la violencia represiva, van proyectando, y a nivel internacional, una solución reaccionaria. Re-organizan el consenso en el marco, “las trincheras”, donde se construye, por intermediación intelectual, lo civil. Lo civil de este fascismo “alto”, cultural, dirigente, es lo civil según el nuevo liberalismo, o sea, para Gramsci, un campo de fuerza para la integración orgánica y controlada desde abajo de las masas populares y al fin de prevenir su capacidad de iniciativa ideológicamente progresiva e políticamente autónoma.

Con la elaboración del concepto histórico-político de revolución pasiva, el análisis gramsciano apunta a nuevas tensiones moleculares, de largo plazo, “de época”, con eje en la problematización de lo democrático-popular como campo de fuerzas. Es aquí que, en mi opinión, su análisis revela su clasicidad, y, con ella su actualidad. Gramsci nos empuja hacia una forma de la lucha política alta, sofisticada, correspondiente a los desafíos que siempre impone una fase histórica nueva. Es el otro gran tema de Los cuadernos, el pasaje de guerra de movimiento a la guerra de posición, el concepto político-estratégico sin el cual no es posible desglosar en toda su densidad el concepto histórico-teórico de revolución pasiva.[18]

Enfocando este binomio, el acento de Gramsci podríamos decir, recae en “revolución”, no en “pasividad”. Revolución así como indica, en Gramsci, la necesidad de identificar las nuevas mediaciones, las trincheras complejas, sofisticadas, de la lucha política de clase al fin de subir al nivel decisivo de lucha, el del embate por la hegemonía civil y en el plano internacional. Un embate por la reforma intelectual y moral (teórico-política) no sólo de las masas populares, sino, y sobre todo, de sus dirigentes, o sea, de una praxis marxista que, con las degeneraciones de los años treinta, ha abjurado, para Gramsci, de la historicidad, eje de la crítica marxista.

3 Antonio Gramsci, José Carlos Mariátegui y el fascismo

En las dos primeras décadas del siglo XX, el sistema político actual sufrió una transformación inmensa: el ascenso del imperialismo desató una carrera armamentista que condujo a la Primera Guerra Mundial, tuvimos el colapso de la democracia liberal en los principales países del mundo, el estallido de la Revolución Rusa y el surgimiento del proletariado como alternativa al orden social burgués y, al mismo tiempo, el crecimiento del autoritarismo en casi todos los países del mundo. Italia fue un lugar privilegiado para la comprensión de este fenómeno político y social. País tardío, desarrolló su capitalismo imperialista “desgarrado”, organizando internamente el despojo del sur agrario por el norte industrial. Como nación tardía, sufrió una inmensa desventaja en el concierto de las naciones, quedando fuera del botín imperial.

De esta manera, estaba cerca de Alemania, otro país tardío, una cercanía que se remonta a la víspera de la Gran Guerra. En este momento, las pasiones entre las clases dominantes se dividieron entre mantener la alianza Tedesca o unirse a los aliados de la Entente Cordiale. La postura entente se produjo tras la ruptura de un sector importante del movimiento socialista y obrero italiano, que abandonó la denuncia de la guerra imperialista y la opción de la neutralidad.

Italia entra en la guerra con la promesa de ganancias financieras y territoriales, pero al final sale del conflicto victoriosa, ¡pero con el daño de una derrotada! Las promesas de ganancias son traicionadas. De este proceso nacieron dos sentimientos: por un lado, los sectores liderados por el movimiento sindical y la izquierda del Partido Socialista Italiano (PSI), que alientan luchas por mejoras salariales, reformas agrarias, garantías sociales, inclusive consiguiendo construir consejos operarios en la ciudad de Turín; por otro lado, el sentimiento nacionalista que lucha por el reconocimiento de la victoria en la guerra, al mismo tiempo en que asume el abandono con el que fueron tratados tanto los excombatientes como las reivindicaciones territoriales italianas.

La habilidad de los gobiernos liberales italianos desmanteló la acción socialista y allanó el camino para el crecimiento del sentimiento nacionalista extremo, organizado en los Fasci Italiani di Combattimento de Benito Mussolini. Antonio Gramsci y José Carlos Mariátegui pudieron acompañar esta gran movilización social que tuvo lugar en Europa, particularmente en Italia, el ascenso del fascismo y su llegada al poder. Ambos buscaron entender este fenómeno político y social a través de diferentes factores, Gramsci como líder político del PCI y la Tercera Internacional y Mariátegui, como exiliado político y corresponsal de diarios peruanos. Ambos crean formulaciones y conceptualizaciones dialógicas, por lo que el análisis de esta simetría es pertinente. En ese sentido, los escritos de Antonio Gramsci y José Carlos Mariátegui contribuyen a la comprensión del fenómeno pasado y ayudan en la comprensión de las formas de gobierno actuales.

A pesar del paso de Mariátegui por Italia y de tener algunos amigos en común, como: Piero Gobetti, Benedetto Croce, Anna Chieppa ―con quien se casó Mariátegui―, haber estado en el Congreso del PSI en Livorno (1921), que creó los elementos para la fundación del Partido Comunista Italiano, Mariátegui y Gramsci no llegaron a conocerse ni entablar amistad. Los instrumentos de análisis de ambos confluyen en muchas cosas, como señala José Aricó (1987), producto del proceso que experimentó una profunda renovación cultural, ideológica y política a través de una eficaz crítica al liberalismo y al positivismo y, también, al evolucionismo defendido por los partidos socialistas de la Segunda Internacional, fue una verdadera refundación del comunismo y del marxismo como movimiento social e intelectual que se desarrolló después de la guerra y con la Revolución Rusa.

Los elementos de aproximación entre las formulaciones de Antonio Gramsci y José Carlos Mariátegui sobre el fascismo pueden enumerarse aquí, obviamente, en un estudio y artículo más extenso. En general, ambos ven en la construcción del fascismo un fenómeno histórico cuyas raíces nos retrotraen al momento de formación del Estado tardío italiano, cuyas estructuras fundacionales no alteraron las relaciones sociales de clase, es decir, “Todo debe cambiar para que todo pueda cambiar”, quédate como estás”. De esta manera, se creó una restauración desde arriba que benefició al norte industrial en detrimento del sur agrario. Este dato histórico permite entender que existía una base conservadora muy fuerte dentro de la sociedad civil, que avanzó con el conflicto mundial (1914-1919), primero en la expectativa de obtener ganancias territoriales y financieras con la guerra, y después de la guerra, con el crecimiento del movimiento obrero campesino que generó el Biennio Rosso (1919/20), dando lugar a una serie de concepciones económicas produciendo una fuerte reacción de los sectores medio y pequeñoburgueses, temerosos de un proletariado. De esta forma, se formó a partir de esta base un sólido movimiento de masas, centrado en la violencia y en una pasión romántica que se expresó tanto en las artes, la estética y la política, teniendo como punto central el cesarismo. A pesar de la novedad política, ambos destacan que el movimiento fascista representó el gran interés del capital imperialista.

Finalmente, a su regreso al Perú, Mariátegui continuó siguiendo el movimiento fascista y su crecimiento en otras partes del mundo, escribió sobre el tema en “Cartas desde Italia”, en “La Escena Contemporánea”, en la “Historia de la Crisis Mundial”. Gramsci, por su parte, fue elegido diputado, luego procesado y encarcelado de 1926 a 1937, período durante el cual amplió su acercamiento al fascismo, especialmente en Cuadernos del Cárcel.

4 CRISIS DE LA DEMOCRACIA REPRESENTATIVA: el ascenso del fascismo contemporáneo

Cada paso del movimiento real es más importante que una docena de programas (Marx, Crítica del Programa de Gotha)

En los últimos años, hemos visto el crecimiento de los partidos de derecha y extrema derecha en todo el mundo occidental. América Latina, luego de una década con partidos progresistas al frente, fue tomada por golpes y/o intentos de golpe, casi siempre orquestados por EE.UU. Lejos de ser un fenómeno aislado, se trata de una profunda crisis del capitalismo que también se refleja en su forma de representación: la democracia representativa o democracia burguesa. Por lo tanto, es necesario un estudio profundo para comprender cómo está en riesgo la “democracia”, porque ya no puede responder o “parecer responder” a preguntas universales.

Hay muchas formulaciones sobre la democracia, nuestro espacio no permite tal ejercicio, por ello nos limitaremos a discutir la cuestión de la democracia en el Estado capitalista (burgués) y las formas de excepción ―dictaduras, fascismos―, como los regímenes de gobierno.

El Estado burgués cumple un papel fundamental, al presentarse como un defensor “universal”, es decir, que está por encima de los intereses particulares de las clases sociales. Así mismo, ejerce cierta autonomía, como señala Marx, en el Ideología alemana

[...] la burguesía, siendo una clase, no un estrato, se ve obligada a organizarse nacionalmente, y ya no localmente, y dar forma general a su interés medio. Mediante la emancipación de la propiedad privada de la comunidad, el Estado se convirtió en una existencia particular al lado y fuera de la sociedad civil ; pero este Estado no es más que la forma de organización que necesariamente se dan los burgueses, tanto en el exterior como en el interior, para la garantía recíproca de sus bienes e intereses ( MARX, 2007, p. 75).

El Estado, por tanto, es la contradicción entre el interés privado y el interés colectivo y es a partir de esta contradicción que el interés colectivo asume como Estado, una “forma autónoma, separada de los intereses reales singulares y generales”, las luchas dentro del estado, la lucha entre democracia, aristocracia y monarquía, la lucha por el derecho al voto etc., no son más que formas ilusorias —en general, la forma ilusoria de la comunidad— en las que se libran luchas reales entre diferentes clases. (Marx, 2007, p. 37) Así mismo, la discusión sobre la democracia en el Estado capitalista está cargada de adjetivos[19]: democracia representativa; democracia económica; socialdemocracia, etc. Cuando pensamos que la democracia representativa se encuentra en una de sus crisis más profundas, nos lleva a pensar en el límite de esta inserción y participación de las masas trabajadoras en la política. O más bien, hay aquí lo que Gramsci llama una crisis de hegemonía. En otras palabras, la crisis de la democracia es también una crisis de hegemonía. (GRAMSCI, 2000, C. 8 §191). La importante formulación de hegemonía de Gramsci es central para entender la crisis de la “democracia representativa” y su “niño desnaturalizado”: el fascismo.

El surgimiento del fascismo, por supuesto, sólo puede entenderse cuando comprendemos la embestida del imperialismo (clásico). Defendemos aquí la tesis de que en la crisis actual del capitalismo y, en consecuencia, del imperialismo estadounidense y europeo, se abre espacio para el crecimiento de “fascismo” o como se le quiera llamar. Aunado a ello, hay que considerar la crisis de los partidos políticos, tal como la describe Gramsci, refiriéndose a que en determinado momento de su vida los grupos sociales se separan de sus partidos tradicionales, ya que los representados están lejos de sentirse representados (Gramsci, 2000, 13 §23). Es decir, la crisis de representación, el descontento de las masas no conducen a una ruptura revolucionaria inmediata, sino, por el contrario, se da el crecimiento de las fuerzas conservadoras y fascistas. La fascistización de la sociedad avanza. El horror a los pobres, a los negros, a la izquierda en general, es parte de la ideología. Como lo señala Poulantzas (1974, p.105). Los discursos fascistas no se enuncian en un campo cerrado de “ideología general”, sino en la articulación de distintas ideologías y subconjuntos ideológicos referentes a las clases combatientes. En América Latina comúnmente confundimos la ideología del fascismo que se difundió en las dictaduras militares, para negar la presencia del fascismo en el continente. Aquí, Florestan Fernandes y el boliviano René Zavaleta, nos ayudan a interpretar la realidad latinoamericana y a pensar qué fascismo podemos presenciar aquí.

Zavaleta, nos da la clave para entender el fascismo contemporáneo. En palabras del autor, el fascismo es un proyecto de afuera hacia adentro, y sólo podemos entender el fascismo si lo asociamos con el imperialismo y la crisis capitalista (ZAVALETA, 2015) Así mismo, en su surgimiento, es decir, en el fascismo clásico, Italia vivió en un momento de investida del imperialismo y de una respuesta reaccionaria y conservadora a la crisis. De manera que, como señala Poulantzas (2021), el fascismo es una “crisis de la etapa imperialista”, lo fue en los dos ejemplos clásicos y podemos aventurarnos a decir que lo sigue siendo en este momento.

Fascismo y américa Latina

El fascismo en América Latina es otro proyecto externo que se presenta como una alternativa. Es un proyecto ideológico que moviliza a las masas. Es una respuesta conservadora y reaccionaria a la crisis política e ideológica. Esta crisis ideológica es la crisis de la ideología dominante, pero también la crisis del subconjunto de ideologías que existen dentro de la sociedad. En este sentido, debe entenderse como un proyecto ideológico. Los críticos de esta construcción afirman, no sin fundamento, que el caso brasileño carece de un partido político de masas capaz de movilizar y organizar. Sí, es cierto que no lograron constituir un partido político fascista[20], organización y base para el desarrollo de la ideología fascista, no obstante, el partido político fue reemplazado por una parte significativa de las iglesias llamadas “neopentecostales” y por supuesto, las milicias y su penetración en la estructura del Estado.

De manera que algunas interrogantes quedan abiertas, profundizar en el fenómeno se convierte en una tarea urgente. Cuestiones como ¿lo qué vivimos hoy puede o no llamarse fascismo? ¿Qué elementos de hoy y de ayer nos permiten reflexionar y actuar para superarlos? Aquí, volvemos al punto de partida. La crisis de la democracia burguesa sólo puede ser superada por la radicalización de la democracia. Es decir: la plena realización de la democracia no es posible bajo el capitalismo. Porque la burguesía está obligada a falsear la verdad y llamar democracia general, democracia pura, a lo que representa, en la práctica, la dictadura de la burguesía, de los explotadores sobre las masas de trabajadores (LENIN, 2019, p.11). La experiencia de la Comuna de París, aunque duró tan poco tiempo en la historia, fue la más exitosa a la hora de pensar en la radicalización de la democracia.

La sociedad civil y sus reveses autoritarios

Pensar la crisis de la democracia como crisis de hegemonía implica, desde una lectura gramsciana, pensar no sólo al Estado y la sociedad política como incapaces de organizar el descontento de las masas si no también, enfocar lo que sucede en el plano de la sociedad civil, donde se construye la hegemonía y se despliegan las fuerzas que disputan la dirección social, política e ideológica.

Tal como lo decía Marx en la Ideología alemana, la sociedad civil se vuelve hogar y escenario de la historia, es por ello que el pensar la crisis de hegemonía nos hace reparar también en los diversos proyectos que buscan la dirección y representación, y a poner especial atención en aquellos que pugnan por un reforzamiento del autoritarismo, por la limitación de derechos y la permanencia de la separación entre gobernantes y gobernados, restringiendo con ello la construcción de la democracia radical.

Sociedad civil es un término que ha proliferado en las últimas décadas. Desde la corriente liberal es entendida como una porción organizada de la ciudadanía o de ONGs que hacen frente al Estado y que no quieren “tomarlo” y que, a su vez, se diferencian de la sociedad económica por no tener fines lucrativos. De ahí que se haya cultivado una noción que la identifica inherentemente con los valores democráticos o que se reconozca como un espacio de virtudes cívicas. No obstante, esta acepción tan difundida encuentra sus limitaciones cuando reflexionamos sobre los fenómenos de autoritarismo social actuales, en los que son visibles proyectos emanados de grupos y asociaciones civiles que enarbolan discursos, propagandas y movimientos que tienen como premisa la restricción de derechos y la negación al reconocimiento y/o participación de ciertos sectores de la población.

El avance del autoritarismo en América Latina y en gran parte de los países de occidente exceden la capacidad explicativa de la noción liberal de sociedad civil, y es ahí, donde la conceptualización gramsciana de la hegemonía, la sociedad civil y el Estado integral, permiten un mayor acercamiento a la comprensión de los fenómenos, que no sólo son nacionales, sino que poseen también una dimensión regional e internacional, atravesada por los influjos económicos que establece el capitalismo financierizado.

Pensar a la sociedad civil en clave gramsciana significa entenderla como el espacio donde se fragua la “hegemonía política y cultural de un grupo social sobre la sociedad entera” (Gramsci, 2000, C.6, §24, p.28) y nos permite verla como el espacio donde se disputan, desenvuelven, reproducen e incluso se innovan las directrices materiales y culturales que dan soporte a las mediaciones sociales, intelectuales, morales y de sentido común, que sostienen y delinean la hegemonía, o la crisis de ésta, y por ende, de un cierto tipo de Estado y democracia.

Conservadurismos y autoritarismo en la sociedad civil

Lo que nos interesa mirar en este breve escrito es cómo algunas organizaciones de la sociedad civil, con sectores cada vez más amplios y consolidados, han implementado una contienda de proyectos que pretenden disputar, por un lado, un lugar privilegiado de enunciación de ellos mismos como sociedad civil, y de igual manera, la cultura política y el sentido común de sus sociedades. Con ello, persiguen intervenir en la elaboración de políticas públicas, reformas legales y en la toma de decisiones estatales y económicas.

Estos sectores responden a proyectos político-ideológicos de derecha y ultraderecha que, aunque son distintos entre sí, están dispuestos a la alianza. Además, tienen en sus fundamentos ideales conservadores, religiosos, con ideologías que tienen en el centro al clasismo, racismo, o al patriarcado, ya que históricamente se han servido de las opresiones que generan estos sistemas y sus estructuras de poder. Pero su conservadurismo va más allá de defender su posición, estas organizaciones han elevado sus discursos autoritarios a casi fascistoides, sobre todo en lo concerniente a temas de migración, trabajo, seguridad, racismo, despojo, sexualidad, derechos de las mujeres y de las diversidades sexuales.

Un ejemplo del avance de estos sectores es su avivada participación en las organizaciones que se autonombran “Pro-vida” y que han intensificado en la última década su activismo en contra del aborto legal y público, tratando de influir en las decisiones legales y pugnando por hacer extensivo su repertorio ideológico al enfrentarse directamente con otros sectores de la sociedad civil que no comparten su ideario. Aunado a ello, las organizaciones “Pro-vida” dan cuenta de la dimensión internacional de la agenda conservadora de estos sectores de la sociedad civil. Como dijimos antes, la relación entre lo nacional y lo internacional es un aspecto clave a tener en cuenta cuando analizamos a la sociedad civil desde la perspectiva del Estado Integral de Gramsci. Y justamente las asociaciones antiaborto expresan la articulación de las derechas en América Latina, por ejemplo, la Alianza Latinoamericana para la Familia, que tiene presencia en México, Venezuela, Chile, Perú, Argentina, y que tienen representantes en todos los países del continente, además de recibir contribuciones de organizaciones civiles norteamericanas.[21]

Esta articulación internacional no sólo genera bloques de apoyo para las organizaciones a nivel nacional y sus actividades locales, sino que también las une a un programa ideológico y político que propaga la consigna de que la llamada “ideología de género” pone en peligro a las infancias y que atenta contra la familia tradicional y que, junto al feminismo, tiene como propósito minar la vida por medio del aborto. Así mismo, han adoptado estrategias que han tenido éxito en otros países, por ejemplo, el lema tan usado recientemente Argentina: “salvemos las dos vidas” y el uso de símbolos como el pañuelo color azul celeste.

En sintonía con ello, estas organizaciones, como otras del ideario conservador y de ultraderecha, repiten y propagan la idea de que las izquierdas del continente generan un adoctrinamiento de la población que pone en peligro la libertad y los buenos valores como el trabajo, la obediencia y que con su ideario llevan al caos y la ingobernabilidad[22], atacando con ello las experiencias de participación política amplia que tuvieron las masas que posibilitaron los triunfos electorales de los gobiernos progresistas.

La mayoría de estas organizaciones está bien consolidada, asegurándose patrocinadores privados y reconocimiento legal por parte del Estado, promoviendo actividades públicas como conferencias, protestas, reuniones ante los congresos, además de ejercer presión política a través de su intervención en varios medios de comunicación, tanto locales como de difusión nacional, propagando su imagen como movimiento ciudadano, voluntario y solidario, con un activismo político fundado en la preocupación por la precariedad en la que vive la sociedad en general y en específico las mujeres.

En pocas palabras, se han conformado como organizaciones en movimiento, que pugnan simultáneamente en la sociedad política y en la sociedad civil, a nivel nacional e internacional, para avanzar con sus agendas anti-derechos y expandiendo su ideario jerarquizante y autoritario al resto de la sociedad. Si bien aquí nos abocamos al ejemplo de las organizaciones antiaborto, por ser uno de los sectores que más revuelo ha tenido en los últimos años, no es el único sector a tener en cuenta para ubicar el avance de las derechas en América Latina, es necesario también mirar aquellos sectores de la sociedad civil que, por ejemplo, mantienen discursos xenofóbicos, antinmigrantes, exigiendo al Estado el cierre de fronteras, como pasó en México con la caravana centroamericana, como ha pasado en Colombia respecto de los migrantes venezolanos o en Argentina respecto de los bolivianos o peruanos. (PAGLIARONE; QUIROGA, 2021)

Estos discursos nacionalistas con tendencias fascistoides y xenofóbicas han alimentado a grandes capas de la población que han sufrido los estragos del neoliberalismo. Así mismo, estos discursos se encuentran en estrecha relación con aquellos que emanan de sectores preocupados por la crisis de seguridad y el aumento de la violencia urbana, los cuales exigen disposiciones como la legalización de la portación civil de armas, o medidas estatales cada vez más coercitivas y punitivistas para garantizar la protección de la propiedad económica.

Es importante no dejar de mirar cómo se organizan estos sectores de la sociedad civil que son constitutivos de las derechas latinoamericanas y que en los últimos tiempos han logrado promover golpes de Estado, conseguir espacios de representación política, y consolidar un apoyo mayor a través no sólo de sus organizaciones y partidos políticos, sino también a través de los medios de comunicación, redes sociales y la opinión pública, disputando así, el sentido común y la cultura política, llenando los vacíos que dejaron a su paso las políticas de precarización neoliberal.

Material suplementario
REFERÊNCIAS
ARICÓ, José (org). Mariátegui y los origenes del marxismo latinoamericano. México, Cuadernos Pasado y Presente, 1978.
DE FELICE, F. “Rivoluzione Passiva, Fascismo Americanismo in Gramsci”. In: F. Ferri (a cura di), Politica e Storia in Gramsci, Atti del Convegno Internazionale di Studi gramsciani, v. I, Roma, Editori Riuniti-Istituto Gramsci, Firenze 9-11, dicembre, 1977.
FROSINI, Fabio. Il fascismo nei “Quaderni del Carcere”, Seminario igs Italia, 22 enero de 2016, Roma. Disponível em: https://uniurb.academia.edu/FabioFrosini.
FROSINI, F. “Pueblo” y ”Guerra de posición” como clave del populismo. Una lectura de los “Cuadernos de la cárcel” de Antonio Gramsci”. In: https://kmarx.wordpress.com/2018/01/31/pueblo-y-guerra-de-posicion-comoclave-del-populismo.
FROSINI. Fabio. (2019), Introduzione en Id. (a cura di) “Storia d’Europa” di Benedetto Croce e il fascismo, Milano: Edizioni Unicopli-igs, 2019.
GRAMSCI, Antonio. Cuadernos de la cárcel. México: Ed. ERA. 2000.
PAGLIARONE Ma. y QUIROGA Ma. Virginia. Discursos políticos de odio en Argentina y Ecuador: El inmigrante pobre como otredad. REVISTA IUS, v. 15, n. 48: 103-132, 2021.
SANTARELLI, Enzo. Storia del Fascismo. La Dittatura Capitalista, tomo ii, Roma: Editori Riuniti, 1973.
Vacca, Giuseppe. Introduzione a Daniele, C. (a cura di). Gramsci a Roma, Togliatti a Mosca, Il carteggio del 1926. Torino: Einaudi-Gli Struzzi, 1999.
VOZA, Pasquele. Rivoluzione passiva. In: Liguori, Guido e Voza, Pasquale (orgs.) Dizionario Gramsciano. Roma: Edtori Riuniti, 2009.
ZAVALETA, René. Cuatros conceptos de la democracia [1981], In: Tapia, L. (comp.). René Zavaleta, La autodeterminación de las masas, Bogotá: CLACSO, 2009.
Notas
Notas
[1] Para un estudio clásico de esta evolución del fascismo italiano véase Santarelli, E. (1973, tomo II). Las reflexiones aquí presentada retoman puntos ya desarrollados en mi contribución al volumen Oliver, L. (2021).
[2] En este aspecto la continuidad de Los cuadernos con el Gramsci dirigente consiste en la elaboración teórica de la célebre carta del 14 octubre de 1926, objeto de la crítica paralela al programa de las oposiciones y a los métodos de dirección de la mayoría. Un Gramsci que apelaba al mantenimiento, en la Internacional Comunista, de la política del frente unido y a la revolución como proceso mundial y que sostenía el rol dirigente de los bolcheviques indicando, al mismo tiempo, una línea contraria a aquella que iba dominando en la IC (abandono del frente unido y socialismo en un solo país) y a la cual el Partido Comunista de Italia se había alineado a partir del 1929. Cfr. Vacca (2004).
[3] Vacca, ibidem. Siendo ésta también la razón por la cual creo esencial estudiar a Gramsci según una perspectiva histórico-política, o sea: regresar al contexto de su reflexiones precisamente al fin de esclarecer el plano teórico-general.
[4] Cfr. las amplias reflexiones dedicadas por Fabio Frosini a la cuestión del fascismo y de lo popular en Gramsci. En particular Frosini, F. (2016 y 2019).
[5] Todos reconocen que la guerra del 1918 representa una fractura histórica, en el sentido de que toda una serie de cuestiones que molecularmente se acumulaban antes de 1914 se han ‘amontonado’, modificando la estructura general del proceso precedente: hasta pensar en la importancia que ha asumido el fenómeno sindical, término general en el que se suman diversos problemas y procesos de desarrollo de distinta importancia y significado (parlamentarismo, organización industrial, democracia, liberalismo etcétera), pero que objetivamente refleja el hecho de que una nueva fuerza social se ha constituido, tiene un peso ya no desdeñable, etcétera, etcétera.” Gramsci C. 15, § 59.
[7] Gramsci, C.8, §236. En la segunda redacción, C.10 I, §9 “Pero en las condiciones actuales, el movimiento correspondiente al del liberalismo moderado y conservador, ¿no sería más precisamente el movimiento fascista?”
[8] El concepto de revolución pasiva aparece desde el primer cuaderno y Gramsci lo relaciona, desde un inicio, con su reflexión acerca de la capacidad de dominio como capacidad dirigente, o teoría de la hegemonía. Cfr. Gramsci C. 1; § 44 C. 4 § 57; C. 8, § 25.
[9] Cfr. Zavaleta, R. (2009).
[10] Como hacía notar Franco De Felice, si Gramsci se hubiera limitado a extraer elementos comunes, su reflexión, aún ampliada, habría permanecido en el plano empírico. Cfr. De Felice, F. (1977).
[11] “El concepto de revolución pasiva debe ser deducido rigurosamente de los dos principios fundamentales de ciencias políticas: Que ninguna formación social desaparece mientras las fuerzas productivas que se han desarrollado en ella encuentran todavía lugar para su ulterior movimiento progresivo. 2. Que la sociedad no se propone tareas para cuya solución no se hayan incubado las condiciones necesarias. etc. Se entiende que estos principios deben primero ser desarrollados críticamente en todo su alcance y depurados de todo residuo de mecanicismo y fatalismo” Gramsci C. 15, § 17.
[12] En el cuaderno 15, escrito entre febrero y agosto de 1933, tenemos la dilatación histórica, teórica y política del concepto. Cfr. Voza, P. (2009). En el cuaderno 15 el criterio de revolución pasiva llega a substituir él de revolución permanente. En C. 13, § 17: “la mediación dialéctica entre los dos principios metodológicos enunciados al comienzo de esta nota se puede encontrar en la fórmula político-histórica de revolución permanente”. En C. 13, § 7 y en C. 8, § 52 (primera redacción) Gramsci ha observado que, por las mudadas condiciones de la política sucesiva a el 1870, la fórmula de la revolución permanente ha quedado elaborada y superada en la fórmula de “hegemonía civil”. En C. 15 § 62. “Por lo tanto, no teoría de la ‘revolución pasiva’ como programa, como fue en los liberales italianos del Risorgimento, sino como criterio de interpretación en ausencia de otros elementos activos en forma dominante”.
[13] Zavaleta, ibidem.
[14] El tema del transformismo, junto al de cambio molecular, son dos conceptos centrales de sus reflexiones juveniles (1916-19).
[15] “Se puede aplicar al concepto de revolución pasiva (y se puede documentar en el Risorgimento italiano) el criterio interpretativo de las modificaciones moleculares que en realidad modifican progresivamente la composición precedente de las fuerzas y, por lo tanto, se vuelven matrices de nuevas modificaciones […] Por lo tanto, este elemento es la fase originaria de aquel fenómeno que fue llamado más tarde ‘transformismo’ y cuya importancia no ha sido, hasta ahora, sacada a la luz que le corresponde como forma de desarrollo histórico” . Gramsci, C. 15, § 11.
[16] Gramsci, C. 15, § 76.
[17] “Los conceptos de revolucionario y de internacionalista, en el sentido moderno de la palabra, son correlativos al concepto preciso de Estado y de clase: escasa comprensión del Estado significa escasa conciencia de clase (comprensión del Estado existe no sólo cuando se le defiende, sino también cuando se le ataca para derrocarlo), en consecuencia, escasa eficiencia de los partidos, etcétera. Bandas gitanescas, nomadismo político, no son hechos peligrosos e igualmente no eran peligrosos el subversionismo y el internacionalismo italianos. Todas estas observaciones no pueden, naturalmente, ser categóricas y absolutas: sirven para intentar describir ciertos aspectos de una situación, para evaluar mejor la actividad desarrollada para modificarla (o la no actividad, o sea la no comprensión de las tareas propias) y para dar mayor relieve a los grupos que emergían de esta situación por haberla comprendido y modificado en su ámbito. C. 3, § 46. No por casualidad esta nota se titula “Pasado y presente”. En C. 8, § 36, Gramsci engloba bajo un proceso transformista la formación del partido nacionalista (o sea, la confluencia de “enteros grupos de extrema […] ex sindicalistas y anárquicos”- en el frente intervencionista de derecha, a su vez origen del fascismo en su fase movimentista.
[18] Sin poder entrar en detalle, Gramsci se pregunta acerca de una posible relación entre revolución pasiva y guerra de posición en C. 15, § 11. Regresando a la comparación adversativa con la guerra de movimiento, afirma la posibilidad de extraer de estas consideraciones “algún principio de ciencia y de arte política” es decir, un proceso de generalización teórica. El pasaje de la guerra de movimiento a la guerra de posición en el campo político es indicado como la “cuestión de teoría política más importante, planteada por el periodo de la posguerra y la más difícil de resolver justamente.” Gramsci, C. 6, § 138. También C. 8, § 236, C. 10, § 9.
[19] Ver para esta discusión: Giovani Sartori. La teoría de la democracia revisada. São Paulo: Ática, 1994; David Held. Modelos de democracia. Belo Horizonte: Paideia, 1987. Robert A. Dahl, Un prefacio a la teoría democrática. Río de Janeiro: Zahar, 1955 entre otros.
[20] Podríamos hacer varias especulaciones sobre las razones por las que no entró en vigor un partido con este programa más claro, adelantamos que en este caso no hace falta el partido político.
[21] Véase, 40 days for life cuya base se encuentra en Texas, E.U. En www.40daysforlife.com
[22] Véase: Frente Nacional por la Familia. México: En https://frentenacional.mx/
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