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DISCIPLINAMIENTO Y CONTAGIOS TEXTUALES: LA NARRATIVA TEMPRANA DE MANUEL ROJAS Y LA HOJA SANITARIA 1
DISCIPLINAMIENTO Y CONTAGIOS TEXTUALES: LA NARRATIVA TEMPRANA DE MANUEL ROJAS Y LA HOJA SANITARIA 1
Revista de Humanidades, núm. 33, pp. 247-256, 2016
Universidad Nacional Andrés Bello
Al estudiar la prensa y otros impresos anarcosindicalistas de los años veinte en Chile, la noción de contagio adquiere un doble valor. Por un lado, existen impresos que funcionan como órganos de difusión en materiasde higiene y salud, como La hoja sanitaria (1924-1927), promovida por el policlínico obrero de la International Workers of the World (IWW), y cuyo principal objetivo fue educar en la prevención de enfermedades contagiosas e impedir su propagación. Por otra parte, en la base de la propaganda y de la prensa anarquista, sostenida sobre esfuerzos de distribución y circulación que solo se explican por la capacidad de autogestión y organización de las agrupaciones involucradas y de sus miembros a lo largo de todo el país, está la idea del contagio: “Pedimos a todo el mundo propague nuestra Hoja” (351). Para graficar este segundo sentido del contagio en los impresos dentro del sistema de la propaganda libertaria basta recordar lo que se conoció como el “Proceso contra los subversivos” en el año veinte, cuando el estado allanó los locales de la sección criolla de la central anarcosindicalista de la IWW y clausuró sus publicaciones por considerarla una asociación ilícita que atentaba contra el Estado e incitaba a la violencia. El dictamen del promotor fiscal de las causas en contra de las imprentas la Batalla y Numen por imprimir publicaciones de la IWW es elocuente en este sentido:
¿Cuáles son los medios o instrumentos de que se valen los afiliados a la IWW y sus cómplices, para la realización de sus propósitos de destrucción del actual orden social?
Ellos mismos lo han dicho: la propaganda en toda forma; hojas volantes, proclamas, folletos, periódicos, afiches, etc. Son estos pues, los instrumentos para la realización de su obra demoledora del orden social existente. (Cuando las bombas son de papel 61-63)
En tanto soporte, la hoja como un material perecible y fugaz, se tensiona además con la temporalidad de un impreso que aspira a ser conservado y coleccionado, a constituir una obra de referencia y consulta permanente en los hogares: “Madres! ¿Queréis a tus hijos? Queréis tenerlos sanos? ¿Sí? Entonces trata de tener siempre en vuestro hogar, a fin de preservarlos de las enfermedades, el consejero médico la HOJA SANITARIA I.W.W.” (426). La prensa anarquista se distanció de laprensa de masas por varios motivos que sería largo exponer aquí, pero también por esta doble temporalidad, ya que respecto de las prácticas de lectura parece estar mucho más cercana a la revista: “En este sentido la función casi exclusivamente doctrinal y en desmedro de lo puramente noticioso dio al periódico libertario un formato —quiéranlo o no sus gestores— de revista. En tanto lo que se publica es más bien atemporal y puede servir a un anarquista tanto en Tacna como en Osorno” (Cuando las bombas son de papel 34).
La Hoja Sanitaria, liderada por el médico libertario Juan Gandulfo, es un archivo que como sugieren sus compiladores, por un lado inscribe un saber sobre el cuerpo de corte civilizatorio que fundamenta la institucionalización y la reglamentación sanitaria que se consolidará al llegar la década del veinte en Chile y que, por otro, inscribe una topología del cuerpo que funciona, desde una matriz social, como un nuevo ordenamiento que pondrá de relieve el autocuidado y la autogestión, un ordenamiento emancipatorio en el que las organizaciones de trabajadores como la IWW se reconocerán, adquiriendo renovado vigor, “una nueva fuerza”, durante la primera mitad del siglo XX. Como ha visto Víctor Muñoz (Sin Dios ni patrones 108), la estructura de la IWW durante los años veinte, que agrupa a los sindicatos bajo el sistema industrialista, es decir, por ramo de la producción en lugar de por oficios, le da un impulso inédito a los trabajadores como fuerza social autogestionada, independiente del estado.
En las siguientes páginas propongo que la narrativa temprana del escritor chileno Manuel Rojas puede leerse como archivo, desde la doble inscripción del cuerpo que identifican Nicolás Fuster y Pedro Moscoso en la Hoja sanitaria, y desde este renovada consciencia de integrar un cuerpo social desde una posición de autonomía. Manuel Rojas, compañero de Juan Gandulfo en varias iniciativas en las que colaboraron los ácratas de los años veinte y, a quien siempre se refirió con admiración (Rojas “Mi madre, Juan Gandulfo y la muerte), comienza a publicar sus cuentos en diarios y revistas argentinos a principios de esa década, como el diario La montaña, donde aparece por primera vez el cuento “Laguna”, o Caras y Caretas, donde se publica “El hombre de los ojos azules”. La cercanía de Manuel Rojas con el anarquismo desde la década del diez se verifica en su participación en medios de prensa trasandinos como La Protesta y nacionales como La Batalla o la misma Revista Claridad, pero también en una trayectoria biográfica que no escapó el sensacionalismo de algunas revistas que la exhiben desde los códigos que la industria cinematográfica popularizaba en el despuntar de los años treinta. Una nota de la revista Lecturas del 27 de octubre de 1932, titulada “Manuel Rojas, el hombre que casi fue ladrón”, presenta al escritor mediante una superposición de imágenes en la que reconocemos al Rojas biográfico principalmente desde esta temprana vinculación con el anarquismo entendido aquí como desadaptación social, a varios de los personajes que provienen de los cuentos sobre delincuentes que Rojas publica en Chile a fines de los veinte y al bandido que interpreta en 1929 como actor en la película de Coke Délano “La calle del ensueño”. Todo esto para mostrar el papel inmunizador que la literatura supuestamente tuvo en su vida, ya que la nota relatará una anécdota que muestra cómo la convicción de querer llegar a ser escritor logró que Rojas huyera oportunamente de la posibilidad de delinquir. Desde esta presentación, la literatura funciona en la trayectoria de Rojas como una forma de higiene social, capaz de separar y diferenciar al ladrón del hombre honrado, de evitar un contagio.
Más que la conclusión explícita en la nota, es interesante la bajada: “vacilación entre la profesión de ratero y la de escritor: la adolescencia de un intelectual” porque la vacilación efectivamente parece marcar varias de las trayectorias de los personajes de los cuentos de Rojas reunidos en el volumen El delincuente (1928), quienes sistemáticamente evidencian la tensión entre la adscripción a un discurso sanitario de corte civilizatorio y la defensa del “contagio” como figuración del vínculo social entre los trabajadores. Si bien estos han internalizado un saber que reglamenta, identifica y condena ciertas configuraciones espaciales y prácticas en relación al cuerpo, defienden el contagio como posibilidad de regeneración. Más que rechazar el hambre, la suciedad o el vicio, como querría una educación estatal, que elige no ver las fracturas en los vínculos sociales que esta educación impone, los personajes de Rojas, como los héroes científicos en el desarrollo de la profilaxis de la anemia de los mineros de los que nos habla la Hoja Sanitaria, eligen autoinocularse los parásitos que producen una enfermedad con tal de “beneficiar a sus semejantes” (83), de fortalecerlos. Es decir, en ellos vemos un saber acerca del funcionamiento del cuerpo, de las enfermedades que lo afectan y de sus formas de propagación, pero que no acepta ser instrumentalizado y que, a diferencia del Estado o de las autoridades de las compañías mineras, se conmueve ante el conflicto social que una enfermedad como esa denuncia.
Los personajes de Rojas saben que desde la lógica de las instituciones que reglamentan la salubridad, ellos son el desperdicio que debe erradicarse, el agente externo del que hay que protegerse, pero también se sienten parte de un cuerpo que puede articularse, aunque sea transitoriamente, en pos de un objetivo común. Como han visto muy acertadamente Ignacio Álvarez y Stefanie Massmann en “Vínculo social e identidad en la primera narrativa de Manuel Rojas”, los protagonistas de sus cuentos interrogan por la existencia de un fundamento material distinto a la economía del desperdicio, un fundamento que permita establecer relaciones distintas a la estrictamente jerárquica (16). Los personajes de Rojas no aceptan que los alimenten o que les den trabajo si eso significa alienarse en un fin productivo y en la subalternidad que esto les impone. Su estrategia es otra: asumen el contagio como contrato con lo social y lo van a repeler también como condición de autonomía. Confiados en las posibilidades de un saber médico como el que se despliega en archivos como la Hoja sanitaria y que no solo busca evitar el contagio de enfermedades y plagas sino también desmitificar el carácter mortal de enfermedades como la tuberculosis y prescribir los tratamientos que permiten sanar, los personajes de Rojas transitarán las rutas de entrada y de salida de un contagio que se postula como una condición necesaria de la renovación del cuerpo social.
En estos cuentos identifico un mismo patrón: un orden espacial prescriptivo que asigna posiciones a los personajes involucrados, un desplazamiento que rompe la serie de los movimientos previstos y vulnera las delimitaciones, permitiendo que se produzca un vínculo que hace surgir un nuevo ordenamiento y que amenaza con propagar algo evitado en la delimitación inicial. Dicho vínculo se sostiene durante un intervalo para luego repelerse con mayor intensidad pero evidenciando el surgimiento de una fuerza nueva. “El delincuente”, uno de los cuentos más conocidos de Manuel Rojas, sirve para ejemplificar lo dicho. El narrador es el maestro Garrido, un peluquero que vive en la entrada de un conventillo, y el cuento comienza con una prolija descripción de este conventillo estructurado por habitaciones, galerías y patios que dan forma a lo que parece una pequeña ciudad. Una noche, Garrido oye los ruidos de dos personas que juzga extrañas en este lugar, y se da cuenta de que se trata de un borracho y de un ladrón. Junto con otro hombre del conventillo, un carpintero de apellido Sánchez, deciden llevarlos a la comisaría, pero para ello, deberán arrastrar el cuerpo del borracho por la calle. Como ha visto gran parte de la crítica, en este trayecto no solo se realiza un desplazamiento físico sino que las demarcaciones iniciales se resquebrajan: ya no se trata de un ladrón y de sus vigilantes, sino de tres hombres que intercambian roles y llegan a percibirse desde una renovada comprensión de la posición de cada cual. Pero si la condena al delincuente se desdibuja en este tránsito, todos en algún momento se vuelven “jornaleros” que arrastran un cuerpo, la reprobación al borracho se mantiene: “Allí no había ni ladrones ni hombres honrados. Sólo había un borracho y tres víctimas de él” (17-18).
La actitud del grupo frente el borracho es muy elocuente respecto de lo que muestra la Hoja Sanitaria. Si el proyecto pedagógico que vemos allí explicita condescendientemente una serie de practicas erradas respecto al cuidado del cuerpo o al tratamiento de las enfermedades a fin de erradicarlas, el alcoholismo constituye un extremo con el que no se transa porque atenta contra la salud del cuerpo individual, pero también contra la de la familia y la del estado. En este punto, el Dr. G. Puelma es enfático: “todo lo que causa perjuicio a cada una de las partes que componen un todo, perjudicará también al todo” (202). Consecuentemente, la Hoja sanitaria no presentará fricciones con una perspectiva estatal, pero sí matices. Si el Estado se perjudica porque el alcoholismo disminuye la capacidad de trabajo de los obreros y los distrae de ocupaciones útiles haciendo que parte de ellos dedique su tiempo a producir bebidas alcohólicas, en la Hoja sanitaria, vemos una tensión entre esta argumentación y la del debilitamiento físico escindido de la productividad. Un cuerpo que se degenera no es solo un cuerpo menos productivo, sino también un cuerpo incapaz de resistir y regenerarse: el alcohol no debe considerarse un estimulante cerebral ya que debilita el sistema nervioso (411), la resistencia del cuerpo a los gérmenes morbosos se debilita por el alcohol (412), e “infiltra los órganos lenta, pero seguramente” con un veneno eficacísimo (182). Si volvemos al cuento de Rojas, vemos que los personajes bajo la luz de la comisaria y al asistir al registro policial una vez más demarcan claramente las posiciones transgredidas y ven al delincuente con el mismo escepticismo con que lo mira el inspector. Pero el borracho, a pesar de ser la víctima del ladrón, también es condenado a permanecer en prisión, quizás por el debilitamiento que se autoinfringe, pero especialmente por el que le impone a los que debieron cargarlo y que vuelven al conventillo sintiendo el cuerpo atravesado por la tristeza, el cansancio y un renovado escepticismo acerca de la legalidad de la que han sido objeto.
Si el alcohol se repudia tanto en la Hoja sanitaria como en los cuentos de Rojas como sinónimo de debilitamiento individual y social, la leche funciona como su opuesto en tanto se busca probar y difundir sus propiedades reconstituyentes, es decir su capacidad de dar la fuerza necesaria al organismo para su desarrollo y crecimiento (118, 464). En varias entrevistas, Rojas narra que su padre murió por no acceder a cambiar el cognac y otras bebidas degenerativas por la leche. En su cuento “El vaso de leche”, un niño que sufre de hambre se niega a recibir alimentos o dinero que no sean fruto de su trabajo y que constituyan una obligación a futuro, una deuda. Lo único que lo mueve es el hambre, pero prefiere eso a la posibilidad de constituir un cuerpo sano para alguien más, carne de explotación. Cuando no puede ya casi sostenerse en pie va a una lechería: “Era un negocito muy claro y limpio lleno de mesitas con cubiertas de mármol. Detrás de un mostrador estaba de pie una señora rubia con un delantal blanquísimo” (37). Una vez dentro pide un vaso de leche grande con vainillas, sabiendo que no podrá pagar y dispuesto a lo que sea que vaya a pasar, pero la mujer no solo le sirve lo que pide sino que le regala otra ración. La gratuidad de ese gesto doblega al niño por un momento pero pronto repele la imagen de la mujer generosa como indicio de una debilidad que quiere dejarse atrás: “Pensó en la señora rubia que tan generosamente se había conducido, e hizo propósitos de pagarle y recompensaría de una manera digna cuando tuviera dinero; pero estos pensamientos de gratitud se desvanecían junto con el ardor de su rostro, hasta que no quedó ninguno… Llegó a la orilla del mar y anduvo de un lado para otro, elásticamente, sintiéndose rehacer, como si sus fuerzas interiores, antes dispersas, se reunieran y amalgamaran sólidamente” (41). El vínculo con la mujer aquí es necesario para vivir hasta el último extremo la vulnerabilidad a la que expone la pobreza y en la medida que le da la leche que opera un efecto casi milagroso en sus decaídas fuerzas, pero aferrarse al recuerdo de ese gesto implica perpetuar una posición en el cuerpo social que se combate. En el pasaje vemos como sostener dicho vinculo fugazmente, contagiarse con la posibilidad cierta de convertirse en un mendigo o un asalariado, es paradojalmente lo que le permite articular sus fuerzas en pos de un nuevo norte, que se advierte ahora con mayor nitidez. Si la leche se acepta y se asimila, la mujer en tanto imagen de la madre, tantas veces interpelada en la Hoja sanitaria como madre natural o como sustituta o nodriza, se rechaza como órgano de un estado que cría niños sanos y fuertes para la patria y no para ellos mismos.
Algo similar ocurre en el cuento “El ladrón y su mujer”. Un hombre que está preso recibe la ropa limpia que su mujer le deja con un gendarme solo para protagonizar una espectacular fuga al día siguiente, que condena a su mujer a pasar la noche en la cárcel como sospechosa de facilitar la huida. El hombre debe correr horas y solo logra escapar porque un par de reclusos araucanos lo cargan cuando cree que no lo va lograr. La escena los muestra corriendo como un solo cuerpo, pero días después de que ha logrado huir, cuando intercepta a su mujer de nuevo en el tren mientras va encubierto, reniega del vínculo contraído con sus compañeros de fuga “—¿Te tuvieron presa todo este tiempo? Yo lo suponía… Fíjate que yo me fugué con dos indios araucanos, que me llevaron en hombros cuando me cansé de correr… Les pregunté cómo podía pagarles, ¿y sabes lo que me pidieron? Los forros de seda del chaqué para hacerse bolsas tabaqueras. ¡Ja, ja, ja! ¡Qué diablos lesos! ¿Qué te parece?” (146-147). Evidentemente, la fuga solo es posible por la fuerza casi sobrenatural que imprimen al cuerpo desfalleciente del ladrón los hombres que luego se repelen como un par de “diablos lesos” y en el cuento parece ser tanto una fuga de la cárcel como de la ropa limpia provista por la mujer. De los cuentos que analizo, sin embargo, es el único en el que el ladrón se exhibe desde un cinismo prejuicioso respecto de aquellos con los que un momento antes formó una unidad, lo que habría que mirar con más detención, pero por ahora, me interesa mostrar que también puede leerse como una forma de recuperar una posición de vigor y autonomía ante los ojos de la mujer, repeliendo la vulnerabilidad a la que se ve sometido primero por la prisión, por el envío de la ropa limpia y luego por su debilidad física. Como refuerzo espacial de la temática del contagio parece relevante señalar que estos cuentos de Rojas se sitúan en los que la Hoja Sanitaria sindica como lugares propiciatorios del contagio: vagones de ferrocarril, prisiones o conventillos.
Las posiciones de vulnerabilidad-fuerza se desplazan de distintas formas en otros cuentos, señalando un cuestionamiento a la noción de sujeto en Rojas que alteraría otra de las demarcaciones civilizatorias inscritas en la Hoja sanitaria entre lo humano y lo animal, pero el patrón del contagio y la repulsión se mantiene. Un último ejemplo, es el del cuento “El trampolín”, protagonizado también por un ladrón, esta vez llevado en un tren por un policía que casualmente muere dejándolo sin custodia e imponiendo al narrador y su amigo la necesidad de decidir si lo entregan o lo ayudan a huir.
En este breve análisis, vemos cómo estos cuentos de Rojas se estructuran en torno a demarcaciones sociales y prescripciones espaciales que se vulneran y desplazan para mostrar configuraciones transitorias pero productivas, en escenas que en términos estéticos configuran verdaderos cuadros plásticos en los que los cuerpos se entrelazan y ordenan en formas singulares. En este vínculo provisorio, en esta suerte de “contagio” algo que había permanecido informe o invisible para los personajes en un primer momento se organiza. Desde posiciones móviles, estos personajes se ven enfrentados a la necesidad de pensar por sí mismos y adquieren la consciencia de ser partes intercambiables en un todo que articula un ordenamiento mayor, y desde allí generan la fuerza para rechazar una posición fija y degradante.
Referencias
Alvarez, Ignacio; Massmann, Stefanie. “Vínculo social e identidad en la primera narrativa de Manuel Rojas”. Estudios filológicos. Valdivia 47 (jun 2011): 7-21.
Ansolabahere, Pablo. Literatura y anarquismo en Argentina (1879-1919). Rosario: Beatriz Viterbo Editora, 2011.
Fuster Sánchez, Nicolás y Pedro Moscoso-Flores (comp.). La hoja sanitaria. Archivo del policlínico Obrero de la I.W.W., Chile 1924-1927, Ceibo, 2015.
Muñoz, Víctor. Cuando las bombas son de papel. El Estado y la propaganda anarquista impresa. (Región chilena, 1915-1927). Talca: Ediciones Acéfalo, 2013.
—. Sin Dios ni patrones. Historia, diversidad y conflictos del anarquismo en la región chilena (1890-1990). Valparaíso: Mar y Tierra Ediciones, 2013.
Rojas, Manuel. “El hombre que casi fue ladrón”. Revista Lecturas 27 (octubre 1932): 8.
—. “Mi madre, Juan Gandulfo y la muerte”. Claridad Vol. 9, No. 140 (1932): Enero 21.
—. El Delincuente. Santiago: Sociedad Chilena de Eds., 1935.
Notas