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EL PSICOANALISTA COMO PERSONAJE EN LAS NOVELAS DE JUAN MARÍN Y SAMUEL GAJARDO, CHILE 1930-1940

THE PSYCHOANALYST AS A CHARACTER IN THE NOVELS BY JUAN MARÍN AND SAMUEL GAJARDO, CHILE 1930-1940

Mariano Ruperthuz Honorato
Universidad de Santiago de Chile, Chile
Silvana Vetö
Universidad Andrés Bello, Chile

EL PSICOANALISTA COMO PERSONAJE EN LAS NOVELAS DE JUAN MARÍN Y SAMUEL GAJARDO, CHILE 1930-1940

Revista de Humanidades, núm. 34, pp. 11-35, 2016

Universidad Nacional Andrés Bello

Recepción: 25 Agosto 2015

Aprobación: 30 Enero 2016

Resumen: Este trabajo aborda la aparición del personaje del psicoanalista en algunas novelas chilenas, escritas por Juan Marín Rojas y Samuel Gajardo Contreras en las décadas de 1930 y 1940. El análisis de dichas producciones apunta, por una parte, a dar cuenta de las particularidades de los retratos de dichos personajes, destacando con ello las formas en que se interpretaba y entendía el psicoanálisis en Chile en aquella época. Por otra parte, se rescatan los alcances de este análisis, circunscrito en la indagación de un proceso más amplio, que no sólo conciernen a historiografía del psicoanálisis, sino también al proceso que hemos llamado “psicologización” de la sociedad, donde los saberes de lo psíquico o “saberes psi”, son incluidos en diversos campos culturales, ya no sólo por expertos, sino también por legos, sirviendo como herramientas utilizadas por chilenos y chilenas para entenderse a sí mismos, a los otros y a la sociedad.

Palabras clave: Historia del psicoanálisis en Chile, Juan Marín, Samuel Gajardo, psicologización, saberes psi.

Abstract: In this paper, we address the appearance of the psychoanalyst as a character, in Chilean novels of the 1930s and 1940s, written by Juan Marín Rojas and Samuel Gajardo Contreras. The analysis aims, first, to take account of the particularities of the portraits of these characters, highlighting the ways in which psychoanalysis was interpreted and understood in Chile at the time. Moreover, we seek to investigate further consequences of this particular analysis, in the unveiling of a broader process, which concerns not only the historiography of psychoanalysis itself, but also the process that we call “psychologization” of society, where knowledge of the psychic or “psy knowledge”, is included in various cultural fields, carried out not only by experts but also by laymen and women, serving as tools used by Chileans to understand themselves, others and society.

Keywords: History of psychoanalysis in Chile, Juan Marín, Samuel Gajardo, Psychologization, Psy knowledges.

1. Introducción

El presente artículo busca rescatar un fenómeno interesante dentro de los nuevos desarrollos en torno a la historia del psicoanálisis en Chile: la aparición de la figura del psicoanalista como personaje literario, en obras nacionales de ficción que se escribieron entre las décadas de 1930 y 1940.

Esta temática nos lleva a tomar distancia de los relatos llamados “oficiales” de la historia del psicoanálisis en Chile, apuntando a una historia que supera las referencias a las instituciones psicoanalíticas, que va más allá del psicoanálisis definido exclusivamente como práctica clínica y que no se sostiene únicamente en textos “intradisciplinarios”. Esta otra forma de escribir dicha historia incorpora todos aquellos discursos que giran alrededor del movimiento psicoanalítico y se vinculan con él por vías distintas a las de la clínica y las instituciones oficiales.1 Desde allí, podemos destacar que la recepción del psicoanálisis en Chile sucedió mucho antes que la fundación de la Asociación Chilena de Psicoanálisis (APCh) en el año 1949, implicando un complejo proceso histórico-social, que muestra cómo las ideas y creencias asociadas al pensamiento de Freud (y otros autores próximos como Carl Gustav Jung y Alfred Adler, por ejemplo) fueron apropiadas de manera activa por muchos agentes locales, en distintos campos de la sociedad chilena. Es decir, no sólo la psiquiatría, sino también la medicina social y el higienismo, la criminología, la filosofía, la literatura, el arte y la crítica, por nombrar algunos.

En este sentido, la evidencia muestra cómo el psicoanálisis europeo fue alterado, transformado, a partir de las lecturas locales, asociadas a responder y dar solución a muchas de las preocupaciones y problemas que aquejaban a la sociedad chilena de comienzos del siglo XX. En términos de Peter Burke (Hibridismo Cultural), se trataría de una natural y esperable fase de “hibridación cultural”, la cual generaba negociaciones y tensiones entre los dichos de Freud y los “freudianos” nacionales. Vista así, la “interculturalidad” se presenta como un componente propio de la recepción de un sistema de ideas y creencias transnacional como es el psicoanálisis, logrando revelar la existencia de cierta independencia entre la producción local de conocimiento y los “centros” de producción intelectual, Europa en este caso. Sin ir más lejos, se podría afirmar que la historia del psicoanálisis chileno se enmarcaría dentro un patrón de recepción regional donde los postulados de Freud fueron utilizados como herramienta de control social por las élites, alejándose claramente de las directrices de su creador, quien lo conceptualizaba como una profesión “imposible”, junto a educar y gobernar (Freud, 1937). Varios trabajos nuestros ya referidos, muestran claramente cómo, especialmente en la época de los gobiernos Radicales, gobernar era pensado como lo que en términos psicoanalíticos podemos denominar “educar las pulsiones sexuales y de agresión”. Así, se puede entender el interés que muchos médicos, intelectuales, educadores, juristas y políticos de la época tenían por la noción de “sublimación”: una especie de alambique social a través de la cual las inclinaciones inconscientes, sexuales y destructivas, podían ser transmutadas en productos culturales socialmente valorados: el arte, la religión, la literatura, el deporte, entre otros.2 Así, sectores no sólo conservadores, sino también algunos sectores “progresistas” de la época, veían en este mecanismo la posibilidad de fortalecer la llamada “raza chilena”, plegándose a distintas modalidades de discurso nacionalista, imperante en ese entonces.3

Con todo esto en cuenta, podemos preguntarnos: ¿Qué lugar ocupan las novelas de ficción escritas por Juan Marín y Samuel Gajardo en las décadas de 1930 y 1940 dentro del entramado de recepción del psicoanálisis a nivel local?, ¿Qué refleja el que las tramas incluyan al personaje del psicoanalista?, ¿Qué particularidades tenían dichos personajes y en qué situaciones se ve envuelto, qué problemáticas se le pide solucionar?

Juan Marín Rojas (1900-1963) fue médico cirujano, diplomático, ensayista y novelista, y Samuel Gajardo Contreras (1894-1969), profesor de Medicina Legal de la Universidad de Chile, primer Juez de Menores de Chile y fecundo escritor, con una prominente carrera pública y gran reconocimiento social. Ambos autores pueden ser reconocidos como grandes difusores del psicoanálisis a nivel local, realizando claros intentos por llevar el pensamiento freudiano a la población nacional. Se entiende de esta manera la producción de “freudianos” en Chile —distinción aportada por Hugo Vezzetti (Freud en Buenos Aires, 1910-1939)—, compuesta como ya se mencionó por un conjunto de abogados, escritores, médicos, criminólogos, políticos, entre otros, que adscribían a los principios psicoanalíticos, importándolos a sus respectivas prácticas, las que autorizaban así nuevas formas de pensar y hacer. Lo fructífero de esta mirada, es que permitiría comprender cómo las categorías psicoanalíticas fueron presentadas al público chileno logrando redefinir las representaciones del ser humano y su subjetividad. Así, y siguiendo a Mariano Ben Plotkin (Freud en las pampas), entendemos que la migración del psicoanálisis a Chile se produjo a través de distintas redes intelectuales, las que permitieron su penetración en diferentes campos culturales del medio nacional. De ahí que caractericemos al psicoanálisis como un saber que desborda los límites de los circuitos intelectuales o disciplinares, permeando notablemente la vida cotidiana de los individuos. No es casual, entonces, que Joaquín Edwards Bello en su columna de La Nación del 9 de noviembre de 1934 titulada “Los freudianos”, expresara lo siguiente:

Hace pocos días pasaba por la Alameda y vi salir de la universidad un tumulto. Más bien dicho, vi en las puertas de tumulto que se esparcía: contaba de niñas, de jóvenes, de damas de todas las clases sociales, dominándole la media. No pude resistir la curiosidad y pregunté a uno de los salientes qué cosa era, y me dijo, que se trababa de una conferencia sobre psicoanálisis. (448)

En este sentido, no podemos dejar de mencionar que la diseminación del psicoanálisis en las capas medias y populares, estuvo caracterizada por claras estrategias traducidas en políticas editoriales: la publicación de las obras de Freud por distintas editoriales locales (Pax, Ercilla, Cultura, Prometeo, Nascimento, Zig-Zag), las que por precios económicos acercaban al psicoanálisis y le suponían valor como una teoría que debía ser consumida. Inclusive en Chile se llegó a publicar —tal como ocurrió en Perú, Argentina y Brasil— la conocida serie “Freud al alcance de todos”, escrita por el peruano Alberto Hidalgo, bajo el seudónimo del Doctor J. Gómez Nerea.4 Además de estos catálogos, varias revistas de magazine, género de la época, dedicaron reportajes que introducían a los lectores al pensamiento freudiano, como Pacífico Magazine, Zig-Zag o Alejandra. En este sentido, se podría trabajar con la hipótesis de que la introducción de este nuevo personaje en la literatura chilena, respondió a un proceso más amplio, que no podremos analizar aquí en detalle, pero que puede denominarse tentativamente, “psicologización de la sociedad”, de acuerdo al cual los saberes llamados psi —dentro de los cuales se incluye la psiquiatría, la psicología y el psicoanálisis, siguiendo en esto a Nikolas Rose (Inventing Our Selves. Psychology, Power and Personhood)— afectaron la producción de nuevas representaciones del Yo, las que se habrían deslizado dialécticamente, hacia la vida cotidiana, a través de trabajos y actividades culturales como estos.

Para llevar a cabo nuestro objetivo, analizaremos obras escogidas de Juan Marín y Samuel Gajardo, escritas en su mayoría durante la década de 1930 y una de ellas, en la de 1940. De Marín, se analizarán las obras Margarita, el aviador y el médico (1932), Un avión volaba. . . (1935), El secreto del Dr. Baloux (1935), y Orestes y yo (1939). Por su parte, de Gajardo, se abordarán Desarmonía sexual (1937) y Cuando los niños no cantan (1949).

2. “Me encargaré yo mismo de hacer un poco de ‘talking-cure’. . .”: depsicoanalistas y gases para develar el inconsciente en las novelas de JuanMarín

Desde mediados de los años treinta, Juan Marín escribió una serie de novelas donde el psicoanálisis tuvo una presencia notable. Ellas hacen referencia explícita a los conceptos psicoanalíticos y a la figura del psicoanalista como protagonista de los relatos, incluido en situaciones cotidianas y extraordinarias, donde las referencias freudianas parecen servir de apoyo en situaciones de emergencia, locura y necesidad.

En Margarita, el aviador y el médico (1932), Marín narra la crisis vivida por Margarita Fuenzalida luego de la desaparición de su amado, el aviador Jorge Luna, en un accidente. Luego del infortunio, Margarita se encuentra con el doctor Carlos Beytía, quien, en palabras de Marín, “podía apreciar las vacilaciones de aquel subconsciente que venía a veces a la superficie como una inmensa burbuja de alma y volvía a perderse después en los repliegues del “Yo” impenetrable (36).

Habiendo sufrido una importante pérdida, Margarita pasaba por lo que en la novela es descrito como un proceso de duelo: un momento de repliegue sobre sí misma, acompañado de una especie de éxtasis místico del cual posteriormente sale para ayudar a otros (comienza estudios de Medicina, se hace socia de la Cruz Roja y de la Sociedad Protectora de la Infancia, y se vuelve profesora voluntaria de la “Liga de Escuelas Nocturnas para Obreros”) y para, luego, enamorarse nuevamente. Así como Freud explicaba en 1917 que “una vez cumplido el trabajo del duelo el yo se vuelve otra vez libre y desinhibido” (Duelo y melancolía 243), Marín señala que Margarita decía “abandonar ‘el retiro sentimental’ en el que había una buena dosis de cobardía y egoísmo, y salir al mundo, llegarse hasta las grandes fuentes del dolor para combatirlo, buscar a los caídos y tenderles la mano para levantarlos . . . ” (Margarita, el aviador y el médico 29).

En el año 1935, Marín publica su segunda novela, titulada Un avión volaba. . ., en la que trata la historia de un instructor de vuelo, Claudio Astorga; Jorge Garmendia, su estudiante favorito; y Sonia, el amor de Garmendia. En la historia, el carácter cruel y egoísta del instructor, se contrasta con el idealismo y el encanto del estudiante. Sonia, por su parte, se presenta como una bella mujer, perfecta y amistosa.

Astorga y Garmendia, entre momentos de entrenamiento, dialogan sobre el mundo actual. En sus charlas, el joven Garmendia hace gala de su amplio repertorio intelectual, afirmando que se vive una época de plena emotividad, donde los afectos están en primer plano. Para ello, apoya sus declaraciones en las ideas del médico y científico español Gregorio Marañón. Por su parte, Astorga, parafraseando al novelista y dramaturgo alemán, conde Eduard von Keyserling, afirma que en vez de plena emoción, se vive una época de declarada “mecanización del mundo” (Margarita, el aviador y el médico 28).

En su réplica, Garmendia trata de convencer a su superior diciéndole que “[n]unca ha habido más neurosis y locura, individual o colectiva, que en estos últimos años”, que “la psicología de las emociones y de los instintos está en desajuste”, y que el progreso ha arrastrado al hombre a estas transformaciones. Agrega que “[a]quellos que no logran adaptarse son víctimas inmoladas en el altar de ese Dios mecánico y van a parar a los asilos y manicomios ¿No has leído a Freud? (Marín, Un avión volaba. . . 29)

Como se advierte, Marín pinta el acervo cultural de estos dos hombres con vivas referencias a Freud y a su imagen del ser humano irracional, lleno de pasiones y complejos que lo desbordan. Estas ideas llegaron a ellos, tal como lo afirma la novela, gracias a ediciones nacionales de divulgación del psicoanálisis: “Los libros que las Editoriales nacionales prodigiosamente lanzan en ediciones baratas contribuían a incrementar los conocimientos de historia y sociología” (50).

El aprendiz, a diferencia del instructor, tiene una visión positiva del futuro, donde la educación permitiría a los seres humanos vivir en armonía y plena convivencia. Desde la otra vereda, Astorga echa por tierra esas aspiraciones basándose en Freud:

¿He de citarte a Freud? A cuán deleznable cosa han quedado reducidas la razón, la inteligencia, la conciencia. Por debajo de ellas alienta una fuerza mil veces más poderosa, depositaria de todas las fuerzas ancestrales, de todas las fuerzas vitales, de las potencias del instinto. Y es ella quien surge y comanda cuando cae el barniz de tu cacareada civilización. (55)

Marín lleva al extremo la psique de Jorge Garmendia, quien, luego de un accidente de avión donde muere Sonia, es internado en Santiago, en un sanatorio de enfermos mentales. Un psiquiatra diagnosticó en Garmendia la presencia de un trauma físico y psíquico, obligándolo a buscar un especialista. Así, el piloto llega donde el doctor Gay Lussac, un “hombre místico y sensual” (144), y se interna en su “Sanatorio Freudiano”, instalado cerca de la localidad de Colina, en la Provincia de Santiago. Este médico, mezcla de artista, literato y galeno, “[c]reía que entre ciencia y arte no caben distingos, y cuando el vienés Freud echó al mundo su prodigiosa receta, Gay Lussac fue uno de los primeros en lanzarse de bruces al fondo de la caverna psicoanalítica” (144).

El escritor chileno construye la imagen del psicoanalista como un especialista que trabaja con los sueños de sus pacientes, pero también en el análisis de las formas del arte y sus vinculaciones con el inconsciente. Lussac se había formado gracias a una serie de viajes por Europa, “en misteriosas idas y venidas por las clínicas psiquiátricas como alumno fervoroso de las más altas cumbres del psicoanálisis. No faltaron en su país quienes dijeron que su paso por dichas clínicas no fue en calidad de alumno, sino de enfermo” (145-6).

El tratamiento clínico de Lussac era bastante ecléctico, ya que combinaba el psicoanálisis con el uso de baños calientes, calmantes, aplicación de bromuro, morfina, valeriana, escolopamina. Además, analizaba las notas escritas que su paciente producía, llenas de simbolismos y representaciones inconscientes.

Lussac reconoce en su paciente signos de neurosis obsesiva, apoyada en la existencia de elementos reprimidos. Señala: “Me encargaré yo mismo de hacer un poco de ‘talking-cure’ con el joven Garmendia” (150) y le pide a su enfermera, Olga Günther, que no se acerque demasiado al joven, debido a los peligros que la “transferencia” —concepto clave de la clínica psicoanalítica— pudiese ocasionar. El especialista le pide alejarse del joven, ya que no quiere que tenga ocasión de enamorarse de ella.

Otra obra de Marín donde aparece fuertemente el psicoanálisis es El secreto del Doctor Baloux, novela corta incluida en una edición de Naufragio y otros cuentos (1938), que relata las peripecias de un médico fisiólogo, el doctor Ernesto Baloux, interesado en el psicoanálisis, quien protagoniza el último viaje de la desaparecida escampavía “Cóndor”, de la Armada Nacional chilena. La novela, llena de ciencia ficción y relatos fantásticos, demuestra el temprano interés de Marín por la psicología freudiana y pone sobre el tapete una extraña ficción que reaparece más tarde en otra novela del autor, Orestes y yo (1939): el “gas de la subconsciencia”. Si bien aquí no aparece la imagen del psicoanalista propiamente tal, nos pareció interesante analizarla por las lecturas bien singulares que aporta del psicoanálisis, como se verá.

De acuerdo a la novela, el capitán de corbeta, Arturo Lange, había encontrado en 1933 el diario del doctor Baloux, en el barco que había naufragado años antes en las cercanías de la Isla Lennox, en la Patagonia chilena, donde Baloux había ido a realizar sus secretos experimentos. Baloux, aunque es fisiólogo, se interesa por las funciones mentales, por lo cual es un incomprendido por sus colegas, de quienes desconfía que lo tilden de loco o que se apropien de sus descubrimientos.

Baloux dice apoyar sus experimentos en el psicoanálisis, particularmente en “la base establecida por los psicoanalistas, de que la psiquis humana es doble o mejor dicho tripartita. Yo creo en la existencia —añade— de una conciencia, una subconsciencia y una inconsciencia” (El secreto del Doctor Baloux 101-2). El objetivo de sus experimentos, era intentar que las personas liberasen los deseos inconscientes reprimidos, los secretos del Ello. Basándose en sus lecturas del psicopedagogo y psiquiatra español César Juarrós, el psiquiatra y psicoanalista francés Ángelo Hesnard y, por supuesto, Sigmund Freud, afirma que la “inconsciencia” se divide en dos secciones: “el ‘yo’ o conjunto de ideas, emociones y reacciones, y otro conjunto no coordinado, anónimo, impersonal, de las fuerzas atávicas, de los instintos, que es lo que Freud llama el ‘ello’” (101).

En el escrito, las reflexiones de este médico intentan hacer conciliar el psicoanálisis con ideas como las del filósofo alemán Max Scheler, el filósofo y psiquiatra también germano, Karl Jaspers y el filósofo español José Ortega y Gasset. Particularmente, aquellas que apuntaban a la existencia de un sistema interno, “intracuerpo”, de carácter vegetativo y animal, en cada ser humano. Estos serían, según la novela, “planos de nuestra arquitectura psicológica que pudieran identificarse con el inconsciente, el subconsciente y el consiente de los discípulos de Freud” (101).

Baloux, a pesar de seguir en varios aspectos a Freud, se distancia explícitamente de él, en un punto crucial: para Freud, señala, es imposible acceder al inconsciente cuando el sujeto está vivo. La consciencia es demasiado poderosa y lo único que muestra son los camuflajes y máscaras del Ello, cosa que —señala en tono crítico el protagonista de la novela— los psicoanalistas han tomado por verdaderas piezas del inconsciente. Por ello, declara: “para llegar a escuchar la verdadera voz del alma humana, en lo que tiene de más profundo y de más sincero consigo misma, no hay más que esperar la muerte del individuo” (104), una muerte espontánea y real.

Las experimentaciones, llevan a Baloux al sur del Chile, donde según él se encontraría un gas metálico con el que podría producir el “gas de la subconsciencia”. Allí, lo utiliza por primera con un niño yagán, aquejado de tuberculosis, que se encontraba moribundo. Los resultados son sorprendentes. En el instante en que el pequeño fallece, Baloux aplica el gas, el cual extendería su vida, pero lo haría vivir sin consciencia, con la sola expresión de su inconsciente. Al hacerlo, la cara del niño se pone azul por la influencia del gas, y luego, al ver a su madre, intenta besarla. Acto seguido, al ver a su padre, trata de morderlo, haciendo gestos de “violenta repulsión” e “interponiendo su cabeza entre las de su madre y de su padre” (119). Allí, poco después de ese teatro con claras referencias edípicas, se acaba la duración del gas y el pequeño yagán fallece aferrándose al pecho de su madre. En su diario, Baloux anota: “He resuelto comunicar esta observación al doctor Freud por las deducciones que de ella pueden extraerse y que yo estimo plenamente confirmatorias de las teorías psicoanalistas” (119).

De vuelta a Santiago con su mujer y su hija, el barco en que viajaba Baloux naufraga. No hay agua ni comida. Todos van a morir. Fríamente, Baloux decide realizar su última experimentación con ambas, y finalmente también consigo mismo.

Su hija Sylvia, agonizante, habiendo aspirado el gas, se ofrece como objeto sexual, a los tripulantes que aún quedan vivos. Luego, en las mismas condiciones, su mujer, Miriam, le grita a Baloux: “Retírate. Te odio. Me unieron a ti por conveniencias familiares. Por ti me separaron de mi derecho a la felicidad” (139). El desenlace trágico de la historia, se hace presente gracias a la acción expansiva del gas, que afecta al médico en su lecho de muerte. Cuando la substancia entra en él, le permite declarar los deseos incestuosos más profundos hacia su hija:

Ahora contra ti, Sylvia. A ti, a quien hubiera querido como un amante a su más preciada conquista . . . Te he amado desde que eras pequeñita, cuando te sentabas sobre mis rodillas. ¡Y tú también me amabas! Te he codiciado cuando la pubertad te dio formas y colmó de encantos tu grácil silueta. Y después, cuando ya los muchachos te lanzaban miradas provocadoras y tú las devolvías cargadas de deseos contenidos . . . He sentido celos de todo eso. (141)

Juan Marín concluye sus referencias explícitas al psicoanálisis con su novela Orestes y yo (1939), la cual se centra en la vida del psiquiatra Roberto Fraga. Este trabajo de Marín fue prologado por el médico argentino José Belbey, profesor de la Universidad de Buenos Aires y un incipiente difusor de las ideas psicoanalíticas en el país trasandino, lo que evidencia las redes intelectuales de Marín a nivel regional.

Es un relato que muestra a Fraga como un “neurópata”, quien habría desarrollado dicha condición a partir del nacimiento de su hijo Orestes, quien lo alejó de Teresa, su amada esposa. Según Belbey, Marín tiene la habilidad de ser un gran retratista de la locura y la neuropatía. Basado en su experiencia como médico, logra dibujar acabadamente las especificidades del delirio y la psicopatía, mostrándolas como consecuencias del complejo de Edipo. La celopatía de Fraga hace que ante la enfermedad de su hijo, actúe de manera negligente, dejándolo morir.

La novela transcurre en el destierro de Fraga en Suiza, lugar en el que vive después de huir del sanatorio para delincuentes enfermos mentales, donde había sido confinado. En su destierro, pasea como alma en pena por las calles Ginebra, donde se topa en más de alguna ocasión, como destaca Marín, con Thomas Mann.

La historia se basa en el diario personal de Fraga —tal como había pasado con el doctor Baloux—, quien se convierte en depositario de sus más íntimas confesiones. Desde temprano, Marín expone una historia en la que se intenta reconstruir la personalidad del médico, apoyado en la idea freudiana de que los primeros años de la infancia marcarán el destino de la vida adulta:

Debo decir que desde niño —afirma Fraga— fui fundamentalmente inquieto. Un tenaz y permanente afán de novedad me atormentaba, un deseo insaciable de conocer cosas y seres nuevos, de cambiar los horizontes, de estar aquí y allá, en todas partes. ¿Qué había detrás de esa curiosidad? Ya imagino las respuestas que unos me brindarán con los textos del viejo maestro Freud en la mano, otros con los del terco y petulante Adler. ¡Y qué se yo! (Marín, Orestes y yo 35-6)

En tanto médico psiquiatra, Fraga había pasado una temporada como estudiante interno en el Manicomio Nacional, donde tuvo maestros que lo introdujeron en el estudio de la hipnosis. Comenta Fraga: “La generación más joven de los psiquiatras de esa época, la constituían, en primer lugar el brillante Dr. Reinoso, cuya carrera excepcionalmente rápida había de ser tronchada más tarde por la bala de un loco de los mismos a quienes él atendía” (75-6).5

La mujer de Fraga, una vez embarazada, experimenta cambios en su personalidad: se aísla, le teme a los cambios corporales que ocurren con el paso de los meses y cae en largos periodos de mutismo. Angustiado, Fraga consulta a varios colegas, hasta que llega donde el psicoanalista, doctor Rigoberto Solís Cortés, hombre misterioso y con aires de taumaturgo, quien luego de varios años perdido para muchos, “apareció en la capital en la actitud de un nuevo mago y diciendo traer en sus manos el cetro indiscutible de la ciencia psicoanalítica” (119). Vestido siempre de negro, con una larga melena, el psicoanalista se niega a atender a la mujer de Fraga, y le indica que quien necesita tratamiento es él: “Después de unas cuantas sesiones en que hablamos de todo menos de mi asunto, me aseguró que yo estaba deseoso de asesinar a mi mujer y que todo lo demás era sino una ‘pantalla encubridora’, como él decía” (119-20).

Aquí, tanto como en Un avión volaba. . . el psicoanalista aparece como un personaje extraño, misterioso, mezcla de ciencia y arte, que aporta interpretaciones novedosas de los conflictos, casi siempre vinculadas con la vida infantil de los hombres que lo consultan.

Fraga no logra resistir que su mujer se aboque con amor apasionado a su hijo Orestes y los incidentes con éste se multiplican, en base a la rivalidad edípica entre ambos. Fraga se explica el conflicto en términos psicoanalíticos y testimonia el impacto social de las ideas freudianas, revelando su alcance en la vida cotidiana: “¡La ‘protesta edipiana’ como dirían esos psicoanalistas que hoy les ponen nombres a todas las cosas!” (192-3).

3. “. . . pero actúa también en ti una causa que no me has dicho, porque no la conoces”: el psicoanalista en las novelas del Juez Gajardo

El Juez de Menores, Samuel Gajardo, también incursionó en el mundo literario con la novela Desarmonía sexual (1937), cuyo sexto capítulo se titula “Psicoanálisis”, y relata la historia de Ricardo Morel, su esposa Agueda Duclos y su pequeña hija Mary.

Tras unos años de convivencia, las desavenencias se hacen presentes en la pareja, lo que se traduce en discusiones, episodios de violencia conyugal y denuncias ante los Tribunales. Morel, cuya huida al extranjero motiva la nulidad del matrimonio, regresa a Santiago, intentando por todos los medios obtener la tuición de su hija. Para ello, busca motivos que pudieran declararla a su ex esposa no apta para hacerse cargo de Mary. Morel sostiene que Agueda es “anormal”, y solicita al Juez una pericia médica para corroborar sus competencias como madre. La acusa de ser “neurótica e histérica”, lo cual se demostraría en la “variabilidad de su carácter”, y en que “nunca se comportó normalmente en la vida sexual. Fue siempre impasible y fría” (Desarmonía sexual 41).

Agueda Duclos es atendida por el doctor L. Chanel, un psicoanalista que la introduce en la clínica freudiana. El médico comienza explicándole la necesidad que le hable libremente, despreocupada de lo que él pueda evaluar de sus dichos: “La psiquis sólo podemos conocerla por sus manifestaciones, y ellas son esencialmente equívocas, porque a menudo el paciente expresa, no lo que es realmente, sino lo que desea aparentar” (42). Agueda insiste en que ella no cree tener que aparentar porque piensa ser efectivamente normal, y entonces, el doctor Chanel le pide que siga lo que Freud llamó “asociación libre”. Distinguiéndola de la confesión, le explica que necesita que “desnude” su psique para exhibirle aquellos estratos que ella misma no puede conocer. “¿De modo que Ud. podría decirme de mí algo que yo misma ignoro?”, exclama Agueda (43).

He aquí como el psicoanalista construye las condiciones propicias no ya solamente para el examen solicitado por el Juez, sino para un proceso psicoanalítico. En lo sucesivo, Agueda no hablará solamente para mantener la tuición de su hija, sino porque se interesa por aquel misterio de sí misma que el psicoanalista afirma poder permitirle conocer.

Agueda le relata al médico los detalles de su vida sexual y de su infancia. Es su indiferencia sexual, su síntoma, lo que se busca explicar. Agueda no experimenta placer en el sexo con su marido, pero además hay un detalle, que es que “no puede tolerar la presencia de un Cristo” que pende en la habitación (43). Eso es lo que la mujer no sabe explicar, y el doctor deduce, por lo que la teoría psicoanalítica ha formulado, que “en su vida hay un misterio ubicado seguramente en los días lejanos de su infancia” (44). Agueda dice que no recuerda nada, y el doctor afirma que lo ha olvidado: “podría recordarlo reavivando sus recuerdos. Todos están ligados por vínculos indestructibles. Uno reciente evocará otro más antiguo. Nosotros creemos que cuando olvidamos, los recuerdos se pierden. No es así. Se pierden para la conciencia, pero yacen tras de ella, activos, vigilantes y hasta mortificadores” (45).

El doctor Chanel pide a la mujer que se tienda en el diván, cierre sus ojos y diga “en voz alta cuanto acuda a su mente pero sin ningún escrúpulo” (45). Las sesiones con el psicoanalista siguen hasta que en una oportunidad, Agueda recuerda el acontecimiento infantil en que se habría producido la fijación vinculada con su síntoma: un abuso sexual perpetrado por un hombre mayor, con un crucifijo como único testigo. Habiendo encontrado la causa eficiente del síntoma, el trauma infantil, como diría Freud, el Doctor se declara triunfante:

El ultraje violentó su conciencia y la figura del Cristo se grabó en su mente, como un símbolo pavoroso. Ud. olvidó todo eso, pero, oculto en su subconsciencia, perturbó la armonía de su organismo, traduciéndose en una invencible repugnancia por el amor, mientras el instinto pugnaba por manifestarse, sin hallar sus vías. Ahora, conociendo Ud. la causa perturbadora, la rechazará de sí y el instinto recobrará sus vías de expresión. Todo, porque sabe Ud. el origen de su mal. Porque se conoce. (47-8)

Luego de estas sesiones, el doctor Chanel informa al Juez de su pericia, donde aparecen otros datos respecto del campo en que se apropia y practica el psicoanálisis en Chile, así como de los discursos con los que comulga.

Primero, hay una clara evidencia de la influencia del heredo-degeneracionismo: “sus padres eran sanos, y no ha habido en sus ascendientes, casos de enajenación mental, sífilis, alcoholismo, epilepsia u otras enfermedades de efectos hereditarios. Este hecho es importante, pues la herencia constituye la base biológica de la personalidad y suele causar anomalías o predisposiciones morbosas” (48). Sobre esta base biológica, se implantan, en este caso, las tesis del psicoanálisis. Así, sin haber encontrado esta predisposición, el doctor Chanel constata la presencia de una “anormalidad de la libido” (50), llamada “anestesia sexual”, que consiste “en que su organismo no responde a la sensación voluptuosa. Es una anomalía —señala— porque pugna con las características naturales del instinto, que supone la aptitud para el placer” (49). Esta aflicción no se reconduce entonces a una cuestión biológica, sino a un “traumatismo psíquico sufrido por la paciente en la edad infantil” (50), que el doctor Chanel estima desaparecerá en el breve plazo, gracias a su intervención.

Como se observa, el doctor Chanel sostiene su trabajo clínico en la hipótesis freudiana de un saber no sabido, que puede revelarse a través de la palabra, venciendo la resistencia, en la asociación libre. Así, conduce a Agueda a relatarle sus recuerdos, confiando en que ellos le llevarán a la clave de sus problemas actuales. La mujer llega, de esa manera, a una escena infantil y traumática, de carácter sexual, que permite comprender su síntoma. Y, según estima el psicoanalista, desnudarlo, permitiendo su disolución.

En 1949, Gajardo publica otra novela, titulada Cuando los niños no cantan, inspirada en su trabajo como Juez de Menores. Según lapresentación de la Editorial Zig-Zag, escrita por el director de la colección, el famoso crítico Hernán Díaz Arrieta, más conocido como Alone, el despacho del magistrado sería un “incomparable observatorio psicológico y social”, un testimonio de la época, que “servirá al historiador futuro para tomarle el pulso a la moral contemporánea” (Gajardo, Cuando los niños no cantan).

La obra trata sobre la historia de un niño, Julián Aguirre, quien tras la muerte de sus padres, queda huérfano y es adoptado por Juan Gonzálvez y su mujer, Encarnación Ríos. Ella odia a Julián lo golpea cada vez que puede, lo descalifica y lo hace sentir un intruso. La mujer dice ver en el niño “instintos perversos” (13): el ahorcamiento de un gato, las caricias dadas a María (pequeña hija de la pareja con quien Julián establece una cercana relación desde pequeño), un accidente en el cual María cayó de los brazos de Julián. La niña, única persona que alegraba los días de Julián, es enviada a un internado, y se va formando en el niño un carácter triste que no traía buenos presagios.

Un día, después de oír una disputa sobre él entre Juan y Encarnación, Julián escucha una alusión a las “casas de huérfanos” (22), y esa noche hace un intento de suicidio. La policía lleva el caso ante el Juez de Menores, el cual, en conocimiento de los malos tratos dispensados por la madrastra, lo envía al Internado. Al hablar con Juan acerca de su resolución, el Juez le indica su “diagnóstico”, apuntando a que el niño “ha creado un complejo de culpabilidad que es el terreno propicio para el futuro desarrollo de delirios de auto-acusación, en que el individuo se cree culpable y pretende castigarse (27), lo cual muchas veces se halla a la base de intentos de suicidio. El Juez, claramente instruido en las teorías de Freud, hace referencia a los casos expuestos por el vienés en un texto titulado Algunos tipos de carácter dilucidados por el trabajo psicoanalítico, publicado en 1916, donde señala que se trata de “un sentimiento de culpa que les ordena buscar el castigo” (339). Gajardo agrega: “Su intento de suicidio es ya una forma de reacción anormal; pero cuando sea hombre, su contenida violencia puede dirigirse contra otras personas, como expresión del carácter anormal que se está incubando bajo el látigo (Cuando los niños no cantan 27-8).

En el Internado, Julián es castigado con frecuencia por un Rector cuya pedagogía, en palabras de Gajardo, se sostenía en una “idea lombrosiana”, “según la cual el niño es un pequeño salvaje, con más inclinaciones malas que buenas, y había que impedir que las primeras llegaran a constituir hábitos. Para ello es indispensable la rigurosa disciplina, destinada a civilizarlo” (45).

Un tiempo más tarde, Julián, al defenderse, ataca a un compañero con un cortaplumas, incidente que lo envía una vez más al despacho del Juez de Menores. Esta vez, el Juez envía a Julián a la llamada “Clínica de Conducta”, para que lo revisara un médico, llamado doctor Colbert, seguidor de las teorías de Freud.6

Aquí nos encontramos nuevamente con los anudamientos de discursos revelados en Desarmonía sexual, entre heredo-degeneracionismo y psicoanálisis. El doctor estima que Julián tiene un carácter impulsivo. “Ello puede ser efecto de la herencia o una simple particularidad del carácter” (61). Juan Gonzálvez reconoce que Julián tuvo un “ataque al cerebro” (61), y entonces el doctor Colbert explica —como hiciera el doctor Chanel—, la relación que se establece entre lo hereditario y las influencias del ambiente, donde los estímulos, donde reconoce se halla “todo el secreto de la conducta”, son los responsables de la construcción de un carácter adaptado o uno criminal: “Si Ud., que es su tutor, lo rodea de buenos estímulos, su porvenir está en sus manos. (62)

Gonzálvez, preocupado por las consecuencias de los malos tratos de su mujer hacia el niño, le pregunta a Colbert si los malos tratos de su mujer no habrán sido la causa de los problemas que enfrenta Julián: “Esos castigos han debido producirle una rebeldía impotente, que ahora tiende a manifestarse como desquite y en forma inconsciente, que él mismo no puede comprender” (63).

Con el paso del tiempo, Julián descubre que su padre había sido asesinado por Juan Gonzálvez, desencadenando un drama de proporciones y despejando el hilo de determinaciones inconscientes de su conducta. Gonzálvez había mantenido una relación amorosa con su madre, y su padre, enterado de esa aventura, había querido matar a Juan, quien, en defensa propia, lo había asesinado a él. Julián, que además se había enamorado entretanto de la hija de Juan, quería castigar al asesino de su padre, aduciendo; “es un mandato de mi conciencia” (140).

Ante la angustia por sus deseos de muerte, Julián visita al doctor Colbert, quien se decide a ayudarlo una vez más. La descripción que se hace de la sesión, permite pesquisar las representaciones que se transmiten en la obra sobre la figura del psicoanalista y el psicoanálisis. Colbert instruye a su paciente diciéndole: “no sólo es necesario que no mientas, sino que me digas todo cuanto esté en tu conciencia, sin omitir nada. Sería el único medio de conocer tu alma, desnuda de todo velo que oculte la verdad” (151). Así, el acto de la palabra, basado en la regla de la asociación libre, es el medio para acceder a la verdad del inconsciente.

Cabe destacar que en esta novela, el doctor Colbert muestra que el método psicoanalítico no sólo puede explicar a alguien las motivaciones profundas de su conducta, sino que sería también un modo de evitar, al menos en este caso, un desenlace delictual. Es decir, que podría tener también una función preventiva.

Para el médico, la fuerza del impulso homicida puede ser contrarrestada por un sentimiento contrario. Aquí, como el mismo Julián señala, dicho sentimiento es el amor hacia María, el cual lo detiene en su deseo de castigar a Juan. El doctor le explica que el psicoanálisis le permite indagar el “fondo de su alma”, el “complejo”, que él mismo ignora, pero que puede leerse en sus palabras, “una causa que no me has dicho, porque no la conoces, y es, entonces, inconsciente” (154). “Los psicoanalistas dicen que, revelando al enfermo esa causa ignorada, se produce la curación”, señala Colbert (154), y esa causa ignorada, le afirma, es un “complejo de venganza” producido en la infancia y vigorizado ahora por el descubrimiento sobre el asesinato de su padre. El “impulso de venganza”, señala, es “como el de alimentarse; y no es más que una forma del instinto de conservación, traducido en la defensa personal contra la agresión. El individuo que es atacado responde atacando, y si no puede hacerlo inmediatamente, lo hace después, porque perdura su tendencia” (155).

De este modo, situando la idea de Julián de castigar a Juan en el plano del instinto de conservación producido por las afrentas en su infancia y por la identificación al padre, Colbert cree poder dar una interpretación que contrarreste, con la ayuda de la voluntad y la razón, su impulso homicida: “Todo lo que te he dicho tendrá la virtud de hacerte comprender claramente el mecanismo íntimo de tus reacciones. Así verás que no es tu voluntad consciente la que obra; y meditando sobre ello, estoy cierto de que se atenuará la violencia de tu impulso, y podrás dominarla con la razón” (155-6).

Después de este episodio, el doctor cita a Juan y le pide a éste autorizar el matrimonio de Julián con su hija. Argumenta que esa es la única fuerza que podrá hacer frente al impulso inconsciente de castigo y venganza, y le explica que lo sabe porque “[l]a psicología es ciencia matemática. Ya conozco los términos de la ecuación y la incógnita aparece clara como la luz del día” (157). En la misma línea, luego agrega: “La personalidad humana es como una máquina; un verdadero mecanismo, perfectamente coordinado; nada funciona al azar; todo tiene una causa; el problema consiste sólo en comprender ese mecanismo en cada individuo, para saber cómo habrá de funcionar” (157).

Todo transcurre como Colbert lo auguraba: Juan autoriza el matrimonio, Julián y María se casan y la novela termina con un final feliz, propiciado por la sumatoria matemática que el médico ha hecho sobre el psiquismo de Julián.

4. A modo de conclusión

Como ha podido advertirse, la figura del psicoanalista aparece reiteradamente en las novelas de Marín y Gajardo, como un personaje que forma parte del entorno social y cultural del Chile de la época. Sus caracteres son bastante peculiares: siempre son hombres, con una referencia frecuentemente francesa —doctor Gay Lussac, L. Chanel o Colbert—, como un personaje que transita entre el arte y la ciencia, la academia y la taumaturgia, un ser misterioso que tiene conocimientos, habitualmente adquiridos en el viejo continente, que permitirían a aquellos y aquellas que acuden a él, acercarse a un conocimiento de sí mismos que, aunque poseen, no saben que poseen ni tienen los medios para llegar a él.

El psicoanalista invita a quienes lo visitan —ya sea un niño enviado por el Tribunal de Menores, una mujer en medio de una pericia por la tutela de su hija, un médico trastornado por celos hacia su hijo, o un amante desesperado por la muerte de su amada— a asociar libremente, a dejar caer el velo de la conciencia, a abatir la resistencia del Yo, para expresar, como lo imaginaba el doctor Baloux en la perdida Isla Lennox, esos arcanos del inconsciente que tanto se acercan a la muerte. Se descubre en ese rincón, el Acheronta de Freud, donde los triángulos del Edipo, la libido, los celos y la agresión, reinan sin contrapesos.

Ahora bien, como señaláramos al inicio de este escrito, nos interesa situar y tratar de entender esta construcción literaria particular, la figura del psicoanalista como personaje en novelas de la década de 1930 y 1940, en el contexto de lo que, siguiendo a Nikolas Rose, hemos llamado “psicologización” de la sociedad chilena.

Los trabajos de Eva Illouz, del mismo Rose y también de Michel Foucault, han demostrado que el ser humano, desde aproximadamente comienzos del siglo XIX, comenzó a basar su propia existencia en imágenes, valores, creencias y normas que provenían frecuentemente de la psicología, guiando sus acciones y, sobre todo, proporcionándole explicaciones sobre sí mismos. Esta tesis, adecuada a estudios realizados en Europa por los autores mencionados, tiene cierta resonancia para pensar los procesos que se pusieron en juego en América Latina, y en Chile en particular, hacia fines del mismo siglo, tomando mayor fuerza en las primeras décadas del siglo XX. Vale decir, existe una deriva histórica, de importantes consecuencias sociales, según la cual, en algún momento, los saberes psi, comenzaron a circular en nuestro país, siendo apropiados, adaptados y transformados por los chilenos y chilenas, expertos y legos, en diversos campos culturales, como por ejemplo, la literatura. Estos nuevos saberes fueron enriqueciendo y renovando el arsenal personal, experiencial y también discursivo, con que dichos sujetos se pensaban y daban cuenta de su propia vida.

La psicologización, por lo tanto, implicaría un proceso en el cual los saberes de las disciplinas como la psicología, la psiquiatría y el psicoanálisis, se hacen partícipes del mundo público “formando, organizando, diseminando e implementando verdades sobre las personas” (Rose 59). ¿Quiénes realizan esta tarea? Una amplia y compleja serie de agentes, sitios, prácticas y, sobretodo, técnicas de producción, circulación, legitimación y utilización de las “verdades” psicológicas. Procesos que se pueden identificar en varias de las novelas que analizamos en este trabajo. La “novedad freudiana” era explicada a pacientes, amigos, colegas, entre otros, y sus postulados servían, claramente, para entender y redefinir varios fenómenos de la vida de los personajes, que iban desde situaciones extremas —cercanas a la locura y la enfermedad mental— hasta fenómenos cotidianos.

De lo anterior se desprende que los saberes psi pueden llegar a entenderse como “un conjunto de saberes heterogéneos, formas de autoridad y técnicas prácticas que constituyen la experticia de la psicología” (Rose vi), pero que conciernen también, en rigor, a todo el mundo, y que por lo tanto circulan también fuera de los círculos de especialistas, siendo fácilmente apropiables por otros públicos.

Por último, estudiar la forma en que el personaje del psicoanalista aparece en las obras de ficción de determinados autores en las décadas trabajadas aquí, es una forma local, parcial, de estudiar un proceso mucho más amplio, que podría beneficiarse de una mirada histórico-sociológica, que pudiera dar luces acerca de las distintas vías, procesos y modalidades de inserción de los saberes psi en la sociedad chilena, sus derivas y sus consecuencias.

Referencias

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Edwards Bello, Joaquín. Cronicas Reunidas (IV) 1934-1935. Santiago: Universidad Diego Portales, 2012.

Gajardo, Samuel. Desarmonía sexual. Santiago: Soc. Impr. y Lit. Universo, 1937.

Gajardo, Samuel. Cuando los niños no cantan. Santiago: Zig-Zag, 1949.

Foucault, Michel. Las palabras y las cosas: una arqueología de las ciencias humanas. Buenos Aires: Siglo XXI, 2007.

Freud, Sigmund. Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci (1910). Obras completas, Vol. XI. Trad. de José L. Etcheverry. Buenos Aires: Amorrortu, 1998.

—. Pulsión y destinos de pulsión (1915). Obras completas, Vol. XIV. Trad. de José L. Etcheverry. Buenos Aires: Amorrortu, 1998.

—. El malestar en la cultura (1930). Obras completas, Vol. XXI.Trad. de José L. Etcheverry. Buenos Aires: Amorrortu, 1998.

—. Algunos tipos de carácter dilucidados por el trabajo psicoanalítico (1916). Obras completas, Vol. XIV. Trad. de José L. Etcheverry. Buenos Aires: Amorrortu, 1998.

—. Duelo y melancolía (1917 [1915]). Obras completas, Vol. XIV. Trad. de José L. Etcheverry. Buenos Aires: Amorrortu, 1998.

—. Más allá del principio de placer (1920). Obras completas, Vol. XX. Trad. de José L. Etcheverry. Buenos Aires: Amorrortu, 1998.

Illouz, Eva. La salvación del alma moderna: terapia, emociones y la cultura de la autoayuda. Trad. de Santiago Llach. Madrid: Katz, 2010.

Marín, Juan. Margarita, el aviador y el médico. Santiago: Zig-Zag, 1932.

—. Un avión volaba… Santiago: Ercilla, 1935.

—. El secreto del Dr. Baloux. En Naufragio y otros cuentos. Santiago: Zig-Zag, 1938, 83-141.

—. Orestes y yo. Santiago: Nascimento, 1939.

Plotkin, Mariano Ben. Freud en las pampas. Buenos Aires: Sudamericana, 2003.

Rose, Nikolas. Inventing Ourselves. Psychology, Power and Personhood. Cambridge: Cambridge University Press, 1998.

Ruperthuz, Mariano. Freud y los chilenos. Un viaje transnacional (1910-1949). Santiago: Editorial Pólvora, 2015.

—. “Freud y los chilenos: Historia de la recepción del psicoanálisis en Chile (1910-1949)”. Tesis de Doctorado en Psicología. Universidad de Chile, 2013.

—. “¡Salvemos a Freud!”: Juan Marín, Pablo Neruda, la Alianza de Intelectuales y las vicisitudes de un intento de asilo político al creador del psicoanálisis en Chile (1938). Nuevo Mundo Mundos Nuevos [En Línea], Coloquios, puesto en línea el 22 de septiembre de 2014. http://nuevomundo.revues.org/67241; DOI: 10.4000/nuevomundo.67241.

—. El saber psicoanalítico y las representaciones sobre la infancia en Chile a comienzos del siglo XX: el caso del primer Juez de Menores de Santiago Samuel Gajardo Contreras (1930´s-1940´s). Gradiva 2 (2014): 211-226.

Vetö, Silvana. Psicoanálisis en estado de sitio. La desaparición de Gabriel Castillo y las políticas del psicoanálisis en Chile durante la dictadura militar. Santiago: El Buen Aire/ FACSO, 2013.

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Vezzatti, Hugo. Freud en Buenos Aires, 1910-1939. Buenos Aires: Universidad Nacional de Quilmes, 1996.

Notas

1 Las investigaciones realizadas independientemente por los autores de este artículo, siguen esta línea historiográfica. Ver: Vetö, “Disputas por el dominio del alma. Historia cultural del psicoanálisis en Chile, 1910-1950” y Psicoanálisis en estado de sitio; Ruperthuz, Freud y los chilenos. Un viaje transnacional. Para investigaciones particulares respecto de los autores aquí trabajados, ver también: Vetö, Psicoanálisis y eugenesia en el campo criminológico chileno de la década de 1930 y 1940: indagaciones a partir de algunos escritos del Juez de Menores Samuel Gajardo; Vetö, Psicoanálisis, higienismo y eugenesia: educación sexual en Chile, 1930-1940; y Ruperthuz, “¡Salvemos a Freud!”: Juan Marín, Pablo Neruda, la Alianza de Intelectuales y las vicisitudes de un intento de asilo político al creador del psicoanálisis en Chile (1938); Ruperthuz, El saber psicoanalítico y las representaciones sobre la infancia en Chile a comienzos del siglo XX: el caso del primer Juez de Menores de Santiago Samuel Gajardo Contreras (1930´s-1940´s).
2 Para el concepto de sublimación en Freud, ver especialmente: Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci (1910); Pulsión y destinos de pulsión (1915); El malestar en la cultura (1930).
3 Para las distintas formas de nacionalismo, ver: Barr-Melej, Patrick. Reforming Chile: Cultural Politics, Nationalism, and the Rise of the Middle Class. Chapel Hill: The University of North Carolina Press, 2001.
4 Para un estudio detallado acerca de esta colección, ver: Vezzetti, Hugo, Aventuras del Freud en el país de los argentinos, especialmente el capítulo 4, titulado “Alberto Hidalgo, divulgador de Freud”.
5 Esta historia hace clara referencia a un personaje relevante de la historia de la medicina y la psiquiatría nacional: el doctor Óscar Fontecilla, quien semanas después de las Jornadas Neuro-Psiquiátricas del Pacífico, celebradas en Santiago y Valparaíso en enero de 1937, fuera asesinado de un disparo por un paciente en su propia consulta.
6 Las clínicas de conducta funcionaban en la época siguiendo los principios de la higiene mental estadounidense y muchas veces, como en Chile, inspiradas también por el psicoanálisis. Ver: Vetö, Disputas por el dominio del alma, especialmente el capítulo IV: “Criminología y medicina legal: encauzamiento de las pasiones criminales”.
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