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Realidad y artificio: José Donoso y las cartas de su padre

Reality and artifice: José Donoso and his father’s letters

Cecilia García-Huidobro
Universidad Diego Portales, Chile

Realidad y artificio: José Donoso y las cartas de su padre

Revista de Humanidades, núm. 47, pp. 33-61, 2022

Universidad Nacional Andrés Bello

Recepción: 16 Noviembre 2021

Aprobación: 29 Diciembre 2021

Resumen: En el archivo de José Donoso se conserva una copiosa correspondencia intercambiada por el escritor con su padre a lo largo de su vida. Este trabajo indaga la relación entre ambos registrada en las cartas en contraposición con el retrato que el narrador hizo de su padre, especialmente en sus memorias Conjeturas sobre la memoria de mi tribu. A partir de este contrapunto es posible plantearse una relectura de la obra donosiana a la luz de la forma en que Donoso ficcionaliza la imagen de su progenitor en un proceso de enmascaramiento e imaginación, base del principal eje de su poética: la ilusoria existencia de una unidad sustancial del sujeto. Un examen detallado de la correspondencia entre padre e hijo da cuenta de cómo la vocación escritural de Donoso, en su dimensión simbólica y creativa, se disemina en su biografía y en su obra literaria, alimentándose mutuamente.

Palabras clave: correspondencia, José Donoso, literatura chilena, literatura del yo, cartas.

Abstract: José Donoso’s archive contains a copious correspondence exchanged by the writer with his father throughout his life. This paper explores the relationship between the two recorded in letters in contrast with the portrait that the narrator made of his father especially in his memoirs Conjeturas sobre la memoria de mi tribu. From this counterpoint it is possible to consider a rereading of Donoso’s work in the light of the way in which Donoso fictionalizes the image of his progenitor through the process of masking and imagination, the basis of the main axis of his poetics: the illusory existence of a substantial unity of the subject. A detailed examination of the correspondence between father and son that shows how Donoso’s writing vocation, in its symbolic and creative dimension, is disseminated in his biography and in his literary work, mutually nourishing each other.

Keywords: Correspondence, José Donoso, Chilean Literature, Self Literature.

La relación con el padre es un tópico tan antiguo como la literatura misma y la densidad de su significado ha hecho que posea una presencia permanente en las letras. Tal vez todo haya empezado con Sófocles y su Edipo Rey. De allí toma Freud su conocidísimo concepto que moldeó el siglo XX tan sustancialmente que llegó a convertirse en un lugar común. Pero como bien advierte Lacan, no se trata de un hecho real, sino de uno ficticio. No son sucesos que ocurrieron en la realidad, sino en la esfera simbólica, en el lenguaje.

Entre los océanos de tinta que se han destinado al tema, probablemente Kafka sea el más analizado dada la determinante influencia de su obra en la literatura del siglo XX. Como se sabe, su amigo y editor Max Brod desoyó su petición de quemar sus escritos y los publicó. Entre ellos estaba la impresionante Carta al padre, que Kafka habría escrito hacia fines de 1919, ya enfermo de tuberculosis y poco después de que fracasara su segundo intento de matrimonio, al que su progenitor se había opuesto. Un durísimo ajuste de cuentas que deja a Hermann Kafka como uno de los grandes villanos de la literatura y, algo más fundamental, desde su publicación en 1952, la carta adquirió una estatus clave para interpretar la obra kafkiana y la personalidad de su autor.

Sin embargo, hace unos años un manuscrito olvidado puso en cuestión esa imagen. Se trata de las memorias de Frantisek Basik, quien trabajó con Hermann Kafka e incluso se desempeñó como profesor de checo de su hijo. Escritas en 1940 fueron publicadas recién en el aniversario número 80 de la muerte del escritor en 2004.

El retrato que hace este empleado es radicalmente diferente al de Carta al padre, donde aparece como la quintaesencia del papá opresor ante un hijo hipersensible. Basik, en cambio, muestra a un hombre generoso, comprensivo. Resalta el trato deferente y acogedor con él y los demás empleados. Escritas sin pretensión literaria y sin saber que habla de quien sería una de las cumbres de la literatura, su aparición obligó a los kafkianos a revisar el vínculo que el escritor tuvo con su padre y, más interesante aún, preguntarse cuánto de creación literaria hay en la Carta al padre. Quienes realizaron estudios sobre la silueta opresiva del padre de Franz Kafka, debieron reparar en que Max Brod no la incluyó en la correspondencia (por ser una carta que no había sido enviada a su destinatario, argumentó), sino entre sus obras de ficción. Se abre la pregunta entonces, ¿cuánto hay de creación en esa historia?

El texto de Kafka además de constituir un referente ineludible cuando se trata de la relación con el padre, pone de relieve los niveles de ficcionalización que ronda a este tipo de escritura. Constreñidos por siglos a una valoración en tanto documento histórico, crónica e incluso cuadros costumbristas, los géneros referenciales han terminado por sacudirse de esta aproximación reductora, para desplegar sus atractivas velas de significación en su amplia complejidad. Ya en 1948, Georges Gusdorf publica el artículo “Condiciones y límites de la autobiografía” considerado un texto fundacional, donde contradice la mira positivista y hace hincapié que, si bien la función literaria tiene más importancia que la función histórica, la esencia de la autobiografía está vinculada a su resonancia antropológica.

Situados y sitiados desde la perspectiva de la búsqueda y construcción del sujeto, las escrituras del yo poseen una enorme carga de subjetividad. “Toda obra de arte es proyección del dominio interior sobre el espacio exterior, donde, al encarnarse, toma conciencia de sí”, señala Gusdorf y agrega que frente a los géneros referenciales más que verificar la corrección de la narración o mostrar su valor artístico, hay que entresacar la significación íntima y personal, considerándola “como el símbolo, de alguna manera, o la parábola, de una conciencia en busca de su verdad personal, propia” (Gusdorf 16). Una verdad personal construida desde un yo conlleva un grado significativo de imaginario. Louise Glück lo dice mejor en este hermoso verso del poema de Nostos: “Miramos el mundo una sola vez, en la niñez. Lo demás es memoria”.

De allí que Philippe Lejeune acuñara el concepto de un pacto de lectura, incorporando al lector como un eslabón imprescindible de esta cadena. Las narraciones autobiográficas en sus distintos formatos son avances e internaciones hacia el esquivo mundo de las emociones, esfuerzos encaminados al portentoso e imposible intento de tocar la verdad de sí mismo (Donoso, Diarios 124).

Compartir ciertos denominadores comunes no deja exento a autobiografías, memorias, diarios, cartas de sus propios rasgos. Mientras la autobiografía pone especial énfasis en la vida individual o historia de la personalidad, las memorias estarían cifradas en el contexto histórico (Weintraub). El diario íntimo que parece más libre en sus formas y en el que caben muchas libertades escriturales “está sometido a una cláusula de apariencia liviana, pero temible: debe respetar el calendario” (Blanchot 47). La carta, que es comunicación, documento y discurso, tiene algo de puesta en escena, de teatralidad. Además, Janet Malcolm nos hace ver que “[L]as cartas nos demuestran lo que una vez nos importó. Son los fósiles de los sentimientos” (119). La correspondencia se caracteriza por estar fechada, estar escrita por un yo a otro yo ausente. Un simulacro comunicativo propio de un diálogo diferido que obliga a una “reconstrucción imaginaria del otro”, como observa de Patricia Violi (89) .

Claudio Guillén es aún más enfático al advertir que “no hay que subestimar el poderoso impulso ficticio que lleva consigo la escritura epistolar. La carta tiende casi irresistiblemente hacia la ficción”. Para Guillén, el “yo que escribe no solo actúa sobre el amigo, sino sobre sí mismo, viéndose desdoblado y objetivado sobre el papel, conforme las palabras y los conceptos se encadenan y suceden” (Guillén 36).

Hay ciertos códigos del género epistolar a tener en cuenta antes de internarnos en la correspondencia de José Donoso con el fin de elucidar la relación con su padre. Lo primero que llama la atención es que, pese a que a lo largo de su vida sostuvo una nutrida correspondencia con su progenitor, con frecuencia se refirió a la distancia con su padre al que califica de desapegado. A veces problematizó su vínculo de manera oblicua resaltando otras figuras que habrían actuado como imagen paterna, cuestión que llama la atención en sus memorias publicadas meses antes de morir:

Su segundo matrimonio [de la tía Mina] fue con el notable arquitecto chileno Juan Martínez. Yo, insistentemente, iba a visitarlo de niño en su estudio, cuando estaba dibujando el proyecto de la actual Escuela de Leyes, y era tan fuerte mi fascinación con él y su trabajo que me metía a intrusear en su tablero y le pedí ese año al Viejito Pascuero que para Navidad me dejara en los zapatos una regla T, porque, si bien me identificaba poco con mi padre, me identifiqué inmensamente con el tío Juan Martínez, y lo que más deseaba en el mundo era ser como él. (Conjeturas 56)

Según Donoso, su admirado tío un buen día salió a comprar cigarrillos y no volvió más. Lo encontraron tiempo después borracho, perdido en el cerro San Cristóbal. Donoso instala la imagen de vagabundo, algo que parece coincidir con las fantasías que tantas veces declaró y que fueron el eje narrativo de obras tan relevantes como El obsceno pájaro de la noche y Los habitantes de una ruina inconclusa, entre otros. Pero lo cierto es que –más allá de la forma en que se haya producido la ruptura matrimonial–, Juan Martínez fue un destacado profesional, decano de la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Chile, presidente del colegio del gremio y reconocido con el Premio Nacional en 1969. Todo menos un vagabundo, en síntesis, esa idea parece más bien haber sido fraguada por la imaginación donosiana.

Al hablar de su padre, por el contrario, se suele mostrar desencantado, cuestión que es posible observar en diversos testimonios. En Conversaciones con la narrativa chilena, publicado en 1991, el periodista Juan Andrés Piña le pide que lo retrate:

Yo diría que era un hombre al cual fundamentalmente no le gustaba hacer esfuerzos. No le gustaba nada difícil. Las dificultades ni siquiera las saltaba, sino que hacía un rodeo, les hacia el quite. Él era médico, en la especialidad de fisiopatología, y como esta profesión significaba hacer un gran esfuerzo, entonces su carrera en la medicina no fue descollante. Hacía clases y tenía consulta que después cerró. (45)

Una caracterización que no se condice con las actividades y quehaceres que el doctor relata con frecuencia desde las primeras cartas a este hijo distante geográficamente, alejamiento que se corresponde con el vivido en el plano emocional como se deja ver en la correspondencia:

Yo estoy preparando mi viaje a Valdivia a unas conferencias médicas en los días de Semana Santa, invitado por el Hospital Regional, como creo te conté en una anterior. Anteayer me senté a la máquina de escribir a las tres de la tarde y a las ocho de la noche había terminado de escribir mi conferencia lo que me dejó muy satisfecho de mi capacidad de trabajo y si te he de ser franco también de la calidad de él. Qué diablos, ya hemos llegado a una altura tal en la vida que casi no contamos por nosotros mismos; las grandes alegrías y penas las sentimos en tercera persona, en nuestros hijos; solamente van quedando como flores aisladas que podemos recoger a nuestro paso estas pequeñas satisfacciones del espíritu, tal vez está mal empleada la palabra, del amor propio. (Carta a José Donoso [12 de abril de 1946])

El entusiasmo profesional que expresa en las cartas no disminuye con los años: “Presentamos a la comisión de investigación de la Facultad un proyecto”, le cuenta en 1964, poco tiempo después reitera que está “encariñado con el trabajo” que realiza: “Me hace sentir todavía útil no muy esclerosado y capaz de realizar y dirigir un trabajo de laboratorio” (Carta a José Donoso [8 de enero de 1965]). Es probable que sea su antídoto ante la senectud que ve cerca. Bordea la edad de jubilación y le confiesa que tiene la triste sensación de estar envejeciendo, a pesar de seguir investigando con fervor: “Tengo un montón de proyectos que espero pronto entren en marcha y en estos días saldrá una publicación en colaboración con Gonzalo y con otros colegas” (1 de mayo de 1965). Algunas cartas las escribe desde su trabajo: “[H]oy sábado una de la tarde no quedamos en el laboratorio sino Gonzalo y yo” (14 de mayo de 1965).

Nada de eso consigna el hijo. Borroneó esa faceta paterna a la hora de hacer su retrato. El entrevistador a continuación le contrapregunta si su viaje a la Patagonia en 1945 fue un acto de rebeldía:

Claro, rebeldía frente a mi familia, a mi padre. Le escribí una carta contándole por qué había huido, por qué me había ido de la casa. Pero lo curioso es que mi papá me mandó una carta de respuesta felicitándome por mi decisión. A mí me cargó que me comprendiera tanto, en circunstancia que yo ‘quería sangre’. Pero no hubo nada de eso. Frustración total… En mi juventud estuve muy en contra de mi padre, pero más tarde reconocí que él me había dado, lo que me entregó para que yo fuera escritor. (Piña, Conversaciones 51)

El esmero que hace su papá diciéndole cosas como: “Comprendo tus inquietudes” (14 de febrero de1946) o más explícito aún: “[T]e lo digo francamente que para mí constituye un timbre del más legítimo orgullo el que hayas sido capaz de adaptarte al medio, asimilar los conocimientos y trabajar en un medio tan sumamente extraño para ti y no hayas desteñido” (20 de marzo de 1946) es, exactamente, lo que Donoso no quiere escuchar, probablemente le resulta disonante con el relato interior de no filiación que está dispuesto a construirse como un traje a medida. La contención que se desprende de las palabras de su padre se estrella con esa necesidad tenaz que dará forma a su escritura, a lo donosiano, y que dice relación con borrar contornos hasta disolverlos en realidades más vívidas gracias a la ficción. En 1962 en su diario apunta:

¿Por qué escribo? Todo ha sido dicho ya, esa es la sensación que uno tiene. Pero resulta que uno nunca sabe lo que va a decir, qué tiene que decir, hasta no decirlo por escrito. Porque no me interesan los escritores que llegan a una conclusión antes de su obra y construyen una ficción para exponerla. Me interesan, al contrario, aquellos escritores cuyo significado, cuya voz, es inseparable de la obra hecha, y solo al hacerla la van encontrando y conociendo. (Donoso, Diarios 161)

Donoso puso en cuestión las certezas, la identidad y la relación con los otros primero en su entorno familiar y luego en sus relatos (El lugar sin límites, Casa de campo, Tres novelitas burguesas, El jardín del lado, Naturaleza muerta con cachimba). La realidad se vuelve mutable, cambiante como ocurre en El obsceno pájaro de la noche y para ello somete al lenguaje a una caída libre –al decir de Adriana Valdés– a partir de un “yo transformado en una especie de tinglado, un lugar vacío al que se suben a voluntad diferentes personajes” (Valdés 683).

Si bien en la entrevista de 1991 matizó su opinión de su progenitor al decir que con el tiempo reconoció su aporte, a la hora de sentarse a escribir sus memorias volvió a la carga. La escritura autorreferencial fue una idea que acarició por largo tiempo, como escritura por supuesto, pero también como un andamio para su propia identidad, lo que abordó inicialmente con Historia personal del boom y profundizó en Conjeturas sobre la memoria de mi tribu:

Ahora he cumplido setenta años y cuento con lirios y nostalgia para dar y regalar: estoy seguro de que me ha llegado el momento de revisar y revalorar –reinventándola– mi propia historia y la de los míos, y aceptar todo lo que ella puede tener, y de hecho tiene, de “trucado”. (Donoso 15)

Los recuerdos tribales, por fuerza, giran en una medida relevante en torno al padre desde la subjetividad que ha definido como constitutiva de su remembranza: reinventar. Cuenta que trabajaba como médico de La Nación, periódico de Eliodoro Yáñez, tío de su mujer, al ser expropiado por el presidente Ibáñez en 1927, la parentela del dueño fue expulsada: “Mi padre se quedó sin trabajo, sin un cobre, cruzado de brazos. Fue urgente que buscara protección en otra parte” (Donoso, Conjetura 73). Ahí entran en escena las tres tías que vivían encamadas donde se trasladó con su familia, en calidad de médico-en-residencia, mientras su madre pasó a ejercer de ama de llaves, administrando la casa de las riquísimas y excéntricas ancianas y su corte de sirvientes. Aunque presenta al padre como una suerte de refugiado atávico que busca protección, reconoce que no dejaba de tener habilidades. Pero estima que sufría de algo, así como una entropía, que terminó matando sus talentos: “Herencia, me imagino, de su sangre talquina, su ‘sangre gorda’, como él mismo decía”. Y concluye: “Su personalidad estática difícilmente buscaba soluciones propias, tanto que se ahogaba en una curiosa inmovilidad que destruyó todos sus impulsos aventureros y creativos” (Donoso 92).

Si alguien alberga alguna duda después de leer Conjeturas sobre la memoria de mi tribu, estas quedan despejadas en el estremecedor libro de su hija Pilar, Correr el tupido velo, que escribió a partir de los diarios y epistolarios de sus padres para darnos una historia portentosa, que es mucho más que un relato autobiográfico. Allí se reproducen fragmentos de algunas cartas que no solo refrendan lo que Donoso ha dicho y escrito, sino que lo incrementa. Muerta la madre en 1975, su papá vive solo en la casa de avenida Holanda y la familia piensa venderla. Ya de regreso en España –luego de haber ido al funeral de su mamá después de diez años de ausencia– Donoso responde a una carta de su cuñada:

Me parece sencillamente espantoso lo que me cuentas de mi papá. Yo estoy bastante picado con él, te voy a decir, porque durante todo el tiempo que estuve en Chile no me preguntó ni una vez por María Pilar y la niña, y en cuanto yo hablaba de ellas cambiaba el tema. Siempre ha sido el ser más egoísta que hay, y ahora se está poniendo más y más, está involucionando. Me imagino que a mi padre no le quedará mucho tiempo de vida. Lo que me preocupa es mi pobre Nana. ¡Dónde y con quién vivirá! Tú sabes que a mi papá nunca lo he querido mucho, ni siquiera cuando niño, y los rencores de entonces persisten. (Donoso, Correr 158-9)

Más dura es otra carta que rescata su hija Pilar, esta vez dirigida directamente a su papá, donde reitera su rencor por haberlo dejado solo ante los problemas que lo corroían y que hicieron de su adolescencia “un infierno secreto, que por secreto era peor; tampoco me daba ni el cariño ni el cuidado material que me daba mi madre y a través del cual, y simbolizado en él, yo podía adivinar una preocupación intuitiva que casi llegaba al conocimiento de lo que yo estaba pasando” (169). Sus palabras son especialmente dramáticas porque es la última carta que le escribió. El doctor percibe la diferencia afectiva con la forma que trata a su madre. En 1964 se lo hace ver: “Aunque en tu carta parece que solo tienes madre te escribo para informarte” (carta a José Donoso [2 de diciembre de 1964]).

Poco a poco, las cartas irán abriendo intersticios en que aparecen rasgos de la figura del padre que no necesariamente coinciden con ese hombre pusilánime y débil, descariñado y perdedor que bosqueja Donoso. ¿Cuánto hay de real y de artificio en su retrato?

1. “Vamos a ser mucho mejores amigos que antes”

Frente a la interrogante acerca del trazo del padre, la correspondencia que José Donoso escribió a su hijo José Donoso Yáñez y que permanece inédita entre los papeles que el escritor entregó a las universidades de Iowa y Princeton es una fuente imprescindible. En dichas cartas es posible seguir su conversación, conocer los temas de los que hablaban y auscultar las tensiones entre ellos. Permiten situarse en un territorio donde contrastar la visión que Donoso siempre trasmitió con la forma cotidiana que tenía de relacionarse con él.

Las primeras cartas surgen con la partida del hijo de 21 años a lo que entonces era una remotísima Patagonia. Lamentablemente se conservan solo las enviadas al escritor y no sus respuestas, lo que refleja el intento titánico de José Donoso por hacer de su vida una construcción de tinta y papel, pues las conservó pese a sus permanentes desplazamientos. No solo escribe –se escribe, como un rastreo de identidad–, sino que también establece relaciones sociales y ejerce su afectividad desde el territorio de la escritura, incluso con sus progenitores. En 1989 afirma: “Yo aprendí a relacionarme con la literatura y en la literatura con las personas; por ella supe lo que era una mujer, no tanto por el pololeo. El amor lo aprendí en Romeo y Julieta. Y la sicología femenina, en Madame Bovary. La vida, en síntesis, la veo por la literatura” (Larraín 2).

Su padre inicialmente le escribe a mano, pero Pepe se queja. A su madre en cambio –de mucho más enmarañada caligrafía–, no le dice nada. Su padre entonces se adapta como si el soporte fuera el responsable de cualquier fisura que pudiera existir entre ellos y una letra clara pudiera tener la virtud de limar asperezas:

Conforme a tus deseos expresados en tu última, en que me dices que no entiendes mi letra, de aquí en adelante te escribiré a máquina, a pesar que [sic] para mí es bastante molesto, puesto que no tengo ninguna expedición en este asunto así es que desde luego te digo que las cartas seguramente irán plagadas de motes (lo de las faltas de ortografía no las atribuyas a la máquina). (Carta a José Donoso [15 de enero de 1946]).

Quizá la mediación del papel y la letra también lo ayude a la hora de desplegar sus emociones o expresar sus aprensiones frente al hijo. Porque, así como se muestra servicial y preocupado de manera constante, es posible percibirlo reservado y proclive a la autorrepresión.

En las cartas ahora tipográficas, muchas veces en papel con membrete de la Escuela de Salubridad de la Universidad de Chile, donde el doctor Donoso fuera profesor e investigador, se nota su empatía con los esfuerzos de Pepe por desechar el trayecto fácil y socialmente predeterminado para aventurarse en lo desconocido:

Tú, en un momento muy digno resolviste emprender esa jornada en que estás metido en este momento y naturalmente tienes que sentir con extraordinaria intensidad el choque de tu naturaleza interior con el medio externo, si bien es cierto no es propiamente hostil, por lo menos debe ser indiferente. Pero te lo declaro que no es sin cierto orgullo íntimo que he visto tu esfuerzo, al desarraigarte violentamente de tu medio muelle e informe para afrontar la lucha como hombre, a recibir el fruto de lo que eres capaz de realizar por ti mismo, sin ayuda de simpatías ni amistades. La mayoría de los muchachos que están en la situación tuya se acomodan a esa tristísima mediocridad. (Carta a José Donoso [15 de enero de 1946])

Se esmera por ponerse en su situación, e incluso se proyecta a sí mismo en las complejas experiencias que Pepe relata en sus cartas: “Como tú, en estos momentos me siento muy solo; ya mis padres y mi hermana están muy alejados de mi esfera sentimental, no son compañía” (Carta a José Donoso [4 de febrero de 1946]). No es extraño encontrar momentos en que dicha empatía lo lleva a dar rienda suelta a sus propias introspecciones. Un mes después vuelve sobre lo mismo:

Ahora, casi solo, sin tu madre a mi lado no estando tú ni Gonzalo con quienes discutir o cambiar ideas o de quien escuchar impresiones, en realidad es bien pesado y me imagino a mi manera mis impresiones allá lejos, con compañeros de ayer, con amistades iniciadas el día anterior cuando ya seguramente la vida te ha enseñado que son necesarios muchos años de camaradería o contacto espiritual para tener lo que se llama un amigo. (Carta a José Donoso [11 de marzo de 1946])

Hay frases que se asoman casi como polizones de la conversación, ya que no responden al tema del que se habla. Palabras que filtran algo similar a la culpa que parece sentir ante la intuición de cierto resentimiento filial y la inquietud por la insatisfacción que lo ha hecho instalarse en un lugar tan remoto. Cerca de un mes después de la partida, le dice:

Después de todo, quién sabe si de algo te pueda servir lo que te digo, por lo menos para saber que en todo momento, este padre que a veces fue posiblemente demasiado duro contigo, te quiere entrañablemente y está siempre espiritualmente a tu lado en la buena y en la mala. (Carta a José Donoso [28 de enero de 1946])

A los pocos días reitera la idea de reencuentro cuando se hayan pulidos los conflictos que pudieran haber entre ellos:

Yo creo mi querido Pepe, que por obra de la distancia y de nuestras cartas, cuando tú vuelvas, que seguramente un día volverás, vamos a ser mucho mejores amigos que antes; seguramente te entenderé mejor, tú habrás envejecido un poco (como esos plátanos que maduran por la fuerza y quedan con las puntas verdes), serás un poco más tolerante. (Carta a José Donoso [4 de febrero de 1946]).

Con todo, el contenido que predomina en la correspondencia es la permanente preocupación por el bienestar del hijo. Hay momentos en los que pregunta mientras en otros da consejos respecto de asuntos tan variados como el cuerpo, la soledad y el estado de ánimo. Es evidente que tiene conciencia de la compleja personalidad e hipersensibilidad de su hijo.

Me tiene vivamente preocupado el estado de tu salud ya que en primer lugar sufres nuevamente del estómago y creo no te cuidas ni lo podrás hacer; ya en mi anterior te doy algunas instrucciones en ese sentido que te ruego las sigas hasta donde te sea posible. En segundo lugar, también me preocupa vivamente lo que tú sabes y frente a tu última con mayor razón; tanta introspección y análisis no es muy normal en un muchacho de tu edad […] Lo que a mí me parece necesario es que vivas tu vida pero como tú precisamente lo dices en tu carta, de acuerdo con tus apetitos y deseos, pero no martirizándote y retorciéndote interiormente para asomarte el abismo que significa la conciencia de todo hombre. (Carta a José Donoso [24 de febrero de 1946])

Las cartas son invaluables para el doctor Donoso, las considera “el precario lazo” con el hijo a quien le confiesa que “lo único que consuela en parte” de su separación son “una o unas pocas carillas de papel en el cual van amontonadas unas cuantas impresiones del momento, muchas veces salpicadas de un pozo de emoción y de afecto” (Carta a José Donoso [11 de marzo de 1946]).

Otra preocupación es el tedio que pueda afectarlo en un lugar tan alejado y reconocido por el frío. Suele hacer sus mejores esfuerzos para que la correspondencia reproduzca, sustituya, se superponga a la vida misma: “En balde busco en mi imaginación algo de interés que relatarte que te pueda interesar” (Carta a José Donoso [11 de marzo de 1946]).

Desde la partida de su primogénito, se afana en contarle cosas porque “estas cartas mías de los martes, están destinadas a ponerte un poco en contacto con nosotros y en ellas irán siempre entremezcladas desordenadamente impresiones, crónica familiar, noticias políticas, el tema del día” (Carta a José Donoso [4 de febrero de 1946]). Es, sin duda, su forma de mantenerse en conexión con él y, muy especialmente, es también una manera de engrosar el mundo en común, el universo compartido:

Como en realidad no sé si recibes diarios de Santiago y noticias y chismografía te diré, por si no lo sabes que el presidente Ríos se muere a corto plazo y que los que se sienten papables ya andan por el Sur y el Norte candidateando duro y parejo y entre ellos Cruz-Coke y Jaime Larraín García Moreno, pero seguramente ninguno de los dos podrá llegar a ser candidato de la derecha porque la divide y esta se unirá en torno a un candidato único tal vez el León. La mayor parte del comentario de la calle se refiere a esta situación que determina la salud del presidente. (Carta a José Donoso [21 de enero de 1946])

Por sobre el acontecer nacional, prevalecen las historias familiares, casi como una pócima para los diversos males reales e imaginados que enfrenta el hijo:

Muy poco alentadora tu última y se conoce que pasas por una crisis que por lo demás yo ya te la había pronosticado hace mucho tiempo.

Qué diablo, poco te puedo decir para aconsejarte, solo que es muy natural tener crisis de esa naturaleza, cosa que por lo demás lo dijo hace mucho tiempo, Pero Grullo.

Prefiero hacerte una pequeña crónica familiar y de actualidad, que puede te interese y te haga sentirte un poco más cerca de nosotros.

Primero dos desapariciones de literatos: Armando Donoso fallecido en Nueva York a consecuencia de una operación de extirpación de un tumor cerebral y Domingo Melfi a consecuencia, según tengo entendido, de un tumor al pulmón. (Carta a José Donoso [21 de enero de 1946])

Se advierte la intención de fortalecer un pasado y un presente mutuo. Hay una clara voluntad de situarse en un punto de intersección con el hijo, y escoge lo literario. Desde ahí despliega lazos para una memoria compartida. La correspondencia del padre se vuelve mensajero y también el hilván que los entreteje. Al ponerlo al día en sus cartas, construye una cartografía que los una.

No pasa mucho tiempo para que Donoso piense en dejar Punta Arenas. El problema es que no considera regresar a casa, por el contrario, se dispone a iniciar un viaje por Sudamérica que finalmente empezó y terminó en Buenos Aires, a donde se trasladó en camiones o haciendo autostop. De nuevo el padre lo apoya y se muestra orgulloso por los desafíos que se plantea y agrega: “Si fuera creyente te diría como los viejos patricios de nuestra tierra ‘que Dios te bendiga hijo mío’” (Carta a José Donoso [20 de marzo de 1946]).

El tono y la actitud de estas primeras cartas no cambia en el tiempo. Junto con el constante respaldo y la expresión de un afecto sin reservas, en el epistolario se esfuerza por contarle de la vida de parientes y amigos, además de informarlo de las múltiples gestiones que Pepe le solicita en forma frecuente. Mientras está en la hacienda patagónica, los encargos suelen ser libros, pinceles e implementos para pintar, algunas cosas prácticas de abrigo y botas de montar, entre otros.

Con los años las necesidades cambian, pero no así el apoyo de su progenitor, a quien recurre para muy diversos favores. Las cartas muestran, por ejemplo, los muchos trámites editoriales que el hijo le solicita, así como los cuidados respecto de sus bienes, como la casa en Los Domínicos construida luego de su matrimonio con María Pilar.

2. La destrucción de patterns

De acuerdo con la correspondencia, don José vive expectante de la carrera de escritor del hijo. Habla de sus libros como si fueran personas, más aún, parte de la familia. En 1965, por ejemplo, a propósito de la publicación de su primera novela en inglés, le pregunta: “¿Qué es de Coronación? Qué más se ha sabido del éxito que ha tenido y de su índice comercial, esto es, qué noticias hay de la venta del libro; qué dice el editor y tu representante. Yo todas las semanas busco afanosamente en Time en la lista de los Best-seller y no pierdo la esperanza de verlo algún día”. Luego se despide: “Un abrazo deseándoles toda la suerte del mundo a usted y a Coronación que es como mi nieto” (Carta a José Donoso [1 de mayo de 1965]). Quince días después se queja de “estos nietos extraviados y que todavía no sé si son rubios o morenos” a propósito de sus libros (Carta a José Donoso [14 de mayo 1965]), y en otra oportunidad: “¿Cuándo salen a la calle esos hijos que se llaman Este domingo y El eterno lacayo?” (Carta a José Donoso [9 de septiembre de 1966]). Más adelante, el largo empantanamiento escritural de El obsceno pájaro de la noche lo mantiene anhelante. De nuevo pregunta como si fuera un miembro del clan: “¿Qué es de tu libro? No sabes las ansias que tengo de leer eso, si fuera posible antes que se publicara” (Carta a José Donoso [26 de agosto de 1969]).

En 1967, El eterno lacayo se publicó finalmente con el título de El lugar sin límites y esta vez la incondicionalidad del padre-lector se rompe:

Únicamente lo terminé de leer porque es hijo tuyo y por consiguiente nieto mío. No soy crítico literario y leo para entretenerme sencillamente; no leo por sistema cosas deprimentes, negativistas ni que molesten. Tu libro que lo compré a sabiendas de que no me iba a gustar, podrá estar todo lo bien hecho que se quiera, pero ni siquiera se le puede tildar de pornográfico, es tremendamente desagradable el ambiente, es pura mugre. Ya sé que está de moda esto según parece […] Pero te repito, no te hago una crítica, en cierto modo te aplaudo por tomar otros caminos, otros temas y no seguir explotando siempre tus recuerdos familiares; en tu libro hay inventiva, ambiente, drama, intereses aunque en mi sentir todo aparece como un cuadro abocetado, tú me entiendes perfectamente lo que es posible me sea muy difícil expresarte mejor. Posiblemente esto constituya un mérito, la brevedad, la ausencia de detalles, uno o dos detalles para señalar el ambiente y nada más. (Carta a José Donoso [31 de julio de 1967])

Cuestiona la novela y con ese “no seguir explotando siempre tus recuerdos familiares” –que sin duda alude a Coronación, Este domingo y algunos de sus cuentos– evidencia cierta molestia ante el hecho de que la narrativa donosiana se vale junto con la imaginación, de sedimentos experienciales y particularmente de la familia como capas geológicas que conforman sus historias.

Hubiera sido extraordinariamente esclarecedor conocer la respuesta, saber como reaccionó este hijo escritor que, de acuerdo con la correspondencia, mantiene a su padre siempre involucrado en sus proyectos escriturales y en los engorrosos procesos de publicación. Sobre todo, que una de las pocas cartas que se conservan escritas por Pepe a su padre corrobora el permanente apoyo paternal a las obras anteriores a El lugar sin límites:

Querido papá

Le escribo para anunciarle que por correo aéreo le estoy enviando el original completo de mi nueva novela: Este domingo. Son 300 páginas y el paquete va a ser sin duda grande, de modo que no lo dejen en manos de los niños. Se lo mando por varias razones:

1: Es necesario que en cuanto lo reciba lo lleve a la Biblioteca Nacional, donde una niña que se llama Georgina Durand lo inscriba y que le den el número de la inscripción.

2: En cuanto lo inscriba, y tenga número, se lo debe llevar a don Alberto Ostria Gutiérrez o a don Ignacio Cousiño si no está don Alberto, en Zigzag, y dejarlo en sus manos para que lo haga publicar.

3: Antes de llevarlo, naturalmente, espero que lo lea usted. Y mi mamá, porque temo que en muchas cosas del libro se va a reconocer a mi mamá, incluso en la anécdota. Usted sabe que los escritores no hacen retratos exactos de las personas, sino que como un mosaico las juntan con pequeños pedacitos de mármol de colores, que colocados con arte, forman una cara y un cuerpo. Mi mamá, no le niego está muy en el libro. Pero usted verá que hasta cierto punto la he casado con mi abuelo Emilio… en fin, hay tantas diferencias. Quiero que la lea y me opine qué le parece. (Carta a José Donoso Donoso [3 de enero de 1965])

Y no solo en lo concerniente a su narrativa don José se muestra involucrado con la obra del hijo. En 1966 el Teatro de la Universidad de Chile escenifica la novela Coronación, en una adaptación de José Pineda. Su padre asiste al teatro Antonio Varas a ver el montaje, le adelanta que irán su cuñada con sus niños (Claudia y Martín, sobrinos muy cercanos al escritor) y que pronto llevará también a su Nana Teresa. Aunque se declara poco conocedor del teatro y, por lo mismo, una opinión poco autorizada, le escribe largamente sobre sus impresiones: “Espectáculo algo burdo”, “todo es a macha martillo, claro y preciso, toda la trastienda de complicaciones psicológicas solo muy raramente se insinúa” (Carta a José Donoso [9 de septiembre de 1966]). Celebra la actuación de la actriz principal pero su conclusión es categórica: la novela es muy superior a la obra de teatro.

Le envía comentarios de prensa los que, sumados a su propia opinión, hacen reaccionar a Donoso, que escribe en duros términos a los responsables de la puesta en escena. Así al menos se desprende de la respuesta del adaptador, José Pineda a la carta que, según él, el novelista escribió en estado de paranoia “grado 9,9 en la escala internacional del 1 al 10”: “Me enerva que tú, uno de los mejores escritores nacionales, esté tan apabullado por los comentarios de unos estúpidos ‘diareros’”. Finalmente le recrimina: “No pensarás que nos íbamos a hacer millonarios como Truman Capote. Para eso hay que tener el talento de él, ser norteamericano, ser niño prodigio y narrar en forma tan magistral un crimen tan apasionante como ‘A SANGRE FRIA’” (Pineda, Carta a José Donoso [24 de enero de 1967]).

La arremetida de Pineda, además de dejarle claro a Donoso que no posee el talento de Capote que en 1966 saltó al estrellato con el enorme impacto causado por su novela de no ficción, da cuenta de la obsesión por la crítica de la que su padre lo mantiene informado, así como del temor a la falta de dinero que rondó en forma permanente a Donoso. Sus apremios económicos son un verdadero calvario reflejado en cartas y en el diario íntimo como un espejo deformado. Temor que también alcanza a los padres. El doctor, que nunca tuvo una situación económica holgada, intenta ayudarlo en la medida de sus posibilidades como se aprecia en una respuesta a una carta suya de la que Pepe guardó copia. Fechada en Buenos Aires en 1959, comienza por agradecer un dinero que le han hecho llegar:

Queridos papá y mamá:

Acabo de recibir la carta en que me incluyen un giro. Pero ustedes están equivocados, aunque esos pesos me vienen a tapar muy a tiempo algunos hoyos, mi depresión y mi angustia no son de origen económico. No es que esté boyante, pero rasguñando de aquí y de allá, logro vivir, y no demasiado mal. He hecho varias traducciones, que aunque no bien pagadas, y sin publicar todavía, me dan para ir tirando. (Carta a sus padres [6 de marzo de 1959])

Le envían plata, pese a sus propios aprietos, y su respuesta es hacerles ver que ellos no han entendido nada, que no logran aprehenderlo. El dinero importa poco respecto del “fenómeno de lo que es vivir y existir”, les dice.

Es una carta reveladora en muchas dimensiones. Con enorme sinceridad, vela y devela los muchos talantes que lo conforman y contornean sus angustias. Es una carta representativa de la forma de plantearse frente a la vida, de los conflictos que lo habitan, o tal vez sería más apropiado decir que lo constituyen, interioridad que visibiliza con enorme franqueza ante ellos. Y aunque la carta está dirigida a ambos, la redacción delata que se dirige a él: “Usted me dirá y no sin razón, que todas las mujeres son así”, “pero, papá”, “en todo caso papá”, y otras locuciones indican que el receptor era el doctor. Curioso que sea el padre el que aparece como su confidente en un punto de inflexión de vida como el que revela este texto. Mayor sintonía con quien considera frío y distante, al revés de su madre, a quien siente como afectuosa.

La impresionante hondura de la disconformidad existencial consigo mismo expresada en esta misiva hacen de ella un documento señero y único, de allí el valor de reproducirla completa pese a su extensión:

Las angustias, que siguen, aunque no tan agudas, son de otra cosa. Me estoy poniendo viejo, tengo 34 y me siento solo a pesar de innumerables amistades aquí. María del Pilar es una mujer encantadora, a quien quiero mucho, pero desgraciadamente hay cosas que no entiende, hay toda una dimensión de la vida que no la toca. Es buena, buena compañera, atrayente, vital, comprensiva en muchos sentidos muy importantes, pero de alguna manera, precisamente por ser demasiado vital, pasa como bailando por encima de los problemas, no se queda, no ahonda, no escarba, no escudriña en nada y se conforma en todo, menos en lo sentimental porque al fin y al cabo es mujer, con una capa de experiencia, con una parte de las cosas, que carece de importancia. En todo menos en lo sentimental, es superficial –no malamente– sino que, como digo, porque es tan vital, tan inquieta, tan movediza, tan fuerte. Es cierto que sus valores no son buenos o por lo menos no son los que a mí me parecen buenos, pero eso no importaría tanto. Pero lo grave, lo terrible, y que a estas alturas de la vida no puedo sino exigir aunque parezca infantil y risible, es un cierto grado de heroísmo frente a las cosas de la vida y del espíritu, un fundirse con ellas absolutamente, y si no, no tocarlas, pasarlas de largo. No se METE en las cosas, no sabe sufrir más que por amor, no sabe gozar, intensamente, como gozaba Carmen Orrego, por ejemplo, más que por amor. Usted me dirá y no sin razón que todas las mujeres son así, y que una unión perfecta de dos seres es imposible. Pero, papá, a veces me deja tan SOLO, tan pavorosamente SOLO con tanta vitalidad desbordada y con tan poca reflexión, introspección, tan escasa amplitud en su visión y hondura. Es eso lo que me tiene amargado… esa necesidad de ella, ese no querer separarme, y sin embargo, de pronto, ese odio porque no sabe seguirme todo el camino, hasta la cima misma, con la sangre y el sacrificio y la hondura que significa. Tengo la sensación de que se me queda atrás, que muchas cosas que son las que más me interesan le quedan incomprendidas, o comprendidas a medias, pobremente, y lo peor es que se consuela con eso y ese medio entender conforme, ese medio vivir conforme, ese no tirarse a nado o ignorar, es lo que a veces me hace odiarla, ODIARLA?1 ODIARLA de veras. Podría pasar todo lo demás de largo, pero eso es difícil. Si la quiero? Sí, mucho, muchísimo. Y de repente creo que la única persona con quien podría ser feliz es ella. Pero después la soledad, el medio entender… y entonces la odio. Ella me ofrece todo, más que nada su cariño maravilloso, y su gran y admirable y sencillo y generoso corazón, a pesar de todos los disfraces de mundanidad internacional con que anda vestida. Pero es como si yo fuera a la luna, y ella, desde la tierra, pudiera ver solo una cara de las que tengo. No sabe lo confuso, humillado, triste y amargado que a veces me siento, sobre todo cuando veo la imposibilidad de atraerla absolutamente a mi vida. Ya no estamos de novios. Pero nos vemos todos los días, y no puedo, no puedo hacer la fuerza suficiente como para sacar el corcho que es necesario sacar, para desembotellar todo lo que hay adentro. Y es virgen papá! Se imagina qué horror? No puedo hacer que se acueste conmigo, aunque tiene más de treinta años. Eso, estoy seguro, la desembotellaría, la sacaría de sus casillas, la trastornaría de modo que, en lo que ella llamaría SU CAÍDA, yo la pudiera tomar entera en mis brazos. Por otro lado, hay la posibilidad de formar un hogar, de dejar esta triste vagancia, este vacío tremendo de mi vida sentimental y afectiva, este cansancio, este hastío, esta desilusión. Pero si no es ENTERA, y ENTERA de veras, no la quiero, no la quiero para nada.

Qué hacer? No sé.

He tomado una determinación sin embargo. Las cosas no pueden quedar a medio camino, ya he dejado demasiadas cosas así en mi vida, por cobardía e indecisión, no sé. He decidido encontrar un trabajo en Buenos Aires, y la semana próxima me contestan de un empleo en la Shell. Quiero quedarme, más que nada, porque tengo que vivir este asunto hasta el final, hasta donde topo, ver de qué soy capaz yo y de qué es capaz ella. Este tiempo dirá, y usted sabe que yo soy definitivo para mis decisiones cuando estoy seguro. Quiero estar seguro de SÍ o NO. Tengo demasiado miedo que esa no entrega, ese medio entender sin heroísmo (no respecto a mí sino que a la vida, al fenómeno de lo que es vivir y existir) me pueda castrar para siempre, porque puede engendrar mi odio y con odio no puedo vivir. Yo la haría muy desgraciada a ella, eso lo sé. Pero quisiera estar seguro del límite de nuestras relaciones, del límite posible, y por eso quiero permanecer en Buenos Aires, y por eso estoy inquieto, y terriblemente angustiado, y terriblemente disconforme conmigo mismo, porque soy tan infantil que no sé transar con medias cosas. En todo caso papá, le pido que siga gestionando la beca brasileña como si me fuera a ir mañana al Brasil, sin decir mis proyectos de permanencia en Argentina. Quiero tener esa posibilidad segura, también, para tener una libertad de elección en el momento que haya que elegir. Escríbanme pronto. Los echo mucho de menos y los quiero mucho, a pesar de mis desilusiones en mí mismo y a pesar de mi angustia que a veces me ahoga. El problema, claro, no es todo este que les presento, hay miles de complicaciones, miles de angustias e inseguridades más. Pero todo se podría pasar, soportar, si estuviera seguro de tener a María Pilar completa, dada, y poder enseñarle a sentir y vivir con la intensidad y verdad que deseo, y que es lo único que me puede acercar a un ser.

Bueno papá, sufriré mucho, pero no me voy a suicidar, y como bien por lo menos dos veces por día, de manera que no me voy a suicidar gracias a Dios conservo esa fe en la vida, en la maravilla que es existir aunque se viva en la más terrible circunstancia y en las más miserables condiciones, condición, supongo, que habré heredado de algún antecesor italiano, mediterráneo, civilizado y pagano. No creo que los italianos se suiciden, y yo tampoco. Un gran cariñoso beso a ustedes dos, y escríbanme pronto, que sus cartas me hacen mucha falta. Esta carta es nada más que para ustedes, así que no le mando saludo a nadie. (Carta a sus padres [6 de marzo de 1959])

Pese a los niveles de complicidad y cercanía, hay puertas que permanecen bloqueadas para los padres, como se observa cuando señala que “el problema no es todo esto que les presento”. Esas miles de “complicaciones, angustias e inseguridades” silenciadas en la carta hablan precisamente mediante ese vacío, una mudez elocuente acentuada por su tono desesperado. ¿Qué susurra ese sigilo? Sin duda atañe a su sexualidad puesto que, de eso, en gran medida, es de lo que se ocupa la misiva.

Si podía escribirles a sus padres con este grado de honestidad y de insinuación de lo no dicho, ¿por qué Donoso, atento y devoto de los matices, trasmitió un retrato monocromático de su progenitor, alejado además de la forma en que se relacionó con él, de acuerdo con la correspondencia que mantuvieron por lo menos durante treinta años?

¿Quería hacer de él otro personaje donosiano? ¿Es la memoria “trucada” la que estructura su mirada? ¿O es que la metáfora de lo patriarcal como modelo de identificación despertaba en él ambivalencias que lo llevaron a construir una imagen negativa de su papá?

No tengo las competencias ni el propósito de saltar a conclusiones psicoanalíticas. Más bien me pregunto cómo puede haber influido en su escritura esta tensionada relación con su padre y si hay posibles relaciones con mecanismos propios de su poética. Una pista la proporciona el propio escritor en la conocida entrevista de Rodríguez Monegal en Barcelona en agosto de 1970:

Por otro lado, con mi experiencia psicoanalítica, o con mi experiencia psiquiátrica incluso, hay como una duda muy fuerte, una no-creencia en la unidad de la personalidad humana. No creo –es decir, no puedo decir no creo porque no creo es una afirmación, y no me atrevo a afirmar nada– pero en fin, creo que no creo que exista una unidad psicológica en el ser humano. He tomado demasiadas veces píldoras; he fumado mariguana; he tomado demasiadas cosas; me han pasado demasiados accidentes psicológicos para creer que yo soy una persona. Soy treinta personas o no soy nadie. Es decir, quiero corregirme: no soy ni una persona ni treinta, o soy una persona y soy treinta. (Rodríguez Monegal 521)

Ese mosaico de rasgos constitutivos y huidizos lo anticipó diez años antes en la carta transcrita cuando dice: “Es como si yo fuera a la luna, y ella, desde la tierra, pudiera ver solo una cara de las que tengo”. En la entrevista con Monegal, José Donoso profundiza esa idea haciendo hincapié en la necesidad de deconstruir modelos, un rasgo que forma la base de su narrativa:

¿Por qué me interesan tanto los disfraces? ¿Por qué me interesan los travestis? ¿Por qué me interesa en Coronación la locura de la señora? ¿Por qué en Este domingo los disfraces tienen un lugar tan importante? Es porque estas son maneras de deshacer la unidad del ser humano. Deshacer la unidad psicológica, ese mito horrible que nos hemos inventado y que hoy ya se está viendo que no vale siquiera la pena, nada de nada, hablar de él. Entonces, llegar a la conclusión y llegar a la vivencia de esta no-unidad del ser humano, causa horribles angustias y horribles dolores: significa la destrucción de patterns de vida, de esquemas de comportamiento; significa la necesidad de volver a construir mil cosas. (525)

La vocación escritural surge como único asidero ante una identidad inasible. Desde sus primeros escritos, la incertidumbre existencial que el narrador expresó en cartas y registró en su diario, tomarán forma en personajes como Andrés Ábalos en Coronación o los protagonistas de El jardín del lado o el Mudito de El obsceno pájaro de la noche, o en los intercambios de identidades de Mauricio en Gaspard de la nuit, una de las Novelitas burguesas para nombrar solo algunos títulos, valiéndose de una mezcla de códigos literarios y genealógicos de los que habla Gutiérrez Mouat (15). Así también las máscaras y disfraces serán uno de los rasgos de su poética donde el relato se estructura en torno de lo ambiguo y difuso, como ocurre en El lugar sin límites o en Naturaleza muerta con cachimba, ambas, aunque muy distintas entre sí, “dependen –dramática y retóricamente– del recurso de la identidad trucada para funcionar” (Gutiérrez 10).

Todo parece indicar que entre los patterns que Donoso buscaba resignificar, está la imagen paterna. “Volver a construir” dice, y quizás eso lo lleva a caracterizar al padre en concordancia con esa necesidad expresada en diversos momentos y que luego enfatizó en sus memorias. Incluso esta fracturación paterna la extrapola a la significación de la casa. En 1976 le escribe al cineasta Carlos Flores, con quien hizo dos documentales autobiográficos, uno de ellos incluye muchas tomas en la mítica casa de la avenida Holanda y una escena en la que Donoso charla con su padre que es más que elocuente desde la perspectiva de lo que aquí se ha planteado:

Psicoanalíticamente hablando la casa de Holanda constituye la madre-protectora-devoradora-castradora; la liberación de esa castración se efectuó solo por medio de dos cosas, es decir, por medio de mi trabajo y por medio de mi matrimonio que me liberó –o me apaciguó o me impostó– del complejo de Edipo y por lo tanto trabajo/mujer-hija son vertientes distintas de ese ‘afuera’ […] Ellas no pertenecen a esa matriz. Ellas son el afuera. Ellas son creación mía y yo de ellas; el Pepe Donoso de ahora; como el Pepe Donoso de antes, el de Chile, fue creación de madre/nana. (Carta a Carlos Flores [17 de mayo de 1976])

Edipo ha matado al rey. La casa –espacio íntimo y territorio poético para Donoso dada la preminencia que posee en su obra– es en realidad una matriz que proviene de la creación de la madre/nana; el padre queda al margen.

Acaso para distanciarse lo vuelve una suerte de espectro pues lo autobiográfico, al decir de Martin Lombardo, opera como un espacio fantasmático donde surge una oportunidad de proyectarse, de resignificar (158). Al modo del kintsugi, tradición japonesa consistente en llenar las fisuras de un objeto roto con una resina cuyo objetivo no es disimular la grita, sino subrayarla, Donoso ensambló autobiografía y ficción. El propio autor lo anticipa en una carta ya citada cuando habla de concordancias de la protagonista de Este domingo y su madre: “los escritores no hacen retratos exactos de las personas, sino que como un mosaico las juntan con pequeños pedacitos de mármol de colores, que colocados con arte, forman una cara y un cuerpo”. Las cartas registran significativas brechas entre padre e hijo, velan y develan los intersticios surgidos entre ambos, remarcan el espacio que ocupa la subjetividad, que lo sitúa en los bordes de la ficción.

Sin embargo, hay cartas que revelan esfuerzos del padre por sellar esos espacios. En numerosas oportunidades tiende a identificarse con muchos de los conflictos interiores que marcaron la vida de Pepe Donoso y así se lo manifiesta desde las primeras cartas: “Parece que tanto tú como yo atravesamos por una crisis en que nos necesitamos” (Carta a José Donoso [24 de febrero de 1946]), y dos meses después reitera: “¿Por qué esta carta estará escrita en un tono tan pesimista, cuando el día está tan bonito, abrigado, con sol, una maravilla, como suelen ser estos días otoñales aquí en Santiago? Seguramente es que el subconsciente trabaja activamente y piensa en las dificultades que afrontas tu solo por allá”. (Carta a José Donoso [12 de abril de 1946]). Más de veinte años después, en 1968, cuando el escritor sufrió una severa crisis depresiva que incluso lo obligó a internarse por un tiempo, reitera su identificación con el hijo cuando escribe muy inquieto luego de recibir una misiva de su nuera:

La crisis porque pasa Pepe parece ser más acentuada que de costumbre, crisis a las que estamos sometidos todos los de nuestro grupo familiar, Gonzalo, en que son más intensas, tú, Pablo y yo que en este momento también paso por una bastante desagradable. Generalmente son determinadas por un factor que actúa sobre el subconsciente y seguramente de aquí el éxito del psicoanálisis en algunos casos que logra hacer aflorar la causa determinante que a veces es muy evidente y otras hay que bucear mucho para encontrarla. Con esto no creo decirte nada nuevo porque tú como veterano del psicoanálisis sabrás de esto mucho más que yo que nunca me sometí a él. Creo que el auxilio de estas drogas nuevas te puede ayudar mucho. En fin, ya pasará.

En nuestro caso las causas son muy evidentes: el desconcierto absoluto en todos los ambientes, en que parece que se aproxima un parto de un nuevo mundo o civilización u organización como quieras llamarlo. (Carta a José Donoso [30 de mayo de 1968])

Para el padre, hay un nosotros, un plural, un “nuestro caso”. Para José Donoso seguro que también. Pero para el escritor, experimentar ese desmembramiento de la personalidad en y para la escritura, territorio necesario para hacer de ella una estética que se propuso vivir a cabalidad, lo llevó a postergar o manipular a muchos de sus seres cercanos incluido su padre. Porque, como bien apuntó Martín Lombardo, los huecos del relato familiar, la ausencia de testigos, de documentos y de saberes son un detonante para lo ficcional y la especulación (157).

La paradoja es que el hijo escritor se abocó por completo a encontrar palabras para penetrar en las entrañas de ese movedizo desasosiego, para generar una poética que intentó en forma permanente de dar cuenta del “desconcierto absoluto en todos los ambientes”, eso precisamente que el padre estima que lo une en forma inexorable a su hijo.

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Notas

1 Por lo general, José Donoso utiliza la norma anglosajona de poner los signos de interrogación exclamación solo al final, cuestión que se ha respetado al reproducir la carta.
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