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Cajeme: dos tiempos, dos historias
Cajeme: two times, two stories
Cajeme: dos tiempos, dos historias
Revista de Humanidades, núm. 47, pp. 63-84, 2022
Universidad Nacional Andrés Bello
Recepción: 18 Noviembre 2021
Aprobación: 10 Mayo 2022
Resumen: Este artículo parte de la pregunta ¿de qué manera se configuran los textos que legitiman imaginarios sociales sobre los indígenas en diferentes épocas? El objetivo es mostrar los recursos discursivos y las significaciones imaginarias sociales que conforman el retrato de Cajeme en dos textos: la Biografía de José María Leyva –Cajeme–, escrita por Ramón Corral en 1887, y Cajeme. Novela de indios, por Armando Chávez en 1948. Se hace un análisis hermenéutico apoyado en ideas de Ricoeur, Gadamer, Koselleck, y White quienes se han interesado en la estrecha relación que existe entre los discursos históricos, filosóficos y literarios y centran su atención en el uso de la narrativa para su exposición. El artículo afirma que tanto el discurso histórico como el literario están incrustados en actos, acontecimientos y estructuras sociales.
Palabras clave: biografía, género de no ficción, imaginario social.
Abstract: The aim of this article is to show the discursive artifice and the social imaginary significations that make up the portrait of Cajeme in two biographies of the same character: Biografía de José María Leyva –Cajeme– written by Ramón Corral, and Cajeme. Novela de Indios, written by Armando Chávez Camacho. The first was written in 1887 from a historical perspective, and the latter published in 1948, from an aesthetic perspective. A hermeneutical analysis is made based on the ideas of Ricoeur, Gadamer, Koselleck, and White who studied the relationship between historical, philosophical, and literary discourses. Mostly, they focus their attention on the use of the narrative for the exposition of such discourses. At the end of this article, we can claim that both the historical and the literary discourses are embedded in acts, events, and social structures.
Keywords: Biography, Non-Fiction, Social Imaginary.
Todo ensayo biográfico es, en cierta medida,
una arbitrariedad que el autor comete
en contra o a favor de su héroe.
Armando Chávez Camacho
Cuando nuestro país resuelve buscar su identidad como nación, gira sus ojos hacia su pasado indígena y decide que es digno de considerarse, sin embargo, mientras lo exalta, también lo desaparece. Para elaborar este artículo parto de la pregunta ¿de qué manera se configuran los textos que legitiman imaginarios sociales sobre los indígenas en diferentes épocas? y me centro en un objetivo: mostrar los recursos discursivos y las significaciones imaginarias sociales que conforman el retrato de Cajeme en dos biografías del mismo personaje: la Biografía de José María Leyva –Cajeme–, escrita por Ramón Corral1, y Cajeme. Novela de indios2, escrita por Armando Chávez Camacho3. La primera biografía fue escrita en 1887, desde una perspectiva histórica, y la segunda en 1948, desde una perspectiva estética.
Para empezar, quizá nos preguntemos ¿quién fue Cajeme? Fue un caudillo yaqui4 de la segunda mitad del siglo XIX, educado en Guaymas. Su nombre fue José María Leyva Pérez y su trayectoria ha sido bien difundida entre los pobladores sonorenses. En 1863 se unió al ejército mexicano y en 1874 fue nombrado Alcalde Mayor del Río Yaqui durante la gubernatura de Ignacio Pesqueira5. El gobernador pretendía de esta manera pacificar a los indios, pero en 1875 Cajeme se rebela encabezando a los pueblos yaqui6 en una serie de combates que se conoce como la guerra del Yaqui. Cajeme fue fusilado7 el 21 de abril de 1887, y su biografía escrita en 1889. De acuerdo con Alejandro Figueroa, “Cajeme representa muchas de las virtudes que los sonorenses actuales se han adjudicado a sí mismos” (Por la tierra 23). Cajeme ha sido, entonces, la representación del valor, de la fuerza y del temple de los sonorenses.
Para elaborar este texto parto del supuesto de que nuestra aprehensión de la realidad no es directa, sino que contiene una parte de construcción, de interpretación y de elección de elementos contextuales, que permiten rescatar elementos del imaginario social en un escrito de cualquier época. Estos elementos se integran en la estructura de un discurso, en el uso de recursos estilísticos y, desde ahí, se logra ubicar el imaginario desde el cual el autor escribe o cuenta una historia. Para apoyar mi postura, considero las ideas de algunos de los teóricos que se han interesado en la estrecha relación que existe entre los discursos históricos y los literarios y centran su atención sobre todo en un elemento: el uso de la narrativa para su exposición. De Ricoeur (Teoría 53) retomo las ideas de que el acontecimiento es la experiencia entendida como expresión y que la experiencia vivida permanece en forma privada, pero su significación se hace pública a través del discurso y que eso que nos comunica el discurso es el sentido del texto; de Gadamer (Verdad II), que las personas estamos inmersas en la cultura que prevalece en un lugar y en un tiempo determinado y que, por ello, estamos formadas en, y por, nuestro contexto. Dice que todos los individuos tenemos una serie de prejuicios que nos permiten entendernos en nuestro contexto y que esto se refleja en el discurso; de Koselleck (Futuro pasado), la idea de que el lenguaje es una entidad constituida de manera histórica, pero también una entidad constitutiva de la experiencia histórica. Reconoce la historicidad de los conceptos y, por ende, la importancia de sus contextos de enunciación, habla también de que no existe ninguna historia que no haya sido constituida mediante las experiencias y las esperanzas de las personas (333-57). Por último, y de acuerdo con White (Metahistoria), retomo que tanto el discurso de la historia como el de la literatura son semejantes en la disposición de hechos y en su configuración, pero difieren en su formulación, su función y su intención, White habla también de una prefiguración por parte del escritor y dice que ambos discursos constituyen formas de conocimiento distintas, pues la literatura parte, en mayor o menor medida, de la ficción y la historia, de los acontecimientos reales. En nuestro caso, los dos textos analizados ofrecen un significado, un tiempo, un espacio, una configuración (o modo de inteligibilidad, en palabras de White) y una trama de los hechos, que confluyen de manera armónica.
En un interesante artículo publicado en la revista ConNotas, Augusto Escobar explica que “con la novela histórica del siglo XIX tiene lugar el surgimiento de una forma expresiva que para algunos es algo híbrido, para otros un subgénero y para algunos más, un verdadero género que integra dos disciplinas complementarias” (239). Nos quedamos con esta última idea: la novela histórica junta ambos discursos en la exposición de su trama.
Cajeme. Novela de indios es un texto de corte indigenista8, en cuyo relato se conjugan el discurso histórico y el ficcional, dualidad que se representa en la obra por dos personajes: Cajeme y el jorobado pima. Este relato muestra la tradición del mundo indígena de Sonora a partir de leyendas y costumbres de pimas, de apaches, de seris, así como escenas de la guerra del Yaqui. Este relato se encuentra fragmentado por la intertextualidad. A lo largo de la novela encontramos fragmentos que pertenecen al discurso histórico: personajes de la historia de Sonora, como el prefecto de Guaymas, Cayetano Navarro; referencias a Ramón Corral, que primero fue gobernador de Sonora y luego secretario en el gobierno de la república al lado de Porfirio Díaz, a Rafael Izabal, quien fuera gobernador de Sonora durante la época de la deportación yaqui, entre muchos otros personajes. Muestra también fragmentos de textos de la historiografía sonorense, a veces citándolos y otras integrándolos a su discurso sin citar, como por ejemplo La biografía de Cajeme, escrita por Corral; Los yaquis, historia de una cultura, de Spicer; Las guerras de las tribus yaqui de Troncoso; así como también a tradiciones orales, como leyendas9. Un ejemplo de ello puede ser cuando en el apartado de la novela “Recogiendo voces y silencios”, el narrador dice respecto de la vida de Cajeme:
Así fue sabiendo muchas cosas del Caudillo. Que había nacido en Hermosillo, en 1837, siendo sus padres Francisco Leyva y Juana Pérez, ambos yaquis de raza pura, el primero originario del pueblo de Huírivis y la segunda de Pótam […] La monotonía de su existencia –hasta entonces sin incidentes– vino a turbarse en 1849, cuando a los doce años de edad abandonó las tierras del Yaqui para acompañar a su padre en una de aquellas memorables expediciones que iban a los desiertos de California en pos de los fabulosos placeres de oro. (75)
Y podemos leer un fragmento casi idéntico en la Biografía de José María Leyva Cajeme. Corral dice en su texto:
José María Leyva Cajeme nació en Hermosillo en el año de 1837. Sus padres fueron Francisco Leyva y Juana Pérez, yaquis de raza pura, el primero originario del pueblo de Huírivis y la segunda de Pótam.… El único incidente que turbó la monotonía de aquella existencia fue un viaje a California en 1849. Francisco Leyva, acompañado de su hijo, dejó su querida tierra del Yaqui y formó parte de una de aquellas memorables expediciones que se lanzaban como una avalancha en pos de los fabulosos placeres de oro que, como creación de la lámpara de Aladino, había brotado en los entonces desiertos de California. (141)
Ahora, desde los estudios de la biografía como género, podríamos decir que a simple vista no presenta ambigüedad, pues se trata de relatar la vida de algún personaje. Sin embargo, una visión detallada nos permite señalar que sus límites son porosos, que no hay una especificidad para señalar los criterios analíticos y que su estudio no se ha ubicado en un área disciplinar específica. Se le ha estudiado como género literario, como fuente de información en las ciencias sociales, como fuente no muy confiable para la historia, como una manera de estudiar la subjetividad desde la antropología cultural, entre otras. La biografía pretende ser un texto ensayístico y memorístico, se ubica como género de no ficción y aspira cierto grado de objetividad. Es un género híbrido. Los estudios de las biografías desde la interdisciplina nos permiten valorar al actor social, no solo como dato, sino como sujeto complejo que protagoniza su vida, además nos han permitido visualizar las subjetividades y las sociabilidades tanto de quienes las protagonizan como de quienes las prefiguran y las escriben. Gadamer explica también que un texto es una “fusión de horizontes” donde confluyen los trasfondos culturales de quien escribe y de quien interpreta, dando como resultado una comprensión y una interpretación diferente (Verdad II 338). En nuestro caso, ambos textos cuentan las singularidades de la vida de un personaje histórico relevante y ambos nos incitan a reflexionar acerca de los imaginarios sociales del biografiado y de quien elige escribir su biografía.
El género biográfico, desde una historia contada de forma lineal y eurocéntrica, es un tipo de ensayo que data de inicios de la era cristiana10; en la actualidad, la biografía puede ser tanto objetiva como totalmente ficcional. Este trabajo se centra, por un lado, en una biografía que nace desde una perspectiva histórica con la intención de justificar la muerte de un dirigente yaqui mostrando el haz y el envés de su vida y, por otro, en una biografía novelada que nace desde una visión indigenista. Sabemos que, durante el proceso de construcción de una historia, real o ficticia, se adopta una perspectiva respecto de los hechos narrados.
En este sentido, tanto Ramón Corral como Chávez Camacho son actores sociales que expresan sus ideas desde su espacio de experiencia, porque están inmersos en un sistema de relaciones sociales que les ofrece un marco de posibilidades y ello les permite ser partícipes de determinadas prácticas desde donde dictan su posición y organizan sus horizontes de expectativas11. Por un lado, durante la época en la que vivió Ramón Corral, tanto el discurso de liberales como el de conservadores coincidieron en que los indígenas vivían en el rezago, porque mantenían sus costumbres ancestrales y no se sumaban a la política de progreso que permeaba el México de entonces12. La política de la época promulgaba programas y acciones que pretendían homogenizar a los habitantes del país, ya sea por la vía de la educación, del mestizaje, de la privatización de los bienes comunales o de la represión armada (incluso del genocidio, como lo fue la deportación de los yaquis, en la que Corral tuvo un papel importante). El autor de La biografía de Cajeme era parte de la élite que aprehendió el mundo de significaciones proporcionado por su entorno. Por otro lado, y sesenta años después, Chávez Camacho publica su novela. En México, en esta otra época, la literatura que toca el tema de los indios tiene una cualidad casi científica y son varias las novelas que surgen desde estudios antropológicos13. La novela que aquí nos interesa nace de esa manera.
Chávez Camacho es un intelectual que formó parte de la Confederación Nacional de Estudiantes Católicos en la ciudad de México, fue director del periódico El Universal y su libro Cajeme. Novela de indios fue uno de las más reseñados en su momento14. Camacho vive la época en la que se crea el Instituto Nacional Indigenista (INI)15 que pretendía realizar programas de difusión cultural. En el México16 de entonces se vivía una progresiva institucionalización de la cultura y tuvo gran importancia lo antropológico que insistía en la transformación de los indígenas para su integración, al mismo tiempo que se le reconocía su contribución en el proceso de formación de una nacionalidad mexicana resultado del mestizaje. Cajeme. Novela de indios es una novela histórica-antropológica que recoge elementos del mundo indígena de Sonora y cae en la tentación de mostrar a los indios representados a través de un personaje que encarna a todos los indígenas, en este caso no de una nación como lo hacen otras novelas como El indio17 escrita por López y Fuentes, pero sí de un estado. A Camacho debe reconocérsele que a partir de un personaje explica los rasgos generales propios de cada grupo que habita en la geografía sonorense: yaquis, mayos, seris, apaches y pimas.
Para mostrar los recursos discursivos narrativos que conforman la biografía de Cajeme en las dos obras, explicaremos aspectos formales, semánticos y pragmáticos que utilizan los autores para retratar al protagonista. Para empezar, consideremos que el autor de un texto dispone los datos de tal manera que impone a los lectores una manera de percibir lo narrado y permite que estos interpreten desde la manera en que él dispone. Como ejemplo, basta citar el inicio de ambos escritos.
Por un lado, el texto de Corral18 inicia con las siguientes palabras: “El último cabecilla del Yaqui, el terrible Cajeme, cuyo nombre resuena hace dos años en toda la República, acaba de ser aprehendido por el Gral. Ángel Martínez, Jefe de la Primera Zona Militar en San José de Guaymas” (141)19. Por otro lado, el texto de Chávez Camacho20 inicia in medias res con el diálogo entre dos niños: Emeterio y Dolores. Estos niños dirigen a un forastero a Jusibampo. El viajero lleva un mensaje a Aureliano de parte de Alberto, quien le manda a decir “que cuanto antes debe ponerse a salvo con su familia, porque los indios derrotaron al gobierno de Capetamaya, y que Cajeme es ahora dueño de hacer lo que quiera en toda la región” (16).
La distribución de los componentes dirige la mirada del lector: en el primero se muestra un hecho, la aprehensión de Cajeme que remite a un acontecimiento verídico de interés en la región; en el segundo, el lector recibe la información sobre Cajeme de un modo inducido, es decir, nos pone en contexto advirtiendo al lector respecto de la peligrosidad del protagonista. El narrador muestra los prejuicios de la época, que de acuerdo con Gadamer (Verdad II 221), no son necesariamente injustificados ni erróneos, ni distorsionan la verdad porque dada la historicidad de la existencia los prejuicios constituyen la orientación previa de toda nuestra capacidad de experiencia. Son las condiciones para que nuestro enfrentamiento con el mundo nos diga algo, para que ese algo signifique y tenga sentido.
Estamos entonces frente a dos tipos de texto, uno histórico y otro literario. Desde que el autor configura al narrador, propone una manera de pensar, de percibir, de evaluar el evento narrado. Ricoeur (Tiempo 26) establece la hipótesis de que tanto la historia como la narración obedecen a una única operación que al configurarla dota a ambas de inteligibilidad y establece entre ellas una analogía. Dicha operación es la trama, a través de la cual los acontecimientos adquieren categoría de historia o de narración. La trama da unidad a partir de la síntesis de lo diverso.
En cuanto a aspectos formales y secuencias, se observa que Corral estructura la biografía en una narración de cuarenta y cuatro páginas sin apartados ni capítulos. El orden de los acontecimientos es cronológico. El relato inicia con la captura de Cajeme, y recuerda lo que fue su vida desde la infancia, continúa con una serie de acontecimientos en los que se involucra, que se combinan con la memoria, las creencias y las vivencias del narrador, y termina con la justificación sobre la muerte del líder yaqui. En sus líneas puede notarse constantemente la preocupación de que la diégesis es lo que sucedió en realidad, por poner algunos ejemplos: “y es verdad que esa fama es bien merecida” (141), “yo le he visto en su prisión de Guaymas” (141), “todos los antecedentes que voy a consignar tienen el mérito de la exactitud” (141).
Chávez Camacho estructura su obra en veinticuatro capítulos21 con sus respectivos títulos; sin embargo, lejos de encontrar coherencia en el índice, este muestra dispersión. La estructura fragmentaria de esta novela se presenta, por un lado, para dar cabida a diversas voces provenientes de discursos historiográficos, etnográficos y literarios; por otro, rescata creencias, costumbres, tradiciones que dan cuenta de la visión de mundo de cada una de las tribus de Sonora y permite especular sobre la prioridad que se da al discurso antropológico antes que al literario. En otras palabras, el relato se encuentra fragmentado por la intertextualidad que proporcionan los escritos que pertenecen al discurso histórico (personajes de la historia de Sonora, textos de la historiografía sonorense, documentos de archivo, notas periodísticas) y ficción histórica (leyendas, narraciones de costumbre y mitos).
La unidad en la obra histórica de Corral es proporcionada por una voz narrativa omnisciente que de manera constante está buscando credibilidad. Durante la época en que fue escrita La biografía de Cajeme, la persona que escribía historia lo hacía desde una perspectiva política, utilizando el lenguaje especulativo de la ciencia para solidificar su validez. Corral es consciente de querer hacer historia, su obra se sustenta en dos intenciones importantes: reforzar la cohesión del grupo al que pertenece y luchar en contra de grupos ajenos. Es decir, justifica las acciones llevadas a cabo en contra del dirigente indígena a partir de un lenguaje argumentado. Para Álvaro Matute las tres herencias historiográficas del siglo XIX fueron el inmediatismo, la erudición y el positivismo (Hernández, Tendencias 17). Corral sigue al pie de la letra dicha herencia. La inmediatez es evidente: el mismo Corral va a la celda de Cajeme a platicar con él antes de que lo fusilen. Es también constante encontrar en La biografía enunciados que insisten en la veracidad, de los datos, como ya se ha mencionado:
De él mismo he recogido datos que me sirven para escribir estos apuntes y si he de ser justo, debo confesar que, a juzgar por lo que sabemos en Sonora de la vida de este indio y que él mismo me ha repetido con la mayor ingenuidad, todos los antecedentes que voy a consignar tienen el mérito de la exactitud. (Corral 141).
En su narración explica hechos con argumentos racionales para la época como, por ejemplo, cuando lo nombran alcalde, argumenta que “el gobierno no contaba, al hacer ese cálculo, con la tendencia perdurable de los indios a conservarse independientes” (146). Este fragmento es también un ejemplo de cómo la explicación se apoya en argumentos que descansan en la “racionalidad científica” y conduce de inmediato a la etiología. En sus explicaciones casi siempre aparece algo que condiciona la consecuencia como la raza o la naturaleza (Guerrero 306). Otro ejemplo es la siguiente cita:
Los padres de Cajeme no eran de esos indios sin aspiraciones embrutecidos que encierran toda su ambición en la necesidad brutal de satisfacer el hambre; habían vivido entre los blancos y comprendían las ventajas de la civilización; la madre aún vive, la conozco y me consta que además de ser una mujer que está muy lejos de merecer el nombre de salvaje, reúne a una inteligencia clara, aunque inculta, una energía increíble en una anciana de setenta años. (Corral 142)
La idea del indio sin aspiraciones se atribuye aquí como consecuencia de su raza: son salvajes. Sin embargo, en este fragmento la idea es matizada porque esta familia de indígenas había estado alejada de su medio, es decir, estuvo siendo partícipe de la civilización. De acuerdo con Gaddis, “No tenemos más remedio que esbozar lo que no podemos dibujar con precisión, generalizar, abstraer […] esto significa que nuestros modos de representación determinan cualquier cosa que representemos” (50-1), es decir, reordenamos la realidad en función de nuestros fines.
La unidad en la obra literaria de Chávez Camacho, aunque con mucha dispersión, la proporcionan tanto la voz de un narrador omnisciente como la voz de un personaje: el jorobado pima, quien cuenta historias y costumbres de los indígenas de Sonora y a quien se le encomienda la misión de encontrar a Cajeme. Otro de los elementos que da unidad a esta obra es la figura de Cajeme: en cada uno de los apartados de la novela, se menciona a Cajeme de manera directa o a alguna referencia indirecta que nos alerta de su presencia, por ejemplo, cuando habla de los cadáveres dejados en el campo y comidos por animales después de haber muerto en alguna batalla, o cuando alude a un perro que venía de uno de los “festines de cadáveres”, etcétera, es decir, muestra elementos que permiten sentir la presencia del biografiado. La novela termina con una reflexión sobre la muerte del caudillo y la sinrazón y el abandono que siente el jorobado. En palabras del narrador: “El jorobado fue testigo de la maniobra de los ejecutores cuando levantaron el cadáver […] sintió que todo se le acababa: su misión y el objeto mismo de su vida” (258). La vida del personaje que da unidad al relato acaba junto con la vida del biografiado.
Chávez Camacho presenta tres capítulos intercalados en los que se centra en la figura de Cajeme: “Recogiendo voces y silencios”, “El fantasma” y “Cajeme”. En el apartado “Recogiendo voces y silencios”, el narrador presenta a Cajeme. Recoge los rumores, lo que se dice de José María Leyva, sobre su liderazgo, su elocuencia22 y pone en expectativa al lector engrandeciendo su figura. En el apartado “El fantasma”, casi al final de la novela, el narrador retoma la figura de Cajeme mencionando que su fantasma recorre la región. Lo hace fantasma antes de morir:
Un fantasma recorría el Yaqui. Era el fantasma de Cajeme. Porque no había seguridad de que fuera Cajeme. Se le perseguía por todas partes y siempre en vano. Si realmente existía –el Gobierno ya empezaba a dudarlo– ¡qué bien venteaba la cercanía de sus perseguidores! ¡O qué eficazmente funcionaba su espionaje, a través de los indios rendidos que le iban haciendo llegar oportunos avisos! Las noticias siempre escuetas […] se pensaba en que tuviera el don de la ubicuidad y se caía en lo increíble, en el absurdo […] seguía encarnando el amor yaqui por la tierra de sus mayores y el nunca satisfecho anhelo de conservarla, pero libre de dominios extraños. (235)
Cajeme se empieza a convertir en un símbolo, casi irreal: es un fantasma que expande su presencia, su fuerza por toda la región. Es temido, es admirado, se convierte en un héroe, en la esperanza de los indígenas23 que luchan por sus tierras y su independencia: “y en su gran corazón no cabía la desesperanza. Por el contrario, el infortunio estimulaba su orgullo y le mantenía tenso el brazo defensor de su raza, siempre en los más altos niveles del heroísmo. Alucinado y alucinante, incorruptible, misterioso” (236).
El narrador lo muestra también inalcanzable: “en el instante en que estaban seguros de echarle mano, se disipaba como una sombra. Más que un hombre, era un símbolo” (237). Una de las estrategias utilizadas por los yaquis para combatir al gobierno de Sonora fue la guerra de guerrillas, por eso la percepción de que aparecía en un lado y luego en otro, y de pronto desaparecía. El narrador también muestra la condición humana del líder yaqui. Explica que después de las muchas batallas contra el gobierno:
Cajeme se fue quedando solo, pero incansable, inflexible, indómito […] dos de las más esenciales características de su raza en él se encarnaban: el vigor físico y la gran energía moral, […el vigor físico] fue el primero que se le acabó. Del tejido, en cierta época adiposo, nada le quedaba. Luego le fue quedando menos de los otros tejidos […] Pero su energía moral lo sostenía […] era como un frágil carrizo dotado de un gran espíritu. (241-2)
Es en este apartado, “El Fantasma”, en el que iguala la fortaleza y la presencia de Cajeme con la de los indígenas del valle del Yaqui “Diríase que aquel espectro que vagaba no era Cajeme, ni el espectro de Cajeme, sino el espectro del Yaqui”24 (242).
En el apartado final, “Cajeme”, se narran sus últimos días, cuando es aprehendido por el general Ángel Martínez (también un personaje histórico), la visita de Corral, el viaje en El Demócrata25 y la aplicación de la Ley Fuga. En este capítulo, el narrador menciona un periódico californiano en el que, entre otras noticias y anuncios, se señala la muerte de Cajeme. En la novela, se muestra como un boletín informativo en la puerta de un comercio. Esta alusión del periódico funciona para mostrar al lector la poca importancia que se le dio a la noticia de la muerte del hombre que fue un símbolo:
un boletín de noticias: el Doctor Francisco C. Canale, especialista en enfermedades de la tenia solitaria y otros parásitos, y discípulo del famoso helmintólogo Iglesias, ha obtenido nuevos éxitos […]; que nadie debe alarmarse porque sí hay cólera, pero en Argentina, que está muy lejos; próximo arribo de la “Gran compañía de Animales Sabios” que dirige el profesor Salvini; anuncio de la “Bala Humeadora Carbórica”, que alivia el asma en cinco minutos […] y por último, como no concediéndole importancia a quien tanta tuvo, la aplicación, a Cajeme, de la Ley Fuga, que no es ley, sino exactamente la violación de la ley. (256)
No cabe duda de que en la literatura indigenista podemos encontrar denuncias sociales y aspiraciones a la justicia. El narrador critica también el informe presentado a las autoridades como evidencia de la muerte de Cajeme; dice que es un calco de un molde viejo, “como disfraz, pretendiendo cubrir un crimen liso y llano” (256). Lo cito:
El Teniente Clemente Patiño comunica al Jefe de la Zona Militar que el 23 de abril de 1887, a las 11 de la mañana, en Tres Cruces, Cajeme, a quien conducía para Cócorit, intentó fugarse, y que en la persecución que se le hizo recibió varios tiros que le ocasionaron la muerte”. Y al final, la frase que no podía faltar, la que sería risible si tras ella no asomara la faz del drama: “El señor General Martínez ya manda practicar una averiguación sobre el hecho de que se trata. (257)
En otros apartados, se menciona su nombramiento como general de los ríos Yaqui y Mayo y la manera en que organizó a su gente como un “verdadero Estado, con autoridades propias, jerarquías y delimitación de funciones” (87). Estableció un régimen de impuestos sobre la llegada de mercancía por ríos, por mar e incluso por tierra. Organizó la administración de justicia, la obligación del cultivo de maíz y frijol, y el ejercicio militar obligatorio para todos. Ejemplifica el ejercicio de justicia con la historia de Yorijelipe (también contada por Corral26). Es decir, el autor dispone la composición gradual del personaje en un juego de fragmentos de voces que permiten la unidad semántica del personaje. El lector va acumulando rasgos provisionales, físicos, psicológicos, morales, hasta convertirlo no solo en héroe, sino en un símbolo del carácter del pueblo sonorense.
En ambos casos, la biografía y la novela, el personaje es resultado de una prefiguración que retrata al biografiado para ofrecer al lector un ser que tiene rasgos físicos y psicológicos, y que actúa a través de la visión de algún observador que textualiza los hechos en un marco espaciotemporal y permite la integración y la unidad en los textos. La prefiguración, de acuerdo con White, está presente en todos los ángulos de la construcción: unidades, funciones, tiempo, espacio y remite a imaginarios sociales vigentes en la historicidad de la obra (Metahistoria 9-10).
La construcción de la memoria reflejada en la biografía y en la novela nos muestra una pluralidad de voces y sensibilidades que se plasman en su interpretación de la realidad. Los recursos retóricos, en ambos casos su insistencia en mostrar la verdad desde sus imaginarios –Corral con el uso de lenguaje especulativo y Chávez Camacho con la inserción de fragmentos de textos históricos a veces citándolos y otras sin citar– permiten descubrir que, bajo la palabra del discurso que emiten, emergen aspectos semánticos como sus representaciones imaginarias sociales, su concepto de indígena, el contexto cultural de los autores, la intencionalidad, es decir, su historicidad, de la que hablan Gadamer y Koselleck, y que remite a la serie de suposiciones de las que ambos parten, así como a las intencionalidades que nunca son casuales. Observamos, por ejemplo, que el concepto que tiene Chávez Camacho del indígena a mediados del siglo XX es herencia del discurso histórico del siglo XIX y ello se debe a que los datos en los que se basa no son procesados: el discurso histórico se reproduce tal cual en las páginas de Cajeme. Novela de indios. Es importante mencionar que, en la prefiguración de esta obra, el imaginario social juega un papel importante, tanto en la organización del discurso literario como en los conceptos y en las representaciones que el autor, antropólogo, retoma y reproduce.
Corral explica tanto los hechos como los procesos históricos y legitima un imaginario respecto de una situación con los indígenas que supone compartido por todos sus miembros, o por gran parte de ellos, a través del discurso porque así los experimenta como naturales (Guerrero 303). Él supone que, con la muerte de Cajeme, los yaquis se pacificarían. La historia nos indica que lejos de alcanzar la paz entre los nuevos sonorenses y los yaquis, y de ser un triunfo la captura y muerte de Cajeme, el acontecimiento provocó una fase mucho más intensa de la guerra entre yaquis y yoris27.
Hemos visto aquí, entonces, algunos artificios discursivos como la estructura, los elementos que dan unidad y la intertextualidad, que conforman el retrato de Cajeme y nos permiten interpretar y explicar aspectos semánticos y pragmáticos del campo cultural que vio nacer a ambas obras.
Conclusión
Se puede decir que tanto la Biografía de Cajeme como Cajeme. Novela de indios son dos construcciones de mundo de la acción humana, que tienen una dimensión temporal y una significación coherente con su época. Son entramados con significación y propósito. Desde la historia, estamos ante una versión del retrato Cajeme visto desde la perspectiva de un miembro de la élite política que justifica un programa de aceptación de los indígenas solo si se integran a la sociedad sonorense a partir de la educación y quizá desde el mestizaje. Desde la literatura, se explica dentro de una composición de tramas e intrigas que llevan de la mano al lector para hacerse una visión metafórica de los indígenas sonorenses a partir de la figura del retratado. Cada uno construye una versión dependiendo de la postura que toma y del lugar desde donde observa28.
En la época de Corral, las élites pretendían, por un lado, exaltar el pasado indígena e incorporar a los indígenas de su época a la población sonorense si se educaban o, por otro, exterminarlos si no lo hacían. En la época de Chávez Camacho, aunque la visión que se tiene de los indígenas sigue arrastrando imaginarios de finales del siglo XIX, pretende visibilizarlos, pretende mostrar una realidad que no se puede esconder y trata de institucionalizar el conocimiento que hay al respecto. En este sentido, se entiende que el proceso de escritura e interpretación es como un conjunto articulado de representaciones de una realidad histórica, porque es en función de ella que el escritor y el lector escriben e interpretan respectivamente sus ideas, valores y proyectos. Podemos afirmar también que tanto el discurso histórico como el discurso literario están incrustados en actos, en acontecimientos y en estructuras sociales; asimismo, que las representaciones, las relaciones y las estructuras sociales se construyen, se evalúan y se legitiman en el texto. Por ello, la producción textual de cualquier período histórico debe ser percibida y valorada en relación con los parámetros y valores de los momentos representados. Juzgarlas a partir de los momentos contemporáneos de quien hace la lectura, el análisis o la crítica sería desatenderse de la conciencia histórica y sustituirla por criterios teleológicos.
Bibliografía
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Notas