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Experiencias de varones en la migración. Contrastes introducidos por la etapa familiar y el status socioeconómico

Carolina Rosas
Universidad de Buenos Aires - CONICET, Argentina

Experiencias de varones en la migración. Contrastes introducidos por la etapa familiar y el status socioeconómico

Revista Latinoamericana de Población, vol. 1, núm. 2, pp. 3-28, 2008

Asociación Latinoamericana de Población

Resumen: El objetivo es brindar elementos para comprender que el sistema de género influye tan decisivamente en las experiencias de varones asociadas con la migración como en las de las mujeres. Específicamente, aquí se procura mostrar que en el contexto mexicano abordado las decisiones y resultados migratorios de los hombres, expuestos en algunos estudios como relativamente más liberados de restricciones morales, son en gran parte el resultado de éstas. Dado que en la relación entre el sistema de género y la migración intervienen otras dimensiones, el análisis se especifica en función de dos de las más relevantes: la etapa familiar transitada y el status socioeconómico. La estrategia metodológica es cualitativa. La investigación se realizó en una comunidad rural de la región central del estado de Veracruz, México, y en su principal destino internacional: la ciudad de Chicago, Illinois, Estados Unidos. El trabajo de campo duró un año y medio, dándose por finalizado a fines de 2002.

Palabras clave: migración internacional, género, etapa familiar.

Abstract: The objective is to offer elements to understand that the gender system influences so decisively in the experiences of males associated with the migration like in those of the women. Specifically, here it is tried to show that the decisions and results of the males’ migration, exposed in some studies like relatively more liberated of moral restrictions, they are largely the result of these, in the approached Mexican context. Since in the relationship between the gender system and the migration other dimensions intervene, the analysis is specified in function of two of the most outstanding: the family transitions stage and the socioeconomic status. The methodological strategy is qualitative. The investigation was carried out in a rural community of the central region of Veracruz, Mexico, and in its main international destination: the city of Chicago, Illinois, United States. The field work lasted a year and half, being concluded in 2002.

Keywords: international migration, gender, family stage.

Consideraciones iniciales

La incorporación de la perspectiva de género en los estudios sobre migración posibilitó la comprensión de la migración femenina como un fenómeno social diferente de la masculina, el cuestionamiento de las perspectivas teóricas que no visibilizaban los elementos de género presentes en las decisiones y estrategias migratorias, y la propuesta de indicadores y unidades de análisis que hicieran posible una mejor captación de las especificidades de los movimientos migratorios de mujeres, entre otros aspectos (Szasz, 1999).

Ahora bien, el interés por el análisis de la migración desde un enfoque de género se ha centrado principalmente en las mujeres. Esto ha resultado en un desequilibrio significativo entre la investigación realizada sobre ellas y la que ha involucrado a los varones.1 Así, se ha producido un “vacío relativo” en términos del abordaje de la experiencia masculina en la migración desde una perspectiva de género.

Por ello, numerosos cuestionamientos que fueron propuestos para el análisis de las migraciones de mujeres no han obtenido la misma atención en el estudio de los movimientos de varones. Por ejemplo, especialistas preocupadas por comprender las especificidades de las migraciones de mujeres se han preguntado recurrentemente si, y de qué manera, la posición relativa de la mujer condiciona sus expectativas migratorias, la disponibilidad de recursos y las estrategias desplegadas para concretar el movimiento (Morokvasic, 1984; Lim, 1993; Szasz, 1999; Tienda y Booth, 1991; Hugo, 1991 y 1999, entre otros). Pero poco sabemos sobre este tipo de cuestiones cuando las trasladamos a los varones.

Aún así, en las investigaciones sobre migración y mujeres se han esbozado generalidades acerca de los condicionamientos de género que operan sobre la migración de los hombres. Entre ellas resalta que así como las mujeres ven condicionada (desanimada) su migración por su papel en la reproducción doméstica, los varones se ven condicionados (alentados) por su lugar de proveedores económicos; es decir, junto a las restricciones socioculturales de la migración femenina, se mencionan permisos socioculturales para la movilidad masculina. En estudios empíricos (Hondagneu Sotelo, 1994, entre otros) se ha propuesto que los varones deciden sus movimientos de forma menos conflictiva y con mayor grado de autonomía afectiva que las mujeres y que en sus decisiones prima una racionalidad económica (entre los adultos) o una forma de ritualizar el paso a la adultez (entre los jóvenes).

Respecto del momento de la discusión en el que se encuentra este tipo de estudios, cabe resaltar que fue en los años noventa cuando se comenzó a señalar la importancia de incluir a los varones en los estudios sobre migración y género (Jiménez Juliá, 1998; Szasz, 1999; Szasz y Lerner, 2003; Rosas, en prensa). Este reciente señalamiento se encuentra ligado a la -también joven- producción de reflexiones y estudios sociales sobre masculinidad. Esto alentó el cuestionamiento de supuestos que hacían equivalente hombres con poder (entendiendo a este último sólo como dominación y disfrute), y que habían obviado otras facetas, tales como el dolor que conlleva el ejercicio de los mandatos de la masculinidad y la capacidad de ejercer formas positivas de poder.

Precisamente, este artículo tiene como objetivo brindar elementos para comprender que el sistema de género influye tan decisivamente en las experiencias de varones asociadas con la migración como en las de las mujeres, sin olvidar que dicha influencia no sólo se realiza en quienes efectivamente se mueven, sino también en aquellos que se relacionan con la migración a través de otros actores (cónyuges, progenitores, hijos, pares, entre otros). Así es que la importancia del género va más allá del peso que pueda tener en la selectividad por sexo, extendiéndose en las motivaciones e incentivos para moverse, en la capacidad para hacerlo, en el protagonismo en la toma de decisiones propias y de otros, en los patrones y tipos migratorios, así como en las consecuencias de la migración sobre la autonomía personal, entre otros aspectos.

Específicamente, aquí se procura mostrar que en el contexto mexicano abordado las decisiones y resultados migratorios de los hombres, expuestos en algunos estudios como relativamente más liberados de restricciones morales, son en gran parte el resultado de éstas. Dado que en la relación entre el sistema de género y la migración intervienen otras dimensiones, el análisis se especifica en función de dos de las más relevantes: la etapa familiar transitada y el status socioeconómico.

El estudio más amplio del que parte este artículo incluyó el análisis de los discursos de varones y de mujeres.2 Por razones de espacio aquí se pondrá el foco en las experiencias y percepciones de los varones. A continuación se realizan algunas consideraciones teóricas, se describe el universo abordado y la metodología empleada, para luego dar lugar a los resultados de la investigación.

Indicaciones teóricas

La vida de hombres y mujeres, condicionada también por estructuras tales como la étnica o la de clase social, se desarrolla alrededor del conjunto de normas o tradiciones que cada grupo construye socioculturalmente en torno de cada persona como poseedor y expresión de un determinado sexo: “los sistemas género-sexo son los conjuntos de prácticas, símbolos, representaciones, normas y valores sociales que las sociedades elaboran a partir de la diferencia sexual anátomo-fisiológica y que dan sentido a la satisfacción de los impulsos sexuales, a la reproducción de la especie humana y en general al relacionamiento entre las personas” (De Barbieri, 1992, p. 151). Retomando a Bourdieu (1991), el género se puede concebir como parte de un habitus, es decir, integrante del conjunto de disposiciones duraderas y transferibles de percepciones, pensamientos, sentimientos y acciones de todos los miembros de una sociedad que, al ser compartidas, se imponen a cualquier agente como trascendentes.

Así, las prácticas de las personas no son libres ya que los habitus son principios generadores y organizadores de las mismas; pero tampoco están totalmente determinadas porque los habitus son disposiciones, y como tales no impiden la producción de prácticas diferentes. De ahí que algunas dimensiones del sistema de género –objetivadas en disposiciones duraderas– pueden ser cuestionadas y reinterpretadas en el curso de nuevas experiencias o coyunturas, tal como la migratoria.

El género tiene un carácter relacional, dado que no es posible pensar el mundo de las mujeres separado del de los varones, ni viceversa. Sin embargo, la masculinidad y la feminidad pueden ser concebidas como las dos diferenciaciones socioculturales primarias de las construcciones de género.3 Estas diferenciaciones dan lugar a distintos tipos de relacionamientos entre varones y mujeres; muchos de los cuales encierran desigualdades. Reconocer que la situación de las mujeres es, en términos relativos, más sufrida que la de los varones (hay suficiente evidencia al respecto, comenzando por la de la violencia en el hogar) no habilita a considerar que ellos estén menos condicionados por el sistema de género. Al respecto, identifico la existencia de dos discusiones diferentes: una que apunta al grado de condicionamiento y otra que apunta a las consecuencias de tal condicionamiento. Respecto de la primera, entiendo que los varones están igualmente condicionados que las mujeres por las construcciones de género en tanto habitus. En cuanto a la segunda discusión, entiendo que las mujeres son más perjudicadas por dicho condicionamiento. En pocas palabras, y haciéndome eco de Kaufman (1997), no equiparo el dolor de los varones con las formas sistemáticas de opresión sobre las mujeres, sino que reconozco que ellos están tan condicionados como ellas y que su poder también les es costoso.4

Ahora bien, el efecto combinado de diferentes categorías sociales ha llevado a reconocer múltiples masculinidades (Connell, 1997). Lo de “múltiples masculinidades” refiere a las múltiples combinaciones que se pueden producir entre diferentes categorías tales como clase, etnia, religión, preferencia sexual, etc.5 Si bien no hay una “receta” para distinguir una masculinidad de otra, he considerado que una manera cautelosa de diferenciarlas es en función del establecimiento de contrastes no sutiles entre grupos de varones, sin olvidar el carácter colectivo que una masculinidad debe observar (Minello, 2002). Más específicamente, ya que una masculinidad no se define en sí misma, sino que existe sólo en contraste con otra (Marqués, 1997), brindé importancia a la etapa familiar que transitan los actores, así como al status socioeconómico, en tanto factores que de forma no sutil diferencian expectativas y prácticas masculinas. Allí apunta este artículo, no sin antes reconocer que los mencionados no son los únicos factores diferenciadores de prácticas y concepciones masculinas. Es evidente la existencia de otros diferenciadores no sutiles (tales como el origen étnico), a la vez que también puede ser pertinente la distinción de masculinidades en función de factores de mayor sutileza. Ello deberá establecerse de acuerdo a las características del contexto analizado y de los alcances de cada estudio.

Las etapas de la trayectoria familiar fueron definidas en dos grandes categorías: juventud (varones solteros sin hijos, también llamados “jóvenes” en lo subsiguiente) y adultez (varones unidos con hijos, también llamados “adultos” en lo subsiguiente). Sin desconocer la complejidad de los estudios sobre trayectorias familiares (Mier y Terán, 2004, entre otros), aquí sólo se busca contrastar la situación previa a la adquisición de los roles de esposo, padre y proveedor, con la etapa en la que estos roles ya han sido adquiridos.

Por otro lado, en el contexto analizado no es fácil obtener criterios con los cuales discernir y clasificar a los actores en una determinada clase o estrato social, debido a los constantes cambios en las economías familiares acarreados por la migración (Rosas, en prensa). Por ello, las delimitaciones entre status socioeconómicos se realizarán de acuerdo a los referentes (antagonistas) identificados en los discursos de los entrevistados. Aunque se trate de una diferenciación poco refinada, resulta útil para establecer comparaciones entre masculinidades y diferentes formas de proceder ante la migración.

Indicaciones metodológicas

Debido al tipo de cuestionamientos que impulsó esta investigación la estrategia metodológica fue principalmente cualitativa: se realizaron 48 entrevistas en profundidad (a varones y mujeres).6 El trabajo de campo duró un año y medio, aproximadamente, dándose por finalizado a fines de 2002. Las entrevistas se realizaron tanto en una localidad de 1,860 habitantes llamada El Cardal, de la región central del estado de Veracruz, México, como en el principal destino internacional de los cardaleños, la ciudad de Chicago, Illinois, Estados Unidos. Ya que esta investigación se inscribe en el ámbito de los estudios de población, en donde prevalecen los abordajes metodológicos cuantitativos, es importante señalar los alcances de este estudio cualitativo, sin con ello pretender ingresar a la compleja discusión epistemológica y metodológica.

Comenzaré señalando que esta investigación aborda un fenómeno social. Para la interpretación profunda de un fenómeno social, desde el enfoque metodológico que se haya escogido, es necesario tomar un contexto (caso) específico. En este sentido, el “caso” es el medio pero no el fin de un estudio de esta naturaleza. Respecto de las posibilidades de generalización de los hallazgos, dado que los estudios cualitativos utilizan muestras pequeñas seleccionadas de forma no aleatoria, frecuentemente aparece la idea de que sus posibilidades de generalización son también pequeñas.7

Esta consideración se basa, en gran parte, en la estrategia que se sigue para establecer la muestra. Para avanzar en la discusión es necesario comenzar por “despegar” la idea de generalización de la de representatividad estadística. A grandes rasgos puede decirse que una muestra es estadísticamente representativa de la población bajo análisis cuando los errores estimados, al pasar de lo particular (la muestra) a lo general (el universo de población), no superan ciertos niveles, con un alto grado de confianza, todo lo cual puede establecerse debido a que la muestra fue seleccionada aleatoriamente. Como los estudios cualitativos utilizan muestras intencionales la estimación de errores no es posible, por lo que es incongruente preguntarse por su representatividad. Pero, ¿es incongruente preguntarse por las posibilidades de generalización en los estudios cualitativos? Considero que no lo es, siempre y cuando se deje de asociar el término “generalización” con el de representatividad. “[L]a disputa sobre generalización en la investigación cualitativa pareciera estar mal localizada cuando se plantea dentro del marco de la inferencia estadística” (Cortés, 2003, p.158).

Como ya se mencionó, la clave de los estudios cualitativos consiste en lograr profundidad en el análisis de un fenómeno. Ahora bien, no todos los estudios cualitativos persiguen los mismos fines; muchas veces se habla de “los estudios cualitativos” o “los estudios cuantitativos” como si se tratara de conjuntos homogéneos en su interior, sin prever la existencia de objetivos de distintos alcances. Es decir, dependiendo de los intereses del investigador, legítimamente se puede optar por la profundización en la dinámica de procesos o relaciones sociales que hacen a un fenómeno en un contexto específico, proponiendo que el fin de la investigación no es la “generalización” de sus hallazgos. Pero también existen estudios que, utilizando abordajes cualitativos, tienen algunas pretensiones respecto de la “generalización” de sus conclusiones. La profundización no está reñida con la generalización; la primera puede ser el medio necesario para llegar a la segunda, en tanto que la segunda puede detonar a la primera, a la vez que cualquiera de las dos puede constituir el fin de una investigación sin que ello signifique mayor o menor legitimidad científica. Entiendo que los estudios cualitativos que tienen alguna pretensión de “generalización” son aquellos que utilizan la profundización como medio para elucidar construcciones, relaciones, procesos, conceptos o modelos teóricos que, por su relativo nivel de abstracción, puedan ser analíticamente replicados en otros contextos, sirvan como recursos teóricos para ser confrontados en otras investigaciones y ayuden a comprender dimensiones de algunas otras realidades. Precisamente, lo que puede resultar más o menos “generalizable” es ese conjunto relativamente abstracto de relaciones, procesos y construcciones que hacen a un fenómeno social, sin con ello pretender hacer “generalizables” las particularidades encontradas en un contexto determinado.8

Resulta complicado, sin embargo, establecer a priori mayores o menores posibilidades de “generalización” en los estudios cualitativos, aunque algunas características contextuales en las que se llevó a cabo el estudio pueden alentar la propuesta de “tiempos y espacios” en los cuales los procesos, relaciones o construcciones abstraídos tendrían más posibilidades de aparecer o de ser viables como recursos analíticos. Pero la complicación tiende a disminuir a posteriori. Al respecto, cabe recordar el recurso de la acumulación de conocimiento. Cuando distintos estudios cualitativos sobre un mismo fenómeno coinciden en un determinado hallazgo o muestran la versatilidad del fenómeno ante el condicionamiento de características contextuales, emergen posibilidades, bien de “generalizar” teóricamente, bien de proponer tipologías dependientes del contexto, bien de discutir y cuestionar un hallazgo, entre otras. En otras palabras, las posibilidades de “generalización” de una investigación cualitativa se refieren tanto a los estudios que la anteceden como a la utilización que de ella hagan, a posteriori, otros estudios; dicha utilización futura permitirá evaluar la pertinencia de lo propuesto y avanzar en el conocimiento del fenómeno analizado, lo cual no es exclusivo de los abordajes cualitativos. Ahora bien, la utilidad de los resultados de un estudio de este tipo no se restringe al campo de los que emplean metodologías cualitativas, pues constituyen importantes insumos para el diseño de estudios sociales que, mediante abordajes cuantitativos, se valen de herramientas que permiten, ahora sí, generalizar (sin comillas).9

El contexto en estudio

Las características del contexto abordado pueden imponer especificidades que lo diferencien de otros y, por lo tanto, diferencien los hallazgos. El análisis se enmarca en un contexto de migración internacional emergente: Veracruz es una de las entidades federativas mexicanas que recién en los años noventa vio crecer significativamente su flujo migratorio. El aumento de las magnitudes de dicho flujo es concomitante con la crisis económica que azotó a la entidad durante los años noventa, especialmente al sector primario. En el contexto cardaleño sobresale una gran dependencia de los cultivos de café y caña de azúcar, lo cual redunda en dificultades para encontrar alternativas en términos de cultivos o de fuentes locales de trabajo e ingresos.

La emigración veracruzana, y también la cardaleña, tiene un alto componente masculino. La gran proporción de varones imprime particularidades que lo pueden diferenciar de contextos donde el peso de las mujeres es relativamente mayor, o de aquellos en los cuales la participación femenina supera a la masculina. El flujo abordado tiene su origen en una zona rural no indígena, lo cual puede incluir distinciones respeto de los originados en zonas urbanas o compuestos por poblaciones indígenas. También el destino impone su especificidad por tratarse de un espacio urbano y tradicional de la emigración mexicana.

Además, el crecimiento del flujo veracruzano tiene lugar en un marco de restrictivas políticas migratorias impuestas por Estados Unidos que han redundado en el aumento de las muertes en la frontera. El Cardal cuenta con la experiencia de haber sufrido la pérdida de cuatro de sus migrantes en un accidente en Estados Unidos. Debe tenerse en cuenta que el trabajo de campo se finalizó en el año 2002 y que desde ese momento hasta la actualidad se reforzaron las estrategias de vigilancia fronteriza, lo que puede haber afectado la dinámica migratoria que se expone en este artículo.

Proveer o aventurarse

Entre los detonantes de la migración cardaleña hacia Estados Unidos cumple un papel destacado la crisis agraria que afecta a Veracruz. Dicha crisis representa, además, la crisis del tipo de trabajo que opera como contenedor material y simbólico de la masculinidad. Así, los hombres con responsabilidades familiares legitiman su migración no sólo en las dificultades económicas que encuentran en su lugar de origen y en las posibilidades laborales que les ofrece Estados Unidos, sino en la división sexual del trabajo en la que han sido socializados: los varones son percibidos y se autoperciben como los principales encargados de suministrar el bienestar económico a la familia.10 El temor a ser calificados como proveedores poco eficientes es uno de los principales factores que los alienta a oponerse al trabajo remunerado de sus cónyuges (ver Kaufman 1997).

Por eso, ¿quién debe migrar? no es una pregunta que ocupe demasiada atención en las parejas cardaleñas: si se migra para trabajar y proveer, y el encargado de ello es el varón, será él quien migre. La migración, entonces, puede ser concebida como la expresión de al menos dos crisis relacionadas (la económica y la masculina), a la vez que como una forma de enfrentar dichas crisis; les permite continuar erigiéndose como proveedores sin necesidad de ceder al trabajo extradoméstico de las esposas.

Si me dice mi esposa: yo me voy ‘pal otro lado ¿Cuándo te voy a dejar irte? Me voy yo, tú no. Tú aquí te quedas, yo me voy. Si quieres vivir más bien, pues yo voy y trabajo. Pero eso de que dejara venir primero a la mujer ¡no! (…) Yo no la dejo que se venga. Y si la dejo, le doy el tiro de gracia. Si te vas, ya nunca vuelvas (…) Porque ella es mi pareja. En la familia siempre el hombre tiene la responsabilidad de llevar la cabeza del grupo, no la mujer. Porque por eso Dios lo hizo hombre; para que tomara las decisiones. Porque para mí no era posible. Por una sola cuestión de que no se puede (Silvio).11

Para los adultos los motivos económicos no pueden escindirse de los de tipo afectivo: les es muy doloroso considerar que sus hijos podrían verse expuestos a las mismas privaciones materiales que ellos vivieron en su infancia; les preocupa la previsión de un futuro incierto para la familia, especialmente por lo que respecta a la educación y salud de los hijos. Estos factores no siempre se reconocen como motivadores de los movimientos de los varones y suelen quedar ocultos en las explicaciones que hacen énfasis en lo económico.

Le dije a mi esposa: yo me voy, quiero hacer algo por mis hijos ¿no? Porque esperando una situación aquí; la verdad es que aquí no vamos a poder salir adelante (…) Por el hecho de que es una responsabilidad la familia ¿no? Y se siente que el irse allá es otro cambio ¿no? O sea, un buen futuro para los hijos (Manolo).12

Yo sí pensaba en lo que podía pasarme, hasta en morir y volver difunto (…) Pero yo recordaba en la madrugada, como a eso de las dos de la mañana y yo ya no podía dormir de pensar en mis drogas.13 A nadie le gusta deber, ni es bonito deber. Y los brazos se me entumían de que decía: ¡Dios! pero ¿cómo voy a pagar? Yo vía que mi papá no me podía ayudar porque, pues, ellos también ‘taban igual. Decía yo ¿quién me puede ayudar? ¿Qué me pongo a vender? ¿Qué? ¿Mariguana? Uno anda bien decidido a todo, hasta a hacer cosas malas (Beto).14

Yo sufrí mucho de chavo. No tuve la oportunidad de estudiar. Y mis hijos van hacia delante, ¿no? Y ¿qué va a pasar de ellos si yo sigo así? Para empezar yo no tengo estudio, no tengo una preparación. Digo: ¿qué les voy a dar? (Mario).15

Los varones con responsabilidades familiares se describen a sí mismos como “acorralados” por una coyuntura económica que los obligó a la alternativa migratoria. Es decir, para quienes migraron o están planeando hacerlo, la migración es justificada discursivamente como una obligación y no como un deseo.

El estar fuera de la familia no quiere decir que es uno irresponsable, que no quiero batallar con la familia. Es uno ser más responsable. Que ya estuvimos mucho tiempo con ellos y no pudimos darle lo que ellos querían (Beto).

Aun cuando se esfuercen por justificar su migración como un acto de responsabilidad y argumenten que estar lejos de la familia les es altamente doloroso, saben que varias personas los cuestionan. Algunos miembros de la comunidad, especialmente las mujeres, expresan críticas acerca de aquellos que son percibidos como “migrando sin necesidad”. De esta manera, la crítica a la que se verían expuestos quienes dieran razones diferentes a las ancladas en su rol de proveedor, los conduce a exaltar las que saben legitimadas en ese papel económico y a ocultar las de otra índole.

Sin olvidar que los adultos pueden haber magnificado discursivamente el dolor frente a la satisfacción –aspecto demandado socialmente, como ya mencioné– no es posible obviar la existencia de una serie de conflictos que podrían explicar por qué la migración no necesariamente es deseada. Entre estos conflictos deben contarse las preocupaciones asociadas con la distancia espacial y temporal que los apartará de sus afectos y las dificultades para velar por su bienestar, la posibilidad de la infidelidad de la cónyuge, así como los temores relacionados con los peligros que encierra el cruce del desierto.

Existen dos casos en El Cardal que no concuerdan en las generalizaciones que acabo de expresar. Se trata de hombres adultos que no han mostrado compromiso con la familia ni con la responsabilidad de proveer. Aún así, considero que en los estudios sobre migración y género se tiende –con razón– a enfatizar las situaciones dolorosas para las mujeres, pero no se resalta con la misma importancia los casos en que los hombres cumplen eficientemente con sus obligaciones de proveedores y, aún a la distancia, siguen comprometidos con el bienestar de sus familias. Los actos irresponsables de algunos opacan el esfuerzo y el dolor de los muchos que cruzan la frontera y sufren la lejanía de los afectos. Por otro lado, en los motivos para irse se observa cierta competencia entablada con otros varones proveedores. La migración no sólo está atada a las necesidades propias y del núcleo de dependientes, sino amarrada a un otro a que se percibe en mejores condiciones y que se admira por su eficacia económica.

Me platicaban cómo les iba por allá y yo vía lo que hacían, lo que tenían. Y pues yo me ponía a pensar, digo, si yo llego a estar allá, voy a hacer lo mismo, si Dios quiere (Ricardo).16

O sea, uno dice, si aquél la hizo ¿por qué yo no? También sé trabajar ¿no? (Manolo).

La competencia constituye una forma de proceder (no necesariamente consciente o dirigida) mediante la cual los hombres acumulan los símbolos culturales que refuerzan su masculinidad, acceden de forma diferenciada a esos recursos o símbolos, desarrollando estrategias y sus propias modificaciones para preservarlos (Gilmore, 1994). Valdés y Olavarría (1998) señalan que la competencia de un varón generalmente es con otros varones: compiten por mayor poder, prestigio, dinero, fuerza, inteligencia y, especialmente, por las mujeres. En este tipo de disputas, el ámbito público cumple un papel fundamental para que las acciones se desplieguen a fin de ser vistas y evaluadas. Esta lógica de competencia también se encuentra entre los jóvenes entrevistados. Con la migración gran parte de ellos pretende igualar o superar a sus pares, especialmente a los más escolarizados o a los que poseen medios de transporte.

Allá en El Cardal hay mucha gente que [discrimina]. Tan sólo los que estudian, que llevan más estudio, siempre discriminan un poco a los demás, siempre quieren estar arriba. Y yo nunca me he dejado. A mí me dicen muchos… y sale, vámonos; hacemos algo para estar siempre igual o tal vez más que ellos y mejor que ellos (…) Yo también decía: si mis primos están en Arizona, están allí cerquita, Chicago es más lejos. Yo me voy porque está más lejos y porque, según, está mejor. Si voy, voy p’a allá; si no, no me voy (Hugo).17

A su vez, también compiten con los que han realizado la acción migratoria pero se han destinado cerca de la frontera con México. Llegar más lejos que otros es una meta generalizable entre jóvenes y adultos, y la migración permite escenificarla en términos de distancia geográfica.

En lo expresado se comprende que las motivaciones de los jóvenes encuentran diferencias respecto de las de los adultos: así como estos últimos justifican su migración por la familia, los primeros la justifican por ellos mismos. Para los jóvenes, el rol de proveedor es descartado como un mandato actual en sus vidas.18 Su motivación primaria es la búsqueda de experiencias nuevas y la realización de una gran “aventura”. Independientemente de si los sueños de una vida cargada de emociones son previos o no a la aparición de la migración, ésta los convirtió en una posibilidad más cercana. Los horizontes se ampliaron y así llegaron los relatos de los amigos que constituyeron pruebas para creer que en Estados Unidos les esperaba una vida más atractiva que los sacaría de la rutina, del aburrimiento y que les daría más independencia. En pocas palabras, los motivos de tipo no económico cobran gran relevancia entre los jóvenes.

Yo le dije a mamá: yo, si me voy para allá, no creas que voy a estar matándome tanto. Yo voy a conocer. Les voy a mandar dinero poquito. Yo no voy a ir a juntar dinero allá. Voy a conocer. Así le decía a mi mamá (…) Ya ellos [los adultos] tienen responsabilidad. Pues, yo tengo también mi familia, pero yo sé que todavía pueden allá. Y los casados que ya tienen hijos... las dejan solas. Ellos tienen que trabajar a fuerza (Coqui).19

¿Qué significa Estados Unidos para mí? Para mí significa el lugar donde puedes realizarte. O sea, un lugar donde puedas hacer lo que tú quieras. Donde puedes ser independiente (…) No sé. Sería una gran aventura conocerlo, la verdad (Joselo).20

Para los jóvenes, pero también para algunos adultos, la migración era vista como una forma de salir de una situación familiar agobiante (Hondagneu Sotelo, 1994).

Yo me fui porque necesitaba, necesito otra vez salir de esta casa. Yo no tengo presión de irme por mucha necesidad de dinero. Nomás porque ya quiero salir de aquí. Con mi padre como es, ya tengo que salirme (Federico).21

Los padres sobresalen entre los actores con los cuales los entrevistados señalaron tener ciertas “rivalidades”. Éstos fueron descritos como limitadores de sus decisiones y acciones. Resaltan los discursos en donde se menciona que los padres preferían a algún hermano o cuñado. Por un lado, el padre es presentado como partícipe en la disputa y tomando partido por el otro, ya sea en términos económicos como afectivos. Por otro lado, el padre aparece como el disputado, en tanto los entrevistados tenían expectativas de que al migrar se ganarían su agrado y le demostrarían que eran muy capaces y responsables. En estas rivalidades que suelen conformar el conjunto de motivaciones migratorias se puede observar también el procedimiento de la competencia entre hombres.

En síntesis, las búsquedas y obligaciones socioculturales asociadas la juventud y a la adultez, así como las relaciones afectivas que caracterizan a esas dos etapas, penetran toda la experiencia migratoria. Por eso, también se encuentran importantes contrastes en la vivencia de la salida de la comunidad, el viaje hasta la frontera, el cruce del desierto y en lo logrado una vez en destino (Rosas, 2008b).

La competencia masculina en tiempos de migración

Los logros que estos dos grupos de varones han realizado en Estados Unidos son coherentes con las expectativas que los motivaron a migrar.

Entre los hombres adultos se pone de relieve que gran parte de la remesa está dirigida no sólo al mantenimiento cotidiano de la familia y a gastos de salud o escolaridad de los hijos, sino también al mejoramiento o construcción de la vivienda.22 La casa propia aparece como una necesidad material y simbólica importante para hombres y mujeres. Para muchos varones significa la posibilidad de dejar de ser “arrimados”, de asegurarles alguna herencia a los hijos y una de las mejores formas de demostrar públicamente que su ida a Estados Unidos ha sido exitosa. Las fincas también ocupan posiciones importantes. Así, si bien la mayor parte de la remesa está dirigida a bienes no productivos, también existen inversiones de tipo productivo.

En contraste, los jóvenes no han invertido en casas o fincas. Con el dinero obtenido en Estados Unidos adquirieron bienes que son de utilidad para ellos pero que generalmente no lo son para la familia, tales como grandes equipos de música, ropa y, menos frecuentemente, una moto o un automóvil. Los ojos evaluadores de la comunidad están puestos en los que se fueron, porque son pocos y porque todos se conocen en el rancho. Sin embargo, también hay diferencias en las formas en que los logros de cada uno de estos dos grupos de varones son socialmente evaluados.

El tiempo que un hombre adulto lleva en Estados Unidos debe correlacionarse de forma positiva con los adelantos realizados: a mayor duración de la migración, mayores deben ser las inversiones. Existe un supuesto implícito en que la migración sin mejoramiento económico implica un fracaso. El temor a regresar sin haber hecho lo suficiente es un aspecto reiterado en los discursos y señala la importancia de la comparación y la competencia como condicionantes de las acciones migratorias de los varones adultos.

Digo: yo me voy aguantar. Me voy aguantar pues siento que al llegar allá sin nada, siento que las personas van hablar de mí: este tonto estuvo en Estados Unidos y no hizo nada. Y es que está uno allá en México y piensa que aquí gana uno, que es fácil (Gabo).23

Pero ahorita lo que digo es que yo soy de los primeros y creo que yo soy el que me voy atrasando más. Muchos que se vienen después, la van haciendo más que uno que ya estaba (…) Ya ahora que hay más gente acá, ya como que hay hasta competencia. Ya uno tiene que tener más cuidado, mandar más y hacer (…) Pero la mera competencia te la hacen de allá, porque la gente comenta: oye aquél tiene bien poquito tiempo que se fue y ya está haciendo muchas cosas (Beto).

Y de que malgaste yo el dinero aquí, mejor lo mando para allá. Y allí es a ‘onde se ve que está uno trabajando bien (…) Y que fulano mandó dinero para echarle otro piso a su casa. Que fulano compró un juego de sala. No pues, si él lo hizo trabajando también ¡Allí va también! (Tony).24

Para no ser calificado como “fracasado”, el lugar donde se invierta y el tipo de inversión realizada son dos elementos que deben ser cuidados. Se afirma la importancia de mandar dinero a la comunidad de origen, ya que allí es donde se ve que están “trabajando bien”. Entonces, aunque diversos elementos deben tenerse en cuenta para comprender la validación social adquirida por un migrante, las inversiones visibles realizadas en la comunidad son el principal. Los miembros de la comunidad, tanto hombres como mujeres, coinciden en validar este aspecto conforme se adecua a una expectativa social generalizada.

Si bien los jóvenes no escapan a la posibilidad de ser cuestionados por lo que hicieron (en términos económicos) en Estados Unidos, expresan no prestarle importancia a los cuestionamientos. Si la experimentación y el conocimiento formaban la ecuación primaria que los impulsó a irse, también conformará un escudo ante posibles críticas. En coherencia con las expectativas que tenían, haber llegado y vivido en Estados Unidos es el principal elemento que les da la posibilidad de competir y de sentirse por encima de sus pares.

Yo pienso regresar. Pero no, mi familia no me pide que yo llegue con algo, ni nadie espera. Nadie tiene que decir nada, porque no me he echado compromiso. Y si alguien dice, le voy decir que yo sí estuve acá y él no, que él no (Leandro).25

De esta manera, la competencia entre migrantes (tanto entre los adultos como entre los jóvenes) trasciende fronteras; las noticias sobre los logros de cada uno viajan rápidamente haciendo que la comparación sea constante. No tengo elementos que señalen que estas dos masculinidades compitan entre sí, y pocos que indiquen que una tenga deseos de imitación respecto de la otra. Por ello no he establecido relaciones entre ambas, lo cual no significa sugerir que se trata de dos masculinidades independientes. Este es un aspecto que debe ser profundizado en futuras investigaciones. Ahora bien, entre los adultos la competencia no sólo se plantea en el ámbito del rol de proveedor, sino también en el del status socioeconómico. Estos ámbitos se encuentran íntimamente relacionados, ya que si la disponibilidad de dinero o la posesión de bienes son material y simbólicamente importantes para validarse masculinamente como proveedor, también son indicativos de la ubicación en la estratificación social. En este sentido, la migración permite a los adultos competir, al mismo tiempo, en ambos ámbitos.

Pero a esta competencia no sólo entran los migrantes. Es decir, además de competir entre ellos, los migrantes también lo hacen con hombres que antes se percibían como social y económicamente inalcanzables: los llamados “adinerados”.26

Hay veces que hablan bien de mí, ahorita que estoy acá. Porque cuando se vienen las fiestas patronales del pueblo le digo a Ana que le dé cierto dinero a la Iglesia para comprar flores o eso. Y por ahí no falta quien diga ¡Silvio dio tanto dinero! ¡nunca han dao los que tienen dinero aquí nada, nunca nadie esa cantidá! (…) en El Cardal hay gente con dinero, adinerados, como los del Beneficio, pero no dan (Silvio).

Yo llevé el carro y mucha gente que yo le caía mal decía: esa camioneta es de las que ya no quieren allá, que las tiran. Yo nomás decía: esta camioneta es camioneta aquí y es camioneta allá. Sí. Sí. Porque no es una porquería, es una ochenta y tanto. Esta camioneta aquí la ves y está bonita, la ves allá, pues, doble de bonita. Dije: envidia. Y decían: no pues, yo tengo para comprarme una más nueva. Dije: que se la compren ¿verdá? Dije: yo no sé por qué no se la compran y no andan pidiendo que los lleven. Yo tengo esas carcachas, pero son mías y sí ando en ellas. Ellos tienen p’a comprar una buena, pero no se la compran (Beto).

[Los migrantes] se jactan de decir: ya ves ese fulano lo que era. Y el papá del fulano [dice]: ya mi hijo tiene una camioneta, ya esto, ya el otro, ya lo otro. O [dice]: cuánto gana el profesor; mi’jo gana más. Y se pavonean con eso (Carlos).27

A Beto la migración le permitió competir con ésos que tienen dinero pero no se compran una camioneta; a Silvio le sienta bien que lo comparen en la Iglesia con los que más tienen pero no donan tanto dinero como él; en cambio, Carlos, un importante productor de café, se molesta porque los migrantes se jactan de sus logros. El cuestionamiento del valor material de las camionetas traídas desde Estados Unidos es una forma de estigmatizar lo logrado por los migrantes y de continuar delimitando y reproduciendo la desigualdad (ver Scott, 2000). Así, las referencias a, al menos, dos grupos con status socioeconómicos diferentes aparecen claramente en varias entrevistas.

Esta diferenciación permite introducir la discusión que gira alrededor de la idea de “masculinidad hegemónica”. Retomando brevemente la noción de hegemonía de Gramsci (1981) se puede decir que un grupo social deviene hegemónico cuando logra generalizar su concepción del mundo sobre el resto, creando y legitimando una especie de “norma de conducta activa”. En lo que respecta a la discusión sobre masculinidad, en cada sociedad habría algún grupo de varones que ha logrado legitimar sus características masculinas y que se propone como “modelo de referencia” para otros hombres. Al grupo que detenta este modelo se lo ha llamado “masculinidad hegemónica”. Considero que los “adinerados” cardaleños tienen características “hegemónicas” que los colocan en un lugar privilegiado en la jerarquía masculina comunitaria (ver Connell, 1997), ya que encarnan un modelo que provoca imitación y/o deseos de igualación en otros varones. Sin embargo, el carácter hegemónico de una masculinidad siempre está en disputa y ello tiene lugar en El Cardal. La llegada de la migración está comenzando a desdibujar la delimitación entre unos y otros: no sólo los migrantes están consiguiendo, poco a poco, reunir el dinero necesario para igualar o superar a los “adinerados”, sino que han emprendido una empresa (la migratoria) simbólicamente difícil de igualar quedándose en El Cardal.

En este punto es necesario recordar que la migración también afecta a varones que no tienen planes migratorios. La aparición de la migración amplió las posibilidades de mejorar materialmente y, con ello, los deseos y los conflictos de quienes no participan en el proceso. Allí está implícita la validación social de la que son objeto los migrantes. Es decir, aún cuando son numéricamente minoritarios en El Cardal, están promoviendo imitaciones y deseos de imitación. Y si la producción del deseo de imitación es una de las mínimas y primeras condiciones que debe cumplir una masculinidad para aspirar a legitimar y reproducir su modelo, hay más elementos para sostener que la migración está impulsando el proceso que conduce a la disputa de la hegemonía masculina en El Cardal. Sin embargo, además del status socioeconómico otros elementos que legitiman a los adinerados deben tenerse en cuenta, tales como su lugar de dirigentes políticos y autoridades del rancho, sus nexos con actores políticos municipales, así como su capacidad de influenciar en la distribución de servicios y programas sociales. Por esto los migrantes tienen un largo camino que recorrer para posicionarse como masculinidad hegemónica. Aún así, en contextos migratorios de mayor antigüedad se encuentran ejemplos en los cuales los migrantes se ubicaron mejor no sólo en términos socioeconómicos, sino también en el quehacer político y organizativo de sus comunidades (véase García Zamora, 2003, entre otros). El seguimiento de procesos recientemente iniciados o el análisis en regiones de mayor antigüedad migratoria, son clave para observar las posibilidades de los migrantes para imponerse como masculinidad hegemónica.

Arriesgados y valientes

En la investigación que da lugar a este artículo se analizaron los riesgos del trance migratorio y sus relaciones con el mandato masculino de la valentía u hombría.

Ahí también se observaron diferencias según la trayectoria familiar y el status socioeconómico.

La valentía se define entre los cardaleños (adultos y jóvenes) como un sentimiento orientador de las acciones, manifestado en una actitud decidida, necesaria para lograr un fin y sobreponerse a los obstáculos. Cotidianamente se concretan múltiples acciones y no todas ellas son consideradas demandantes de valentía; lo que otorga tal calificativo es la magnitud de los obstáculos enfrentados y superados durante la acción: cuanto mayores sean éstos, mayor será la valentía asignada y demostrada.

En el imaginario cardaleño la migración se percibe como una acción que demanda la superación de grandes obstáculos. Frecuentemente se utiliza la palabra “arriesgar” para sustituir la de “migrar”. Las políticas migratorias restrictivas impuestas por Estados Unidos exponen al migrante a diversas dificultades desde que sale de su hogar: accidentes, robos, condiciones climáticas extremas, ataques de rancheros, engaños de coyotes, maltrato de las autoridades, entre otras.28

Cuando una empresa demanda casi necesariamente la aceptación de la exposición al riesgo de muerte (más allá de que ello se concrete), no sólo está en juego la validación simbólica de la decisión o la palabra de un hombre, sino también su vida. Es decir, la diferencia entre la valentía asociada con lo cotidiano y la asociada con el cruce de la frontera radica en que, en la primera el “aguante” que preserva la vida puede no llegar a requerirse, mientras que en la segunda puede alcanzar el status de necesidad. Por ello, el riesgo de muerte adquiere una importancia que antes no tenía y, por eso mismo, los cardaleños magnifican la hombría de quienes han migrado.

Se vienen bien valientes, pero acá en la frontera topa uno con algo que es más duro que el valor (Beto).

Me dio gusto. Digo, este cabrón tiene [valor] a pesar de tan vacilador, de tan rajadillo que se ve. O sea, yo pensé que le faltaba valor. Digo: no, es cabrón. Sí tiene decisión. Este cabrón nomás de un momento a otro dijo: me voy. Y al otro día ya se había venido (Gabo).

Ahora bien, que la valentía de los migrantes sea altamente estimada no significa que la de los no migrantes sea desestimada. El status socioeconómico tiene mucho que decir al respecto. Por un lado, hay que considerar a quienes no migran porque no tienen “necesidad” económica. Para éstos, su relativo éxito en el mandato de proveedor los libra de la necesidad de migrar y, por lo tanto, de que su hombría sea criticada por no enfrentar los riesgos de la migración.

Casi a todos nos mueve un poquito ¿no? incluso a profesionistas. (…) Entonces, cuando oyes que se va un grupo y como que se te antoja. Por aventura en este caso mío. Hay quienes se van obligados por la necesidad y se arriesgan (…) Y cuando no hay esa necesidad, ahí te quedas, no te arriesgas (Franco).

Es que en ese momento valoraron más su familia. No fue su timidez (…) Seguramente no se vinieron porque no tenían mucha necesidad (Silvio).

Por otro lado, hay que considerar a quienes tienen necesidad económica pero no migran porque no reúnen el capital necesario para pagar los costos del traslado. En estos casos tampoco aparecen críticas porque la no migración se justifica por la mencionada falta de recursos para costear el cruce fronterizo.

De lo anterior se desprende que los recursos económicos median la relación entre el mandato de proveedor y el de la valentía. Si se tienen recursos que faciliten un papel de proveedor relativamente exitoso y que eximen de la necesidad de migrar, así como si no se tienen ni para ser un buen proveedor ni para costear los gastos de la migración, la valentía no parece ponerse en cuestión. En cambio, cuando no se logra éxito como proveedor pero se cuenta con recursos mínimos para solventar el movimiento, la situación puede transformase y verse cuestionada la hombría; máxime si alguna vez se manifestó públicamente la inquietud de migrar. En estos casos se suelen arrojar hipótesis acerca de la falta de decisión y de valentía para explicar la no migración. De esta manera, algunos se ven apremiados a tomar decisiones no sólo por las dificultades laborales y la progresiva mengua de sus ingresos (que redunda en una sostenida disminución de los ahorros que permitirían pagar el cruce), sino también por ser objeto de habladurías.

Hay muchos que dicen: me voy. Pero se vienen sin querer. Ahora sí, sin querer queriendo se vienen; por el temor de que va la gente a hablar de ellos (Gabo).

Regresando a los migrantes, cabe destacar que la etapa transitada de la trayectoria familiar permite hacer una distinción en la vivencia que jóvenes y adultos tienen del cruce del desierto. Tal distinción se encuentra asociada con las expectativas que cada una de estas dos masculinidades busca satisfacer cuando decide migrar.

En términos generales, los jóvenes narran el cruce del desierto de forma menos dolorosa que los adultos aun cuando hayan sufrido percances similares. En el tiempo que le dedican y en el nivel de detalle que despliegan en sus narrativas, se puede observar que el cruce fronterizo les significó una gran experiencia; usaron el cuerpo de forma diferente, llegando en algunos casos a exponerse voluntariamente a riesgos.29

Pasó el coyote y ya él agarro para abajo. Vio que venían y corrió para abajo. Y la migra se fue atrás de él, pero no corriendo, caminando ahí nomás para ver para dónde agarraba. Y ya es que nosotros nos levantamos corriendo todos y pasamos (…) Yo hasta pasé y le pegué a la camioneta así corriendo y que le hago así [mueve la mano imitando un golpe] Y ya corrimos; y ahí se desapartó la gente; porque hay unos que corremos más y otros que poquito (…) Yo quería que me agarrara la migra p’a ver cómo era. De veras se lo digo. Yo quería que nos agarrara (Coqui).

Yo iba viendo los conejos, liebres que les dicen. Y luego vi que las empiezan corretear en las noches. Ya andando correteando a peñazos y a los gritos ahí en medio del desierto. Y el coyote nomás nos iba a callar: no hagan ruido que nos va a agarrar la migra que aquí anda. Lo mandábamos a la chingada y nos íbamos a andar siguiendo los pinches conejos, a las carreras. Y otros pobres viejitos que no aguantaban, iban malamente y todavía uno correteando. Pasábamos por en medio corriendo y pues así estaba divertido (Rogelio).30

A algunos jóvenes parecen sobrarle energías para gastar en divertimentos extras que desafían las órdenes del coyote. Otros pueden estar dispuestos a ser atrapados por la patrulla fronteriza y a emprender nuevamente el cruce a fin de contar con tal experiencia. Este es el tipo de relatos que los jóvenes publicitan entre sus pares, atendiendo a los símbolos que son importantes para su masculinidad. En cambio, entre los adultos parece haber primado el autocuidado y una mayor obediencia a las órdenes del guía. En sentido estricto, lograr ser validado en la hombría es un beneficio obtenido a partir de la necesidad de migrar para proveer, pero no constituye una expectativa premigratoria principal entre los adultos, como sí podría sugerirse para los jóvenes.

Ahora bien, los elementos analizados permiten apuntar que una vez iniciado el movimiento la valentía opera como condicionante tanto de los jóvenes como de los adultos, particularmente cuando requieren superar el sentimiento de miedo frente a situaciones riesgosas. Ambos grupos de varones están condicionados por las concepciones acerca de lo que un hombre debe ser y hacer, en las cuales el regreso desde la frontera sería un fracaso para la hombría.31

Pero otros factores también operan en ese seguir adelante a pesar del miedo. Por ejemplo, la falta de control y la limitación de las acciones que se sufren durante el cruce del desierto. De esto último se derivan escasas posibilidades de regresar aunque así se desee, ya que sería poco conveniente abandonar el grupo en medio del desierto e intentar regresar a la frontera sin guía.

En las ramillas se escuchaba cuando tronchaban y cuando pasaban zumbando las balas. Así las oías, pero las oías bien a las balas, cuando caían, cuando pegaban en una rama y cuando te pasaban así, las escuchabas (…) Oíamos alrededor las motos y las aceleraban así [imita el ruido]. Y decía un chavo: nos van a agarrar, han de ser los de migración. [El coyote decía:] no, ustedes de esos no se preocupen, porque si fueran de migración mandan un helicóptero a buscarnos; esos son los pinches rancheros (…) Y ahí yo, en serio, que allí yo decía: me voy a regresar. Pero ya no podía regresarme porque sabía que estaba yo lejos, que no podía (Hugo).

Muchos se regresan. Hubo personas que estuvieron de este lado y se regresa arrepentida. Pero yo, bueno, en lo personal no me puedo regresar ¿por qué?, porque para empezar allá perdí mi trabajo, ya dejé mi trabajo, dejé mi familia allá preocupada que me vengo acá. ¿Y me voy a regresar? Voy a regresar a empezar otra vez de abajo. O sea dije: yo ya estoy acá, me voy a arriesgar (Mario).

Además, entre los adultos pesan las necesidades económicas y familiares que hayan motivado la migración. Regresar puede significar la vuelta a una situación económica peor a la pre-migratoria por haber abandonado el trabajo y por los compromisos económicos asumidos para pagar el cruce de la frontera. Ahora bien, la demostración de hombría no se limita al cruce del desierto; una vez en Estados Unidos las exigencias no se detienen.

Me han dicho que me regrese desde que apenas tenía cinco meses de estar aquí. Me decían: ya vente. Principalmente mi novia me decía: ya vente. Y yo le decía: no, ¿sabes qué? mínimo tengo que estar aquí un año para poderme ir. Pero, ¿sabes por qué? Porque si llego allá: ¡te fuiste y no aguantaste! Y eso es lo que… Eso sí tengo. O sea, hasta que yo sienta que ya tenga yo un buen tiempo. Porque sí he visto gente que se van y tardan bien poquito y ya empieza a hablar la gente: que se fue y no sé para qué se fue, si no iba a aguantar. Como el señor que vive junto a mi casa, que te digo que tardó bien poquito, que ni pagó la deuda. Todos decían: cómo se fue, no aguantó y todavía se vino y sin pagar. Y por eso no me quiero ir. Sí tengo ganas de estar allá otra vez, pero (...) para mí es un orgullo. Sea, yo dije un año, y lo hago; aunque esté aquí extrañando y pasando (Hugo)

Yo conozco gente muy cobarde. Estuvieron aquí hace poco unos amigos míos. Llegaron, no tenían dinero, no tenían trabajo. Yo fui a visitarlos. Yo no tenía mucho dinero pero les regalé veinte dólares a cada uno para que se compren algo. Después no tenía trabajo uno y le di trabajo (…) Estaba muy arrepentido de haberse venido porque le pensaba mucho a su familia. Y es que aquí se juntó con gente que los trató mal. Llegaron a vivir y los trató muy mal (…) Aquellas personas se fueron. Uno sí tenía con qué sostenerse allá, tenía fincas. Pero el otro no tenía nada (…) Y no pagó deuda. Y dijo que iba a vender su casa para poder pagar. Entonces, ¿qué ejemplo tú le das a tus hijos?, ¿qué ejemplo le das tú a tu familia? (…) Hubo tanta gente que se quiere venir y no tiene cómo o les suceden tantas cosas que no pueden llegar aquí, no logran su intención. Y ustedes que ya están aquí se les cierra el mundo ¡Hombre!, eso es no quererse uno mismo (Silvio).

Es que estar aquí no es para cualquier persona. Sí lloramos. Yo lloro, por qué digo que no, si lloro. A cada rato lloro y eso (…) La adoro a mi familia, pero hay que tener decisión (…) Yo digo que es que son, ¿cómo se le podría decir?, menos valientes, así. Porque luego los ve uno y están hablando y llorando. Pues sí, llora uno. Uno habla por teléfono con la familia y en vez de alegrarse, se entristece uno; pero uno sabe que aquí cien dólares es bastante (Beto).

Para los jóvenes como Hugo es muy importante demostrar públicamente que aguantaron la nostalgia; no quieren que los tilden de cobardes en el pueblo. Pero para los adultos, el control de la expresión de los sentimientos de tristeza se asocia no sólo con preservar su hombría, sino con las obligaciones de proveedor. La crítica a los que regresan pronto y no cumplen con su papel de proveedores pone el acento en cierta incoherencia entre los riesgos asumidos para llegar a Estados Unidos y un rápido regreso. La nostalgia y la tristeza son considerados obstáculos menores a los riesgos del cruce y, por lo tanto, debieran controlarse más fácilmente. En el mismo sentido, Burin y Meler dicen: “la mayor parte de los hombres que conocemos ha construido su psiquismo sobre la base del repudio de la dependencia y de una afirmación crispada de asertividad. Quienes no lo han hecho así, forman parte de las masculinidades que muchos consideran todavía como fallidas o derrotadas, integrando los estamentos más bajos del escalafón viril” (2000, pp. 116-117).

Quiero hacer notar que el reconocimiento de sentimientos tales como la tristeza, la nostalgia o el miedo, no están reñidos con la hombría. Lo que está reñido con la hombría es no lograr controlarlos. Pero también hay que señalar que el reconocimiento de tales sentimientos, y su expresión, se realiza sólo en ciertas circunstancias y espacios (Héller, 1985). Por ejemplo, en el ómnibus que los lleva hacia la frontera el llanto no está vedado;32 el reconocimiento del miedo no es algo que los varones entrevistados manifestaran con facilidad, pero aparece espontáneamente, sin disimulos, en los relatos asociados con el cruce del desierto.33 Esto deja al descubierto la existencia de momentos o situaciones en las cuales dicho reconocimiento no es asociado con cobardía.

Consideraciones finales

Este artículo ha sintetizado sólo algunos de los hallazgos de mi investigación, privilegiando la exposición de ciertos aspectos gruesos. Procuré mostrar que, como se ha documentado respecto de las mujeres, las construcciones de género tienen mucho que decir en cuanto a las experiencias de varones relacionadas (directa o indirectamente) con la migración. Si bien eso ya ha sido reconocido (Szasz y Lerner, 2003; Szasz, 1999; Jiménez Juliá, 1998, entre otros), hallazgos como los aquí presentados contribuyen a darle contenido a dicho reconocimiento.

Se mostró que la etapa familiar transitada condiciona ciertas representaciones y acciones en los varones. Las necesidades del núcleo de dependientes y la búsqueda de aventura, se perfilaron como los grandes contrastes que guían las motivaciones y prácticas de adultos y de jóvenes, respectivamente. En cuanto a la transición entre ambos estadios, cabe preguntarse cuál es el papel de la migración. En varios estudios se plantea la hipótesis de que entre los jóvenes la migración puede ser comprendida como un rito de pasaje a la adultez. En algunos de los casos analizados esta hipótesis podría tener asidero; se trata de los jóvenes de mayor edad que han superado el calendario sociocultural que norma la formación de pareja. Sin embargo, para la gran mayoría de los jóvenes entrevistados, la migración se propone como una vía para seguir siendo jóvenes. En ellos pueden descifrase claros procesos de individuación que, como tales, no se orientan a cubrir necesidades familiares.El status socioeconómico fue incorporado en el análisis atendiendo a grandes contrastes delimitados en los discursos de los entrevistados. Ello permitió esclarecer que la migración propicia disputas entre masculinidades y cambios en su jerarquización. Además, se mostró que la situación socioeconómica condiciona, no sólo la “necesidad” de migrar o la posibilidad de costear los gastos de la migración, sino la toma de riesgos y la validación social en el mandato masculino de la valentía.

En procesos como el originado en El Cardal, las construcciones socioculturales de género son elementos clave que ayudan a comprender las decisiones migratorias que favorecen la selectividad del flujo a favor de los varones. Aunque debe señalarse que la importancia que allí adquieren las construcciones de la masculinidad se ve magnificada por una serie de factores, tales como las características del mercado de trabajo de destino que, en el caso de Chicago, permiten la inserción de los varones; el carácter riesgoso del cruce de la frontera entre México y Estados Unidos, que inhibe a las mujeres de intentarlo; y la poca antigüedad de la migración cardaleña. En otros contextos, aun cuando las construcciones de género impulsan a los varones a erigirse como proveedores principales o a adquirir experiencias y aventurarse, las mismas no necesariamente alientan su selectividad. Tal es el caso del flujo peruano que se dirige a Buenos Aires (Rosas, 2007 y 2008a) en el cual se favorece el movimiento de las mujeres dado que el mercado laboral de destino facilita su inserción y que las redes han sido reforzadas por ellas. El flujo peruano muestra que cuando se ve cuestionada la manutención básica de la familia, especialmente de la prole, ceden las prescripciones de género.

Pero independientemente de la relevancia que las construcciones de género tengan en la selectividad por sexo, su incorporación al análisis de la migración es imprescindible para entender no sólo las motivaciones, sino la complejidad que subyace en el proceso de toma de decisión, en los significados simbólicos del trance, de la exposición a riesgos y de los logros realizados en el destino, entre otros.

La migración, por su parte, demuestra ser un fenómeno potencialmente propiciador de transformaciones en las representaciones, los sentimientos y las prácticas masculinos. Pero dichas transformaciones no siempre van en el mismo sentido. En el contexto cardaleño la migración brinda a los varones la posibilidad de cumplir y mejorar con mayor contundencia con los mandatos de proveer, experimentar, aventurarse y probar su valentía.34 En otros contextos puede actuar en contrario, debilitando el ejercicio de esos mismos mandatos. Un ejemplo de esto último se encuentra también en el flujo peruano destinado en Buenos Aires: entre los adultos, las mujeres han llevado la delantera y sus esposos deben acostumbrarse –al menos temporalmente– a ver cuestionado su papel de principal proveedor, a convivir con rumores acerca de la infidelidad de sus esposas, a asumir más tareas domésticas y del cuidado de los hijos, y a observar gestos de autonomía en sus esposas, entre otros aspectos (Rosas, 2007 y 2008a).

Los contrastes entre el flujo cardaleño y el peruano indican que las construcciones de género y las relaciones de poder aparecen mediando las trasformaciones político-económicas macroestructurales y el proceso migratorio (Szasz, 1999). La influencia específica de tal mediación dependerá de la combinación de una multiplicidad de factores, entre los cuales se cuentan las características de los grupos involucrados en términos de su selectividad por sexo, edad, clase social, origen étnico, entre otras; las coyunturas sociales, políticas y económicas que prevalezcan en los ámbitos de origen, tránsito y destino, especialmente sus marcos regulatorios respecto de los movimientos de personas. Lo mismo puede decirse de la relación inversa: la influencia específica de la migración sobre las relaciones de género dependerá de tal multiplicidad de factores.

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Notas

1 Varones y hombres serán términos usados de forma indistinta.
2 Por los intereses que guiaron la investigación, los varones que expresaron tener elecciones sexuales diferentes a la hétero no formaron parte del universo estudiado. Este recorte operativo no significa desconocer que la masculinidad no se acota a la heterosexualidad.
3 Por masculinidad entiendo al conjunto -socioculturalmente construido- de representaciones, normas y prácticas asignadas a los varones, que exime de, y alienta a, la consecución de determinados objetivos. A la vez que está grabado en los cuerpos, en las relaciones, en las prácticas y en las consecuencias de las mismas, es construido y deconstruido sociocultural e históricamente. Lo mismo puede ser propuesto para la feminidad.
4 El incumplimiento de los mandatos de la masculinidad es una fuente de gran confusión y dolor para los varones, ya que implica la descalificación social. Así, tienen una doble carga: por un lado, cumplir con dichos mandatos y, por otro lado, esconder lo más posible las faltas.
5 En este artículo se hace énfasis en los contrastes entre “masculinidades”. Sin embargo, cabe recordar la discusión acerca de la pertinencia de usar el término en singular o en plural. Al respecto, si bien considero necesario comprender la pluralidad y las formas complejas de las masculinidades, me parece desafortunado pensarlas como autónomas, desconociendo ciertos elementos más o menos compartidos. Por ello, creo que ambos términos -masculinidad y masculinidades- pueden ser utilizados, siempre que se tenga en cuenta que apuntan a diferentes niveles de análisis.
6 En este documento se utilizarán algunos fragmentos de las entrevistas sólo con fin ilustrativo. Los nombres de los entrevistados y de la localidad fueron modificados a fin de resguardar las identidades.
7 Las discusiones entre posiciones cuantitativistas y cualitativistas acerca de la generalización pueden ser consultadas, entre otros, en King, Keohane y Verba (1994) y Cortés (2003).
8 Si se tiene en cuenta que la propuesta de relaciones, conceptos o modelos teóricos relativamente abstractos también puede ser el fin de estudios que utilizan metodologías cuantitativas, y se reconoce que los hallazgos de los estudios cuantitativos también se encuentran acotados a ciertas realidades, la condición de cualitativo o cuantitativo podría pasar a un segundo plano a la hora de discutir las posibilidades de generalización. Pero esta discusión merece mayores consideraciones y no es el fin de este artículo entrar en ellas.
9 He utilizado las comillas cada vez que me refiero a la generalización en los estudios cualitativos, a fin de desligarla de la idea de generalización asociada con la representatividad estadística.
10 Aun cuando hombres y mujeres adultos manifiestan tener un fin común (que la familia viva en las mejores condiciones posibles), la forma en que cada uno contribuye a ese fin está socioculturalmente delimitada de forma muy similar a la documentada en numerosos estudios. La delimitación de los roles que corresponden a cada sexo aparece muy rígida y estereotipada en el “deber ser” (en las representaciones), pero en la cotidianidad (en las prácticas) es más flexible: se documentó la actitud crítica de varias cónyuges, quienes argumentaron que ellas también desean participar en la procuración de ingresos; mientras que otras (pocas, por cierto) trabajan extradomésticamente aunque ello les cause conflictos con los esposos. Sin embargo, ninguna mujer cuestionó la responsabilidad del hombre como proveedor principal del hogar. En pocas palabras, lo que las mujeres cuestionan es que ellas no puedan ayudar al ingreso familiar o tener su propio dinero, pero no impugnan (ni buscan ocupar) el rol económico del varón (Rosas, 2008b).
11 Silvio: 31 años, unión consensual, 1 hija, escuela secundaria completa (entrevistado en Chicago).
12 Manolo: 35 años, unión legal, 3 hijos, escuela preparatoria completa (entrevistado en El Cardal).
13 “Droga”: deuda.
14 Beto: 40 años, unión consensual, 3 hijos, universitaria incompleta (entrevistado en Chicago).
15 Mario: 34 años, unión legal, 3 hijos, escuela primaria completa (entrevistado en Chicago).
16 Ricardo: 24 años, unión consensual, 1 hijo, escuela primaria incompleta (entrevistado en El Cardal).
17 Hugo: 21 años, soltero, sin hijos, escuela preparatoria completa (entrevistado en Chicago).
18 Sólo un entrevistado joven manifestó tener expectativas similares a las de los adultos, explicada por su interés en formar pronto una familia y, por lo tanto, convertirse en proveedor. Otras investigaciones han documentado casos de varones jóvenes solteros que migran para proveer a sus padres y hermanos. Aun cuando intensifiqué su búsqueda, en El Cardal no fue posible encontrar alguno. Esto sugiere que, aunque existan casos de jóvenes que provean a sus familias, se trata de una práctica muy poco extendida.
19 Coqui: 20 años, soltero, sin hijos, escuela secundaria completa (entrevistado en Chicago).
20 Joselo: 23 años, soltero, sin hijos, escuela preparatoria completa (entrevistado en El Cardal).
21 Federico: 25 años, soltero, sin hijos, escuela preparatoria completa (entrevistado en El Cardal).
22 Debido a que el apremio en el envío de dinero es mayor entre los adultos, en éstos se documentaron las mayores cargas horarias de trabajo.
23 Gabo: 25 años, unión legal, 1 hija, escuela primaria completa (entrevistado en Chicago).
24 Tony: 33 años, soltero, sin hijos, escuela primaria incompleta (entrevistado en Chicago).
25 Leandro: 26 años, soltero, sin hijos, universitaria incompleta (entrevistado en Chicago).
26 En El Cardal, los estudios, el capital y hasta el apellido, cuentan a la hora de conseguir trabajo o de emprender un negocio. Una vez en Estados Unidos no importa demasiado el nivel de estudios, ni el capital con el que se contaba: el éxito depende principalmente del trabajo.
27 Carlos: 28 años, unión legal, 1 hijo, escuela preparatoria completa (entrevistado en El Cardal).
28 Si bien no es mi intención discutir acerca del concepto de riesgo, los elementos analizados en la investigación más amplia son coherentes con la forma en que Ruiz Marrujo (2001) lo define en el contexto migratorio: como la exposición, durante el camino, a una cosa o persona que es potencialmente una amenaza o un peligro, a tal grado que pueda perjudicar o dañar el proyecto de migrar o la integridad física del migrante, a veces irreversiblemente.
29 Al igual que en otros contextos (de Keijzer, 2001; Rivas Sánchez, 2004), los jóvenes cardaleños ocasionalmente (a veces intencionalmente) se ven expuestos a situaciones de riesgo. Tal es el caso de quienes conducen ebrios a altas horas de la noche por caminos quebrados, y de los que realizan competencias automovilísticas o se enfrentan en riñas. Por otra parte, afirmar que la exposición a riesgos es importante para la masculinidad y que ello también encuentra lugar en el escenario migratorio no implica proponerla como una de las causas de las muertes que ocurren durante el cruce de la frontera.
30 Rogelio: 25 años, soltero, sin hijos, escuela preparatoria completa (entrevistado en El Cardal).
31 Se puede agregar algo más respecto del no retroceso una vez que se ha emprendido el movimiento. El valor para seguir adelante y no doblegarse frente a las dificultades que se presentan puede encontrar su principio en el temor a perder la estima o la admiración del grupo de pares o de la comunidad en general. Retomando a Bourdieu (2000) me atrevería a decir que la valentía muchas veces se basa en la cobardía, y se podría sugerir que para llegar a Estados Unidos hay que tener una buena conjugación de valentía, para seguir adelante enfrentando los escollos, y cobardía, para no regresar por temor a ser socialmente cuestionado.
32 En estudios realizados en Chile se menciona que idealmente el modelo exige un varón “fuerte”, que no tiene miedo y no expresa sus emociones ni llora, pero existen algunas situaciones en las que reconocer miedo o llorar no afectan la condición de valiente (Valdés y Olavarría, 1998). Tal es el caso de situaciones como la despedida de los amigos o responsabilidades ante demandas de la patria.
33 Los miedos fueron expresados ante mí, alguien externo a la comunidad. Ese reconocimiento puede no causar los mismos efectos que ante un miembro de la comunidad o ante un entrevistador varón.
34 En la investigación de la que se desprende este artículo también se analizó el mandato del control sobre la mujer, el cual se vio afectado negativamente por la migración debido a la distancia que impone entre el migrante y su esposa, y la consecuente dificultad para controlar los movimientos y la sexualidad femeninos (Rosas, 2008b).

Información adicional

*: El presente texto es una versión revisada y actualizada de la ponencia que la autora presentara en el II Congreso de ALAP 1 Varones y hombres serán términos usados de forma indistinta.

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