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Nuevas familias y apoyos en la vejez: escenarios posibles en México y España
Julieta Quilodrán; Dolores Puga
Julieta Quilodrán; Dolores Puga
Nuevas familias y apoyos en la vejez: escenarios posibles en México y España
New families and support in old ages: scenarios in Mexico and Spain
Revista Latinoamericana de Población, vol. 5, núm. 8, pp. 63-85, 2011
Asociación Latinoamericana de Población
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Resumen: En este trabajo se estudia en qué manera la dinámica demográfica reciente –nupcialidad, intensidad y calendario de la fecundidad y longevidad individual y de las parejas– impacta sobre la configuración de los escenarios familiares de distintas generaciones. Se realiza un análisis comparativo entre México y España de los cambios familiares y sus repercusiones sobre los apoyos potenciales a lo largo del curso de vida. La clave de la evolución de la coexistencia intergeneracional, en ambas poblaciones, es la creciente supervivencia de las generaciones nacidas durante el siglo XX. Es esperable que las próximas generaciones españolas vean aumentar sus cargas de apoyo en etapas tempranas de la vejez. En México, en cambio, ese escenario variará en menor medida a corto plazo, debido a la estabilidad del modelo de nupcialidadfecundidad precoz. La evolución de transferencias potenciales entre generaciones está altamente determinada por el calendario transicional de cada población.

Palabras clave:familiafamilia,transferencias intergeneracionalestransferencias intergeneracionales,MéxicoMéxico,EspañaEspaña.

Abstract: We study in which way the recent demographic dynamics –nupciality, fertility intensity and timing, and longevity, individual and of the couples– impact on the configuration of family scenarios among different generations. We carried out a comparative study between Mexico and Spain about family changes and their repercussions on the potential supports along the life course. The key of the evolution of the intergenerational coexistence, in both populations, is the growing survival of the generations born along the XX century. Also, one can expect that the next Spanish generations increase their given-support in early stages of old age. In Mexico the scenario of intergenerational supports will vary in smaller measure in the short term, due to the stability of the pattern of precocious nupciality-fertility. The distribution of potential transfers between generations shows highly determined by the transitional timing of each population.

Keywords: family, intergenerational transfers, Mexico, Spain.

Carátula del artículo

Artículos

Nuevas familias y apoyos en la vejez: escenarios posibles en México y España

New families and support in old ages: scenarios in Mexico and Spain

Julieta Quilodrán
El Colegio de México, México
Dolores Puga
Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España, España
Revista Latinoamericana de Población, vol. 5, núm. 8, pp. 63-85, 2011
Asociación Latinoamericana de Población
Introducción

México acaba de conmemorar el bicentenario de su independencia, declarada en 1810 después de haber formado parte de la monarquía española durante tres siglos. Sin embargo, a pesar del tiempo transcurrido, la sociedad mexicana y la española presentan todavía importantes similitudes culturales que se plasman, entre otros aspectos, en las fuertes redes familiares en las que se apoyan las transferencias entre generaciones. De igual modo, ambos países, como consecuencia de un rápido declive de la fecundidad, están experimentando un acelerado proceso de envejecimiento, si bien se encuentran en distintas fases del mismo. Por lo tanto, España y México, a lo largo de las próximas décadas, se enfrentarán al reto que implica una creciente población adulta mayor dependiente en gran medida de los apoyos familiares.

Aunque con diferentes calendarios, ambos países hicieron su transición demográfica de manera muy rápida. En este trabajo intentaremos establecer en qué medida los cambios en la dinámica demográfica de cada uno de los países crearán nuevos escenarios que, probablemente, afecten en el futuro a las relaciones entre generaciones.

Contexto

La heterogeneidad internacional actual del nivel de envejecimiento se verá reemplazada a lo largo de las próximas décadas por una creciente homogeneidad, debido al rápido envejecimiento de la población de los países en desarrollo (Palloni, 2001). La población de 60 y más años en América Latina aumentará del 8% del año 2000 a un 23% en 2050, es decir, de un total de 23 millones a más de 100 millones (Saad, 2003). En México, el número de personas adultas mayores se cuadruplicará, pasando de los 6.7 millones de 2000 a 36.5 millones en 2050, lo que significa una evolución del 6.8% al 28% del conjunto de la población (Partida, 2005). A mediados del siglo XX, España tenía una tasa de envejecimiento equivalente a la latinoamericana actual (7% en 1947), pero esa tasa ya se había duplicado a comienzos de los años noventa (14% en 1992) y, probablemente, alcanzará el 32% en 2050 (NIA, 2007).

Estas dinámicas demográficas plantean el tema de las transferencias intergeneracionales y, más precisamente, el de la atención a la población adulta mayor (Véron et al., 2004). Hasta ahora, según Preston (1984), las principales transferencias en toda sociedad eran las familiares. En Europa, si bien los adultos mayores no dependen del sostén económico de sus familias, sí se apoyan en otras clases de ayuda; por ejemplo, son los parientes inmediatos los que les proporcionan gran parte de la asistencia necesaria cuando sufren alguna discapacidad (Grundy y Tomassini, 2003). Sin embargo, existen áreas en donde los vínculos familiares son relativamente fuertes y otras en las que son relativamente débiles (Reher, 1998). En los países sureuropeos, normas culturales y valores enfatizan las obligaciones mutuas entre padres e hijos a lo largo de la vida. Esto resulta no solo en más apoyo familiar a los parientes de más edad que necesitan ayuda, sino también en superiores niveles de asistencia continua entre padres mayores e hijos adultos (Glaser, Tomassini y Grundy, 2004). Entonces, es a través de la red familiar que los adultos mayores españoles encuentran respuesta a cierta necesidad de ayuda material y a una fuerte dependencia de cuidados de larga duración (Puga et al., 2007). De esta forma, las transferencias familiares en Europa meridional muestran más correspondencia con algunos países asiáticos y de América Latina que con los países noreuropeos (Grundy y Tomassini, 2003).

En otras regiones donde la población está envejeciendo muy rápidamente, los sistemas de previsión y asistencia institucional solo cubren a una parte muy limitada de la población y, por lo tanto, el apoyo familiar sufre presiones crecientes. Las diferencias de actitud frente a la responsabilidad familiar del cuidado de los mayores frágiles tienden a reflejar el efecto de los distintos entornos institucionales (Glaser, Tomassini y Grundy, 2004). En gran parte de los países de América Latina, los sistemas de seguridad social son inexistentes o poco desarrollados, y su cobertura solo se extiende a un sector privilegiado de la fuerza de trabajo. Este problema es aún más importante si se considera que la población que tiene ahora 60 o 65 años, o que los tendrá próximamente, pertenece a cohortes con una historia de salud y de ingresos muy frágil (Palloni, 2001). En un contexto económico marcado por fuertes desigualdades y problemas sociales, una parte importante de los adultos mayores de la región latinoamericana depende, de manera parcial o exclusiva, del apoyo familiar (Hakkert y Guzmán, 2004; Saad, 2003); y este apoyo de la red familiar, en la mayoría de los casos, se obtiene a través de la convivencia intergeneracional (Puga et al., 2007).

Wolf (1994) conjeturaba que, a medida que se produjese el envejecimiento de las sociedades, el crecimiento de la población adulta mayor crearía por sí mismo las condiciones para que se dieran cambios en las relaciones entre generaciones. Lo cierto es que una vejez cada vez más larga, unida a una descendencia cada vez menor, ha producido, en todas partes, familias con menos hijos y más ancianos (Reher, 1998). La extensión de la esperanza de vida, el retraso del matrimonio y de la maternidad/paternidad, el declive de la fecundidad y la creciente inestabilidad en las relaciones pueden afectar profundamente a la composición de las familias y los intercambios en su seno (Gaymu y Equipo FELICIE, 2008; de Jong Gierveld y Dykstra, 2006; Grundy y Tomassini, 2003). Estas afirmaciones son aplicables también a los países de América Latina, en muchos de los cuales (Cuba y Costa Rica, entre otros) la esperanza de vida al nacer es cercana a la de los países desarrollados. En esa región, en los últimos treinta años, también se produjo un descenso muy importante de los niveles de fecundidad y se han desencadenado procesos crecientes de inestabilidad conyugal y de fecundidad extramarital (Quilodrán, 2000 y 2008; Street, 2005; Cabella, 2007). El efecto de estas transformaciones sobre las relaciones entre generaciones debería ser especialmente relevante en dos sociedades, como la española y la mexicana, en las que el apoyo a la vejez se basa en gran medida en las redes familiares.

El aumento de la duración de la vida ha sido uno de los cambios más profundos experimentados durante el siglo pasado (de Jong Gierveld y Dykstra, 2006; Palloni, 2001). Influyó definitivamente en las relaciones intergeneracionales por medio de una mayor disponibilidad de familiares supervivientes (Gaymu y Equipo FELICIE, 2008; Véron et al., 2004). En esta línea, Hakkert y Guzmán (2004) han constatado para América Latina que, a pesar del incremento de la divorcialidad, el porcentaje de adultos mayores unidos ha crecido en el tiempo. El declive de la mortalidad continuará posponiendo la viudez y prolongando la vida en pareja (Gaymu et al., 2006). Y el incremento en la esperanza de vida puede fortalecer los lazos familiares por el aumento del potencial de coexistencia de múltiples generaciones (Goldani, 1989).

La reducción de la fecundidad, tanto en sociedades occidentales como en la mayoría del mundo en desarrollo, no debería llevar a aumentar los niveles de soledad en la vejez, debido a que, simultáneamente, se ha producido un rápido incremento de la supervivencia infantil que garantiza una mayor disponibilidad de hijos adultos (Palloni, 2001). De hecho, en América Latina y el Caribe, la disponibilidad promedio de hijos adultos para las personas de 65-69 años creció durante la década de 1990 y actualmente se encuentra en su valor histórico más alto, aproximadamente 4.4 (Hakkert y Guzmán, 2004). La reducción de la mortalidad y la fecundidad ha cambiado la arquitectura de las familias. En primer lugar, estas se han “estrechado”: hubo un declive en las relaciones intrageneracionales (entre hermanos o primos) derivado del hecho de que las parejas tienen menos hijos. Esto puede afectar especialmente a los mayores sin hijos, que tradicionalmente eran absorbidos en redes familiares extensas –con un gran número de hermanos, primos y sobrinos (de Jong Gierveld y Dykstra, 2006)–. Una segunda consecuencia es la creciente verticalización de las familias: debido a la extensión de la duración de la vida, los miembros mayores de la familia sobreviven durante más tiempo. Esto significa que pueden coexistir tres, cuatro, o incluso cinco generaciones. Los vínculos familiares alcanzan duraciones sin precedentes –no es extraño que padres e hijos compartan períodos de 50 o incluso 60 años (de Jong Gierveld y Dykstra, 2006)–. Sin embargo, el retraso en la maternidad hasta edades relativamente tardías aumentará la distancia intergeneracional, reduciendo nuevamente el número de generaciones coexistentes.

La composición de las familias también se ha vuelto más compleja como resultado del crecimiento del número de divorcios y segundas nupcias. Gaymu y colegas (2008) estiman que entre los hombres de 75 a 84 años habrá menos viudos pero más divorciados. Sin embargo, los divorciados presentan una mayor probabilidad de tener una nueva pareja que los viudos; por ello puede esperarse un aumento de la población viviendo en pareja y un decrecimiento en las formas de convivencia intergeneracional (Gaymu et al., 2006). Pero el divorcio no interrumpe únicamente los vínculos horizontales entre los cónyuges; también afecta a los vínculos verticales –como los establecidos entre padres e hijos o entre abuelos y nietos– y al eventual apoyo requerido en la vejez (de Jong Gierveld y Dykstra, 2006).

Las transformaciones descritas pueden afectar profundamente a las estructuras de las redes familiares vigentes en las poblaciones mexicana y española. La investigación científica está todavía en proceso de reflejar todos estos cambios y de entender sus implicaciones. Si bien diversos autores han reflexionado sobre sus consecuencias (de Jong Gierveld y Dykstra, 2006; Grundy, 2006; Véron et al., 2004; Hakkert y Guzmán, 2004; Grundy y Tomassini, 2003; Palloni, 2001; Reher, 1998; Wolf, 1994; Goldani, 1989), son pocos los que, de una forma prospectiva, intentaron mostrar el alcance de dichas transformaciones sobre las relaciones entre generaciones y, más precisamente, sobre los “apoyos potenciales” disponibles (Gaymu y Equipo FELICIE, 2008; Gaymu et al., 2006).

En el presente artículo intentamos mostrar en qué medida la dinámica demográfica actual –incluida la longevidad individual y de las parejas, la nupcialidad y los cambios de intensidad y calendario de la fecundidad– impactará sobre la configuración de los escenarios familiares durante la madurez y la vejez de las futuras generaciones en España y México.

Universo de estudio, fuentes y método
Universo de estudio

La transición demográfica en España se inició a finales del siglo XIX (1890-95). En ese momento, las tasas brutas de mortalidad y de natalidad comenzaron a disminuir (Gráfico 1).

Gráfico 1. La transición demográfica en España. Años 1860-2005

No obstante, durante la primera etapa de la misma, tanto la evolución de la mortalidad como de la natalidad muestran altibajos, con elevaciones puntuales –como la correspondiente a la última gran epidemia en 1918 (gripe española)–. Son las generaciones nacidas entre los años 1920 y 1930 las primeras que, a lo largo de su trayectoria vital, experimentan las ganancias crecientes en longevidad –salvando las alteraciones debidas a la Guerra Civil Española 1936-39–. La fecundidad comienza un descenso notable en áreas urbanas a finales de los años veinte, pero esta tendencia se ve alterada por la Guerra Civil, las duras condiciones de la primera posguerra y el baby-boom que en España tuvo lugar entre 1955 y mediados de los años setenta. Las generaciones nacidas a finales de los años sesenta son las que protagonizan la principal y más drástica reducción de la natalidad (1980-2000).

Es interesante constatar que la evolución de la población de España y México (Gráficos 1 y 2), en 1900 mostraba niveles semejantes de natalidad y mortalidad –aunque esta última era ya algo menor en España–. En México, entre 1910 y 1920 se da una situación poco común en las poblaciones del siglo XX: la mortalidad supera a la natalidad. Esta sobremortalidad se debe a la Revolución Mexicana, agravada por la gripe española de 1918.

Gráfico 2. La transición demográfica en México. Años 1898-2009


Gráfico 2
La transición demográfica en México. Años 1898-2009
Fuente: Quilodrán, 2002 ; INEGI, 2009.

De 1930 a 1970 la dinámica demográfica de estos dos países sigue derroteros muy distintos: las tasas de natalidad se mantienen prácticamente constantes en México a niveles que superan 40 por mil, mientras que las tasas de mortalidad se reducen rápidamente. Esta dinámica llevó a crecer al país a porcentajes anuales del 3%. Según Partida (2005), la primera etapa de la transición demográfica mexicana transcurre entre 1945 y 1960. La segunda fase se inicia alrededor de 1970, cuando se acentúa la reducción de la fecundidad que había comenzado en la segunda mitad de los años sesenta (Juárez, 1983; Quilodrán, 1984). En esta segunda fase, las tasas de natalidad disminuyen al mismo ritmo en España y México. En 2005, México alcanzó el nivel de reemplazo con una de 1.1, con lo cual se puede considerar que ha concluido su transición demográfica (INEGI, 2009). En las últimas tres décadas del siglo XX, tanto España TBR como México redujeron a la mitad su natalidad, pero al comienzo del período las tasas de México duplicaban a las de España.

A partir de las evoluciones de las poblaciones de México y España, se eligieron las generaciones “de referencia”. En el caso de España, se seleccionó a la generación 1935-1939, nacida en una etapa transicional temprana y que ha protagonizado, a lo largo de su trayectoria vital, la gran transformación de la longevidad producida durante el segundo tercio del siglo XX. La elección de esta generación permite, al mismo tiempo, una observación casi completa de su curso de vida. Como generación “de contraste”, se ha tomado la nacida treinta años después (1965-69), en una etapa transicional tardía, y que será la que protagonice, a lo largo de su trayectoria reproductiva –ya casi finalizada en el momento de observación– el drástico descenso de la fecundidad, así como las primeras alteraciones notables en las trayectorias conyugales.

En el caso de México el intervalo entre las generaciones estudiadas es solo de 20 años. La generación “de referencia”, nacida entre 1945-1949, comenzó a reproducirse a fines de los años sesenta, momento en el que solamente un grupo muy selecto de población tenía acceso a la contracepción (Quilodrán y Juárez, 2009). Por esta razón, la consideraremos como generación en “transición temprana”. El segundo grupo generacional (1965-1969) corresponde a una etapa de “transición intermedia”. Se trata de mujeres que comienzan a fundar una familia al final de los años ochenta y que se benefician, al principio de su unión marital, de los programas de planificación familiar puestos en marcha en 1978 (Zavala de Cosío, 1992; Quilodrán, 2003).

Fuentes

En el caso de las generaciones españolas, para el cálculo de la supervivencia, tanto de las generaciones de ego, como de ascendientes, descendientes y coetáneos de ego, se utilizaron los datos de la Human Mortality Database. Para los cálculos prospectivos de supervivencia de estas mismas generaciones, se utilizaron las Tablas de Mortalidad de las Proyecciones de la población española con horizonte 2050, calculados por el Instituto Nacional de Estadística (INE).

Para los cálculos de primo-fecundidad, intervalo entre primer y último hijo, primera unión y disolución voluntaria de la unión, se utilizaron los microdatos de la Encuesta de fecundidad y valores de la población española del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS, 2006).1 Finalmente, para el cálculo de la duración media de la escolaridad para las generaciones de descendientes de ego (las generaciones 1935-39 y 1965-69 en España y 1945-49 y 1965-69 en México), se utilizaron los microdatos de la encuesta triple-biográfica Encuesta Sociodemográfica del Instituto Nacional de Estadística (INE, 1991).2

Para México, los datos sobre la supervivencia de las generaciones de ego y de sus coetáneos, ascendientes y descendientes, fueron reconstruidos a partir de las Tablas de Mortalidad de México 1930-2050 publicadas por el Consejo Nacional de Población (CONAPO, 2008). La información relativa a la nupcialidad (edad a la primera unión y su supervivencia) así como los datos necesarios para la construcción de la tabla de primofecundidad y el cálculo del intervalo entre primer y último nacimiento provienen de la Encuesta Nacional de la Dinámica Demográfica –ENADID– (INEGI, 1997). Finalmente, la duración media de la escolarización, en el caso de las generaciones más antiguas, proviene de los datos de la Encuesta biográfica eder (1998) (Mier y Terán y Rabell, 2005), y el correspondiente a las generaciones más jóvenes, del Instituto Nacional para la Evaluación de Educación (INEE) (http://www.inee.edu.mx).

Método

Las generaciones femeninas estudiadas (1935-39 y 1965-69 en España, y 1945-49 y 1965-69 en México) serán denominadas de aquí en adelante ego. Las generaciones de los padres de ego corresponden a aquellas nacidas 25 años antes en el caso del padre y 20 años antes en el caso de la madre. Las generaciones de los hijos de ego son las nacidas 20 años después de ego. A partir de estas asunciones se determinaron las generaciones de ascendientes y descendientes de ego.

Cuadro 1. Generaciones por país

Cuadro 1
Generaciones por país

* Al no existir para México Tablas de Mortalidad anteriores a 1930, se aplicaron a las generaciones 1925-29 las de las generaciones 1930-34.

Se obtuvieron las Tablas de vida necesarias para cada uno de los fenómenos estudiados3 y para cada una de las generaciones. A partir de las series de probabilidades de supervivencia de las tablas se estimaron:

  • las edades medianas a cada una de las transiciones consideradas: a la primera unión conyugal, al tener el primer hijo adulto, a la defunción del padre, a la defunción de la madre y al fin de su primera unión conyugal. Estos datos permiten trazar las trayectorias biográficas de las mujeres de cada una de las generaciones ego, así como las duraciones medianas de coexistencia entre generaciones;

  • las probabilidades de coexistencia con “cargas potenciales” de ego –ascendientes (progenitores supervivientes), descendientes (hijos en edad preescolar y escolar)– y “apoyos potenciales” –ascendientes (eventualmente padres), coetáneos (pareja), descendientes (hijos adultos)–, a lo largo del curso de vida;

  • las duraciones medianas de vida de cada generación de ego con padres, hijos y pareja.

Resultados

A través de los resultados que se exponen a continuación se analiza la coexistencia con ascendientes (padres), descendientes (hijos) o coetáneos (pareja). La coexistencia con estos vínculos es el marco fundamental para las transferencias intergeneracionales en el seno de la familia –es decir, posibilitan las relaciones entre generaciones y las potenciales transferencias de apoyo entre las mismas–. El sentido de los apoyos principales varía a lo largo del curso de vida y del contexto institucional y sociodemográfico (Mason y Lee, 2011; Turra y Queiroz, 2006), por lo que la lectura de la direccionalidad principal de las transferencias potenciales entre generaciones, como apoyos o cargas potenciales, variará en cada una de las poblaciones estudiadas.

En el caso español, mientras sobreviven ambos padres, cada uno de ellos tiende a ejercer de cuidador principal del otro (Puga, 2002), de forma que la carga de cuidados es menor para sus hijos. En esta etapa son en mayor medida proveedores netos, suponiendo una ayuda potencial –en términos de cuidado de nietos y apoyo emocional e incluso económico (Bazo, 2008)–. Por el contrario, la coexistencia con un solo progenitor superviviente se convierte más fácilmente en una circunstancia demandadora de cuidados para las generaciones de ego; las madres viudas son, en mayor medida, receptoras netas de apoyo. La coexistencia con el cónyuge o con algún hijo adulto se considera un apoyo potencial.

En el caso de México, la lectura de la coexistencia intergeneracional no es tan evidente en términos del sentido principal de las transferencias de apoyo. A este respecto hay que tener en cuenta que solamente el 25% de los mayores de 60 años goza en la actualidad de algún tipo de jubilación y que algo menos del 40% está incorporado en algún sistema de protección social que le dé derecho a una pensión en el futuro (Ham, 2003). Si a esto se añade que, aun teniéndola, una pensión no es suficiente para mantenerse, puede considerarse que la ayuda de los hijos será indispensable aunque sea parcial. Las madres viudas serán una carga en la mayoría de los casos. Pero, incluso cuando ambos progenitores sobrevivan, estos necesitarán en alguna medida del apoyo de sus hijos.

Las generaciones españolas

La generación nacida en una etapa transicional temprana, y cuyo curso de vida transcurrió en paralelo al proceso de transición demográfica, vino al mundo con una esperanza de vida de 52.2 años. Sin embargo, las ganancias en longevidad experimentadas durante su trayectoria vital resultaron en que los miembros de esta cohorte hayan llegado muy mayoritariamente a la vejez, con una edad mediana de vida de 78 años. La generación nacida treinta años después, en una etapa transicional tardía, llegó al mundo ya con una esperanza de vida mucho más amplia (74.1 años). Y, dado que su trayectoria biográfica ha transcurrido y transcurre por una etapa en la que los cambios más profundos se relacionan con la fecundidad (Gráfico 1), la ganancia en longevidad a lo largo de su trayectoria de vida (89 años) no será tan notable como en el caso de la generación de referencia, si bien gana once años de vida respecto de los nacidos treinta años antes. Pero la trayectoria biográfica entre ambas generaciones muestra muchas más diferencias que su duración. La generación más joven ha reorganizado sus transiciones vitales, retrasándolas de manera significativa en algunos casos (Gráfico 3). Así, los años de vida ganados son años de vida con padres e hijos adultos y sin cónyuge.

Gráfico 3. Edades medianas e intervalos entre transiciones relacionadas con la coexistencia intergeneracional por generaciones. España


Gráfico 3
Edades medianas e intervalos entre transiciones relacionadas con la coexistencia intergeneracional por generaciones. España
Fuente: Elaboración propia a partir de datos de la Encuesta de Fecundidad y Valores de la Población Española (CIS, 2006), deHuman Mortality Database, de las Proyecciones de la Población Española (INE) y de la Encuesta Sociodemográfica (INE, 1991).

El aumento de la longevidad ha alterado profundamente las trayectorias biográficas entre ambas generaciones. La generación transicional tardía comparte diez años más de trayectoria vital con ambos padres que la generación de mujeres nacidas treinta años antes. Coexisten cerca de dos tercios de su curso de vida con ambos padres y tres cuartos de su vida con un único progenitor superviviente –generalmente la madre viuda–. Mientras que para la generación transicional temprana la coexistencia con la madre viuda tenía lugar entre mitad de la cuarentena y final de la cincuentena, las mujeres nacidas al final de la transición demográfica coexisten con su madre viuda desde mediada su cincuentena hasta el final de la sesentena. Los años de vida ganados han sido, pues, años de coexistencia con ambos padres, retrasándose la coexistencia con un solo progenitor hasta bien entrada la vejez.

El inicio de la primera unión se ha retrasado muy ligeramente en la generación más joven; pero, pese al gran aumento de la longevidad, la duración de la vida en pareja permanece estable entre ambas generaciones. En la generación transicional tardía, el aumento de las disoluciones tempranas (por separación o divorcio) compensa el efecto del incremento de la longevidad de ambos cónyuges.

Una edad un poco más tardía a la unión y una duración ligeramente más prolongada de la crianza (por aumento de la duración de la escolaridad) tienen como consecuencia que la generación de mujeres nacidas en una etapa transicional tardía no contará con hijos adultos antes de la cincuentena. A pesar de esta postergación, y debido a que el aumento de la longevidad ha sido más importante que el retraso en la fecundidad y el aumento en la escolaridad, la generación más joven coexistirá con sus hijos adultos más que ninguna generación previa (Cuadro 2).

Cuadro 2. Duración mediana de vida con distintos vínculos familiares. España

Cuadro 2
Duración mediana de vida con distintos vínculos familiares España

Fuente: Elaboración propia a partir de datos de la Encuesta de Fecundidad y Valores de la Población Española (CIS, 2006), de Human Mortality Database, de las Proyecciones de la Población Española (INE) y de la Encuesta Sociodemográfica (INE, 1991).

Por tanto, a lo largo de la transición demográfica, las generaciones han visto modificadas sus expectativas de vida con diferentes vínculos familiares (Cuadro 2). La duración mediana de la vida con la pareja o con un solo progenitor superviviente (generalmente la madre viuda) se ha mantenido relativamente estable entre generaciones. Las ganancias se han dado en la coexistencia con hijos adultos (5 años más) y, sobre todo, con ambos padres vivos (10 años entre ambas generaciones).

En los Gráficos 4 y 6 se representa la coexistencia con distintos vínculos familiares, “cargas” o “apoyos” potenciales a lo largo del curso de vida y, especialmente, al inicio de la madurez (40 años), de la vejez (60 años) y de la “ancianidad” (75 años), momento en el que aumenta notablemente la probabilidad de necesitar cuidados. En España (Gráfico 4) el escenario intergeneracional al comienzo de la madurez (40 años) está cambiando de forma muy sustancial entre ambas generaciones. Se han reducido el apoyo intrageneracional (por la menor presencia de una pareja entre las más jóvenes) y el intergeneracional proveniente de hijos adultos (escasos a esta edad entre la generación más joven, por el retraso en la fecundidad y el aumento de la escolaridad). Por el contrario, ha crecido el apoyo intergeneracional proveniente de ascendientes (gracias al incremento de la longevidad de los padres), con una intensidad tal que compensa el descenso de las otras fuentes de apoyo.

Gráfico 4. Probabilidad de coexistencia con diferentes vínculos por edad y generación. España


Gráfico 4
Probabilidad de coexistencia con diferentes vínculos por edad y generación. España
Fuente: Elaboración propia a partir de datos de la Encuesta de Fecundidad y Valores de la Población Española (CIS, 2006), de Human Mortality Database, de las Proyecciones de la Población Española (INE) y de la Encuesta Sociodemográfica (INE, 1991)

Al inicio de la madurez (40 años), disminuyó a menos de la mitad la población con cargas provenientes de ascendientes (debido a la mayor longevidad de ambos padres), pero se redujo en la misma medida la población femenina que, ya a esta edad, se había liberado de alguna carga relacionada con la descendencia (escasa presencia de hijos adultos en la generación más joven). Por tanto, entre ambas generaciones al inicio de la madurez se ha producido un descenso del apoyo intrageneracional (cónyuge de ego) y un cambio de sentido de los flujos intergeneracionales: traslado del apoyo desde los hijos a los padres y de las cargas desde los padres a los hijos.

En los momentos iniciales de la vejez (60 años), una gran proporción de la generación más mayor contaba, además de con hijos adultos (82%), con la presencia de una pareja (75%), aunque ya menos de la mitad de ella tenía aún viva a su madre viuda (42%). La generación más joven también en forma claramente mayoritaria contará a esta edad con hijos adultos (84%), pero la presencia del cónyuge se reduce de manera notable (60%) al mismo tiempo que se duplica la presencia de una madre viuda (70%). Por tanto, con respecto a los apoyos, se mantiene firme el intergeneracional proveniente de descendientes (gracias a que el aumento de la supervivencia compensa el descenso de la fecundidad), y una de cada diez mujeres nacidas al final de la transición puede llegar a su vejez todavía con apoyo intergeneracional proveniente de ascendientes. A pesar de ello, la generación más joven verá reducirse la asistencia con que cuente al inicio de la vejez, debido al importante descenso del apoyo intrageneracional. Por el contrario, verá aumentar en este período las cargas relacionadas con el cuidado de ascendientes (por el aumento de la longevidad de sus madres). En consecuencia, al inicio de la vejez, las próximas generaciones verán aumentar ligeramente los apoyos intergeneracionales, pero verán reducirse el global, debido a un importante descenso del apoyo intrageneracional, mientras que se incrementarán las cargas relacionadas con el cuidado de ascendientes, que parecen trasladarse de la madurez a la vejez de ego.

Cuadro 3. Probabilidades de coexistencia de ego a la edad x según el vínculo de parentesco. España

Cuadro 3
Probabilidades de coexistencia de ego a la edad x según el vínculo de parentesco. España

Fuente: Elaboración propia a partir de datos de la Encuesta de Fecundidad y Valores de la Población Española (CIS, 2006), de Human Mortality Database, de las Proyecciones de la Población Española (INE) y de la Encuesta Sociodemográfica (INE, 1991).

Finalmente, a los 75 años el escenario es más similar entre generaciones, siendo la principal diferencia los años que le quedan por vivir a cada una de ellas. Ambas generaciones contarán en gran medida con hijos adultos (80% y 84%, respectivamente). Además, se encontrarán sin pareja casi en la misma proporción (45% y 47% en cada generación), pero por distintos motivos: en las generaciones mayores, por viudez reciente, y entre las más jóvenes, por una temprana disolución voluntaria de la unión. A estas edades las cargas intergeneracionales desaparecen y tienden a trasladarse del cuidado de nietos al cuidado de la pareja, con la que cuenta aproximadamente la mitad de ego en ambas generaciones. A partir de este momento, el apoyo potencial, que será, de forma creciente, intergeneracional, parece mantenerse firme para las próximas generaciones de adultos mayores.

Las generaciones mexicanas

Las esperanzas de vida al nacer de las mujeres ego (60 años en promedio en la generaciones 1945-49 y 68 en las nacidas entre 1965 y 1969) fueron muy inferiores a las medianas de vida que llegaron a tener (Gráfico 5). A tal punto que las medianas de edad de las mujeres de las dos generaciones de ego estudiadas fueron 75 y 82 años, respectivamente, con una ganancia de siete años en un intervalo de veinte años. De hecho, la mortalidad en México disminuyó con una intensidad tal que permitió a la población ganar casi un año de vida por cada año vivido (exactamente 0.90 años) entre 1940 y 1965. ¿Qué efectos tuvo esta extensión de los años vividos en el curso de vida de estas mujeres en lo que respecta a las transiciones que nos interesan? ¿Se dio en México una reorganización de estas transiciones en el mismo sentido que en España?

Gráfico 5. Edades medianas e intervalos entre transiciones relacionadas con la coexistencia intergeneracional por generaciones. México


Gráfico 5
Edades medianas e intervalos entre transiciones relacionadas con la coexistencia intergeneracional por generaciones. México
Fuente: CONAPO, 2008, pp. 41-83; INEGI, 1997

En el Gráfico 5 se observa un aumento de tres años de la duración de vida en pareja, al mismo tiempo que una prolongación de cuatro años del período de vida en solitario en las edades avanzadas. Si en las generaciones más viejas las mujeres vivían aún siete años después de haber de haber perdido a la pareja, las que rondan los 40 años van a vivir aún mucho más tiempo en estas condiciones (11 años). Las edades medianas al resto de las transiciones no varían o varían poco: las uniones continúan celebrándose a edades precoces (alrededor de los 20 años); la edad mediana al tener el primer hijo adulto incluso rejuvenece un año; la edad a la defunción del padre y la madre se vuelve un poco más tardía (4 y 3 años, respectivamente). El rejuvenecimiento de la edad a la maternidad (un año menos) no debe sorprender. A semejanza de muchos otros países de América Latina, aunque en menor medida, en México la edad a la primera unión se adelantó en las generaciones nacidas al final de los años sesenta (Quilodrán, 2001 y 2005). De este modo, lo que constatamos es que el modelo de formación familiar temprana –edad a la 1ª unión y 1er hijo– no había aún cambiado cuando las generaciones 1965-69 llegaron a las edades casaderas a comienzos de los años ochenta. El incremento de las concepciones prenupciales registrado en esta generación hace pensar en un aumento de la actividad sexual premarital que habría redundado en una gran cantidad de uniones/matrimonios de reparación. Asimismo, el efecto del aumento de la escolaridad media entre las generaciones de hijos de ego –que pasó de 8.9 años a 9.7 años– sobre su edad al 1er hijo adulto fue cancelado por el rejuvenecimiento de la edad mediana a la 1ª unión y maternidad.

Tomando en consideración simultáneamente las generaciones de los ascendientes de ego (padres), las de sus descendientes (hijos) –relaciones intergeneracionales– y las de sus cónyuges –relaciones intrageneracionales–, se puede observar los años de vida que ego comparte con ellos a través de su trayectoria vital (Cuadro 4). Las mayores ganancias se manifiestan en la prolongación de la convivencia con los padres –cuatro años más–. Este aumento se debe a los años de vida ganados sobre todo por las generaciones de los padres de ego que vivieron en pleno período de caída de la mortalidad.4 Las parejas duran más tiempo porque la esperanza de vida de cada uno de los cónyuges es más larga y porque la interrupción de uniones es aún desdeñable en estas generaciones (Gómez, 2006).

Cuadro 4. Duración mediana de vida con distintos vínculos familiares. México

Cuadro 4
Duración mediana de vida con distintos vínculos familiares México

Fuente: CONAPO, 2008; INEGI, 1997.

La representación de las probabilidades de supervivencia, asociadas a las relaciones de parentesco –inter e intrageneracionales– que hemos venido analizando, permiten leerlas en función de su naturaleza, según representen “ayudas potenciales” o “cargas potenciales” para ego a las edades de 40, 60 y 75 años (Gráfico 6, Cuadro 5).

Gráfico 6. Probabilidad de coexistencia con diferentes vínculos por edad y generación. México


Gráfico 6
Probabilidad de coexistencia con diferentes vínculos por edad y generación. México
Fuente: CONAPO, 2008; INEGI, 1997.

Cuadro 5. Probabilidades de coexistencia de ego a la edad x según el vínculo de parentesco. México

Cuadro 5
Probabilidades de coexistencia de ego a la edad x según el vínculo de parentesco. México

Fuente: CONAPO, 2008; INEGI, 1997.

En las generaciones de ego nacidas durante el período de “transición temprana” –generaciones 1945-49–, a los 40 años casi el 70% tenía a su cónyuge vivo y poco menos de la mitad también a sus padres. Además, el 53% poseía un hijo adulto y el 32% una madre viuda. Este panorama se modificó en algunos aspectos para las generaciones más jóvenes, que hemos denominado de “transición intermedia”. Entre estas últimas, la probabilidad de tener a ambos padres a los 40 años aumentó ocho puntos porcentuales y la coexistencia con un cónyuge a esta misma edad en doce puntos. En cambio, la elevación de las proporciones de mujeres con hijos adultos y madres viudas no superó los cinco puntos. Cuando ego alcanza los 60 años, la probabilidad de que alguno de sus padres subsista es nula. Por el contrario, la probabilidad de tener hijos adultos se eleva conforme aumenta la edad: de 60% a los 40 años a 90% a los 60 años. La progresión no difiere de un grupo de generaciones a otro.

Hasta el final del siglo pasado México poseía un modelo de nupcialidad precoz y estable que permitía a las generaciones contar con el apoyo de sus hijos así como con el de sus cónyuges durante mucho tiempo. No obstante, es probable que en un futuro no demasiado alejado las interrupciones de uniones aumenten y contribuyan, como en España, a acrecentar la probabilidad de las mujeres de estar solas al final de su vida.

Relación entre apoyos y cargas en la madurez y el comienzo de la vejez

Para sintetizar la relación entre apoyos y cargas potenciales en distintos momentos del curso de vida, se ha construido un indicador –índice de apoyos sobre cargas a la edad .– utilizando las probabilidades de coexistencia a los 40 y 60 años (Cuadros 2 y 4) según si el vínculo de parentesco representa un apoyo o una carga potencial para ego (Cuadro 6).

Cuadro 6. Índice de apoyos y cargas potenciales de ego por generación y país a las edades exactas de 40 y 60 años

Cuadro 6
Índice de apoyos y cargas potenciales de ego por generación y país a las edades exactas de 40 y 60 años

(1). Apoyos (Padres + Cónyuge + Hijos adultos) / Cargas (Madre viuda + Hijos dependientes) (2). Apoyos (Cónyuge + Hijos adultos) / Cargas (Padres + Madre viuda + Hijos dependientes)

Fuente: Cálculos propios.

Se definieron dos escenarios en función del contexto socioinstitucional –susceptible de variar en el futuro en uno o ambos países– que altera la lectura de algunos vínculos (esencialmente ambos padres supervivientes) como apoyos o cargas para las generaciones intermedias.

En el primer escenario la coexistencia con ambos padres supervivientes representa una ayuda, un apoyo para ego. Es este un escenario que se corresponde, en mayor medida, con la situación actual en España, en donde las personas mayores se benefician de un sistema de protección social generalizado (salud, jubilación). En el segundo escenario los padres representan una carga. Este se corresponde especialmente con la situación actual en México, en donde, en la mayor parte de los casos, los adultos alcanzan los 60 años sin derecho a una pensión de jubilación y, además, con una salud precaria debido a la falta de un sistema eficaz de salud, especialmente en los momentos en los que las actuales generaciones de mayores eran jóvenes.

Escenario 1. En España, una transición demográfica más lenta ha producido un reparto más regular de los apoyos a lo largo del curso de vida, con una menor concentración de las cargas en las edades adultas. La disminución del índice de apoyos sobre cargas al inicio de la vejez entre las generaciones más jóvenes es el resultado de una edad a la unión y a la maternidad más tardías, así como de unas mayores probabilidades de divorcio de la pareja. En México las diferencias en el cociente apoyos/cargas entre las edades adultas y la vejez son mucho más pronunciadas que en España, con una mayor concentración de las cargas en las edades centrales del curso de vida. A los 60 años, debido a una edad muy precoz a la primera unión y a la maternidad, con todavía pocos divorcios y separaciones en las generaciones observadas, los apoyos se multiplican por cuatro e incluso por cinco respecto de las proporciones a los 40 años.

Escenario 2. En un escenario de apoyo institucional débil, en el que el sostén de la vejez recae en su totalidad sobre las generaciones intermedias de la familia, los apoyos familiares potenciales durante la edad adulta disminuyen en ambos países. Esta disminución es más drástica entre las generaciones más jóvenes. A pesar de todo, la relación apoyos/ cargas es más favorable a México que a España, en donde la defunción del último progenitor superviviente se produce más tarde.

En cualquiera de los escenarios los efectivos correspondientes a los apoyos potenciales en la vejez no faltarán, pero sí serán muy diferentes según los regímenes demográficos de cada país.

Conclusión

La clave de la evolución de la coexistencia intergeneracional es la creciente supervivencia de las generaciones nacidas a lo largo del siglo XX, tanto en España como en México. Su crecimiento ha prolongado notablemente los períodos de coexistencia con padres, cónyuge e hijos adultos, a pesar del retraso de la fecundidad y del aumento de la escolaridad y de la divorcialidad. Por tanto, el aumento de la longevidad es el fenómeno demográfico con mayor impacto sobre la coexistencia intergeneracional, garantizando una mayor disponibilidad de familiares supervivientes en la vejez.

El declive de la fecundidad no conllevará mayores niveles de soledad en la vejez, compensada por el aumento de la supervivencia y dada la estabilidad de la población sin descendencia (en ausencia de la observación del fenómeno migratorio), pero será la causante de que los vínculos con los hijos sean los menos prolongados en el curso de vida de las generaciones transicionales tardías.

Entre las próximas generaciones mexicanas la situación podría cambiar mucho. La ralentización en la reducción de la mortalidad se acompañará de los efectos de los crecientes cambios en el modelo de formación y estabilidad familiar –retraso de la unión y de la maternidad, aumento de la inestabilidad conyugal, reducción continua de la fecundidad–, cambios que son ya visibles en España. Al inicio de la vejez, las próximas generaciones de mujeres españolas verán aumentar ligeramente los apoyos intergeneracionales pero reducirse el apoyo global, debido a un importante descenso del intrageneracional, mientras que aumentarán las cargas relacionadas con el cuidado de ascendientes.

En México las generaciones observadas se parecen más entre ellas que las españolas, debido a que el régimen de nupcialidad-fecundidad precoz no ha cambiado –al menos, hasta el momento de nuestro análisis–. Por tanto, en países con regímenes de nupcialidad y fecundidad diferentes, como España y México, ni la huella de la reducción de la mortalidad ni la distribución del apoyo y las cargas potenciales entre edades y generaciones se manifiestan de la misma manera tampoco. Un calendario transicional lento, como el español, resulta en un reparto más regular de potenciales apoyos intergeneracionales a lo largo del curso de vida y en una menor concentración de la provisión de los mismos en las edades adultas.

Material suplementario
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Notas
Notas
1 En el análisis evolutivo, generación a generación, a partir de los datos de esta encuesta, se detectó una fecundidad adolescente relativamente elevada en algunas generaciones. Por ello, se realizó un análisis exhaustivo, contrastando los resultados obtenidos con aquellos arrojados por otras fuentes (fuentes retrospectivas y datos de registro) para las mismas generaciones, obteniéndose idénticos resultados.
2 Las trayectoria de fecundidad, nupcialidad, divorcialidad y escolaridad incompletas se completaron de forma prospectiva, a partir de la evolución generacional.
3 Tablas de Mortalidad de ego, de sus padres, de su pareja y de sus hijos; Tablas de Primo-nupcialidad; Tablas de Disolución voluntaria de uniones (separaciones y divorcios); Tablas de Fecundidad de primer orden; Intervalo entre 1er y último hijo; Promedio de años de escolaridad. Se asume el fin de la escolaridad como transición a la vida adulta.
4 Los padres de las generaciones ego 1945-1949 pertenecen a las generaciones llenas nacidas exactamente después del final de la Revolución Mexicana.
Notas de autor
Profesora-Investigadora de El Colegio de México. Es Diplomada en Demografía por la Universidad de París (IDUP), Doctorada en Demografía por la Universidad Católica de Lovaina (UCL) y Miembro del Sistema Nacional de Investigadores y de la Academia Mexicana de Ciencias. Sus principales líneas de investigación han sido la transición a la fecundidad y la formación familiar en México y América Latina. Entre sus publicaciones más recientes figuran: Parejas Conyugales en Transformación: una visión al finalizar el siglo XX (2011), “Hacia un nuevo modelo de nupcialidad en México” (2010), “¿Qué tanto se ha venido acelerando el cambio de la nupcialidad?” (2010).
Doctora en Geografía Humana, Posgraduada en Demografía y Master en Dirección y Gestión de Bienestar Social. Es Científica Titular del Consejo Superior de Investigaciones Científicas español. Trabaja sobre envejecimiento demográfico, condiciones de vida y salud en la vejez y transferencias entre generaciones. Sus publicaciones recientes incluyen artículos en Archives of Gerontology and Geriatrics (2011), Journal of Care Services Management (2011) y Revista Española de Salud Pública (2011).

Gráfico 2
La transición demográfica en México. Años 1898-2009
Fuente: Quilodrán, 2002 ; INEGI, 2009.
Cuadro 1
Generaciones por país

* Al no existir para México Tablas de Mortalidad anteriores a 1930, se aplicaron a las generaciones 1925-29 las de las generaciones 1930-34.


Gráfico 3
Edades medianas e intervalos entre transiciones relacionadas con la coexistencia intergeneracional por generaciones. España
Fuente: Elaboración propia a partir de datos de la Encuesta de Fecundidad y Valores de la Población Española (CIS, 2006), deHuman Mortality Database, de las Proyecciones de la Población Española (INE) y de la Encuesta Sociodemográfica (INE, 1991).
Cuadro 2
Duración mediana de vida con distintos vínculos familiares España

Fuente: Elaboración propia a partir de datos de la Encuesta de Fecundidad y Valores de la Población Española (CIS, 2006), de Human Mortality Database, de las Proyecciones de la Población Española (INE) y de la Encuesta Sociodemográfica (INE, 1991).

Gráfico 4
Probabilidad de coexistencia con diferentes vínculos por edad y generación. España
Fuente: Elaboración propia a partir de datos de la Encuesta de Fecundidad y Valores de la Población Española (CIS, 2006), de Human Mortality Database, de las Proyecciones de la Población Española (INE) y de la Encuesta Sociodemográfica (INE, 1991)
Cuadro 3
Probabilidades de coexistencia de ego a la edad x según el vínculo de parentesco. España

Fuente: Elaboración propia a partir de datos de la Encuesta de Fecundidad y Valores de la Población Española (CIS, 2006), de Human Mortality Database, de las Proyecciones de la Población Española (INE) y de la Encuesta Sociodemográfica (INE, 1991).

Gráfico 5
Edades medianas e intervalos entre transiciones relacionadas con la coexistencia intergeneracional por generaciones. México
Fuente: CONAPO, 2008, pp. 41-83; INEGI, 1997
Cuadro 4
Duración mediana de vida con distintos vínculos familiares México

Fuente: CONAPO, 2008; INEGI, 1997.

Gráfico 6
Probabilidad de coexistencia con diferentes vínculos por edad y generación. México
Fuente: CONAPO, 2008; INEGI, 1997.
Cuadro 5
Probabilidades de coexistencia de ego a la edad x según el vínculo de parentesco. México

Fuente: CONAPO, 2008; INEGI, 1997.
Cuadro 6
Índice de apoyos y cargas potenciales de ego por generación y país a las edades exactas de 40 y 60 años

(1). Apoyos (Padres + Cónyuge + Hijos adultos) / Cargas (Madre viuda + Hijos dependientes) (2). Apoyos (Cónyuge + Hijos adultos) / Cargas (Padres + Madre viuda + Hijos dependientes)

Fuente: Cálculos propios.
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