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Fragmentación socioterritorial y condiciones de vida en la Argentina en los albores del siglo XXI
Socio-territorial fragmentation and living conditions in Argentina in the early twenty-first century
Fragmentación socioterritorial y condiciones de vida en la Argentina en los albores del siglo XXI
Revista Latinoamericana de Población, vol. 7, núm. 12, pp. 99-131, 2013
Asociación Latinoamericana de Población
Resumen: El presente estudio aborda la problemática de la fragmentación social en la Argentina. La noción de fragmentación asocia componentes espaciales y dimensiones económico-sociales y políticas. Esta problemática se expresa en el marco territorial, entendiendo como tal la relación entre naturaleza y sociedad a lo largo del tiempo. En este contexto, se propone el uso de una herramienta que permita detectar la distribución espacial de las condiciones de vida como una aproximación al conocimiento de dicha fragmentación socioterritorial. Al mismo tiempo, a través del concepto de brecha, nos aproximamos también a su proceso histórico. La fragmentación se expresa en lo que llamamos, al menos provisoriamente, las dos Argentinas, definidas sobre la base del Índice Sintético de Condiciones de Vida (ISCV) aplicado en el año 2001. Estos territorios albergarían en su interior distintas sociedades y diferentes problemas que requerirían un marco de análisis concreto que permita generar soluciones específicas.
Palabras clave: fragmentación socioterritorial, condiciones de vida, Argentina.
Abstract: This study deals with the process of social fragmentation in Argentina. The notion of fragmentation is related with spatial components, social, economic and policies. This problem is expressed in the context territorial, meaning the relationship between nature and society over time. In this framework, we propose the use of a tool to detect the spatial distribution of the living conditions and a better knowledge of the socioterritorial fragmentation. At the same time, through the gap concept, we also approach its historical process. The fragmentation is expressed in what we call, at least temporarily, the “dos Argentinas”, defined on the basis of the synthetic Index of Living Conditions (ISCV), implemented in 2001. These territories possibly harbor different societies and different problems. This requires an analytical framework that will generate concrete solutions for these problems. Key words: socio-territorial fragmentation, living conditions, Argentina.
Keywords: socio-territorial fragmentation, living conditions, Argentina.
Introducción
La percepción de lo que hoy se considera como fragmentación del territorio argentino reconoce una antigua tradición. Está presente en cada momento de su historia, por lo que es posible conjeturar que fue adquiriendo perfiles, dimensiones y contextos diferentes pero que, a la vez, nunca fue superada. En un diseño abreviado de este proceso podrían reconocerse, al menos, tres escenarios centrales.
Uno de ellos, ubicado en torno a 1860, estaría conformado por esa “argentina criolla”, donde se pueden reconocer persistencias de culturas indígenas, caracteres de las sociedades peninsulares y una variada articulación entre ambas que incidían en la definición de un territorio pleno de contrastes y rupturas. El testimonio de investigadores –como, por ejemplo, el de Martín de Moussy (1860)– o de viajeros da cuenta de esa fragmentación.
Tal país, el criollo, configura el contexto sobre el que se fue instalando el segundo de los escenarios, al que podría reconocerse como el del “progreso argentino”. Era el tiempo de la incorporación del territorio a la economía internacional, cuyo comienzo se suele ubicar en torno de la década de 1880; en este caso, prorrogamos su desarrollo hasta mediados del siglo XX. Se trataría de la sobreimposición de una horma liberal en la argentina criolla que, muy pronto, habría comenzado a generar una “acumulación de residuos” que alimenta un nuevo signo de fragmentación (Bauman, 2005); de perfil diferente al del territorio criollo, este escenario persiste de modo cambiante hasta la actualidad.
Hacia 1930, el “progreso”1 se expresaba en un ritmo de crecimiento de la economía pocas veces visto en otras regiones, por lo que los niveles de ingreso per cápita llegaron a ser uno de los más elevados del mundo (Díaz Alejandro, 1970; Cortés Conde, 2007). Desde esa perspectiva, la idea que representaba a la Argentina como uno de los países más ricos de la tierra no era extravagante ya que era expresión de lo que hoy llamaríamos análisis macroeconómico –de los grandes números de la economía– del país.
Sin embargo, es sabido que esa imagen de una Argentina rica encubría, en aquellos años, esa nueva y acentuada fragmentación, probablemente la de mayor intensidad de toda su historia. Un número importante de estudios la ponen de manifiesto. Denis (1987), por ejemplo, ataviado con el planteo liberal, se sorprendía en 1920 por la “inmovilidad” de provincias como Catamarca en su “respuesta” a la consolidación del capitalismo que, conjuntamente con la migración masiva, había trastocado buena parte del país, principalmente la Pampa Húmeda. Otro autor, como Franz Kühn (1930), destacaba que la industria argentina se limitaba casi enteramente a las provincias del litoral, que reunían el 80% de los establecimientos industriales con una producción del 72% del valor total de la materia fabricada. Al mismo tiempo, señalaba la existencia de dos tipos de redes ferroviarias: por un lado, la “red densa regional”, que ocupa la región de la Pampa, cuyo límite es una línea curva de tres cuartos de circunferencia trazada alrededor de la Ciudad de Buenos Aires con un radio aproximado de 550 km; por otro lado, la “red lineal divergente”, que penetra desde la periferia de aquella hacia el interior, a la manera de los dedos de una mano.
Bunge (1984) coincide con la imagen territorial semicircular de Kühn, para diseñar un esquema más complejo: hacia fines de la década de 1930, dice, el país podía dividirse en tres grandes zonas de acuerdo con sus condiciones económicas y demográficas, distinguiendo así, a grandes rasgos, “tres países”. La primera de ellas, que coincidía con la Pampa Húmeda, comprendía un 20% del territorio nacional, el 70% de la población, el 86% de la superficie cultivada con cereales y el 78% de los capitales invertidos en las industrias extractivas y manufactureras. El Área Central ocupaba el 40% del territorio y el 25% de la población, con el 11% de la superficie con cereales e igual porcentaje de capitales invertidos en la industria manufacturera. El Norte y la Patagonia formaban parte de la tercera área, con el 40% del territorio, pero solo el 8% de la población y un ínfimo 10% de la superficie con cereales y de los capitales invertidos en la industria. Las diferencias entre esas “tres Argentinas” podían hacerse extensivas a la mortalidad general e infantil, al analfabetismo, la asistencia escolar y las formas de vida en general. En efecto, la obra de Bialet Massé, de comienzos del siglo XX, más precisamente de 1904 –y, en cierta medida, también el trabajo de José Elías Niklison de 1914 (Niklison, 2009)– puntualizaba las profundas diferencias que existían en las condiciones de vida de buena parte de la población del país, no solo entre regiones, sino también en sus interiores (Bialet Massé, 1987).
Hacia fines del siglo XX, como se sabe, la fragmentación persistía. Tres provincias –Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba– y la Capital Federal generaban cerca del 70% de la riqueza nacional (Rofman y Romero, 1997). Los ciclos de la economía argentina, con marchas y contramarchas, continuaron produciendo sesgos que favorecieron a ese “primer anillo” de prosperidad –la Región Pampeana– que notaran Kühn, Denis y Bunge, entre otros tantos, y marginando a amplios sectores del resto del territorio. Gran parte del país no disfrutaba, como indica Rapoport (2007), de esa “época dorada”, sino que vivía en los “umbrales de la pobreza”.
El tercer escenario, de gran complejidad, se habría estructurado precisamente por la persistencia de las rupturas y fragmentaciones que dominan el territorio desde aquellos años del país criollo pero, principalmente, por las generadas por los años del progreso argentino. Como diría Sauer (1941), sería un escenario de mayor complejidad en la acumulación de persistencias.
En este análisis, centramos nuestra atención especialmente en uno de los factores del amplio –y principalmente– diverso conjunto que ha incidido en esa fragmentación persistente de la Argentina. Tal factor se halla imbricado con la geografía histórica, es decir, es de orden cultural: nos referimos al proceso de construcción de una matriz territorial hoy integrada, al menos, por dos “países” –uno moderno y otro tradicional– de complejidad variable y también de variable articulación, cuyo resultado es lo que denominamos Matriz Territorial Argentina (MTA).
Como fundamento conceptual de esta hipótesis, cabe recordar que, por un lado, el territorio se entiende como una construcción cultural (Sauer, 1941) y, por otro, que cada cultura se caracteriza por sus propias “prácticas materiales”, según explica Harvey (1996 y 1998); de allí que cada cambio cultural, precisamente si es de gran intensidad –como la colonización española y la consolidación del capitalismo–, se expresaría en transformaciones territoriales trascendentes.
En tal sentido, la colonización y, en especial, la consolidación capitalista fueron procesos portadores de prácticas materiales que trastocaron los territorios precedentes; de ellos, según nuestra hipótesis, el asociado con el “progreso” generó el esquema espacial que, de alguna manera, persiste hasta hoy.2
En ese campo teórico se concibe también que todo el complejo sistema asociado con lo que se denomina “fuerzas del mercado” tiene una profunda connotación cultural, esto es, se reconoce como “expresión de una cultura particular que es histórica y espacialmente específica” (Smith, 1997), de estrecha relación con el liberalismo europeo del siglo XVIII (Thrift, 1994). Específicamente, los sistemas económicos son creados y modificados permanentemente según marcos sociales y culturales concretos (Healey y Ilbery, 1990).
Esta hipótesis es la que permite destacar el papel de la diversidad cultural de la argentina criolla como agente activo de la “materialización” de la economía de mercado en el territorio nacional. Una idea derivada sostendría la importancia de la variable intensidad de la impermeabilidad cultural de las sociedades criollas ante la sobreimposición liberal europea.
De ser así, la MTA resultante se conformaría, de un lado, por un espacio de diseño no muy diferente al modelo ferroviario de Franz Kühn, esto es, el que contiene (o se define por) ese amplio sector central –geográfico y sobre todo político– del que parte la red lineal divergente –a la que se suma ahora el río Paraná– que lo enlaza con las economías regionales, y. por el otro lado, por el espacio que incluye el amplio y variado resto del territorio. El primero involucra el “país” moderno, mientras que el otro sería el “tradicional”. Ambos presentan múltiples matices en sus interiores y también distintas formas de articulación –y subordinación– entre ellos. Tal vez, además, como diría Prigogine (Prigogine y Stengers, 1991), presentarían sus propios tiempos, sutilmente imbricados.
En amplios sectores del país tradicional de la matriz, la noción de “progreso”, indisociable de la cultura liberal, desempeña un papel trascendente.
El Norte “tradicional”, por ejemplo, se encuentra fuertemente asociado –vía poblaciones y grupos culturales indígenas que aún habitan su territorio– con las sociedades andinas (en el Noroeste) y las guaraníticas y amazónicas en el Nordeste.3 Es significativo que en esas comunidades la idea de progreso no sea una expresión corriente ni reconocida (Archondo, 1994). Es significativo también que las dos áreas de mayor presencia indígena en el norte (reconocidas como Puna y Corazón indígena del Gran Chaco) (Bolsi, Paolasso y Longhi, 2006) conformen los dos núcleos duros más críticos de la pobreza regional, esto es, separados por las brechas y fracturas más profundas del resto de las sociedades regionales.
La rigidez de la MTA, que, con variaciones de relativa profundidad, persiste desde hace al menos siete décadas pone en evidencia el fracaso –que, desde luego, debe matizarse– de la gestión de la clase dirigente argentina.
Esa clase, al mismo tiempo, debió enfrentarse con aquel otro proceso que durante esas décadas se fuera consolidando en gran parte del mundo liberal y que, según señala Bauman, se define por una “progresiva emancipación de la economía de sus tradicionales ataduras políticas, éticas y culturales” sedimentando un nuevo orden, “definido primariamente en términos económicos” e inmune “a los embates de cualquier acción que no fuera económica”. Ese orden nuevo no solo colonizó el poder, sino que dominó “la totalidad de la vida humana, volviendo irrelevante e inefectivo todo aspecto de la vida que no contribuyera a su incesante y continua reproducción" (Bauman, 1999: 10).
Este nuevo orden es percibido como primariamente “económico”, emancipado, entre otras, de ataduras culturales. Pero, ¿no dejaría de ser una (nueva) “práctica material”? Se constituiría, en tal caso, en otro de los instrumentos que, articulado con los precedentes –y potenciando algunos de ellos– contribuye a consolidar la persistencia de la matriz territorial.
Por último, cabe señalar que el 89% de la población argentina reside en ciudades donde la fragmentación territorial expresa los contrastes más pronunciados de todo el país. Los indicios señalarían que la fragmentación urbana está subordinada –en términos de proceso– al diseño de la matriz territorial. Por lo tanto, no podría comprenderse por sí sola. Tal subordinación se fue construyendo a través de un complejo y largo proceso de migraciones campo/ciudad, en tanto que el componente “moderno” de la matriz ha sido, en la mayor parte de la evolución territorial argentina, la principal generadora de “residuos”, sobre todo de las áreas rurales. Como es sabido, este proceso migratorio fue variando a lo largo del tiempo de manera tal que, a partir de sus inicios, con un corto número de ciudades receptoras (esto es, las de mayor tamaño, siendo Buenos Aires el paradigma nacional), fue multiplicando su espectro hasta alcanzar centros de tamaño progresivamente menor, e incluso involucrar hoy a núcleos rurales (véase Lattes y Bertoncello, 1997). Finalmente, fue adquiriendo importancia creciente el desplazamiento ínter e intraurbano.
La MTA tiene asegurada su persistencia no solo por la consolidación del “nuevo orden” que describe Bauman (ob. cit.) en su punzante caracterización del neoliberalismo sino, tal vez principalmente, por la gestión mediocre y confusa de la clase dirigente nacional durante las últimas décadas que no pudo desarticular, mínimamente, los núcleos centrales de aquella matriz.
El concepto de fragmentación y las condiciones de vida
La desigualdad ha sido históricamente, y es en la actualidad, una característica elemental de las estructuras sociales. Desde la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano en 1789 hasta hoy, progresivamente la igualdad y la equidad de las sociedades se han instalado como objetivos ideales a ser alcanzados.
En su estudio de 1775 sobre el origen de la desigualdad entre los hombres, Rousseau distinguió dos clases de desigualdad: una física o natural y otra moral o política, esta última –“establecida o, al menos, autorizada con el consentimiento de los hombres”– consistente en “diferentes privilegios de que algunos disfrutan en perjuicio de otros” (2010: 27). El origen de la desigualdad debería rastrearse, según Rousseau, en el desarrollo de nuestras facultades y en los progresos del espíritu humano, legitimándose mediante las leyes y la institución de la propiedad (2010: 99).
Hoy en día, pueden encontrarse diferentes definiciones acerca de la desigualdad; nosotros consideramos que este concepto expresa las diferencias y contrastes de carácter estructural en cuanto al acceso a recursos de todo tipo que presenta una sociedad.4 Las formas de organización social, jurídica y económica de las sociedades son las que determinan el grado de desigualdad entre los seres humanos.5 A su vez, esas formas de organización de las sociedades se articulan con el medio físico de muy variadas maneras, generando territorios diferentes. Nuestro fundamento conceptual entiende al territorio como una construcción que es el resultado de la articulación entre la sociedad y la naturaleza a lo largo del tiempo.6 Las formas de organización adoptadas por cada sociedad resultarán en territorios más o menos equilibrados en función de la concepción de ese ideal de igualdad.7
En el territorio, las desigualdades se manifiestan de diferentes maneras: a veces en el contraste pequeña/gran propiedad en las áreas rurales, otras en el contraste entre barrios privados/villas miseria y en la aparición de centros comerciales para los grupos de mayor poder adquisitivo en las áreas urbanas, para citar solo algunos ejemplos.
El grado de segregación socioespacial constituye la manifestación del grado de desigualdad existente en el territorio. Cuando la desigualdad y los contrastes socioespaciales alcanzan una magnitud y extensión considerables y, además, persisten en el tiempo, la segregación se convierte en fragmentación. Entendida así, no es otra cosa que una manifestación perdurable de la desigualdad que se materializa en el territorio.8
Mientras que la fragmentación es una expresión espacial de la desigualdad, resulta también importante considerar la magnitud de esa desigualdad a lo largo del tiempo, para lo cual es conveniente emplear la noción de brecha. Este concepto expresa de qué manera se ha desarrollado históricamente la desigualdad.
La fragmentación, resultado de la persistencia de la brecha, se manifiesta territorialmente en una desigual distribución de los recursos socialmente valorados y de las oportunidades de utilizarlos, destacando las profundas disparidades existentes en las condiciones de vida de la población, las cuales, por su parte, contribuyen a retroalimentar las desigualdades.9
Al hablar de condiciones de vida, aludimos a la combinación de ciertos niveles de satisfacción y de carencia de diferentes dimensiones económicas, sociales y ambientales que se asocian a lo que conocemos como pobreza (carencia) y calidad de vida (logro).10
El vínculo entre fragmentación, brecha y condiciones de vida es complejo y se espera que, en contextos de brechas persistentes y mayor fragmentación, prime una gran disparidad en la distribución espacial de los niveles de las condiciones de vida.
La construcción del Índice Sintético de Condiciones de Vida (ISCV)
En este estudio, buscamos aproximarnos cuantitativamente a la medición de las condiciones de vida en la Argentina. Utilizamos para ello dos indicadores del bienestar relacionados con la medición de la pobreza y de la calidad de vida.11 El procesamiento de ambos dio origen al Índice Sintético de Condiciones de Vida (ISCV), cuya principal ventaja radica en reunir las dos principales vertientes de las manifestaciones de las condiciones de vida de la población.
La construcción de dicho índice implicó la utilización de dos herramientas ampliamente discutidas y consolidadas en los estudios sobre pobreza y calidad de vida: la intensidad del Índice de Privación Material de los Hogares (IPMH) y el Índice de Calidad de Vida (ICV).12 Las fuentes utilizadas para dicha construcción fueron el Censo Nacional de Población, Hogares y Viviendas 2001 (última información censal disponible al momento de la realización de este trabajo), las Estadísticas Vitales 2000/02 y mapas de áreas de riesgo de inundación, sismicidad, riesgos naturales y erosión de suelos en la Argentina (1992/1996 y 1982/1988).
Ambas metodologías definen en sus manifestaciones espaciales la fragmentación territorial del país, idea que consolida la existencia de, al menos, dos Argentinas; asimismo, la correlación estadística es también importante, alcanzando un coeficiente de Pearson igual a -0.89 (Figura 1).
Figura 1. Dispersión departamental según el Índice de Calidad de Vida (ICV) e intensidad del Índice de Privación Material de los Hogares (IPMH). República Argentina. Año 2001 13

El primer paso en la construcción del ISCV implicó la transformación de la intensidad del IPMH y del ICV en números índice. Este proceso sirvió para normalizar la distribución de los datos. No obstante, es preciso distinguir dos situaciones:
Ante el aumento de la variable, se genera una peor situación (IPMH). En este caso, el número índice se calculó de la siguiente manera:
I = (max - A) / (max - min), donde:
Máximo: Ramón Lista: 77.4
Mínimo: Distrito Escolar X: 1.1
Ante el aumento de la variable, se genera una mejor situación (ICV). En este caso, el número índice se calculó de la siguiente manera:
I = 1 - (max - B) / (max - min), donde:
Máximo: Cnel. de Marina Leopoldo Rosales: 8.84
Mínimo: Ramón Lista: 2.74
Como la ponderación del IPMH y del ICV en el ISCV es igual, significa que cada componente representa el 50% del valor del índice final. Por último, se calcula un promedio entre ambos números índice, dando como resultado el ISCV, que presenta una variación que va de un mínimo de cero a un máximo de uno. La distribución espacial del ISCV en la Argentina en el año 2001 puede observarse en el Mapa 1, que expresa lo que provisoriamente llamamos las dos Argentinas e incluye a las provincias del Norte Grande, por un lado, y al resto del país, por el otro. La fragmentación se presenta como el resultado de la forma en que se fueron (re) construyendo (a partir de la MTA) los diferentes territorios de la Argentina a lo largo del tiempo.
Mapa 1. Índice sintético de condiciones de vida (ISCV). República Argentina. Año 2001

Dicha fragmentación socioterritorial es validada a partir del análisis de autocorrelación espacial (Véase Celemín, 2009). Se detectan, principalmente, dos situaciones:
Deparatamentos con valores bajos del ISCV que, a su vez, tienen vecinos con valores bajos del mismo índice (Mapa 2).
Departamentos con valores altos de ISCV con vecinos que también tienen valores altos de ISCV (Mapa 3).
En ambos casos, la autocorrelación espacial es elevada, alcanzando un coeficiente de 0.8140.
Mapa 2. Departamentos con valores bajos del ISCV y vecinos con valores bajos del mismo índice. República Argentina. Año 2001

Mapa 3. Departamentos con valores altos del ISCV y vecinos con valores altos del mismo índice. República Argentina. Año 2001

Ambos mapas dan origen a la distribución presentada en el Mapa 4: una distribución cluster con los departamentos que, desde el punto de vista estadístico, aportan significativamente al valor global de autocorrelación. Se distinguen, avalando lo detectado anteriormente, al menos dos territorios claramente definidos, con sociedades, problemas y soluciones diferentes.
Departamentos que aportan significativamente al valor de la autocorrelación. República Argentina. Año 2001

Esta distribución –que pone de manifiesto la situación de 2001– no puede ser comparada con la situación actual, dado que aún no se encuentra disponible la información necesaria del Censo de Población, Hogares y Viviendas de 2010 –de calidad discutible, por otra parte–, motivo por el cual no es posible detectar ni definir los cambios y persistencias de la fragmentación en los primeros años del siglo XXI. Para ello, hemos seleccionado un indicador indirecto: la tasa de Mortalidad en la Niñez según Enfermedades de la Pobreza (MONEP).
Alcances y significados de la tasa de Mortalidad en la Niñez según Enfermedades de la Pobreza ( MONEP)
La definición e identificación de la pobreza conforma un “yacimiento de subjetividades diverso” (González, 1997: 285), dada la elección –a veces de sesgo determinista– de las variables que procuran identificar las legítimas necesidades de la población así como los umbrales que definen la insatisfacción de dichas necesidades. Similares atributos caracterizan también el concepto de la calidad de vida. Sin embargo, es incuestionable el desenlace fatal que generan en algunos niños las peores condiciones de vida. Por tal motivo, se pretende en esta propuesta escapar al inmenso mar de subjetividades inherentes al concepto de pobreza e ingresar al terreno de la distribución espacial del fenómeno desde la epidemiología, donde la muerte infantil por patologías respiratorias, infecciosas y relacionadas con la nutrición pone de manifiesto el grado de vulnerabilidad al que se encuentran sometidas determinadas poblaciones.14
La noción de enfermedades de la pobreza constituye un término acuñado por McKeown (1988) para describir las dolencias que han predominado durante la mayor parte de la existencia de la humanidad. Se distinguen de otras asociadas con la riqueza relativa que produjo la industrialización. Este autor precisa que la pobreza no es causa directa de muerte, sino la principal razón por la cual existen condiciones (de distintos niveles) que desembocan en la enfermedad. Entre este grupo de enfermedades, los padecimientos de origen infeccioso, las patologías respiratorias agudas y la diarrea infantil adquieren el mayor protagonismo.
La construcción de la MONEP implicó relacionar el total de defunciones de niños menores a cinco años debidas a patologías respiratorias o infecciosas o relacionadas con la desnutrición (enfermedades de la pobreza) con el total de población menor de cinco años residente en cada área. La fuente de información utilizada en el numerador fue el Programa Nacional de Estadísticas Vitales, provisto por la Dirección de Estadísticas e Información de Salud, dependiente del Ministerio de Salud de la Nación. En el caso del denominador, se utilizaron datos provistos por los Censos Nacionales de Población, Hogares y Viviendas 2001 y 2010; en los años intercensales se realizó la interpolación de dicha información.
La MONEP presenta una elevada correlación con el ISCV, alcanzando un coeficiente de Pearson igual a 0.52, lo cual permite –a la vez que avala– utilizar esta herramienta como una aproximación a las condiciones de vida de la población. La dispersión de los datos correspondiente se observa en la Figura 2.
Figura 2. Dispersión departamental entre el ISCV y la MONEP. República Argentina. Año 2001

Atendiendo al principal objetivo de este trabajo –el análisis de la distribución espacial–, se creó, por un lado, una capa de información en formato Shape File de Arc View 3.2, detectándose la distribución espacial del problema en los trienios 2000/02 y 2006/08 y las áreas de aumento, persistencia y descenso de la tasa. Esto fue posible mediante el análisis de autocorrelación espacial con GeoDa. Por otro lado, se pudo definir, mediante el cálculo de la MONEP del Norte Argentino y la del resto del país, la brecha15 existente y su evolución en el periodo 2002-2008.
La fragmentación argentina en los primeros años del siglo XXI
En un primer punto de este apartado, se analizan las manifestaciones espaciales de la fragmentación argentina durante los primeros años del siglo XXI, atendiendo a sus cambios y persistencias. En el segundo punto, se detecta la brecha que separa dos de los territorios argentinos de mayor contraste: el Norte y el Área Pampeana. Finalmente, se contextualiza el problema de la fragmentación territorial a la luz de los principales cambios demográficos en el marco secular del siglo XX.
Sobre la distribución espacial de la MONEP y la persistente fragmentación
Los Mapas 5 y 6 expresan la distribución espacial de la MONEP en los trienios alrededor de 2002 y 2008. Puede observarse la similitud de ambos resultados, donde la persistencia fue el comportamiento que dominó las variaciones. Se distinguen nuevamente, como mínimo, dos Argentinas contrastadas.
Mapa 5. Distribución espacial de la MONEP. República Argentina. Año 2002

Mapa 6. Distribución espacial de la MONEP. República Argentina. Año 2008

El ejercicio de la autocorrelación espacial identifica, de igual manera, dos realidades: aquellas áreas con bajas condiciones de vida con departamentos vecinos en idéntica condición, y la áreas con situación opuesta. Ambas distribuciones se presentan en los Mapas 7 y 8.
Mapa 7. Autocorrelación espacial. Valores máximos de la MONEP. República Argentina. Años 2002 y 2008

Mapa 8. Autocorrelación espacial. Valores mínimos de la MONEP. República Argentina. Años 2002 y 2008

La dinámica de la fragmentación
El análisis siguiente se realizó sobre la base de la autocorrelación espacial, una herramienta que presenta múltiples alcances. Se adopta la conceptualización de Upton y Fingleton (1985), quienes la definen como la propiedad de un conjunto de datos situados en un mapa que muestran un patrón de organización. A partir de dicha acepción, se elaboró la tipología departamental que se presenta en el Mapa 9. Es preciso reconocer la simplicidad de la herramienta seleccionada frente a la complejidad del problema que se aborda. Asimismo, idéntica simplicidad se replica en las categorías de análisis elaboradas (alto/alto, bajo/bajo, alto/bajo y bajo/alto) para identificar una marcada heterogeneidad de situaciones.
Se detectaron dos limitaciones que deben mencionarse. Por un lado, se halló una limitación estadística, relacionada con la aleatoriedad existente en algunos departamentos en relación con los hechos vitales ocurridos en los trienios considerados (2000/02 o 2006/08). El ejemplo más ilustrativo de esta situación lo constituye el departamento Antofagasta de la Sierra en Catamarca, el cual pasó de una MONEP de 16.9 en 2000/02 (una de las cuatro más altas del país) a un valor cero en 2006/08. Esta cuestión se vincula, más que con una mejora notoria en las condiciones de salud de la población infantil, con oscilaciones estadísticas aleatorias propias de la tasa en áreas con escasa población Por otro lado, debe considerarse la dimensión tamaño del departamento como una variable que necesariamente incide en la apreciación de la cartografía que se presenta. Es evidente el rango existente en la superficie de los departamentos, cuyos extremos destacables son Deseado (Santa Cruz) con 63,784 km² y Vicente López (Buenos Aires) con 33 km².
Finalmente, la cantidad y características de las Argentinas detectadas están estrechamente relacionadas con la escala de análisis. Aquí se utiliza la escala departamental, la cual incluye a 510 unidades territoriales del país junto a la Ciudad de Buenos Aires. Seguramente, el análisis de fragmentación territorial mostraría otros resultados si se utilizara una escala de análisis diferente. Sin embargo, el matiz comparativo de la investigación requiere el uso de una escala homogénea para todo el territorio nacional.
La conjetura sobre un mínimo de dos Argentinas que recorre el presente texto se confirma a partir de la construcción del Mapa 9, donde es posible identificar dos ámbitos fuertemente contrastados: el área septentrional del país y el resto del territorio. Al mismo tiempo, se observa que ninguno de tales ámbitos –los dos fragmentos mayores del territorio argentino– está claramente dominado por la homogeneidad.
El Norte cuenta con un notable núcleo de extrema dureza, integrado por las provincias del Chaco y Formosa principalmente, donde la persistencia de los valores altos de la MONEP dominó la década. Ese núcleo, al que se añaden numerosos departamentos de las otras provincias, contrasta con los valores de las restantes comarcas donde, sin embargo, el rasgo dominante es la heterogeneidad, esto es, el bajo nivel de correlación espacial.
A su vez, en ese resto del país que se desarrolla desde el límite septentrional de las provincias de Entre Ríos, Córdoba, San Luís y Mendoza –incluyendo asimismo el sur de Santa Fe– hasta el norte de la Patagonia, se detecta un área –el Centro– donde la fragmentación es mucho más atenuada. Si se exceptúa el sector cuyo núcleo es el AMBA, el contraste con el Norte es claramente perceptible, en tanto que el rasgo dominante de su comportamiento en este lapso es la persistencia de valores bajos de la MONEP. Nuevamente, la heterogeneidad domina la Patagonia, aunque de manera mucho más atenuada que en el Norte.
Mapa 9. Tipología departamental según variaciones de la MONEP. República Argentina. Años 2002 y 2008.

De allí que sea posible constatar que la Matriz Territorial, que alcanzara su plenitud durante la primera mitad del siglo XX, persiste hoy, como ayer, involucrada en el amplio contexto de marcada fragmentación norte-sur. En tal contexto –y en esta escala–, es posible identificar: el Norte propiamente dicho, donde vive el 25.2% de la población del país y donde dominó la permanencia –en el lapso que se estudia– de valores altos de la MONEP; el Centro, en el que la persistencia es de valores bajos, salvo en parte de la Provincia de Buenos Aires donde el cambio expresa empeoramiento de las condiciones de vida –allí se concentra casi el 38% de la población argentina; el área centrada en el AMBA, fuertemente fragmentada, con casi 32% de la población del país; y, finalmente, la Patagonia, cuyo nivel de fragmentación es más atenuado que en el AMBA y el Norte, con el 4,5% del total de población de la Argentina.
A su vez, en el Cuadro 1 se agrupan los departamentos del país según su población haya mantenido los valores altos (AA) o bajos (BB) de la MONEP, y aquellos en los que el índice haya descendido (AB) o aumentado (BA).
Cuadro 1. Población total según dinámica de la MONEP. República Argentina. Año 2010
| Categorías | Población 2010 | % de la población | 
| 1 (AA) | 9,975,812 | 24.9 | 
| 2 (BB) | 18,102,238 | 45.2 | 
| 3 (AB) | 7,400,732 | 18.5 | 
| 4 (BA) | 4,606,957 | 11.5 | 
| Total | 40,085,739 | 
En tal caso, los departamentos AA+BA definen –durante la primera década del siglo XXI– áreas de dominio de valores altos de la MONEP o donde aumentaron; allí residen casi 15 millones de personas, esto es, el 36.4% del total de la población del país. A su vez, quienes integran la población de los departamentos BB+AB conforman la porción de aquellos que permanecieron en áreas de dominio de valores bajos de la MONEP o bien en las que esos valores descendieron: son 25 millones de personas, el 63.7% del total de la población del país. En la década, 7,4 millones de personas han mejorado sus condiciones de vida; casi 4 millones de ellas residen en Capital Federal y en algunos departamentos del Conurbano, pero también en el norte de Santa Fe, Corrientes, San Juan y La Rioja. Al mismo tiempo, casi 10 millones de personas siguen manteniendo bajas condiciones de vida, pero, además, 4,6 millones las han empeorado. De ellas, más de dos millones residen en el AMBA y la Provincia de Buenos Aires.
Sobre las brechas de la fragmentación
Los mapas elaborados permiten detectar, definir y caracterizar la fragmentación territorial argentina en la última década. Como complemento de dicha cartografía, se ponen de manifiesto las brechas estadísticas que separan algunos recortes territoriales seleccionados. Esto, de alguna manera, implica definir la magnitud de la fragmentación.
Para ello se utiliza el instrumento “sobremortalidad de la niñez por enfermedades de la pobreza”16 entre el Norte Grande Argentino (NGA)17 y un sector del Área Pampeana que involucra, en este caso, a la Capital Federal y las provincias de Buenos Aires y Santa Fe18 (Figura 3).
Al igual que en el análisis anterior, se puede observar que la persistencia dominó el comportamiento a lo largo de los primeros años del siglo XXI. Por cada muerte en la niñez por enfermedades de la pobreza en el Área Pampeana, ocurren 1.5 en el Norte. O, lo que es lo mismo, la brecha estadística de la fragmentación territorial entre la Pampa y el Norte es, en proporciones, superior en un 50%. A pesar de las oscilaciones anuales de la brecha, la tendencia se inclina a mantenerse estable en el tiempo.
Figura 3. Índice de sobremortalidad en la niñez por enfermedades de la pobreza. Norte Grande Argentino y Área Pampeana. Años 2002/2008

Las brechas durante el siglo XX: natalidad y mortalidad infantil
En este análisis del largo plazo –prácticamente todo el siglo XX–, se utilizan indicadores que se articulan, por un lado, con el proceso detectado en la primera década del XXI y, por otro, con el propósito de validar el sustento cultural de la MTA.
Para ello se confrontan las tasas de natalidad de las áreas más duras –los extremos opuestos– de la fragmentación actual: la Región Pampeana, casi una porción de Europa en materia de población, y el Norte Grande Argentino (NGA),19 el contrapunto “tradicional” del territorio argentino. Por otra parte, el objeto de la comparación es la mortalidad infantil de dos centros urbanos de aquellos extremos: las ciudades de San Miguel de Tucumán y la Capital Federal. En este caso, el condimento cultural se articula con la muy importante presencia de la pobreza en la sociedad tucumana.
La brecha de la natalidad
Se entiende que la evolución de la natalidad se inscribe en el proceso de la transición demográfica que designa el paso –en un marco de modernización global– de un régimen tradicional de equilibrio con fecundidad y mortalidad elevadas a un régimen moderno de equilibrio con fecundidad y mortalidad bajas.20 En tanto que es un proceso que sucede generalmente en lapsos prolongados, esto es, que involucra largas secuencias históricas, nos enfrentamos inevitablemente con procesos culturales. No obstante, la interpretación de los cambios no prescinde de factores económicos, políticos y aun científicos. Entre ellos, se incluye, por ejemplo, la incidencia de la urbanización, de la educación femenina, de la calidad de vida, del descenso de la mortalidad y de la importancia de la difusión.21 Pero, al mismo tiempo, Kirk había señalado que el problema de la población y de sus cambios no debería ser enfocado de manera global (1998). Es que, en términos regionales, la importancia relativa de los factores que inciden en los cambios –así como sus modos de concatenación– se modifica. En tal caso, aun cuando la matriz de tales factores sea más o menos invariable, son su ordenamiento y las interrelaciones internas lo que se modifica de área en área –es decir, es el carácter interactivo de los haces de relaciones que actúan en el proceso. Estas circunstancias se expresan en la Figura 4.
Figura 4. Tasas Brutas de Natalidad. Área Pampeana y Norte Grande Argentino. Años 1914-2010

Por una parte, en el proceso de la natalidad pampeana se destaca un descenso temprano, de manera tal que ya había traspasado el nivel del 30 por mil en torno de 1920;22 un par de décadas más tarde, la caída alcanzó un piso definido por valores algo cercanos al 20 por mil, donde permaneció, según se observa en el gráfico, por largo tiempo.23 De las distintas modulaciones de la trayectoria posterior a los 40, se rescata la importancia de la recuperación, como se verá más adelante, de los valores pampeanos a partir de mediados de la década de 1990.
Por otra, el proceso transicional de la natalidad del NGA reconoce una fase de valores crecientes, de diferenciación progresiva con los pampeanos, que alcanza su apogeo a mediados de la década de 1950. Desde ese entonces, se inicia el ciclo descendente con la interrupción del conocido baby boom, que culmina a principios de la década de 1980. En estos años (1986), se registra también la perforación del nivel de 30 por mil unos 65 años más tarde que en la pampeana.
Es así que la brecha –el proceso histórico del fraccionamiento– describe un amplio arco en el que se pueden reconocer, por una parte, sus tres primeras décadas (Figura 5) durante las que, según se viera, la MTA se consolidaba. A lo largo de esos años (1914-1941), la escisión de los territorios –desde la mira de la fecundidad– fue alcanzando su máxima expresión pues el resquicio, la ruptura, inexistente a principios de siglo, llegaba al 200% en 1941. Por otra, esta separación se mantuvo durante el cuarto de siglo subsiguiente, esto es, hasta 1961.
Figura 5. Índice de sobrenatalidad. Área Pampeana y Norte Grande Argentino. Años 1914-2010.

A partir de ese entonces, la brecha comenzó a reducirse, muy velozmente durante los primeros 7 años, pues en ese lapso coinciden, enfrentándose, el descenso de las tasas del Norte y el inicio del baby boom pampeano. Pero, desde que concordaron ambos descensos, luego de 1972, la diferencia se mantuvo en valores superiores al 150% durante un cuarto de siglo más.
Esa correspondencia, sin embargo, se interrumpió en los últimos 15 años, solo cuando la natalidad de la Pampa Húmeda, en una alteración de su tendencia, inició un período de crecimiento. Por esta razón, la brecha descendió para alcanzar en la actualidad valores del 120 por ciento.
Las diferencias en la mortalidad infantil
El sesgo cultural tiene su peso en los valores de la mortalidad; y esto se destaca en la comparación entre áreas donde dominan las formas de vida tradicional y aquellas de rasgos modernos.24 Pero en este caso, en el cotejo de los índices de mortalidad infantil de San Miguel de Tucumán y Capital Federal –casi los extremos de la fragmentación argentina–, las diferencias en factores tales como la calidad del servicio médico o del equipamiento hospitalario y la pobreza adquieren destacada relevancia.25 En esta compleja circunstancia, la mortalidad infantil se convierte en un indicador invalorable de la calidad de vida de la población. La brecha que separa ambos procesos se expresa a través del índice de sobremortalidad (Figura 6).
Figura 6. Índice de sobremortalidad infantil de San Miguel de Tucumán con respecto a Capital Federal. Años 1897-2008

La comparación demuestra que en estos 111 años la sobremortalidad descendió. Se redujo –según los valores de los extremos– algo menos de un tercio: desde 250% a fines del XIX hasta 169% en 2008 (Longhi y Bolsi, en prensa). Al mismo tiempo, se observa que en ningún momento la tasa de mortalidad infantil de San Miguel de Tucumán fue menor al 135% de la respectiva tasa de la Capital Federal.
Además, en ese trayecto es posible identificar al menos 3 momentos diferentes según la marcha del índice (Cuadro 2).
Cuadro 2. Sobremortalidad infantil de San Miguel de Tucumán con respecto a la Capital Federal. Años 1897-2008
| Períodos | Duración (años) | Valores inicial y final | Variación (%) | 
| 1897/1938 | 41 | 250.8 – 328.0 | 30.8 | 
| 1938/1970 | 32 | 328.0 o 135.6 | -58.6 | 
| 1970/2008 | 38 | 135.6 o 169.0 | 24.6 | 
| 1897/2008 | 111 | 250.8 o 169.0 | -32.6 | 
Por un lado, entre un extremo y otro de las primeras cuatro décadas, la brecha creció casi el 31%. Esta tendencia general incluye un descenso en los primeros 29 años (en torno al 20%), compensado con un fuerte repunte en los últimos 12 (casi el 65%).26 Obsérvese, además, la coincidencia aproximada de este lapso con los años en que el progreso se consolidaba en la Argentina, y en los que la fragmentación territorial, según nuestra conjetura, alcanzara mayor intensidad.
Por otro lado, en los 32 años subsiguientes (1938/1970), las diferencias se redujeron de manera acentuada. La disminución del orden del 60% redujo la brecha al 135.6%, circunstancia que posteriormente no se volvería a repetir.
En efecto, finalmente, en la últimas cuatro décadas –entre 1970 y 2008– las diferencias crecen casi el 25 por ciento.
El proceso que describen estos tres momentos conjuga los movimientos de las dos tasas, que, a su vez, responden a sendos procesos que expresan no solo el carácter de las políticas sanitarias, sino también la eficacia de la labor de la clase dirigente, el contexto socioeconómico, las capacidades de los agentes involucrados en temas de salud, los recursos disponibles. Expresan, en todo caso, la tendencia a un acercamiento de los valores de la brecha a los de hace más de 100 años.
Conclusiones
Las condiciones de vida de la sociedad argentina se articulan, definen y expresan en una acentuada fragmentación territorial. Esta sería, en tal caso, una medida de la injusticia territorial.
Un carácter básico de esta fragmentación es su persistencia. Ha sido claramente detectada en el siglo XIX y se consolidó a lo largo del siglo XX. La fragmentación –una noción espacial– se articuló con el diseño de la brecha –una noción estadística que precisa de año en año las distancias y diferencias entre los territorios argentinos.
La historia de la fragmentación tuvo un quiebre de profundización que culminó hace unas siete décadas cuando las líneas maestras del progreso y su expresión –la Matriz Territorial Argentina– ya estaban definidas. A partir de ese momento, sufrió alteraciones pero de vigor limitado comparadas con las precedentes. Varias de ellas, inclusive, ahondaron sus rasgos, en un proceso de incesante retroalimentación de la Matriz.
Definió el carácter actual de esa matriz el proceso económico liberal que se sobreimpuso a un territorio culturalmente heterogéneo. Se rescata el papel de esa diversidad cultural de la argentina criolla como agente activo de la “materialización” de la economía de mercado en el territorio nacional.
Se insiste, en tal caso, en que la fragmentación urbana no podría comprenderse por sí sola: está subordinada –en términos de proceso– al diseño de la matriz territorial. En el territorio construido por esa matriz, hoy en día se detectó la persistencia de la fuerte fragmentación norte-sur en la que se inscriben los cuatro sectores –cada uno con sus propios mecanismos de reproducción de residuos, para usar la expresión de Bauman (2005)–, definidos por el carácter de los cambios, durante la primera década del siglo XXI, de las condiciones de vida de los 40 millones de habitantes del país. La miseria cubre a 10 millones de aquellos que, en la década, no han logrado superar la pobreza, pero también a los 4,6 millones que han caído en ella.27
La evolución de las brechas de la natalidad y la mortalidad infantil a lo largo del siglo XX expresan el carácter cultural de la fragmentación, pero también la incidencia de las condiciones de vida y, en su conjunto, el efecto de la consolidación de la MTA.
La que corresponde a la mortalidad infantil describe nítidamente los años en que la fragmentación alcanzara su mayor intensidad; se detectó, además, el claro retroceso, en términos de condiciones de vida, de la sociedad norteña a partir de los años 1970. La brecha de los nacimientos, de mayor sustento cultural, también acusa los efectos de la consolidación de la matriz; pero, además, muestra una particular alteración de su tendencia, pues, por efectos del aumento de la natalidad pampeana (de la Provincia de Buenos Aires especialmente), descendió hasta alcanzar en la actualidad valores del 120 por ciento.
La respuesta a la cuestión central del trabajo se alcanzó a través de los instrumentos metodológicos que constituyen los índices ISCV y MONEP. El ISCV 2001 (Mapa 1) y su validación (Mapa 4) son la muestra central de la fragmentación. Sobre ese sustento, fue necesaria una articulación con los resultados de la MONEP para detectar los caracteres y los cambios de la fragmentación durante la primera década del siglo XX.
En tal caso, las distribuciones espaciales de la MONEP en los trienios centrados en 2002 y 2008 indican la ausencia de cambios sustanciales. El comportamiento que dominó el proceso fue la estabilidad de dichas distribuciones. A su vez, la brecha de la MONEP tiende a mantenerse, también, con escasos cambios en el lapso.
La persistencia de los valores de las brechas en el largo y, especialmente, en el corto plazo y los escasos cambios en la distribución del fraccionamiento territorial de la década en estudio podrían sustentar una conjetura que sostenga que los cambios estructurales y coyunturales para superar la injusticia territorial y colocar a las sociedades menos favorecidas en igualdad de condiciones de vida con las de mejor nivel del país no se produjeron en la intensidad necesaria.
Es notorio, en tal sentido, que el crecimiento económico que caracterizó al país no motivara el correspondiente desarrollo económico, asociándose con lo que Schuldt (2005) llama “bonanza macroeconómica y malestar microeconómico”.
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