Reseñas

Piketty y la Demografía
A fines de 2014, cuando fue editado en español El capital en el siglo xxi, ya se había convertido en el libro más vendido en la historia de la editorial Harvard University Press gracias a su edición en inglés. Pero esta ambiciosa investigación del economista francés Thomas Piketty sobre la distribución del ingreso y la riqueza no era solo un éxito de ventas: también había desatado un debate público inédito para un libro académico de setecientas páginas.
Las principales tesis del libro se sustentan en quince años de trabajo colaborativo —sobre todo con Anthony Atkinson, Facundo Alvaredo y Emmanuel Saez1—, durante los que Piketty logró construir una serie histórica de datos cuyo vigor destacan hasta sus detractores. Con ella, y con un marco analítico potente y simple, logró describir la distribución del ingreso y la riqueza desde comienzos del siglo xviii hasta nuestros días, en las series más largas para los casos de Francia, Alemania, Estados Unidos y el Reino Unido y, para años más recientes, con la incorporación de otros países como Japón. El título es engañoso: el libro no habla sobre el siglo xxi más que de forma lateral. Se centra en la dinámica del capital en los siglos xviii, xix y xx, pero su tono epistemológico —similar al de Marx y otros clásicos de la Economía política—, lo lleva a identificar fuerzas centrales de la acumulación económica desde las cuales conjeturar escenarios para el siglo en que vivimos.
Al día de hoy, las esquirlas del debate siguen rozando una multitud de disciplinas de las ciencias sociales e influyen sobre las discusiones políticas acerca de temas como la distribución de la riqueza, las reformas impositivas y los paraísos fiscales. Aunque los cientos de reseñas sobre El capital en el siglo xxi ya han cumplido la función de describir el libro para aquellos que no lo han leído, interesa revisitar la tesis central de Piketty para explorar el interés que puede tener el libro para la Demografía.
Las conclusiones y los pronósticos más relevantes del libro surgen de estudiar la relación de largo plazo entre la tasa de retorno del capital y la tasa de crecimiento económico. La diferencia entre ambas tasas, típicamente en beneficio de la primera, se resume en la ya célebre r>g. La serie histórica de datos permite a Piketty mostrar cómo una diferencia muy grande entre ambas tasas puede extenderse durante mucho tiempo, propiciando una mayor participación del capital en la economía, y cómo una creciente proporción de los ingresos derivados del capital (y por tanto una decreciente proporción de los salarios) en los ingresos totales favorece la persistencia de niveles sostenidos de desigualdad. Y esto no se vincula a un período excepcional dentro de un ciclo de crecimiento ni a una anomalía del capitalismo, sino al desarrollo de sus tendencias inherentes.
Por cierto, hubo mejoras en la distribución del ingreso y de la riqueza en las décadas centrales del siglo xx, con momentos en los que r no fue mayor que g, pero más que interpretarse como una tendencia del propio proceso —como podría seguirse de atenerse a la curva de Kuznets2—, debe leerse como una consecuencia de la destrucción de capital asociada a las dos guerras más devastadoras de la historia de la humanidad y a las políticas regulatorias y fiscales adoptadas tras el fin de la segunda. Ambos factores mantuvieron a raya las ganancias del capital, pero en ausencia de fenómenos así, nada asegura que los niveles de desigualdad propios del capitalismo patrimonial del siglo xix no retornen en el siglo xxi, por la simple persistencia de r>g. La discusión está dada con datos de los países centrales, por lo que su aplicabilidad en regiones como la nuestra debe ser discutida con mayor detalle.
El libro tiene interés por una cantidad de otros aspectos. En primer lugar, por incorporar los rendimientos de capital y la distribución de la riqueza al estudio de la desigualdad, allí donde suelen prevalecer los estudios de desigualdad de ingresos laborales. Luego, por hacer dialogar las tendencias de la desigualdad personal (la más habitual, resumida en el índice de Gini o en los estudios acerca de cuánto se apropia el 1% más rico) con la distribución funcional del ingreso (entre ingresos del trabajo e ingresos del capital). También por aspectos acaso subsidiarios, como la notable forma en que está escrito o el uso de textos de Honoré de Balzac o Jane Austen para explicar conceptos económicos; por explotar extensiva y creativamente registros administrativos de propiedad e información tributaria; por su mirada normativa, que obliga a discutir meritocracia e igualitarismo; por sus propuestas de «tasas confiscatorias» de alcance global para gravar progresivamente al capital o de eliminación de los paraísos fiscales y fortalecimiento de una institucionalidad que haga posible la tributación global; por haber privilegiado la producción académica en formato libro, favoreciendo el diálogo entre disciplinas y combatiendo la especialización extrema. Además, el libro tiene interés para la Demografía. Hay al menos cuatro motivos por los cuales los demógrafos deberían leerlo.
El primero: las propias tendencias poblacionales juegan un rol importante en la descripción de los patrones de desigualdad descritos en el libro. Aunque suele olvidarse, la tasa de crecimiento económico (g) puede aumentar por mejoras en la productividad per cápita tanto como por el mero crecimiento poblacional. De hecho, el largo período de crecimiento que experimentó la población mundial durante el siglo xx explica aproximadamente la mitad del crecimiento económico del período. Así, el enlentecimiento del crecimiento demográfico —una de las certezas para lo que queda del siglo xxi— favorece el ingreso en una etapa de lento crecimiento económico, un escenario favorable a que los retornos del capital heredado predominen ampliamente sobre los salarios en el total de ingresos.
Con solo imaginar cómo se licúan las herencias repartidas entre diez hermanos y cómo se concentran las que corresponden a un hijo único podemos tener una clara idea de lo que sucede a nivel agregado. En gran medida, es por esta tendencia poblacional, entonces —si no se compensa con medidas políticas y tributarias que combatan sus efectos concentradores—, que el siglo xxi podría ser el del resurgimiento de un régimen del siglo xix, cuando el bajo crecimiento poblacional y económico del planeta reforzaba la importancia del capital en el conjunto de la economía y la estabilidad de las jerarquías. Esta es la dinámica demográfica que facilitaría el «retorno del capital». Se trata de una idea tan sencilla y razonable que resulta extraño cuán poco se la ha incorporado, quizá por la escasa relación entre la Demografía, los estudios de desigualdad económica y los de estratificación social más asociados a la Sociología.
El segundo motivo por el cual los demógrafos harían bien en leer a Piketty es que el libro genera una interesante provocación a refinar este mismo esquema con una descripción más acabada de la dinámica demográfica, más allá del dato crudo del crecimiento poblacional. Para observar cómo las desigualdades se perpetúan, profundizan o atemperan en conexión con las tendencias poblacionales, es necesario profundizar en la lógica de la reproducción social y biológica de las poblaciones, incorporando más elementos que los vinculados al solo crecimiento del stock y conociendo más a fondo las formas de la transferencia intergeneracional de capitales.
Los patrones de homogamia, sin ir más lejos, son un punto central para profundizar en la influencia del capital pasado en la distribución presente de la riqueza y del ingreso, conectando las herencias con las sociedades conyugales. En términos más generales, la conexión entre patrones de desigualdad, nupcialidad y logro de estatus puede dar una imagen más acabada del aporte de la dinámica poblacional a la desigualdad futura, a través de una agenda de investigación que vincule el estudio de las desigualdades con el de la formación de hogares. No es otra cosa que profundizar en la relación biunívoca entre desigualdad y reproducción, que en un contexto de fuerte cambio familiar resulta más compleja que en el siglo XIX.
Es bueno que los demógrafos lean el libro de Piketty por un tercer motivo: ampliar las agendas de investigación que vinculan tendencias demográficas y económicas. Este tipo de investigaciones son intensas y relevantes desde Malthus, pero suelen enfocarse en pocos temas. A saber, a) la relación entre stock y crecimiento poblacional, y generación de recursos o sostenibilidad ambiental; b) la relación entre cambio en la estructura de edades, transferencias intergeneracionales y sistema de pensiones y jubilaciones. Así, el interés suele estar puesto en analizar la población y los recursos en términos agregados; sería más que interesante incorporar con más fuerza la desigualdad de riqueza e ingresos.
Pero hay una cuarta razón. Aunque no lo diga expresamente, si leemos el libro con los ojos de la Demografía, Piketty nos recuerda que el estudio de la desigualdad puede y debe auxiliar nuestra explicación de los comportamientos demográficos. Es cierto que la desigualdad no es ajena a las explicaciones más usuales en la investigación sociodemográfica, al menos en la acepción menos exigente del término: es práctica común construir evidencia de diferenciales de algún comportamiento según variables que estratifican la población. Pero queda mucho por hacer en la incorporación de estas variables de estratificación en una cadena causal que incorpore los mecanismos o canales por los cuales la desigualdad incide en los comportamientos demográficos. En términos micro, ¿qué implica que variables como la de nivel educativo «funcionen» a la hora de predecir variables de resultado asociadas a comportamientos demográficos, como la fecundidad? Podemos describir los resultados empíricos con facilidad, pero no resulta tan fácil ir más allá: como factor explicativo, el nivel educativo podría fungir de proxy de lugar en la estratificación social vertical, constituir un indicador de capital humano, dar cuenta del efecto de orientaciones normativas asociadas a la educación, de la privación relativa de ese atributo respecto al resto de la población, o de alguna otra cosa. Así como Watkins3 mostró en un conocido artículo que la incorporación de la variable sexo a los modelos de la Demografía restringía a las mujeres a explicaciones muy estrechas de los comportamientos que protagonizaban, la incorporación de los patrones de desigualdad a las explicaciones demográficas puede permanecer muy limitada si no se profundiza su rol en la estructura de la explicación que la incorpora.
Esto a nivel micro, pero los hallazgos de Piketty sugieren que hay trabajo por hacer a nivel macro, sobre todo si la desigualdad tiende a asentarse en la línea de lo predicho en el libro. ¿Cómo tienden a ser la fecundidad, el cambio familiar o la movilidad interna de una población cuyas desigualdades estructurales son más altas que en otra? Si los niveles de desigualdad generan efectos en algunos rendimientos colectivos de las poblaciones, tal como han mostrado autores como Wilkinson y Pickett,4 queda por saber en mayor detalle cómo estos niveles modifican su dinámica demográfica. Y esto tiene especial sentido para la investigación sociodemográfica latinoamericana, donde los comportamientos suelen tender a una lógica dual, alineada a las desigualdades entre estratos. Por todo eso, nuestra comunidad académica puede beneficiarse specialmente de la investigación interdisciplinaria en torno a estos temas.
Notas