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Debates para construir una comunicación sin desarrollo
Katrina Salguero Myers
Katrina Salguero Myers
Debates para construir una comunicación sin desarrollo
Debates for building a communication free of development
La Trama de la Comunicación, vol. 27, núm. 2, pp. 11-46, 2023
Universidad Nacional de Rosario
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Resumen: El presente artículo propone un debate en torno a la comunicación y el desarrollo, especialmente problematizando sus relaciones conceptuales e históricas. El escrito se basa en una investigación doctoral concluida en 2022 que supuso una reconstrucción teórica y en profundidad de las doctrinas del desarrollo y sus debates en el campo de la comunicación.

Desde esa tarea, el texto tensiona las lógicas del desarrollo con la comunicación humana: el primero, supone un desenvolvimiento de algo a priori, íntimamente unido a la producción de valor; el segundo, entendido como proceso sin garantías, como “proyecto”. Se reconstruye la relación de subordinación que la comunicación ha tenido con el desarrollo, y se plantean dos nudos conceptuales que han articulado esos conceptos: i) el desarrollo y la comunicación unidas por el avance técnico, ii) el desarrollo y la comunicación unidas por la participación y el consenso.

Estos ejes serán interrogados críticamente, en especial valiéndose de la perspectiva de la comunicación/cultura (Schmucler, 1997) y de teorías latinoamericanas afines (Martín-Barbero, 1987, 2015); con miras a construir condiciones de enunciación de la íntima relación que tiene el desarrollo con la producción capitalista, y las limitaciones teóricas y políticas que implica para el campo de la comunicación.

Palabras clave: desarrollo, comunicación, crítica, participación, cultura.

Abstract: The present article proposes a debate concerning communication and development, specially questioning their conceptual and historic relations. The text is based on a doctoral inquiry, concluded in 2022, which implied a theoretical and analytical reconstruction of development doctrines and their perspectives regarding communication.

Parting from such a task, this proposal intends to stress the logics of development with those of human communication, considering that the first implies unfolding something defined beforehand, and intimately related to value. The second, understood as a process with no guaranties, thus, a “project”.

Therefore, at first it presents the subordination relationship that these concepts have had in time, and then presents two conceptual nodes that have articulated them: i) development and communication articulated by technical advance; ii) development and communication articulated by participation and consensus.

These axes are critically interrogated, recurring to the communication/culture perspective (Schmucler, 1997) and other Latin-American theories (Martín-Barbero, 1987, 2015); looking forward to build the conditions for enunciating the intimate bond we have diagnosed between development and capitalist production, but also the theoretical and political limitations it implies for the communication field.

Keywords: development, communication, critique, participation, culture.

Carátula del artículo

Artículos

Debates para construir una comunicación sin desarrollo

Debates for building a communication free of development

Katrina Salguero Myers1
Universidad Nacional de Córdoba y CONICET, Argentina
La Trama de la Comunicación, vol. 27, núm. 2, pp. 11-46, 2023
Universidad Nacional de Rosario

Recepción: 27 Julio 2023

Aprobación: 03 Diciembre 2023

Introducción

En los años 80, Jesús Martín-Babero (1987, 2015) propuso a los estudios en comunicación abandonar la mirada centrada en los “instrumentos” para indagar sobre los procesos y las prácticas, esto es, pasar de los medios a las mediaciones. En la misma década, Héctor Schmucler (1997) hablaba de comunicación/cultura como una distinción necesaria, pero imposible de separar. A finales de los 70, Raymond Williams (2000) desarrolló la existencia dual de los simbolismos como materialidades en la vida social, y de la cultura como sistema significante. Además de coincidir en la vinculación entre la comunicación y la cultura, y de reunir en su complejidad la materialidad social con su dimensión simbólica; dichos autores comparten, también, una disposición crítica al capitalismo y su hegemonía. Sus trabajos, a la vez, denuncian las formas de sujeción, existentes y en transformación, y construyen espacios interpretativos no limitados al lenguaje de la dominación, es decir, proponiendo una teorización que, sin olvidar los procesos de explotación y subsunción de la vida al capital, pudieran todavía nombrar, describir, y analizar las derivas, las prácticas de resistencia e impugnación al orden dominante.

Desde esa doble premisa, propuesta por una nutrida tradición de estudios que relaciona la comunicación y la cultura con la producción material del mundo; nos interesa acercarnos en esta oportunidad a analizar críticamente una forma de articulación –la subordinación- y dos nudos conceptuales –la técnica, la participación y el consenso- que han unido a la comunicación y al desarrollo a lo largo del siglo pasado. Sostendremos que las teorías y doctrinas del desarrollo han sido –lógica y prácticamente- inseparables de la lógica del valor (Jappe, 2016), esto es: del capitalismo como modo de producción de la vida social–y no sólo modo de producción económica-, donde la forma mercancía prima sobre cualquier otra significación y relación social. En este sentido, veremos que los dos nudos propuestos remiten a la persistencia de una forma de pensar la comunicación en tanto que instrumento-para-el-desarrollo. Esto supone limitaciones al concepto mismo de comunicación y su campo de reflexiones, y tal crítica se hace viable justamente recuperando autores como los antes nombrados.

Construir una crítica al desarrollo desde la comunicación/cultura, presenta una riqueza y una urgencia para el análisis del presente y de los futuros posibles, no por razones de superioridad epistémica, sino justamente por las tradiciones que, desde el campo, han ido construyendo condiciones de observabilidad de la vida concreta (Jappe, 2016), de la verdad como construcción frágil y no como descubrimiento, y de la comunicación humana como “proyecto” (Schmucler, 1997) y no como dato garantizado.

La idea de “desarrollo” ha sido extensamente debatida desde diversas disciplinas científicas, especialmente la economía y las ciencias políticas; habladas desde actores académicos, organismos multilaterales, corporaciones, Estados, organizaciones de la sociedad civil. Desde mediados del siglo pasado, se construyeron, difundieron y ejecutaron modelos de desarrollo bajo nombres disímiles: teorías modernizadoras del desarrollo, difusión de innovaciones, perspectivas participativas, desarrollo territorial, endógeno, sustentable; y las contemporáneas teorías del desarrollo humano.

Desde la tarea crítica que nos convoca, adelantamos la detección de continuidades entre esas teorizaciones, y reconstruimos una lógica que organiza la relación entre desarrollo y comunicación, que supone la subordinación de la segunda a la primera. Sumado a esto, sostendremos que, al estudiar las doctrinas mismas del desarrollo, su presentación como futuro mejor, definido a priori, como esperanza y garantía de consenso, de entendimiento y de bienestar abstracto y generalizado en el capitalismo; es problemático sino difícil de constatar.

Metodológicamente, la crítica frente al desarrollo no se basa en su falsedad ideológica, en su falsedad histórica, o en la falsedad de sus fines. No es una evaluación mentira/verdad, sino un trabajo de lectura que presenta una versión histórica no narrativizada (Žižek, 2012), donde el futuro no se presenta como acumulación de avances. El tiempo, en tanto línea recta e irreversible, se desdibuja y con él, también, el desarrollo y las promesas de que el camino acumulado ha sido el mejor. “Hay una tradición que es catástrofe” (p. 475), afirma Walter Benjamin (2005), convocándonos a que toda lectura sea un momento crítico y peligroso. En el caso de un análisis del desarrollo esto se vuelve especialmente complejo, en tanto es en sí mismo una narración poderosa y modeladora de la historia del siglo XX en occidente (Escobar, 2007).

Etimológicamente, la palabra desarrollo está compuesta por el sufijo “des” que implica la inversión de la acción (Corominas, 1987). Y “arrollo” que significa envolver o enrollar. El des-arrollo, etimológicamente entonces, habla de desplegar algo, desenvolver algo que estaba arrollado. Así, el concepto tiene tres elementos que nos resultan significativos. En primer lugar, parte de un a priori existente, que puede ser desenvuelto. En segundo lugar, supone una direccionalidad, una acción configurada por aquello que es su punto germinal, esto es, el sentido previsible de ese desarrollo. Sería el caso de la planta que se desarrolla desde la semilla, o del papel que se desarrolla de un rollo (Esteva en Sachs, 1996; Corominas, 1987). En tercer lugar, la palabra supone una dimensión de la publicidad, de “mostrar”, de develar algo y ponerlo expuesto en tiempo y espacio. Esos elementos, como veremos, resultan centrales en distintas conceptualizaciones del desarrollo y, desde esa lógica, la exclusión del conflicto, la linealidad y acumulación son elementos centrales.

El desarrollo en su sentido económico-político-cultural también supone un punto de partida A, que contiene en sí la capacidad de ir a un punto B, definido a priori. Si decimos que un país o región “puede desarrollarse” –en cualquiera de sus sentidos- es porque hay un horizonte que es deseable y puede ser descrito y alcanzado. Así, el carácter normativo del desarrollo, que define lo que debe suceder, se ha presentado en muchos momentos como natural y evidente aunque, como supone nuestra perspectiva teórica, no puede ser sino histórica y cultural, y es justamente su necesariedad la huella de su carácter ideológico (Žižek, 2012).

Ahora bien, en el intento de poner en tensión los conceptos de comunicación y desarrollo, es interesante avanzar sobre la etimología de la palabra “comunicación”, la cual deriva del latín communicare, que viene a su vez del vocablo communis, que refiere a lo común, a la comunión, a la comuna (Corominas, 1987). Combinándolo con distintos sufijos, vemos que commun(icare) refiere a tender a, convertir algo en. El sufijo -ción lo transforma en una acción.

La acción refiere a la de poner en común. Por ello, también tiene una orientación pero no es a un destino predicho sino una orientación que supone otros actores, y supone un cambio. El término, entonces, no habla de compartir algo como acción restrictiva a un tipo de elemento o un público específico, ni se limita a un modo de compartición o sólo a poner en común aquello que ya delimitado -lo que otros ya tienen, ya piensan, o ya saben-. Supone, en cambio, algo que se ofrece a otros, sin garantías, sin a priori de respuesta, de aceptación, o de paz.

Si miramos el prefijo com-, afirman los estudiosos que es una expresión del prefijo con- que era modificado cuando detrás iba a una “m”. Ese prefijo, habla de la totalidad, lo entero, lo completo. Supone, así, que hay una totalidad a la que o con la que se comparte algo. Communion, refería también a deberes u obligaciones frente a lo común, dar y recibir.

Comunicación y desarrollo, vocablos distintos que permiten pensar de diferente modo la articulación de lo público, lo común, lo social y sus temporalidades y horizontes. Como del desarrollo, la comunicación ha tenido en la historia expresiones más o menos normativas, mecanicistas, humanistas y críticas. Ese poner-en-común ha sido descripto de formas muy diferentes. Y la configuración de la comunicación en sus relaciones con el desarrollo es justamente el objeto de este artículo donde, como adelantamos, encontramos la recurrencia de una relación de subordinación de la comunicación, construida como comunicación-para-el-desarrollo.

El desarrollo “ocupa la posición central de una constelación semántica increíblemente poderosa (...) como fuerza conductora del pensamiento y del comportamiento” (Esteva, 1996: 54). Y justamente por eso, lo que está en juego en la lucha ideológica es cuál de los puntos nodales totalizará la inteligibilidad de la realidad (Žižek, 2012: 126).

Valiéndonos de distintas teorizaciones latinoamericanas de la comunicación, construimos una crítica fundada, justamente, en las potencias de lectura de esas tradiciones en tanto ingresos críticos al poderoso discurso del desarrollo, especialmente entendiendo que son las gramáticas de la comunicación humana –y no la lógica del valor- las que permiten interrogar, poner en suspenso, las certezas de desarrollo. Pero también, nombrar lo que su hegemonía produce en los debates de nuestra disciplina.

El artículo presenta, entonces, tres momentos: un primer apartado, donde analizamos la unión entre desarrollo y comunicación articulados por la técnica, recuperando la distinción entre comunicación y conectividad como síntesis de una larga historia de reducción tecnológica y difusionista. En el segundo apartado, avanzamos sobre los otros dos nudos que articulan comunicación y desarrollo en torno a la participación y el consenso. En las conclusiones presentamos nuestra perspectiva sobre la lógica de subordinación que implican esas relaciones para la comunicación, y los límites para nuestro campo disciplinar y para la construcción de horizontes alternativos.

El desarrollo y la comunicación unidas por el avance técnico

Gran parte de la bibliografía y los autores que estudian el desarrollo, narran su gesto fundacional en 1949,en el discurso inaugural de la presidencia de los Estados Unidos de América, de Harry Truman (CBS News, 1949). A partir de entonces, al menos la mitad del mundo comenzó a ser nombrado como “subdesarrollado”, y la misión de ciertos países del Norte fue desarrollar al Sur. Diversos autores como Gustavo Esteva, Arturo Escobar, Sonia Álvarez Leguizamón, Marcel Valcárcel, Wolfgang Sachs; reconstruyen este discurso político como el mojón que dio inicio a la “era del desarrollo” (Sachs, 1996).

El subdesarrollo comenzó, por tanto, el 20 de enero de 1949. Ese día, dos mil millones de personas se volvieron subdesarrolladas. En realidad, desde entonces dejaron de ser lo que eran, en toda su diversidad, y se convirtieron en un espejo invertido de la realidad de otros (...) un espejo que reduce la definición de su identidad, la de una mayoría heterogénea y diversa, a los términos de una minoría pequeña y homogeneizante. (Esteva en Sachs, 1996: 36)

Truman enumeró, en aquel discurso, cuatro puntos que serían su agenda, siendo el cuarto el que se entiende como fundando la era del desarrollo: un llamado a “embarcarnos en un nuevo y audaz programa para hacer disponibles los beneficios de nuestros avances científicos y el progreso industrial para la mejora y crecimiento de áreas subdesarrolladas” (CBS News, 1949).

En el discurso, la descripción de esas áreas subdesarrolladas está explícitamente asociada a la miseria, la comida inadecuada, las enfermedades. “Su vida económica es primitiva y estancada” (CBS News, 1949); “Su pobreza es una limitación y una amenaza tanto para ellos como para las áreas más prósperas” (CBS News, 1949). Luego, afirma que por primera vez en la historia de la humanidad se poseía “el conocimiento y la habilidad para aliviar el sufrimiento de esas personas”.

Tal como luego lo planteara Walt Withman Rostow (1959) en su teoría de los estadios del desarrollo, la sociedad de consumo masivo se constituía en el horizonte al que todas las sociedades debían aspirar, íntimamente vinculado al desarrollo del capitalismo, la ciencia, el urbanismo, y los valores occidentales y modernos. Por esta pista, el desarrollo era sinónimo de crecimiento capitalista y superación de la pobreza, donde la ciencia, la técnica y el cálculo tendrían un lugar central.1

Desde estas perspectivas modernizadoras del desarrollo y de la comunicación, se parte de un diagnóstico y un objetivo que no son pasibles de cuestionamiento –tal y como veíamos que estaba implícito en la etimología del término-. Suponen la transparencia de la necesidad, y la unívoca interpretación del bien común devenido dato.

Uno de los primeros intelectuales de América Latina en tematizar la vinculación entre comunicación y desarrollo fue Luis Ramiro Beltrán. A principios de los 60, este autor recuperó con interés los desarrollos de Wilbur Schramn, y trabajó junto a Everett Rogers en Estados Unidos. Beltrán bregó por una “comunicación para el desarrollo”, y se desenvolvió en distintas redes de estudios de la comunicación y en organismos internacionales como la Organización Panamericana de la Salud y UNESCO.

En los primeros años de su trabajo sobre el tema, Beltrán analizó las distinciones entre países tradicionales y modernos, y centró su lectura en una hipótesis deudora de Schramm y Daniel Lerner: en tanto el desarrollo necesitaba no sólo de crecimiento económico, sino también de cambios culturales, los sistemas de comunicación masivos y tecnificados eran un medio a la vez que indicador central en su nivel de desarrollo.

En 1973, en la revista Chasqui, Beltrán afirmaba:

Estudios realizados en muchos países del mundo, incluyendo los de Latino América, han proporcionado evidencia de que existe una clara correlación entre el desarrollo general de un país y el desarrollo de su sistema de comunicación. Los países más desarrollados tienen los sistemas de comunicación más avanzados y los países menos desarrollados tienen los sistemas de comunicación menos avanzados. Ello quiere decir que los medios de comunicación social tienen -tal como lo afirma Lerner- influencia en el estado de desarrollo de los países y que, a la vez, el estado de esos medios es susceptible a la influencia de aquel desarrollo. (Beltrán, 1973: 52)

En consonancia con los paradigmas de la época, Beltrán hablaba de “países en transición”, renombrando a los “subdesarrollados”, enfatizando en su necesaria orientación hacia el desarrollo en sentido modernizador y capitalista. La definición de aquellos tempranos escritos presentaba una mirada en la que convivían dos sentidos de la comunicación: la mediada tecnológicamente, indicadora de desarrollo; y la interpersonal y comunitaria, indicadora de sociedades tradicionales.2 Dichas asociaciones conceptuales llevaron al joven intelectual Beltrán a hacer afirmaciones que no sostendría más adelante en su carrera,3 pero que sí permiten ilustrar un pensamiento de la época traducido en una perspectiva de la comunicación: a la comunicación moderna se accede en tanto comunicación tecnológicamente mediada y en tanto que información disponible por medios técnicos.

Una expresión muy popularizada fue la propuesta del desarrollo como innovación. El más importante en esta escuela fue Rogers, autor de “Diffusion of innovations” (1995). Este sociólogo norteamericano presentó en la década del 60 una teoría que sería nodal en la consolidación del protagonismo de las mediaciones tecnológicas en la vida cotidiana -siendo en el presente uno de los libros de ciencias sociales más citado-. En la teoría de difusión de innovaciones se propuso una relación muy específica entre estudios de comunicación, tecnologías y la “promoción” en otras áreas de la vida institucional y social, como la salud, la educación, la agricultura, etc.

Desde esta perspectiva, la comunicación se entiende como recepción y aceptación de una verdad trasnmitida e incuestionable. Lo “nuevo” es esencialmente deseable, progresivo, y no puede ser cuestionado, aunque siempre lleva implícito un cierto grado de incertidumbre -lo que significa “la falta de predecibilidad, de estructura, de información”-: “De hecho, la información es un medio para reducir la incertidumbre” (Rogers, 1995: 6). Vemos que, así, se completa un esquema fuertemente racionalista, donde la comunicación y el saber implican un dominio sobre lo real, y la comunicación nos acerca a la certeza –y no, por ejemplo, a la duda o a la pluralidad-. La transparencia del mundo es lo deseable, y se construye con información: “Información es una diferencia en materia-energía que afecta la incertidumbre en una situación en la que una elección existe entre una seria de alternativas” (Rogers, 1995: 6).

La idea de “innovación” oculta que la novedad fue decidida y elaborada en otro lado, mientras que lo que se espera del subdesarrollo, al igual que en la propuesta de Rostow, es más bien la imitación.4

En esta línea, diferentes pensadores contemporáneos recuperan tal tradición del desarrollo como modernización, y el rol de la comunicación como solución tecnológica y disponibilidad de información. Manuel Castells (2002), por ejemplo, caracteriza el desarrollo y el subdesarrollo global vinculado al acceso tecnológico y la conectividad, entendiendo que esto es definitorio en el nuevo orden económico. Castells elige como uno de los indicadores de subdesarrollo la falta de acceso a internet y la inclusión en el mundo globalizado. Y refiere a un nuevo desarrollo: el “infodesarrollo” (2002: 98). El conocimiento y la información son, a su entender, los elementos claves de la productividad. Y la conectividad es la clave de la competencia global y el modelo de los países “desarrollados”, en este sentido, es una vez más el horizonte deseable al que aspirar. La comunicación como medio y soporte de información pretendidamente neutra es presentada como la clave para el desarrollo.5

Lejos de las preocupaciones que otras autoras plantean en torno a la sociedad conectiva (Van Dijck, 2016; Zafra, 2012), Castells presenta una perspectiva de gran reconocimiento en nuestro presente, donde la digitalización es en sí misma sinónimo de desarrollo.

La información, como lo sostuvo Rogers, es un medio para trabajar sobre un problema central: no la desigualdad o la crisis ambiental, sino la incertidumbre. Conjurar la incertidumbre, obturar la duda, ordenar la plegaria (Michelson, 2022), y limitar los horizontes de lo deseable con respuestas conocidas: son estos algunos efectos ideológicos del desarrollo.

Con la consolidación de la mirada modernizante, capitalista, occidental y difusionista; la comunicación es fuertemente limitada, muchas veces devenida sinónimo de los medios tecnológicos que son soporte de la transmisión y, lo que es aún más importante: adquiriendo sus cualidades. Comunicación, en esa mirada reduccionista, no es ya el acto de poner en común, sino la garantía de circulación, el “acceso”, la eficacia y eficiencia en los resultados. Lejos de ser aquel punto de partida etimológico, en que se pone algo a disposición de otros, abriendo un campo de posibilidades y riesgos; ahora la comunicación es la llegada, pacificada. No es ya una acción de quienes ponen en común como acto de arrojo; sino el acto de aceptación de quienes reciben, o muchas veces, llanamente el borramiento de su carácter de acción: comunicación es un resultado, un espacio, una velocidad, una cantidad de información o de minutos. Así, comunicación devenida en cálculo, data; se ata al desarrollo como cifra y como realidad cifrada: difícil de leer y pre-dicha, fuera de toda duda.

En ese sentido, recuperamos la preocupación de José Van Dijck (2016) respecto a la distinción entre comunicación y conectividad, hoy frecuentemente –e ideológicamente- usadas como sinónimos. La autora afirma que hemos pasado de una comunicación en red a una socialidad moldeada por plataformas; de una cultura participativa a una cultura de la conectividad. La comunicación humana, el encuentro significante siempre riesgoso y nunca garantizado (Schmucler, 1997), debe ser estudiado desde dimensiones cualititativas. Pero la conectividad, los datos, los algoritmos, son algo distinto, una dimensión “maquínica”, cuantitativa, que no puede ser sinónimo de la anterior. Si la velocidad, el almacenamiento, la repetición, la seguridad y la transparencia son valores de la conectividad, ¿son esos los rasgos definitorios de la comunicación humana?

Schmucler, desde una mirada muy crítica de la tecnología como opuesta al “resplandor del espíritu del hombre” (Schmucler, 2019a: 468-469) recupera que techné y poiesis eran entendidas en el mundo antiguo como un mismo acto, es decir, un tipo de saber racional, transmisible, conectado a la polis, al espacio del bien común, una acción orientada a fines que eran puestos en discusión. Cuando se las separa, sin embargo, la techné se presenta como opuesta a la poiesis, a la creación, y pasa a ser la no-creación, la repetición sin ética, sin polis, una técnica que domina al mundo y al ser humano porque actúa en ella sin cuestionamientos, sin “acto creador”.6

Si comunicación y conectividad no son sinónimos, existe sin embargo una avanzada del segundo sobre el primero en términos de experiencia social; proceso que es inescindible de lo que Guy Debord llama “La sociedad del espectáculo” (1995). Tal conceptualización, lejos de referir a los medios masivos de comunicación, como muchas lecturas simplistas difunden; refiere a una existencia donde la escisión fundada en la mercantilización de la vida triunfa como forma social total: nos separa como individuos que, en tanto que aislados, nos vinculamos a otros; sujetos que vemos en el mundo producido no el fruto de nuestra creación sino una naturaleza que nos es ajena y a la que se “accede” como consumidores. “El espectáculo es el momento en el cual la mercancía ha llegado a la ocupación total de la vida social. No solamente la relación a la mercancía es visible sino que no se ve más que ella: el mundo que se ve es su mundo” (Debord, 1995: 24, afor. 42).

El abordaje desde la tradición de la comunicación/cultura nos permite tematizar crítica y culturalmente la mediatización social, sin olvidar la pregunta por los horizontes posibles y deseables para la vida. Y justamente en este punto, una mirada crítica del desarrollo resulta nodal: porque la idea de la conexión, del avance técnico, del progreso, el crecimiento y la acumulación han hegemonizado el pensamiento científico y político durante gran parte del siglo XX. Y su hegemonía hace cada vez más difícil pensar por fuera de su realismo, a riesgo de ser descalificados como utópicos (Žižek, 2003; Fisher, 2016). Como sostuvo Martín-Barbero, el modelo de la conectividad supone un peligro para la comunicación humana:

(...) las dos instancias del circuito –emisor y receptor- se presuponen situadas sobre el mismo plano y el mensaje circula entre instancias homólogas. Lo que implica no sólo el idealismo contra el que ya Lacan planteó la cuestión del código como como espacio de dominio revestido de “encuentro”, sino la presunción de que el máximo de comunicación funciona sobre el máximo de información y éste sobre la univocidad del discurso. Con lo que se hace impensable todo lo que en la comunicación no es reducible ni homologable a transmisión y medición de información. (Martín-Barbero, 1987: 223)

El desarrollo y la comunicación unidas por la participación y el consenso

Otro de los grandes nudos que han articulado la comunicación y el desarrollo radica en propuestas que, a diferencia de las teorías modernizadoras con su énfasis en la difusión, el crecimiento técnico y la imitación como indicadores del desarrollo; tematizan la participación de los actores sociales como fundamento y medio de aquel. Entre ellos, se encuentran los aportes de Juan Díaz Bordenave (1977, 1989), Luis Ramiro Beltrán (2006) y María Rosa Alfaro Moreno (1996).

En su trayectoria, Díaz Bordenave trabajó en torno a dos ejes que resultan importantes a los fines de este artículo: por un lado, su interés por la ruralidad latinoamericana, un oficio por conocer las formas de vivir y producir en los campos del Sur Global; por otro lado, su preocupación por el desarrollo y especialmente por el lugar asignado a la palabra y a los intereses de los sujetos –no objetos- de las políticas. Este pensador realizó tempranas críticas a los modelos difusionistas de la comunicación, aunque nunca abandonó la idea de un desarrollo deseable, que necesariamente vendría de la mano de una apuesta política participativa y educativa. En 1977, el autor afirmaba que “Una de las cuestiones que estamos aprendiendo en América Latina es que los estudios e investigaciones en innovación tecnológica y de la comunicación no pueden existir como ideológicamente libres y políticamente neutros” (Díaz Bordenave, 1977: 47). Como afirma Aníbal Ouré Pozzo, Díaz Bordenave impulsó otro modelo de desarrollo y comunicación, basado en “la participación activa de los distintos sectores involucrados en el conocimiento de técnicas y procedimientos en el campo, principalmente los campesinos” (Ouré Pozzo, 2017: 66). Estos eran entendidos como sujetos de conocimiento y de acción, suponiendo por ello un necesario diálogo entre toda práctica de intervención y los actores beneficiarios. Según Ouré Pozzo, Díaz Bordenave sostuvo una tenaz crítica a aquella mentalidad de trasmisión que dominaba el vínculo comunicación/desarrollo.

Este pensador tuvo un temprano diagnóstico del carácter normativo, ideológico y construido de cualquier definición de desarrollo. Citamos in extenso por su claridad:

En primer lugar, necesitamos dejar claro que el “desarrollo” no es una entidad que existe objetivamente, como lo sería una piedra o una persona. No existe objetivamente como un proceso en si ya que lo que existen son diversas actividades y fenómenos que de manera arbitraria son imaginados conjuntamente como un todo orgánico. El segundo punto es que todos los conceptos del desarrollo emergen fielmente, de una posición ideológica que refleja los intereses o aspiraciones de algún grupo social –sea de elite o de anti-elite- en un momento histórico. No son, pues, productos de ciencia sino de ideología. En consecuencia, las definiciones de desarrollo, o los modelos propuestos para explicarlo, aunque aparenten ser esquemas explicatorios o descriptivos, en el fondo son todos normativos, pues nos retratan un “estado ideal” acompañado de un esquema necesario para llegar a él (Díaz Bordenave, 1977: 27-28).

En un texto de 1989, Díaz Bordenave planteó que una “sociedad participativa” era el horizonte deseable, e intentó distanciar su visión de las propuestas instrumentales de los organismos internacionales que veían en la participación una técnica para el éxito de sus misiones de desarrollo. Su hipótesis partía de diagnosticar el fracaso de los modelos de desarrollo y el debilitamiento del Estado como garante del bienestar de los ciudadanos. El autor entendía que el achicamiento del Estado, aunque era una operatoria propia del modelo neoliberal; podría, sin embargo, habilitar el crecimiento de la sociedad civil. Díaz Bordenave estaba planteando, justamente, una “sociedad participativa”, y no sólo un desarrollo-participativo, y su mirada intentaba construir horizontes emancipatorios allí donde podría haberse leído solo sujeción y derrota.

En el mismo período, y también desde la comunicación, distintos autores construyeron miradas críticas al desarrollo y lo vincularon con la participación entendida como práctica colectiva, horizontal, democrática y dialógica. Beltrán, muchos años después de sus escritos modernizadores, propuso un modelo de comunicación para el desarrollo “cifrado en el acceso, el diálogo y la participación entendidos como factores interdependientes” (Beltrán, 2006: 65). La comunicación, “se basa sobre el intercambio de símbolos por los cuales los seres humanos comparten voluntariamente sus experiencias bajo condiciones de acceso libre e igualitario, diálogo y participación” (Beltrán, 2006: 65-66). De esta mirada se derivaba lo que llamaba un nuevo modelo de desarrollo, que debía ser un desarrollo democrático:

La comunicación alternativa para el desarrollo democrático es la expansión y el equilibro en el acceso de la gente al proceso de comunicación y en su participación en el mismo empleando los medios -masivos, interpersonales y mixtos- para asegurar, además del avance tecnológico y del bienestar material, la justicia social, la libertad para todos y el gobierno de la mayoría. (Beltrán, 2006: 66)

Las ideas de participación, horizontalidad, bien común, justicia y libertad impregnaban la discusión del desarrollo, sintomáticamente a la salida de un largo proceso de dictaduras cívico-militares en todo el continente, que había marcado a América Latina en los 60 y 70.

Otra autora que a finales de siglo intentaba complejizar la mirada del desarrollo y la comunicación fue Alfaro Moreno, quien sostuvo que la comunicación estaba directamente ligada al desarrollo, “no solo como soporte auxiliar y metodológico al mismo, sino como objeto mismo de transformación de la sociedad y de los sujetos que la componen. Por lo tanto, es medio y fin, aspecto y estrategia global” (Alfaro Moreno, 1996: 11). Desde su perspectiva, las diversas dimensiones de la vida social –en sus palabras, la economía, lo social, los procesos culturales, la política- debían interrelacionarse, es decir: pensarse tramadas pero, a la vez, permitir el involucramiento y conducción de la sociedad: “Lo que significa involucrar el desarrollo humano de las personas y de sus relaciones, contando con su participación e involucramiento” (Alfaro Moreno, 1996: 11)

En los tres autores encontramos una visión de la democracia como diálogo, como búsqueda del consenso, como participación y encuentro. La mirada participativa cuestiona “el concepto de un desarrollo que no cuente con la participación de los sectores directamente afectados, y promueve una comunicación que haga efectiva la participación comunitaria, particularmente de los sectores más pobres y aislados” (Gumucio-Dagron, 2011: 28). En ambas perspectivas el desarrollo se mantiene como un horizonte, difuso pero ordenador, de los esfuerzos políticos e intelectuales. Ese desarrollo supone, a la vez, la idea de un consenso posible, del acuerdo como a priori alcanzable. La comunicación se presenta objeto de transformación y como medio, al servicio del desarrollo.

A finales del siglo XX, las doctrinas propias del desarrollo convergieron con estos planteos desde la comunicación, y se interesaron por propuestas de desarrollo donde la participación multi-actoral encontraba centralidad, como en las propuestas de desarrollo endógeno y territorial.

En los 90, se instaló la denominación del “desarrollo humano”, expresión ideológica que presenta una realidad invertida, donde el momento del valor se presenta como momento humanizado. El Primer Informe del Desarrollo Humano fue elaborado en 1990, de la mano de la primera medición del Índice de Desarrollo Humano (IDH).

Mahbub ul Haq (Sierra Fonseca, 2001) ofició de coordinador de los cinco primeros informes y es quien sintetiza la idea del Desarrollo Humano en el sentido que se trata de “cambiar el foco del desarrollo económico de la contabilidad del producto nacional a políticas centradas en la gente”. Afirmaba que el fundamento de su propuesta del desarrollo humano se debía a la evidencia de que no necesariamente las altas tasas de crecimiento se traducían automáticamente en mejora de los niveles de vida y que nuevas cuestiones surgían acerca del carácter, la distribución y la calidad del crecimiento económico. A esto había que sumar el costo humano extremadamente fuerte de los programas de ajuste estructural de los 80’, que tenían lugar en la mayoría de los países subdesarrollados bajo la influencia del FMI y el BM. (Álvarez Leguizamón, 2008: 139)

El desarrollo humano combinaba la idea de Necesidades Básicas y de empoderamiento de las personas pobres. Por este camino, se profundizó una línea de intervención que hoy es hegemónica en Argentina: la asistencia focalizada y condicionada a necesidades y carencias individualizadas como respuesta a ese “poner a la gente en el centro”, y la multiplicación de espacios/instancias/políticas de participación como promesa y auto-responsabilidad de los pobres.7 Este suplemento de satisfactores-vía-programas de transferencia condicionada y asistenciales, naturaliza la vida en la pobreza estructural, y promueve “la vida en la lábil línea de la indigencia (...) produciendo vida también pero no en términos de ‘bienestar’ sino a escala biológica. Es una biopolítica que puede ser considerada como en la flotación entre la vida y la muerte” (Álvarez Leguizamón, 2008: 143).

Desde la perspectiva histórica que venimos construyendo, la promoción de la participación se construía ante la tragedia. El énfasis en “lo humano” del desarrollo pareciera una aclaración que deja en evidencia la violencia del llamado “desarrollo” –que además obliga a poner en suspenso la posibilidad de una historia del desarrollo como algo positivo-.

En esta línea de reflexión, el desarrollo humano se presenta con un claro perfil de clase y marca un viraje clave en los años posteriores a los 90: desarrollo para las clases subalternas es el nuevo desarrollo, que no espera una vida abundante para todos, como prometiera Truman, sino un específico modo de desarrollo en base a elementos mínimos para una vida de subsistencia. Y, en la misma operación, el destino de los grupos dominantes se mantiene fuera de agenda: en el tiempo del secreto generalizado (Debord, 1988), la acumulación de capital pasa a un sutil detrás de escena y logra escapar al mundo del debate público de su crecimiento.

La importancia otorgada a las capacidades, oportunidad y participación de las personas en el desarrollo humano construye un nuevo lugar para la comunicación, vinculada fuertemente a la idea de planificación estratégica, de diálogo, consensos, y concertación. Así, la perspectiva de desarrollo humano recupera los aportes de las propuestas participativas, construyendo una torsión perversa donde esa intervención de los actores deviene auto-valía de los sectores populares y subsariedad del Estado (Álvarez Leguizamón, 2008).8

Hasta acá hemos recorrido temporalmente diferentes concepciones del desarrollo y la comunicación, articuladas por la técnica y la conectividad en el primer caso, y por la participación y el acuerdo en el segundo. Intentaremos, para cerrar, sacar algunas conclusiones sobre esas relaciones y posibles horizontes para la teorización y el análisis empírico desde el campo comunicacional.

Conclusiones: comunicación como proyecto y conflicto

El recorrido que realizamos nos permite reconstruir algunos debates del campo comunicacional desde una mirada distinta, donde se relacionan perspectivas del desarrollo y de la comunicación, anudadas en torno a distintos ejes.9Ya sea reconociendo las dinámicas territoriales y proponiendo espacios de diálogo, o apostando por los medios y el acceso a las tecnologías; las dos vías comparten la voluntad del desarrollo como horizonte, definido dentro de la vida-posible-en-el-capitalismo. La comunicación ha sido, en estos aportes, instrumentalizada y construida como herramientas para otro fin. Cuando ha sido nombrada como fin, fue fuertemente limitada y normativizada: la comunicación como consenso, como acuerdo, como horizontalidad pacífica. En ese sentido, una primera conclusión es la constatación del rol subsidiario que asume la comunicación en gran parte de los modelos de desarrollo: comunicación para -otra cosa-. Y una segunda refiere a las fuertes limitaciones que sufre en los abordajes centrados en el desarrollo.

En un trabajo más exhaustivo de historización que excede las posibilidades de este artículo (Salguero Myers, 2022), hemos trabajado un análisis diacrónico donde fue muy difícil encontrar teorías del desarrollo que permitan pensar por fuera de las matrices del realismo capitalista (Fisher, 2016). Hasta este punto, sólo las teorías de la dependencia de los años 60 y 70 lograron invertir la carga semántica y enunciar la palabra desarrollo ya no como promesa o benne per se (Esteva en Sachs, 1996) sino más bien como denuncia. Por momentos, también, los planteos de Díaz Bordenave (1989) en torno a una sociedad participativa y no sólo un desarrollo homónimo, hacen lo propio.

Las doctrinas del desarrollo parten de un acuerdo público y claro en torno a la bondad y necesidad de la dirección del “cambio”, aunque mantienen en suspenso, sino oculto o inasible, los fundamentos y la historia de esa orientación, así como la decisión que organiza la regla. Y en este mismo sentido, la comunicación parece ser un innegable instrumento para la paz, la concordia, el acuerdo.

En cambio, como hemos visto, la comunicación como conflicto es ponderada en general como negativa, evitable e indeseable. Así, vemos una inversión clave en la comprensión del presente, con importantes consecuencias políticas. La resistencia a la comunicación en clave de conflicto es nodal: sea como adopción por imitación de tecnologías o formas culturales, o sea bajo el precepto de la participación y el activismo en marcos predefinidos y no antagónicos; el conflicto está excluido, presuponiendo el desarrollo como horizonte pacífico. Sin embargo, entendemos que sería desde el conflicto donde se podría poner en crisis la realidad y los sesgos ideológicos, construyendo condiciones para nombrar la mercancía y su proceso contradictorio, y encontrarnos con los otros construyendo nuevos ordenes simbólicos/ nuevos horizontes.

Si detrás del apacible orden de los presentes hay una disputa, entonces se demanda hablar un lenguaje del conflicto, pensar la subversión de la comunicación y no desde la comunicación, como instrumento para otro fin.

Desde distintos territorios y tradiciones intelectuales, se han ido construyendo teorías que comparten el abierto rechazo a todo lo que sea considerado “Desarrollo”. Muchos de estos autores ya han sido referidos en el cuerpo de este texto, porque sin dudas significan una clave de lectura preferencial. Asociados a una crítica al colonialismo, al capitalismo, al cientificismo y a la modernización como llaves de interpretación del mundo y su devenir; los/as intelectuales referidos rechazan cualquier posibilidad de un desarrollo “positivo”. Se incluyen en esta corriente Escobar, Esteva, Majid Rahnema, Gilbert Ritz, Sachs, Raquel Gutiérrez Aguilar (2008) y Silvia Rivera Cusicanqui (2009) entre muchos/as otros/as.

La discusión misma del origen o las causas actuales del subdesarrollo ilustra la medida en que se admite como algo real, concreto, cuantificable e identificable: un fenómeno cuyo origen y modalidades pueden ser objeto de investigación. La palabra define una percepción. Y ésta se convierte, a su vez, en un objeto, un hecho. Nadie parece poner en duda que el concepto aluda a fenómenos reales. Nadie se da cuenta que es un adjetivo comparativo cuya base de sustentación es el supuesto, muy occidental pero inaceptable e indemostrable, de la unidad, homogeneidad y evolución lineal del mundo. Despliega una falsificación de la realidad, producida mediante el desmembramiento de la totalidad de procesos interconectados que constituyen la realidad del mundo, y la sustituyen con uno de sus fragmentos, aislado del resto, como punto general de referencia. (Esteva en Sachs, 1996: 42)

Escobar (2007), apunta a hacer una antropología de la modernidad, justamente por la misma razón: se toma como verdadera y natural una configuración cultural específica, una operación discursiva que, sin más, inventó el Tercer Mundo (Escobar, 2007).

Desde diálogos latinoamericanos, autores como Eduardo Gudynas y Alberto Acosta (Gudynas y Acosta, 2011) proponen la idea de “buen vivir” como alternativa latinoamericana al desarrollo, es decir: no sólo una modificación de la palabra, sino una perspectiva que intenta nutrirse de tradiciones diferentes a las de la economía neoclásica, las ideas occidentales de progreso y modernidad.

Muy relacionado a esto, Alejandro Barranquero (2012) propone recuperar para el campo de la comunicación el concepto de justicia eco social y buen vivir (o Sumak Kawsay, o Suma Qamaña, en aymara).

Para comprender lo que significan estas nociones, conviene recordar que en muchas de las cosmovisiones indígenas de la región andina no existe si quiera la concepción de un proceso lineal del desarrollo o de un estado de subdesarrollo a ser superado o de desarrollo por alcanzar. Por otro lado, la propia concepción de pobreza o subdesarrollo tampoco se suele asociar a la carencia de bienes materiales, de igual manera que la riqueza no se vincula a la abundancia de estos (Acosta, 2008: 34). La categoría tiene más que ver con el concepto clásico griego de vida buena (Robinson y Lefka, 2009) o, en su concepción del aymará boliviano, Suma Quamaña, de una vida buena que introduce un elemento comunitario y solidario (...) Lo que está en juego aquí es la vida misma (Acosta, 2008: 34) o la vida en plenitud (Dávalos, 2011: 201); es decir, una concepción que desborda los límites de un proyecto meramente económico, social o político, y que adquiere el carácter de paradigma regulador del conjunto total de la vida tanto social como natural. (Barranquero, 2012: 73)

Lo interesante de los planteos recuperados es la nominación de procesos, hasta ahora difícilmente tematizables, como la importancia de lo cíclico no acumulativo, del detenimiento como momento necesario, de la felicidad y la bondad por fuera de la mercancía, de una temporalidad no lineal. Ideas muy difíciles de nombrar en la comunicación/cultura del capitalismo actual.

Los aportes permiten analizar cómo la llamada “comunicación para el desarrollo”, en tanto objeto de preocupación teórica y de interés económico-político, también se halla atravesada por las limitaciones epistémicas y políticas de una perspectiva que reserva para la lógica del valor, un lugar incuestionado. Como afirma el comunicador boliviano Erick Torrico Villanueva, nos convocamos a acciones en dos planos:

(...) por un lado, trabajar por emancipar la comunicación de los confines pragmáticos en que se encuentra atrapada y, por otro, avanzar en análisis y propuestas desde la exterioridad del proyecto clasificatorio moderno resumido en la aserción “The west and the rest”. En otros términos, se trata de “des-occidentalizar” la historia para reapropiarse del presente y recomponer las imágenes y las probabilidades de futuro. (Torrico Villanueva, 2013: 273)

Por esto, el autor propone construir una comunicación para salir del desarrollo, abandonando la epistemología, el lenguaje y las utopías que lo construyeron: “comunicación para el des-cubrimiento de uno mismo y de los otros, para el reconocimiento recíproco, para el entendimiento entre diferentes, para la vida en comunidad, en democracia y con paz. (...) Basta, pues, de desarrollo; reencontremos la comunicación” (Torrico Villanueva, 2013: 274).

Desde la pista propuesta por estos autores, cerramos el presente artículo con una hipótesis construida en base a las lecturas teóricas y empíricas realizadas: el desarrollo, en sus distintas materializaciones doctrinarias, configuraciones espacio temporales y formaciones prácticas; es un concepto tan íntimamente unido al lenguaje del valor (Jappe, 2016), que comparte gran parte de su lógica: la centralidad de la acumulación y el crecimiento, un sentido lineal y homogéneo del tiempo, un punto germinal a ser desarrollado, su carácter técnico y cuantitativo, la lógica de la separación y la centralidad del consenso.

En tal sentido, el desarrollo es un concepto etimológicamente negativo –des/arrollo- que da por supuesta una forma inicial que puede ser desenvuelta. Y desde ese centro que permanece incuestionado, se despliega la promesa de lo que debe-ser: el horizonte como lugar mejor, que en las torsiones históricas concretas se ha ido simplificando, achicando, desde una vida deseable de consumo masivo (Truman, Rostow) hasta necesidades mínimas autogestionadas por los pobres (Banco Mundial, 2001, 1998; Streeten, 1999).

En esta línea, los planteos de autores latinoamericanos como Barranquero y Torrico Villanueva coinciden, desde la comunicación, en el abandono de la pregunta por el desarrollo. No porque sea imposible vincularlas, sino por el diagnóstico, que ahora compartimos, de que al hacerlo se va presentando como imposible pensar por fuera de la racionalidad capitalista. Y, agregamos, que esta obturación afecta también la dimensión del deseo, la conquista de aquello que podemos construir como espacios utópicos. La comunicación/cultura, en este exacto sentido, se va presentando como una perspectiva especialmente fértil para construir un objeto comunicacional no-desarrollable, es decir: que no tiene a priori nada que ser desenvuelto, que no confía en el acuerdo, ni generaliza, ni es acumulable ni transparente. Una comunicación, como venimos insinuando, como riesgo, como proyecto (Schmucler, 1997).

Si escribimos en un motor de búsqueda de internet las palabras “comunicación” y “conflicto” todo nos lleva a pensar en la comunicación como solución al conflicto. Nutriéndose de la mirada instrumental de la comunicación, esta se convierte en medio para un fin que no se discute, es decir, la comunicación es una herramienta para algo que está fuera de juego, o en términos derrideanos, ya fundado. Si, en cambio, traemos la poiesis de regreso a la techné, o la pregunta por “el fin” al interior del campo de la comunicación, nos encontramos con que el acuerdo, el orden, el consenso, son horizontes políticos que podemos construir como controversiales.

Más acá y más allá de la oposición medios/mediaciones; o comunicación como instrumento vs. comunicación como comprensión; la pregunta por el conflicto está latente, sólo pacificada con la universalización –hegemónica, ideológica, cognitiva y sensible- de un particular. ¿Por qué no pensar la comunicación como expresión del irremediable conflicto que nos constituye? Esto supone la construcción de una mirada disciplinar que resignifique aquello que se pone-en-común en la comunicación. Frente al lenguaje del valor (Jappe, 2016), que tiende a construir un mundo de equivalencias mediadas por la abstracción, es también preguntarnos por un lenguaje que aborde la insondable no-equivalencia, el trabajo concreto, las cualidades que constituyen el mundo y no sólo las cantidades abstractas, la diferencia, la differánce derrideana.

No es la igualación sino la diferencia lo que permite reconocer al prójimo como otro. La igualación estadística hace del otro alguien igual a mí mismo. Vivir con el otro es un acto de responsabilidad en el que se reconoce, en la finitud del otro, mi propia finitud: único rasgo común que destaca todas las diferencias. La diferencia del otro exige no olvidar que hay un pacto renovado incesantemente, que nos precede y que nos hace responsables, hoy, de que la humanidad continúe. (Schmucler, 2019b: 126-127)

Desde esta premisa, suponer que tenemos que ponernos de acuerdo en la comunicación es un sesgo que obtura su imposibilidad. Pero, además, tiene una fuerte función ideológica, o de cultura afirmativa (Marcuse, 1967): el monólogo espectacular que no deja lugar para el conflicto, o que prevé lugares para el conflicto no antagónico.

Si la comunicación como acuerdo muestra su sesgo ideológico, y en tanto tal, su parcialidad; podemos proponer una dinámica de conflicto por el sentido. En tanto, al decir de Martín-Barbero en su tesis doctoral: “Dialogar es entrar en una relación de persona a persona, es lanzar mi palabra al encuentro no de una resonancia sino de una respuesta” (Martín- Barbero citado en Uranga, 2021, párr. 3), justamente estamos hablando de la construcción de otros que no serán el eco de la identidad. En el mismo trabajo, el autor afirmó que, como fundamento y raíz de la socialidad, “la comunicación viene a ser el tejido en el que se enlazan y se anudan los hombres. De ahí que toda revolución es la búsqueda de una nueva forma de comunicación” (Martín-Barbero citado en Uranga, 2021, párr.6).

Material suplementario
Información adicional

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Notas
Notas
1 El legado más popularizado de Rostow fue su propuesta de los estadios del desarrollo. La obra más conocida se tituló “The stages of economic growth” (1959) en el que construye cinco etapas del desarrollo por las que debían pasar todos los países: la sociedad tradicional; las condiciones previas para el impulso inicial; el despegue; la marcha hacia la madurez; y, la era del gran consumo de masas. En este punto, es importante resaltar el carácter universalista y normativo que radicaba en la propuesta. Ocupaba un lugar central en esa clasificación el PBI de cada país.
2 La comunicación indicadora de desarrollo podía ser medida, por ejemplo, en cantidad de aparatos por habitante. Beltrán retomaba metas como las siguientes, que traducían los usos culturales a consumos de industrias culturales, y que resumían la diversidad cultural a tecnología per cápita: “La UNESCO propuso a los países menos desarrollados que se empeñaran en tener, como mínimo por cada 100 habitantes, lo siguiente: 10 ejemplares de diarios; 5 receptores de radio; ¡2 receptores de televisión, y 2 asientos de salas cinema!. La misma UNESCO encontró que el promedio latinoamericano correspondiente a esos niveles era, en 1961, el siguiente: 7. 4 ejemplares de diarios; 9. 8 receptores de radio; 1.5 receptores de televisión; y 3.5 asientos de salas cinematográficas. Anotó entonces la UNESCO que, descontado el rubro de asientos en salas cinematográficas, las cifras latinoamericanas no sólo se acercaban (y en dos casos superaban) al mínimo indispensable, sino que excedían con ventaja a las cifras del sudeste de Asia y a las de África” (Beltrán, 1973: 53).
3 “(...) además de haber una fuerte dicotomía rural urbana en las oportunidades de acceso a la comunicación, hay una estratificación de la sociedad. Y lo mismo puede aseverarse en cuanto a los distintos niveles socio-económicos y culturales dentro del campo mismo. Consecuentemente, la gran masa de campesinos ignorantes y paupérrimos no sólo está marginada de la economía de mercado. También está situada por fuera de las redes nacionales de información y, por tanto, aislada de la cultura nacional como en todo. El grado de participación que en tales condiciones ella puede tener en la toma de decisiones políticas sobre asuntos de interés público sólo puede ser mínimo” (Beltrán, 1973: 54-55).
4 Como contrapunto a esta perspectiva, en 1980 se publicó el llamado Informe MacBride, titulado “Un solo mundo, voces múltiples” (1980), desarrollado en el marco de un trabajo para la UNESCO (ONU). Dicho informe constituye un hito más que conocido en los estudios de comunicación, que supuso un diagnóstico de las desigualdades internacionales en comunicación e información, apostando por un Nuevo Orden Mundial de Información y Comunicación (NOMIC). Aunque sus resultados prácticos fueron escasos, e incluso abiertamente rechazados como “sovietizantes” por el gobierno norteamericano de Ronald Regan, esta investigación profundizó en un potente diagnóstico de la comunicación global, del rol de las tecnologías y la reproducción desigual, así como de los vínculos entre colonialismo y dependencia económica. El informe proponía “cambios en la estructura de la comunicación internacional” (Mac Bride y otros, 1980: 64), y apuntaba realidades muy comprometidas por el orden tecnológico, informacional y mediático existente. Construyendo una investigación, crítica y a escala internacional, el Informe MacBride implicaría un intento “doloroso” (p.75) y lleno de presiones frente a la denuncia de creciente desigualdad global de la producción material y simbólica, justamente en tiempos “desarrollistas”. Lo llamaron una “corriente en un solo sentido” (p.123), alegoría interesante para pensar la comunicación en el desarrollo.
5 Dice al respecto Manuel Castells: “El conocimiento y la información pueden aplicarse a todas las actividades, tanto en producción como en entrega de bienes y prestación de servicios. Hoy en día, el desarrollo consiste sobre todo en la capacidad de procesar eficazmente la información basada en el conocimiento y aplicarla a la producción y a la mejora de la calidad de vida. El paradigma de la información exige dos factores de producción clave: infraestructura de comunicaciones y procesamiento de la información, y recursos humanos capaces de usarla. Internet es la expresión más directa y fundamental tanto de la infraestructura como de los recursos humanos. La nueva economía es, esencialmente, una economía basada en la mente” (Castells, 2002: 99).
6 En el caso empírico de la ciudad de Córdoba en el período 2017-2019 reconocimos múltiples políticas de desarrollo que presentaban a la técnica, la conectividad, la velocidad, la trasparencia; como las soluciones más importante a los problemas sociales, justificados desde políticas globales y estándares de desarrollo sustentable, puesto así fuera de discusión. Podemos nombrar, por ejemplo, la plataforma de Ciudadano Digital motorizada por el gobierno provincial; el Gobierno Abierto lanzado por el municipio en un amplio proceso de digitalización y “gobernanza”; la Ley de Simplificación y modernización de la Administración, Nº10.618, entre muchas otras. Estas tendencias encontraron en el período de pandemia expresiones todavía más preocupantes.
7 Al respecto, en la investigación doctoral pudimos dar cuenta de una serie de políticas que, tanto desde el Estado provincial como municipal, pero también desde movimientos sociales; coincidían en poner el eje en la participación de los sectores populares, promoviendo la autogestión de sus espacios vitales, de su trabajo y de sus barrios. Esto, aunque en cierto momento se presentaba como esperanzador y democrático, también implicaba consagrar el rol secundario y “mínimo” del Estado en garantizar derechos sociales, devenidos pisos básicos de supervivencia. Podemos mencionar: los Consejos de Cuadrantes del Gobierno Provincial, y los Parques Educativos de la Municipalidad de Córdoba. A estos se suman los programas de transferencia condicionada más extendidos a nivel nacional, como el Potenciar Trabajo, que suponen la cooperativización de emprendimientos autogestivos y de ayuda mutua.
8 Uno de los elementos más interesantes de esta época de doctrinas sobre el desarrollo –que no podremos profundizar en esta oportunidad- es el lenguaje técnico que permite nombrar los fracasos y la crueldad del devenir del desarrollo, y re-elaborar propuestas, a penas reformistas, desde lenguajes científicos festivos. Los Objetivos de Desarrollo Sostenible 2030 (ODS) son, a nuestro entender, un ejemplo de esto. En 2015 la ONU elaboró los ODS, y el camino trazado involucra, tanto el compromiso de los Estados como de cada persona. La CEPAL, por su parte, difundió los ODS para el continente, y afirmaba: “Esta nueva hoja de ruta presenta una oportunidad histórica para América Latina y el Caribe, ya que incluye temas altamente prioritarios para la región, como la erradicación de la pobreza extrema, la reducción de la desigualdad en todas sus dimensiones, un crecimiento económico inclusivo con trabajo decente para todos, ciudades sostenibles y cambio climático, entre otros” (CEPAL, 2018: 5). Aunque la directora de la CEPAL califica los 17 objetivos y 169 metas como “ambiciosos y visionarios” (p.5), desde la perspectiva histórica que venimos construyendo parecen más pisos mínimos de supervivencia de la especie y superación de las calamidades del mundo moderno. Entre los ODS figuran: poner fin a la pobreza extrema, eliminar el hambre y lograr seguridad alimentaria, garantizar una vida sana, garantizar una educación inclusiva, etc. Veremos cómo, además, la gran maquinaria estatal y no-gubernamental que construye metas y planes, trae implicadas también grandes esfuerzos humanos y materiales en el seguimiento de estas metas
9 Proponemos para otra oportunidad la continuidad de estos debates en pensadores/as contemporáneas y de nuestra región, que realizan un valioso aporte a los debates sobre el desarrollo y la comunicación. Especialmente recomendamos los trabajos de Sandra Massoni y Gustavo Cimadevilla.
Notas de autor
1 Dra. Mgtr. Katrina Salguero Myers.

Estadounidense, residente argentina.

Facultad de Ciencias Sociales y Facultad de Ciencias de la Comunicación, Universidad Nacional de Córdoba. Instituto de Estudios en Comunicación, Expresión y Tecnologías (CONICET y UNC)

ORCID: 0000-0003-1785-6369

Área de estudios: comunicación, espacios urbanos, desarrollo, procesos de socio-segregación, acción colectiva, cultura, experiencias sociales, crítica ideológica.

Teléfono: 0351-155299891

Correo electrónico: k.salguero.myers@unc.edu.ar

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