Ensayos

VEJEZ, CIENCIA Y PODER: NOTAS MARGINALES A LA FORMULACIÓN DEL CAMPO DE LA EDAD

OLD AGE, SCIENCE AND POWER: MARGINAL NOTES TO FIELD DEVELOPMENT ON AGE

VELHICE, CIÊNCIA E PODER: NOTAS MARGINAIS NA FORMULAÇÃO DO CAMPO DA IDADE

Mario O. Moya 1
Universidad de Chile, Chile
Claudio Aguirre 2
Universidad de Tarapacá, Chile
Carlos Mondaca 3
Universidad de Tarapacá, Chile
Ximena Cea-Nettig 4
Universidad Nacional Andrés Bello, Chile
Claudia Bustamante 5

VEJEZ, CIENCIA Y PODER: NOTAS MARGINALES A LA FORMULACIÓN DEL CAMPO DE LA EDAD

Interciencia, vol. 42, núm. 1, pp. 63-68, 2017

Asociación Interciencia

Recepción: 27/01/2016

Corregido: 27/12/2016

Aprobación: 29/12/2016

Resumen: Durante los últimos años, las ciencias sociales y disciplinas como la salud pública han mostrado versiones de la vejez chilena como un fenómeno apolítico, como resultado del proceso modernizador del Estado y de las mejoras sanitarias en el país. Sin embargo, en este ensayo sostenemos que el envejecimiento y la vejez de la población corresponden a procesos eminentemente políticos, de gestión y cálculos asociados a la población por parte del Estado neoliberal. La discusión se concentra en cómo la vejez, y en general las edades, son atravesadas y producidas por lógicas de poder que intentan resolver hoy el binomio ‘vejez/gasto’.

Palabras clave: Edades, Funcionalidad, Gerontogubernamentalidad, Poder, Vejez..

Abstract: In recent years, social sciences and disciplines such as public health disclosed versions of Chilean aging as a neutral phenomenon, as a result of the modernization process of the State and health improvements in the country. However, we argue in this essay that aging and aging of the population are eminently political processes, based on the management and calculations made by the neoliberal State on the population. The discussion focuses on how aging and generally ages are tangled and produced by the logic of power, which is nowadays trying to solve the binomial ‘old age/expense’.

Resumo: Durante os últimos anos, as ciências sociais e disciplinas como a saúde pública têm mostrado versões da velhice chilena como um fenômeno apolítico, como resultado do processo modernizador do Estado e das melhoras sanitárias no país. No entanto, neste ensaio sustentamos que o envelhecimento e a velhice da população correspondem a processos eminentemente políticos, de gestão e cálculos associados à população por parte do Estado neoliberal. A discussão se concentra em como a velhice, e em geral as idades, são atravessadas e produzidas por lógicas de poder que tentam resolver hoje o binômio ‘velhice/gasto’.

Introducción

Los estudios acerca del envejecimiento y la vejez de la población desde las ciencias sociales y la salud pública no han aportado, según creemos, un análisis respecto de las lógicas de poder que entraña dicho proceso sociodemográfico, sino por el contrario, meras aproximaciones que no hacen más que reproducir los discursos dominantes de los modelos del envejecimiento activo, saludable o positivo.

Al revisar la producción existente en Chile en ciencias sociales y de la salud, gran parte de ella otorga un papel fundamental a las experiencias vitales del envejecimiento exitoso; ya sea porque los viejos se mantienen ‘activos/productivos’, por lo tanto funcionales, con roles asociados a la economía (destacando su permanencia en las lógicas de mercado), a la familia (especialmente con aquella visión idílica del abuelazgo) o al divertimento asociado al programa estatal chileno de vacaciones para la tercera edad.

En la producción de un discurso siempre ‘en positivo’ en torno a las ventajas del autocuidado y de la participación social, el Estado apunta a la responsabilización individual (Schild, 2000; Boccara, 2007) de los estados de buena salud (envejecimiento exitoso y funcional) o de enfermedad (envejecimiento disfuncional asociado, especialmente, a las enfermedades crónicas), invisibilizando aquellas dimensiones estructurales y de clase que actúan sobre todo en la población envejecida más vulnerable, como barreras en el acceso a bienes y servicios promovidos por el mismo Estado y el mercado.

Asimismo, la lógica de responsabilización individual no sólo operaría en los ámbitos de la salud del cuerpo, sino que también en la definición de prácticas que se asocian a la participación y organización social de los envejecidos en comunidad. Sustentadas en el binomio inclusión/exclusión; binomio que por cierto ha caracterizado el manejo de las llamadas ‘minorías’ por parte de los Estado neoliberal y ‘democrático’, un grupo no menor de los envejecidos en Chile queda excluido de los procesos de asignación de recursos que otorgan los fondos concursables de financiamiento público al encontrarse al margen de las organizaciones e instancias formales que el Estado define como óptimas y operativas.

Así planteado el escenario, estimamos necesaria la revisión y problematización de algunos temas que nos parecen fundamentales a la hora de observar el proceso de envejecimiento en su complejidad. Primero, las dimensiones políticas asociadas al manejo y gestión de las edades; dimensiones que si bien han desarrolladas por la gerontología crítica (Katz, 2000; Iacub, 2002; Yuni y Urbano, 2008; Rozanova, 2010), buscamos abordarlas proponiendo una lectura teórica que permita develar las relaciones de poder (relación dominante/s-dominado/s), entre los agentes que intervienen en la producción del envejecimiento y la vejez. Segundo, mostrar cómo los envejecidos son en la actualidad una amenaza y no la mera evidencia del triunfo de la(s) ciencia(s) o del saber biomédico.

Para ambos puntos, tomamos elementos que nos parecen interesantes de la teoría social de Bourdieu (1997, 1999, 2003, 2008a, b) y Foucault (1976, 2002). Asimismo, proponemos algunos elementos que discuten el modelo gerontológico de corte bourdiano propuesto por Gutiérrez y Ríos (2006), discusión que tiene por objeto pensar nuevas aproximaciones teóricas con vías de exploración empírica en las realidades triviales del envejecimiento y las materializaciones del poder en ellas.

El Campo de la Edad como Marco de Análisis

Si bien nuestro propósito no es esquematizar ni resumir la teoría de los campos, Bourdieu (2008b) propone entender los campos sociales como un conjunto de relaciones de fuerza entre diversos agentes, que buscan establecer formas de dominio específicas. En estas dinámicas se establecen alianzas entre los agentes que componen el campo para obtener el mayor beneficio de él e imponer ‘lo legítimo’.

En este sentido, adscribimos a lo propuesto por Gutiérrez y Ríos (2006) cuando señalan la existencia del campo de la edad, cuya conformación ha sido el resultado de un proceso sociohistórico de relativa autonomía y diferenciación, que alberga las “…disposiciones estructuradas y estructurantes …que está siempre orientado hacia funciones prácticas”. (Bourdieu, 2008a: 85). Así, el campo de la edad, “…no puede disociarse de las condiciones históricas y sociales de su integración…” (Bourdieu, 1966: 250), lo que implicaría, por cierto, comprender los campos insertos en contextos siempre específicos. Si bien las estructuras del campo de la edad es posible observarlas en diversos espacios sociales, las diferencias históricas de su producción diferirían en su materialización y prácticas que son producidas y reproducidas en cada uno de ellos.

La problematización respecto de las lógicas de poder asociadas a la distribución desigual de un capital determinado (elemento clave al interior de los campos sociales ya que su desigual distribución establece las posiciones de los agentes en dominantes y dominados), constituye una de las dimensiones de mayor rendimiento a la hora de analizar la edad, ya que la distribución desigual del capital no sólo permite considerar la habitual relación entre Estado y sujetos, sino también la incidencia de otros agentes en la disputa del capital y de aquellas dimensiones prácticas sobre las cuales tiende a reproducirse la estructura del campo.

Para Gutiérrez y Ríos (2006), el campo de la edad estaría compuesto por tres subcampos, a saber: el subcampo de la longevidad, el de clases de edad y el de generaciones, de los cuales, según creemos, sólo en los dos últimos es posible identificar estructuras y agentes de manera definida e históricamente producidos hasta la actualidad que los refuerza y reproduce.

El subcampo de las clases de edad, en las sociedades llamadas ‘modernas’, se encuentra compuesto, según estos investigadores, por las clases menor y mayor, y éstos, a su vez, por infancia, adolescencia y juventud, en el primer caso, y adulto y adulto mayor en el segundo (Figura 1). Por medio de prácticas sociales, en este espacio se incorpora el habitus (entendido como las “…relaciones históricas ‘depositadas’ dentro de los cuerpos de los individuos bajo la forma de esquemas mentales y corporales de percepción, apreciación y acción…” (Bourdieu, 2008b: 4142), que permite producir y reproducir identidades sociales. De esta forma, se reproducen en los diversos agentes que componen este subcampo, los límites y las posiciones diferenciadas en cada uno de ellos como resultado de las relaciones de dominación y subordinación. Sobre las clases de edad, varios autores (Feixa, 1996; Martín, 1998; Barbero, 2002; y en el caso chileno Duarte, 2012, 2002) han mostrado de manera notable la construcción histórica y las relaciones de poder que se asocian, especialmente, en desmedro de la ‘clase menor’.

Clases de edad
Figura 1
Clases de edad
Elaboración propia a partir de Gutiérrez y Ríos (2006).

Por su parte, el subcampo de las generaciones se delimita por compartir las mismas condiciones de existencia. La coincidencia cronológica o la contemporaneidad del nacimiento serían insuficientes para conformar una generación, ya que no significa necesariamente compartir una situación histórica y social específica que objetive dichas condiciones de existencia. En este sentido, esas condiciones de existencia son variables que hacen de los indicadores en salud artefactos muy sensibles a variaciones; por ejemplo, si vinculamos la ‘esperanza de vida al nacer’ y las condiciones de existencia, ya no se trataría de un mero promedio que se estima a partir de la mantención de las tasas de mortalidad, sino que dicha esperanza de vida al nacer estaría sujeta a componentes socioculturales, económicos, etc. Esta afirmación puede ser trivial; sin embargo, las condiciones de existencia son omitidas en la construcción de los indicadores en salud, pese a que las ciencias sociales han mostrado su relación con las experiencias de los sujetos, las expectativas y esperanza de vida.

El Subcampo de la Longevidad como Imposibilidad

Para Gutiérrez y Ríos, el subcampo de la longevidad “… se estatuye en función de la lucha social por la prolongación de la vida, es decir, por el control del envejecimiento y como consecuencia por el control de la vida. La longevidad es parte, entonces, de la legitimación de la edad como capital simbólico” (Gutiérrez y Ríos, 2006: 21). Primero, para los autores, el énfasis está puesto en la ‘lucha’ por la prolongación de la vida, en el ‘cómo puede prolongarse la vida humana’ mediante la identificación de variables biológicas para controlar su duración. El problema, desde nuestra perspectiva, radica en que el envejecimiento, más que una búsqueda meditada o una lucha por parte de los diversos agentes para producirlo, se trata de una consecuencia inesperada del proyecto modernizador del sistema sanitario, político y social a partir de la década del 20 del siglo pasado (Moya, 2013a). En efecto, si bien se buscó reducir las altas tasas de mortalidad infantil y en adultos (Ríos, 2008), no se buscó envejecer la población, sino alcanzar los estándares de ‘calidad de vida’ de la población teniendo como referencia los países europeos. Por lo tanto, la longevidad, el acumular años de vida, ha sido una consecuencia y no un fin en sí mismo. Es más, el envejecimiento y vejez de la población al ser un fenómeno global, ha llevado a algunas agencias como la Organización Mundial de la Salud y la Commisión Económica para América Latina y el Caribe, y a los países, a tomar posición frente a este fenómeno y generar propuestas sanitarias para su control (OMS, 2007; SENAMA, 2012). El Fondo Monetario Internacional, por ejemplo, ha declarado la existencia de un riesgo, el riesgo de que la gente viva más de lo esperado, puesto que la longevidad de la población afectará a las economías a nivel mundial, ya que ha sido una problemática subestimada en cuanto a su magnitud “…disparará el coste previsto en decenas de billones de dólares a escala global. Eso supone una amenaza para la sostenibilidad de las finanzas públicas” (Pozzi, 2012: 1). De esta forma, la alta expectativa de vida, al parecer, comienza a modularse como un problema.

¿Qué hacer ahora con los viejos? Concordamos acá con Gutiérrez y Ríos cuando señalan que las “…apuestas de los agentes en el subcampo de la longevidad constituyen un ponerse con la “vida” y en las que la condición de realidad de las mismas está constituida por la interdicción de la vejez, por erradicar del campo de la edad a la vejez, lo que es lo mismo que poner como condiciónla negación de la vejez…” (Gutiérrez y Ríos, 2006: 30). Esta negación y erradicación de la vejez, se materializan fuertemente en al menos dos niveles:

Extensión de la adultez y funcionalidad.
Figura 2
Extensión de la adultez y funcionalidad.

Un segundo punto que imposibilitaría considerar el subcampo de la longevidad es la alusión de los autores a la “longevidad sin fin, la inmortalidad” (Gutiérrez y Ríos, 2006: 22). Concordamos que esta dimensión no se trata de un hecho vinculado a la ciencia ficción; sin embargo, esta lectura que reafirmaría al campo de la edad y la edad, a su vez, como capital simbólico, es una imposibilidad en el espacio concreto y práctico del campo y el contexto sobre el cual sustentamos nuestra reflexión. No configura, a nuestro entender, una estructura objetiva y producida históricamente que permita identificar agentes y un habitus asociado a estas dimensiones, ya que la promesa de la ‘eterna juventud’, el ‘rejuvenecer’, es un hecho que se materializa a nivel de mercado, cuya trascendencia es complejo objetivar del todo. Insistimos en este punto; el avance en el estudio del envejecimiento es un hecho que se materializa en una infinidad de espacios, a saber: universidades, laboratorios e industrias farmacéuticas, tal como nos advierten Gutiérrez y Ríos (2006); sin embargo, en el espacio social en el que se basan nuestras observaciones, el avance y recursos en biotecnología para superar la vejez (o vencer la muerte), no es un elemento que se materialice de manera definida. Ahora bien, a la luz de nuestra investigación (Moya 2011), hemos identificado en el caso chileno instituciones que se autodefinen como investigadoras en el desarrollo de una medicina antienvejecimiento; sin embargo, este antienvejecimiento se concibe como parte del proceso, ahora, de mejorar la calidad de vida y la funcionalidad de la población envejecida, no extenderla como sugieren los autores.

Vinculado a lo anterior identificamos un tercer elemento que consideramos importante en nuestra propuesta: la existencia de indicadores direccionados a la observación e intervención de la población y segmentación de la vida. Veamos sólo un ejemplo: uno de los indicadores en los cuales pensamos a la hora de presentar esta reflexión, son los llamados ‘años de esperanza de vida perdidos’ (AEVP), indicador que muestra la pérdida que sufre la sociedad como resultado de la muerte de personas ‘jóvenes’ o de aquellos fallecimientos que se producen previo a la esperanza de vida.

La interrogante que surge, en este sentido, se vincula con el establecimiento de o los ‘fallecimientos prematuros’ y los efectos prácticos de dicho asentamiento conceptual. Así, el fallecimiento prematuro es todo aquel que sucede antes de los 85 años, límite establecido de manera arbitraria por el saber experto. El valor del AEVP es utilizado ampliamente para el estudio de las desigualdades en salud a partir de la comparación entre países, como también al interior de ellos para conocer, por ejemplo, las condiciones y diferencias entre regiones u otras segregaciones geopolíticas.

Como vemos, más que estar concentrados en la extensión de la vida, los agentes científicos/técnicos han establecido límites teóricos que segregan la vida humana y de la población en base a un criterio, según creemos, de funcionalidad. Toda vida que supera los 85 años, al parecer y según los enunciados que definen a los AEVP, no sería una merma social sino, por el contrario, queda excluida del privilegio de ser significada/valorada como perdida en caso de muerte. Esto resulta aún más problemático si consideramos, por ejemplo, que la expectativa de vida de las poblaciones a nivel mundial aumenta y supera, en algunos casos, los 85 años.

Las implicancias del saber científico y técnico en la búsqueda de soluciones de ‘problemas sociales’, no es un elemento nuevo: ha sido así en las intervenciones para la reducción de las tasas de mortalidad infantil y en adultos (década del 20 en adelante), luego en la planificación familiar (década del 60) y en la actual gestión de la población envejecida. Las construcciones de indicadores, conceptos, terapias y formas de concebir y tratar el cuerpo, no se mantienen recluidas en el espacio social en donde se producen (laboratorios, institutos, universidades, etc.) sino que, muy por el contrario, actúan ensamblados con los agentes políticos, cuyas prácticas de intervención materializan el binomio saber/poder. Así, el conocimiento científico no actúa en el vacío social. “Su papel y actuación están inmersos en el entramado de relaciones, contradicciones y conflictos que dan forma a la sociedad…” (Juan y Rodríguez, 1994: 173), en donde modulan opciones y definiciones de un proyecto antropológico, en este caso asociado a la funcionalidad.

El Subcampo de la Funcionalidad

Proponemos como salida considerar el análisis del subcampo de la funcionalidad. En este subcampo se identifican una serie de agentes que actúan de manera mancomunada: el Estado, la(s) ciencia(s), la economía, el mercado y, particularmente, la sociedad civil con el nuevo rol asignado de la participación, empoderamiento y responsabilización en salud.

En esto no hay mucha novedad, puesto que los mismos autores hacen referencia a esta dimensión vinculada al campo de la longevidad: “En el subcampo que se describe, el capital simbólico de la edad por el cual se lucha está asociado, en sus modulaciones más moderadas, a la postergación más extrema de la aparición de la enfermedad …en sus modulaciones más extremas, a la erradicación radical de las enfermedades, a la conservación ilimitada de las funcionalidades, etc.” (Gutiérrezy Ríos, 2006: 30). Sin embargo, nuestra apuesta es pensar la funcionalidad más allá de la salud del cuerpo, aunque ésta se trate del eje principal y el motor de toda acción asociada a la vejez.

Entenderemos la funcionalidad como un dominio que opera en al menos tres niveles: el primero, ya mencionado arriba, asociado a la salud del cuerpo y la normalización y el disciplinamiento de los hábitos dirigidos al cuidado de sí. Esta dimensión se encuentra “…anclada en un presupuesto médico universalista en torno a la funcionalidad del organismo humano, al asumir, implícitamente, que dicho organismo es portador de un conjunto de capacidades, por su mera constitución, presentes siempre y en cualquier contexto de existencia…” (Ferreira, 2010: 58); el segundo, mediante un proceso de subjetivación de concepciones prescritas respecto a los estados óptimos de salud; y tercero, aquel vinculado a la funcionalidad social, económica y política. En efecto, en el marco de la sociedad adultocéntrica, la adultez en la búsqueda de mantener su ordenamiento y generar las “… condiciones materiales y simbólicas para legitimar y reproducir su condición de edad dominante …” (Ríos, 2008: 31) ha forjado una serie de prácticas que buscan mantener aquel ordenamiento y que son desperdigadas desde la adultez a las clases menor y mayor (Figura 2).

De esta forma, la funcionalidad se estatuye como un subcampo en cuya reproducción se generan intervenciones y aplicaciones de ciertos mecanismos (tecnologías disciplinarias) con el objeto de que fenómenos como el envejecimiento, se mantenga “…dentro de los límites que sean social y económicamente aceptables y alrededor de una media que se considere, por decirlo de algún modo, óptima para un funcionamiento social dado.” (Foucault, 2007: 20). Así, la funcionalidad está estrechamente vinculada a las lógicas del poder, lógicas que modulan, mediante la generación de prácticas y manejo del riesgo, los diversos estilos de vida de los agentes a partir de la diferenciación por clases de edad. En este sentido, es necesario entonces, pensar la funcionalidad no como un componente del cuerpo biológico y social que le es propio per se en cualquier contexto de existencia (Ferreira, 2010), sino como una compleja elaboración entre estructura y práctica (habitus), que se produce en una serie de procedimientos de poder que han sido “…inventados, perfeccionados y que se desarrollan sin cesar.” (Foucault, 1976: 894). Esta propuesta sugiere una ruptura con las lecturas tradicionales realizadas por la gerontología tradicional y gerontología social, puesto que la vejez comienza a abordarse como otra de tantas anomalías, que debe ser regulada y controlada. En este sentido, es importante indicar que buscamos sacudirnos de los conceptos gerontológicos utilizados por las disciplinas médicas para abordar el envejecimiento; sin embargo, la incorporación del poder en la lectura del envejecimiento y vejez presenta mayor cercanía con la gerontología crítica (Yuni y Urbano, 2008). No obstante, el abordaje desde la teoría de los campos nos permite realizar una lectura que sitúa a los diversos agentes en el espacio, las estrategias y las formas de dominio. Por otra parte, como señalaremos más adelante, el carácter relacional de esta propuesta, permite abordar el subcampo de la funcionalidad y entenderla, además, como capital en disputa, evidenciar las redes de poder en las cuales se circunscriben el manejo y gestión de las prácticas sociales y roles que se vinculan a las edades.

Funcionalidad: Capital Simbólico y Habitus

La funcionalidad se configuraría como un subcampo del campo de la edad, espacio en donde la funcionalidad corporal, social, política y económica de los agentes, se constituye a su vez como capital. Toda acción que se produce al interior de este subcampo, en vista de su reproducción, tiene un carácter eminentemente científico/técnico que, mediado por lo político, emula la distribución homogénea dicho capital.

La disputa entre los agentes institucionales y los agentes individuales se produce en la concepción diferenciada de lo funcional (en tanto dimensión simbólica y despliegue práctico) o de los estilos de vida. En efecto, en busca de homogeneización de los cuerpos (mediante prácticas de rehabilitación) y de las prácticas sociales (el gobierno de sí, mediante programas preventivos de salud, de antitabaco, vacunación masiva, vida y comida saludable), tensionan las lógicas y prácticas internas al campo de la edad entre los diversos agentes, instaurándose de manera paulatina prácticas de resistencia de los agentes dispuestos de manera desventajosa en el campo de la edad; por ejemplo, agrupaciones contra la vacunación masiva o, en algunos casos, de las vacunaciones de carácter preventivas para niños y niñas; o, agrupaciones que promueven la no participación política en las instancias eleccionarias.

Funcionalidad y envejecimiento, un enfoque hacia las clases de edad

Al instaurarse la funcionalidad, en tanto devenir sociohistórico y elemento clave para el análisis del campo de la edad, encierra una paradoja no menor que nos lleva a distinguir entre prácticas de rehabilitación y prevención. En efecto, sobre la población actualmente envejecida se aplica un modelo rehabilitador frente a los estados establecidos técnicamente como de dependencia. Según el Servicio Nacional del Adulto Mayor, aproximadamente 2,5 de cada 10 sujetos de 60 y más años en Chile, presentan algún grado de dependencia, lo que “…representa un nivel algo mayor a las estimaciones tanto de la OMS, como estudios empíricos en diversos países que han establecido el fenómeno de la dependencia en cifras en torno al 20% entre los mayores de 65 años” (SENAMA, 2010: 75). Por otro lado, es importante considerar que la prevención en esta clase de edad, es una práctica recurrente; sin embargo, tendría una mayor ‘rentabilidad’ si se logran integrar en las clases de edad mayor y menor.

Sobre estos últimos, los envejecientes (clase mayor y menor), se formulan y diseminan una serie de prácticas asociadas a la prevención, con el objetivo de retrasar los estados de dependencia. La paradoja acá es que, en función del envejecimiento exitoso, ahora se busca intervenir población joven y adulta desde la propia adultez, mediante prácticas saludables de alimentación, ejercicios, autocuidado, por un lado, y de ahorro, seguros de vejez, etc., por otro.

Observamos a la luz de estos ejemplos dos dimensiones que se complementan, ‘rehabilitación/prevención’ en la clase de edad adulta mayor; y de ‘prevención’, en el caso de la clase de edad adulta, juventud, adolescencia e infancia. En todas estas instancias, la ambición es la funcionalidad social, económica y, naturalmente, la funcionalidad del cuerpo.

La extensión de la adultez

Como advertíamos al inicio de este texto, la dimensión política es fundamental a la hora de observar el ‘juego’ al interior del campo de edad. En efecto, la política, o más bien, la política ‘en’ y ‘para’ la vida (bio-política en palabras de Foucault, 2002), se constituye como un elemento clave desde nuestra perspectiva de análisis. Se observa, en este sentido, una lucha por la reproducción de la clase de edad dominante, la adultez, en cuyo intento de reproducción y mantenimiento de la estructura del campo social de la edad tiende a extenderse mediante una serie de prácticas, algunas jurídico-legales, que buscan normalizar las conductas sociales y de autocuidado corporal como regímenes de verdad.

La adultez, por su significancia social y despliegue práctico, es al interior del campo la que dispone de la mayor acumulación del capital (la funcionalidad) en dónde, además, se instaura como ideal regulativo de prácticas económicas-sociales, estéticas y de salud, en relación a las clases menor y mayor. Así, la funcionalidad social, por una parte, es la que organiza el tipo de participación óptima, tanto para la vejez como para las clases menores en el campo de la edad.

En el caso específico de la vejez se instauran una serie de iniciativas estándares de participación social. Con el objetivo, tal como se ha señalado arriba, de establecer y mantener redes sociales de apoyo y funcionalidad social, los viejos deben ajustarse a formas de asociatividad que permitan acceder, por ejemplo, a fondos concursables dirigidos a este grupo. Se materializa de esta forma prácticas sociales definidas por lo político y lo económico en espacios delimitados y controlados por el mismo aparato estatal.

Se busca, entonces, normalizar las conductas de las clases de edades a partir de la adultez como ideal regulativo. En efecto, existe en este sentido una extensión de la adultez que busca la homogenización de los estilos de vida de los niños y jóvenes hacia una funcionalidad social (educación, trabajo) que no amenace, efectivamente, la distribución actual del capital y la estabilidad del campo. Pero tenemos el otro lado, la vejez. En el campo de la edad se ha instaurado la jubilación o retiro como el principal rito de paso de una edad adulta a la vejez. Atendiendo la merma económica que ya produce la población envejecida por los malos estados de salud que les achacan los tecnócratas-expertos (situación que, no está de más señalar, no es responsabilidad de los sujetos, sino de sus condiciones de existencia y posición de desventaja al interior del espacio social), la extensión de los años de trabajo o, en otras palabras, de retraso de la edad de jubilación, aparece como la solución a la búsqueda de aumentar los fondos de pensiones; como también, mantenerlos socialmente activos, productivos, reproduciendo sin más, los paradigmas de la vejez exitosa.

Discusión

Hemos mostrado, tal como lo concibieron inicialmente Gutiérrez y Ríos (2006), la posibilidad de pensar en el campo de la edad, propuesta que adoptamos con dos reparos que fueron la base de nuestro trabajo: la inexistencia del subcampo de la longevidad y la edad en sí misma, como capital en disputa. Hemos señalado la dificultad de dichas formulaciones en el contexto actual del envejecimiento. Es más, desde los agentes políticos se asume el desafío de mejorar la calidad de vida, calidad que se encuentra asociada indiscutiblemente a la mantención del cuerpo. Aplicada la lógica de los campos a las edades, nos sitúa en un espacio necesariamente político, por la tensión producida por la disputa del capital que se mantiene en constante movimiento, junto con las lógicas y prácticas al interior del campo. Insistimos, la tensión se produciría, entonces, por un lado en la omisión o negación de las condiciones estructurales que limitan a los agentes al acceso de las ofertas políticas, sociales y económicas que gravitan entre los diversos espacios del campo de la edad; y por otro, en la definición de estilos de vida óptimos. La diversidad de los estilos de vida (y más si no corresponde a las prescripciones técnicas) es vista como obstáculos culturales, pues siempre, quienes deben producir el cambio, son los destinatarios, el público objetivo o los llamados ‘vulnerables’.

Se trata, entonces, de una gubernamentalización de las prácticas de las edades y, específicamente hoy, de una ‘gerontogubernamentalización’ (Moya 2013a), pues la “…racionalidad inmanente a los micropoderes, cualquiera sea el nivel de análisis considerado (relación padres/hijos, individuo/poder público, población/medicina, etcétera)” (Senellart, 2007: 449) interviene y se reproduce en las dimensiones prácticas y experienciales en las diversas clases de edad en función del envejecimiento exitoso o positivo y no, precisamente, en la extensión de la vida como hemos dicho ad nauseam. El logro de un buen envejecimiento se extiende, a su vez, desde la adultez hacia sí misma y a la clase menor; así, cuando envejezcan, no amenacen la ‘seguridad’ social y económica.

En este sentido, nuestra propuesta encierra una crítica sustancial a los enfoques idílicos de la vejez. Proponemos, entonces, considerar los siguientes elementos que permitan aproximarnos a las edades y específicamente a la vejez, desde una perspectiva más compleja que la mera reproducción de los discursos dominantes:

La ingente producción de textos asociados a la vejez resulta un proceso obvio atendiendo a las descripciones sociodemográficas; sin embargo, nuestra apuesta es entender la dimensión política de este proceso, dimensión desde la cual se producen las edades. Observar lo político no en el sentido vasto y ambiguo del concepto, sino desde dimensiones concretas que hoy necesitamos objetivar hacia ‘lo social’ y, al menos con las herramientas que disponemos como investigadores, develar los puntos ciegos, a su vez, de nuestras propias disciplinas en tanto elementos performativos de las agrupaciones sociales.

Agradecimientos

El presente trabajo es resultado del Proyecto UTA Mayor 2015, Código 5711-15.

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Notas de autor

1 Mario O. Moya. Doctor en Antropología, Universidad Católica del Norte (UCN), Chile. Académico, Universidad de Chile (UChile). Dirección: Instituto de Nutrición y Tecnología de los Alimentos (INTA). Av. El Líbano 5524, Santiago, Macul, Región Metropolitana, Chile. e-mail: mmoya@inta.uchile.cl
2 Claudio Aguirre. Doctor en Antropología, Universidad de Tarapacá, Chile. Académico, Universidad de Tarapacá, Chile. e-mail: caguirre@uta.cl
3 Carlos Mondaca. Doctor en Historia, Universidad de Chile. Académico, Universidad de Tarapacá, Chile. e-mail: cemondacar@uta.cl
4 Ximena Cea-Nettig. Doctora (c) en Salud Pública, UChile. Académica, Universidad Nacional Andrés Bello, Chile. e-mail: ximena.cea@unab.cl
5 Claudia Bustamante. Licenciada en Sociología, UChile. e-mail: claudia.n.busta-mante@gmail.com
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