BOOK REVIEWS
Juan Pimentel. 2017. The Rhinoceros and the Megatherium. An Essay in Natural History
Juan Pimentel. 2017. The Rhinoceros and the Megatherium. An Essay in Natural History
THEORIA. Revista de Teoría, Historia y Fundamentos de la Ciencia, vol. 33, núm. 1, pp. 151-153, 2018
Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea
Juan Pimentel. 2017. The Rhinoceros and the Megatherium. An Essay in Natural History. Trans. by Peter Mason. Cambridge, MA & London: Harvard University Press.
Juan Pimentel, investigador del CSIC de Madrid, se ganó su lugar gracias a sus aportes renovadores en la historia de la ciencia, sobre todo por sus artículos y libros sobre las expediciones científicas, la historia natural y el Iluminismo español. En 2010, publicaba en Madrid El Rinoceronte y el Megaterio. Un ensayo de morfología histórica, un libro de 316 páginas que incluía 56 imágenes, bibliografía e índice y que entonces reseñé para la revista brasileña Manguinhos. Las líneas que siguen insisten sobre aquellas ideas y le dedican unas palabras a la traducción, la difícil tarea de llevar un estilo —como el de Juan— a otro idioma sin perder su elegancia en el camino. Peter Mason llegó a buen puerto con un resultado encomiable, donde la «morfología histórica» se transformó en «natural history». Que no es lo mismo, porque las palabras en español estaban elegidas para referirse a eso, el tema del trabajo. Por lo visto, en inglés, la metáfora se volvía incomprensible.
El Rinoceronte y el Megaterio. Un ensayo de morfología histórica retomaba, en efecto, la tradición del ensayo paleontológico de Stephen Jay Gould, el cual contaba con seguidores como Claudine Cohen pero estaba algo ausente entre los autores del habla castellana. Este «ensayo de morfología histórica» reunía la historia de dos grandes cuadrúpedos —el rinoceronte y el megaterio— para entender cómo fueron imaginados. Parábola de la ciencia moderna, los derroteros de estas dos entidades animales se constituyen en una historia de cómo se da forma a los hechos, de su configuración y universalización en un mundo donde, como Pimentel muestra, la cosa en sí es mucho más inasequible de lo que la solidez de estos «poderosas» bestias esconde. Por eso, esta recensión reseña las fuentes y el método de análisis de Pimentel para hablar de la debilidad de las cosas versus la fuerza de los animales de papel.
Para la historiografía de las ciencias de España y del continente americano, el megaterio es un viejo conocido y sufre, aún hoy, una especie de condena. Así como en el siglo xix fue protegido para que nadie se le acercara y Madrid conservara la gloria de poseer el único esqueleto completo, las historiografías nacionales y regionales lo encerraron en un relato fundacional de grandezas, independencias y despojos. Pimentel menciona los que le atañen, pero aquí vale la pena mencionar que el hallazgo y envío del animal «corpulento y raro» a Madrid representa el hito siempre repetido en el inicio de la historia de la paleontología rioplatense. Por otro lado, como ha relatado Francisco Pelayo, los descubrimientos de huesos gigantescos por jesuitas, clérigos ilustrados e ingenieros militares españoles abundan en el siglo xviii americano. Pero el «hallazgo del megaterio» en Luján, enmarcado en el envío de muestras de la naturaleza americana al Real Gabinete de Madrid, clausurando todas esas historias, ayudó a abonar una historia española de abandonos. Gracias a las glorias de Georges Cuvier quien en base a unas láminas, en 1796 bautizaba con ese nombre —y creaba— al animal, el poderoso esqueleto del Paraguay era arrancado del universo de la curiosidad y de los debates sobre la existencia de gigantes en el Nuevo Mundo, idea que empezó a verse como una tradición indígena. El megaterio iniciaría un derrotero más que célebre en el mundo de la anatomía comparada. Allí el especimen cobró sentido gracias al estudio de las leyes de la organización de los animales y de sus modificaciones en las diferentes especies. Basada en los principios de «condiciones de existencia» (las relaciones entre las diferentes partes del organismo y las relaciones de este con el medio que lo rodea) y «subordinación de caracteres», la anatomía comparada cimentó las prácticas clasificatorias de los vertebrados mucho más allá de la filosofía natural en la que estaba imbuida. Cuvier y el megaterio se unirían, además, en la defensa del concepto de extinción: estas osamentas se volvían el testimonio, mudo pero elocuente, de mundos desaparecidos, sepultados por el tiempo y los cambios geológicos. Nadie vio ni verá jamás a un megaterio. Sin embargo, allí están, algo olvidados, pero poblando las pampas del pasado.
Creo que no abuso de la primera persona del plural, si digo que a los americanos el rinoceronte nos suena más lejano. Sin embargo, además de enterarnos en la página 116 de la presencia de rinocerontes en los frescos de una finca colonial de la Nueva Granada, este libro nos propone unir a estos mamíferos en un mundo integrado por la imprenta, la circulación de imágenes, las mercancías, los presentes diplomáticos y los despachos de plantas y animales en los barcos y en el comercio que atraviesa los océanos Índico y Atlántico. El libro se transforma así en un recorrido por los grandes imperios de España y Portugal, encarnados, respectivamente, en el megaterio (armado como un elefante en el Real Gabinete) y en el rinoceronte índico. Reflexionando sobre el impacto de los datos y hechos americanos y asiáticos, surgen los destinos de unas imágenes que alimentan un complejo mecanismo de circulación y creación de objetos naturales y artificiales. Y si bien, el rinoceronte, en el relato, se ubica principalmente en el siglo xvi y el megaterio en las décadas que, cercanas a la Revolución Francesa, se adentrarán en la primera mitad del siglo xix, el ensayo también es un intento por recorrer los siglos a través de temas e imágenes que se independizan de sus autores y de sus épocas.
El rinoceronte protagonista de este ensayo es aquel que habría inspirado —a través de un dibujo— el famoso grabado de Durero y que llegó a Europa en los inicios del siglo xvi. Presente real, moriría ahogado en el mar, en su camino entre Portugal y Roma. Este tipo de rinoceronte, similar al de Java (Rhinoceros sondaicus) pero bien distinto del africano de dos cuernos (Diceros y Ceratotherium) o del de Sumatra (Dicerorhinus), a partir de Linneo se atribuiría a Rhinoceros unicornis. En alemán ostenta un nombre aún más descriptivo de su anatomía: «Panzernashorn». Esta denominación remite a tres elementos conspicuos del animal: su cuerno nasal y su carácter acorazado, ausente en los otros géneros de la sistemática acuñada entre el siglo xviii y xix. La coraza, tan destacada por Durero, haría del rinoceronte de la India y de Java, un animal armado, modelo de defensa y de ataque, más poderoso que el africano que —a falta de piel plegada como placas de armadura— ostenta dos cuernos.
Para ello Pimentel se sirvió de una batería bibliográfica sofisticada que refleja las tendencias que caracterizan la historia contemporánea de la ciencia. Con inteligencia, supo resumir los distintos aportes de la producción de los últimos veinticinco años para discutir viejas fuentes y la bibliografía secundaria que dan sustento empírico a su ensayo. Pimentel no «descubrió» fuentes nuevas sino, más bien, ha condensado y concentrado miradas en fenómenos vistos y descriptos por otros. No por nada; como este ensayo y la historiografía reciente nos recuerdan: la ciencia es una empresa colectiva. La primera parte —destinada al rinoceronte— se basa en dos fuentes principales: la obra de Damião de Góis, Crónica do Felicíssimo Rei D. Manuel (Coimbra, 1955) y la de Abel Fontoura da Costa, Les Déambulations du Rhinoceros de Modofar, roi de Cambaye, de 1514 à 1516 (Lisboa, 1937). La segunda, en las observaciones recogidas y publicadas por el numismático Manuel Trelles y el sacerdote Guillermo Furlong, en la obra de Garriga y Bru, los manuscritos del Archivo de Indias y de Richard Owen, William Buckland, William Clift, Henri Ducrotait de Blainville, Christian Pander, Eduard D’Alton y, sobre todo, Georges Cuvier, en un camino bastante clásico para quienes convivimos con el megaterio como objeto y fetiche. Para ese reducido círculo —que me incluye y para el cual José María López Piñero representa la renovación de los «estudios megaterianos»—, la deuda con los trabajos de Martin Rudwick es inmensa. Sus dos monumentales volúmenes publicados en los inicios del siglo xxi condensaron su obra de reflexión iniciada hace unos cuarenta años. Pimentel articula, con cuidadoso fraseo, la anatomía metamórfica del megaterio con varios de los tópicos y temas acuñados por Rudwick. Entre ellos, el lenguaje visual y los mundos de papel, la búsqueda de aliados internacionales, la relación con la anticuaria, la importancia de Mégatherium en la carrera de Cuvier y en el afianzamiento de la mera idea de extinción. Asimismo, también recuerda que esa bestia fue sumamente popular en la imaginería científica de los mundos victorianos hasta que los dinosaurios hallados en los Estados Unidos empezaron a destronar a fines del siglo xix el atractivo de los mamíferos fósiles.
La escritura cuidadosa del autor sirve de trampolín para recorrer una historia de imágenes de animales figurados pero nunca vistos., Mégatherium y Glyptodon, las ruinas de Palenque o la fauna fósil patagónica descripta por Florentino Ameghino a fines del siglo xix surgen de dibujos recibidos por correo o, por lo menos, por algún tipo de canal que salva la distancia entre lo que alguien vio en ciertos rincones del mundo y quien recibe ese dibujo con lo visto. Y aquí es donde reside la fuerza principal del ensayo: ¿cómo referirse a esa relación entre esas cosas vistas —o jamás vistas— y la emergencia de esos animales, de esas ruinas, de esos objetos difíciles de transportar, de estabilizar, de ver? La relación entre la mano y el ojo, como Pimentel nos recuerda, es constitutiva de la ciencia moderna pero tanto el rinoceronte como el megaterio aparecen aquí para enfatizar que ambas partes pudieron haber pertenecido, como el esqueleto del megaterio, a cuerpos y cabezas separadas. Hoy, mirando las fotos de Rhinoceros unicornis, sin mucho esfuerzo —pero con cierta cultura general— vemos a Durero.
Este ensayo, sin dudas, ayudará a comprender que lo que vemos está compuesto de innumerables estratos de papel. No por nada, Harvard University Press decidió emprender su traducción, un suceso que debe celebrarse: no todos los días nos pasa esto y esperemos —con perdón por tan fea expresión— que la obra de Juan marque tendencia.