Resumen: Reseña de: Guillermo Hurtado, Biografía de la verdad: ¿Cuándo dejó de importarnos la verdad y por qué deberíamos recuperarla?, Siglo XXI Editores, 2024, 142 pp.
Palabras clave: Guillermo Hurtado.
Reseñas
Guillermo Hurtado, Biografía de la verdad: ¿Cuándo dejó de importarnos la verdad y por qué deberíamos recuperarla?, Siglo XXI Editores, 2024, 142 pp.

| Hurtado Guillermo. Biografía de la verdad: ¿Cuándo dejó de importarnos la verdad y por qué deberíamos recuperarla?. 2024. México. Siglo XXI Editores. 142pp.. 9786070314186 |
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Recepción: 12 Julio 2024
Aprobación: 23 Julio 2024
Decía George Gamow (1971, p. 9), en su Biografía de la física, que suele haber dos tipos de libros sobre física: aquellos que ponen atención en los hechos y las teorías de esa ciencia en detrimento de los aspectos históricos de su desarrollo, y aquellos que ponen atención en dichos aspectos en detrimento de la exposición de los hechos y las teorías físicas. Al parecer de Gamow, un libro dedicado a la biografía de la física debía seguir un camino intermedio. El libro aquí reseñado, Biografía de la verdad, de Guillermo Hurtado, sigue ese camino al momento de ofrecer una genealogía de la verdad para “examinar la relación entre la verdad y la vida” (2024, p. 11), pues a través de una suerte de narración histórica Hurtado hace un sucinto repaso a las principales concepciones filosóficas de la verdad, desde la platónica hasta la tarskiana, pasando por una revisión crítica del pragmatismo, el primitivismo, el deflacionismo, el nihilismo y el coherentismo.
Sin embargo, las virtudes de Biografía de la verdad de ninguna manera se agotan aquí, pues a mi parecer el libro tiene tres virtudes adicionales. En primer lugar, para ofrecer una respuesta satisfactoria a la pregunta de ¿qué es la verdad?, Hurtado ofrece una serie de argumentos originales a fin de compatibilizar lo que llama la “intuición aristotélica” —que consiste en que la verdad es decir de lo que es, que es, y de lo que no es, que no es— con lo que llama la “intuición platónica”, que consiste en que la verdad es un modo del bien. Al parecer de Hurtado, “no podemos entender la verdad a profundidad si no adoptamos las dos intuiciones de manera complementaria” (p. 37), y en varias partes del libro sostiene —convincentemente, en mi opinión— que los muchos intentos por elaborar teorías o definiciones de la verdad a partir de una sola de estas intuiciones no solo han sido infructuosos, sino también impedimentos para que estas “intuiciones fundamentales sobre la verdad” (p. 134) nos acompañen “en nuestra búsqueda de la verdad en la vida y de la vida en la verdad” (p. 135).
Una segunda virtud del libro tiene que ver con la originalidad de Hurtado al momento de concebir un proyecto genealógico de la verdad. Hurtado es crítico de los proyectos genealógicos de Nietzsche y de Foucault por considerar que, en tales proyectos, es ultimadamente falsa la identificación que hacen entre la verdad y el poder (entendido este en términos políticos). Esto lo acerca al proyecto genealógico de Bernard Williams (2006), quien se propuso “mostrar por qué la verdad importa y debe seguir importando” (p. 60). Empero, mientras que Williams parte de las virtudes de la sinceridad y de la precisión (exactitud, según Hurtado) para dar cuenta de la veracidad, Hurtado parte de una genealogía negativa —cuyos orígenes encuentra en Plotino, Clemente de Alejandría, y en el Pseudo Dionisio— para dar cuenta de la verdad. En otras palabras, Hurtado sostiene que una vía prometedora para elucidar el concepto de verdad consiste en saber qué es la no verdad, del mismo modo que una vía prometedora para elucidar los conceptos de bien o de belleza consiste en saber qué es el no bien o la no belleza.
La tercera y última virtud de Biografía de la verdad que me gustaría resaltar tiene que ver con las obras a las que recurre Hurtado para ejemplificar las posibilidades de una genealogía negativa de la verdad y “de la verdad en la vida y de la vida en la verdad”. Se trata de Don Quijote de la Mancha (Cervantes), de La vida es sueño (Calderón de la Barca), y de El Criticón (Baltasar Gracián). Aquí también el libro se distingue por su originalidad, pues ciertamente no es común que un filósofo (máxime dentro de la tradición analítica) ejemplifique sus ideas recurriendo a obras literarias. Sin duda hay buenas razones por las que en general los filósofos no recurren a la literatura, pero si lo que se pretende, como en Biografía de la verdad, no es ofrecer una teoría o una definición satisfactoria de la verdad, sino más bien “ofrecer una narración filosófica de la que extraer […] algunas conjeturas y moralejas que nos permitan entender mejor el papel de la verdad en nuestras vidas” (p. 11), el recurrir de Hurtado a la literatura para ejemplificar tales conjeturas y moralejas parece estar justificado. Como alguna vez dijo Putnam, el conocimiento que puede suministrarnos la literatura “es el conocimiento de una posibilidad” (1991, p. 108); en este caso, de poder encontrar la verdad en la vida y la vida en la verdad.
Biografía de la verdad está dividido en cinco capítulos y un epílogo. En los primeros dos, “La intuición aristotélica” y “La intuición platónica”, Hurtado expone tales intuiciones de la verdad y defiende la posibilidad y la deseabilidad de su complementariedad. En los capítulos tercero y cuarto, “Una genealogía de la verdad” y “Facetas de la anti-verdad”, desarrolla su genealogía negativa de la verdad, mientras que el quinto capítulo, “Moralejas barrocas sobre la verdad”, está dedicado a ejemplificar algunas de las principales ideas del libro mediante las tres obras literarias ya referidas. En el epílogo, Hurtado discute la posverdad (“la crisis de la verdad”, como prefiere llamarla), y si bien son atendibles los problemas que identifica al respecto (por ejemplo, la negación de la crisis climática), creo que no acierta en sus causas. No parecen ser las “modalidades de la anti-verdad” (la mentira, la simulación) las que “reaparecen en la crisis de la verdad” (p. 130), pues un mentiroso “responde a la verdad y, en esa extensión, la respeta” (Frankfurt 2005, pp. 55-56). Quien suscribe —en teoría o en práctica— la posverdad, no manifiesta ese respeto.
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