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Una revisión histórica de las violencias contra mujeres

A historical review of the violences against women

Artenira da Silva e Silva
Universidade Federal do Maranhão , Brasil
Almudena García-Manso
Universidad Rey Juan Carlos, Espanha
Gabriella Sousa da Silva Barbosa
Universidade Federal do Maranhão , Brasil

Una revisión histórica de las violencias contra mujeres

Revista Direito e Práxis, vol. 10, núm. 1, pp. 170-197, 2019

Universidade do Estado do Rio de Janeiro

Recepción: 01 Septiembre 2017

Aprobación: 24 Febrero 2018

Resumen: La violencia es un arma estratégica para conseguir el poder y la división de los sujetos en objetivos del capital. Las violencias pasadas han ido cambiando poco, y ahora se han magnificado y ampliado gracias a las violencias invisibles. Se pretende investigar los aspectos socio-historico-culturales que influencian la práctica de la violencia contra las mujeres en la sociedad contemporánea. Este trabajo parte de una revisión bibliográfica y reflexiva, como metodología utilizada centrada en lo deductivo y reflexivo, de las algunas de las diferentes líneas del pensamiento feminista, sociológico, antropológico e histórico sobre el patriarcado y sus consecuencias.

Palabras-clave: Violencia contra la mujer, Patriarcado, Micromachismos.

Abstract: Violence is a strategic weapon to achieve power and the division of subjects into capital objectives. The past violence has been changing little, and now they have been magnified and expanded thanks to the invisible violence. The aim is to investigate the socio-historical-cultural aspects that influence the practice of violence against women in contemporary society. This work is based on a bibliographic and reflexive review, as a methodology used focused on the deductive and reflexive, of the different lines of feminist, sociological, anthropological and historical thinking about patriarchy and its consequences.

Keywords: Violence against women, Patriarchy, Micromachisms.

Introducción

Antígona: Hades, sin embargo, quiere igualdad de leyes para todos

(Sófocles, 14).

La violencia contra las mujeres es la historia de la civilización, no existen evidencias conocidas de una sociedad donde la misoginia y la violencia sistemática contra la mujer no haya existido. Lo único que podemos hacer ante estas situaciones ambiguas, donde las reminiscencias arqueológicas e históricas son débiles es ir hacia aquello que sí podemos identificar - científicamente hablando - y que está íntimamente relacionado con la violencia contra la mujer. Hablamos del patriarcado como sistema y estructura de poder. Aun así establecer una fecha o una época de inicio de este sistema político es complejo, pues las diferentes comunidades de homínidos y humanos no se desenvolvían a la par. La falta de univocidad en cuanto a la datación del origen del patriarcado se debate entre las corrientes economicistas y políticas y las arqueológicas y antropológicas. En el sentido economicista y político el patriarcado se remontaría a las primeras sociedades con estructura civil y distribución o reparto sexual del trabajo, además de estar ligado al nacimiento de la propiedad privada y la familia –patriarcal. La arqueología se mueve en unos parámetros históricos aún más remotos existen evidencias de un poder masculino y de corte patriarcal en asentamientos del Lítico. Los restos de una necrópolis o de un asentamiento humano al que le sobrevino un contratiempo, falleciendo todos sus miembros, arrojaron luz de cómo los hombres sí compartían línea genética mientras que las mujeres que acompañaban a esos varones -ellas en mayor número- no tenían relación genética ni entre ellas ni con los varones. Quizás una interpretación libre o una lectura de unos vestigios óseos nos muestran cómo varones comunes practicaban lo que se podría denominar exogamia, quizás esta como ritual o donativo, secuestro o unión libre. Sea como sea era una comunidad donde los varones parecían tener el poder y la propiedad sobre las mujeres (SANAHUYA, 2002). La prehistoria es una etapa que lejos de parecer lineal es compleja y cambiante en función de contextos y el tipo de vestigios que han quedado factibles de interpretación, lectura y análisis.

Una mirada a la historia del patriarcado es una tarea digna de un trabajo mucho más extenso, detallado y, sobre todo, realizado por expertas y expertos en materia. Motivo por el cual sólo me detendré en anticipar que la historia de la violencia contra la mujer de manera deliberada está arraigada en lo más profundo de la cultura occidental -por ser la remitida en esta introducción- y en la historia de las sociedades.

La historia siempre ha sido escrita por los hombres, con una finalidad clara que no es otra que la de continuar con la narrativa social del patriarcado, la misoginia y la inmanencia de la mujer como una otredad, un sujeto no válido para el poder y tendente a generar el caos en todos los espacios en los que está presente. Estas narrativas de la misoginia, el machismo y la violencia contra la mujer se pierden en el tiempo. Son imaginarios sociales ancestrales, que principalmente encontramos en las primeras estructuras jurídicas que no son otras que las religiosas.

A finales del siglo XIX es cuando desde las ciencias jurídicas, sociales y humanidades, se considera a la familia como la institución social más significativa en la evolución de los pueblos. En este instante la mujer es visibilizada tímidamente a través de la historia. A principios del siglo XX, concretamente en 1929 nace en Francia la Escuela de los Annales, donde Lucien Febvre y Marc Bloch (FERRER VALERO, 2017) analizan la historia social más allá de los hechos políticos. Esta visión más amplia y sobre todo centrada en otros espacios, como son los privados, los domésticos y los íntimos. La historia de la cotidianeidad y de lo íntimo permitió que la historia introdujera a la mujer como sujeto del devenir social.

A pesar de estos intentos por hacer una historia de la mujer, pues después de la creación de la citada escuela surgieron más investigaciones que, continuaban relatando una historia de las mujeres. Pero continuando con el problema de fondo, pues las mujeres estaban ausentes en las fuentes históricas. Únicamente estaban presentes en las crónicas y escritos que narraban hechos excepcionales donde las mujeres habían tenido un papel fundamental. En ocasiones la mujer aparecía en las narraciones históricas de manera individual, por su pertenencia a una familia noble, por un mérito o desmérito individual reseñable. Las mujeres estaban retratadas en la historia y en las religiones teocráticas como nutricias, madres, esposas, amantes, hijas, hermanas, sanadoras, hechiceras, bellas, pero absolutamente secundarias.

La historia del patriarcado va unida a la historia de las mujeres, pues este sistema de poder -el patriarcado- ha materializado la invisibilidad y exclusión de la mujer de las narrativas históricas, pues ha sido el hombre quién ha escrito la historia, la ha narrado, dándole un sentido orientado para el logro de sus intenciones. Las únicas mujeres que parece que tuvieron. Los orígenes de la historia recabada de manera textual, comprensible en la actualidad y artísticamente reconocible, parte de la historia, rasgos y características de las divinidades y los mitos. Es por ello por lo que las primeras que aparecen en la historia son las diosas y los seres mitológicos femeninos, los cuales resaltan por su belleza, maldad, impiedad, engaño, poder destructor, maternidad, erotismo, entre otros roles tradicionales asignados por los hombres a las mujeres (GALLEGO, 2017).

La creencia en una prehistoria matriarcal es más un mito que una realidad. Una leyenda o una narración que encubre las deficiencias de las culturas orales. Los vestigios sobre los que se escribe o relata la historia de todo ese periodo, hasta las civilizaciones de escritura –babilónicas, helénicas, egipcias, orientales, etc.,-, todo son supuestos que giran sobre evidencias arqueológicas y antropológicas, en ocasiones descritas con la mirada occidocentrica del patriarcado y, en otras con las ilusiones puestas en unos supuestos estados matriarcales. Los cuales nunca existieron como civilizaciones y difícilmente como formas de colectividad general (GALLEGO, 2017). Tal vez los matriarcados existieron en contadas ocasiones, y como excepcionalidades en pequeños clanes o asentamientos, ante líticos. Puesto que tal y como antes se indica, el primer vestigio del que tenemos constancia de la existencia de una estructura social fundada en el patriarcado se ubica en el periodo lítico (LERNER, 2017).

Una de las cosas que nunca debemos olvidar es que la historia no es lineal, ni acontece de manera igual en diferentes contextos, además su fuente de información son los vestigios escritos, artísticos reconocibles y arqueológicos, los cuales casi en su mayoría proceden de textos religiosos, jurídicos, bélicos o políticos. En el caso que nos ocupa, la prehistoria, no existen esos tipos de vestigios hasta finales de ese inmenso y desigual periodo. –Decimos desigual pues no debemos olvidar que los devenires socio-históricos y económicos de la historia, no acontecen ni en todas las partes a la vez ni de la misma manera, cada cultura tiene sus particularidades, así como la migración de los sujetos humanos no fue homogénea en tiempo y forma.

Las ilusiones que se fueron creando, sobre todo desde la Escuela de los Annales (GALLEGO, 2017) en torno a un posible pasado matriarcal, quedó en una mera ilusión tras todos los estudios desde finales del siglo XIX hasta hoy en día. Ilusiones que nacían de la interpretación de las diosas de la fertilidad, las venus paleolíticas que se creían que eran la representación del poder de la mujer en las esferas sociales (ELLER, 2003).

Ilusión que se deshace cuando volvemos a la religión, en el lítico (280.000-25.000 ac) poco se conoce de sus religiones, salvo las comparativas y lecturas que desde la antropología y la arqueología se han hecho con las pocas civilizaciones con divinidades morfológicamente similares (ELLER, 2003). Podemos decir que por continuidad histórica la religión era la ley, el poder y la que marcaba las vidas de los demás (CHOZA, 2016; HOLLOWAY, 2017) era ley, poder y gobernanza.

Muy poco podemos deducir de las representaciones de las venus del paleolítico, lo qué si queda claro que la reproducción y la fertilidad es propia de mujeres. En ellas reside el poder de la población. Lo cual dio paso a la fundación de la familia y la propiedad privada, mucho antes de lo que anteriores relatos históricos indicaban, de ahí que se ponía en duda y no se tenía una certeza exacta, la cual aún no se tiene, del origen del patriarcado como sistema social de violencia y subyugación de la mujer.

Lo que refrenda la aparición del patriarcado en el lítico, por lo menos en Europa del Este, fue el fortuito descubrimiento arqueológico, de un conjunto de individuos a los cuales les había sobrevenido la muerte de manera inesperada. Restos fósiles de los cuerpos de un clan o grupo social pequeño, compuesto por adultos varones, adultos hembras e infantes de ambos sexos, aclaró cómo la mujer ya era una propiedad privada y un elemento de intercambio comercial o un objeto de deseo. Al analizar los restos óseos y establecer redundancias en el ADN de esos sujetos, se descubrió que los varones –incluyendo la prole- tenía similitudes genéticas entre ellos- mientras que las mujeres adultas, no tenían ninguna similitud ni entre ellas, ni con los varones adultos. Aunque sí con la progenie. Estaríamos ante un caso de familia no endogámica.

Podríamos seguir haciendo un recorrido por la historia de las civilizaciones y ver que las mujeres no son sujetos activos de la historia, sólo los hombres lo son. Ellas si están reseñadas e incluidas como históricas, lo son por méritos familiares o de clase –pertenecer a la nobleza o a una clase superior- por proezas muy individuales –sean bélicas, amorosas, políticas, religiosas, etc- o por su maldad. Pero nunca, hasta la historia más reciente la mujer ha escrito ni la historia ni su historia. Es por ello por lo que en la historia, acerca de las mujeres no encontraremos demasiadas cosas reseñables. Las narraciones jurídicas –como textos históricos- en las civilizaciones jerárquicas y civiles antiguas, es decir, desde que existen las religiones teocráticas en adelante, han expuesto la historia del hombre, siendo la mujer un objeto o una víctima auxiliada o una malvada a castigar, esto se reitera y verifica en otros textos que son considerados vestigios históricos, tales como son las cartas entre senescales, alcaldes, nobles, reyes, guerreros, clérigos, etc., las actas eclesiásticas y demás textos considerados históricos (SANAHUJA, 2002; Colomer et Al, 1999;SÁNCHEZ ROMERO, 2007; CORDOBA DE LA LLAVE, 2010).

1 De estos polvos estos lodos: misoginia y violencia deliberada

Una de las preguntas que nos podríamos hacer versa sobre el instante mismo en el que surge esta discriminación deliberada hacia la mujer. La respuesta no es tan sencilla como parece, sobre todo teniendo en cuenta el orden de la historia, la no linealidad de los sucesos y el transitar desacorde de las sociedades en el mundo. No podríamos dar una fecha exacta más que por cultura y sociedad, aun así quedaría confusa y diluida la respuesta. Ya que no se puede concretar la exactitud de las fechas ni de los tiempos nos remitiremos a establecer una común puesta en escena basada en los antecedentes de las grandes culturas, aquellas que han marcado el devenir de las civilizaciones contemporáneas.

Basándonos en las culturas del Oriente Próximo del I y II milenio antes de nuestra era, sobre todo en las leyes cuneiformes, la palabra masculina conceptuaba, valoraba, legislaba y, con ello, controlaba el universo femenino.

Debemos tener en cuenta que al igual que la historia no es lineal, el derecho cambia al compás que lo hace la sociedad. Las leyes se adaptan a las sociedades -élites de poder- que las crean. Pero sí tienen en común un trasfondo, independientemente del marco temporal y espacial del que se trate- que es el del establecimiento de la familia patriarcal donde la mujer siempre estaba considerada jurídica, moral y socialmente en condición inferior a la del hombre. Considerada como una propiedad, un objeto intercambiable, desposeída de cualquier valor jurídico y ciudadano salvo en los casos en los que ésta, la mujer, pasaba a ser reproductora. La maternidad aseguraba a la mujer un estatus de hacedora de hijos y proveedora de ciudadanos, eso sí, no todas las maternidades eran iguales.

En todo este periodo de tiempo, abarcando las civilizaciones Grecolatinas, el concepto de polis viene a ser fundamental en lo concerniente al estatus de ciudadanía y como no a la posesión de derechos y deberes que hacían que un sujeto pudiese o no ser ciudadano de pleno derecho. Las estructuras políticas, sociales, económicas, religiosas y civiles estaban entrelazadas y todas ellas conformaban un espacio de diferenciación social de marcado carácter patriarcal: los ciudadanos de pleno derecho eran aquellos que habían nacido y que eran hijos de padres de la polis, las mujeres extranjeras tuvieron durante un periodo de tiempo la posibilidad de adquirir el estatus de posibles esposas de un ciudadano -estatus que se mantuvo durante periodos interrumpidos y en función de las necesidades demográficas-, las mujeres nacidas en el seno de una familia de ciudadanos de la polis, los libertos -esclavos que habían dejado de serlo bien por el pago de su libertad o bien por la liberación de sus dueños-, esclavos, esclavas, metecas, hetarias, prostitutas.

La institución de la familia viene a fundar, tal y como lo indicó Engels (2008) , el origen de la propiedad privada -los hijos, la mujer y el territorio, el origen del capital y las plusvalías -los hijos, el trabajo reproductor de la mujer-. Una propiedad que queda instaurada en multitud de escritos derivados de preceptos legales de esos periodos de tiempo.

En todo ello la mujer como objeto y propiedad no sólo se reducía a su condición de esclava, meteca -extranjera o no Ateniense- o prostituta -no hetaira-, la condición como propiedad era extensible a todas las mujeres, sin excepciones. Tal era la condición de objeto y propiedad que la reproducción, la fertilidad y sus cuerpos eran propiedad de sus esposos, dueños o vendedores de esclavos (SAU, 1990) y de cualquier otro hombre libre. Pues el cuerpo de la mujer o mejor dicho, la mujer hecha cuerpo se dividía en dos tipos: los cuerpos enfocados a la reproducción y los enfocados a dar placer, pero sin ningún tipo de atisbo de voluntad propia ( MOSSÉ, 1995 ).

El cuerpo de la mujer como cuerpo reproductor o procreador hacía de la mujer un objeto desprovisto de voluntad sobre su propio cuerpo, sobre sus deseos y sobre su identidad. “La distribución del poder dentro del sistema patriarcal exige no solo una madre sufriente, sino también una madre desprovista de sexualidad” ( BETTELHEIM, 1968 , p. 271).

En todo este entramado de leyes y normas que hacen de la mujer un objeto entramos en materia de cómo ese objeto sirve como moneda de cambio ante pugnas o la necesidad de resarcir un problema legal. En las leyes hititas, los códigos Hammurabi, las leyes babilónicas y Asirias entre otras es reiterativa esta manera de limpiar el honor o enmendar el daño causado (LARA; LARA, 1994). Las leyes penalizaban de sobremanera las acciones contraceptivas, pues la población era la manera de mantener la sociedad, la productividad, la guerra y la conquista. Las sociedades de esa época y las posteriores ciudades estado tenían unas leyes seberas contra aquellas personas que participasen en abortos, métodos anticonceptivos o infanticidios de varones, pues el infanticidio de niñas y niños con problemas en algunos momentos de la historia fueron comunes (DICKINSON, 2001; PANGAS, 1990).

Hay que mencionar que es a partir de la “victoria del padre” que las sociedades matriarcales dan lugar al surgimiento de la sociedad patriarcal. Este carácter positivo, como constructor de la vida en sociedad y de la civilización, es responsable por la concepción del patriarcado como variable a-histórica, lo que no es real ( PATEMAN, 1993 ). Se debe concebir el patriarcado como un modelo que puede sufrir transformaciones al asumir diferentes grados o formas ( WALBY, 1990 ).

El patriarcado es un sistema que está sujeto a cambios históricos, sin ser concebido desde una perspectiva lineal o evolucionista. Al analizar la violencia contra las mujeres, se percibe que el patriarcado acaba por mostrarse en ambiente doméstico, por lo tanto privado, y en ambiente público, siendo estas las dos manifestaciones de las relaciones patriarcales. Lo que distingue, por lo tanto, cada una de ellas es la estrategia patriarcal utilizada, o bajo mecanismos excluyentes, configurando el patriarcado privado, o en las iniciativas segregacionistas, representando el patriarcado público. ( WALBY, 1990 ).

Acerca de esta relación entre patriarcado público e privado, hay que se mencionar los recurrentes que refuerzan la violencia contra la mujer en la sociedad actual como a la mujer pública, conocida por el cuerpo para el placer. Una herencia de ese pasado que se queda incrustada en el presente y que deriva de la división patriarcal de los usos sociales de la mujer: la madre -cuerpo procreador- y de la prostituta -cuerpo para el placer. Este recurrente hace que la idea de la mujer pública, aquella que posee su libertad sexual de manera autónoma sea estigmatizada negativamente, lejos de cualquier herencia religiosa, esta negatividad deriva del origen del patriarcado y su consolidación. La mujer pública no es productiva, no es reproductiva ni procreativa, es inferior y por ello violentable.

La fertilidad es uno de los marcadores de los imaginarios sociales colectivos, donde entra la madre que tiene hijos y cumple con su deber social (MOLAS, 2002), la mujer estéril considerada un sujeto defectuoso -tal y como se recoge en el poema sumerio Enki y la creación del hombre donde se describe la creación de una serie de seres defectuosos, entre los que se encuentra la mujer estéril, a la que el dios de la sabiduría -Enki- le atribuye como destino ser prostituta ( KRAMER, 1961 ).

Queremos tratar, con esta exposición limitada y breve de la historia más antigua, de esclarecer sin sesgo religioso, político o social contemporáneo el origen de la violencia contra la mujer. Queremos tratar la realidad de la violencia contra la mujer sin esos sesgos que la contemporaneidad y que desde el siglo I después de nuestra era se darían, sobre todo por connotaciones religiosas, en las que no entraremos en detalle pues como vemos, lo que en una sociedad se denomina como agravio legal -el aborto o la contracepción- en otras se denomina pecado. Con ello pretendemos indicar simplemente que las normas legales y civiles se convirtieron en normas religiosas según crecían las necesidades de poder y dominio.

2 Una aproximación teórica a la violencia

Saliendo del debate del origen del patriarcado, pues para ello deberíamos de abrir varios frentes, entre ellos el abierto por la teoría feminista y la definición misma de patriarcado, es preciso centrar otros conceptos anteriores al mismo patriarcado como lo es el de la violencia.

La violencia es fruto de la voluntad y capacidad que los sujetos tienen sobre el control de otros sujetos. Voluntad, libertad -sea ésta de pensamiento o movimiento-, producción / reproducción y corporalidad son algunos de los espacios del sujeto humano que son usurpados y controlados mediante la violencia. La vulnerabilidad que genera esa usurpación conduce al sufrimiento y como no a la pérdida de la dignidad humana, reduciendo al sujeto a la vida nuda ( AGAMBEN, 1998 ) a la mera existencia, a la carnalidad deshumanizada, donde los derechos dejaron de existir y donde el sujeto humano queda reducido a nada más que un cuerpo sin capacidad y control sobre sí mismo.

La violencia también introduce los términos tolerancia / intolerancia, una contradicción políticamente correcta que se hace latente en los grandes desplazamientos poblacionales de los siglos XVIII, XIX y XX y que es en el siglo XXI cuando toma una fuerza a modo de “forma social” de convivencia. Vivir junto a quien rechazas y admitir o “tolerar” sus costumbres, estilos de vida, ideologías, etc., no choca con las formas sociales de interculturalidad y multiculturalidad, más bien conviven a modo de espacios “polvorín” -pues ante el primer choque estalla el conflicto- y se mantienen en los límites de lo políticamente correcto ( ZIZEK, 2007 ).

La violencia sólo cabe ser interpretada en términos de lo no dado como herencia o elemento cuasi-natural, ha de ser comprendida como algo en movimiento, en continuo proceso de cambio y fruto de las relaciones e interacciones humanas, fruto de los intereses de poder y producción. El sujeto frente a la violencia está constituido, hecho o deshecho por las relaciones sociales. No es inerte, inmutable, inalterable e intacto. Butler (2006) señala que el sujeto se relaciona con la violencia de dos maneras, a través del duelo y como no del deseo o el éxtasis -estar fuera de sí-. Este último término para Butler tienen dos significados a considerar: ser transformado más allá de uno mismo por la pasión o estar fuera de sí a causa de la rabia o el duelo –“to be beside oneself”. El hecho de apelar a nuestra condición estática sugiere que, pese a que en el lenguaje ordinario a menudo hablamos de “mi cuerpo”, “mi género”, lo cierto es que no los poseemos totalmente, son modos de estar desposeídos pues el sujeto es lo que es para el otro o en virtud del otro, no de sí mismo.

“El cuerpo implica moralidad, vulnerabilidad agencia: la piel y la carne nos expone a la mirada de los otros pero también al contacto y a la violencia -y los cuerpos también nos exponen al riesgo de llegar a ser agentes e instrumentos de ellos. […] Mi cuerpo es y no es mío” (BUTLER, 2006, p.26).

Siguiendo por esta línea del lenguaje y de la constitución de los sujetos para Butler se ha de discernir entre el lenguaje que nos constituye como sujetos desde la perspectiva legal y jurídica y lo que somos o las palabras que nos constituyen como sujetos sociales. El lenguaje jurídico no nos va a configurar desde nuestras pasiones, deseos, rabia o pena. Pues el lenguaje de la justicia no nos dice nada del dolor de los demás, mientras que el lenguaje que nos define a nosotros mismos fuera de la esfera jurídica sí, nos transporta y nos implica desde el dolor, la rabia, la pasión y la pena con vidas que nos son las nuestras. Un duelo general y una vulnerabilidad común que debería ser mantenida viva para comprender y luchar contra la violencia en todas sus expresiones.

Aun con todo ello hablar de violencia en el siglo XXI es harto complicado, pues no sólo se ha convertido en un espectáculo (MUCHEMBLED, 2010), en una manera de producir capital, en una coartada perfecta para seguir con los postulados biologistas y cientifistas de la conducta humana, una manera de generar miedo y control -sobre todo desde la violencia terrorista-, es una perfecta forma de mantener las vulnerabilidades sociales intactas y con ello la pobreza, la desigualdad y el poder, se extiende más allá de lo inmutable para ser extremadamente cambiante en formas y modos de actuación. Lo que sí debemos de dejar claro que libertad, vulnerabilidad, pobreza y exclusión están unidas a ella y que son fruto de la voluntad, el deseo y el poder -sin negar aspectos en los que entra en juego la agresividad como acto individual y no colectivo-.

La violencia es colectiva, es social y conductual. Ejercicio de poder y deseo. Domina todos los espacios sociales y establece lenguajes que diferencian la forma en la que nos constituimos.

3 Violencia deliberada: violencia contra las mujeres

“Las mujeres circulan como mercancías por la sociedad como la sangre lo hace por las venas” (SAU, 1990, p. 102)

Para poder hablar de mujer y violencia debemos aclarar en primer lugar que es la violencia contra la mujer y que es la violencia de género, pues es demasiado común confundirlas e incluso mal utilizar los conceptos, llevando a situaciones que entorpecen si cabe más el conocimiento y reconocimiento de la situación de desigualdad que padecen las mujeres en el mundo.

Se debe diferenciar la violencia de género de la violencia contra la mujer -violencia machista-, de la violencia doméstica y de la violencia familiar. No son violencias sinónimas, aunque en ocasiones sí son violencias que se entrecruzan ( OSBORNE, 2009 ).

La violencia de género vendría marcada por las negociaciones, relaciones y pugnas entre los sexos con el fin de conseguir y/o mantener el poder. Violencia que es ejercida tanto por hombres como por mujeres. Pues el género es un constructo cultural que debería estar separado de la corporalidad. El género tal y como lo describe Scott (1986) es el “lugar” social donde a través del cual se articula el poder. Desde este punto de vista la violencia de género es una expresión de las relaciones desiguales de poder entre los sexos, manifestada en los ámbitos económicos, social, político, ideológico, de espacios y simbólico.

Quedaría más o menos claro que violencia de género no tiene por qué ser de manera directa y única violencia contra la mujer, violencia doméstica y violencia familiar. Son tipos de violencias que han sido confundidas y entremezcladas entre sí, llegando a extenderse la idea de que violencia de género es sinónimo de violencia contra la mujer y ésta está íntimamente relacionada con lo doméstico y lo familiar. Son errores que se han colado en la enunciación de las leyes, en la conformación de las políticas públicas y en la construcción de los discursos públicos y mediáticos. El no haber establecido definiciones sólidas desde los espacios de poder fáctico y simbólico, nos ha conducido a la actual situación de incomprensión, invisibilidad de las injusticias, confusión entre víctimas y victimarios, vulnerabilidad y falta de oportunidades para poder diseñar medios que establezcan una línea clara entre la legislación y la acción socio-política para con esas violencias. Dejando clara que la violencia contra la mujer es de género, pero sobre todo es contra la mujer, por su significado corporal y la esencia misoginia que está instalada en el imaginario social colectivo desde los orígenes del patriarcado, perdurado hasta la fecha.

A diferencia de género, mujer está relacionado con corporalidad. Género son actos del ser y del estar que culturalmente se hayan inscritos a un género determinado, reiteraciones de conductas, de actos, verbalización del sujeto en una identidad concedida culturalmente por la reiteración o repetición de esos actos ( BUTLER, 2003 ). Género se aleja en demasía de la reproducción y la producción, es político más que fáctico, es mucho más “espacio” que carnalidad.

La violencia contra las mujeres se propone destruir las prácticas de creación y recreación de la vida y la convivencia humana, la apertura a la relación, la apertura a lo otro de sí, que el cuerpo señala: “señala sin determinar nada, pues una mujer es libre de ignorar ese signo” (RIVERA GARRETAS, 2001). Es un tipo de violencia que generalmente es ejercida por varones que no pueden soportar los vínculos que la mujer tiende y atiende a su alrededor, familia, amigos/as, novios/as, etc., esta violencia es una violencia ejercida directamente contra el cuerpo de la mujer -aunque en ocasiones sea psicológica y simbólica, así como política toda ella es ejercida contra la materialidad de la mujer, no contra “su espacio” como identidad de género. Una violencia que atenta contra la libertad del sujeto sea esta libertad corporal, psicológica o ideológica-identitaria.

La violencia contra las mujeres es ejercida por combinación de factores. Desde la coacción directa y violencia fáctica hasta la simbólica y moral. Responde a una situación de dominación en todos los órdenes sociales. Dominación que sólo tiene sentido desde el orden patriarcal al cual ya hemos hecho referencia anteriormente pero que lo definiremos como el “sistema de organización social en el que los puestos clave de poder -político, económico, religioso y militar- se encuentran, exclusiva o mayoritariamente, en manos de varones” (PULEO, 2005).

Un sistema de poder que ha ido generando estrategias para dominar, controlar y someter la voluntad, los cuerpos y las vidas de las mujeres desde diversas tecnologías de poder -haciendo mención a la biopolítica en Foucault - y estrategias de usurpación y posesión.

La violencia contra la mujer atraviesa como una serie de factores herencias y reminiscencias activas de los orígenes de la distribución de poderes, es decir de los orígenes mismos de las sociedades patriarcales, a considerar:

La desprotección legal sobre las víctimas colaterales de la violencia contra la mujer es un tema de debate que desde hace menos de una década comienza a ser debatido en los espacios académicos, científicos y como no legales. Ejemplo de ello podemos ver como leyes que han revolucionado un país como lo es la “Ley María da Penha” en Brasil, la cual fue un avance en la lucha contra la violencia contra la mujer no incluye a los hijos/as ni a la familia o compañeros sentimentales como posibles víctimas directas de la violencia infringida a la mujer con la que están relacionados ( SAUAIA; GARCÍA-MANSO, 2015 ).

Conclusiones

Este texto no pretende mostrar una imposición del pasado en el presente, más bien pretende recordar que la historia existe y que marca el devenir del presente y del futuro. Que lo que hoy en día designamos como violencia de género y violencia contra la mujer ha marcado el trascurso de las vidas durante siglos y que es una violencia deliberada fundada en miedos a la pérdida del poder.

Sin pecar en determinismos occidocentricos, sin establecer linealidades que tirarían por tierra todo lo escrito anteriormente, no podemos olvidar que la cultura greco-latina marcó las culturas posteriores hasta bien entrado el triunfo de la razón, la era de las luces. La ilustración parecía romper con algunas de las ideas ya extremadamente enraizadas en la cultura europea, pero curiosamente dieron una vista hacia atrás y siguieron copiando patrones legales y políticos de aquellos tiempos. Eso es lo de menos, pues lo que nos importa no es sólo lo público sino lo cotidiano, el día a día que es uno de los espacios donde la violencia contra la mujer más se concentra. El porqué es claro: su sometimiento durante siglos a los espacios íntimos y privados la han sujetado y anclado en ellos, haciéndola vulnerable y accesible.

Volviendo a la influencia no sólo en el derecho -un ejemplo de la influencia del derecho romano lo tenemos en el derecho español el cual está fundado en el derecho romano-, sino en lo cotidiano y en los rituales religiosos y sociales ( CASANOVA; LARUMBE, 2005 ). Si éstos rituales perduran hasta nuestros días como no van a perdurar en el imaginario social colectivo las diferencias entre los sexos, aquellas que marcaron la vida por siglos de un occidente conquistador y colonial.

Es curioso como en casi todas las religiones pre babilónicas, babilónicas, asirias, incluyendo las greco-romanas, tienen una figura mítica o religiosa que es madre siendo virgen, todas narran el origen del mundo y cómo la mujer tuvo un papel no muy positivo en ese origen, pues es la que trae todas las calamidades -Pandora-. En el caso del Génesis es Eva, creada de la costilla de Adán -lo cual ya la hace posesión de Adán- la que reta el poder de Dios, lo desobedece, se deja seducir por el mal y engaña a su compañero para que incumpla la norma impuesta por Dios -la metáfora de la serpiente y la manzana-, este acto de osadía y de libertad hace que Dios castigue a toda la humanidad por “culpa de la mujer” la cual es el origen de todas las calumnias y del pecado original ( GARCÍA ESTÉBANEZ, 2008 ). Curiosamente en el origen de la tierra la tradición hebrea incluye una figura femenina anterior a Eva, Lilith, una mujer hecha del mismo barro que el hombre y que se subleva tanto al poder masculino como a Dios, quien por su osadía la castiga, siendo desterrada del Edén y a vagar eternamente por la tierra junto con su estirpe, este mito que está recogido en el Génesis Rabínico y alguna versión del Pentateuco fue eliminado de dichos escritos dejando únicamente como primera mujer y compañera de Adán a Eva ( GRAVES; PATAI, 2000 ; POSADAS; COURGERON, 2004; BLAIR, 2009).

Este texto lo que pretende es recordar que lo que hoy en día conocemos como violencia contra la mujer no es una situación hija de la modernidad, sino que es una herencia tan antigua como lo son los estados de poder patriarcales. El origen de la humanidad, como muchos y muchas apuntan, pues el poder tal y como lo conocemos en materia de división sexual del mismo es fruto de la construcción de las sociedades civiles, la creación de la polis y la importancia de lo material o el valor de la propiedad privada.

La posesión sigue siendo uno de los argumentos de la violencia contra la mujer, sea ésta originada por la idea de posesión carnal -violencia sexual-, posesión sentimental -acoso y violencia amorosa-, posesión psicológica y control -violencia psicológica, posesión administrativa y ciudadana -violencia administrativa o estatal-, posesión reproductiva -violencia sexual, rapto y matrimonio forzado- y como no posesión de la vida de una persona -violencia fáctica, asesinato-. En todas estas posesiones encontramos el reflejo de la división clásica que se hacía de los cuerpos en cuanto a objeto de poder del varón: cuerpos para la procreación, cuerpos para el deseo.

A modo de anotación última nos gustaría incluir este texto, muy significativo sobre la subyugación y opresión física y simbólica de la mujer en la sociedad. El miedo infringido por las normas-valores-leyes y costumbres sociales a romper con los estereotipos y roles sociales inferidos por el sistema patriarcal mediante la performatividad de actos del ser y del estar, lo cual crea una identidad de género dada por la sociedad y que la hacen a imagen y semejanza de los intereses y necesidades del sistema de poder de ese momento. “El miedo a sufrir violencia en los espacios públicos genera la creencia de que la casa es el lugar más seguro. Eso disuade a las mujeres de participar en actividades sociales, políticas o incluso laborales […] Esto se refleja en el gran número de mujeres que dijeron que “nunca”, “casi nunca” o “solamente cuando era necesario” salían de casa. Otras mujeres dijeron que, si salían de casa, vivían en un estado continuo de ansiedad” ( RADFORD, 1987 , p. 32-33)

El poder de performativizar la identidad de la mujer también influye en su papel en la sociedad: su eterna relación con lo doméstico, lo íntimo y la debilidad. Esa capacidad de sujetar al sujeto viviente en una persona con miedo se sigue manteniendo en la actualidad como una manera de violencia, la de la imposibilidad de tener libertad de identidad, de acción y transgresión de las normas del patriarcado por miedo al peligro de lo que está afuera.

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Notas de autor

Sobre as autoras Artenira da Silva e Silva PhD en la Facultad de Psicología de la Universidad de Oporto. Doctorado en Salud Pública por la Universidad Federal de Bahía. Profesora e investigadora en el Departamento de Salud Pública y del Programa de Post Graduación de Derecho y las Instituciones del Sistema de Justicia de la Universidad Federal de Maranhão. Investigador en el Observatorio Iberoamericano de la Salud y Ciudadanía, miembro del Centro de Estudios de Derecho constitucionales. Coordinadora de la línea de investigación Violencia Social y Doméstica del Núcleo de Estudios en Derecho Sanitario de la Universidad Federal de Maranhão. E-mail: artenirassilva@hotmail.com
Almudena García-Manso Doctora en Sociología, profesora y investigadora en el Departamento de Ciencias de la Comunicación y Sociologia de la Facultad de Ciencias de la Comunicación, Universidad Rey Juan Carlos. Sus líneas actuales de investigacion se centran en la sociologia del género, la sociologia del cuerpo, sociologia de la sexualidade, inmigracion e intercambio cultural. Membro del grupo e investigacion de excelnecia methaodos.org y secretaria de la revista methaodos.revista de ciências sociales, también es membro del Observatorio Iberoamericano de Salud y Ciudadanía y de FLACSO España. E-mail: almudena.manso@urjc.es
Gabriella Sousa da Silva Barbosa Mestra en Derecho y Instituciones del Sistema de Justicia por la Universidad Federal del Maranhão – UFMA. Pesquisadora CAPES. Abogada. E-mail: gssbarbosa@gmail.com
As autoras contribuíram igualmente para a redação do artigo.
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