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Notas para el estudio de los correlatos de los imaginarios de la ciudad
Notes for the study of the correlates of the imaginaries of the city
Notas para el estudio de los correlatos de los imaginarios de la ciudad
Contexto. Revista de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Autónoma de Nuevo León, vol. XII, núm. 17, pp. 99-107, 2018
Universidad Autónoma de Nuevo León
Recepción: 01 Abril 2018
Aprobación: 01 Agosto 2018
Resumen: El texto aborda el tema de los imaginarios desde la propuesta de los correlatos de los imaginarios. Para ello, se centra en los imaginarios de la ciudad. La ciudad la entenderemos como un símbolo que representa un mundo. Representación que opera bajo las diferenciaciones funcionales, en las cuales, los correlatos se presentan como elementos de la comunicación del sistema donde se manifiestan los imaginarios. Para explicar lo anterior, se presenta el caso de la ciudad de Monterrey, México.
Palabras clave: Imaginarios de la Ciudad, Identidad simbólica, Correlatos, Monterrey.
Abstract: In this text we study the imaginaries from the proposal of the correlates of the adjectival imaginary. For this, it focuses on the imaginary of the city. By city will be understood a symbol that represents a world. Representation that operates under the functional differentiations, in which, the correlates are presented how elements of the communication of the system where the imaginary are manifested. To explain this, we present the case of the city of Monterrey, Mexico.
Keywords: Imaginaries of the city, Symbolic identity, Correlates, Monterrey.
Introducción
Hace más de 30 años, Manuel Castells (1981:1), comentaba que la crisis urbana se producía: “[…] a partir del momento en que la organización de las grandes ciudades contradice los valores y necesidades de la mayor parte de los grupos sociales, mientras que, al mismo tiempo, dificulta la realización de los objetivos que asignan al sistema urbano los intereses estructurales dominantes”. La crisis urbana, estudiada por Castells en aquellos años, dificultaba el desarrollo social y económico; a su vez, debilitaba su legitimización política, llevando a una toma de conciencia por parte de la sociedad, derivando en lo que él llamaba: ideología urbana. De ahí que esa crisis solo se podía entender y tratar a partir del estudio de las relaciones sociales que la configuraban. En años más recientes, Castells (2006) replantea su análisis de las crisis urbanas. Pasa del estructuralismo al subjetivismo. Ubica tres grandes tendencias sociales que transformaron las ciudades contemporáneas: revolución tecnológica, sociedad de la información y economía global. Las cuales traen nuevos modos de vida urbana, por ende, nuevos conflictos que llevan a nuevas formas de crisis urbanas. Para él: “La brecha entre función y sentido, transformada en la tensión que se produce entre espacio de flujos y espacio de lugares, puede convertirse en la principal fuerza desestabilizadora en las ciudades” (Castells, 2006). Tensión entre lo local y lo global que lleva a cuestionarnos ¿dónde se ubica en la actualidad el objeto de estudio de los efectos de estas crisis y cuales son sus efectos en las dinámicas e identidades de las propias ciudades, así como sus formas de vida? Pues todas las ciudades, en mayor o menos medida, han o están pasando por crisis urbanas. Entonces es posible que la temática de los imaginarios nos de claves de cómo afrontarlas, pues estos se resignifican y se transforman conforme lo hacen también las ciudades. Aunque lo que permite que no se pierda la identidad simbólica de las ciudades son sus correlatos, pues en estos siempre está de forma latente su imaginario fundacional.
Además, para Olivier Mongin (2006), la ciudad contemporánea presenta dos características principales: los flujos y los lugares. En los flujos la ciudad se abre y pierde sus limites. En los lugares se presentan las resistencias de los locales a lo urbano total. De ahí que llega a plantear que en la actualidad la lucha de clases se convirtió en una lucha por los lugares. Por lo cual: “Al pasar de un mundo finito, que daba la posibilidad de ejercer prácticas infinitas, a un mundo infinito, que sólo permite ejercer prácticas finitas y fragmentadas, hemos entrado en el tiempo y en el mundo de la posciudad”. Una ciudad en la cual sus limites han de dejado de ser físicos por la red que construye, más que una red de ciudad, una mega ciudad red. Ciudad que opera con nuevos correlatos, en cuanto a su imaginario de ciudad, que reconfiguran la construcción social de lo urbano. Porque esta nueva ciudad sin limites y de flujos, para Oliver (2006: 367): “[…] no implica que el imaginario urbano haya desaparecido; la ciudad como “cosa mental” o como referencia mítica a un lugar, aun cuando ya no sea un “lugar común”, todavía existe”. Y sí, el imaginario urbano (aunque es más preciso, para este texto, imaginario de la ciudad) no desaparece ni desaparecerá, al contrario, el imaginario fundante de la ciudad moderna es el que domina sobre las nuevas formas de significaciones que se presentan en estas nuevas construcciones simbólicas de la ciudad. Esa referencia mítica a un lugar es lo que corresponde a un imaginario 0 o fundante y que lo podemos ubicar por medio de los correlatos que de él emergen. Esta será la hipótesis a seguir en este texto y se ubicará en el caso de la ciudad de Monterrey.
El por qué hablar sobre imaginarios de la ciudad y no urbanos, se debe a que al referirnos a los urbanos, nos ubicamos en los significantes dados por la parte física y morfológica de la ciudad. De ahí que refiera a lo estático. Lo que construye una narrativa que dota de sentido al lugar en cuanto a sus espacios y formas, por lo tanto, sus correlatos se presentan en un plano perceptivo/representativo. Pero al nombrarlos como imaginarios de la ciudad, nos permite ubicarlos en lo móvil, en lo dinámico, en la parte viva y de relaciones de la ciudad. Se vinculan a la experiencia y la forma en la que se construye la realidad en la interacción entre los sujetos con el espacio y otros sujetos. Por lo tanto, en los imaginarios de la ciudad, no es necesario estar inmerso en los significantes de lo real urbano para poder interpretar sus correlatos de lo imaginario. Esta no dependencia del significante urbano posibilita que el correlato de la ciudad se pueda ubicar a través de la palabra y la imagen. Donde dicha imagen, no necesariamente, tiene que ser una referencia a la realidad, al contrario, entre más simbolizada este, más se puede ubicar el correlato de lo imaginario. De ahí que dentro del imaginario de la ciudad es por medio de las analogías como podemos conocer los lugares sin haber estado en ellos. Donde lo descrito por el imaginario urbano, pertenece a una realidad de primer orden, significada por la materialidad de la arquitectura de la ciudad. Mientras que los imaginarios de la ciudad pertenecen a la intersección entre la realidad, lo irreal y la imaginación, cuyas significaciones se simbolizan en la deriva sociohistórica de la ciudad como dispositivo.
De tal forma que este texto tiene como objetivo presentar, a manera de notas, una reflexión sobre las relaciones entre la identidad simbólica y los imaginarios de la ciudad. Para ello se explica de forma general el símbolo y su relación con la identidad colectiva y los imaginarios. Porque la parte fundamental de las ciudades son sus sujetos quienes la construyen tanto física como simbólica e imaginariamente. Cabe recordar lo dicho por Deyan Sudjic (2017: 239), haciendo referencia a aquellos modelos urbanos que no toman en cuenta a los sujetos, pues para él: “Una ciudad sin gente es una ciudad muerta. La multitud es un signo esencial de la vida urbana. Una ciudad viviente es la encarnación de la gente que la habita. Llenan sus calles y sus espacios públicos; penetran en ella cada día, para encontrar lo que tiene que ofrecerles la ciudad”. Entonces la ciudad no se puede abordar como un ente ajeno al sujeto. La ciudad es parte de la sustancia de sus habitantes y por lo tanto es el símbolo vivo de la gente que lo habita. Donde acontecimientos infames puedes afectar esa simbolización, pero siempre los sujetos se vuelven a apropiar de su espacio y lo introyectan como lugar. Son pequeñas insurrecciones ante urbanismos globales impositivos. Justo en estas pequeñas acciones es donde ubicamos la importancia del estudio de los imaginarios de la ciudad. Porque lo urbano se edifica desde una simbolización de imaginarios ajenos a la identidad simbólica del lugar, pero las apropiaciones del espacio se relacionan a los imaginarios de la ciudad, que es, el que se presenta en las acciones de los sujetos, por medio de sus correlatos que se ubican en sus narrativas espaciales.
Entonces planteamos que si en el espacio urbano mutan sus significantes por el impacto que tienen los acontecimientos violentos sobre su significación a microescala, con mayor razón la representación del espacio urbano muta con las crisis urbanas, así como su vínculo con los imaginarios, pero estos, siempre guardan un vínculo con su identidad simbólica. La cual se manifiesta por medio de los correlatos que dotan de sentido a la ciudad. Este trabajo explorará este fenómeno ejemplificándolo con la ciudad de Monterrey, México. La cual tuvo una fuerte crisis urbana producto de la perversa guerra contra el crimen organizado. Lo que generó resignificaciones interesantes sobre su sentido de ciudad y otras más perversas sobre la exclusión del Otro, que se observan en los proyectos urbanos postcrisis urbana en Monterrey: Pabellón M, Esfera Monterrey, Distrito Tec y recientemente el proyecto Distrito Independencia con su interconexión San Pedro-Monterrey y la cruz más grande del mundo. Proyectos ajenos a la identidad simbólica de la ciudad y que representan el sentido del mercado del suelo, lo que genera espacios de exclusión en la ciudad, tanto físicos como simbólicos.
Identidad simbólica de la ciudad y correlatos de lo imaginario
Las ciudades desde su origen siempre ha tenido una fuerte carga simbólica. Es más que eso, es un símbolo que emerge del imaginario dominante de cada época. Prueba de ello son los casos de las ciudades chinas y la génesis de la ciudad occidental. Las cuales en su origen, presentaban una serie de ritos dados por su cosmovisión para marcar un orden terrenal y separar el bien del mal. Pues como menciona Steen Rasmussen (2014: 38): “Para los chinos, toda la práctica constructiva era, en realidad, ritual; y si no había unas reglas establecidas para un caso determinado, había que consultar a los sacerdotes, a quienes se consideraba en contacto intimo con las fuerzas de la naturaleza”. Donde a su vez la figura del emperador era la que articulaba la distribución espacial de la ciudad como era el caso de Pekín. Ritos que también era claves en la elección de sitios de las primeras ciudades griegas, pues en ellas: “Se trataba de construir una ciudad ideal que se observaba en el cielo, a través de la contemplación, cum-templatio, o trazado de «recortes» cruzados en el cielo; templum, temenós, tiene ese sentido: lo demarcado, lo recortado” (Trías, 2005:23-24). Donde el signo era el vuelo de las aves que podían ser de bien agüero o de mal agüero, que se sabia a partir de la inspección del hígado de las aves que eran cazadas, donde: “Ese punto en el cual la caza tenía lugar, constituía entonces el punto justo definido como lugar de intersección y cruce” (Trías, 2005: 24). De tal forma que el punto de origen de las primeras ciudades era claramente simbólico y delimitaba el mundo como un signo del bien sobre el mal, pues como menciona Marcel Hénnaff:
Si la ciudad se presenta como un mundo, es primero porque se entiende como la expresión de fuerzas que rehacen al mundo. La ciudad opone al mundo producido al mundo anterior sentido como dador; este último era el lugar de una alianza igualitaria y de una circulación sobre un plano común de humanos y no-humanos. La ciudad instaura la separación escalonada de dioses celestiales, hombres, deidades infernales; ella reconstruye de acuerdo a un nuevo esquema lo que ha desecho; es un mundo porque lo construye y porque es simple y sencillamente un nuevo mundo” (Hénaff, 2014:21).
El mundo era el símbolo de la alianza entre los humanos y sus dioses, lo que en la actualidad se podría reinterpretar en la alianza entre el poder económico y el político en las ciudades modernas. Pero eso no genera sujetos pasivos, porque esa los signos de esa nueva alianza son sus edificaciones, pero de ellas emerge lo simbólico que se anuda con lo imaginario, generando la ciudad. La ciudad como un símbolo de la libertad de los sujetos, ya que como nos dice Deyan Sudjic (2017: 12): “Un auténtica ciudad ofrece a sus ciudadanos la libertad de ser lo que quieren ser”. Donde la ciudad es más allá de sus planes de desarrollo y sus estadísticas para determinar crecimiento e intervenciones del espacio. Eso corresponde al urbanismo operacional que lo materializa y cosifica, pero es el sujeto quien lo transgrede y vuelve suyo el espacio. Esos grados de libertad son dados por ese símbolo que es la ciudad y sus significaciones imaginarias que van mutando por medio de acontecimientos que los marcan.
Ahora bien, es pertinente explicar como se da esa relación del símbolo con la ciudad, para ello se tiene que ubicar al símbolo en su vínculo con el espacio, la identidad y la cultura, pues para Mauricio Beuchot (2007: 68): “[…] si en los pueblos se puede hablar de una identidad cultural igual de fuerte que una identidad biológica, también se puede hablar de una identidad simbólica tan fuerte como la identidad cultural. Esta identidad está configurada por símbolos que se comparten; estos símbolos congregan, unifica, dan pertenencia a una sociedad; a veces no se comparten todos, pero los que se comparten alcanzan a congregar, más allá de lo geográfico-político, más allá de lo histórico-social”. De tal forma que al hablar de la ciudad como un símbolo, hacemos referencia a esa función aglutinadora que permite la socialización del espacio. Lo que genera un sentido compartido sobre lo que es lo urbano presente en su identidad simbólica. Ya que cualquier habitante, de los aproximadamente 3,500 millones que viven en las ciudades, interpreta el sentido general de la ciudad. En lo particular, se interpreta desde su identidad simbólica, la cual es fundamental para comprender la ciudad contemporánea como lugar de los sujetos, porque: “El símbolo da identidad, una plural. Pero da la suficiente como para que tengamos una claridad cultural. Estos signos estructuran el imaginario social, es dimensión inconsciente por la que nos conectamos con nuestra comunidad, que nos hace pertenecer a una colectividad o sociedad. Se forma como imaginario individual, pero a partir de lo social. Va a través de la fantasía o la imaginación” (Beuchot, 2016: 56). Entonces podemos hablar de dos niveles de simbolización de la ciudad contemporánea: la ciudad global y la ciudad como lugar. Y así como hay esos dos niveles, los imaginarios operan de forma similar, donde se tiene ese imaginario colectivo y el imaginario individual del que nos habla Beuchot. Los cuales presentan sentidos generales similares, pero en su significación denotan las particularidades de la identidad de simbólica de la ciudad.
El sentido de los lugares de la ciudad, producido por lo simbólico y lo imaginario, podría parecer que genera una tensión entre lo global y lo local. Esto en cuanto a la interpretación del espacio urbano por parte de los sujetos, el cual cada vez presenta más formas urbanas comunes. Pero por medio de los correlatos fundacionales de la ciudad moderna, es como se mantiene esa identidad simbólica, que interpenetra los lugares comunes de las ciudades globales en su significación. De esta forma, se puede disminuir la tensión entre los sentidos literales y simbólicos de lo global y local, porque: “[…] en el imaginario hay una tensión entre los dos lados: el de la literalidad y el de la alegoricidad-simbolicidad. El de la literalidad tiende a quitar su simbolicidad a lo imaginario y reducirlo a signo meramente arbitrario. El signo es meramente arbitrario, es artificial, mientras que el símbolo tiene cierta parte de naturalidad; por eso ha de conservarse (o recuperarse) es parte natural, que es precisamente la de imagen […] Hay que salvaguardar esa parte de imagen de las cosas representadas que tiene el símbolo, so pena de empobrecerlo demasiado” (Beuchot, 2008: 82). Donde ese literalidad es dada por el urbanismo operacional y las edificaciones de discursos arquitectónicos globales, como se pueden encontrar en cualquier desarrollo urbano integral sustentable. Lo cuales en pos de un discurso de lo sustentable imponen una narrativa espacial ajena a la identidad simbólica de la ciudad. Buscando instituir un imaginario de la ciudad que se necesita. Mientras que lo alegórico y lo simbólico hace referencia a los modos de vida propios de la ciudad, la cual produjo, produce y producirá los correlatos que alimentan el correlato del imaginario fundacional y su identidad simbólica. Lo que media esa tensión y hace asimilable los nuevos espacios urbanos.
Hemos estado hablando de manera recurrente los correlatos ¿pero qué se entiende por estos? En un texto anterior (Aragón, 2017) mencionaba que en el correlatos y la información de la urdimbre de significaciones se encuentra oculto el imaginario, siendo un tipo especial de comunicación, la cual interpenetra libremente en los sistemas sociales. De ahí que el correlato es una forma simbólica en donde podemos encontrar elementos del imaginario. De ahí que el correlato hare una referencia correlacional al orden de lo imaginario, pues si lo definimos en cuanto a su acepción del diccionario de la lengua de la Real Academia Española, un correlato es un: “Término que corresponde a otro en una correlación”. Que en este caso son signos y símbolos que emanan del magma del imaginario. Por lo cual el correlato es un tipo de signatura, pues estas, para Giorgo Agamben (2010: 57): “[…] es aquello que, habitando en las cosas, hace que los signos mudos de la creación hablen y se vuelvan efectivos”. Donde es justo esa capacidad de transmitir un sentido donde podemos percibir las representaciones del imaginario, porque: “[…] la signatura no expresa simplemente una relación semiótica entre un signans y un signatum; más bien es aquello que, insistiendo en esta relación pero sin coincidir con ella, la desplaza y disloca en otro ámbito, y al inserta en una nueva red de relaciones pragmáticas y hermenéuticas” (Agamben, 2010: 53-54). Siendo el espacio de esas nuevas relaciones el centro de la intersección entro lo real-el imaginario-lo simbólico que construyen la realidad de la que contextualiza la identidad simbólica. De tal forma que los correlatos operan en la parte ontológica de los imaginarios.
Los correlatos, en cuanto al imaginario urbano, emergen de los morfógenos y se manifiestan en la alegoría. Respecto a los primeros, Adolfo Narváez (2015: 160) nos dice: “[...] lo imaginario, que va hacia la construcción de morfógenos por la vía corporal, y por esta vía transmuta la energía de lo imaginario en emoción, que aporta su fuerza y dimensiones al proceso de simbolización, que es en donde esta energía que puede ser descrita en sí como un único movimiento, como una potencia unitaria, se parte en polaridades aparentemente opuestas y paradójicamente (para la razón) unidas indisolublemente”. Esa energía, en el caso del correlato, es la signatura presente en la alegoria del espacio arquitectónico, la cual para Eloy Méndez (2017: 38) en el caso de las representaciones de las narrativas del miedo en la ciudad, nos dice que: “[…] es evidencia visual. En ella la fortaleza es desagregada en los emblemas de la vida segura, en la hipótesis de que es el código base de representación del imaginario urbano útil para resolver las formas visuales de la narrativa del miedo”. Son los relatos de la seguridad materializados en elementos de protección espacial. Que es justo en la narrativa donde encontramos las principales manifestaciones de los correlatos de los imaginarios de la ciudad, pues producen y cimentan esa identidad simbólica que le da su particularidad.
Cabe recordar que la ciudad es un espacio de lugares polisémicos por sus diversas formas de vida que ahí convergen, pues como señala LLuís Duch (2015: 19): “[…] la ciudad, toda ciudad, como el mismo ser humano, es una coincidentia oppositorum, una magnitud poliglota, que puede hablar y, de hecho, habla muchos lenguajes, los cuales, cada uno a su manera, son eficientes y competentes para expresar un aspecto de la realidad urbana y/o antropol per,o que tentes para expresar polchos lenguajes, los cuales, cada uno a su manera, son eficientes y competentes para expresar ógica, pero que permanecen mudos, inducen al mutismo y, a veces, pasan a ser tergiversadores de la realidad cuando se pretende aplicarlos a un ámbito, a una faceta de la realidad del hombre o de la ciudad que no les corresponde”. Por lo tanto la ciudad presentara realidades diversas producto de la interacción de distintos sujetos. El querer imponer una narrativa sobre lo que debe de ser la ciudad solamente la falsifica. Crea espacios urbanos sin identidad simbólica, pues la impuesta no corresponde a los sujetos que la habita. Esto resulta interesante en el tema de los estudios de los imaginarios de la ciudad, pues están fuertemente ligados a la realidad urbana. Por lo que es necesario primero ubicar el contexto de la realidad para ir hacia la profundidad simbólica en busca del sentido. Las claves para ello están en los correlatos. Los cuales también se transforman conforme la simbolización de la realidad lo hace, pero siempre quedan vestigios que permiten construir su genealogía. Pues esos correlatos evolucionan recordando siempre el origen de esa ciudad. No un origen histórico, sino simbólico que remite a la identidad dominante de la ciudad.
El correlato de los imaginarios de Monterrey
Al inicio se hablaba de las crisis urbanas y cómo estas impactan en el espacio físico, social y simbólico de la ciudad, así como en la resignificación de sus imaginarios tanto urbano como de la ciudad. Los urbanos, en los elementos físicos materializados por las alegorías de las narrativas del miedo (Méndez, 2017). Los de la ciudad, en los cambios de las dinámicas cotidianas y nuevas formas de simbolización y resignificación de lugares. Se generan nuevas narrativas gatilladas por los acontecimiento que generan improntas en el espacio urbano. Entrando nuevas significaciones en los correlatos del imaginario, la cuales si son demasiado abruptas generan mutaciones en la identidad simbólica de la ciudad. Más si esa identidad es muy antigua o se ha debilitado por las nuevas dinámicas y vocaciones, como por ejemplo pasar de una ciudad comercial medieval a una del turismo en la actualidad. En casos en los que la identidad simbólica se fraguo en épocas de inicios de la modernidad, esta se mantiene como un correlato fuerte que le da cohesión. Este el caso de la ciudad de Monterrey, que inicia su consolidación como ciudad a finales del XIX. Donde la consolidación como ciudad es lo que marca su principal correlato del imaginario fundacional.
En una guía de turistas sobre México, que encontré en una cafetería hace unos años, mencionaba sobre Monterrey, más o menos lo siguiente: “Ciudad del norte de México que puede ser puerta de entrada para quien visita por primera vez México, lugar donde encontraras muchos centros nocturnos y lugares de cocina internacional”. Parte del argumento se basaba en la característica de hibridación que presenta Monterrey, pues es una ciudad que se ha desarrollado más al estilo gringo que el del centro del país, por su relativa cercanía con la frontera (240 kilómetros aproximadamente). Además que su ubicación geográfica, hace que sus principales referentes cultural sean los del EEUU y estados vecinos del norte, y no, los del sur de México. Pues es una ciudad relativamente joven que se consolida en el siglo XX por el desarrollo de la industria del acero, vidrio, cemento y cerveza. De ahí que su imaginario fundante moderno se vincule con la industria. Es una ciudad industrial que ha construido una identidad simbólica ligada al esfuerzo y el trabajo como símbolo que lo aglutina. Lo anterior dota de sentido a otra característica del espacio simbólico, en cuanto a su relación con el patrimonio, pues en su centro urbano, núcleo de la ciudad, se derrumbaron los antiguos caseríos a inicios de la década de los ochenta del siglo pasado, y sobre ello se construyó lo que se conoce como la Macroplaza. La cual en su extremo sur se ubica el Palacio Municipal y en su extremo norte el Palacio de Gobierno del Estado de Nuevo León (hoy convertido en museo).
Parte de ese imaginario dominante del trabajo tiene sus raíces en el mito fundacional del ciudad, porque el norte de México, se característica por un predomino territorial de las zonas áridas. Lo que hizo que los grupos originarios que las habitaban fueran predominantemente nómadas, aunque aquí hay que señalar que la ciudad de Monterrey presentaba un bosque de galería y matorrales altos, pero el resto, la mayor parte de la superficie del Nuevo León, sí predominan los ecosistemas áridos. De ahí que el discurso en el cual se ha construido la ciudad Monterrey se da en función del esfuerzo y del dominio sobre la naturaleza. El cual transmuto y resignifico en el del trabajo, con la entrada de la industria como articuladora y estructuradora de la ciudad moderna. De ahí que se pueda plantear la hipótesis que por medio de estos imaginarios fundantes, es como las ciudades adquieren su identidad y les permiten simbolizar, significar y resignificar, fenómenos que se le presentan como contingentes. Además, la forma en la que es representado el espacio de la ciudad y sus narrativas inherentes tiene en ese imaginario fundante moderno. Una manifestación de símbolos específicos presentes en las etiquetas dadas a las ciudades como industriales, turísticas, patrimoniales, del conocimiento, entre otras. Esto en cuanto a su función contemporánea, no tanto en su origen fundacional y creacional, sino en su construcción de la ciudad moderna. El mito fundacional corresponde a otra forma de significación que se transforma con el tiempo y el desarrollo de las actividades dominantes de las ciudades.
Es este imaginario del trabajo el que ha dotado de su identidad simbólica a la ciudad de Monterrey en las últimas décadas. Imaginario moderno que podría ubicar su institución con la apertura de la Fundidora de Fierro y Acero de Monterrey en 1900, la cual cerró sus puertas en 1986. Dos años después de su cierre, en el terreno donde se ubicaba, se creó el Parque Fundidora. Parque que es detonante, de un megaproyecto urbano, que lo une con la Macroplaza por medio el río artificial del Paseo Santa Lucia en el 2007. Aquí se podría ubicar la resignificación del imaginario del trabajo en uno del conocimiento. Pues justo en ese año, la propuesta del gobierno en turno, era volver Monterrey una ciudad del conocimiento. Para ello se invirtió en infraestructura que permitiera lograr dicho objetivo, como son el crecimiento de sus universidades publicas y privadas, la creación del Parque de Investigación e Innovación Tecnológica y la organización del evento que marcaría esa tercera refundación de ciudad: El Foro Internacional de las Culturas. Pero este imaginario no se alcanzo a instituir, ya que fue interrumpido por un hecho que creo una crisis de la ciudad en Monterrey. Este hecho fue una serie de acontecimientos relacionados con la lucha por la plaza entre carteles rivales, lo cual en un principio se negaba y se vinculada al Otro. Donde el malo, el narco, el secuestrador, no eran la ciudad, su origen era otros lugares como Tamaulipas o del sur de México, pero nunca de ahí. Hasta que llegaron los Zetas y reclutaron a jóvenes de barriadas populares, lo que origino un imaginario del miedo.
El acontecimiento nefasto que instituyo este imaginario del miedo, más que los colgados en pasos a desnivel o los narcobloqueos de avenidas principales, fue el atentado al Casino Royal en 2011 donde fallecieron 52 personas, la mayoría adultos mayores. Imaginario que modificó las dinámicas urbanas de la ciudad, ante el Real de la violencia que ya no encontraba formas de negación, pues la ciudad había dejado de ser una de las más importantes en vida nocturna, como era catalogada en esa guía de turistas para extranjeros. Se volvió un referente de la cruel guerra contra el crimen organizado que desato el gobierno federal y acarreó decenas de miles muertos y desaparecidos por todo el país. En los últimos dos años, la ciudad poco a poco ha ido adquiriendo su normalidad de años previos a esos nefastos acontecimientos y, como toda ciudad que quiera materializar su éxito (en este caso resiliencia ante la violencia), se construyeron grandes obras arquitectónicas. Una de ellas en un zona deprimida del centro de la ciudad, la segunda a las afueras de la ciudad en una de zonas de alta plusvalía por sus externalidades ambientales. La primera es una edificio de 200 metros con una semiesfera que funciona como centro de espectáculos llamado Pabellón M de Landa Arquitectos, con una clara alegoría fálica en pleno centro urbano de la ciudad. El otro es el desarrollo Esfera Monterrey, donde se cuenta con un diseño de Zaha Hadid Arquitects. Aquí podríamos ubicar un nuevo imaginario probablemente ligado a la resiliencia que aún no se instituye, pero obtiene su correlato principal del imaginario fundante de la ciudad moderna que es el del trabajo y cómo por medio de este, se ha vencido a la adversidad y el clima de ciudad insegura creado por la guerra del crimen organizado. Pero estos dos últimos imaginarios son ajenos a los imaginarios de la ciudad de sus habitantes. Corresponden a una narrativa externa de una lógica de imposición comercial sobre la producción del espacio urbano. No se articulan ni reflejan la identidad simbólica de Monterrey.
Ahora bien, respectó a esto último, abordemos un poco más el caso del Pabellón M, por su clara alegoría que refuerza la identidad simbólica del espacio, para ello veamos su descripción de la Wikipedia sobre el proyecto arquitectónico. Donde se menciona lo siguiente:
[…]Actualmente el Pabellón M es un icono del centro de Monterrey, tras ser el primer edificio en superar los 200 metros de altura en este punto céntrico de la ciudad. En enero de 2015 fue el edificio más alto del Área Metropolitana y del estado de Nuevo León, meses después ocupó el segundo lugar en altura tras ser rebasado por la Torre KOI, en San Pedro Garza García, la cual actualmente es la torre más alta de México; y se espera que ocupe el 4º lugar después de la Torre 3 del Metropolitan Center (San Pedro Garza García) y la Torre T.OP (Monterrey). En octubre de 2015 fue inaugurado el Centro de Negocios y la Torre, y en junio de 2016 quedó concluida la construcción del Auditorio. El edificio esta ubicado en una de las principales avenidas de la Ciudad, la Avenida Constitución.
El edificio fue diseñado por el arquitecto Agustín Landa Vértiz para impulsar la regeneración del Centro, ya que en los últimos años esta parte careció de inversión y desarrollo mobiliario. Lo notable del complejo es la Torre debido a su altura y el Auditorio por su forma de elipse que tiene una capacidad de hasta 4,500 personas. El propósito del proyecto fue el desarrollo de un complejo para albergar oficinas o negocios con un Hotel y Centro de Convenciones para atraer de nuevo allí nuevas de inversiones.
Antes de su construcción se esperaba que contara con solo 182 metros de altura. Pero con el paso del tiempo sufrió diversas modificaciones hasta llegar a los 214 metros. Antes de sus construcción hubo diferentes proyectos entre esos estaba la construcción de dos torres, pero luego fue desechada y modificado al de ahora. Actualmente cuenta con 50 plantas, las primeras once alberga el Hotel Fiesta Americana calificado con 5 estrellas, el resto son de las oficinas y en lo más alto de la torre hay un helipuerto. Originalmente se esperaba que la construcción de este complejo terminara en diciembre de 2013 e iniciará operaciones en el año 2014. (Pabellón M, s.f.).
Se usa la entrada de Wikipedia, porque esta opera como una gran fuente de imaginarios modernos, por medio de los correlatos que se observan en sus descripciones. En este caso, presenta varios correlatos del imaginario de la ciudad moderna: grandes proyectos arquitectónicos que dotan de una significación de progreso a las ciudades; la regeneración del entorno urbano como consecuencia de la edificación; el aumento de la plusvalía de la zona por esa regeneración urbana por medio de la gentrificación de las áreas centrales de ciudades. Correlatos que se han vuelto lugares comunes, en todas las ciudades del mundo, constituyendo la narrativa hegemónica de lo urbano. Esos correlatos se materializan tanto en la Ciudad Genérica como en la Ciudad Museo, encontrando aquí sus similitudes, pero que siguen operando bajo esa diferenciación del Otro, pues, por lo menos en el caso de Monterrey, donde se llevo a cabo el proyecto era una zona donde se encontraba un mercado municipal, había tugurios y migrantes. Es decir: un lugar del Otro.
Bien cabe preguntarse: ¿Esa es la mejor forma de afrontar una crisis urbana como la que se vivió en Monterrey en la peor época de los acontecimientos nefastos de la violencia? ¿Seguir borrando al otro, negándolo o volviéndolo el que trae el mal sigue siendo la mejor apuesta para hacer y convivir la ciudad? La respuesta no la tenemos, pero sí pensar posibilidades que entender y conocer al Otro. Pues por medio del interpretar al Otro es como la ciudad real podrá volverse un símbolo que aglutine e invite al dialogo multicultural comprendiendo su individualidad en un sentido ético de una ciudad ideal, que genere una identidad simbólica que incluya, aunque el sentido siniestro de la ciudad siempre fue lo contrario. Y en el caso de la ciudad de Monterrey, los grandes proyectos urbanos siguen siendo una de forma de expulsión de la parte negada de la ciudad. Prueba de ello es el discurso que se ha generado con el proyecto que busca conectar a uno de los municipios mas ricos de México con la capital del Estado así como construir una enorme cruz dentro del llamado Distrito Independencia. Conexión por medio de una enorme vialidad que atravesaría gran parte de una de las colonias fundacionales del Monterrey moderno: la colonia Independencia. Colonia de origen migrante con más de 100 años de antigüedad y que es de los pocos barrios viejos que perduran y resisten al avance de los megraproyectos urbanos que desplazan a los barrios como lo fue el Distrito Tec. Curiosamente el correlato del trabajo es lo que estructura el imaginario de la ciudad de Monterrey, pero a su vez desplaza a sus barrios obreros que fueron pieza fundamental en la consolidación de la ciudad y donde se ubica el núcleo de la identidad simbólica de la ciudad.
Conclusiones
Este recorrido general sobre Monterrey, adquiere sentido porque al escribir sobre la ciudad siempre se tiene el tipo ideal de una. Que principalmente se construye desde la ciudad donde uno ha vivido la mayor parte del tiempo y, a la cual, se le agregan elementos de otras en las que se ha vivido temporalmente o visitado física o simbólicamente por la literatura o el cine. Es a partir de esta encrucijada de dos formas simbólicas: la real-vivida y la simbólica-imaginaria como se construye esa ciudad metafórica que es el núcleo central de los estudios de los imaginarios de la ciudad. Al vincular la ciudad con lo simbólico, esta refiere y dota de sentido a las distintas realidades que ahí convergen resaltando su identidad simbólica. Con lo que podemos obtener elementos importantes para el estudio de sus formas de vida e imaginarios por medio de la identificación de sus correlatos. De tal forma que en la construcción simbólica de la ciudad entran en juego el sonido, el lenguaje y las imágenes, los cuales acoplan la comunicación del imaginario de la ciudad por medio de sus significaciones que producen sus narrativas.
Cabe bien poner atención a lo dicho por Olivier Mongin (2006:25), pues para él: “La nueva cultura urbana no puede ser solamente patrimonial, artística, arquitectónica; exige que el espacio adquiera una forma política y encuentre una coherencia que le permita defenderse de la desintegración de lo urbano”. De ahí la importancia de reencontrar la identidad simbólica de cada ciudad por medio de la interpretación de los correlatos de su imaginario fundante, en el cual se presentan los elementos simbólicos que la congregan y dotan de sentido. Además de que permite proteger los lugares de la forma perversa del urbanismo que busca generar lugares comunes en todas las ciudades, lo cuales son carentes de una identidad simbólica, generando ese espacio basura de la ciudad genérica, del cual nos habla Rem Koolhass (2014: 75-76), que es: “[…] un ámbito de orden fingido y simulado, un reino de transformación morfológica. Su configuración especifica es tan fortuita como la geometría del copo de nieve. Los trazados implican una repetición o, en última instancia, unas reglas descifrables; el “espacio basura” está más allá de la medida, más allá del código. Como no puede captarse, el “espacio basura” no puede recordarse [también] no pretende crear perfección, solo interés. Sus geometrías no son imaginables sino solo realizables”. Y es justo esta descripción del espacio basura la que mejor representa esos grandes proyectos postcrisis urbana que ocurren en Monterrey. Proyectos que no generan lugares, que no se insertan en el código de la identidad simbólica, mucho menos en el imaginario de la ciudad. Tan solo materializan un imaginario urbano global ligado a la puesta en valor comercial del suelo urbano.
De tal forma, ya para concluir, es importante ubicar los correlatos de los imaginarios de la ciudad, porque ellos nos dan los principales símbolos con los cuales se dota de sentido al espacio urbano por parte de tus habitantes. Aunque se quieran imponer nuevas signos urbanos para simbolizar al espacio, estos al carecer de un vínculo con el imaginario de ciudad, tan solo generaran espacios basura. Cabe recordar que lo que permiten que se sobrelleven las crisis urbanas es la identidad simbólica de la ciudad. El querer sacar ventaja de esas crisis tan solo se inserta en una lógica de los flujos que destruye los lugares. La ciudad es un fenómeno social que evoluciona y transmuta conforme la sociedad lo hace, pero siempre esta latente el imaginario que lo detona y significa como un lugar para su gente. Frente a la urbe de los políticos y desarrolladores se encuentra la ciudad con toda su riqueza de símbolos, imaginarios y formas de vida. Todos ellos compartidos por medio de sus correlatos.
Referencias
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