Editorial

Jugar es un asunto serio

Carmen Martínez González
Universidad Complutense de Madrid, España

Jugar es un asunto serio

Pediatría Atención Primaria, vol. XXI, núm. 83, pp. 227-229, 2019

Asociación Española de Pediatría de Atención Primaria

Cuantas más oportunidades tenga un niño de disfrutar de la riqueza y de la fantasía despreocupada del juego, más sólido será su desarrollo. Porque el juego en la infancia es mucho más que disfrute o diversión. Es un puente hacia la realidad, un medio para resolver los problemas, una fuente de identificaciones y un excelente entrenamiento para la vida. Respetar y entender el juego de los niños es una necesidad básica recogida en el artículo 31 de la Convención de los Derechos del Niño.

El juego, como el lenguaje, se inicia muy pronto en la vida, con la condición esencial de que haya adultos que interaccionen con el niño. Desde el cucú-tras (peak a boo) del lactante al juego simbólico del niño pequeño o los juegos de reglas posteriores, la actividad lúdica juega, y nunca mejor dicho, un papel trascendente en el desarrollo madurativo. Esencialmente, porque mediante el juego el niño articula sus fantasías (su realidad interior) con los elementos de la realidad exterior a los que transforma imaginativamente. Su importancia es tal que el juego es la vía principal de abordaje del consciente y de acceso al inconsciente, y una de las técnicas principales de tratamiento psicológico en la infancia.

Existen dos tipos de juegos:

Los niños juegan por placer. Pero la función primordial del juego es colaborar muy activamente en el progreso intelectual y la maduración personal, desarrollando aspectos tan importantes como:

Podríamos concluir señalando que el juego, sobre todo el libre, es un escenario que ayuda al niño, mediante ensayos y elaboraciones de situaciones reales o ficticias (representando papeles sin que ocurra nada), a comprender el mundo a su manera. En este escenario, aunque niños y adultos disfruten juntos, debemos dejar que los niños hagan las cosas a su modo, sin interferir demasiado; entendiendo que el niño necesita espacio físico y mental para jugar con las ideas, con el lenguaje y con los juguetes con la libertad que él quiera y de la forma que quiera: con espontaneidad. El niño es el protagonista y cuanto más se empeñe un padre en dirigir un juego o en corregir el uso de un juguete, más probablemente su hijo perderá interés por un proyecto que dejará de ser suyo para ser del padre.

Tomarse en serio el juego de los hijos no necesariamente implica participar, sino aprobar, respetar y disfrutar con lo que hacen. Pero si disparan, hay que hacerse el muerto y no salirse del juego con sermones. Se aprende a no ser agresivo fundamentalmente con el ejemplo.

La experiencia de acudir a una escuela infantil y jugar con otros niños de su edad no sustituye la función de los padres, ni la necesidad de que los hijos perciban su interés y su participación de la manera que sea.

Todos los niños tratan de huir a un mundo de fantasía cuando no pueden manejar la realidad, y el juego es un puente entre ambos mundos. En este sentido, la invasión continua de fantasías externas complejas y fundamentalmente visuales (películas, videojuegos) tiene el riesgo de asfixiar el desarrollo de la propia fantasía, y por tanto, la creatividad.

Nota: Este texto está basado fundamentalmente en el libro de B. Bettelheim No hay padres perfectos, publicado por Drakontos en 1994.

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