Psicoanálisis

EL COLECHO: DE LOS DISCURSOS DE MODA AL PSICOANÁLISIS

Co-sleeping: from current trends to Psychoanalysis

L. Nicole Allende
Universidad de Buenos Aires (UBA), Facultad de Psicología, Argentina
Daniela C. Bardi
Universidad de Buenos Aires (UBA), Facultad de Psicología, Argentina

EL COLECHO: DE LOS DISCURSOS DE MODA AL PSICOANÁLISIS

Anuario de Investigaciones, vol. XXIV, pp. 51-62, 2017

Universidad de Buenos Aires

Recepción: 02 Mayo 2017

Aprobación: 12 Octubre 2017

Resumen: Con el objetivo de contrastar los postulados de la “Crianza con Apego” propuesta por William Sears, sustentada en la “Teoría del Apego” desarrollada por John Bowlby y reivindicada por diversos autores contemporáneos que defienden la práctica del colecho en la actualidad, analizaremos los conceptos del psicoanálisis que se pronuncian en contra de la misma a través de una revisión bibliográfica exploratoria que busca profundizar los conocimientos sobre el colecho.

Abstract: With the aim of contrasting the premises of “Attachment Parenting” proposed by William Sears, based on the “Theory of Attachment” developed by John Bowlby and claimed by various contemporary authors who defend the practice of co-sleeping, we will analyze the psychoanalytic concepts against it through an exploratory bibliographical revision that seeks to deepen the knowledge about co-sleeping.

Introducción

El presente artículo deriva de una Tesis de Grado la cual se ha propuesto estudiar las bases desde las cuales el Psicoanálisis sustenta la hipótesis respecto de que la práctica del colecho puede interferir negativamente en el desarrollo infantil.

Sigmund Freud ha propuesto que la sobrestimulación que se le suma a los impulsos sexuales del niño el compartir la cama con sus padres tiene consecuencias negativas en su desarrollo (Freud, 1909, 1918). Por su parte, Melanie Klein, el exponente más importante del Psicoanálisis de Escuela Inglesa, postula en diferentes escritos la importancia de que los niños tengan su propio cuarto ya desde su nacimiento, que no lo compartan con sus padres (Klein, 1921, 1923). A su vez, es posible relacionar conceptos del Psicoanálisis de Escuela Francesa, que si bien no se expresan explícitamente sobre el colecho, realizan aportes acerca de la constitución subjetiva de los niños sumamente articulables con dicha práctica que merecen ser considerados en pos de su relevancia teórica actual.

También llaman la atención los nuevos discursos públicos, tanto de expertos en desarrollo infantil como de variedad de artistas que se expresan a favor de la “Crianza con Apego”, la cual incluye la práctica del colecho.

Teniendo en cuenta la bibliografía relevada se entiende por “colecho” (derivado del término en inglés co-sleeping) a la práctica en la cual los padres comparten con sus hijos una misma superficie para dormir por la noche, ya sea habitual o esporádicamente. También se asocia con la “cohabitación”, donde padres e hijos comparten la habitación pero no la cama.

Valoración del sueño en nuestro país

Respecto al colecho en Argentina, no hay estudios a nivel nacional. En un estudio realizado en el año 2007 por el Sector de Salud Infantil del Servicio de Pediatría del Hospital Nacional Prof. Dr. Alejandro Posadas (El Palomar, Bs. As.), se observaron los hábitos de sueño de niños sanos desde el nacimiento hasta los 2 años de vida.

Determinaron que solo el 18,7% de los niños dormían toda la noche durante su primer año de vida, cifra que aumentaba al 35,9% en el segundo año. El 25% se despertaban 2 o más veces por noche y el 40,3%, conciliaban el sueño solos. La prevalencia del colecho fue del 23%, no se relacionó con los despertares nocturnos, y fue significativamente mayor en hijos únicos y en madres sin pareja. El 85,5% los niños que dormían con sus padres no usaban un objeto transicional. La cohabitación fue del 79,3% y fue superior en hijos únicos.

¿Por qué preguntar a dónde duermen los niños?

Hoy en día a nadie le resulta extraño que padres y/o profesionales se pregunten acerca de los modos en que los niños son criados y los contextos en los cuales se desarrollan. Pero la categoría de niñez es una construcción social reciente en la evolución de nuestra especie, ya que hasta hace no muchos años, los niños eran tratados como “pequeños adultos”. Cada época, y dependiendo del lugar, delimita qué es un niño, qué se espera de él y qué se espera de aquellos que deben ocuparse de su cuidado. A su vez, cada padre responde a estos estándares de una forma particular.

A comienzos de la Edad Media los niños eran vistos como personas incompletas, su indefensión era considerada una gran debilidad y su falta de desarrollo estupidez. La infancia era un período de transición hasta alcanzar el estatuto tan valorado de adulto, y se aprendía conviviendo y ayudando en los trabajos de los grandes. Las representaciones de los niños eran caracterizadas por ser iguales a las de los adultos pero en miniatura (Moreno, 2010).

P. Ariés (1986) sostiene que la sensibilidad hacia la infancia se ha dado paulatinamente a partir de la segunda mitad de la Edad Media en consonancia con el aumento de la privacidad en la familia nuclear y el desarrollo de la educación formal. En la modernidad, se empieza a delinear a un niño esencialmente bueno e inocente, carente de sexualidad, al que hay que proteger de las desviaciones adultas. El ideal de progreso lleva a crear escuelas, vestimenta, juguetes con el fin de disciplinar y desarrollar el potencial de los niños.

En esta era de información masiva, comienzan a multiplicarse los debates en torno a cómo llevar adelante la crianza de los hijos en un mundo en el cual ya no hay nada certero y en donde los voceros de épocas anteriores, como la Iglesia o la Medicina, han dejado de ser un referente incuestionable. En la era de la comunicación, las ideas respecto de cómo criar a los niños se alzan a favor y en contra, debaten, conviven, se excluyen, se expanden, se ponen de moda o caen en desuso con tal rapidez que se hace difícil su análisis.

La forma en la cual las familias dormían no escapa a esta lógica. Durante el Medievo, no había una rutina de sueño particular para los niños. Había una habitación compartida por todos las personas que vivían juntas. La mortalidad infantil era tan elevada que la Iglesia comenzó a presionar para que los niños no compartan la cama con adultos, por sospechar que los hijos morían aplastados por sus padres durante la noche, asesinados a consciencia por no poder hacerse cargo de tantos niños (McKenna, Gettler, 2007). Esta exigencia moral luego se reforzó como intervención higiénica para prevenir enfermedades y epidemias.

Durante la Modernidad, el discurso médico se posicionó como el discurso imperante en detrimento del eclesiástico pero las recomendaciones respecto de cómo las familias debían dormir continuó la misma línea. La pediatría defendía fervientemente la necesidad de que los niños tengan su propia habitación separada de la de sus padres para desarrollar su disciplina e independencia y para evitar que se los exponga a acontecimientos sexuales de adultos.

Es probable que con el advenimiento de la Revolución Industrial y los cambios de vida que ésta trajo consigo se haya comenzado a valorar el tiempo y la calidad del descanso que tenía la masa de la sociedad que debía levantarse para unirse rápidamente a sus trabajos y llevarlos adelante de la manera más eficiente posible para el sistema capitalista. Podríamos suponer que para la lógica de consumo no es rentable tener padres agotados por los despertares nocturnos de sus pequeños, o mal dormidos por haber compartido la misma cama entre muchas personas. Nuestra especie paso de estar al servicio de su supervivencia y reproducción a estar al servicio de la producción de capitales, y es en este punto donde la crianza debe adaptarse a la sociedad y no la sociedad a los tiempos del desarrollo humano.

Entre los desarrollos actuales, hay una tendencia creciente a apoyar la práctica del colecho. Organismos como el “National Institute for Health and Care Excellence y la Infant Sleep Information Source” y la “Academia de Medicina de la Lactancia” lo recomiendan, ya que beneficia la lactancia materna y previene la muerte súbita siempre que se practica de forma segura. Por otra parte, la “Academia Americana de Pediatría”, la “Fundación para el Estudio de la Muerte Infantil del Reino Unido”, la “Sociedad Internacional para el Estudio y Prevención de la Muerte Perinatal e Infantil” y UNICEF recomiendan la cohabitación como modo de obtener el beneficio del colecho sin correr riesgo de aplastamiento. En nuestro país la “Fundación Argentina para el Estudio y Prevención de la Muerte Súbita Infantil y Perinatal” y el Ministerio de Salud de la Nación recomiendan la cohabitación.

Desarrollo

¿Qué es la “Crianza con Apego” y por qué fomenta el colecho?

William Sears, pediatra norteamericano, se dedica desde la década del 90 a escribir acerca de la crianza. El autor creó el concepto de la “Crianza con apego” (Attachment Parenting), el cual propone un estilo de crianza donde la cercanía y el contacto físico afectuoso son continuos y el respeto y la respuesta a las necesidades del niño son prioridad. Toma la “Teoría del Apego” propuesta por John Bowlby (1988) para desarrollar un modo de vincularse entre padres e hijos. Se entiende por apego a la disposición biológica de los niños pequeños a buscar proximidad, contacto y consuelo en una figura particular, en situaciones que lo angustian y a partir de la cual puede salir a explorar el mundo cuando se siente seguro. Sears ha propuesto las ocho “B” de la crianza con apego, entre las cuales ubica: Beding close to baby (dormir cerca del bebé): Colechar, evita el estrés del bebé de estar separado de su madre, permite que el bebé y la madre descansen mejor, fortalezcan su vínculo y que el bebé tenga fácil acceso al pecho.

¿Por qué sí colechar?

Los exponentes de la “Crianza con Apego” están en contra de la manera en que la ideología occidental ha influenciado el pensamiento de los padres respecto de cómo deben dormir sus hijos: proponen que deben dormir en solitario, en una habitación propia, sin interrupciones durante toda la noche. Sus argumentos son los siguientes:

Los exponentes de la “Crianza con Apego” están en contra de la manera en que la ideología occidental ha influenciado el pensamiento de los padres respecto de cómo deben dormir sus hijos: proponen que deben dormir en solitario, en una habitación propia, sin interrupciones durante toda la noche. Sus argumentos son los siguientes:

· Relación con el mundo animal: Al comienzo de la vida los seres humanos presentan un sueño polifásico (asociado a animales de tamaño corporal pequeño, con poca capacidad para reservar energía), duermen en diferentes momentos a lo largo de su día, lo que les permite alimentarse continuamente para satisfacer sus necesidades nutricionales y evitar el descenso de los niveles de azúcar en sangre necesarios para crecer. Por otra parte, el ser humano presenta características singulares como mamífero, ya que, las crías nacen con características altriciales (poco desarrollados) pero la leche que producen sus madres, como la leche que producen todos los primates, tiene características de mamíferos precociales (al nacer pueden seguir a sus madres), por lo que deben mamar con frecuencia, tanto de día como de noche, mientras sus cuidadores los cargan.

· La arquitectura del sueño no es en los bebés la misma que en los adultos: En el último trimestre del embarazo ya comienzan a discriminarse en el bebé momentos de vigilia y momentos de descanso propios, diferenciadas de los de su madre. En la vida prenatal y al momento de nacer el bebé presenta un sueño de dos fases. Pasa la mayor parte de su tiempo en períodos de sueño activo, que luego devendrán en sueño REM. Este tipo de descanso se asocia a una actividad cerebral intensa en donde se producen conexiones y reconexiones neurales y se sedimentan aprendizajes. Se cree que el sueño superficial con altos niveles de actividad cerebral permite al bebé seguir asimilando los nuevos estímulos que lo rodean mientras duerme, ajustándose a su necesidad evolutiva en este momento de su desarrollo. En menor medida también se registran períodos de sueño tranquilo, que luego devendrá en NREM, necesario para que los adultos puedan descansar su cuerpo, pero no tanto para los bebés, quienes pasan entre 14 y 20 horas del día durmiendo.

Hacia los cuatro meses, el sueño comenzará a ser más rutinario y a diferenciarse en las fases del sueño tranquilo (I-II-III-IV), pudiendo entrar en estados más profundos de descanso. Con la maduración del núcleo supraquiásmatico, podrá comenzar a diferenciar día- noche adquiriendo el ritmo circadiano, por lo que podrá dormir un poco más de tiempo de noche.

Alrededor de los seis meses el bebé ya habrá establecido las fases del sueño y el ritmo circadiano que se encuentran en el adulto y dormirá entre 10 y 15 horas diarias. Se estima que solo un 15% de los niños de siete meses pueden dormir durante toda la noche sin despertarse (Jové, 2006). Esta etapa coincide con la angustia de separación, por lo que, si durante los microdespertares nocturnos que se suceden entre un ciclo de sueño y otro nota la ausencia de sus cuidadores dará señales de alerta para que vengan en su ayuda.

El sueño seguirá siendo inestable durante un tiempo, el niño se está adaptando a todos estos cambios y todavía está aprendiendo a manejar los microdespertares nocturnos. Al año y medio siguen despertando entre el 40 y el 60% de los niños (Jové, 2006). Su descanso tenderá a dividirse en dos siestas durante el día y un descanso más prolongado durante la noche, luego las siestas se reducirán a una y aproximadamente hacía los seis años se parecerá al sueño del adulto, durará entre 8 y 9 horas y se concentrará en la noche.

Hay que tener en cuenta las necesidades específicas de cada edad respecto de la arquitectura del sueño, y las de cada niño, tratándolas de alinear con las necesidades de su familia, sin querer ir más allá de sus posibilidades biológicas. Actualmente se registra un 30% de niños con problemas de sueño (Berrozpe, 2017), la creciente preocupación por el sueño infantil y la proliferación de categorías médicas que describen su disfuncionalidad son un malentendido de la necesidad evolutiva de los niños de dormir en un entorno seguro con adultos que les brinden el calor y la seguridad que no pueden alcanzar por sí mismos. El sueño del adulto es un logro madurativo que los niños adquirirán eventualmente.

· Cada cultura posee una valoración del sueño diferente: En la cultura occidental en donde es fundamental obtener un buen descanso concentrado durante la noche, sin interrupciones, se valora la independencia, el sueño en solitario y el que los niños aprendan a autoconsolarse lo antes posible. Cabe destacar que en EEUU, donde solo un 15% de la población colecha, el SMSL es la mayor causa de mortalidad infantil.

En las culturas indígenas, las personas realizan sus labores diarias en sus propios tiempos, en compañía de sus hijos y por las noches duermen con ellos como forma de protección. A partir del estudio de comunidades mayas, se conoció que no solo practican el colecho, sino que consideran que dejar a los niños durmiendo solos es abandonarlos. A su vez, no refirieron problemas de sueño en sus niños, ni rituales específicos para dormirlos.

Por otra parte, en la cultura oriental se cree que los niños nacen independientes de sus familias y éstas deben incorporarlos brindándoles el mayor tiempo posible en compañía, lo cual incluye la hora de dormir. En Japón, un país industrializado y líder mundial, casi el 60% de la población colecha. En estas sociedades los problemas de insomnio infantil no forman parte de las preocupaciones de los padres, y las madres refieren mejor calidad y duración de su propio dormir. El SMSL es tan desconocido que no tiene nomenclatura.

En algunas comunidades afroamericanas y tribus de la polinesia con altos índices de colecho se han registrado altas tasas de SMSL. Muchos estudios han correlacionado negativamente el colecho con el SMSL, sin aclarar que el colecho es perjudicial cuando no se realiza de forma segura. Un colecho seguro requiere que el bebé duerma boca arriba, en una superficie firme, sin ropa de cama o almohadas que puedan bloquear su respiración, ni muebles o paredes cercanas a la cama que generen espacios en los que pueda caer y quedar atrapado. Puede compartir la cama o la habitación solo con sus cuidadores, siempre y cuando estos no fumen ni consuman ningún tipo de drogas, alcohol y/o estupefacientes.

· Cambios fisiológicos positivos en el desarrollo del bebé: La fisiología de la madre y su bebé se ven influenciadas cuando duermen juntos. El colecho ayuda al bebé a regular sus respuestas fisiológicas, tales como la respiración o su ritmo cardíaco, aún inmaduras, de acuerdo a las de su madre y lo previene de apneas.

Por su parte, el cuerpo de la madre ayuda a regular la temperatura del bebé, su cuerpo sube o baja la temperatura para compensar la temperatura de su bebé (Sunderland, 2006) y las madres que colechan se muestran más responsivas a las necesidades de sus hijos (McKenna, Gettler, 2007). También las madres que amamantan siempre se colocan de una forma particular para dormir con sus bebés, formando una barrera superior con un brazo y una barrera inferior con las piernas evitando que su hijo tenga espacio para subir, bajar o rolar por la cama que puedan llegar a provocar que se tape con la ropa de cama. A la par, los bebés ubican su cabeza a la altura de las mamas al dormir de forma tal que, el pecho queda accesible para cuando desean alimentarse (Berrozpe, 2017). Los padres que comparten la cama con la diada madre-bebé disminuyen sus niveles de Testosterona, lo que aumenta su sensibilidad a las necesidades del bebé (McKenna, Gettler, 2007).

· El colecho y la lactancia se correlacionan positivamente: Los bebés humanos están preparados biológicamente para dormir junto a su madre y amamantarse durante el día y la noche hasta por lo menos el año de edad (McKenna, Gettler, 2007).

Los bebés que toman el pecho son llevados a la cama de los padres con mayor frecuencia que los que no lo toman. Estos demuestran tener mayor cantidad de tomas nocturnas, estimulando así la producción de leche en la madre, lo cual promueve la lactancia durante períodos más prolongados. Tratar de que el bebé establezca patrones de sueño nocturno en solitario a temprana edad puede interrumpir la lactancia, importante para desarrollar su sistema inmunológico y uno de los factores que previene el SMSL.

A su vez, la lactancia tiene beneficios sobre el sueño de la madre y del bebé. La leche materna contiene L-triptófano que favorece el sueño del bebé y el succionar el pecho de su madre lo cansa de tal manera que lo ayuda a dormirse. Del mismo modo, la lactancia tiene un efecto adormecedor en la madre al estimular los niveles de prolactina, la hormona responsable de producir la leche, de ayudar a conciliar el sueño y de promover una mayor cantidad de sueño reparador (NREM). Los bebés que colechan se despiertan más veces por noche, pero tanto la madre como el hijo tardan menos en volver a dormirse.

Los bebés que duermen con sus padres pasan una mayor parte del tiempo en un sueño REM, lo que conlleva beneficios respecto del aprendizaje y del desarrollo emocional. El sueño REM también se relaciona con la regulación de las hormonas oxitocina y prolactina, que favorecen el vínculo madre-bebé y en la producción de leche materna, y con una mayor capacidad de despertar, por lo tanto, previene el SMSL.

· Dormir en solitario provoca estrés en los niños: El 90% del cerebro se termina de desarrollar hacia los cinco años de vida, por lo tanto, los cuidados parentales tienen gran influencia en las conexiones neuronales que se establecerán, y las que no lo harán, en el período crítico de la infancia. El enojo, los llantos o gritos son respuestas de los niños relacionadas con su inmadurez no con una intención consciente de molestar o llamar la atención de sus padres. Cuando los padres acuden en estos momentos y ofrecen sostén físico y emocional para calmarlos aprenden poco a poco a regular sus emociones, estableciendo conexiones entre el sistema límbico y el neocórtex que les permitirán manejar las respuestas más primitivas de enojo, miedo o estrés y pensar sobre ellas antes de actuar en un futuro (Sunderland, 2006).

En el contacto piel con piel, entre la madre y su bebé se liberan hormonas. Por un lado, se libera oxitocina, que ayuda al lazo entre ambos. Por el otro, se liberan opioides, que producen sensación de bienestar y calma. Durante la noche la necesidad de contacto no cambia y cuando esta no se satisface lo suficiente, la liberación de dichas hormonas se bloquea, y puede inducir a los bebés a estados de estrés perjudiciales para su desarrollo.

Cuando el bebé se siente en una situación amenazante se liberan las hormonas, como el cortisol, que activan la respuesta al estrés. El estrés nos permite ajustar nuestra fisiología para poder huir o atacar en una situación amenazante. Los bebés, aún no pueden responder por sí mismos, pero pueden llamar a sus padres con sus llantos. Cuando son consolados los niveles de cortisol bajan y el organismo vuelve al estado de relajación anterior.

Cuando nadie acude a su llanto, los niveles de cortisol se mantienen altos y ellos se mantienen en estado de alerta. Si esta situación perdura en el tiempo puede tener efectos tóxicos en su cerebro e incluso provocar muerte celular. A la par, hormonas necesarias para el balance químico del cerebro, como la dopamina y la noradrelina (que ayudan a la concentración), la serotonina (la cual reduce los comportamientos violentos) y los opioides (los cuales activan sensaciones de bienestar) bajan su concentración (Sunderland, 2006).

Que los bebés lloren no es un problema per se, pero aquellos que han experimentado sistemáticamente situaciones estresantes sin ser consolados pueden desarrollar una respuesta hipersensible al estrés. Cuando un niño está sufriendo por la ausencia de sus padres se activan las mismas partes del cerebro que cuando sufre dolor físico. Además de afectar el balance químico de su cerebro y las conexiones neuronales que aún se están desarrollando en esta etapa, se comienzan a moldear ideas negativas sobre el mundo.

Se ha demostrado que si bien algunos bebés dejan de llorar luego de unos días de dormir en soledad, los niveles de cortisol siguen altos aunque el llanto haya desaparecido (Jové, 2006). Eventualmente dejarán de llorar, pero no porque aprendieron a autoconsolarse, sino porque aprendieron a no manifestar su malestar. Altos niveles de cortisol se asocian con una peor calidad de sueño y con más despertares nocturnos (Berrozpe, 2017).

Los niños hasta los cinco años pueden sufrir ansiedad por la separación de sus padres, por lo tanto, el colecho hasta esa edad les asegura un sostén para atravesarla. Con el correr de su desarrollo los niños serán cada vez menos sensibles a la separación de sus padres, por una cuestión evolutiva. En la adolescencia se liberan hormonas que inhiben la necesidad de cercanía, por lo tanto, tarde o temprano irán ganando independencia (Sunderland, 2006).

¿Por qué no colechar?

Desde la perspectiva del Psicoanálisis, hay referencias bibliográficas que desalientan la práctica del colecho por considerar que puede interferir en el desarrollo saludable de los niños. ¿Por qué desde una disciplina que se considera a sí misma como neutral, que rechaza realizar juicios de valor como también brindar medidas indicativas, se recomienda en la clínica con niños instruir a los padres para que no compartan la habitación con sus hijos?

Referencias de Freud que desalientan el colecho

El desarrollo mismo de la técnica psicoanalítica gira en torno a develar los deseos sexuales inconscientes que tienen su origen en los años más tempranos de la vida, busca como último fin retrotraer la enfermedad a las represiones de la sexualidad infantil y a las consecuencias que éstas han tenido en el devenir histórico de un sujeto. Freud en su artículo “Análisis de la fobia de un niño de 5 años” (1909), conocido como el “Historial de Juanito”, estudia una neurosis infantil, a través de supervisar el tratamiento psicoanalítico de un niño llevado adelante por el padre del pequeño, y llega a la conclusión de que la sobrestimulación que se le agrega a los impulsos sexuales del niño el compartir la cama con sus padres puede tener consecuencias en su desarrollo.

En el historial de Juanito, Freud intenta ir a la fuente de los deseos pulsionales que luego entran en conflicto y caen bajo fuertes represiones, propiciando las bases de futuros síntomas. Es aquí donde confirma las hipótesis que había extraído de su clínica con adultos, que ya desde la niñez hay un vívido interés por las partes del cuerpo propio, del cuerpo de los otros, de los padres, de sus hermanos, y de otros niños, y se llevan adelante prácticas masturbatorias. Juanito evidencia la curiosidad sexual por los órganos reproductivos y por la escena primaria de coito entre los padres.

En este caso, Freud postula que el dormir en la cama con los padres es una fuente de sentimientos eróticos para el niño. Cuando Juanito se angustia por la noche y expresa sus deseos de dormir con su madre, ésta lo permite y accede a su pedido de “hacerse cumplidos con su mamá”. El niño se encuentra en una etapa en la cual el Complejo de Edipo está en pleno florecimiento, se dirige tiernamente hacia su madre, esperando satisfacer sus deseos libidinales con la misma y eliminar al padre para ocupar su lugar. El hecho de que su madre le permita dormir con ella cuando el niño lo reclama y de que el padre no deniegue esa petición puede acrecentar la libido del niño, llevándolo a una hiperexcitación sexual que no encuentra otra desviación más que su fobia. Esta situación coincide con el nacimiento de su hermana, que reanima sus sentimientos de rivalidad en torno al amor de los padres y sus fantasías respecto de la escena primaria y la concepción (Freud, 1909).

Por otra parte, Freud, en “Totém y tabú” (1913), postula que nuestra especie se transformó a partir de la prohibición del incesto, ya que marcó el comienzo de la instauración de leyes que delimitan nuestro comportamiento, en pos de poder vivir en sociedad. La prohibición del incesto es una prohibición organizativa, que limita, normativiza al grupo, la renuncia pulsional propia garantiza la seguridad social. ¿Por qué entonces seguir llevando a los niños a un lugar, la cama matrimonial, simbólicamente asociado fuertemente con la sexualidad de los adultos, de sus padres, y que tantas fantasías incestuosas generan en sus hijos, sin asumir que no todos los lugares están habilitados para ellos?

También cabe mencionar el “Historial del Hombre de los Lobos” (1919), en el cual analiza un caso de neurosis infantil a partir del estudio de una neurosis obsesiva de un adulto. En este caso, Freud pesquisa que dentro de la sintomatología infantil, donde uno de los síntomas era la fobia a los lobos, se hayan referencias nítidas a la observación de una escena primordial de coito entre los padres que tiene influencia directa en la enfermedad que deviene luego y la disposición sexual que mantendrá el paciente a lo largo de su vida. Por lo tanto, introducir a los niños en el cuarto de los padres puede llevarlos a presenciar relaciones sexuales de los mismos provocando consecuencias en su desarrollo.

Referencias de Klein que desalientan el colecho

Klein, al igual que Freud, sostiene que el colecho produce una sobrestimulación sexual en los niños que puede ser perjudicial para su desarrollo. En su artículo “El complejo de Edipo a la luz de las ansiedades tempranas” (1945), al desarrollar el caso Rita hace referencia a la influencia que tiene en la evolución de su enfermedad experiencias ambientales de este tipo. Menciona que la niña compartía el dormitorio con sus padres, siendo testigo del coito entre ambos. Considera que la situación constituye una estimulación constante de los deseos libidinales y los sentimientos de odio y rivalidad. En las fantasías que la niña desplegaba en análisis la escena primaria del coito entre los padres tenía un papel principal, y se representaba como una situación peligrosa y terrorífica, en la cual su madre era atacada cruelmente por el padre, lo que volvía a su padre una fuente de peligro contradictoria con sus deseos edípicos de obtener amor de él (Klein, 1945). Su inclusión en un espacio tan íntimo de los padres y tan relacionado a sus prácticas sexuales no hacía más que sobrexcitar los impulsos sexuales que ya todo niño lleva adelante en sus fantasías.

Siguiendo la teoría Kleiniana podríamos inferir que el colecho podría dificultar la salida del Complejo de Edipo. La etapa del desarrollo en la que los niños se ven movidos por su curiosidad sobre la diferencia anatómica de los sexos y su elaboración del Complejo de Edipo acarrean procesos que conllevan un gran esfuerzo para la mente del niño. El bebé desde el nacimiento experimenta sensaciones corporales, excitaciones sexuales y fantasías al respecto que son vitales para su desarrollo saludable. El desarrollo psicosexual es despertado desde el inicio apuntalado en sus funciones vitales, la alimentación, las funciones excretoras y los cuidados de higiene, despiertan sensaciones orales y anales que pronto se conectan con sensaciones genitales. Todas las tendencias eróticas del niño se dirigen en un principio a sus primeros objetos de amor, sus padres (Klein 1936).

En la niña el interés por el pecho materno se traslada al pene paterno, convirtiéndose en el objeto de sus deseos y sus fantasías libidinales, y la madre en ahora es el obstáculo al cual le dirige sentimientos de odio, agresión y rivalidad que se refuerzan con sentimientos provocados por frustraciones tempranas. La niña busca ocupar el lugar de su madre, ser la esposa del padre y tener hijos con él. En el niño mantiene a su madre como objeto de amor y su padre se convierte en el rival a superar (Klein, 1937).

De estas afirmaciones podríamos deducir que el compartir la cama con los padres les suma una exigencia más a estos trabajos. Por un lado, son estimulados por la experiencia de compartir el lugar que quieren ocupar, aquel a donde intuyen que sucede gran parte del quehacer sexual de sus padres, es decir, la escena primaria, que tantas fantasías les genera al respecto. Por el otro, son movidos a abandonar al padre del sexo opuesto como objeto de amor y dirigirse hacia otras personas. Esto se constituye, cuando menos, en un mensaje contradictorio que lo niños deben adicionar a la elaboración de su Complejo de Edipo.

Cuando el Complejo de Edipo está culminando y se abre paso a la latencia crece la tendencia a la represión, los niños luchan contra su propia masturbación y tratan de alejar lo máximo posible cualquier curiosidad o impulso sexual que les venga a la mente (Klein, 1927). Los niños en esta etapa comienzan a desexualizar todas sus experiencias, y el continuar en la cama con los padres ya comienza a mostrar ciertos signos patológicos, ya que puede llevarlos a recrudecer sus represiones aún más causando graves inhibiciones en el juego y en el aprendizaje, menoscabando su desarrollo intelectual.

Por otra parte, el compartir la cama puede llevar a sobrepasar los límites de una educación desprovista de miramientos por las expresiones de la sexualidad del niño. Klein, en su texto “El destete” (1936) hace una referencia explícita a la importancia que le otorga a que el niño no duerma en el dormitorio con sus padres ni presencie relaciones sexuales, sostiene que a diferencia de lo que se cree habitualmente, el niño sí registra inconscientemente las situaciones que suceden a su alrededor. Si vivencia experiencias sexuales entre los padres, éstas luego permanecen en los recuerdos inconscientes y pueden influir en desarrollos desventajosos de la personalidad (Klein, 1936). A una edad tan temprana todavía no se han adquirido las herramientas psíquicas para inscribir en la mente el coito sexual, dado que presenciar esta actividad produce grandes excitaciones libidinales, a la par que, evoca grandes temores relacionados con los impulsos agresivos que en ella se perciben, puede volverse traumático para las psiquis del infante.

La práctica del colecho puede devenir en situaciones confusas para la mente del niño. Si bien en “Desarrollo de un niño” (1921) Klein aconseja una educación que no reprima las manifestaciones sexuales, si considera importante que se tengan miramientos por no mostrar excesivo interés en las mismas, y por limitar las libertades que se toma el niño con la madre. La madre debe aceptar la sexualidad de su hijo, pero no participar en ella. Cuando se sobrepasan los límites del cuidado y de las caricias, como podría suceder durante el colecho, el niño lo vivencia intrusivamente como una seducción y su aparato psíquico no está aún preparado para recibir tanta excitación.

Colechar también podría interferir en la capacidad para transferir amor hacia otras personas e intereses que no sean los padres. A partir del escrito “Amor, culpa y reparación” (1937) se deducen algunas consecuencias que tendrían en la vida de los niños el dormir con los padres. Los deseos sexuales están íntimamente relacionados con los impulsos agresivos, las fantasías destructivas, la culpa y al temor de la pérdida o muerte de las personas amadas. El niño tiende a reprimir los deseos inconscientes hacia los padres porque teme no poder controlar su agresión y lastimar a sus objetos de amor por ello. Al reprimir sus impulsos sexuales comienza a disociar la sexualidad de la ternura y comienza a dirigirse hacia otros objetos y otros fines. En este proceso no se pierden por completo las figuras originarias sino que las emociones son difundidas hacia sectores cada vez más vastos de la vida repartiendo el peso de los conflictos en diferentes aspectos. Si el niño se ve tan sobreexcitado por el colecho, podría verse movido a reprimir excesivamente el amor por sus padres, alterando así su capacidad para transferir su amor hacia otras personas e intereses.

Otra de las consecuencias de un apego excesivo puede relacionarse con el desarrollo de un vínculo completamente dependiente del niño con las personas que ama, en el cual necesite a toda hora confirmar con sus propios ojos que están allí para él y que sus sentimientos agresivos no son tan intensos que los han destruido (Klein, 1937). En este sentido, compartir la habitación con sus padres puede reforzar su tendencia a apegarse a ellos, impidiendo que pueda ir desplazando su capacidad de amor y deseos hacía otros objetos y obtener satisfacción de círculos más amplios.

A su vez, ¿un niño podría negarse a la invitación de sus padres a compartir las horas de sueño? La capacidad constructora y creativa del niño se relaciona con su capacidad de haber podido elaborar sus sentimientos de culpa a través de sus impulsos reparadores, que le permiten desarrollar su identificación y piedad con los otros y embarcarse en experiencias que expandan los límites establecidos por su familia y lo involucren en sistemas sociales más abarcativos (Klein, 1937). Una pregunta que se podría plantear al respecto es que si el niño a pesar de haber sido sobrestimulado al colechar y, al mismo tiempo, movido a abandonar a uno de sus progenitores como objeto de amor, buscará separase y dormir en su propia habitación ¿El sentimiento de culpa respecto de sus padres le permitiría negarse al pedido inconsciente de los mismos de compartir la habitación? ¿Podrían sus impulsos agresivos hacia los padres, originados en las tempranas frustraciones recibidas de su parte, moverlos a alejarse de ellos, primando por sobre su necesidad de repararlos y ceder ante el llamado a dormir juntos en la misma habitación?

En vistas de las referencias kleinianas, se comprende entonces que la frustración es necesaria y un motor de trabajo para el desarrollo mental pero siempre en su justa medida. Los niños comienzan a desarrollar su criterio de realidad a partir de las privaciones que reciben del ambiente y negarles un lugar en la cama matrimonial forma parte de estas. Primero se defenderán de la realidad negándola, hasta que su capacidad de tolerar las frustraciones crezca y les permita ir adaptándose paulatinamente a las exigencias diarias.

El destete y el control de esfínteres son vividos como fuertes privaciones orales y anales decisivas en el desarrollo sexual del sujeto y en la resolución de la conflictiva edípica (Klein, 1927). El conflicto edípico comienza a actuar como consecuencia de la frustración que genera el destete, reforzado por las frustraciones anales en el aprendizaje de los hábitos higiénicos, y luego por el descubrimiento de la diferencia anatómica entre los sexos. El niño se ve exigido a abandonar la posición oral y anal por la genital, tomando como fin la penetración, cambiando su posición libidinal, reteniendo su primitivo objeto de amor. En la niña su fin receptivo de la posición oral se traslada a la genital, se origina la receptividad para el pene y se dirige al padre como objeto de amor (Klein, 1928). Las frustraciones orales y anales son el prototipo de toda frustración posterior en la vida, y las que permiten el paso a la etapa genital, dando como resultado que el niño abandone al padre del sexo opuesto como objeto de amor y pueda dirigirse hacia otros objetos. Es lo que le permitirá en un futuro virar hacia relaciones más exogámicas y ampliar su relación con el mundo extrafamiliar.

Sería perjudicial intentar satisfacer el deseo ilimitado de los niños, acceder a todas sus peticiones porque se entorpecerán estos trabajos necesarios. A su vez, podrían menoscabar el desarrollo de la capacidad de tolerar la frustración y de posponer el deseo de satisfacción, la base de sus posibilidades de sublimación, sus impulsos constructivos, su adaptación a la vida en sociedad y su capacidad de amar (Klein, 1937).

Asimismo, el colecho podría imponerse como una exigencia innecesaria. Teniendo en cuenta que el pecho y la leche son para el bebé fuente de las mayores satisfacciones y en ellos se han apuntalado los sentimientos de amor, bondad y seguridad en el niño, durante el destete el mismo elabora la pérdida de estos objetos tan preciados para él, vivenciando la experiencia como una situación de duelo. Percibe las frustraciones y pérdidas que se le imponen en esta etapa como el castigo por haber querido destruir a sus objetos en etapas anteriores. El niño siente que con cada logro de su desarrollo que complace a su entorno repara el daño que provocó con su agresión, repara sus objetos de amor. El haber podido construir un objeto bueno interno es lo que le permitirá atravesar esta etapa y así conservar, a pesar de todo, una buena relación con la madre real y con otras personas (Klein, 1936).

Por este motivo, Klein sostiene que es importante evitar frustraciones innecesarias en esta etapa. Considera que sería un error intentar el control de esfínteres tempranamente a la par del destete. Llevar a cabo ambas privaciones a la vez puede generar un exceso de frustraciones difícil de asimilar para el yo inmaduro del niño, que pueden resultar traumáticas para el desarrollo e inhibirlo (Klein, 1936). Podríamos pensar que si a determinada edad del infante los padres deciden que ya es momento de cambiar al niño de habitación, esto devendrá en una nueva experiencia de separación. Esta situación podría reavivar sus ansiedades depresivas, su sentimiento de pérdida, y revivir la frustración que debió superar al momento del destete y del control de esfínteres. Retomando las palabras de Klein, si no debe sumársele la exigencia del destete a la par de la adquisición del control de esfínteres, y hay que evitar frustraciones innecesarias, sería lógico evitarle la exigencia de abandonar un espacio que no necesariamente debió haber ocupado desde un primer momento.

Cuando el hipotético cambio de habitación se lleva adelante por el nacimiento de un nuevo hermano, esto no hace más que incentivar los sentimientos inconscientes hostiles y de rivalidad que todo sujeto tiene hacia sus hermanos, a quienes percibe como competidores en su afán de obtener el amor de los padres, aumentando sus fantasías agresivas hacia éstos. En consecuencia, se renuevan sentimientos de culpa por atacar a aquellos objetos que por otro lado también ama.

A su vez, se renuevan los sentimientos de pérdida de sus objetos de amor, el niño puede llegar a sentir que es trocado por otro, al ver al nuevo integrante ocupar aquel lugar privilegiado en la cama de sus padres del que tanto solía disfrutar en el pasado. Una exigencia similar al duelo es nuevamente impuesta desde afuera. Estas suposiciones encuentran sustento en el caso antes mencionado, en el cual Klein refiere que el embarazo de la madre de Rita agrava el sentimiento de culpa y recrudece los síntomas de la pequeña (Klein, 1945). El nacimiento refuerza los deseos de rivalidad hacía su madre por cumplir su deseo inconsciente de darle un hijo al padre, y hacía su hermana por convertirse en su oponente en la lucha por el amor de sus padres.

Por último, cabe una reflexión respecto del papel de los padres en la práctica del colecho. Algunos motivos conscientes que mencionan los padres para colechar se relacionan con no tener que levantarse de la cama cuando se despiertan sus hijos, para evitar berrinches, acceder al pedido de sus hijos, para quedarse tranquilos de que no les pasara nada en su ausencia o como un modo más de compartir tiempo con ellos.

¿Qué sucede con los motivos que subyacen a estas explicaciones? Padres que no han superado satisfactoriamente las tendencias infantiles contradictorias y las experiencias de pérdida del objeto pueden perjudicar inconscientemente el desarrollo vital de sus hijos.

Algunos padres buscan satisfacer muchos de sus deseos postergados a través del propio hijo interfiriendo en su independencia. Así desarrollan sentimientos posesivos y buscan fusionarse con sus hijos para satisfacer sus propios deseos infantiles frustrados, de ser siempre satisfechos por el objeto de amor y dejar atrás el temor por su pérdida.

En otros casos, puede que los impulsos agresivos y destructivos contra sus objetos de amor, sus padres, y los sentimientos de rivalidad hacía sus hermanos hayan sido de tal intensidad en las fantasías inconscientes de su niñez que los sentimientos de culpa se vuelven extremos y al revivir sus ansiedades tempranas en la relación con sus hijos se entreguen a los mismos de una manera excesiva. El que los padres se muestren tan solícitos a los pedidos de sus hijos, como el de dormir con ellos, no los estimula a desarrollar su capacidad de amar. Estos niños no experimentan la necesidad de reparar sus ataques inconscientes porque su ambiente siempre lo soporto todo sin frustrarlo (Klein, 1937).

Consideraciones desde la perspectiva del Psicoanálisis de Escuela Francesa

Si bien el artículo se concentra en los aportes de Sigmund Freud y Melanie Klein respecto del colecho, creemos pertinente recorrer algunos desarrollos de la Escuela Francesa del Psicoanálisis con los cuales se puede articular la temática, dada su relevancia teórica actual. A tal fin haremos una breve mención a ideas de Jaques Lacan y sus discípulas Françoise Dolto, Maud Mannoni y Piera Auglinier que se pueden relacionar con la práctica del colecho.

Lacan se refiere al colecho, sin mencionarlo como tal, a lo largo del Seminario IV “La relación de objeto” (Lacan, 1957) al realizar consideraciones respecto de la fobia de Juanito, descripta por Freud en “Análisis de la fobia de un niño de 5 años” (1909). Lacan toma la práctica del colecho entre Juanito y sus padres como ejemplo de lo que define como “carencia paterna”. A diferencia de Freud, quien considera que la fobia de Juanito a los caballos es un desplazamiento del miedo al padre, Lacan sostiene que ahí donde el padre debe decir “acá no” –en la cama de los padres-, cede; y la fobia se erige como reacción ante la “carencia paterna”, a saber, “mi padre no es de temer, le temo al caballo.”

Lacan sostiene que Juanito le explica el Edipo al padre al pronunciar “tienes que enfadarte, has de estar celoso” (Lacan, 1957, pág. 263) respecto al ocupar su lugar en la cama, pero el padre no hace más que responder que no está enojado con él ya que siempre ha sido un buen niño. El autor sostiene que justamente el problema gira en torno a que Vatti (padre) sea tan bueno en tanto no le prohíbe dormir con su madre, es decir, no interviene prohibiendo la práctica del colecho. El problema de Juanito versa sobre su necesidad de hacerse de un padre que lo muerda, que lo castre, que lo aparte de esa madre a la que no va a poder colmar toda de ningún modo, lo saque de la cama de sus padres, le marque un límite, para que al mismo tiempo se abra la dimensión de la posibilidad alrededor de la de imposibilidad. De lo que se trata es de encontrar una suplencia para ese padre que no quiere castrar (Lacan, 1957, pág. 270).

En el Seminario XVII Lacan habla del deseo de la madre como algo difícil de soportar, y lo ilustra evocando la figura de la boca del cocodrilo: “Es estar dentro de la boca de un cocodrilo, eso es la madre. No se sabe qué mosca puede llegar a picarle de repente y va y cierra la boca. Eso es el deseo de la madre” (Lacan, 1970, pág. 118). En este punto, introduce la metáfora paterna como aquella barra, palo, que interviene evitando que la boca se cierre. Desde esta perspectiva, podríamos pensar que el deseo materno se vuelve tan inmanejable para el niño, tan difícil de colmar, que luego de sus intentos fallidos de llamar al padre a que encarne su función, se ve llevado a formar su fobia para darse a sí mismo su “complejo de castración”.

En determinadas ocasiones que el niño sea llevado a la cama, sin restricciones, a ocupar determinados lugares, quizás a evitar el contacto de los padres, a disfrazar la carencia paterna, a ser gozado todo por el deseo materno sin que haya ningún hueso que atranque la boca del cocodrilo, puede derivar en soluciones patológicas por parte del mismo.

Entre los autores postlacanianos, Dolto, Mannoni y Aulagnier se centran en explicar porqué los padres llevan adelante determinadas prácticas de crianza, tanto fomentándolas activamente como permitiéndolas pasivamente, que interfieren en el desarrollo subjetivo del niño. El niño es quien se encuentra en una posición de inmadurez y requiere de aquellos que lo cuidan que cumplan funciones psíquicas que todavía el no es capaz de poner en juego. Estas autoras se preguntan por los contextos que promueven la individuación y por aquellos en los que el niño funciona como portavoz de que algo no anda “bien” allí.

El novedoso concepto de “castraciones simbolígenas” que desarrollo Dolto merece ser considerado para analizar el colecho. Este refiere a las castraciones, prohibiciones, que se efectúan a nivel simbólico, a través del lenguaje (verbal, gestual, mímico) y permiten la introducción de la Ley. No solo se trata de una ley represiva, si no de una ley que incentiva al sujeto a virar hacia círculos más bastos, hacia la comunidad, a condición de que dicha Ley rija tanto para él como para los adultos. Las castraciones simbolígenas permiten al sujeto emprender el camino de las sublimaciones y la búsqueda de nuevos objetos más allá de los que se encuentran en el grupo social restringido, vedado por la prohibición (Dolto, 1984).

Esta autora identifica una serie de castraciones determinantes: la “castración umbilical”, atravesada en el nacimiento, la cual separa al niño de la madre; la “castración oral”, correspondiente al destete, privación del cuerpo a cuerpo nutricio, que posibilita al niño a acceder a otro lenguaje que comprendan otros por fuera de su madre y evita la dependencia exclusiva hacia la misma; la “castración anal”, ruptura del cuerpo a cuerpo tutelar con la madre, que priva al niño del placer manipulatorio de su cuerpo por parte de la madre, condición de la humanización y de la socialización del niño, primer actividad motriz placentera, la defecación, que invita al niño a seguir explorando nuevos desplazamientos y a aumentar su autonomía; la “castración primaria” o “no genital edípica”, en la cual se toma conocimiento de la diferencia de los sexos; y por último la “castración genital edípica”, en la que se introduce la prohibición del incesto.

Dolto figura que el “fruto” de estas castraciones es el acceso a un lenguaje cada vez más vasto, el poder abrirse a nuevos vínculos y disminuir la dependencia con la madre. En este sentido, si bien la autora no se refiere específicamente al colecho, sí da a entender que la educación y la crianza de los niños debe estar atravesada por diversas prohibiciones en pos de promover la separación y la individuación. Por lo tanto, podemos inferir que su postura estaría más cerca del límite y más alejada de la inclusión de los niños en la cama parental.

Por su parte, Manonni sostiene que el síntoma del niño es soporte de la neurosis familiar, por ejemplo sostiene que la fobia del mencionado caso Juanito denuncia las dificultades de sus padres con su propia sexualidad (Manonni, 1967). Juanito no es el niño ingenuo que quiere quedarse solo con su mamá en la cama, colechar, eso forma parte de las representaciones que sus padres tienen de él, y el lugar que le dan para evitar encontrarse solos en la misma. El niño funciona como soporte del fantasma de los padres, se mueve en un mundo de lo no-dicho, el drama en la pareja parental, que percibe muy bien.

Para la autora el factor traumatizante de las neurosis radica en lo que han dicho o callado aquellos que rodean al niño. Por ello es que va a ocuparse más de la palabra de los padres; en particular la de la madre, ya que considera que la posición del padre se liga con el lugar que tiene este en el discurso materno. Por lo tanto, cabe suponer que si llegara a su consulta un niño que duerme con sus padres, así como lo hizo en el caso mencionado, esta autora se preguntaría por qué función cumple esa práctica en el seno familiar.

Por último, Aulagnier en su teoría sobre la constitución subjetiva del niño, sostiene que en un principio las palabras y las acciones de la madre se anticipan a lo que el niño puede necesitar: “la oferta precede a la demanda”. La madre le da sentido a lo que el niño todavía no puede significar, desde su yo ya atravesado por la represión, capaz de dar sentido a las cosas. La madre se anticipa a la posibilidad de respuesta de su hijo, a través de su discurso, de hablar con él, y de hablar de él con otros, le provee significantes.

El discurso materno le provee al niño una respuesta que aún no es capaz de formular, media entre él y el ambiente, es su portavoz y le presenta el mundo de modo paulatino y premoldeado para que no se vuelva inabarcable para la psique inmadura del pequeño. A este proceso que permite que el niño comience a desarrollar su constitución subjetiva, lo denominó “violencia primaria”, una violencia radical pero necesaria que le ofrecerá al niño la posibilidad de incluirse en un sistema de parentesco, en una cadena generacional, e introducir la realidad externa, dándole un lugar en el deseo de la madre, que lo imagina y luego se entona afectivamente con él.

Cuando se produce un exceso de la “violencia primaria”, se abre paso a la “violencia secundaria”, que es perjudicial para el desarrollo del Yo del infante. Se significa abusivamente el mundo de modo tal que se aplasta la posibilidad del yo inmaduro de comenzar a tomar ciertas significaciones y otras no del discurso que es ofrecido por su madre, dando como resultado una dependencia absoluta. El Yo aún no ha desarrollado la autonomía necesaria y se ve avasallado por la interpretación que le provee su ambiente, se le impone la palabra de un tercero que no puede metabolizar.

En ciertas ocasiones, si no hay hechos externos a la madre que la muevan a fomentar la separación del hijo, esta no sucede y el colecho puede ser una evidencia empírica de este proceso. La madre le impone al niño significantes en torno a lo pasivo que no lo movilizan a tomar la iniciativa por sí mismo ni a desplegar su desarrollo. Permitir que el niño se quede atrapado entre las faldas de su madre también es una forma, más silenciosa quizás, de no presentarle el ambiente como algo potencialmente enriquecedor. El que la madre de Juanito ignore los reclamos del padre de que el niño sea apartado de la cama y que este no sea lo suficientemente enfático con los mismos inclina a pensar que si bien se han logrado los trabajos psíquicos que de fusión y entonación emocional entre la madre y el bebé, cuando el niño comenzó a crecer se dificultó la separación de ambos. El niño se ubica en la cama de los padres con complacencia de su madre, casi con invitación por parte de la misma, avasallándolo, no fomentando su independencia como sujeto separado de ella.

Conclusión

Los discursos actuales apoyan la teoría de la “Crianza con Apego” pero ¿existe la crianza sin apego? Ciertamente no, puede ser más o menos funcional, pero no hay crianza sin apego. De hecho, los padres que no han leído libros de crianza y que no le ponen un nombre a la forma en la que crían a sus hijos, forman vínculos de apego con ellos de todas maneras. Aún más, muchos de ellos crían niños saludables. Lo que si existe son las mil y una versiones de lo que es el apego para cada padre y para cada hijo.

Los seres humanos nacemos prematuros, lo cual posiblemente nos haya permitido ser la especie más evolucionada, pero también aquella a la que más tiempo le lleva independizarse y más reclama en sus cuidadores un marco de referencia para aprender a moverse, tanto sea para seguirlos como para contradecirlos.

Una de nuestras hipótesis sostiene que el problema radica en una concepción distorsionada de lo que se entiende por límite. Consideramos que hay que revalorizar el límite como apertura y no como cierre. Entender a los límites como barreras u obstáculos caprichosos impuestos por la sociedad a sus integrantes, les quita su valor de herramienta. Los límites son condición necesaria para entender que hay que realizar renuncias, posponer la satisfacción del deseo propio en pos de lograr un consenso social que nos garantice la seguridad y la protección que recibimos del grupo al que pertenecemos. Nada tiene que ver la puesta de límites en la infancia con el desamor o el autoritarismo, sino con preparar a los niños paulatinamente para que aprendan a convivir en sociedad, en un ambiente en el cual no todo está habilitado. A falta de instinto, los límites nos proveen de guía, porque no se trata solo de lo que queda por fuera de ellos sino, y fundamentalmente, de toda la amplia variedad que queda por dentro de los mismos y en la cual podemos desplegar todo nuestro potencial como seres humanos de una forma respetuosa con la subjetividad de los demás.

El psicoanálisis no desconoce que los niños para desarrollarse saludablemente requieren de un ambiente que les brinde cariño y contención. Está de acuerdo con que los padres deben responder a las necesidades de sus hijos, respetar sus tiempos y procesos, sostenerlos, darles amor, consolarlos cuando se angustian, pero este tipo de crianza puede darse en un marco en donde no se practique el colecho. Es más, entiende que una crianza respetuosa se da en el marco de habitaciones separadas.

Klein sostiene que para poder establecer una relación feliz entre la madre y el hijo es necesario que ésta vivencie su crianza con placer y no como un deber, para así poder trasmitirle a través de la alimentación, de sus enseñanzas y sus cuidados sus sentimientos de amor al niño y generar una entonación emocional entre ellos (Klein, 1936). En este sentido cabe preguntarse, ¿puede una madre que acepta todo lo que su hijo le pide, alimentarlo a demanda, dormir con él, no dejarlo nunca con otra persona (como sugieren algunas posturas extremas de la “Crianza con Apego”) vivenciar su crianza con placer?, ¿puede evitar sentir culpa al no cumplir con todos estos altos estándares sobre lo que una madre debe hacer o lo disponible que debe estar para sus hijos?, ¿puede movilizar a su hijo a la independencia si ella se ha vuelto completamente dependiente de sus pedidos?.

El gran aporte del Psicoanálisis, es haber puesto sobre el tapete el hecho de que más allá de todo el amor que puede existir en los vínculos entre padres e hijos, también existen sentimientos de odio y de hostilidad entre ellos. Perder la diferenciación entre los padres y el hijo puede aumentar la conflictividad entre los sentimientos en puja que se juegan en estas relaciones y afectarlas en mayor medida. Unos padres que no pueden dormir por la incomodidad de ser más de dos en la cama, una madre que siente culpa por poner al hijo en una cuna, un padre que siente que ha perdido la intimidad con su pareja, pueden desarrollar sentimientos hostiles que se reflejarán en la relación con sus hijos.

Creemos que hay que tener en cuenta las necesidades de cada niño, como también las de cada padre, y como éstas se conjugan para llevar adelante la crianza, de modo tal, de que cada cual pueda elaborar sus sentimientos ambivalentes y diferenciarse de los demás.

Por otra parte, el tener habitaciones separadas de los padres no involucra per se técnicas crueles de dejar llorar o no consolar a los niños en estados de cólera. Dormir es un hábito que necesita ser aprendido, representa un momento de separación para los niños y los padres y estos deben darles las herramientas para poder atravesarlos, sin ponerse en un lugar omnipotente, tan ideal como irreal, que involucre estar siempre disponible.

Se entiende que alrededor de los dos o tres años el efecto de la elaboración neurótica del complejo de Edipo puede causar terrores nocturnos, hipersensibilidad, incapacidad para tolerar la frustración, actitud ambivalente, sentimientos de culpa (Klein, 1927), que motiven al niño a buscar refugio en sus padres durante la noche y no por esto se verá afectado su crecimiento. Durante el proceso de separación, la noche puede representar una fuente de peligros para el niño, el estar alejado de sus padres durante tantas horas puede llevarlo a confirmar sus temores en cuanto a la pérdida de objeto. Por eso es esperable que vayan a la habitación de sus padres para confirmar que siguen ahí; que el niño busque amparo de vez en cuando, no es comparable a que los padres tengan la actitud activa de invitar a sus hijos a dormir con ellos. Atender al niño cuando sus ansiedades se vuelven tan aterradoras que el yo no es capaz de atravesarlas por sí solo, es considerado saludable para su desarrollo.

Ninguna conducta en sí misma llevará a entorpecer el crecimiento de un niño. De lo contrario, cada conducta debe enmarcarse en el contexto de una crianza que promueve o no la independencia, la autonomía y la constitución subjetiva de un individuo. En este sentido, es importante preguntarse sobre a qué lugar viene el niño, qué lugar ocupa en la mente de sus padres, qué lugares irá ocupando a medida que pasen los años en relación a la estructura o dinámica familiar, qué sentimientos de la infancia de sus padres reavivará o si éstos intentan compensar con él las frustraciones vividas durante su propia niñez.

Cuando los padres refieren que su niño duerme en el medio de la cama, con toda la incomodidad y el mal dormir que eso trae aparejado ¿viene al lugar de evitar que ambos deban enfrentarse cara a cara, de noche, en su cama, en su intimidad? Cuando mencionan que en su categoría de rey o reina de la casa hacen lo que les venga en gana, sin que ninguno de sus padres opere allí introduciendo un límite ¿vienen al lugar de compensar aquella renuncia al primer objeto de amor que no pudo llevarse a cabo en su infancia? Cuando los padres se separan ¿el niño viene a ocupar el lugar vacante en la cama de su padre y/o de su madre? Cuando el niño no logra ser visto como una persona separada de sus padres ¿viene al lugar de extensión del propio cuerpo? Cuando no hay espacio en la casa ¿viene al lugar de espectador de la escena primaria?

En este sentido, es interesante tener en cuenta los resultados del estudio del Hospital Posadas mencionado anteriormente, en el cual se pone en evidencia que el colecho y la cohabitación es significativamente mayor en hijos únicos y en madres sin pareja. Este resultado permite pensar la dificultad de diferenciación cuando los padres tienen un solo hijo y no tienen que repartir sus cuidados, y la dificultad de las madres que se han separado del padre de sus hijos de no llevar a los niños al lugar de esa pareja que ya no está. Este estudio también da cuenta de que la mayoría de los niños que dormían con sus padres no usaban un objeto transicional, lo cual permite pensar que al no haber separación física no se promueve la separación simbólica y se retrasa un proceso de diferenciación fundamental en los niños.

Antes de sentenciar una práctica de crianza como es el colecho, se deben trabajar los motivos inconscientes que la motivan. Condenarla per se solo la vuelve un tabú del que los padres no hablaran delante de quienes sientan que los pueden reprobar por ello.

De todas maneras, en el “Historial del Hombre de los Lobos” (1919), Freud concluye que, no solo los hechos efectivamente acontecidos tienen consecuencias en el desarrollo del niño, sino que éstos se entrelazan con sus fantasías, y si bien pueden llegar a promover neurosis infantiles, estas pueden acontecer sin que las escenas sean producidas en la realidad. Basta con que sucedan en la realidad psíquica del sujeto para que tengan una influencia efectiva en su disposición a enfermar y en sus futuras elecciones, por lo que no todo puede adjudicarse a una postura u otra tomada por los padres en la crianza de sus hijos.

En la misma línea, Klein sostiene que hay que quitarle valor predictivo al ambiente, ya que, si bien puede predisponer a un desarrollo saludable, siempre juegan un rol fundamental los factores internos, constitucionales. El factor constitucional en el desarrollo humano es de suma importancia, los niños que internamente están más capacitados para tolerar la frustración y mantener la confianza y seguridad en su mundo interno son menos vulnerables a experiencias desfavorables a los cuales los expone su ambiente (Klein, 1937). Por lo tanto, si bien el haber vivenciado una relación satisfactoria con los padres favorece establecer figuras internas benéficas y amorosas, que luego impactaran en la forma con la cual el niño se vinculará con el mundo en el futuro, no todos los niños que duerman con sus padres lo van a procesar, ni van a responder a esos estímulos de la misma manera.

Lo que importa no es si está bien o está mal colechar, sino de qué manera se lleva adelante, por qué motivos y que efectos trae. No da igual a qué edad se practica, ni cuantas veces por semana se lleva a cabo, si se trata de un hecho esporádico o se toma como una pauta de crianza. Como se ha explicitado en el apartado a favor del colecho, la relación entre la madre y el bebé durante el sueño puede causar efectos positivos en la fisiología aún inmadura del recién nacido que favorecen su supervivencia. Pero, aceptando que el colecho puede ser beneficioso en los bebés, por qué continuar con esta práctica hacia los dos, tres, seis o incluso doce años, como proponen los autores de la “crianza con apego”. Tampoco se debe pasar por alto el que sea fomentando por los padres o que se relacione con una posición más pasiva de no prohibir o establecer límites y ceder ante las peticiones del niño.

Si la práctica del colecho es una actitud de los padres que pone en evidencia su dificultad para establecer una diferenciación y promover una separación con sus hijos se verá enmarcada dentro de una amplia variedad de actitudes que den indicios en este sentido. Por sobre todas las cosas, antes de formar juicios de valor sobre el colecho, hay que preguntarse qué efectos tiene en ese niño en particular. Si hay indicios y se llega a la conclusión de que el colecho está deviniendo en síntomas, ahí se puede comenzar a trabajar su disfuncionalidad para ese niño.

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