Psicoanálisis
FUNDAMENTOS DEL PADRE Y SU RELACIÓN CON LA CLÍNICA CONTEMPORÁNEA, EN EL MARCO EPISTÉMICO DE LA ENSEÑANZA DE LACAN
Foundations of the Father and his relationship with the contemporary clinic within the epistemic framework of Lacan’s teaching
FUNDAMENTOS DEL PADRE Y SU RELACIÓN CON LA CLÍNICA CONTEMPORÁNEA, EN EL MARCO EPISTÉMICO DE LA ENSEÑANZA DE LACAN
Anuario de Investigaciones, vol. XXIV, pp. 155-160, 2017
Universidad de Buenos Aires
Recepción: 18 Mayo 2017
Aprobación: 24 Octubre 2017
Resumen: En este trabajo, articulamos la función del Padre en relación a la Autoridad. Nos preguntamos: ¿De qué modo varía la noción de Autoridad en distintos momentos históricos? ¿Cómo se produce la creencia en la autoridad del padre y cuales son sus vicisitudes en la actualidad? ¿Cómo se instituye la autoridad en la dialéctica del sujeto con el Otro? ¿Cuál es la función de la creencia y cuál su estatuto? ¿Qué relaciones encontramos entre creencia y certeza, y entre creencia y estructura de la pregunta en la neurosis? Llegamos así, a articular conceptualmente una mutación que el psicoanálisis posibilita: De la creencia en el padre como causa, a la creencia en la causa del inconsciente; lo cual permite el invento singular y vivo del síntoma. Para hacer este recorrido, utilizamos textos de H. Arendt, S. Freud, y J. Lacan, y efectuamos una articulación en un caso clínico actual.
Palabras clave: Autoridad, Padre, Creencia, Inconciente, Clínica Psicoanalítica.
Abstract: In this work, we articulate the role of the Father in relation to the Authority. We ask ourselves: How does the notion of Authority vary at different historical moments? How does the belief in the authority of the father occur and what are its vicissitudes today? How is authority instituted in the dialectic of the subject with the Other? What is the function of belief and what is its status? What relationships do we find between belief and certainty, and between belief and question structure in neurosis? Thus, we come to conceptually articulate a mutation that psychoanalysis makes possible: From belief in the father as a cause, to belief in the cause of the unconscious; which allows the unique and living invention of the symptom. To make this journey, we use texts by H. Arendt, S. Freud, and J. Lacan, and we make a joint in a current clinical case.
Keywords: Authority, Father, Belief, Unconscious, Psychoanalytic Clinic.
INTRODUCCIÓN
En este trabajo, nos proponemos articular la función del Padre a partir de la variable de la creencia, en relación a la temática de la Autoridad. Tomaremos en consideración un texto de Hanna Arendt, cuyo titulo es: ¿Que es la autoridad?, con el fin de situar la historia del término “autoridad”. Nos guían las siguientes preguntas: ¿Cómo se instituye la autoridad en la dialéctica del sujeto con el Otro? ¿Qué es la creencia y cuál es su estatuto? ¿Qué relaciones encontramos entre creencia y certeza, y entre creencia y estructura de la pregunta en la neurosis? Para hacer este recorrido nos serviremos de algunos sueños y anécdotas de S. Freud, así como de varios de sus conceptos. También haremos un recorrido por Seminarios y Escritos de Lacan, y articularemos los conceptos trabajados en un caso clínico actual, ya que nos interesa centrarnos particularmente en la creencia en la autoridad del padre y sus vicisitudes en la actualidad situando coordenadas clínicas que extraemos al respecto en nuestra clínica.
VERSIONES SOBRE EL PADRE
Padre simbólico y padre singular
¿Creer en el padre?¿Creer hoy en la autoridad del padre? La última enseñanza de Lacan nos da una brújula para abordar esta pregunta al invitarnos a subrayar un movimiento que es clave: El pasaje de: “Creer en el padre” a “Creer en un padre”.
Encontramos como antecedentes en el tema, desarrollos en los Seminarios 3, 5 y en su escrito “Cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis”. Podemos situar la función simbólica del padre como representante de la ley del deseo. Es a partir de la función normativizante que encarna el padre con su palabra y el “no” que conlleva la función de prohibición, que se instala la dimensión del deseo en la neurosis.
Es importante señalar que el desarrollo del tercer tiempo del Edipo, ubica una diferencia inexorable entre la función simbólica del padre y el padre real de cada uno, el de carne y hueso, el que encarna la función. Lacan nos enseña a leer esta diferencia como “el componente patologizante del Edipo”. Esa diferencia inexorable entre el padre en tanto función simbólica, y el “un padre de cada uno” es paradójicamente el componente traumatizante del Edipo. Entendemos, desde esta lectura, que el síntoma es en la neurosis justamente, un modo de condensar y resolver esa diferencia.
Hay otra distinción que podemos hacer: La que se podría malentender en relación al concepto nombrado por Lacan como “Un-padre”, impar- en lo real en la psicosis. Ese que se presenta como causa contingente, aleatoria pero desencadenante, en tanto se constituye en un elemento que viene a descomponer la pareja imaginaria, la compensación imaginaria del Edipo Ausente.
Diferenciamos entonces entre el Un-Padre, que no articula a un orden en la psicosis, y dos vertientes del padre para la neurosis: Por un lado la función simbólica del padre y por otra…. la del padre encarnado en una existencia, que trasmite a partir de su relato tanto las pistas por donde circula su deseo singular como los cauces por donde drena su goce.
Padre y sacrificio
En la tradición judía, hay una referencia muy valiosa para nuestro tema. Es el relato bíblico que se encuentra como “el Sacrificio de Itzjak”, que en hebreo se nombra como Akedat Itzjak. Si bien el relato se conoce como “el Sacrificio de Itzjak” la traducción de Akedat nos remite a atadura: la atadura de Itzjak, el hijo de Abraham. Es decir, que no solo subrayamos la dimensión del sacrificio (como prueba de fe), sino las ataduras del hijo…para con el padre.
En el relato bíblico, encontramos que Dios le pide a Abraham como prueba de la creencia en él, un sacrificio: Que sacrifique lo más preciado para él, su hijo Itzjak. Este hijo fue muy esperado y amado; había sido concebido por Abraham con su legítima mujer, luego de muchos años de búsqueda infructuosa. Es recién cuando Dios advierte la disposición de Abraham a llevar adelante su pedido de sacrificio, que resuelve a través de un ángel que se transforma en su vocero, sustituir al hijo por un carnero.
La obediencia de Abraham a Dios como prueba de su creencia y del acto de fe que ésta conlleva, es lo que lo constituye como el patriarca del pueblo judío, modelo y ejemplo del pueblo elegido. Es derivado de este relato bíblico que decanta un rito en la tradición judía: La circuncisión, que simboliza la cesión de un objeto preciado al campo del Otro.
Hay un detalle que acentuaremos en esta ocasión: se trata del silencio, tanto de Abraham como de Itzjak, que tiene lugar entre el pedido de Dios y el momento en que llegan al Monte donde debe realizarse el sacrificio. Silencio que interroga tanto la obediencia de Abraham, como la pasividad de Itzjak frente a su padre.
Extraeremos otro párrafo del relato bíblico que ubica algunas consecuencias de este acto y su consentimiento silencioso que nos interesa señalar:
“A lo largo de su vida Itzjak enceguece a causa de las lágrimas que los ángeles almacenaron durante aquellos momentos en la montaña cuando apareció el cuchillo de su padre a punto de matarlo”[1].
Hay lecturas que señalan que dicha ceguera muestra la afectación de Itzjak, de cómo su visión o percepción fue alterada para siempre por los hechos ocurridos en la montaña.
Podemos establecer alli una relación entre la creencia y la ceguera, ya que hay, en la pasividad y el silencio de Itzjak, algo del orden del creer ciegamente.
La creencia exige una cesión y se sostiene en un acto de fe, y es en pos de sostener la creencia en su padre, que Itzjak consiente a una pérdida que afecta su visión. Las lágrimas que lo enceguecen resultan consagratorias.
La creencia ata, porque implica cierto consentimiento del sujeto. En este relato, se trata del consentimiento al “un Dios” que muestra su cara imperativa, con una voz imperativa; un padre que pide y da una orden racional que arma un universo posible; pero a la vez un padre con una voz imperativa irracional. Podemos decir que el imperativo de esa voz solo se constituye como tal con la respuesta del hijo (Abraham e Itzjak).
En la Clase única del Seminario sobre Los Nombres del Padre, J. Lacan señala que lo que es preciso, es poner al nivel del padre la función del nombre. Y en relación a la cuestión del sacrificio que pone en juego el Mito de Abraham e IItzjak, nos recuerda que es el ángel quien detiene la mano de Abraham antes de que este sacrifique a su hijo. De lo que se trata entonces es de no sacrificar al hijo, sino al antepasado. La circuncisión de los hijos varones es una marca de este sacrificio vinculada a una cesión que pone en juego la castración. Se sacrifica una parte y no el todo, lo cual permite situar una pérdida, y posibilita la entrada en la filiación y en la cultura.
Padre y sus objetos pulsionales
En La interpretación de los sueños, encontramos un sueño que le llega a Freud de una fuente desconocida, y permite trabajar este tema:
“Un padre asistió noche y día a su hijo mortalmente enfermo. Fallecido el niño se retiró a una habitación vecina con el propósito de descansar. Deja la puerta abierta a fin de poder ver desde su dormitorio la habitación donde yacía su hijo rodeado de velas. Un anciano a quien se le encargó montar vigilancia se sentó próximo al cadáver murmurando oraciones. Luego de dormir algunas horas el padre sueña que su hijo está de pie junto a su cama, le toma del brazo y le susurra este reproche: Padre, entonces, ¿no ves que me abraso? Despierta y observa un fuerte resplandor que viene de la habitación vecina, se precipita hasta allí y encuentra al anciano guardián dormitando. Y la mortaja y el brazo del cadáver querido quemándose por una vela que le había caído encima encendida”[2].
Freud señala en un primer nivel de análisis, que lo que se soñó, estuvo al servicio de seguir durmiendo. También marca que el sueño realiza un deseo: El hijo está vivo y lo viene a despertar al padre.
J. Lacan nos invita a entender que el sueño, en otro nivel, plantea el reproche del hijo al padre. “¿Padre no ves?”.
El padre como guardián se duerme, no está a la altura de la función, falla. Es la protesta del hijo al padre, en su función de protector, lo que retorna en el reproche. Y es la propia voz, la de él mismo como padre, la que no deja de escuchar, cuestionando su propia función. Entonces, el padre, en su función de guardián, ¿no está siempre dormido?
Si el padre está dormido en su función de guardián, el sueño nos muestra que está despierto en relación al goce, ya que no deja de escuchar esa voz que le reprocha en sus oídos.
FUNDAMENTOS DE LA AUTORIDAD PATERNA
Diferencia entre creencia y certeza
Diferenciemos ahora Creencia y Certeza: La creencia se opone a la certeza. A diferencia de la creencia que, como dijimos, es un acto de fe; la certeza no requiere de pruebas ni de demostraciones: Es. Por eso Lacan nos invita a ubicar la relación entre la certeza y lo real. Lo real es lo que es.
La creencia requiere de pruebas, como la que le pide Dios a Abraham, porque se monta sobre un punto de inconsistencia que Lacan matematiza en el grafo del deseo, por la vía del significante que falta en el Otro. Que falte el significante es lo que arma la grieta en el campo del Otro, el punto de inconsistencia que el Nombre del Padre viene a recubrir. La creencia implica una transferencia de un sujeto al Otro, asignación simbólica de poder del sujeto al Otro. Si se asigna ese poder es porque se requiere envolver un punto de inconsistencia. Abraham transfiere en Dios ese poder de alteridad radical respecto de él.
Para que haya creencia del lado del sujeto debe haber consentimiento a la transferencia de poder, es decir, consentir a “aumentar” al Otro. Hay un parentesco etimológico en el latín, entre “aumentar” (“Augeo, auxi, auctum”) y “Autor”, “responsable” (“Auctor, auctoris”).[3] Aumentar la voz del Otro. La creencia “crea” al Otro.
En el capítulo XX del Seminario 10, Lacan nos invita a diferenciar la voz, de la sonoridad. La voz no es la sonoridad, sino lo que resuena en un vacío. Es la alteridad respecto de lo que se dice, y no lo que se dice. Esa voz es imperativa y reclama obediencia. Es en esa lógica que la creencia vuelve eficaz a la impostura: Arma un Otro a partir de un punto de inconsistencia. Y eso, no es otra cosa que una impostura. En el capítulo XXI del Seminario 11, Lacan señala que, en definitiva, la creencia también nos arma una ficción. Una ficción que se viste de verdad, sobre un punto de inconsistencia.
Historia del concepto de autoridad
El concepto de autoridad se puede tomar desde distintas perspectivas: La filosófica, la de las ciencias políticas, la de la historia y la del psicoanálisis. Decíamos que la palabra proviene del verbo augure, de origen romano, que significa aumentar.
Hanna Arendt en el artículo “Qué es la autoridad”, efectúa un recorrido por el concepto de autoridad en distintos momentos de la historia. Se puede leer en su texto un antecedente, un surgimiento, un desarrollo y, finalmente, un desvanecimiento en la época moderna.
Si surge con el derecho romano, puede pensarse el antecedente en Grecia, con Platón y los intentos de ordenar la polis a través de un método que no fuera violento ni coercitivo. Se buscaba un modo de encontrar reconocimiento sin necesidad de perder la libertad, ni usando la violencia. Se trata de un reconocimiento necesario para legitimar las ideas, ya que un requisito de la autoridad es la legitimidad. Entonces la autoridad, desde su inicio, como concepto, encuentra su fundamento en la legitimidad, en el ejercicio de un poder sin violencia.
La palabra “autoridad” surge de la idea de aumentar el acto fundante de la ciudad de Roma. La autoridad está referida a aumentar el imperio. Es el acto de fundación la ciudad que se repite en cada acto de reconquista y de ampliación del Imperio, articulando la autoridad a la religión y a la tradición. La tradición se trasmite en tanto autoridad vía la religión: Religare (lat.) significa ligar, atar. Unos ligados a otros. Se trata del trípode necesario para la conformación y el mantenimiento del orden de la ciudad a cargo del senado de ancianos. La autoridad surge en relación al derecho romano, con el sostenimiento de la tradición religiosa.
El desarrollo se produce a partir de la caída del Imperio Romano dando lugar a que tome el relevo de dicha función, la figura de Dios.
Arendt afirma que la tríada “Tradición, Religión, Autoridad”, se desplaza al Nombre del padre, del hijo y del espíritu santo Lo que nos importa subrayar en este desarrollo, es el relevo que toma la figura de Dios, en relación a ese lugar de autoridad.
Luego, el Iluminismo y posteriormente el capitalismo y la ciencia hacen un nuevo desplazamiento: Ya no es el padre Dios, sino el padre de familia, quien ocupa ese lugar. Para Hanna Arendt, la ciencia y el capitalismo producen la ruptura de la dimensión religiosa que anudaba la autoridad y la tradición. Se esfuma entonces, desde su perspectiva, la dimensión de la autoridad.
La autoridad como semblante
Proponemos una primera rectificación desde el psicoanálisis: No se trata de que se haya esfumado la dimensión de la autoridad; se trata de que, tanto Dios como el padre de familia, no son más que semblantes. Es decir, un entramado simbólico-imaginario.
Una anécdota de Freud permite ubicar cómo ya en su época, el padre denotaba su impotencia. En La interpretación de los sueños, encontramos este recuerdo del creador del psicoanálisis:
“Tendría yo 10 o 12 años, cuando mi padre empezó a llevarme consigo en sus paseos y a revelarme en pláticas, sus opiniones sobre las cosas de este mundo. Así me contó cierta vez, para mostrarme cuanto mejores eran los tiempos que me tocaban vivir que los de él: “Siendo yo muchacho me paseaba por las calles del pueblo donde tú naciste. Un sábado llevaba un lindo traje con un gorro nuevo de pieles sobre la cabeza. Vino entonces un cristiano y de un golpe me quitó el gorro y lo tiró al barro exclamando: ¡Judío, bájate de la acera!”.
El pequeño Freud pregunta a su padre: “¿Y tú qué dijiste, qué hiciste? La respuesta resignada del padre fue: “Levanté el gorro y me lo volví a poner”.
Nos preguntamos: ¿Hay acaso otra opción para un padre, que la de dar una respuesta resignada? El padre no puede dar la respuesta total. Freud, en su neurosis, se revela ante esa resignada respuesta:
“Esto no me pareció heroico de parte del hombre grande que me llevaba de la mano. Contrapuse a esa situación, que no me contentaba en absoluto, otra que respondía mejor a mis sentimientos: la escena en que el padre de Aníbal, Amílcar hace jurar a su hijo ante el altar doméstico que se vengará de los romanos. Desde ese momento, tuvo Aníbal un lugar en mis fantasías”.[4]
Anibal era un militar cartaginés que luchó sin consentimiento alguno contra el Imperio romano.
¿Por qué el padre de Freud no se rebela? Por un lado, por el temor que le suscita el acto violento. Pero, sobre todo, porque consiente a ese poder del cristiano. Es eso lo que lo vuelve obediente y lo ata al acto de violencia.
Volvemos a ubicar que para que haya Otro tiene que haber atribución de poder. En ese sentido, podemos decir que la creencia, en sí misma, es violenta; porque nos somete a esa figura que instituimos en el Otro.
Pero nos podemos interrogar también por lo que hizo Freud, ya que él mismo arma la lógica de cómo llega a ese recuerdo infantil: Quería ir a Roma, y asocia ésto con Aníbal y la relación que tenía éste con su padre. Aníbal en su lucha contra el Imperio; es la muestra y el signo de lo que la fantasía produce en la neurosis: La rebelión contra el punto de inconsistencia.
Freud se identifica con Aníbal, que desde entonces fue el personaje preferido de su infancia, con el que fantaseaba salvar al padre. Fantaseaba con su padecimiento. Pero si se trata de que “hay que salvar al padre”, podemos concluir que es, justamente, porque se está hundiendo.
¿Qué es la autoridad, entonces? Un andamiaje simbólico imaginario. Con Lacan, llamamos a eso, semblante. Ese semblante fue tomando distintos relevos; de modo que, nuestro desafío, es entender que el padre de familia y Dios mismo ocupan un lugar en el relevo de esa serie de elementos que vienen a responder a esta inconsistencia. Entonces, si el padre es autoridad, es un relevo en la serie, no lo es en sí mismo. Por eso, creer en el padre tiene sus limitaciones. Se trata de creer en un padre que trasmite una versión y un modo de arreglárselas con el deseo y con el goce. Es un padre que transmite un orden pero también transmite un modo y una versión sobre el deseo y el goce.
Evocamos, en este trabajo, el “Padre, ¿no ves que ardo?” Allí, el soñante, se duerme como padre y se despierta con la voz. Con lo pulsional, con el objeto, con lo real, no hay más que despertarse. El padre no puede no mostrar la falla. En la anécdota del gorro relatada por Freud, observamos la posición del padre de Freud. Del padre que nunca está a la altura de su función.
En definitiva, el padre es autoridad por un acto de fe, por una creencia. Se trata de creer en el padre.
El padre es una creencia
El psicoanálisis como la religión, “cree” en la creencia. Es necesaria la creencia, sino sólo habría pura angustia. A diferencia de la religión, el Psicoanálisis opera con efectos de verdad; a condición de liberar esa creencia de la verdad.
Por eso, la orientación es una advertencia de que el padre es un padre, y que ese padre es un relevo en una serie que está sostenido en un acto de amor, un acto de fe. Lacan afirma en su Seminario RSI, que el padre es una creencia de la cual se puede prescindir, a condición de usarlo. Se trata del padre como instrumento que viene al servicio de poder hacer algo con la inconsistencia. Cuestión que ya en algunos textos de S. Freud, podemos avizorar:
En “El porvenir de una ilusión”, S. Freud plantea la ilusión de un Dios en el que se cree para poder hacer soportable la vida, frente a lo insoportable de “…una vislumbre desasosegante: el desvalimiento y el desconcierto del género humano son irremediables[5]”.
Es frente al irremediable desamparo y desasosiego que se hace valer una “providencia bondadosa” sobre nosotros, que no permite que “ni siquiera la muerte sea un aniquilamiento (…) sino el comienzo de un nuevo modo de existencia”. Se atribuyen así sabiduría, justicia e infinita bondad a la figura de Dios, concentrando los anhelos de protección, aseguramiento y consuelo en las propiedades divinas.
La religión entonces, ubica una creencia que nada tiene que ver con lo racional, ni con el valor de realidad, pero que permanece con gran potencia. Esa fuerza ancla en los deseos más antiguos, intensos y urgentes de la humanidad, ya que la impresión de terror que produce al niño su desvalimiento, despierta la necesidad de protección proveída por el padre.
Freud ubica en el corazón de la creencia religiosa, la creencia en el padre, subrayando el núcleo paterno que desde siempre se ocultaba tras cada figura de Dios”, constituyéndose Dios entonces, en un padre enaltecido.
Freud nos orienta en relación al nacimiento de la religión monoteísta sosteniendo que a partir de crear un dios único, “los vínculos con él podían recuperar la intimidad e intensidad de las relaciones del niño con su padre…”[6]
Dios y el padre funcionan, de este modo, como relevos en un andamiaje que se constituye como respuesta a lo imposible. En términos freudianos, se creará un tesoro de representaciones, engendrado por la necesidad de volver soportable el desvalimiento humano.
Creer en un Dios está al servicio de no saber de la inconsistencia, ya que proveerse de una figura bondadosa que protege y a la que se teme, es un modo de no querer saber y defenderse de la castración.
En este punto podemos situar que la religión se hace comparable a la neurosis infantil, y que cada neurótico tiene su religión privada, su propio sistema de creencias. La religión universal encuentra un correlato en la vida psíquica del neurótico, por ejemplo en los ceremoniales de la neurosis obsesiva.
En “Acciones obsesivas y prácticas religiosas”, S. Freud habla del ceremonial obsesivo como “acción sagrada”, ubicando que la neurosis obsesiva ofrece “una caricatura a medias cómica, a medias triste, de religión privada.”[7]
Este ceremonial tiene un sentido inconciente, nace como defensa frente a la tentación y protección ante la desgracia.
CLINICA DE LA CREENCIA EN EL PADRE
El neurótico, al creer en el padre, da sostén a un padre prohibidor, que lo protege de lo imposible. Veamos en un caso clínico como se pone esto en juego:
Tiempo de creencia
“M. llega manifestando que la “depresión” que lo asedia desde hace un tiempo es lo que lo empujó a consultar. Aunque no sin objeciones, ya que “en el psicoanálisis, en principio, él no cree”.
Despliega de entrada un escepticismo generalizado. Su denuncia de los semblantes se pone de manifiesto en un discurso que engalana con una afilada ironía. En relación a todo lo que había creído hasta hace poco tiempo que serían logros a festejar, como recibirse, trabajar en una empresa importante, proyectos de convivencia con su pareja; cuando finalmente llegan a su vida, no le deparan ninguna satisfacción ni entusiasmo.
Por el contrario, lo inunda una sensación de patetismo que oscurece sus días y desvela sus noches, que quita brillo y desestima lo que hasta hace un tiempo eran para él metas deseadas. Es, en este punto, que comenta que su padre hizo carrera, construyó un matrimonio y, ahora, en el ocaso del camino, se lo ve en continua y lastimosa queja respecto de su mujer, de su trabajo, de sus hijos. En fin, se queja de todo.
“¿Vivir una vida, hacer todo eso para estar al final así? ¡Es patético!”, afirma M.
Con sorna critica los ideales que habían orientado hasta hace un tiempo sus elecciones, articuladas a una transmisión que ensalza el éxito profesional y la construcción de lo familiar. Se desprenden algunas preguntas a las que una aplastante respuesta obtura de antemano:
“¿Para qué esforzarse? ¿Con qué motivos seguir la ruta? ¿Transitar por ese camino puede traer felicidad?”.
Para hacerlo hay que creer. Y él, no cree.
En relación al psicoanálisis, su madre ha sido analizante durante décadas, y sigue teniendo los mismos temas sin resolver, lo que le da a esas sesiones, a criterio de M., un tufillo de estafa. Sin embargo, allí está, con su descreimiento desafiante que lo hace vacilar frente a la invitación de la analista a una segunda entrevista.
Es entonces, que le saltan a la vista los retratos de Freud y Lacan, desde las paredes del consultorio. Se precipita al instante en un comentario burlón, esta vez dirigido a la analista, aludiendo a lo que supone una participación de ella en el ejército de creyentes: “¡Ah bueno! ¡Acá estás vos, con los padres del psicoanálisis…!”
Es a continuación de la afirmación de la analista de que “No son estampitas”, que el sujeto pone punto a su vacilación decidiendo que va a concurrir a una próxima entrevista. No es sin un matiz desafiante, que pone en juego la cuestión de la creencia, que la transferencia se va instalando.
Pasaje de la creencia en el padre a creer en el inconsciente
Luego de un tiempo de trabajo, donde adquiere relevancia su relación a un padre “deprimido y decepcionado”, M. dice estar cansado de los “dolorimientos” de su padre.
La analista lo detiene en “dolorimiento”, preguntando qué quiere decir.
El sujeto rápidamente denuncia una falla en el saber, lo cual deriva en desafiar a la analista a constatar en el diccionario la existencia de esa palabra.
Ante esto, se lo invita a M. a decir de qué modo existe para él, más allá de su efectiva existencia en el diccionario, el “dolorimiento” paterno.
Ante su propia sorpresa, M. consiente a abandonar el uso referencial del término para dar paso a la escansión: “dolor” y “miento”.
Se delata entonces, escondida en el seno del dolor, la mentira.
Se abre la dimensión del engaño de las dolencias del padre, para luego, quedar alcanzado él, en la primera persona del “miento”. Es en el pasaje por la lectura del dolor y miento del padre que articula una vuelta en sus preguntas:
“¿Me estoy engañando a mí mismo creyendo tanto en el dolor?”
Se verifica un sacudimiento en su creencia. Del “miento” del padre, a su propia dimensión ficcional, se inaugura una escena que procura una vuelta moebiana que lo conduce a un punto de verdad que lo divide, conmoviendo el mapa de sus decires. Aparecen otras versiones del padre, que estaban olvidadas, desvanecidas. Un padre que ha gozado de otras cosas y no sólo de lamentos. Un padre divertido, que ha construido y disfrutado.
Ubica en el patetismo un exceso propio al dar tanto crédito a la versión lastimosa del dolor paterno, creencia que enturbió y ensombreció sus propios anhelos. Hacer blanco allí lo ha empujado a burlarse de todo lo relacionado con los emblemas paternos, prestándole, paradójicamente, gran consistencia.
Sostiene, bajo este modo particular, en este sarcasmo, al padre.
Este sujeto, supuestamente incrédulo, ha sido un gran creyente. Su escepticismo, como tantas veces, estaba al servicio neurótico de ser un creyente.
La radical creencia que sostenía hasta ese momento con fervor religioso, cae a partir de la interrogación de un significante y de conmover la fijeza de goce que éste condensa.
Junto con la creencia, cae el patetismo. Ahora, destella un nuevo matiz humorístico que reviste su discurso, vivificándolo. Se desarticula su auto engaño, abriéndose la posibilidad de ir más allá del padre.
CONCLUSIONES
Se interrogaron diversas modalizaciones sobre la prevalencia del padre en nuestro orden social, que gravitan sobre un eje de evidencia empírica: “La creencia en él.”
Lo cual liga el lazo al padre a una lógica religiosa que obligó en varias ocasiones tanto a Freud como a Lacan a tratar diferencias cruciales entre ambos discursos.
La ética analítica implica una exigencia de transformación de dicha creencia.
El análisis permite una mutación: de la creencia en el padre como causa a la creencia en la causa del inconsciente, cuyo correlato subjetivo implica pasar de la creencia en una causa ya inscripta, al invento singular y vivo del síntoma.
El relato clínico enseña sobre este pasaje y sobre la posibilidad novedosa para el sujeto de servirse del padre de otro modo, con un efecto vivificante del deseo.
El acto del analista se orienta por el síntoma como despertar…despierta del sueño de la creencia religiosa en el padre, y también de la pesadilla arrasadora de la increencia, de existencias subjetivas sin el soporte amoroso de un orden.
Nuestro siguiente paso de investigación seguirá a través de la indagación de los signos de declive en la creencia en el padre en nuestra civilización y la repercusión en nuestra clínica de dicha pesadilla.
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Notas