Psicoanálisis
CONSUMO, JUEGO, PALABRA. “CUESTIONES PRELIMINARES” Y MOVILIDAD DE LOS DISCURSOS EN UN ESPACIO COMUNITARIO
Consumption, game, Word. “Preliminary questions” and discourses’ mobility in a communal spac
CONSUMO, JUEGO, PALABRA. “CUESTIONES PRELIMINARES” Y MOVILIDAD DE LOS DISCURSOS EN UN ESPACIO COMUNITARIO
Anuario de Investigaciones, vol. XXVI, pp. 219-224, 2019
Universidad de Buenos Aires
Recepción: 12 Abril 2019
Aprobación: 25 Octubre 2019
Resumen: Se exponen los resultados parciales de un proyecto de investigación y de intervención, que implicó el armado de un espacio de escucha para adolescentes con consumos problemáticos en un asentamiento en vías de urbanización de la ciudad de Corrientes. El objetivo central del Proyecto de investigación apuntó a indagar la relación entre los consumos problemáticos, la circulación discursiva y el lazo social, desde una opción teórica y clínica por el psicoanálisis. En la medida en que se significó el problema en relación con el sujeto que lo porta, se orientó el abordaje según una ética del decir.
Palabras clave: Consumo de sustancias, Movilidad discursiva, Psicoanálisis, Espacio comunitario.
Abstract: This article exposes the partials results of a Research and Intervention Project, that implied putting up a Listening-Space for teenagers with problematic drugs ‘consumption. This space was located in a slum, in Corrientes city (Argentine). The central goal of the Research Project was to relate problematic consumption of drugs, discourses circulation and social bound, starting from a theoretical and clinic option for Psychoanalysis. As the problem was signified in relation to the subject that supports it, the Project pointed towards an “Ethic of saying”.
Keywords: Consumption of substances, Discoursive mobility, Psychoanalysis, Communal space.
1 Presupuestos (Mariana Leconte, Analía Cacheda).
Este trabajo expondrá los resultados parciales del Proyecto de investigación e intervención “Consumos problemáticos, discursos y lazo social”, radicado en la Universidad de la Cuenca del Plata, y en desarrollo desde hace un año en un centro comunitario de un asentamiento en vías de urbanización de la ciudad de Corrientes.
Para definir más claramente la situación del proyecto y del dispositivo de él resultante, se vuelve necesario mencionar que éstos forman parte de un Proyecto de Desarrollo Tecnológico y Social (PDTS) de CONICET desarrollado en el contexto mencionado desde 2015, en virtud de un convenio con el Instituto de Cultura de la Provincia y la Facultad de Artes, Diseño y Ciencias de la Cultura de la Universidad Nacional del Nordeste [1]. Se trata de un Programa de enfoque territorial y conformación interdisciplinaria, que promueve la integración comunitaria a partir de espacios culturales y escenarios de planificación participativa. Al estar situado en un contexto comunitario, el dispositivo trabaja en red con instituciones territoriales, organizaciones barriales, organismos públicos -académicos y gubernamentales-, y organizaciones del sector privado. La perspectiva del artículo, centrada en poner de relieve los efectos de la introducción del discurso psicoanalítico en el trabajo individual y grupal con los adolescentes en el Espacio de Escucha, obliga a circunscribir el recorrido que aquí presentamos a los aspectos clínicos. Tal recorte, necesario a los fines de esta presentación, obliga a dejar de lado otras dimensiones del abordaje territorial del problema, relativas a la construcción de estrategias comunitarias con los diversos actores involucrados (territoriales y extraterritoriales) y a la confluencia de saberes provenientes de esta diversidad de actores y disciplinas.
Esta presentación se limitará, entonces, a dar cuenta de los primeros efectos que ha tenido la apertura de un dispositivo de escucha para adolescentes y jóvenes en el contexto mencionado.
El Proyecto de investigación, del que resultó la apertura del dispositivo de escucha, tuvo por objetivo central indagar la relación entre el consumo problemático de sustancias, la circulación discursiva y el lazo social, desde una opción teórica y clínica por el psicoanálisis. En la medida en que el psicoanálisis significa el problema en relación con el sujeto que lo porta, esta opción implicó orientar el abordaje del Proyecto según una ética del decir.
En este apartado, presentaremos algunos de los conceptos desde los cuales articulamos la práctica del espacio de escucha en contexto comunitario. Abrir un espacio analítico en un contexto comunitario es una doble apuesta: por una parte, la apuesta por las posibilidades del psicoanálisis fuera del dispositivo de consultorio tradicional; por otra, la apuesta a la cura por la palabra, desde la fidelidad a la regla analítica fundamental, en la atmósfera poblada de voces de un espacio comunitario.
¿Cómo se articula concretamente esta doble apuesta? ¿En qué se hace residir lo analítico en estas circunstancias?
Para dar respuesta a estos interrogantes de partida, es necesario situar algunas consideraciones.
Como afirma Massimo Recalcati (Recalcati, 2004), nuestra época está signada por el entrecruzamiento de los discursos capitalista y científico, que de diverso modo atentan contra el sujeto del inconsciente, empujando a los sujetos, desabonados del inconsciente, al goce del objeto.
Por tanto, toda pretensión de introducir el discurso psicoanalítico y su ética del sujeto del decir, implicará necesariamente rehabilitar previamente las condiciones de posibilidad del sujeto del inconsciente; en particular, cuando se trata de abordar fenómenos como el consumo problemático de sustancias, que conjugan en su fenomenalidad los efectos mortíferos del auge de ambas formas discursivas dominantes: el imperativo de goce-del-objeto del discurso capitalista y la disponibilidad del objeto hecha posible por la producción técnica de la sustancia, promovida por la tecnociencia.
La necesidad de rehabilitar al sujeto del inconsciente, efecto de la represión, indica ya que la clínica de los fenómenos contemporáneos, entre los que se encuentra el consumo problemático de sustancias, se distanciará de la clínica clásica de la neurosis. “En esta predominancia del hacer respecto de la simbolización –concluye Recalcati-, la clínica de los nuevos síntomas parece revelar su dimensión genéricamente psicótica” [2] (Recalcati, 2004, p.5).
Salvando las distancias, las indicaciones de Lacan respecto del tratamiento de la psicosis pueden servir de indicación, por analogía, en la búsqueda de una orientación para el tratamiento posible del consumo problemático: “reducir el retorno del goce en lo real”. La clínica de las adicciones, en la medida en que la droga “permite romper el matrimonio con la cosa de hacer pipí” (Lacan, 1975), se verá con este retorno del goce en lo real y con la ineficacia de la vía simbólica, en su articulación a la demanda y la transferencia.
¿Cómo operar en una clínica así expuesta a lo real del goce y, desarmada del recurso a la palabra, reducida a la impotencia?
En nuestro primer año de trabajo, hemos intentado la construcción de una clínica posible en un contexto comunitario y de vulnerabilidad crítica, buscando de diferentes modos abrir un impasse en el pegoteo con el objeto droga. En esta construcción, podemos nombrar algunas operaciones que se orientaron en tres direcciones: ofrecer tiempo y escucha, hacer circular otros objetos, y abrir un espacio.
Podrían unificarse estas operaciones, usando la expresión genérica de Recalcati “rectificación del Otro”, aún a riesgo de simplificar lo que estuvo en juego, (y que aún estamos en el intento de articular). Suponemos que esta “rectificación” conjugó al menos tres componentes:
· una rectificación del Otro propiamente dicha: rectificar al Otro, ofreciendo escucha y convocando a hablar. Esperando de ellos una palabra y no sólo el consumo. Se trató de encarnar, para ellos, un Otro deseante, un Otro que pueda vérselas con la falta, ante quien fuera posible hablar y preguntar.
· un desprendimiento del objeto, concomitante de esa rectificación y de la aparición de alguna pregunta. Se trató de poner a circular los discursos inundados de goce, habilitando la separación del goce del objeto, goce al que habían quedado adheridos, fijados.
· el armado de un lugar: armar un lugar fue hacer un espacio para ellos en el seno del espacio común, -espacio real, pero también imaginario y simbólico-, en el que se hizo “lugar” a la pregunta por el deseo del Otro.
Esta operación compleja y simple a la vez será la cuestión preliminar, la condición para que sea posible asistir luego a la aparición de un síntoma. Esto que está supuesto de entrada en la clínica de la neurosis, debe ser establecido, conseguido, preparado, en esta clínica de más allá de la represión. Rectificar al Otro, al decir de Recalcati, no significa otra cosa que “encarnar como analista un Otro diferente de aquello real que el sujeto ha encontrado en su historia, y que se presenta como un Otro incapaz de operar con la propia privación...encarnar un Otro que sabe no excluir, no cancelar, no rechazar, no callarse, no obturar, no sofocar, no atormentar” (Ibid).
En un joven tomado por el objeto droga, -objeto que se desvanece rápidamente una y otra vez confinando al sujeto al lugar de la privación, en un movimiento inverso al de la dialéctica del deseo-, la rectificación del Otro deberá erigirse abriendo intersticios en la transferencia al objeto, para ocupar su lugar y hacer posible la articulación de una demanda, inicialmente ausente. Se apostará a que la oferta, y una oferta que deberá ser suficientemente contundente si quiere abrirse paso ante la fijación al goce del objeto, cree la demanda.
Esta rectificación del Otro, que ya se pone en juego en la oferta de un lugar y una escucha, se despliega en la apuesta al sujeto que tal oferta supone. Por esa apuesta, podemos considerar a este acto como analítico, a pesar de jugarse en las “cuestiones preliminares a todo tratamiento posible…”, en la medida en que se orienta a abrir la relación al saber inconsciente. Allí donde se desdibuja el sujeto y aparece aplastado por discursos de-subjetivantes, tomado por ellos, la ética del analista se traduce en la promoción de la pregunta y la puesta en cuestión de estos discursos petrificados, abriendo la puerta a las operaciones capaces de hacer posible el advenimiento del sujeto y la introducción del discurso psicoanalítico, es decir, de un discurso que se desplace y recorra el campo del Otro, habilitando el lazo social.
Si en el consumo problemático de sustancias psicoactivas, como en el discurso capitalista, el sujeto queda excluido del decir, del acto y de la responsabilidad, y cae fuera de discurso y por tanto del lazo social, se tratará de promover el discurrir significante, trabajando por sus condiciones y provocando el desprendimiento del goce del objeto que impide con su presencia la circulación significante y el advenir del sujeto.
2 El psicoanálisis en un espacio poblacional (Guillermo Izaguirre)
El psicoanálisis, según su inventor, Sigmund Freud, es social. Lo que está expresamente escrito en “Psicología de las masas y análisis del yo” (Freud, 2010), donde se introduce que el otro con el que necesariamente se va a encontrar, se presenta como modelo, auxiliar, adversario u objeto. Según como se estructure la relación con cada una de esas cuatro formas del otro, se constituirá un sujeto, un sujeto social, un sujeto que establecerá, con otros, algún tipo de lazo social.
Lo que determina qué tipo de lazo social se establece, es el discurso en el que el sujeto se encuentre comprendido. Jacques Lacan, siguiendo al fundador, formaliza cuatro formas de los discursos: “del amo”, “del universitario”, “de la histérica”, “del psicoanalista”. Luego, introduce dos más de dudoso estatuto: “de la ciencia” y “del capitalista”. Cada discurso está constituido por cuatro elementos, que son los que emergen por la inclusión en una lengua, y se desplazan en cuatro lugares que tienen que ver con que el cuerpo y la palabra están comprometidos. Cada discurso se diferencia de los otros según cuál sea el elemento que ocupa el lugar de dominio como semblant o lugar del agente.
Ahora bien, ese otro es también el Otro, escrito con mayúscula, que denota un lugar que es del lenguaje, donde habitan los seres hablantes que quedan sometidos a esa estructura. Es por esto que no hay más psicoanálisis que social. Esto nada tiene que ver con la sociología, que es una disciplina que se ocupa de cuestiones completamente diferentes. Social no es sociológico.
¿Cómo interviene un psicoanalista en una situación definida como un espacio poblacional donde interactúan numerosos agentes? Todos conocemos una figura muy difundida que consiste en tres monos, uno con las manos tapándose los ojos, otro los oídos y el tercero la boca. Si esa figura cabe al psicoanalista, es porque debe taparse los oídos para no escuchar el sentido, los ojos para no encandilarse con las imágenes, la boca para no hablar en exceso. De este modo, su presencia no es la del puro silencio, la de no ver y la de no escuchar. Escucha lo que tiene que ver con el juego de la homofonía, ve la presencia de la mirada y dice sobre aquello que lee. Es decir que la operación del analista es la de no caer en las trampas que permanentemente se le tienden con la voz y con la imagen en tanto son oferentes de sentido.
El sentido obtura. ¿Qué? El agujero del saber. Es decir, es el goce que impide que pueda jugarse el deseo. Y el psicoanálisis tiene que ver con el deseo. Deseo que no se aloja en el sentido de lo que se dice, sino en los intersticios que se generan, los que se abren en el espacio y en el tiempo.
Por eso es que, repito, el psicoanálisis es social y nada tiene que ver con la sociología. Lo que nos lleva a que la superficie y el tiempo en que se despliega el acto del psicoanalista en una comunidad, son de otra estofa que la del espacio concebido en una topología de la esfera, interior y exterior, sumergible en nuestro espacio del sentido común, tridimensional. Son de otra topología, cuyas superficies pueden reducirse al toro, la topología del cuerpo, y al plano proyectivo, que es el del fantasma de cada quién. Ambas superficies exigen una cuarta dimensión, no son reductibles al espacio tridimensional: ¿Puede ser ella la dimensión del lenguaje? Al menos así lo manifiesta Sigmund Freud en uno de sus últimos trabajos, “Esquema del psicoanálisis”, donde escribe que la concepción de un interior y un exterior, topología de la esfera, corresponde a los animales, mientras que en el ser humano, en tanto incide el lenguaje, esto debe ser pensado de otro modo. Ese “otro modo” implica introducir una cuarta dimensión, donde se permita la circulación del deseo sostenido en el fantasma, sujeto y objeto, el cuerpo sumergido en la lengua, el saber y la verdad. Lo que se podría dar con la circulación de discursos.
Entonces, la tarea del psicoanalista es crear las posibilidades para que los discursos circulen, que no se petrifiquen, que relancen siempre un giro más.
Si las sustancias adictivas son las que proveen una materialidad para la obturación del agujero del saber con el goce que petrifica e impide la posibilidad de la emergencia del sujeto, la caída del objeto y el sostenimiento del deseo, no es en su prohibición, sino en la construcción de un espacio donde la lectura de lo que se dice de lugar a la posibilidad de disolver la satisfacción de esos goces.
Esas superficies pueden abrirse si, en el espacio poblacional, el analista no entra en las confrontaciones que lo social e institucional necesariamente harán surgir, sino que aprende a callarse, a no oír, a no ver. Y también introduce su praxis en el espacio que pueda fundarse en la intimidad, donde pueda leerse en lo que cada cuerpo produce con lo que dice; lectura que permite que se juegue esa escritura que ya estaba ahí.
Se tratará de impedir que los lugares sociales donde cada quién habite, patologicen, clasifiquen, encasillen a los diferentes actores sociales y, de ese modo, impidan o intenten impedir la circulación de los discursos. La tarea consiste en abrir espacios con nuevos lazos sociales. No se trata, entonces, de salud y enfermedad, de normalidad o de patología, de adicciones patológicas o abstenciones saludables, sino de abrir espacios, dejar circular la palabra y los cuerpos, dejar jugar las contradicciones de la vida.
3 Efectos (Mariana Leconte, Iván Speroni, Úrsula Yorg).
En este apartado final, se repasarán algunos de los efectos que siguieron a la apertura de este espacio de escucha en el intento de dar cuenta de las operatorias puestas en juego a partir de esta oferta. Los señalaremos en torno de cinco momentos, con un criterio más lógico que cronológico:
1. Generar demanda: Al principio, encontrábamos a los jóvenes reunidos, consumiendo, en los alrededores del establecimiento: vereda, esquinas, entradas, y corredores. Nos acercábamos nosotros a estos lugares. Como es de suponer, el interés en hablar no estaba en ellos, sino en nosotros. Esperábamos poder generar demanda de escucha, allí donde no la había. Esto implicó nuestra presencia cotidiana y disposición a la escucha y a la palabra, sosteniendo la atención flotante. Inicialmente, se imponía en los encuentros un estilo de vínculo evitativo, bajo la forma de burlas, chistes, engaño, más próximo de un resguardo frente al lazo que de su posibilidad. Con la oferta de la escucha, se fue abriendo la posibilidad de interrumpir de algún modo y por momentos el consumo infinito, invitando a la conversación.
2. Hacerles un lugar: Empezamos a llevar propuestas, para invitarlos a ingresar al Centro comunitario y al espacio que se había armado para ellos: dos containers acondicionados, uno para funcionar como espacio de escucha individual y otro como lugar de reunión y encuentros grupales. El lugar físico estaba dispuesto, pero se trataba de que se armara algo de otro orden. La experiencia cotidiana nos condujo a confirmar que, incluso aquí, en el contexto de un espacio comunitario, el foco debía ser puesto (y mantenido) en el trabajo sobre lo dicho, posible desde la atención flotante, que sucedía en medio o con ocasión de las actividades, y no –a pesar de lo tentador que resultara ante la novedad del intento- en la organización, disposición y ejecución de éstas. Darles un lugar fue abrir las puertas de un espacio para ellos en el seno del espacio de todos. Pero también disponer un espacio de escucha a su palabra, que les ofreciera la posibilidad de nombrarse y narrarse desde su propio decir y no desde los pesados “nombres” que les atribuían desde hace años sus vecinos y familiares: “los drogadictos”, “los drogators”, “drogadictos de m…” con los que “ya no hay nada que hacer”, que “están drogándose todo el día en las esquinas”, “son unos chorros”. Discursos petrificados de goce, que obturaban para ellos toda posibilidad de palabra y de lazo. La escucha, las intervenciones sobre “lo dicho” y esas invitaciones a hablar, fueron ahuecando un espacio, armado lentamente entre todos. Comenzaron a marcar el lugar con sus señas, con letras de canciones, con fotos. Rectificar al Otro, con quien fuera posible un lazo, se tradujo en encarnar un Otro que ofreciera lugar, escucha y tiempo, un Otro dispuesto y disponible e, incialmente, también un Otro que demandara que vinieran, que preguntara, que invitara, que esperara que dieran algo.
3. Escuchar lo que dicen (y cantan): Cuando la demanda comenzó a asomar, bajo la forma incipiente de demanda de atención o de escucha, se sucedieron las palabras: inicialmente, en los bordes; después, a través de canciones y en medio de algunas actividades propuestas, cuyo fin no estaba en sí mismas sino en su facultad de ser ocasión de que las palabras circularan mientras tanto. Hablaban de peleas, de engaño, de traición, de violencia. Esta incipiente circulación de la palabra se dio inicialmente a través de letras de canciones que traían adrede para hacernos escuchar, en relación con historias personales o con “la realidad del barrio”. Registrábamos por escrito esta escucha en nuestros cuadernos o afiches, que luego colgábamos en las paredes del container, o en la computadora, marcando con letras el espacio. En las letras, fue posible reconocer diferentes modalidades de los discursos familiares y barriales, determinantes, asfixiantes e inconducentes y, simultáneamente también la circulación de otros nombres, más propiciatorios.
4. Jugar: Ese registro tuvo como efecto la instalación y construcción del espacio simbólico y habilitó algunos movimientos que hicieron aparecer la posibilidad de jugar. En unas pocas semanas, aprendieron a jugar al ajedrez, transmitiéndose unos a otros lo aprendido. Luego, se instalaron también otros juegos: dominó, loba, truco, el Uno, acompañados de música. Los juegos profundizaron la demanda de apertura del espacio a nuestra llegada. Se sucedieron ocasiones diversas de encuentros propiciados por ellos en los que la reunión ya no se generaba en torno del consumo de drogas sino del juego, la circulación del mate, la conversación. Normalmente, cuando decimos que algo “hace juego”, nos referimos a que existe posibilidad de movimiento. Aquí, el “hacer juego” nos indicaba que en la obturación generada por el consumo y por el sentido aplastante de los discursos inundados de goce, se abrían intersticios que habilitaban un pasaje a otra cosa. La circulación de otros objetos. Generar las condiciones para introducir el discurso psicoanalítico se tradujo, entre otras cosas, en la generación de esa posibilidad de apertura, a través de la cual “el lugar de ese objeto condensador de goce –plus de gozar- constituido por la/s sustancia/s (pudo) ser ocupado por quien esta(ba) en posición de escuchar”. Es decir, se produjo algo del orden de “un desplazamiento de lo real por lo simbólico orientado a producir una transferencia simbólica” (Kaminiekci, 2009, p.14). La fijación al goce del objeto cedía para hacer lugar a satisfacciones enlazadas a lo social. Empezaron a sucederse demandas diversas: “traé galletitas”, “hagamos un arroz con pollo”, “¿trajeron mate? Voy a calentar el agua” o “tengo azúcar”, para armar la ronda de mates entre todos.
5. Hablar/Inventar el síntoma: En el último mes de ejecución del Proyecto, a partir de estos intersticios abiertos en la relación con la droga, comenzó a aparecer en algunos jóvenes la pregunta por aquello que los sostiene en esa relación, por los acontecimientos de su vida que los motivaron a iniciarse en el consumo, por su responsabilidad en esa relación (en contraste con las hipótesis de-subjetivantes del principio). Algunos de ellos, iniciaron diálogos individuales con algunos de los psicólogos del equipo, en los que cada uno pudo empezar a desplegar elementos diferenciales según la singularidad del goce en juego en cada caso.
Para un próximo período de este Proyecto, se tratará de poder alojar esta palabra singular y, consecuentemente dar lugar al despliegue sintomático acallado, hasta ahora, por el consumo.
Letra de una de las canciones traídas por los adolescentes y escrita en un afiche del espacio de escucha.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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Notas