Psicología Social, Política y Comunitaria
Recepción: 30 Marzo 2020
Aprobación: 20 Octubre 2020
Resumen: Este artículo presenta resultados de la investigación “Modalidades de liderazgo en los Nuevos Movimientos Sociales que resisten la exclusión en Argentina: tensiones entre las reivindicaciones y la política”, de la Programación Científica UBACyT 2018-2020. Atendiendo al primero de los objetivos generales, que propone analizar las modalidades de liderazgo en los Nuevos Movimientos Sociales, esta comunicación describe y compara las características más salientes de los líderes y los modos de peticionar ante las autoridades en los tres casos en estudio: el Movimiento Nacional de Empresas Recuperadas, la Cooperativa de Trabajo El Corre Camino y las Organizaciones Libres del Pueblo. Si bien se encontraron entre ellos más diferencias que similitudes, se plantea que, más allá de aquellas, una actitud los iguala: los líderes de los nuevos movimientos sociales “ponen el cuerpo”, resisten la exclusión y trabajan incansablemente para subsistir en un mundo que les resulta hostil y expulsivo.
Palabras clave: Nuevos movimientos sociales, Liderazgos, Luchas, Voluntad de vivir.
Abstract: This article presents the results of the research “Modalities of leadership in the New Social Movements that resist exclusion in Argentina: tensions between reclamations and politics”, of the Scientific Programming UBACyT 2018-2020. In accordance with the first of the general objectives, which proposes to explore and describe the leadership modalities in the New Social Movements that resist exclusion in Argentina, this communication describes and compares the most relevant characteristics of the leaders and the ways to petition the authorities in the three cases under study: the National Movement of Recovered Companies, El Corre Camino Work Cooperative and the People’s Free Organizations. While there were more differences than similarities among them, it is suggested that, beyond the similarities, one attitude equals them: the leaders of the new social movements “put their bodies into it,” resist exclusion, and work tirelessly to survive in a world that is hostile and expulsive to them.
Keywords: New social movements, Leaderships, Struggles, Will to live.
Introducción
En este artículo se presentan resultados parciales de la investigación “Modalidades de liderazgo en los Nuevos Movimientos Sociales (NMS) que resisten la exclusión en Argentina: tensiones entre las reivindicaciones y la política”, de la Programación Científica UBACyT 2018-2020.[1] Se trata de un estudio exploratorio descriptivo, cuyo diseño es flexible y participativo, que se desarrolla con método y técnicas cualitativas tales como la entrevista, la observación etnográfica y el análisis de documentos como fuente secundaria. La estrategia es un estudio de casos múltiples, en los que se instrumenta la Investigación-Acción Participativa (I-AP), siempre que sea factible.
En dos de los casos que se estudian en profundidad, el Movimiento Nacional de Empresas Recuperadas (MNER) y la Cooperativa de Trabajo El Corre Camino (El CC), en los que el trabajo de campo comenzó mucho antes que la actual programación científica, se han realizado múltiples indagaciones y acciones colaborativas, mientras que, en el tercer caso, las Organizaciones Libres del Pueblo (OLP), se comenzó a trabajar en 2019.
El despliegue de la investigación en el campo se vio limitado por la emergencia sanitaria provocada por el COVID 19, y las consecuentes medidas sanitarias aplicadas por el gobierno desde marzo de 2020 (Aislamiento Social Preventivo y obligatorio). Tales limitaciones resultaron más lesivas para el abordaje del caso de la OLP, pues los lazos de confianza no estaban, aún, firmemente consolidados, en la medida en que ambos grupos, el académico y el de los protagonistas, no contaban con un profundo conocimiento mutuo. No obstante, se ha intentado continuar la relación mediante medios virtuales, pero, a lo largo del año, no ha sido posible estar allí, en su terreno.
La investigación propone responder una serie de interrogantes que la orientan; entre ellos: ¿qué tipo de liderazgo ejercen los principales referentes de los casos en estudio?; ¿cómo significan esos liderazgos, tanto quienes lo ejercen como sus seguidores?; ¿los líderes estudiados, tienen dificultades para delegar, para transmitir su “saber hacer”, su capacidad de gestión, desde la perspectiva de quienes lo ejercen y desde la de los seguidores?
Al responder estos interrogantes, este artículo intentará desarrollar el primero de los objetivos generales: explorar y describir las modalidades de liderazgo en los Nuevos Movimientos Sociales que resisten la exclusión en Argentina. Más específicamente, describir los tipos de liderazgo en los casos en estudio; diferenciarlos de otros que se ejercen en la esfera de la política institucionalizada; explorar los aspectos manifiestos y latentes que puedan facilitar y/o dificultar la transmisión del conocimiento, el “saber hacer” de los líderes; identificar las situaciones de malestar/bienestar subjetivo de representantes y representados, tomando en cuenta la dimensión imaginaria; y, finalmente, estudiar la tensión entre la horizontalidad supuestamente deseable en grupos y movimientos, y la práctica de los liderazgos, siempre considerando la perspectiva de sus protagonistas, representantes y representados/as.
Perspectiva teórica
Los autores clásicos interesados en el estudio de los NMS los ubican en el campo de lo que puede denominarse el nuevo paradigma político, cuando finaliza el consenso post-totalitario respaldado por la conformación internacional de fuerzas emergentes, luego de la Segunda Guerra Mundial (Offe, 1996). En ese momento, pasadas dos décadas de la posguerra, se resiente una alianza social amplia que aseguraba el crecimiento y la seguridad y que, a pesar de algunos conflictos, nunca fue cuestionada por la derecha ni por la izquierda.[2] Antes del nuevo paradigma, las colectividades eran más duraderas y menos diferenciadas, con mayor movilidad social y capacidad de consumo; la democracia política representativa postulaba la competencia entre los partidos políticos con una clara delimitación entre su esfera y la de la sociedad civil, que tenía una participación política marginal.
En cambio, el nuevo paradigma político –en el que se ubican los movimientos alternativos– ocurre paralelamente al constructo “sociedades posindustriales”, en las que aparecen estos movimientos como actores sociales que postulan nuevos contenidos, valores y formas de acción con exigencias de principio, frecuentemente no negociables.
Melucci (1988) sostiene que la acción colectiva en los nuevos movimientos sociales se caracteriza por la presencia de lazos solidarios y la existencia de un tipo particular de conflicto; por la lucha entre dos actores colectivos: la política institucionalizada y un sector de la sociedad civil que se organiza en una acción colectiva (cada uno con su solidaridad específica); y por intentar la superación de los límites instituidos del sistema social en cuestión. En un trabajo posterior, el mismo Melucci (1995) caracteriza la relación entre esos movimientos y el sistema político como de autonomía y dependencia respecto de los procesos de representación y decisión, pues, de hecho, en una gran parte de los conflictos actuales, los movimientos no enfrentan la lógica del sistema, dado que solo consisten en una disputa redistribucionista.
Complementariamente, Offe (1996) sostiene que la teoría liberal binaria, que diferencia lo público de lo privado, es insuficiente para dar cuenta de la realidad psicosocial actual. Por eso, incluye a los nuevos movimientos sociales como una tercera categoría o categoría intermedia que no pertenece ni a la esfera privada ni a la de la política institucionalizada. Estos movimientos, no previstos en la democracia liberal y en el Estado de Bienestar, son, para este autor, un modo colectivo de actuar que busca ser legitimado por la sociedad ampliada.
Por su parte, de Sousa Santos (2001) afirma que los protagonistas de los nuevos movimientos sociales son grupos con contornos difusos en función de intereses colectivos, localizados, pero universalizables. Estos grupos enfrentan formas de opresión que no pueden satisfacerse con concesiones de derechos abstractos y universales, pues implican una reconversión global de procesos culturales, o bien transformaciones concretas y locales. Además, su relación con el Estado, los partidos y los sindicatos implica “una distancia calculada”, según sus propios intereses. “La novedad de los nuevos movimientos sociales no reside en el rechazo de la política sino, al contrario, en la ampliación de la política hasta más allá del marco liberal de la distinción entre estado y sociedad civil” (de Sousa Santos, op. cit., p. 181). Es que las nuevas formas de exclusión social “complementan y profundizan” a la basada en la clase social, de ahí la relevancia de considerar la experiencia histórica.
Los NMS, según Melucci (1995), se encuentran dentro y fuera del sistema institucionalizado. Su razonamiento se apoya en que no pueden considerarse una mera acción colectiva espontánea, puesto que también producen un sistema de reglas, crean organizaciones en las que se visualizan liderazgos, sostienen posturas ideológicas e, incluso, pueden llegar a burocratizarse. Sin embargo, es de interés señalar que, para este sociólogo italiano, el tema del liderazgo no sería un factor decisivo ni unificante, pues coloca el acento en el sistema de relaciones que moviliza recursos externos e internos y que se caracteriza por la pluralidad de significaciones que se negocian y renegocian permanentemente; de ahí su complejidad y la necesidad de recurrir a múltiples niveles de análisis para su estudio.
Como puede advertirse, los principales estudios que intentan examinar la acción social colectiva –y específicamente los movimientos de los que se ocupa la investigación– provienen del campo de la sociología. Sin embargo, algunos de sus exponentes sostienen que es aún muy escasa la reflexión teórica existente, especialmente si se compara la producción científica sobre este tipo de acciones colectivas con la que se ocupa de los partidos políticos. Es Melucci (1988) quien revisa y cuestiona los principales enfoques teóricos que se han ocupado de los nuevos movimientos sociales, señalando que existe aún un vacío teórico. A pesar de ello, como la mayoría de los sociólogos consultados, descarta con demasiada rapidez los aportes provenientes desde el campo de la Psicología Social y el Psicoanálisis. Sin embargo, son destacables las similitudes entre su perspectiva, que coloca en un lugar relevante al conflicto y las reglas (Melucci, 1995), con la propuesta sobre la capacidad de innovación e influencia que pueden presentar las minorías activas (Doms y Moscovici, 1985; Moscovici, 1979).
A pesar de la utilidad de su modelo de análisis, es difícil acordar con la postura despectiva de Melucci (1988) hacia la Psicología Social para el estudio de los nuevos movimientos sociales. Al unificar los enfoques teóricos de lo que considera “pensadores burgueses” (Durkheim, Le Bon, Tarde, Freud, entre otros), deja de lado desarrollos posteriores y diferencias entre las fuentes que menciona. Además, es más que cuestionable su asociación entre procesos de influencia y psicopatología o irracionalidad, pues conceptualizar procesos inconscientes y hacerlos intervenir como modelos comprensivos no da como resultado la enfermedad o la anormalidad. Otros autores, igualmente canónicos de la Psicología Social (Moscovici, 1979; Mugny, 1981), ofrecen respuestas a sus interrogantes respecto de cursos de acción, propuestas de conflicto, contenidos, auto denominación e identificación entre los integrantes de los nuevos movimientos sociales.
A la vez, es desde la Psicología de las multitudes y, más específicamente, desde el Psicoanálisis donde más se acentúa el rol que juegan los líderes, tal como se advierte en los casos que este equipo viene investigando.
Justamente, Moscovici, quien reorientó los estudios sobre influencia en Psicología Social hacia el campo de las minorías activas y desarrolló un modelo genético en oposición al tradicional modelo funcionalista, afirma que, a comienzos del siglo XX, “[…] se estaba seguro de la victoria de las masas; a su término, nos encontramos por completo cautivos de quienes las conducen” (1985, p. 9). De este modo, reinstala, ofreciendo múltiples fuentes, la psicología de las masas o de las multitudes como verdadera ciencia política que dirige buena parte de su atención a la figura del líder.
A pesar del desprestigio y de la mala prensa que la acompañan, para Moscovici, “[…] la psicología de las masas es, con la economía política, una de las dos ciencias del hombre cuyas ideas han hecho la historia. Quiero decir que han marcado, de manera concreta, los hechos de nuestra época” (p. 12). En su relectura minuciosa del clásico trabajo de Gustave Le Bon, Moscovici sostiene que, desde el inicio de los estudios acerca de las multitudes, ya estaba claro que las masas no son asociales, tampoco locas o criminales:
[…] no hay nada de demencial ni de patológico en las pretendidas locuras, crazes o ilusiones de las masas […] simplemente, reunidos en multitud, esos individuos sienten, razonan y reaccionan en un plano mental distinto. Indudablemente, sus razonamientos y sus reacciones contradicen los de un hombre aislado, pero esta oposición no significa anomalía (Moscovici, 1985, p. 104).
Más aún, reafirma esta perspectiva cuando manifiesta lo siguiente:
[…] cuando observamos a una multitud de cerca y durante largo tiempo, la impresión de histeria se disipa. Comprobamos simplemente que la psicología de los individuos y la psicología de las multitudes no se parecen. Lo que se ve ‘anormal’ para la una es perfectamente “normal” para la otra (p. 105).
Ahora bien, como suele decirse, la masa reina, pero no gobierna; de ahí que los precursores en los estudios sobre Psicología de las Multitudes –Le Bon, Tarde y Freud– pusieran la mirada en el poder de los líderes, no solo a nivel de las naciones, sino también en los partidos políticos, las iglesias, las sectas o las escuelas de pensamiento. Resta preguntarse si es compatible esta ascensión de jefes carismáticos –hombres prestigiosos o providenciales–con el principio de igualdad, que es el fundamento de todo gobierno en los denominados países civilizados. Sin embargo, parece ser que estos “héroes” son los que pueden dar respuesta a la incertidumbre, a la ansiedad difusa y a la inestabilidad, porque, merced a su vocación de agrupadores, recrean vínculos comunes y proponen un ideal que convence de que la vida vale la pena de ser vivida. Al respecto, dice Moscovici (1985, p. 15): “Considerándolo bien, en nuestras sociedades de masas, el arte de agitar a las multitudes, la política, es una religión puesta de nuevo en pie”. De ahí se desprende que la Psicología de las Multitudes es la ciencia de una nueva política.
El ya clásico trabajo de Freud (1921/1973) acerca de las masas –junto con otros también denominados “escritos sociológicos”–[3] fue la base que sostuvo toda una línea teórica y de investigación/intervención que llevaron a cabo relevantes psicoanalistas argentinos interesados en los fenómenos colectivos de distinta amplitud en ámbitos de la vida cotidiana (Bleger, 1966; Fiasché 2003; Malfé, 1994; Pichon-Rivière, 1985).[4] Así se ocuparon de grupos, instituciones, comunidades, atendiendo a los procesos de la “numerosidad social” (Robertazzi, 2005; Ulloa, 2012). Entre ellos, fue Malfé (op. cit.) quien, más puntualmente, en su trabajo sobre Fantasía e Historia, recreó el concepto freudiano de estructura libidinosa, proporcionando un modelo novedoso de interpretación de características diacrónicas que consiste en una secuencia de transformaciones de rigurosa lógica interna, que va desde la convergencia hacia el uno hasta la diversidad conjunta. Dicho modelo subraya que tales procesos psicosociales, psicopolíticos y psicoculturales “no ocurren en el vacío” sino en un medio social caracterzado por injusticia, intolerancia, inequidad, en el marco más amplio de una estructura macrosocial propia del capitalismo financiero o tardío que deja un margen estrecho para su despliegue.
Justamente, más allá de sus diferencias, ricas para el análisis, los grupos estudiados comparten una zona de riesgo; tienen que luchar por su subsistencia. Siguiendo a Castel (1997), el capitalismo tardío genera una zona de “nueva vulnerabilidad”, no de exclusión sino de desafiliación social. Este autor, al describir el mundo del trabajo posterior a 1970, no lo piensa en términos marxistas, con un límite entre un ejército de reserva de desocupados y una clase obrera, como un adentro y un afuera, sino como un continuum de posiciones que coexisten en un mismo conjunto y “se contaminan” recíprocamente. Así, para Castel, no hay nadie que esté fuera de la sociedad, sino que existe un conjunto de posiciones cuyas relaciones son más o menos laxas: ex trabajadores víctimas del desempleo prolongado, poblaciones mal escolarizadas, entre otros padecimientos. En síntesis, los integrantes de los grupos que se estudian, más allá de sus diferencias de apelación, generan un producto social que se expande y se va configurando a medida que lo hace.
A su vez, Castel (1997) se pregunta por las posibilidades de cohesión social a partir del análisis de situaciones de disociación. En respuesta a su interrogante, el autor afirma que no se trata de definir una frontera neta entre los que están dentro y los desterrados, porque en realidad hay un limes, un conjunto de situaciones que se relacionan de modos imprevistos. Por ello, no se plantea el problema en términos de integración o de anomia. No hay desintegración, al menos en Francia, territorio del autor, porque el sujeto desocupado pasa a cobrar un “ingreso mínimo de inserción” (un subsidio por desempleo); pasa, en términos de Castel, a “vivir de lo social”; no hay anomia, sino un individualismo negativo por falta de marcos, de regulaciones colectivas, cuyo caso límite es el de los toxicómanos. Este personaje no es una excepción, sino un extremo dentro de un continuo de trayectorias temblorosas, precarias, que viven al día.
“Quien no puede pagar de otro modo tiene que pagar continuamente con su persona” (1997, p. 397). Así se refiere Castel al relato de vida que realiza un solicitante de subsidio ante un personal entrenado. Para el autor, un Estado estratega que desactive los puntos de tensión es la única instancia capaz de imponer un mínimo de cohesión a la sociedad. Los fragmentos de una biografía quebrada constituyen la única moneda de cambio para acceder a un derecho.
Algunas reflexiones e interrogantes
A partir de los aportes teóricos que se presentaron, surgen algunos interrogantes y reflexiones que es preciso explicitar. Por ejemplo, cabe preguntarse si el Estado de una nación en vías de subdesarrollo, como el nuestro, puede desactivar estos conflictos de estructura. Pues bien, no es esto lo que parece ocurrir en la Argentina de las primeras décadas del siglo XXI. No hay un Estado que ataje a los individuos en forma sistemática para asistirlos en coyunturas adversas. Los mecanismos de selección son aleatorios y las poblaciones (beneficiarias o no) imprecisas y, además, generalmente, no se requiere la enunciación de un relato ante un asistente social. Lo que sí se manifiesta con notable evidencia es la demanda de diversos grupos sociales para que el Estado responda y asista a grupos vulnerables, ya no definidos por relatos individuales de carencia, sino por relatos compartidos, cuyo enunciado puede ser grupalmente construido o no (esto difiere en cada grupo investigado), pero que, en todo caso, supone un sujeto colectivo; un sujeto de derechos, no obtenidos.
Este carácter grupal de las peticiones hace que sea importante identificar la voz que enuncia, sus rasgos y modos de construcción del enunciado, sus estrategias discursivas, la conceptualización o modelo de sociedad que transmite, las relaciones que construye, las formas de legitimidad de sus reclamos, las identidades individuales y colectivas que supone, las teorías en las que se sustenta y la posibilidad de los actores sociales de contribuir con la construcción y transformación de la sociedad (Vasilachis de Gialdino, 2003).
Los líderes de los grupos investigados en el curso de la actual Programación, y en otras anteriores, se caracterizan, entre otros rasgos, por una gran capacidad comunicativa hacia interlocutores interiores y exteriores al grupo. En el ámbito interno, este tipo de liderazgo comunitario (Montero, 2003) solo es posible en tanto el líder posea un conocimiento del territorio, objetivos claros, un trabajo con constancia y ciertos aspectos propios del militante o del combatiente relacionados con “poner el cuerpo”. En el ámbito externo, el líder debe ser capaz de extrapolar un modelo posible de organización social más amplia, que facilite insertar la justicia de los reclamos o propuestas de cambio social.
En los apartados que siguen, se incursionará sobre los tipos de liderazgo que se perfilan en los casos en estudio, sus similitudes y diferencias.
Los casos en estudio: características, similitudes y diferencias de los líderes
Los rasgos característicos de los líderes
En artículos anteriores, este equipo de investigación presentó resultados referidos a cada uno de los liderazgos de los casos estudiados en profundidad.
Con anterioridad a la actual Programación Científica UBACyT, se analizó extensamente el discurso de los líderes del Movimiento Nacional de Empresas Recuperadas dirigidos a la militancia o a sus seguidores (Cazes y Robertazzi, 2016; Robertazzi y Cazes, 2016), en el que se construye una imagen del movimiento que lo presenta como garante (Mainguenau, 1999) de las luchas sociales transformacionales en la defensa de la fuente de trabajo. Al situarse como proponente, el MNER expone un tono específico que legitima ese lugar de garante mediante una grafía que facilita a los co-enunciadores la incorporación de un conjunto de esquemas, valores y representaciones que corresponden a una manera particular de relacionarse con el mundo, lo que facilita la constitución de un cuerpo que conforma una comunidad imaginaria de aquellos que adhieren al mismo discurso: recuperar la fuente de trabajo y ponerla a producir en manos de sus propios/as trabajadores/as; legislar a favor del pueblo; en síntesis, la propuesta de una narrativa verosímil de la resistencia:“El M.N.E.R: sostiene que es su derecho, pero, por sobre todo, su obligación participar en todo tipo de controversia y no está dispuesto a renunciar a ello…”[5]
Por otra parte, Cazes y Bazán (2019), desde el análisis del discurso, expusieron el modo en que el presidente y líder de la Cooperativa de Promotores Urbanos “El Corre Camino” construye su propia imagen y a los diferentes destinarios de su discurso. Este líder, que proviene del mundo de los excluidos, no asume una posición antagónica respecto de los sectores de mayores recursos económicos. Por el contrario, construye una escenografía seductora en la que se muestra un ethos conciliador (“nos proponemos cómo enamorar a la comunidad[6]con una propuesta de laburo”; “a ellos hay que enamorar con una propuesta de trabajo”).[7] Asu vez, las imágenes que se desprenden del discurso que destina a sus pares muestran una escenografía pedagógica y un ethos paternalista, vehiculizados por enunciados de tinte prescriptivo (“Nosotros tenemos que despertar, dejar de vivir de sueños y dejar de esperar de los demás”; “Y eso no se lo podés delegar a otro. Lo tenés que hacer vos primero”). De ahí que las autoras concluyen en que se presenta como “mediador” entre las clases acomodadas y el colectivo de los que menos tienen –en el que se incluye– como estrategia para resistir la exclusión. Es notorio que este líder construye su propio discurso y se ocupa de difundirlo. Para ello, afina su capacidad de observación acerca del habitus de su interlocutor y de las estrategias de enunciación más apropiadas a la circunstancia comunicativa: “Pero digo, el proyecto Corre Camino está destinado para arriba y para abajo. Lograr inclusión social productiva no es poca cosa. (…) en cada barrio tiene que haber cooperativas de los desocupados del barrio, que usted conoce. De esta forma usted tiene servicios, con gente que conoce, tiene seguridad. Y a costo cero, es lo que proponemos. Si nos tomamos todos de la mano esto lo podemos lograr. Así de simple”.
Más recientemente, el acercamiento a la OLP, una organización comunitaria territorial en defensa de la vida ante situaciones de pobreza y marginalización, permitió tomar contacto con algunos de sus fundadores y líderes. El análisis de este caso consistió en reconstruir una historia colectiva, a partir de sus liderazgos, sus pérdidas y la transmisión intergeneracional e intrageneracional de un legado político. En la reconstrucción, pudieron identificarse dos conflictos principales: el que se genera entre lograr respuestas a sus demandas reivindicativas y poner en cuestión el sistema socio-político y las diferencias entre “militantes territoriales” y “militantes de la superestructura” o “de escritorio”, que dan cuenta de una brecha generacional y de un problema que sucede en torno a la pertenencia a un gobierno y a la ocupación de cargos públicos (Robertazzi y Siedl, 2020). Asimismo, se describieron los rasgos salientes de un líder y fundador ya muerto, pero de indudable vigencia en la organización, incluso entre quienes no lo conocieron de manera directa. Al respecto, cabe considerar la afirmación de Kojève (2005) quien sostiene que un hombre ya muerto tiene más autoridad que mientras estaba vivo, dado que no es materialmente posible reaccionar contra él. “Tiene, pues, Autoridad por definición [entonces] es un caso particular de Autoridad Divina” (p. 42), es decir, vinculada con lo sagrado (Robertazzi y Cazes, 2020). Algunas de las expresiones vertidas por los integrantes de la OLP, respecto del líder muerto muestran el posicionamiento subjetivo de unos y el otro: “Tuvo que pasar lo de Eduardo para que, algunos compañeros, pensando en él, se comprometan un poco más. Porque cuando estaba el gordo: ‘Bueno, lo hace él’ o ‘Eso lo hace Eduardo”, inclusive yo […] A lo mejor dormía todo el día, pero se levantaba y esos minutos que se levantaba estaba hablando de política. Y así nos fue cebando, nos fue cebando…”
Acerca de las similitudes en el estilo de liderazgo
Tanto en el caso de El Corre Camino como en el del Movimiento Nacional de Empresas Recuperadas y las Organizaciones Libres del Pueblo se observa la presencia de líderes carismáticos que expresan proyectos de reproducción de sus modelos: el MNER propone un método de producción “sin patrón” que pueda ser replicado por los trabajadores y las trabajadoras de otras empresas en situación crítica; El CC promueve la creación de cooperativas de reciclado en todo el país, que eliminen la dependencia e intermediación de las empresas acopiadoras del rubro; la OLP comenzó como una organización territorial en el Partido de San Martín, para combatir la pobreza y se extendió hacia distintos lugares del territorio nacional.
Ese carisma, gracia o don que atrae a los otros, en los casos estudiados, puede relacionarse con la noción de autoridad, tal como Kojève (2005) la definía: “La Autoridad es la posibilidad que tiene un agente de actuar sobre los demás (o sobre otro), sin que esos otros reaccionen contra él, siendo totalmente capaces de hacerlo” (p. 36). Es decir, detenta autoridad sin tener poder, sin ejercer la fuerza, sin hacer nada para ejercerla, pues siempre es legítima y reconocida. Kojève la relaciona con lo divino, al adquirir carácter sagrado, aunque es un fenómeno esencialmente humano. En su estudio sobre los tipos puros de autoridad, la del Jefe es la que mejor corresponde a los líderes estudiados, dado que se trata del Proyecto y la Previsión,[8] en algunas oportunidades, solapada con la autoridad del Padre, justamente para aquellos que transitan la zona de vulnerabilidad social que describía Castel (1997).
Ese don de los líderes se acompaña del saber-hacer en situaciones de desesperación, ya sea porque se está a punto de perder el trabajo o ya se ha perdido, porque se vive en la calle, sin ingresos, o porque las situaciones de pobreza e indigencia en los barrios populares se hacen insoportables. Es entonces cuando estos líderes proponen un método o modelo para instrumentar, saben el cómo, el cuándo, el dónde, con quiénes, es decir pueden dar respuesta a una serie de interrogantes disminuyendo la incertidumbre, para poner en juego “la-voluntad-de-vivir” (Dussel, 2006).
Otro aspecto relevante de los liderazgos estudiados ha sido su capacidad de convocar a distintos agentes y agencias que no estaban previstas en los orígenes de estos movimientos y organizaciones. Así, artistas, intelectuales y científicos se acercaron, se familiarizaron (Montero, 2006) y fueron testigos y coprotagonistas del proceso de transformación. En efecto, la implicación personal de distintas/os investigadoras/es, y de otros actores sociales ha sido parte esencial de un recorrido, del que la investigación es solo una parte.
Un origen del diálogo de colectivos de empresas recuperadas, en el ámbito universitario, hay que situarlo en la Cátedra de Psicología Social de la Carrera de Sociología, UBA, en la década del ’90, cuando Ricardo Malfé los invitó a participar de los teóricos de la materia.[9] Los trabajadores, varones, ya no jóvenes; es decir, los candidatos a la invalidación por edad, que denuncia Castel, relataban las vicisitudes de su lucha por sus puestos de trabajo, pasaban sus alcancías y recibían aplausos y elogios de profesores y estudiantes. El valor del relato fue el de transmitir una experiencia dramática. Malfé y Galli hablaban con frecuencia de una situación de catástrofe social, de desocupación, precarización de las relaciones del trabajo y cierre de empresas durante el fin del menemismo. Estos autores acuñaron el concepto de sufrimientos excesivos, para referirse a los sentimientos que provocaba esa catástrofe social, así como a los producidos por la guerra de Malvinas, el terrorismo de Estado, la decepción con los gobiernos democráticos, entre otras tragedias argentinas (Galli y Malfé, 1998; Robertazzi, 2012). En los teóricos del profesor Malfé, se entrecruzaron dos mundos: el de los que se resistían a ser víctimas de la desafiliación y el de los académicos. Escucharlos y observarlos cobraba otro sentido, era la historia “en carne propia” (Farías, 2008).
En la misma línea de acciones conjuntas y solidarias puede pensarse el I Encuentro Interdisciplinario por la Recuperación del Trabajo: Leyes y Políticas Públicas para una Nueva Realidad, organizado por el Programa Interdisciplinario de la Universidad de Buenos Aires sobre marginaciones sociales (PIUBAMAS), el MNER y la Universidad Nacional de Lanús (UNLa), que se llevó a cabo en la Facultad de Ciencias Económicas, UBA, y en la UNLa, en junio de 2015.Otro tanto podría decirse del I Taller Participativo “Marginaciones Sociales y Trabajo”, en 2016, y el Encuentro Participativo “El Derecho en Función del Trabajo”, que se realizó en la Facultad de Derecho, UBA, en octubre de 2018, en los que el MNER tuvo un rol activo en la organización, así como ocurrió en el Congreso de 2015.
Asimismo, el comienzo de la vinculación de El Corre Camino con la universidad fue en 2013, a través de una de las integrantes del equipo de investigación UBACyT, quien se cruzó por casualidad con los cooperativistas y fue invitada como vecina a separar sus residuos domiciliarios, para que luego la cooperativa los pasara a buscar. En este caso, el presidente de la cooperativa, quien es el miembro más activo, formaba parte de lo que Castel (1997) denomina zona de vulnerabilidad, es decir, trabajo precario, vivir en situación de calle o en casas tomadas y fragilidad de los soportes relacionales. Por supuesto, tanto a él como a los demás miembros de la cooperativa los identifica el concepto de sufrimientos excesivos, que acuñaran Galli y Malfé (1998). A medida que la investigadora fue conociendo el proyecto y a su creador, hace casi diez años, descubrió la potencia que tenía la cooperativa como fuente de transformación social. A partir de ahí se dio un doble proceso de convencimiento. Por un lado, convencer al presidente de la cooperativa del genuino interés por apoyar el proyecto y contribuir a su desarrollo; no tanto por la actividad del reciclado como por su valor social e inclusivo. Por otro, demostrar al equipo de investigación el potencial de desarrollo que tenía la cooperativa, a pesar de estar conformada por pocos miembros, quienes, además, –salvo su presidente– iban cambiando. Este puntapié inicial se convirtió en la participación de la cooperativa en seminarios de la cátedra Psicología Social II (Robertazzi) que albergaba el proyecto de investigación, en congresos de la Facultad de Psicología y del PIUBAMAS, donde sistemáticamente el presidente despertó la empatía, el reconocimiento, la admiración y el respeto de alumnos, docentes e investigadores. La fuerza del planteo del líder de El Corre Camino está en despegarse del estereotipo descalificante, que podría teñirlo de impotencia, para imaginar otra subjetividad. Eso fue posible en la medida que comenzó a relacionarse con personas de otros grupos sociales, no ya desde una perspectiva “etnocéntrica”, de favoritismo endogrupal y enfrentamiento con el exogrupo (Billig, 1988; Smith Castro, 2006; Tajfel y Turner, 1979), que solo permite construir la propia identidad en oposición al otro, sino desde un lugar de paridad. En un artículo anterior, se daba cuenta de esta propuesta: “Yo sé hacer esto, qué sabe hacer usted que nos pueda identificar como que nos necesitamos” (Lado y Bazán, 2015). En ese sentido, nuevamente su frase, “lo primero que tenemos que hacer es reciclarnos nosotros mismos”, cobra un significado mayor. Como lo señala Castel (1989), el “sí mismo” aparece en la medida en que se puede colocar en configuraciones de interrelaciones culturales diferentes. De la misma manera que el pluralismo de las organizaciones neutraliza su tendencia a la hegemonía, el “sí mismo” se constituye únicamente en un sistema de interacciones establecido sobre un pluralismo institucional (Arteaga Botello, 2008). Recuperando este planteo, quizá sea posible pensar a las personas vulnerabilizadas con una afiliación signada por la marginalidad, la falta de expectativas y el sufrimiento, y no desde la desafiliación.
En el caso de El CC, fue la capacidad del presidente de romper con dicha afiliación lo que posibilitó la creación de un proyecto propio, que recibió reconocimientos del endo y el exogrupo. Sin duda esto se hace posible gracias a que no hay una clara frontera entre los que están dentro y los desterrados, sino un limes, un conjunto de situaciones que se relacionan de modos imprevistos (Castel, 1997). En la misma línea, el MNER es la voz del garante y es un cuerpo enunciante dotado de valores que va sumando co-enunciadores, que se pone en movimiento cada vez que es demandado por la voz de un/a trabajador/a que pide ayuda por teléfono o es invitado para contar su historia, la situación traumática que vive, en las periódicas reuniones del MNER.
Otro aspecto que caracteriza a ambos colectivos es que sus líderes no reconocen ninguna filiación política; es decir, se diferencian de la política institucionalizada. Por el contrario, se encargan de señalarlo y explicitarlo. Así se expresaba el MNER en un documento de 2005: “El MNER es una organización que tiene autonomía respecto del Estado y los partidos políticos. No se conforma con ser una entidad meramente reivindicativa, por lo que se propone acompañar en la pelea a todos los sectores populares”. Otro tanto se podría decir del líder de la cooperativa El Corre Camino: “Si yo me dedico a la política partidaria, la cooperativa no va a funcionar. Ahora si me dedico a que la cooperativa produzca recursos económicos del recurso que genera la comunidad y que tira, literalmente, inconscientemente, inocentemente. Bueno, eso es lo que quiero, que nos concienticemos todos de que ya no hay basura en el planeta. Hay recursos y le podemos dar una mano, simplemente con un segundo de conciencia ambiental, humana, abocada a la ecología, de que millones de argentinos empiecen a salir de cortar la calle, y empezar a tener un trabajo permanente”.[10]
Las Organizaciones Libres del Pueblo tienen un origen vinculado al peronismo revolucionario, así lo narra un integrante: “Nosotros en el ‘82 participamos por primera vez en la política de San Martín, como no enganchamos ese ritmo, apareció Eduardo [líder y fundador fallecido en 2005]…y ahí nos enganchó en el Peronismo Revolucionario” ; otro de los líderes y fundadores explica: “Cuando Eduardo se mete en el ‘84 en la política, empiezan a desfilar los compañeros secundarios, porque era la UES[11], la política […] De muy pibe en el peronismo revolucionario se produce una división, donde el PR va a apoyar a Menem y otro grupo se va con Cafiero. Entonces queda un vacío dando vueltas ahí donde rápidamente Eduardo salta de conducir la UES a formar parte de una mesa nacional de la Juventud Peronista regional. Digo yo, esto para ponerte en contexto, me parece que estuvo a la altura de las circunstancias”.
Otro de sus fundadores, contrariamente, cuestionando los partidos políticos más representativos, escribe: “En la medida en que formamos parte de este sistema [capitalista], no podemos escapar a los efectos de esas tendencias globales. El desempleo, la pobreza, la exclusión –con su secuela de millones de ‘desechables’– son parte de esas consecuencias” (Perdía, 2018, p. 53).
Sintetizando, la relación entre la OLP y el peronismo no ha sido siempre fácil, más bien ha tenido sus oscilaciones, por ejemplo, cuando el gobierno kirchnerista les retiró los planes, o, más cercanamente, con la llegada de Alberto Fernández a la presidencia, cuando se produjo una escisión y surgió la OLP Resistir y Luchar (Robertazzi y Siedl, 2020).
Aspectos diferenciales en los estilos de liderazgo
Como se ha observado, en el apartado anterior se presentaron algunos de los rasgos que asimilan a los líderes de los casos en estudio; sin embargo, estos líderes –capaces de hacer su proyecto y sumar adhesiones– y sus representados/as tienen más diferencias que parecidos. Una de las riquezas de la observación y comparación entre los tres casos estudiados es la diferencia entre los problemas que abordan, las estrategias que utilizan para superarlos, las formas de gestionar la comunicación hacia adentro y hacia fuera.
En un sentido histórico, el origen del MNER y de El CC los ubica en el contexto de la crisis estructural económica y consecuentemente social, cuyo pico más visible se produce a fines de la década de los ’90. Ambos son desventajados en recursos económicos y de influencia. En el caso del MNER se trata del proceso de contracción del mercado de trabajo y de quiebre de fábricas, mientras que en El CC la condición de sus miembros da cuenta de la exclusión social que ciertos sectores padecieron, quedando por fuera de los sistemas habituales de inclusión como trabajo, salud y seguridad (Ferrari y Bazán, 2014).
En el reclamo del MNER hay una historia común previa vivida en y desde el mercado de trabajo. Para El CC, el pasado no tiene el mismo peso en el reclamo. La inclusión que se pide es también laboral, pero fundada en la potencia de la actividad del reciclado. Los miembros de El Corre Camino no tienen una historia común, aunque sí trayectorias con múltiples puntos en común; como ya mencionamos previamente, la identidad está generada en los distintos modos de exclusión y vulnerabilidad de sus trayectorias (Ferrari y Bazán, 2014). La OLP, además de peticionar a las autoridades por asistencia alimentaria, entre otras necesidades insatisfechas también indispensables, coloca al trabajo en un lugar central, de ahí la organización en cooperativas para realizar distintos trabajos en el territorio: construcción de centros de salud, merenderos, acondicionamientos de terrenos, tareas textiles, entre otras.
El MNER puede ser visto como una minoría activa, con rasgos combinados de intransigencia o rigidez, comportamientos esforzados y eventuales negociaciones tácticas con factores de poder. Como señalan Ferrari y Bazán (2014) respecto de la empresa recuperada IMPA –pero que puede hacerse extensivo al MNER–, el trayecto vivido no es una historia externa; sus miembros saben de luchas y contraofensivas, por lo que su propuesta desafía al sistema a hacerle lugar como una opción más, que no se confunde ni se homogeniza con las otras.
En cambio, El CC se propone regular identidades, trayectos y prácticas en una empresa común; es una búsqueda de inclusión y de aceptación por la función social que se proyecta. No hay consenso previo sobre ellos, porque se trata de ir alejando las historias del pasado –una identidad que los margina y por lo tanto los convierte en peligrosos–de aquello que se proponen como servicio a la comunidad en el presente (Ferrari y Bazán, 2014). Por eso es difícil afirmar que reúna suficientes características como para ser considerado un grupo o minoría activa. Si bien su líder tiene rasgos esforzados, elocuencia y discurso, no pareciera haber conformado un grupo, aunque tiene algunos émulos.
El MNER está conformado prioritariamente por obreros/as que fueron expulsados del sistema formal y también por militantes; El CC por ex cartoneros que se integran a un formato legal;[12] la OPL por desocupados, militantes y distintas organizaciones de la sociedad civil. Por esta diferencia de origen, el MNER tiene una relación laxa con la ley: su cumplimiento no es relevante sino táctico, mientras que en El CC es estratégico. El MNER tiene una estrategia: “Ocupar, Resistir, Producir”, es decir, se ocupa un lugar en el sentido de Augé (2000), un espacio de identidad, relacional, narrativo, histórico; un lugar conocido, que se recupera y resignifica. El CC, en cambio, tiene una actividad que implica movimiento, calle, una red cambiante, heterogénea y con cierta apertura a la espontaneidad. La OLP, una convergencia de diversas formas de organización, agrupamientos de desocupados, de organizaciones sociales y asociaciones civiles que promueven y desarrollan actividades solidarias, en el territorio y en distintos sectores populares, se fundó al calor de las movilizaciones durante la crisis que se vivió en Argentina durante 2001/2002, cuando el presidente de la Rúa abandonó el gobierno y se produjo un período de profunda inestabilidad política, económica y social. En el comedor de IMPA recuperada, los y las fundadoras, por votación, decidieron que fuera una organización social y política, y allí adquirió el nombre con el que hasta hoy se la conoce.
El nombre de cada grupo también denota las particularidades que los caracterizan. En el caso del MNER, lo dice claramente: “Movimiento”, “Nacional”, “Empresas”, “Recuperación” son conceptos pesados, tienen gravedad. La sigla OLP refiere explícitamente a la Organización de Liberación de Palestina, lo que es reconocido por sus líderes cuando rememoran sus manifestaciones a favor de la liberación de los territorios palestinos ocupados por Israel, además, “es un nombre que viene del peronismo, del Congreso de Filosofía del ‘49”, como relata unos de sus fundadores. En cambio, “El Corre Camino” es liviano, remite a un imaginario diferente, más vinculado “al otro” que a uno mismo: el Correcamino es un personaje icónico de la cultura popular, es un sobreviviente perpetuo. El juego del nombre y la imagen que lo acompaña en las camionetas recolectoras de la compañía permiten ver además a un hombre tirando de un carro, a un “correcamino”. A un solo hombre, no a un grupo, y cargando de un peso enorme, como Sísifo.
Las imágenes no son meras ilustraciones de una actividad. Se sabe de la importancia del imaginario social para legitimar formas de sociabilidad. De hecho, la fábrica IMPA, emblema del MNER, tiene las suyas en el frente de su edificio. Asimismo, en la bandera de la OLP sobresalen la estrella de cinco puntas y la federal, de ocho puntas y tradición de combate.
Estos ejemplos de imágenes refieren a formas de obtener visibilidad y describen qué representaciones sociales del trabajo o de la militancia o de otros conceptos relevantes transmiten estos colectivos por medio de sus líderes. Cada uno de ellos: Pablo Puebla, en la OLP; Güeso, en la OLP Resistir y Luchar; Eduardo “Vasco” Murúa, en el MNER y “Coco” Niz, en El CC, entre otros referentes de estas organizaciones y movimientos, se hacen ver, tienen presencia, negocian, definen a sus interlocutores y a sus oponentes. Y en este punto es necesario caracterizar ciertos rasgos básicos de sus modos de enunciación y de sus públicos. En efecto, y tal como lo plantea Amossy (2010), toda toma de palabra implica la construcción de una imagen de sí mismo. Por este motivo, no es necesario que el locutor trace su retrato, detalle sus cualidades ni que hable explícitamente de sí mismo, sino que su estilo, sus competencias lingüísticas y sus creencias implícitas son suficientes para dar una representación de su persona. De manera que, deliberadamente o no, el locutor efectúa en su discurso una presentación de sí mismo. En este sentido, la autora afirma: “Que la imagen inducida de las formas de decir facilite, y a veces hasta condicione la buena realización de un proyecto, es algo que nadie puede ignorar más que a costa propia” (p.1).
En esta línea de pensamiento, todos estos líderes pueden ser descritos como “militantes”, a condición de utilizar ese término en un sentido laxo y diverso. Las imágenes de militancias que se muestran en los discursos de Puebla y Murúa son compatibles con la lucha, y su demandado principal es el Estado, las diferentes administraciones y gobiernos, con el fin de obtener leyes de expropiaciones y de fomento de la actividad de las empresas recuperadas. En el caso de la OLP, se observa un apoyo explícito a la recuperación de empresas, pero se trata de obtener recursos y organizar tareas productivas entre las personas más necesitadas, mediante la construcción de comedores, merenderos, centros de salud, entre otras alternativas. La imagen de militancia que se desprende del discurso de “Coco” Niz, en cambio, es propositiva: él persuade, convence, integra, en tanto su ideal pasa por la recuperación ecológica de los residuos urbanos y más aún por la recuperación de las personas que están en los márgenes (situación de calle, sobre todo). Por eso él dice: “lo primero que tenemos que recuperar es a nosotros mismos”. Su interlocutor es la comunidad: la vecindad, las empresas y los medios masivos de comunicación. Su relación con el Estado es distante, y su desconfianza de los grupos políticos proverbial. Sin embargo, no desecha nada. Su discurso integra alocuciones religiosas, ecológicas, políticas, entre otras. Explícitamente, los dos primeros grupos y sus líderes tienen una identificación partidaria y una lectura política, en sentido amplio, de cuestionamiento del capitalismo. En el caso de El Corre Camino, su líder promueve una confrontación política, pero sectorial y vinculada con la problemática ecológica y la gestión de recursos. Es político y apartidario, en su discurso explícito.
Como se ha mostrado hasta aquí, los líderes de los grupos estudiados, por diferentes que sean, promueven proyectos de reproducción de un modelo: más fábricas recuperadas; más cooperativas de recicladores, el reconocimiento legal de la actividad de trabajadores de la economía popular. Estas modalidades que implican líderes y enunciaciones se pueden correlacionar con la descripción que hace Castel (1997) de las zonas porosas entre las que circulan los “no excluidos” pero “invalidados”: mientras que la OLP y El CC intentan responder a la pobreza estructural, el MNER se ocupa de la pobreza contemporánea (Castel 2004).
En cuanto a las formas de peticionar ante el Estado, que han sido ya objeto de trabajos anteriores en el marco de esta investigación (Robertazzi, Cazes, Bazán, Siedl, 2019; Bazán y Ferrari, 2014), tanto como las formas de apelar a la Responsabilidad Social Empresaria (Bazán, Ferrari, Siedl y Robertazzi, 2018), se puede señalar que, para generar los documentos y petitorios de la OLP y el MNER, se organizan formatos inter-organizativos; de hecho, ambos grupos confluyen en otras organizaciones más amplias, como la CTEP (Confederación de Trabajadores de la Economía Popular). Esto supone un mecanismo con cierto nivel de horizontalidad. Sin embargo, se ha observado en distintas asambleas que sus integrantes esperan y escuchan la voz de sus líderes (incluso, que, cuando el líder aún no aparece, la asamblea no se inicia).
En El Corre Camino también existe un mecanismo asambleario, pero no tanto para discutir estrategias de intervención política, como para enfrentar problemas de relación y de gestión del trabajo de recolección de materiales a reciclar. En cuanto a la articulación con otras cooperativas de reciclado u organizaciones populares de todo tipo, si bien no de forma orgánica o institucionalizada, El CC interactúa con otros grupos en situaciones similares, con quienes conforma redes ampliadas de intercambio. Este sistema de política de red y de red política tiene eje tanto en la supervivencia como en la solidaridad, y busca la transformación socio-subjetiva que se construye desde abajo, pero no en oposición a los de arriba. En este caso, así como en los otros dos, la fuerza de la gestión de sus líderes hace difícil que deleguen responsabilidades y escuchen las propuestas de otros. “Las cosas se hacen cuando él quiere y como él quiere”, se quejan levemente los compañeros de Coco Niz.
Reflexiones finales
En este artículo se presentaron resultados parciales de la investigación en curso “Modalidades de liderazgo en los Nuevos Movimientos Sociales que resisten la exclusión en Argentina: tensiones entre las reivindicaciones y la política”, atendiendo especialmente al primero de los objetivos generales: explorar y describir las modalidades de liderazgo en los Nuevos Movimientos Sociales que resisten la exclusión en Argentina. En esta línea, se presentaron las características más salientes de los líderes de los tres casos en estudio, el MNER, El Corre Camino y la OLP, así como las similitudes y diferencias en los estilos de liderazgo de cada uno de ellos. Con el fin de recapitular, al menos provisionalmente, desde la mirada comparativa que se presentó en esta comunicación, emergen, a modo de reflexiones finales, algunas de las representaciones sociales (Moscovici, 1979) que circulan dentro de cada uno de los colectivos acerca de lo que es la militancia. Pero no se trata aquí de plantear una militancia partidaria; muy por el contrario, se trata de la militancia del día a día; de aquella que ponen en juego los integrantes de los tres movimientos para subsistir.
En este sentido, en el caso del MNER y de la OLP, se concibe al militante como a un combatiente. Al decir de Güeso, dirigente de la OLP Resistir y Luchar, “no hay soldado más temible que aquel que va por su redención: esta es la mejor versión de mí, y de todos nosotros juntos”. Se trata de la versión del héroe que Jean Pierre Vernant señala cuando hace referencia al combatiente que va a la batalla con la lógica del “todo o nada”; vivir o morir, y para quien los cálculos y las negociaciones del jefe político tienen escaso valor. Sería, por supuesto, una representación mítica de la militancia, pues en la realidad sí existen las negociaciones, los intercambios, los diálogos. Pero esta representación tiene su asidero, en tanto en ciertas situaciones de incertidumbre, de represión del Estado, de pérdida y retirada, estos líderes, el Vasco Murúa, Eduardo Puebla, el Güeso, entre otros, ponen el cuerpo en un combate en desventaja y, en esos momentos, sí entra en juego una ética del combatiente. En el caso de El CC, si bien no se plantea en términos de militancia, es donde más se evidencia esta lógica de “redención”.
También aparece una tensión entre el militante y el político cuando los dirigentes se integran al Estado, peticionan ante él, o son sus víctimas. En los relatos de los líderes investigados se hace referencia a “las trampas del Estado”, a “la lapicera y la chequera”, a las “represalias del Estado”, cuando les quitan parte de sus conquistas por no seguir la tendencia del dirigente político. Vernant expresa esa tensión entre los dos modelos a través de la épica y del conflicto entre Aquiles y Agamenón en la guerra de Troya, cuando Aquiles hace referencia a su honor mancillado por el jefe Agamenón, quien intenta compensarlo proveyéndole de bienes materiales sin éxito. Dice el citado autor:
[…] hay dos clases de bienes: los que se intercambian, se ganan o se pierden, y que se pueden reemplazar cuando se los ha perdido, y los bienes esenciales desde el punto de vista de los valores humanos, eso que cuando se pierde, no se recupera jamás, es decir, uno mismo (2008, p. 74).
Este helenista entrelaza mito y política, recupera la dimensión del imaginario que subyace en la práctica política y militante, lo que ya se expresa en el título mismo de su texto. El dilema de vida o muerte no es literal en la actualidad militante, aunque la biopolítica estatal pueda utilizarlo como argumento disciplinador, pero sí estuvo presente biográficamente en la vida de los dirigentes entrevistados, o en la de algunos de sus allegados, por lo que tiene un valor de marco o esquema mental o ideal. Ahora bien, en la coyuntura de conformación de los grupos estudiados con militancia explícita, que abarca las dos últimas décadas, el acto de poner el cuerpo en situaciones de combate en desventaja, por ejemplo, ante las fuerzas policiales, sufrir golpes o encarcelamientos frente a los demás, hace de los líderes sujetos que reafirman su identidad ante el grupo. Dice uno de sus integrantes acerca del Vasco: “él siempre se mantuvo de este lado, no se vende”. Nada puede haber a cambio de ese gesto de enfrentar la adversidad bajo una ética épica militante-militar.
De todos modos, siguiendo la línea de “poner el cuerpo”, en el interior de los grupos esta praxis se da de otra manera, lógicamente. Un dirigente de la OLP comenta que, antes de comprender cómo llevar adelante un proyecto de planes de vivienda, debió aprender construcción; hacerse previamente albañil en otras obras, o en la conformación de intervenciones sanitarias hablaba de la experiencia de “estar con la enfermera en la línea de trabajo”. En el MNER, sucede eventualmente con el Vasco Murúa que puede estar tanto en un escritorio administrativo como en una máquina de la fábrica, o en una manifestación.
Como se ha visto, el MNER o la OLP refieren la necesidad de poner el cuerpo en la militancia, pero los integrantes de la cooperativa El Corre Camino ponen literalmente la supervivencia en juego, la posibilidad de consecución de la vida (en el sentido de Dussel). Por eso, a partir de su experiencia, en la que políticos y militantes solo se acercaron a ellos para sacarse la foto o para usarlos de diversas maneras, es que sostienen un vínculo instrumental, sin convicciones ideológicas. Como dijo alguna vez este líder y presidente a una de las investigadoras del equipo, cuando juntos gestionaron en España el financiamiento de una trituradora de vidrio: “en vos creo porque fuiste el primer universitario que me ofreció algo y me lo dio”.
Como se ha observado a lo largo de este trabajo, más allá de las similitudes y diferencias que se hallaron en los estilos de liderazgo que se muestran en los tres casos estudiados, una actitud los igual inexorablemente: los líderes de los nuevos movimientos sociales “ponen el cuerpo”, resisten la exclusión y trabajan incansablemente para subsistir en un mundo que resulta hostil, expulsivo y que amedrenta a todos aquellos que no gozan de las veleidades de la clase media y, mucho menos, de las clases más acomodadas. Es el compromiso de este equipo, como lo ha venido siendo desde hace décadas, acompañar la lucha de los oprimidos de siempre; escuchar y aprender de sus experiencias de vida y luchar incansablemente para deconstruir nuestro limitado pensamiento burgués con miras a ampliar nuestros horizontes, nutriéndonos de las experiencias de aquellos que sí saben de qué se trata poner en juego la “voluntad de vivir”.
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Notas