Resumen:
Nuestra investigación busca articular la clínica con la época, con su lógica, para poder responderle a los problemas que se nos plantean hoy de la manera más eficaz posible. Partimos de un párrafo en el que J.-A. Miller articula la lectura de la actualidad con nociones clásicas, y que nos sirvió de punto de partida para revisar el concepto de manía, el que está en el eje de nuestro trabajo de investigación. El artículo recorre su construcción, desde la prehistoria de la psiquiatría, pasando por la psiquiatría clásica, las articulaciones de Freud y Lacan hasta la actualidad de su aplicación.
Palabras clave:ManíaManía,GlobalizaciónGlobalización,ToxicomaníasToxicomanías,ClínicaClínica.
Abstract:
Our research seeks to articulate the clinic with our times, with its logic, in order to answer in the most effective possible way to the problems that arise today. We start from a paragraph where J.-A. Miller articulates his reading of the present time with classical notions, which we take as a starting point to review the concept of mania, which is at the core of our research work. The article covers its construction, from the prehistory of psychiatry, through classical psychiatry, the articulations of Freud and Lacan ending at the present time of its application.
Keywords: Manía, Globalization, Drug Addiction, Clinic.
Psicoanálisis
LA MANÍA CONTEMPORÁNEA
CONTEMPORARY MANIA
Recepción: 30 Marzo 2020
Aprobación: 20 Octubre 2020
1Universidad de Buenos Aires (UBA), Facultad de Psicología, Instituto de Investigaciones, Cátedra de Psicopatología I. Email: nicolas.bousono@gmail.com
Nuestra investigación busca articular la clínica con la época, con su lógica, para poder responder a los problemas que se nos plantean hoy de la manera más eficaz posible.
Partimos de un párrafo del curso que J.-A. Miller dictó en 2004-5, que lleva por título “Piezas sueltas”, donde articula la lectura de la actualidad con nociones clásicas, que nos sirvió de punto de partida para revisar un concepto que está en el eje de nuestro trabajo de investigación.
Miller desarrolla en esa clase que la rutina que asocia significante y significado, las significaciones establecidas que hacen a nuestra vida cotidiana; la “buena rutina –dice– que nos garantiza la veracidad del sentimiento de que formamos siempre parte del mismo mundo… es decir el mundo de nuestras costumbres, de nuestros allegados, de la familia; es una rutina que se ve conmovida, es un mundo que se encoge a medida que las intenciones que proceden del discurso de la ciencia lo hacen vacilar” (Miller, J.-A. 2013, 33).
¿Qué es el discurso de la ciencia? la pretensión, la intensión, de traducir la realidad en términos matemáticos. Esa manera de capturar las cosas tiene consecuencias bien concretas.
A los efectos de la combinación entre la autoridad que ha conquistado el discurso de la ciencia en nuestra época - de su hegemonía en relación a otros saberes - con los objetos que produce su aplicación, es decir la tecnología, y el funcionamiento de esos objetos en términos de objetos de consumo, es decir, el mercado; lo conocemos como globalización.
La globalización, sigue Miller, es de hecho una desmundialización (entendiendo al mundo como lo planteábamos recién), la globalización es algo que asola, que acecha, lo que podríamos imaginar que es nuestro lugar. “Nos desplaza, nos deslocaliza. Comenzamos a notar que lo que nos queda como mundo sólo está allí por un tiempo. La familia, la procreación, el cuerpo, todo eso será conquistado por la descomposición científica”, concluye (Miller, J.-A. 2013, 33)
El curso, dictado en 2004, parece un oráculo; las cosas no han dejado de moverse en esa dirección.
Miller constata ese movimiento, no hace un juicio moral, sino que plantea que ante eso, ante las consultas que eso genera, nos toca responder.
Y allí dice: “Puede hablarse de manía cada vez que el lenguaje (entendido allí como articulación de sentidos establecidos) se encuentra asediado como lo está por la descomposición que produce el discurso científico” (Miller, J.-A. 2013, 33).
Es a partir de allí que interrogamos por la manía. Si la actualidad de la cultura, la globalización, la promueve, estudiémosla para estar en mejores condiciones de responder a quienes nos consultan.
Lo que hoy entendemos como manía se produce como tal a lo largo de la historia.
Ya Hipócrates (460-370 a. c.) señala en el Corpus a la Eutimia como un estado de “exaltación febril del thymos”; ese lugar indeterminado del sentirse a si mismo, centro de las emociones, de las pasiones, de lo que luego se llamará lo íntimo.
El prefijo Eu, significa alegría o felicidad, por eso se hablaba de eudaimonía, es decir tener un Daimon (demonio, espíritu) favorable y ya allí se la opone a la atimia (abatimiento).
Para Aristóteles (384-322 a. c.) la locura – a la que llama melancolía – es efecto de la mala mezcla de la “bilis negra” y puede manifestarse como Ek-stasis o manía; lo que designa un estado “fuera de sí”. Así, los manikoi eran los enfermos del entusiasmo (tanto por exceso como por defecto). (Ramírez, M. 2014, 360)
La relación entre locura y manía tiene un largo desarrollo a lo largo de la historia de la psiquiatría, desde la discusión sobre la manía aplicada a la problemática de los trastornos de los actos impulsivos hasta la consideración de Miller sobre la manía de nuestra época.
La manía tuvo su lugar para Pinel como una de las variantes de la alienación mental y es Esquirol, su alumno, quien toma la idea de delirio parcial para recortar las monomanías; afecciones que se limitaban a una idea, emoción u objeto según sus variantes intelectual, afectiva e instintiva; es sobre esta última se construye la categoría de toxicomanía, antecedente necesario para las posteriores ideas de Moreau de Tours sobre la manía y el consumo de drogas.
Este ubica en la “excitación maníaca” el hecho primordial, primitivo y generador de todos los demás fenómenos de la locura. Según Moreau de Tours la excitación maníaca es “…un estado simple y complejo, todo en uno, de vaguedad, de incertidumbre, de oscilación y de movilidad de las ideas, que se suele traducir en una profunda incoherencia… todo accidente del delirio o de la locura propiamente dicha, ideas fijas, alucinaciones, irresistibilidad de los impulsos, etc., tienen su origen en una modificación intelectual primitiva, siempre idéntica a sí misma, que sin duda es la condición de su existencia” (Moreau de Tours. 1845, 26).
Su idea es que toda existencia se encuentra desdoblada en dos vidas y el sueño es como una barrera entre ambas, “el punto fisiológico donde termina la vida exterior y comienza la vida interior. Si las cosas se mantienen así, el individuo mantiene una salud moral perfecta, pero puede suceder que por causas variadas esas dos vidas se confundan y la vida real queda tomada por el mundo ideal con creencias equivocadas, sensaciones falsas, etc.” Según el autor “este individuo es el alienado, el monomaníaco sobre todo, que presenta un muy extraño amalgama de locura y razón y que... sueña despierto” (Moreau de Tours. 1845, 29).
Esta definición de la locura, idéntica a los fenómenos producidos por la intoxicación de haschich hace que el autor pueda aseverar que “no hay ningún hecho elemental o constitutivo de la locura que no se halle en las modificaciones intelectuales desarrolladas por el haschich, desde la más simple excitación maníaca hasta el delirio mas furioso, desde el impulso enfermizo más débil, la idea fija menos complicada, la lesión de las sensaciones más restringida hasta el impulso mas irresistible, el delirio parcial más extenso, los desordenes de sensibilidad más variados, etc.” (Moreau de Tours. 1845, 25).
Es claro que este planteo deja emparejadas a la locura con la intoxicación en tanto tal, y sitúa a Moreau de Tours en la línea de la organogénesis que dominó el panorama de la psiquiatría en la segunda mitad del siglo XIX y se prolongó en la psiquiatría biológica de nuestra época.
J. Guislain, con su idea del dolor moral inicial como fundamento de la alienación mental; J. Baillarger y su descripción de la locura de doble forma; J. P. Falret, con la de las locuras circulares; entre otros, preparan el terreno para que E. Kraepelin, en su Tratado de psiquiatría, delimite la psicosis maníaco-depresiva como un cuadro con estados agudos, no confusionales que no constituyen estados sindrómicos de la demencia precoz. No acuerda con la idea de la manía y la melancolía como formas simples, es decir cuadros que se presenten aislados (Bercherie. 1986, 113)
Los accesos implican siempre más de una fase, se observan, dice él, la existencia de fases depresivas o expansivas de más o menos intensidad a lo largo de la vida del paciente y están constituidos por tres tipos de perturbaciones fundamentales: -del humor; la emotividad, es decir exaltación, agresividad, decaimiento; - de la ideación, no es tanto del contenido del pensamiento lo perturbado, sino su curso, y - de la voluntad, lo que implica también la psicomotricidad, es decir la agitación o el enlentecimiento.
Tres tipos de perturbaciones que pueden asociarse de diferente manera. Ej. Exaltación del humor, fuga de ideas, excitación psicomotriz –la manía pura– pero también depresión y excitación, estupor maníaco u otras combinaciones.
Kraepelin caracteriza a la manía, además, por la ausencia de productividad de ideas, las cuales son reemplazadas por la repetición monótona de palabras y de asociaciones por consonancia. Se produce una ilusión de dominio de las mismas, pero en realidad es el resultado de la euforia que afecta al paciente. La logorrea marcada evidencia la falta de unidad interior del curso de las representaciones, pérdida de dominio que tiende a la incoherencia y culmina con la fuga de ideas. También destaca que, si bien hay un incremento de la actividad, el potencial real del trabajo decae notablemente por la falta de perseverancia y la dispersión.
La flexibilidad de este cuadro le permite a Kraepelin encontrar un lugar en su clasificación para estados delirantes y alucinatorios agudos que no desembocan en un delirio crónico o en un estado deficitario.
Lo más destacable en este punto, a nuestro juicio, es que estas observaciones cuestionan la base de lo que hoy se conoce como espectro bipolar –uno de los síndromes más destacados de la psiquiatría tecnológica actual– entendido como una variación cuantitativa de una función psíquica (el humor) provocadas por variaciones cuantitativas de neurotransmisores; lo cuestionan en su causa exclusivamente orgánica que se manifestaría en la continuidad lineal de los fenómenos. Es interesante porque la idea del puro efecto de un desbalance neuronal, sin consideración por la vertiente de la causa significante, no pareciera estar lejos de la antigua idea aristotélica.
L. Binswanger en su trabajo sobre la “fuga de ideas” de 1933 retoma el cuadro haciendo una lectura que va más allá de la descripción de los síntomas, para destacar uno, - justamente la fuga de ideas- como el “…que expresa la totalidad de la propia esencia del proceso maníaco” (Lanteri, L. 2000, 218).
Tenemos así destacados, en el amplio arco temporal que recorre la historia de la psiquiatría clásica, dos fenómenos en relación con la manía, más allá de toda hipótesis causal se subrayan a cada paso la relación entre la excitación en el plano afectivo y la dispersión de las ideas en el plano del pensamiento.
Freud comparte la idea de Kraepelin de una relación estrecha entre manía y melancolía. Si bien la toma en algunos textos previos, el primer análisis detallado sobre el tema lo realiza en Duelo y Melancolía.
Toma para su trabajo la variedad clínica de la melancolía delirante, ya que realiza el análisis básicamente a través del discurso que caracteriza el delirio melancólico, con sus quejas y autorreproches. Aunque la psiquiatría había establecido previamente la existencia de melancolías sin delirio, también había observado que cuando surge, el delirio está en continuidad con el humor melancólico.
Allí Freud va a considerar a la melancolía y a la manía en simetría, comparando a la primera con el duelo y la manía con estados de alegría, júbilo o triunfo. Si bien encuentra una semejanza en las condiciones económicas, en los movimientos libidinales, la diferencia entre los estados que toma como referencia y la patología es la relación con el saldo de saber del proceso psíquico. Tanto en la melancolía como en la manía, el yo no sabe lo que ha perdido o sobre lo que ha triunfado y considera al afecto maníaco como efecto del cese del gasto psíquico del trabajo melancólico.
Freud retomará el tema después de 1920, para abordarlo desde la segunda tópica y elucidar con más detalle algunos puntos. Así, examina la naturaleza de las identificaciones y la relación entre instancias psíquicas, para plantear que el yo debe plegarse a un conjunto de restricciones, debiendo acomodarse a las exigencias del Ideal con un efecto de tensión y abatimiento. Esto no puede ser soportado de manera permanente, por lo que cada tanto esa distancia queda anulada y el yo se siente fusionado con el ideal, lo que produce la sensación de triunfo, autoarrobamiento, la ausencia de inhibiciones y reproches propios de la manía.
Freud plantea que ese estado puede lograrse al menos por dos caminos diferentes. Por un lado la intoxicación o embriaguez – la frase “el superyó se disuelve en alcohol” lo expresa – “pero también dentro de nuestro quimismo propio deben de existir sustancias que provoquen parecidos efectos, pues en la manía se produce esa conducta como de alguien embriagado sin que se halla introducido el tóxico embriagador” (Freud. 1930, 78).
Además de destacar estos dos modos de acceder al efecto maníaco Freud describe a la manía como un modo de sustraerse del mundo exterior. Es lo que permite al individuo “independizarse” de dicho mundo. Por un lado señala que tiene un efecto directo en la economía libidinal y por el otro la independencia que permite al sujeto “refugiarse en un mundo propio” (Freud. 1930, 78).
Este rasgo de independencia que produce la manía aparece claramente subrayado por Freud en diversas indicaciones. En primer lugar en Tótem y Tabú cuando habla del efecto festivo que se produce luego de matar al padre. Primero destaca un primer impacto de dolor, en donde el padre es llorado y lamentado, pero inmediatamente luego del duelo “sigue el más ruidoso júbilo festivo, el desencadenamiento de todas las pulsiones y la licencia de todas las satisfacciones” (Freud. 1913, 142). Este punto es muy interesante porque quedan ligados un primer momento de duelo con un momento maníaco. Pero se destaca además y de manera muy clara que la manía implica un desencadenamiento. Es el desencadenamiento por haberse liberado del padre. En el texto sobre el humor en una referencia a la paranoia, Freud vuelve a insistir en este efecto emancipador de la manía. En este caso habla de la “alternancia entre melancolía y manía, entre sofocación cruel del yo por el superyó y emancipación del yo respecto de esta presión” (Freud, 1927, 161). Efectivamente aquí propone que la alternancia entre la melancolía y la manía responde a la liberación o no respecto de ese “amo severo” (Freud, 1927, 161) que es el superyó. En el mismo texto no deja de señalar que el efecto triunfante de la manía frente al padecimiento puede lograrse con “la embriaguez, el abandono de si y el éxtasis” (Freud, 1927, 159).
Retomando Duelo y Melancolía, allí también Freud liga a la manía con un efecto liberador donde un gasto psíquico realizado por mucho tiempo se vuelve superfluo, señalando también como la borrachera alcohólica se encuentra en la serie de modos para acceder a ese estado emancipador.
Para Freud en las psicosis hay un desenganche libidinal que le lleva a pensar en la imposibilidad de atender analíticamente a estos pacientes, ya que se les dificulta – por este desenganche mismo – establecer un lazo transferencial con el analista.
Freud capta ese efecto de ruptura también en la intoxicación, que permitiría un desenganche - liberación, desencadenamiento, emancipación son los términos que utiliza - e indica claramente que allí radica el peligro de la salida ante el malestar en la cultura por vía de las sustancias químicas.
Forzando el planteo freudiano se puede ver un antecedente de lo que Lacan ha destacado como la liberación del Otro y la tiranía del objeto a en las psicosis. En Freud se libera de la realidad exterior y del superyó, pero a expensas de una satisfacción que deviene mortífera. Se puede pensar a esta idea freudiana como un antecedente del planteo del desenganche del Otro como algo característico de nuestra época.
Las especificaciones de Lacan con respecto a la manía, se apoyan en Freud y en la psiquiatría clásica para también ir más allá.
La primera de ellas[1], en la descripción que hace del estadio del espejo, ubica al momento de la visión de la completud corporal como un momento de júbilo y excitación maníacos. Es el momento de fusión entre el yo y el ideal, en términos freudianos.
Posteriormente va a plantear que en la manía “...se trata de la no función de a lo que está en juego, y no simplemente de su desconocimiento (su velamiento bajo la cobertura del i(a). En ella el sujeto no tiene el lastre de ningún a, lo cual lo entrega sin posibilidad alguna a veces de liberarse, a la pura metonimia, infinita y lúdica de la cadena significante” (Lacan. 1962. 363).
El melancólico se identifica con ese objeto en su función de resto, de desecho, mientras que el maníaco se desprende de ese lastre y queda entregado al desplazamiento sin freno en la cadena significante. Es decir que el objeto a deja de cumplir su función de fijación producto de la operación metafórica y el sujeto queda librado a la metonimia sin punto de detención.
Lacan, en tanto distingue el núcleo de goce detrás de la imagen narcisista, no va a compartir la idea freudiana que considera a la manía como lo inverso de la melancolía. Propone, si, la misma causalidad significante -la forclusión- y el mismo retorno mortífero del goce, bajo manifestaciones clínicas diferentes.
Se ubica así, en términos estructurales, lo que los psiquiatras clásicos habían descripto en detalle: la falla del punto de capitón donde se conjugarían la anticipación y retroacción significantes y sus efectos. La falta de freno que explica la excitación, la elación maníaca, y el fenómeno de la fuga de ideas, esa logorrea en la que el sujeto se anula y donde se pierde la intención de significación, como una metonimia infinita que agita el cuerpo y desarticula sus funciones. La no función de a imposibilita el pasaje del goce a la contabilidad y tiene como correlato el desenfreno metonímico que atenta contra la reserva libidinal del sujeto.
En el mismo sentido puede tomarse la referencia de Lacan en “Televisión” (1973, 551): “La tristeza, por ejemplo, la califican de depresión, y le dan el alma por soporte (...) Pero no es un estado de ánimo, es simplemente una falta moral, (...) un pecado, lo que quiere decir una cobardía moral, que se sólo se sitúa en última instancia a partir del pensamiento, es decir, del deber de bien decir o de orientarse en el inconsciente, en la estructura.
Y lo que sigue, por poco que esta cobardía, por ser rechazo del inconsciente, vaya a la psicosis, es el retorno en lo real de lo que es rechazado, del lenguaje; es la excitación maníaca por la cual ese retorno se hace mortal”.
Lacan toma en primer lugar la tristeza, a la que define como cobardía por ser rechazo del deber del bien decir; lo que define “que soy” más allá de yo, rechazo del saber inconsciente, desconexión con el inconsciente. La manía queda definida como una cadena significante funcionando en lo real sin regulación, desarticulada; la consecuencia será la misma: el retorno en lo real de aquello que fue rechazado en lo simbólico.
Si el retorno en lo real tiene como condición la desarticulación de la cadena significante, en la manía ese retorno se manifiesta como el despliegue de una sucesión acelerada de S1 liberada de las determinaciones del fantasma. Esto implica que las pulsiones mismas se emancipan de la articulación gramatical y de la barrera que impone el sentido.
Retomando entonces la cita de J.-A. Miller, “puede hablarse de manía cada vez que el lenguaje se encuentra asediado....como lo está hoy por la descomposición que produce el discurso científico” (Miller, J.-A. 2013, 33).
¿De qué se trata ese asedio de la ciencia que descompone la articulación que puede efectuar el lenguaje?
La ciencia, de la mano de la tecnología y el mercado, propone un saber de enunciados unívocos, inequívocos, fórmulas sin enunciación que ofrecen una versión de la vida masificante, que forcluye lo más singular de cada uno. Planteando una libertad paradójica, ya que empuja a elegir… a todos lo mismo.
Es justamente la transmisión de una singularidad la función que Lacan atribuye al padre en su última enseñanza, de una versión del goce vivible, su forclusión no es tanto la forclusión de la prohibición paterna como de la posibilidad de una satisfacción singular.
Como efecto lógico de ese discurso, la singularidad de la satisfacción de cada uno, con todos sus matices - situable por lo que Lacan llama “el bien decir”, o sea, el recorrido por los significantes, por los fantasmas y las ficciones que determinaron a cada uno en su vida - se transforma en el individualismo del hombre moderno.
La consecuencia es la exigencia del yo, exaltado, de obtener una satisfacción inmediata, al que los objetos de la tecnología, los gadgets, ofrecidos por el mercado complementan, de una manera que siempre falla y a los que se les pide siempre más, siempre otro objeto, mejor, más rápido, más… en una aceleración sin sentido que banaliza la vida y muchas veces resulta mortal.
El retorno de esa exigencia: angustia ante la vivencia desvalimiento y pérdida de control, insatisfacción producto de la proliferación metonímica de gadgets, la multiplicación de la búsqueda de parapetos defensivos a nivel social, depresión como efecto de la resignación ante lo imposible de evitar la irrupción de las contingencias… también la multiplicación de estilos de vida “no standard” como respuesta singular a esas coordenadas.
Entre los gadgets, los fármacos ocupan un lugar preponderante; allí reencontramos una de las hipótesis fundamentales de nuestra investigación; la toxicomanía, una de las caras de la manía contemporánea, se generaliza por el empuje de la ciencia y el mercado.
Otra de las consecuencias del avance de la “descomposición de las ficciones” que produce la ciencia, contracara de la manía, son prácticas que encuentran en esos gadgets la oportunidad para repetirse de modo fijo, sin diferencia, iterativo, no es sólo beber de la misma copa solitaria hasta el desmayo, puede ser jugar el mismo juego en el teléfono o en la computadora, lo que deja al consumidor, transformado en el objeto de consumo, consumido, en una versión contemporánea de la melancolía.
Así la dispersión maníaca y su contracara resultan dos facetas de la descomposición contemporánea de la articulación tradicional del lenguaje, en los dos extremos, mortíferas. Articulación tradicional aquí no implica una idea conservadora, sino la posibilidad de que significante y significado se articulen; una posibilidad para cada uno, como decíamos inicialmente, de hacerse un mundo vivibl
Si partimos de la premisa más básica del psicoanálisis, no hay relación sexual; concluimos que toda satisfacción obtenida por el ser humano es sintomática.
Entre esas satisfacciones posibles, los objetos que el mercado ofrece, la banalización de la vida que produce, constituye un intento decidido de cancelar, consumir el vacío, el punto de la no-relación - E. Laurent (1998, 71) plantea: “…de hacer consistir el objeto pulsional en un objeto del mundo” - de consumar un encuentro, a través de la posesión de objetos producto del mercado. Cualquier intento, cuando se vuelve exclusivo, demasiado decidido en ese sentido, se vuelve mortífero.
El consumo produce, en el polo donde ese encuentro parece consistir, consumarse, exaltación maníaca ante la sensación de triunfo sobre el límite que se pone en evidencia en ese vacío – llámese castración, padre, etc. Luego el bajón, la caída depresiva a partir de la presentificación del vacío, la abstinencia, y la transformación del sujeto mismo en objeto de desecho, consumido por ese consumo
Así, esquemáticamente, el problema; eso abre la vía de las de las soluciones, siempre singulares, la vía de la clínica.
¿Qué lugar para nuestra práctica entonces en las coordenadas actuales de la civilización?
Podemos ofrecer el lugar, en el diálogo con el paciente, para que los sujetos contemporáneos puedan encontrar en su palabra, en sus prácticas, la producción de los significantes, del contexto donde encontrar una función al consumo, lo que puede hacer de un límite singular que ubique un lugar para el sujeto y la posibilidad de una elección de una satisfacción menos mortífera, que permita un lazo.
Un lugar humilde, pero potente al mismo tiempo.