Psicoanálisis

EFECTOS DE LO TRAUMÁTICO DEL ABUSO SEXUAL NO ELABORADO EN GENERACIONES ANTERIORES RESPECTO A LOS MECANISMOS DEFENSIVOS UTILIZADOS POR MADRES/PADRES DE NIÑAS Y NIÑOS ABUSADOS

SEXUAL ABUSE TRAUMATIC EFFECTS NOT WORKED THROUGH ON PRECEEDING GENERATIONS AND THEIR RELATION WITH DEFFENSIVE MECHANISMS USED BY ABUSED CHILDREN´S PARENTS

Adriana N. Franco
Universidad de Buenos Aires (UBA), Facultad de Psicología, Argentina
Silvia A. Lastra
Universidad de Buenos Aires (UBA), Facultad de Psicología, Argentina
Alejandra F. Tomei
Universidad de Buenos Aires (UBA), Facultad de Psicología, Argentina
Laura Poverene
Universidad de Buenos Aires (UBA), Facultad de Psicología, Argentina
Denise D´Amato
Universidad de Buenos Aires (UBA), Facultad de Psicología, Argentina
Federico Eiberman
Universidad de Buenos Aires (UBA), Facultad de Psicología, Argentina
Miguel H. Etcheverry
Universidad de Buenos Aires (UBA), Facultad de Psicología, Argentina
Jonathan Esquivel
Universidad de Buenos Aires (UBA), Facultad de Psicología, Argentina
Nancy M. Peñaloza
Universidad de Buenos Aires (UBA), Facultad de Psicología, Argentina

EFECTOS DE LO TRAUMÁTICO DEL ABUSO SEXUAL NO ELABORADO EN GENERACIONES ANTERIORES RESPECTO A LOS MECANISMOS DEFENSIVOS UTILIZADOS POR MADRES/PADRES DE NIÑAS Y NIÑOS ABUSADOS

Anuario de Investigaciones, vol. XXVII, pp. 221-229, 2020

Universidad de Buenos Aires

Recepción: 30 Marzo 2020

Aprobación: 20 Octubre 2020

Resumen: Este trabajo se enmarca en la Investigación Clínica UBACyT 2018-2019 “Condiciones subjetivas y familiares en la utilización de diferentes mecanismos defensivos ante lo traumático del abuso sexual en niños, niñas y adolescentes. Su abordaje en la clínica psicoterapéutica”. El diseño metodológico es cualitativo de carácter predominantemente exploratorio. Se presenta una síntesis del estado actual del conocimiento y el estado de vacancia respecto a lo traumático no elaborado del abuso sexual en generaciones anteriores y sus efectos en la imposibilidad de padres y madres de registrar la exposición al abuso o agresión sexual al que fue o es sometido su hijo o hija y preservarlo/la de ello. Se profundiza en el análisis de los mecanismos defensivos utillizados por madres, padres o cuidadores para sobrevivir a las agresiones sexuales que han padecido en sus infancias y/o adolescencias. El propósito ha sido categorizar rasgos que posibiliten aportar a una nueva teorización a través de la articulación con tres de las unidades de análisis de la investigación.

Palabras clave: Abuso sexual, Mecanismos defensivos, Intergeneracional, Efectos de lo traumático.

Abstract: This paper is part of the UBACYT Clinical Research 2018-2019 named “Subjective and familiar conditions on children and adolescent’s defense mechanisms utilization facing traumatic sexual abuse. Its approach in Clinical Psychotherapeutics” A qualitative and predominantly exploratory methodological design. It presents a synthesis of the current state of knowledge and the vacancy in regards of non-elaborated sexual abuse on previous generations and its effect on parents who become unable to identify the exposure of their children to sexual abuse and their risk of suffering sexual aggressions and thereby prevent them from happening. A deeper analysis of the defense mechanisms utilized in order to survive sexual aggressions by parents or caregivers who have been abused in the past. The aim of this work is to categorize features that might be of use on a new theorization based on the articulation of three of the analysis units in the research.

Keywords: Sexual abuse, Defensive Mechanisms, Intergenerational, Traumatic effects.

Introducción

El abuso sexual a infantes, niñas, niños y adolescentes, tal como planteamos en otros trabajos presentados por este equipo de investigación[1] (Franco, et.al (2013); Toporosi et al (2013); Franco et. al (2014); Pucci et al (2015); Franco et al (2016), se configura como una problemática frecuente no solo en Argentina sino en todo el mundo. Su magnitud y los efectos devastadores que produce en el psiquismo de quien lo padece, lo posicionan como una temática relevante dentro de la salud pública, porque sus secuelas pueden perdurar durante muchos años y transmitirse inter y transgeneracionalmente.

Si bien el foco de la investigación clínica desarrollada por este equipo son los niños, niñas y adolescentes que han sufrido un abuso sexual, se considera la importancia de destacar y estudiar la transmisión intergeneracional de las situaciones de abuso padecidas y no elaboradas por madres, padres o cuidadores. Siguiendo las reflexiones de Canesin Dal Molin (2016) en cuanto a los tiempos del trauma, si aquellas figuras de protección no reconocen las impresiones traumáticas de los niños e impiden el procesamiento del hecho, es posible que los más pequeños desistan de sus percepciones y el juicio referido a lo acontecido. Sumado a ello, Gallego (2008) –quien coincide con Rozanski (2003)– manifiesta que en aquellos contextos en los cuales las víctimas no tienen un ambiente familiar y/o social de contención que los ayude a soportar y elaborar las consecuencias producidas a partir del develamiento del abuso sexual padecido, puede emerger la retractación.

Algunas investigaciones señalan un estado de vacancia respecto a los estudios de los efectos producidos en los padres y madres de un niño/a al develarse su abuso sexual. En algunos estudios se preguntan cómo, a partir de ello, se reinterpreta la propia historia (Maida et. al., 2005) y, en otros, se destacan que son escasas las investigaciones que se dedican a comprender y brindar respuestas ante los efectos del abuso sexual infantil en aquellos progenitores no agresores, planteando que se tratan de víctimas secundarias olvidadas (McCourt et. al, 1998).

Sobre este estado de vacancia es nuestro propósito aportar conocimiento. A través de la articulación teórica con algunas de las unidades de análisis de la investigación, se elaboraron hipótesis respecto a la relación entre los mecanismos defensivos utilizados por madres y padres que han sido abusados y su dificultad de registrar la exposición al abuso sexual al que fue o es sometido su hijo/a y preservarlo/la de ello.

Estado actual del conocimiento del tema

En Chile, Maida, Molina, Basualto, Bahamondes, Leonvendagar y Abarca (2005) desarrollaron una investigación que se propuso explorar las experiencias de abuso sexual infantil a través de las generaciones, buscando establecer relaciones entre la ocurrencia de abuso sexual en niños/as y las vividas por sus madres en su infancia (pudiendo éstas operar como “factores de riesgo” en las experiencias de sus hijos/as. Obtuvieron como resultado que, comparativamente, las madres de niños que habían sido abusados sexualmente presentaban más reportes de abuso sexual y violencia psicológica en su infancia que el otro grupo. A partir de ello, los investigadores/as se interrogaron acerca de los daños que pudo haber generado el abuso sexual en ellas y si los mismos estarían vinculados con los modos en los que ejercen el cuidado de sus hijos/as, tal vez facilitando la ocurrencia de dichas vivencias en sus descendientes. Asimismo, la investigación recuperó que otros autores ya habían planteado la posibilidad de una relación entre madres que habían sufrido abuso sexual e hijos que atravesaran la misma experiencia. Entre ellos: Baker y Duncan (1985), Hooper,(1992) y Barudy (1999). Este último autor cita estudios que mencionan que aproximadamente el 50% de las mujeres que lo habían padecido, luego referían abuso en uno o varios de sus hijos/as (Collin-Vezin y Cyr, 2003; Faller, 1989).

Otra investigación (García Peña y Peña Londoño, 2018) también ha identificado la recurrencia de abusos sexuales en una misma familia, planteando al abuso como transgeneracional y determinante tanto de la historia como de la crianza. En ese sentido, los padres que atravesaron una situación de agresión sexual carecerían de elementos intrapsíquicos que les faciliten asumir actitudes de protección ante sus hijos/as, permitiendo de manera inconciente que sean objetivados sexualmente por quien comete el abuso.

En diálogo con los estudios mencionados, la casuística de la investigación desarrollada por este equipo indicaría que no habría una relación causal determinante. Aunque en aquellos casos en los que lo traumático del abuso sexual de padres y madres no se ha elaborado y se han utilizado, para sobrevivir a la agresión, mecanismos defensivos muy desestructurantes y arrasadores de la subjetividad como la identificación con el agresor o la fragmentación, la transmisión intergeneracional de dicho tipo de violencia cobraría gran relevancia en la imposibilidad de registrar y proteger de situaciones de agresión sexual a sus hijas o hijos.

Una de las conjeturas de la investigación corroboradas en todas las unidades de análisis de la misma, es que cuanto menos elaboradas se hallan esas vivencias traumáticas de madres, padres o cuidadores, mayor riesgo de no registrar o de negar el abuso al que es o fue sometida su descendencia. Esto representa un aporte de conocimiento de relevancia, por su estado de vacancia, respecto a los dispositivos clínicos y las intervenciones psicoterapéuticas no solo con las/los pacientes niñas, niños o adolescentes sino también con los adultos cuidadores.

Abuso sexual infantil y mecanismos defensivos

En Brasil, Pereira França (2010) -directora del Proyecto CAVAS de la UFMG-, sostiene que el abuso sexual infantil debe ser considerado dentro de la especificidad de los traumatismos desarticuladores de los trazos identitarios básicos constituyentes del psiquismo. El Yo, a pesar de lo construido, podría desarticularse, comprometiendo la relación del sujeto consigo mismo y con la realidad. Existen mecanismos defensivos (escisión, disociación, renegación, represión, identificación con el agresor) que mantienen apartadas las experiencias traumáticas y los sentimientos asociados. En la situación traumática, lo que ocurre es la imposibilidad de establecer ligazones y de representar. Uno de los interrogantes planteados por Pereira França y su equipo de investigación (Pereira França, 2015), es si le cabrá a la compulsión a la repetición diseñar las posibilidades de ligazón del traumatismo, y del material no ligado o reprimido. Consideran que cuando la presencia de traumas es incuestionable, observamos la escisión del Yo como una defensa operante y acompañada por movimientos psíquicos de negar lo que se ve. La escisión, además de impedir la represión, evita la instalación del conflicto psíquico y su posible elaboración al no permitir el acceso al psiquismo de partes insoportables de la experiencia traumática. Otra defensa es denominada Verleugnung (el rechazo, la renegación), que se encargará de impedir que el sujeto reconozca la realidad de la percepción traumatizante. Pereira França (2015) sugiere que la mejor traducción para Verleugnung es desautorización. Aun cuando la escisión del Yo esté instalada, la desautorización operando y el contenido traumático sea encapsulado, al no poder transformarse el episodio traumatizante en una experiencia subjetiva, metabolizable, el destino más cruel es la identificación con el agresor. El niño o la niña sigue dedicando sumisión y obediencia a esos adultos violentos que, a la vez, eran proveedores de sustento físico y emocional.

Garaventa (2015) considera que desmentida y silenciamiento son procesos presentes en todos los casos de abuso sexual infanto-juvenil (en adelante ASI). La desmentida instala la ceguera en quienes deberían ver y optaron por no enterarse ya que el dolor que vieron reactualizaba viejas heridas. Toporosi (2015) sostiene que en el caso de los traumatismos se hablará de reviviscencias, ya que lo vivido está presente de manera permanente. En ocasiones se intenta encapsular la vivencia traumática, aislarla, apartarla, a través del mecanismo de la escisión. Esto explica por qué muchas veces se encuentran madres que fueron abusadas en la infancia y nunca lo habían podido relatar. Será a partir del develamiento del abuso de sus hijas que toman contacto con aquello que habían escindido y lo cuentan por vez primera. La psicoanalista destaca que la escisión tiene un alto costo para el psiquismo, pues empobrece al Yo: el sujeto no siente ni registra una serie de acontecimientos que pudieran conectarlo emocionalmente con lo que tiene encapsulado para no reactivarlo. Díaz (2015) afirma que la víctima deviene rehén por aquellos contextos donde, debiéndose advertir la operatoria de apropiación que implica el ASI, ocurre una no percepción del mismo así como un no reconocimiento que provoca un estado de invisibilidad en el cual la víctima queda atrapada. Además subraya que la desmentida materna en el ASI se encuentra en el centro de la desprotección de la víctima en tanto construye las coordenadas necesarias de ingreso a la invisibilidad como estado.

Franco (2015) explica que el ocultamiento y la desmentida del abuso sexual se presenta de diversas maneras. Una de ellas es cuando los adultos responsables, sea por complicidad con el abusador, o por renegación o incapacidad de representar las aberraciones no dan crédito al abuso.

Volnovich (2018) sostiene que toda revelación de un abuso tiene una potencia traumática en sí misma. En coincidencia con otros autores, destaca la situación de los adultos quienes se hallan desbordados por el develamiento. Volnovich asegura que en tanto el abuso es un acto privado y secreto intrafamiliar no hay quien lo presencie. Los/as niños/as llegan a la consulta a través de un adulto/a protector que suele encontrarse en un estado de desorganización psíquica y afectiva, desbordado por la revelación.

Ortalli (2015), en la misma línea, señala que debe acompañarse al adulto para que pueda realizar la denuncia.

Metodología de abordaje de la investigación clínica

Tipo de diseño

Se trabaja con un diseño metodológico de carácter predominantemente exploratorio (Samaja, 1994), pues el estado del arte muestra vacancia de conocimiento respecto a investigaciones de psicología clínica en el problema delimitado.

Respecto a la temporalidad, el diseño ha sido sincrónico: todas las dimensiones de estudio fueron analizadas haciendo un corte sagital en el tiempo, es decir, se analizó su comportamiento al modo de estados.

De este modo se investigaron: los mecanismos de defensa predominantes en niños, niñas y adolescentes ante el abuso sexual infantil; los mecanismos de defensa utilizados por las madres y padres que también han padecido abuso sexual infantil; respuestas de familiares significativos de los niños, niñas y adolescentes ante el abuso sexual; tipos de intervenciones clínicas que favorecen la ligazón de lo traumático.

Universo y muestra

El universo de estudio se ha definido como “Niños, Niñas o Adolescentes que han sido abusados sexualmente y que realizan o han realizado tratamiento psicoterapéutico cuyos padres y/o madres han padecido abuso sexual en la infancia o adolescencia”.

A los fines de este artículo, la muestra se conformó con una selección de tres casos que cumplen con las características definidas en el universo. Se trata de una muestra no probabilística intencional (Padua, 1994), es decir, que las unidades han sido elegidas de acuerdo a su relevancia para la investigación (Sabino, 1996). Cada caso que se eligió para conformar la muestra, se seleccionó intencionalmente en tanto expresa de modo característico el fenómeno estudiado. Este tipo de muestra resulta útil para estudios predominantemente exploratorios como el presente, ya que su potencia radica en el descubrimiento de nuevos hechos y categorías de análisis (Ynoub, 2014). Como sostiene Azaretto (2007), la función del caso en los estudios exploratorios es la de categorizar rasgos que posibilitan aportar a una futura teorización. Persiguiendo este fin, la elección de los casos se sustentó en que cada uno se caracterice por algún/os rasgo/s distintivo/s respecto a los mecanismos de defensa utilizados por madres y/o padres de niños, niñas o adolescentes atendidos psicoterapéuticamente.

Instrumento y fuentes de datos

La fuente de datos ha sido primaria (Samaja, 1993) y estuvo conformada por materiales clínicos. Cada material fue elaborado por el/la psicoanalista que llevó a cabo el tratamiento psicoterapéutico del/a niño, niña o adolescente perteneciente a la muestra.

La tarea se desplegó en tres momentos: primero cada psicoanalista implicado como sujeto de la enunciación, escribe el material y presenta al equipo de investigación una selección de viñetas; en un segundo momento se realiza un trabajo intersubjetivo de discusión de dichos fragmentos atendiendo a su potencia heurística para la creación y/o ilustración de categorías teóricas; finalmente se construye el material clínico en base al acuerdo intersubjetivo sustentado en el debate teórico de los registros empíricos.

Luego este material es categorizado en base a un instrumento de registro semi-estructurado, en el cual se consignan los datos considerados significativos respecto a cada dimensión de estudio.

Análisis de datos

Ha sido cualitativo, de tipo hermenéutico: interpretaremos los fragmentos del material clínico desde el marco teórico, a fin de categorizarlos conceptualmente. Con este trabajo se van formulando conjeturas e hipótesis de significación (Ynoub, 2015) que permitan dar respuesta a los interrogantes de la investigación.

Articulación teórica con tres de las unidades de análisis de esta investigación

Mari

Al momento de comenzar el tratamiento psicológico, Mari tiene 14 años. Había sido abusada por su abuelo materno a la edad de 7 años, cuestión que ya se había develado en el marco de su familia nuclear cuando tenía 12 años pero permanecía renegada. También una de sus hermanas mayores había atravesado una situación de abuso perpetrada por el mismo abuelo.

Mari solicita una consulta con una psicóloga en un espacio sólo para ella, aclarando que “ni loca hablaba delante de todos”, frente a la sugerencia de su padre de iniciar una terapia del grupo familiar.

Secreto y develamiento

En el inicio del tratamiento, Mari mira fijamente a su psicoterapeuta y le refiere: “Te voy a contar. Estaba en 2° grado, creo que tenía 7 años. Iba a jugar a casa de una amiguita y entré al dormitorio de mi abuelo a buscar unas muñecas. Mi abuelo estaba acostado y me dijo vení, acostate un ratito y me acosté. Me manoseó, me daba besos en la boca y me tocaba. Me bajé de la cama, me arreglé la pollerita y salí corriendo”. Según relata Mari, su abuelo nunca la amenazó ni le pidió que no contara lo sucedido. Refiere que ella sentía que no debía contarlo para no lastimar a su mamá ni privar a sus hermanas, y a sí misma, de un abuelo.

También manifiesta sentir culpa por haber develado lo acontecido y haber anticipado que no le creerían: “Para que no me crean mejor no digo nada”.

Reacciones de su madre y padre frente al develamiento

En las entrevistas que la psicóloga mantiene con su madre y su padre, la mamá se angustia, llora, plantea que se siente culpable porque ella ya sabía que algo similar había acontecido con una de sus hijas mayores y, aun así, no le creyó: “Lo negué. Incluso cuando me enteré lo de Mari, tenía la esperanza de que a lo mejor ´se equivocaron´ (…) No quería que fuese verdad, quería que no hubiera existido el hecho”.

A su vez, la madre se siente extrañada por no odiar a su propio padre y evoca un recuerdo de su adolescencia: a los 17 años fue violada, aparentemente por un desconocido, en la parada de un colectivo. Al regresar a su casa llorando, su padre le habría dicho que no se hiciera problema, que se bañara y no le contara lo acontecido a su mamá “para no alterarla porque era una mujer muy nerviosa”. Frente a dicho recuerdo que enlaza su propia historia con la de sus hijas, se sorprende por no haber sospechado de los abusos padecidos por sus descendientes.

Esto que se le aparece a la mamá de Mari como una contradicción (haber sido abusada y no poder ver las situaciones de abuso de sus hijas), en realidad no sería necesariamente una contradicción sino que, justamente, podría ser un efecto de la propia disociación, de la reactualización de heridas antiguas y de los obstáculos en la posibilidad de registrar lo que sucedía con sus hijas.

En este caso, se presentaría una recurrencia de abusos dentro de una misma familia

En relación al abuso que habría sufrido la mamá de Mari, en su espacio de análisis la adolescente plantea su pregunta respecto de si el violador habría sido un “ex novio de la mamá” y narra que uno de sus hermanos sospecha que se trataría, también, del padre, abuelo de Mari. Puede tratarse de un recuerdo encubridor o bien como plantea Pereira França (2010) una desautorización para recordar por los efectos devastadores en el psiquismo de esta mujer.

Por su parte, el padre plantea que cuando se enteró del abuso padecido por Mari no tuvo una reacción de bronca con su suegro sino que sintió lástima por notarlo tan anciano e indefenso. La mamá de la adolescente le cuenta a la psicóloga que su marido le pregunta si él debería haber reaccionado de otra manera y que se interroga si Mari no querrá estar con él porque siente que no la defendió.

En ese orden, la mujer plantea que llegó a dudar si el rechazo que sentía Mari por su papá en el momento de la consulta tendría vinculación con alguna violencia que podría haberle ejercido. Se trata de una sospecha fuerte a la que su esposo responde diciendo que a él jamás se le ocurriría una cosa así, él es muy cuidadoso con las caricias porque él es muy cuidadoso con sus caricias y que apenas roza a su hija, ella se paraliza.

Denuncias

Pese a la ambivalencia de Mari –aunque principalmente de su mamá y hermanos–, el padre decide contarle lo sucedido a la abuela materna y anticiparle que ya dejarían de visitarlos semanalmente en su casa, como venían haciendo hace años incluso a sabiendas de los hechos perpetrados por el abuelo.

El mecanismo utilizado por los padres y hermanas sería la desmentida. Todos sabían lo ocurrido pero aun así, actuaban como si no hubiese sucedido. Coincidimos con Ortelli (2015) en que la desmentida de los padres obturaba el esclarecimiento de lo real acontecido.

La reacción de la abuela fue decir “¡Con Mari también!” Según el relato de la adolescente, los primeros días estuvo mal, después le pidió una derivación con una psicóloga para ella y a las pocas semanas todo siguió aparentemente igual. Con el abuelo, en un inicio, nadie habló.

Luego, Mari relata que su madre le contó lo acontecido a su tío: “Él fue a hablar con mi abuelo. Es muy raro. Pensamos que no nos iba a creer. Al principio se lo negó pero después se quedó callado y se fue. Mi tío dijo “con el silencio me dijiste todo”.

Mari dice: “El silencio es bastante destructivo. Yo quería hablar con mi mamá pero durmió todo el día”.

Se observaría la dificultad de conectarse de la madre con su hija, la retracción para evitar conectarse con sus vivencias traumáticas producto de la violación en su adolescencia.

Más avanzado el tratamiento, los padres y Mari optan por presentar la denuncia ante la Defensoría. Se desarrolla un juicio, se declara culpable al abuelo de la adolescente y, a partir de allí, comienza el rechazo y la agresión hacia Mari por parte de la familia ampliada (tíos, primos, abuela) y por sus hermanas.

Desde el juicio, Mari comienza a sentirse acompañada y contenida por sus padres, logrando recomponer el vínculo con ellos y hasta empezando a trabajar con su papá.

Frente a años de desmentida de los padres, y el modo en que ello se hizo sentir en Mari como desprotección y rechazo hacia su padre, la sentencia del juicio permite un reconocimiento externo que visibiliza lo que sucedió, otorgándole estatuto en tanto real.

Emma

La niña de 4 años fue abusada por su abuelo.

Los padres tienen en cuenta ciertas expresiones de Emma, pero al mismo tiempo las cuestionan. No pueden creer o dudan en reconocer el abuso sufrido por Emma, tal vez como un intento para no tener que identificar otros episodios de ASI en la familia.

El padre se pregunta, con angustia, si él mismo no fue abusado en su infancia. Este hombre comenzará a recordar a través de las entrevistas con la analista de Emma situaciones de abuso cometidos por su propio padre.

Los padres de Emma no toleran la continuidad del tratamiento de su hija, ni desean realizar una denunci

Respecto a la reticencia para denunciar

El padre de Emma comenta que han tenido dos reuniones familiares para decidir qué hacer en relación a la denuncia dado que temen ser calificados como sosteniendo una “fantasía familiar” y que el abusador podría hacerles algo o denunciarlos a ellos. Esta fantasía podría encubrir el recuerdo de una situación realmente acaecida. Para Ferenczi (1932), las consecuencias posteriores a un trauma obedecen a la hipocresía y negación de los adultos de los hechos traumáticos equiparables al abandono emocional. Una variable de esto lo constituye el trato severo, la reprimenda del agresor al niño luego de haberlo injuriado y la proyección de su culpa. Para este autor la introyección de los sentimientos de culpa del agresor constituye el aspecto más destructivo de la identificación con el agresor, y los sentimientos de vergüenza por identificación con los padres, aun cuando éstos nieguen el hecho y no la sientan.

Sobre el problema de las creencias y la negativa a denunciar

El padre de la niña recuerda una escena infantil en la que su padre les toca los genitales a él y a su primo mientras deben acordarse de marcas de cigarrillos, haciendo pasar esa conducta como “juego”. El padre se pregunta si ese comportamiento puede ser calificado como abuso sexual pero aun cuando atina a considerarlo inapropiado no cree que su propio padre se haya excitado sexualmente ( “yo no creo que se haya excitado con eso” ).

El papá de Emma cree que es una fantasía la posibilidad de ser amenazado por el abusador. Coincidimos con Punta Rodulfo (2016) quien plantea que las situaciones traumáticas rechazadas por el adulto responsable, instaladas en el victimizado en el campo de la desmentida, provocan en el mismo la confusión acerca de la verdad o la mentira, la realidad o la ficción de lo acontecido, así como la sensación de estar loco o loca. La fuerza del sentimiento de irrealidad es propia de la desmentida.

En relación con la diferencia de género de los sujetos abusados y las repercusiones psíquicas, sociales y familiares

Punta Rodulfo (2016) plantea que el abuso sexual masculino es menos detectado, observado y comprendido por el entorno, y también menos relatado y denunciado por los victimizados y las familias debido a que en la cultura patriarcal la homosexualidad se considera como un destino ineluctable para los varones abusados e implica vergüenza y estigma social.

Según Sebold (1987, citado por Campos Almeida, Penso y Costa, 2009) en la construcción de la identidad de género el varón es enseñado a ser duro, fuerte y a soportar agresiones sin pedir ayuda. Esta construcción que se inicia de forma muy precoz contribuye a invisibilizar la violencia sexual padecida por los varones, y junto con las preocupaciones homofóbicas, a reducir las denuncias.

Esta necesidad de reafirmar la virilidad entre otras razones anteriormente explicitadas podría explicar la fuerza de la desmentida del padre de Emma, que fue un varón abusado al igual que su primo.

En la actualidad, y por efecto de las luchas por políticas de género más inclusivas que las impuestas por la sociedad patriarcal, se han comenzado a recibir consultas por innumerables situaciones de abuso sexual hacia niños y adolescentes varones cometidos por varones del ámbito religioso, artístico o deportivo. Niños o adolescentes, que recién en la juventud o adultez pueden denunciar.

Interrupción del tratamiento

En la Investigación clínica UBACyT 2013-2016 “Modalidades de las transferencias en la clínica con pacientes adolescentes abusados en la infancia”, planteamos entre otros aspectos jugados en las transferencias, los modos de interrupción o finalización de los tratamientos psicoterapéuticos, con mayor o menor éxito y/o eficacia. Uno de los objetivos específicos de esa investigación fue identificar dificultades transferenciales en el sostenimiento del proceso terapéutico: hallamos principalmente que la desconfianza, la vergüenza y/o el temor a sentirse defraudada/o en el establecimiento del vínculo, dificultan el afianzamiento del mismo, de ahí la importancia de un tiempo necesario a respetar. En los momentos de mejoría, ya sea por cierta ganancia en la confianza, o bien por el alivio sentido después de haber puesto palabras a la vivencia traumática, nuevas manifestaciones se presentan: ausentarse de las sesiones, a veces por atravesar momentos depresivos; transmitir desinterés, dudar de continuar con el análisis; interrupciones necesarias, ponen a prueba la presencia y espera del analista. Distintas manifestaciones que testimonian momentos de opacamiento de la transferencia, con el riesgo de su consecuente caída.

El traumatismo produce modos de emergencia patológica que pasan a formar parte de la presencia de elementos de lo visto y lo oído que operan en el sujeto sin una metabolización posible. Estos elementos (signos de percepción), tienen que ver con primeras inscripciones no metabólicas que no simbolizan nada más que a sí mismas (Bleichmar, 1992). En la relación transferencial aparece miedo, desconfianza y dificultades en armar el lazo.

Sobre los abandonos de los tratamientos, Punta Rodulfo (2016), entre otros autores, llama la atención sobre las reticencias, evasiones, enojos, peleas bruscas, hasta ataques de ira, actuaciones transferenciales de los sujetos abusados y abandonos de los tratamientos, a veces bruscos y/o sin palabras que medien la despedida, luego de intervenciones que pueden llevar alivio y comprensión de la situaciones padecida y/o inclusive después de marcar aspectos positivos del analizado. Supone que existe algo quebrado, escindido que se traduce en la transformación del buen trato en mal trato. El rechazo, la brusca transformación transferencial del paciente está motorizada por la desmentida así como la perplejidad, impotencia y dificultad en el propio pensamiento del propio analista que ello genera.

Eze

Eze de 6 años de edad es traído a la consulta por la mamá, por haber sufrido abuso sexual por parte de su padre. Conviven el niño, la madre, su hermanito y los abuelos maternos. Con respecto a la descripción de la historia de Eze, la madre cuenta que cuando nació el hermano empezó a tener berrinches, pegarse en la cabeza, morderse, no soportar los lugares cerrados. Eze asiste a un centro de estimulación temprana, ya que no hablaba bien y tenía motricidad torpe. Inicia el jardín de infantes a los 4 años.

Historias de abuso en la familia

En el material de este niño se registran antecedentes en la familia materna de abuso sexual. Un tío materno abusaba de sus propias hijas, es decir de las primas de la madre de Eze.

Toporosi (2015; 2018) sostiene que sería erróneo considerar como cómplice a una madre víctima de abuso por no haberse percatado de la situación que sufrían sus hijos. Si bien no fue la madre de Eze quien sufrió el abuso, puede pensarse que en el contexto familiar en el cual se crió, hubo adultos que no pudieron percibir lo que estaba ocurriendo en relación a esas niñas. La predominancia de mecanismos de desmentida y renegación a nivel intrafamiliar, conducen a que otros adultos no registren lo que sucede o no le crean al niño cuando se anima a contarlo.

Cuando no se advierte la apropiación que implica el abuso, el niño, niña o adolescente puede transformarse en rehén. El no reconocimiento promueve un estado de invisibilidad en el cual la víctima queda atrapada. Al parecer, en este caso dicha invisibilidad tuvo efectos en otros miembros de la familia ya que a la madre de Eze no le fue posible advertir desde los inicios el abuso al que era sometido el pequeño por el padre, a pesar de las diversas manifestaciones que Eze presentaba. A saber: fiebre/dermatitis/descomposturas/manifestaciones somáticas; pesadillas/de noche se despertaba angustiado y diciendo “¡papá no!”; no quería que se le acercara el padre/lloraba y gritaba; cuando tenía 1 año empezó a ponerse la mano adentro del pañal y se tocaba el pene; a los 2 años se sacaba los pañales y le mostraba al padre los genitales; Eze se ponía en cuatro patas y se metía los dedos en la cola y se lastimaba; busca pegarse a los nenes corporalmente y besarlos.

La madre hace referencia a “la manipulación del padre”, forma de ejercicio de poder por parte de este hombre, que la descalifica y amenaza (decirle que estaba “loca”, intentar “sacarle a los chicos”). Ante la posibilidad de reconocer lo que está viendo, frente a lo innombrable y doloroso de lo sucedido, operaría en la madre el mecanismo de desmentida. Defensa signada por una sensación de irrealidad que este mecanismo provoca y que es reforzado por el perpetrador con su descalificación.

La mamá de Eze relata que había visto al padre tocarle la cola a su hijo, darle besos en el cuello como un chupón, sentarlo sobre sus genitales y querer que el niño se moviera; y expresa: “yo lo he filmado pero no lo veía…”. En ese no ver, podría pensarse en que estaría en juego la invisibilidad, la negación y la desmentida.

Cohen Imach (2017) habla de “el doble ciego”. Afirma que todo abuso sexual implica un otro parental doble ciego: “no sólo hay cosas que este otro no percibe, sino que ‘no ve que no ve” (p. 70).

La madre se formula la pregunta de si su hijo es autista o si sufrió una situación de abuso. Será a partir de la consulta a un tercero con autoridad y supuesto saber (el neurólogo/pediatra/psicóloga), que ella comienza a dar crédito a sus propias percepciones. En el material de Eze, resulta significativo cómo a partir de las consultas que la madre hace a otros profesionales, logra avanzar paso a paso en sus intentos de la protección del niño: después de la entrevista con la psicóloga tratante y dos entrevistas del niño, hace la denuncia en la Comisaría de la Mujer.

A partir del proceso terapéutico que se inicia con el niño, la madre empieza a hablar de su implicación. Puede contar en el jardín y expresar sus sentimientos de vergüenza y culpa. En una nueva entrevista con la madre, comienza a expresar sus preocupaciones con respecto al niño, la falta de límites y que Eze no registra el peligro. En esa entrevista habla de la familia paterna de Eze, “es una familia sin límites” sostiene.

La terapeuta describe a la madre de Eze como muy consternada. Por momentos le transmitía la sensación de estar disociada al relatar ciertas cuestiones. La operatoria del mecanismo de disociación buscaría evitar la angustia

A modo de conclusión

A partir del análisis de los casos que forman parte de la muestra, identificamos como mecanismos defensivos predominantes en madres/padres la desmentida, la renegación, la escisión y la identificación con el agresor. Asimismo se encuentran presentes en el psiquismo parental el silenciamiento y la escotomización.

Todos estos mecanismos defensivos provocan dificultades en el registro por parte de las figuras parentales del abuso sufrido por sus hijos/as, obstruyendo su visibilización, ya que mantienen apartadas las experiencias traumáticas atravesadas por ellos mismos en su infancia o adolescencia.

La consternación y la desorganización psíquica en madres/padres emergen como reacciones ocasionadas a raíz del develamiento del abuso o agresión[2] sexual hacia su hijo/a. Dicho develamiento podrá generar la evocación de situaciones de agresión sexual padecidos por los/as propios/as padres/madres. En primera instancia surgen la angustia, el llanto, así como sentimientos de culpa y vergüenza. En alguno de los materiales clínicos (como el de Mari) se produce luego una retracción por parte de la madre a fin de evitar conectarse con las vivencias traumáticas fruto de la violación de la que fue objeto en su adolescencia.

Cuando trabajamos con niñas, niños o adolescentes abusados y sus familias, la interrupción brusca o las dificultades para sostener el tratamiento de hijas o hijos muchas veces está dada por estas cuestiones que se juegan en las transferencias con madres o padres. A partir del develamiento de abuso sexual de alguna o alguno de sus hijos.

Este develamiento actualiza situaciones padecidas en la infancia y mantenidas en secreto, disociadas, renegadas o escindidas en su psiquismo como mecanismos defensivos para sobrevivir a lo traumático del abuso y que se ven sacudidos, quebrados por lo que irrumpe en ellos de lo traumático no elaborado.

Tal como lo afirma Ferenczi (1933), hay un agravamiento del sufrimiento y un doble shock cuando a la situación traumática le sigue la negación de los padres. Sin nadie a quien recurrir, sin respuesta a sus preguntas o amenazado, el mundo se vuelve insoportable y el yo se retrae de la realidad. Insistiendo en esta línea, y en referencia al mecanismo de la desmentida, Ortalli (2015) subraya que es imprescindible que el adulto pueda responsabilizarse, ya que el/la niño/a necesita de otro que lo ayude a esclarecer lo sucedido. Cuando se produce la búsqueda de saber por parte del adulto, esta va acompañada por el temor a una posible develación de la cual esos adultos no quisieron anoticiarse.

Compartimos con Tisseron (1990) la distinción del secreto de lo no dicho, de lo indecible y lo irrepresentable. Los secretos conciernen a la muerte, la filiación y la vergüenza, se entremezclan cuestiones colectivas y privadas. Tisseron se refiere a los acontecimientos impensables, más allá de los secretos indecibles, que se presentan como traza sensorio-motriz y corresponden a los terrores sin nombre de la infancia siendo despertados por acontecimientos de la edad adulta. La cripta según este autor en el seno del Yo, resulta de la pérdida de un objeto narcisísticamente indispensable que no puede aceptarse a causa de un secreto compartido con él. Se trata de un secreto que avergüenza al portador porque se refiere a una conducta indecorosa que atañe al objeto de amor perdido.

Para concluir, consideramos que es imposible acompañar y sostener los tratamientos psicoterapéuticos de niñas, niños o adolescentes que han padecido abusos y agresiones sexuales, sin contemplar y trabajar con lo renegado, escindido, disociado, fragmentado del psiquismo de los progenitores o cuidadores respecto a abusos o violencias sexuales, vivencias traumáticas que se visibilizan a partir de la develación de abuso sexual en los hijos o hijas.

En algunos casos, se consulta por un niño/a o adolescente pero el trabajo psicoterapéutico puede devenir en una primera oportunidad de metabolización y elaboración para madres o padres que también padecieron violencias o abusos en sus infancias y quedaron invisibilizados durante años por encontrarse en fragmentos escindidos del psiquismo. Frente al develamiento del abuso sexual sufrido por sus hijos/as, que irrumpe como algo externo, sorpresivo y disruptivo, se presenta la oportunidad de alojar a ese niño, niña, o adolescente, así como también a esa madre/padre por parte del o la profesional para que algo de lo escindido, silenciado y repetitivo pueda comenzar a ligarse y enlazarse, generando nuevas inscripciones.

La posibilidad de rastrear situaciones de abuso o violencia sexual en lo intergeneracional posibilita trabajar con los adultos cuidadores sin culpabilizarlos, logrando que puedan ligar los aspectos escindidos, no ligados ni reprimidos y de esa manera reconozcan la agresión sexual padecida por sus hijas o hijos y colaboren en la elaboración de lo traumatogénico, pudiendo sostener el tratamiento psicoterapéutico, apostando a preservar por tanto, a las próximas generaciones.

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