Psicoanálisis
Recepción: 20 Agosto 2020
Aprobación: 20 Octubre 2020
Resumen:
Este trabajo presenta las transformaciones sobrevenidas en la elaboración lacaniana sobre la interpretación. Distinguimos allí cuatro períodos, delimitando las innovaciones que cada uno aporta. Pero al mismo tiempo señalamos, más allá de esos cambios, aquello que resulta permanente, que les subyace y los sostiene.
Resulta manifiesto así un hilo conductor consistente en una tensión interna intrínseca a la función de la interpretación, que pone algo en su mira (el ser, una verdad, el falo, el objeto ., el goce del sentido), pero a su través apunta a un más allá: un agujero fundamental en la estructura, el cual resulta velado por aquello que lo recubre. En esta tensión interna, la interpretación apunta siempre a un agujero estructural, aunque lo alcance sólo por medio de aquello que lo vela y constituye su renegación. Pero esto no conforma una interpretación impotente cuya meta resultaría inalcanzable, sino que conduce a precipitar una imposibilidad.
Palabras clave: Interpretación, Goce, Sentido, Agujero.
Abstract:
This paper presents the sudden changes in the Lacanian elaboration on interpretation. We distinguish four periods, delimiting the innovations that each one contributes. But at the same time we point out, beyond these changes, what is permanent, that underlies and sustains them.
Thus, a common thread consisting of an internal tension intrinsic to the function of interpretation is revealed, which puts something in its sights (being, a truth, the phallus, the object a, the enjoyment of meaning), but points a further: a hole in the structure, which is veiled by what covers it. In this internal tension, the interpretation always points to a structural hole, although it reaches it only through what veils it and constitutes its denial. But this does not constitute an impotent interpretation whose goal would be unattainable, but rather leads to the precipitation of an impossibility.
Keywords: Interpretation, Satisfaction [Jouissance], Sense, Hole.
Este trabajo tuvo su origen en una de las tareas abordadas por un proyecto de investigación cuyo objetivo general consistía en explorar las particularidades de la concepción de la interpretación en el último tramo de la enseñanza de J. Lacan (1971-1981). Esta tarea reclamaba, a su vez, reconocer las modalidades que asume la interpretación en los períodos anteriores de esa enseñanza, para captar y entender mejor sus últimas transformaciones. Surgió así la perspectiva de presentar de una manera resumida las transformaciones en la red conceptual con que Lacan fue elaborando la cuestión de la interpretación a lo largo de su enseñanza, destacando en este itinerario no sólo las innovaciones en esa elaboración sino, sobre todo, aquello que más allá de estos cambios se mantiene como una perspectiva permanente en la trama que subyace a los mismos y que los sostiene.
Al considerar los principales trabajos ya publicados sobre nuestro tema, nos detuvimos especialmente en los de dos eminentes discípulos y transmisores de la enseñanza de Lacan, Colette Soler (1995, 1996, 1998) y Jacques-Alain Miller (1995-96), quienes, a pesar de sus destacadas diferencias, coinciden en distinguir dos grandes modalidades de la interpretación en aquellos períodos anteriores al del último tramo: una primera, centrada en el desciframiento significante (años ‘50); y una segunda, que apunta al objeto a (años ‘60, aunque su formulación se sistematice con retraso en el escrito El Atolondradicho, de 1972). Como más propia del último período, ambos señalan una tercera modalidad, que permanece menos esclarecida, y que se vincula con la escritura poética, con la resonancia entre el sonido y el sentido, y con un efecto de agujero en el sentido (Soler, 2010; Miller 2006-07). En esta perspectiva, se destacan los contrastes entre las que ellos consideran las dos primeras modalidades de la interpretación y esta tercera y última, hasta el punto de proponerlas como contrapuestas (por ejemplo, cf. Miller 2006-07, p.12).
Por nuestra parte, hemos ordenado la diacronía de esta elaboración con una perspectiva algo diferente, para poner de manifiesto la continuidad de cierto hilo conductor fundamental que consiste en una permanente tensión interna intrínseca a la función de la interpretación.
La intersubjetividad de la palabra
En primer lugar, conviene reconocer la importancia de una etapa primera, anterior a las mencionadas, vigente durante los dos primeros seminarios de Lacan. La interpretación es entendida allí como una palabra plena, verdadera, intersubjetiva, que cumple una función creadora del propio ser del sujeto. Por ejemplo, en referencia al Seminario 1 “Los escritos técnicos de Freud”:
“Me piden que rinda cuentas de lo que enseño […]. Les enseño el sentido y la función de la acción de la palabra, en tanto ella es el elemento de la interpretación. Ella es el médium fundador de la relación intersubjetiva y retroactivamente modifica a ambos sujetos. Es la palabra la que, literalmente, crea lo que los instaura en esa dimensión del ser que intento hacerles percibir.” (p.399.)
O bien, en el Seminario 2 “El yo en la teoría de Freud y en la técnica del psicoanálisis”:
“Al nombrarlo, el sujeto crea, hace surgir, una nueva presencia en el mundo. Introduce la presencia como tal, y, al mismo tiempo, cava la ausencia como tal. Únicamente en este nivel es concebible la acción de la interpretación.” (p.342.)
Se trata de ese tiempo primerísimo, fundante de la enseñanza de Lacan, que él mismo calificará después como cierto exceso de entusiasmo (Lacan 1966, p.219). Una etapa donde todos sus conceptos fundamentales (sujeto, inconsciente, síntoma, Otro, transferencia, interpretación, etc.) se definen más por la estructura de la palabra (intersubjetiva) que por la del significante.
Esta interpretación entusiasta apunta entonces a decir y realizar el ser del sujeto en el acto de la palabra plena. Pero significativamente, ya desde ese principio, Lacan ubica la imposibilidad involucrada: “La palabra puede expresar el ser del sujeto, pero, hasta cierto punto, nunca lo logra.” (Lacan 1953-54, p.167) De hecho, el propio término del ser, tan problemático -como reconoce el mismo Lacan-, en definitiva no viene a señalar más que un agujero a nivel de los conceptos lacanianos, que sólo puede recubrirse en este momento por una suerte de remisión circular a la acción de la palabra. Si la función de la palabra se define como una “realización del ser” (id, 394), por su parte, “por ser del sujeto, no nos referimos […] sino a lo que se abre paso en la experiencia de la palabra” (id, p.336). Por eso, ya desde el principio, en el corazón de ese ser al que apunta la interpretación, se trata de un agujero, como destacará Lacan. Y acaso el aspecto más fundamental de esa función interpretativa de decir el ser radique en situar y decantar la imposibilidad de decirlo. Porque es preciso realizar la operación de decirlo para decantar la imposibilidad de hacerlo.
“La palabra […] cava en lo real el agujero, la hiancia del ser en cuanto tal. Apenas intentamos aprehender la noción de ser, ésta se revela tan intangible como la palabra.” (id, p.334 -la negrita es nuestra.)
“Porque las palabras […] introducen un agujero […]. Ese agujero en lo real se llama, según el modo de abordarlo, el ser o la nada.” (id, p.393 -negritas nuestras)
Ubicamos así desde el principio esta tensión interna intrínseca a la función de la interpretación. Ella debe y necesita poner algo en su mira (el ser, una verdad), pero a través de ello apunta a un agujero fundamental en la estructura que más bien resulta velado por todo lo que se le atribuya, o aquello con que se lo nombre, porque en definitiva resulta como tal imposible de decir.
“El deseo es una relación de ser a falta […] falta de ser por la cual el ser existe. Esta falta está más allá de todo lo que puede presentarla. Sólo es presentada como reflejo sobre un velo.” (Lacan 1954-55, p.334)
Se alcanza de algún modo ese agujero por la vía de recortar lo que se encuentra en su lugar, pero que al mismo tiempo se distingue de él, y la interpretación produce y decanta en acto algo de esa distinción. Lo cual introduce ya desde el comienzo una relación paradójica de la interpretación con el sentido:
“Hay un punto donde el sentido emerge y es creado. Pero precisamente en ese punto, el hombre muy bien puede sentir que el sentido, al mismo tiempo, está aniquilado […]” (Lacan 1953-54, p.408).
De la palabra al lenguaje
Esta elaboración se continuará en la etapa siguiente acompañando y formando parte del primero y quizá el más grande movimiento de la enseñanza de Lacan, que consiste en su pasaje de la palabra al lenguaje. Se inicia de esta manera otra formalización de aquel agujero estructural, de aquella imposibilidad de decir el ser, por la vía del nuevo axioma de esa enseñanza: el inconsciente estructurado como un lenguaje, que toma el relevo de un axioma anterior: el de la intersubjetividad de la palabra. La demanda se instaura en la medida en que la necesidad puede ser formulada por una cadena significante; el deseo se definirá como lo imposible de reducir a una demanda. El ser y su falta (agujero) de la etapa anterior se retoman formalizados en los términos de la dialéctica de la demanda y el deseo.
Esto organiza los desarrollos que los autores mencionados precedentemente consideran la “primera” teoría de la interpretación (que como se ve, para nosotros es ya segunda), plasmada ésta en La dirección de la cura…. Ahora, más formalmente que antes, la mira de la interpretación es el deseo: “el deseo no se capta […] sino en la interpretación” (Lacan 1958, p.603); pero lo importante es reconocer aquí proseguida aquella misma tensión estructural de la etapa anterior: acertar el deseo consiste en definitiva en asumir la imposibilidad de hacerlo, de acertarlo. La interpretación se concentra en el falo en la medida en que “Ser el falo […]. ¿No es ésta la identificación última con el significante del deseo?” (id, p.607)
Retengamos la forma interrogativa, la cual nos permite responder de manera dialéctica: “La función de este significante […] en la búsqueda del deseo es ciertamente […] la clave de lo que hay que saber para terminar los análisis” (id, p.610) ¿Pero qué es lo que hay que saber?: ¿es el falo el significante del deseo? Lo que hay que saber es más bien que no hay identificación última con el significante del deseo… porque no hay significante del deseo. Y el falo sólo puede parecer serlo en la medida en que ocupa el “lugar donde se produce la falta de significante” (Lacan 1960-61, p.270). Reencontramos así un agujero y lo que viene a ocupar su lugar. Lacan lo ilustra de una manera ejemplar con la interpretación acerca de la amante de su paciente, quien sueña que tiene un pene, lo cual no le impide desearlo. “[…] es mostrando ese signo como tal, haciéndolo aparecer allí donde no puede estar, como toma su efecto.” (id., 613) Porque en definitiva, se diga lo que se diga del falo, como el deseo mismo, apunta a una falta, y es signo de una latencia.
“El falo es el significante privilegiado de esa marca en que la parte del logos se une al advenimiento del deseo. […].
Todas estas expresiones no hacen sino seguir velando el hecho de que no puede desempeñar su papel sino velado, es decir como signo él mismo de la latencia de que adolece todo significable […]”.
“[…] el sujeto sólo designa su ser poniendo una barra en todo lo que significa [...]”, pues “[…] lo que está vivo de ese ser en lo urverdrängt encuentra su significante por recibir la marca de la Verdrängung del falo [...]” (Lacan 1958b, p.672).
Si en el neurótico la fantasía inconsciente de ser el falo sostiene el deseo, pero al mismo tiempo lo detiene, lo congela, lo impide, lo traba, es porque el significante fálico, al asumir la función de significante del deseo, al mismo tiempo lo falsea, lo entrampa. Que el falo sea el significante del deseo (es decir, el significante que nombraría un ser para el sujeto en el lugar del Otro), es la trampa en la que ha quedado detenido el neurótico. Se la pasará demandando inconscientemente ese falo como se demanda un goce, hasta que la operación analítica destituya -podríamos decir así- al falo de ese lugar, y al sujeto de esa identificación. Es más bien esto lo que hay que saber sobre su función “en la búsqueda del deseo” para poder terminar un análisis. En caso contrario, se encallará siempre en la protesta masculina o en la envidia del pene.
El deseo no depende del falo, sino de una falta en ser introducida mucho antes, en un nivel más elemental:
“se manifiesta en el intervalo que cava la demanda más acá de ella misma, en la medida en que el sujeto, al articular la cadena significante, trae a la luz la carencia de ser con el llamado a recibir el complemento del Otro […]” (Lacan 1958a, p.607, subrayado nuestro).
La interpretación pone en la mira el falo como significante inconsciente del deseo (es decir, del ser)… pero apunta sobre todo -decíamos- a su destitución de ese lugar y a la correlativa carencia de ser que le subyace. Por esto mismo:
“¿A qué silencio debe obligarse ahora el analista para sacar por encima de ese pantano el dedo levantado del San Juan de Leonardo, para que la interpretación recobre el horizonte deshabitado del ser donde debe desplegarse su virtud alusiva?” (id., p.621 subrayado nuestro)
Volvemos a reconocer así la función de una falta o agujero, cavado en lo real por el mero efecto de la introducción del significante, y a distinguirlo de aquello que viene a pretender adueñarse de ese agujero, el significante fálico, redoblándolo simbólicamente por la vía de la metáfora paterna. La interpretación es más “alusiva” que metafórica, porque apunta a la estructura radicalmente metonímica del deseo: metonimia de la falta en ser introducida por el significante como tal (Lacan 1957).
La relación de este agujero estructural con el campo del sentido se mantiene paradójica: Freud interrogó -afirma Lacan- “a la vida sobre su sentido, y no para decir que no lo tiene, manera cómoda de lavarse las manos, sino que no tiene más que uno, en el cual el deseo es llevado por la muerte” (Lacan 1958a, p.622). El deseo no es llevado por el falo: su causa genuina es la muerte, la falta, el agujero que el significante como tal introduce en lo real.
El rasgo unario y el objeto a
La etapa siguiente respecto de la concepción de la interpretación (años ‘60) se determina por otro movimiento fundamental de la enseñanza de Lacan, precipitado en torno del Seminario 9 “La identificación”: la implosión de su concepción de la cadena significante sobre el rasgo unario y la correlativa producción del objeto a, definido como resto del advenimiento del sujeto en el campo del significante. Este objeto a se convierte en una suerte de relevo conceptual del falo, y recaerá ahora sobre él la tensión intrínseca de la interpretación.
La identificación del sujeto con este objeto en el fantasma es lo que ahora viene a darle un falso ser y a funcionar como soporte inconsciente del deseo… pero al mismo tiempo y por eso mismo, retiene al deseo en una trampa, coagulado. La interpretación tiene por mira este objeto con el que el sujeto se identifica en el fantasma… pero porque apunta a “la caída de ese objeto, reveladora de lo que aísla […] como causa del deseo” (Lacan 1966, p.4).
Una vez más resulta crucial distinguir entre el agujero como tal en la estructura y aquello que viene a situarse en él, que permite localizarlo, pero que al mismo tiempo lo vela o lo falsea. Los objetos a -lo mismo que el falo, en definitiva- son por sí mismos más asunto de goce que de deseo. Toman prestada del agujero que redoblan, la función de causa del deseo que en realidad no les es propia.
“Es por lo tanto del vacío que los centra de donde estos objetos toman prestada la función de causa que cumplen para el deseo” (Lacan 1966-67b, p.344).
La interpretación tendrá por mira estos objetos, pero apunta, a través de ellos, a un más allá, a la causa del deseo, que no debe confundirse con esos objetos.
El goce en el aparato significante
Situar de este modo las formulaciones anteriores sobre la interpretación, nos permite percibir mejor la continuidad con los planteos del período que nos incumbe más directamente, y a partir de ello analizar mejor las diferencias.
Tal como se indicó en la propuesta que formulamos inicialmente para el proyecto de investigación mencionado al comienzo de este trabajo, las innovaciones conceptuales propias del último período de la enseñanza de Lacan fueron reseñadas en una trama conceptual que abarca, entre otros, los conceptos del Uno, lalengua y el lenguaje, el inconsciente real, el síntoma-goce y el sinthome, la relación sexual que no hay, la palabra y el escrito, los afectos epistémicos y engañosos (Mazzuca y otros, 2016). A partir de estas innovaciones, se abre la pregunta sobre el modo en que ellas repercuten sobre las concepciones anteriores de la interpretación.
Resultaba esperable que el relevo del axioma “hay lenguaje” por el de “hay Uno” –según la propuesta formulada por Jacques-Alain Miller (2006-07)–, al que se agrega la serie de innovaciones que lo acompañan, tendiese a destacar y poner aún más en primer plano el aspecto de goce involucrado en la interpretación. La exploración de las referencias de Lacan a la interpretación en el período que nos interesa confirma esta presunción, y nos permite tanto situar la modalidad de la interpretación que le es propia en una continuidad con el hilo anterior como, al mismo tiempo, ubicar novedades.
Se bosqueja así una suerte de continuidad progresiva a través de las diferentes etapas, donde el aspecto de goce involucrado en la mira de la interpretación resulta cada vez más claro. Permanecía más bien relegado detrás del concepto del falo, a pesar de que en realidad se trata en primer lugar de eso: del órgano del goce sexual por excelencia (lo cual como siempre resulta más claro en Freud que en el primer Lacan); se vuelve un poco más evidente con la interpretación dirigida hacia el objeto a del fantasma, aunque aún subsiste cierta superposición entre el vacío del deseo y el objeto de goce que lo ocupa y que le permite a Lacan afirmar todavía en El atolondradicho que la interpretación “atañe a la causa del deseo” [p.498]); finalmente se vuelve del todo patente en este último período. Uno de los rasgos más insistentes de Lacan en esta etapa final es que
“no existe interpretación analítica que no consista en dar a cualquier proposición que encontramos su relación con un goce”. (Lacan 1971-72, p.71-72).
Pero en este mismo punto que prolonga y profundiza la trayectoria anterior, localizamos la variación propia del período final: porque este goce será concebido de aquí en adelante por Lacan como perteneciendo también íntimamente al campo del sentido, lo cual constituye un acento nuevo: “la interpretación […] su único sentido es el goce” (Lacan 1973-74, 20-11-73); o bien, el “objeto de la respuesta del analista a lo que el analizante expone” es un sentido gozado: “j’ouïs-sens” (Lacan 1975-76, p.70).
Es cierto que se podría entender que ya en la etapa anterior el fantasma consistía también en un sentido gozado; pero allí el sentido provenía de una frase significante, mientras que el goce era aportado por el objeto a en coalescencia con ella. El goce estaba concebido en la etapa anterior como heterogéneo al campo del significante, en posición de resto. Ahora, en cambio, encontramos esta vertiente del goce que pertenece intrínsecamente al campo del sentido. Esto hace vacilar la oposición que regía hasta ese momento entre el goce y el saber, lo cual constituye una cuestión pendiente de elucidación que retomaremos más adelante. Por ahora señalemos que este sentido gozado toma entonces el relevo del objeto a, que a su vez había relevado al falo. La interpretación no apunta ya (o no apunta sólo) a recortar el objeto del fantasma, sino a situar el goce propio del sentido.
Por su parte, la tensión interna que venimos situando a lo largo de este recorrido continuará siendo esencial a la interpretación. Por eso ella apunta a delimitar un sentido gozado, sí, pero también seguirá apuntando siempre, a su través y más allá, a un agujero esencial a la estructura. Este agujero, al igual que en la década del ’50, es efecto del significante en lo real. Lacan señala que se trata de dos agujeros pero relacionados: lo simbólico mismo está agujerado, y “a partir de esta función de agujero, el lenguaje opera su captura de lo real” [id, p.32].) Es el agujero del “enigma” de la inexistencia de la relación sexual (Lacan 1974-75).
Sentido gozado y agujero real aparecen en principio como opuestos:
“[…] lo real se funda en la medida en que no tiene sentido, que excluye el sentido, o, más exactamente, que se decanta por estar excluido de él” [Lacan 1975-76, p.63]).
Se presenta entonces una oposición, incluso una disyunción, entre lo real del inconsciente y el sentido. Y la interpretación analítica debería inspirarse en la poesía, especialmente en la escritura poética china, para alcanzar ese agujero más allá del sentido.
“El sentido, eso tapona.” Pero “[…] un psicoanalista puede hacer sonar otra cosa que el sentido”.
“Con la ayuda de lo que se llama la escritura poética, ustedes pueden tener la dimensión de lo que podría ser la interpretación analítica” (Lacan 1976-77, 19-04-77).
“La poesía […] es efecto de sentido, pero también efecto de agujero. No hay más que la poesía, se los he dicho, que permita la interpretación.” (id, 17-5-77)
En ocasiones se ha planteado que Lacan postula una disyunción entre inconsciente e interpretación. Pero hay que tener en cuenta que Lacan no utiliza los términos siempre del mismo modo, o que no explicita siempre su alcance parcial o diferencial.
Ocurre, sí, que a veces usa el término “interpretación” para referirse meramente a esa cara de la interpretación que concierne al sentido gozado. Tal es así que, en ese punto, maneja sentido e interpretación como si fueran equivalentes. Afirma entonces:
“Cuando […] el espacio de un lapsus ya no tiene ningún alcance de sentido (o interpretación), solo entonces uno está seguro de estar en el inconsciente.” (Lacan 1977, p.599)
Deducir de allí, de manera directa, una disyunción entre lo real del inconsciente y la interpretación, es dejar de lado que Lacan postula también aquella otra dimensión de la interpretación analítica, la que busca hacer sonar otra cosa que el sentido por la vía del agujero.
A su vez, otro embrollo de términos se establece a raíz de que Lacan se permite también distintos usos del término sentido. Como resultado, si bien afirma que lo real “excluye el sentido” (cuando lo emplea en el aspecto que comentamos hasta aquí), por otra parte hay un “efecto de sentido exigible al discurso analítico” que “es preciso que sea real” (Lacan 1974-75, 11-2-75). Más que entenderlo como una contradicción, parece razonable reconocer que se trata de distintos aspectos del sentido.
Y “la interpretación analítica implica completamente una báscula en el alcance de este efecto de sentido” […].
“Si podemos hacer que lo imaginario ex-sista, es que se trata de otro real. Yo digo que el efecto de sentido ex-siste y que en esto él es real.” (Ibid.)
En definitiva, lo que ocurre es que la tensión interna inherente a la interpretación, que venimos situando desde el principio, termina por retornar al campo mismo del sentido. La relación paradójica del agujero estructural con el sentido, que habíamos situado ya en el comienzo de la enseñanza de Lacan, se retoma ahora pero desembocando en esta aparente contradicción. A fin de cuentas, ¿cómo entiende Lacan el sentido en este período? ¿Y cómo fue que llegó a esta perspectiva según la cual el goce, que consideraba como resto excluido de la articulación significante del lenguaje, reaparece en ese mismo plano de la articulación significante bajo la forma del sentido? Ésta es la cuestión que dejamos planteada para un futuro trabajo y su continuidad con un ulterior proyecto de investigación.
Síntesis y conclusiones
El propósito de este trabajo es presentar de una manera resumida las transformaciones en la red conceptual con que Lacan fue elaborando la cuestión de la interpretación a lo largo de su enseñanza. Para ello hemos ordenado la diacronía de esa elaboración distinguiendo en su transcurso cuatro períodos, y delimitando para cada uno de ellos las innovaciones que aporta en la concepción de la interpretación. Pero sobre todo, nuestro trabajo intenta destacar en el itinerario de esa elaboración aquello que, más allá de los cambios que se introducen en su recorrido, se mantiene como una perspectiva permanente en la trama que subyace a los mismos y que los sostiene.
Desde esta perspectiva, el trabajo se propone poner de manifiesto la continuidad de cierto hilo conductor fundamental que consiste en una permanente tensión interna intrínseca a la función de la interpretación. La interpretación debe y necesita poner algo en su mira (el ser, una verdad, el falo, el objeto a, el goce del sentido), pero a través de ello apunta a un más allá, a un agujero fundamental en la estructura, el cual resulta velado por aquello que lo recubre. De diferentes maneras en cada uno de los cuatro momentos distinguidos, en todos ellos ocurre que aquello a lo que la interpretación debe apuntar se presenta simultáneamente como una falsa meta, en el sentido de constituir un sustituto, un tapón, que vela y ocupa el lugar de un agujero en lo real del ser hablante. No se trata sin embargo de una interpretación impotente cuya meta le resultaría inalcanzable, sino de la dirección que conduce a precipitar una imposibilidad.
De esta manera, si la palabra plena debe apuntar a decir el ser del sujeto, lo decisivo no es que lo logre, sino que es preciso que la interpretación realice la operación de decirlo para decantar la imposibilidad de alcanzarlo, porque en el corazón de ese ser al que apunta la interpretación no se trata sino de un agujero.
Del mismo modo, cuando la interpretación tiene en la mira el falo como significante inconsciente del deseo, apunta sobre todo a su destitución de ese lugar y a la correlativa carencia de ser que le subyace.
Así también, si la interpretación tiene por mira el objeto con el que el sujeto se identifica en el fantasma, es porque apunta a la caída de ese objeto, reveladora de la función de causa del deseo, función que no le es propia sino que proviene del vacío que recubre. Una vez más resulta crucial distinguir entre el agujero como tal en la estructura y aquello que viene a situarse en él, que permite localizarlo, pero que al mismo tiempo lo vela o lo falsea.
Y cuando la interpretación analítica debe inspirarse en la poesía, es porque apunta a delimitar un sentido gozado, sí, pero también seguirá apuntando siempre, a su través y más allá de él, a un agujero esencial a la estructura.
Concluimos entonces que la tensión interna que venimos situando resulta siempre esencial a la interpretación, en cualquiera de los momentos en que Lacan la aborda. Pero este recorrido nos permite reconocer otro registro que también establece, a su manera, una continuidad a lo largo de la elaboración lacaniana de las diferentes modalidades de la interpretación. La última de estas modalidades, al quedar concentrada de manera más explícita sobre el goce, pone de manifiesto otro hilo conductor: se bosqueja así una suerte de continuidad progresiva a través de las diferentes etapas, donde el aspecto de goce involucrado en la mira de la interpretación, que se anticipaba tal vez en aquél entusiasmo inicial a propósito de la palabra plena, resulta cada vez más manifiesto.
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