Psicología del Desarrollo
Recepción: 22 Agosto 2020
Aprobación: 20 Octubre 2022
Resumen:
La violencia parental es una cuestión que interpela a los psicoanalistas, especialmente a los que trabajan con niños. Una delgada línea separa al maltrato de las lesiones no intencionales. El presente escrito aborda este tópico desde el marco teórico de la Escuela Inglesa de Psicoanálisis.
A partir de una investigación empírica con niños accidentados, se propone indagar sobre la relación entre maltrato, accidente y suicidio. El caso de una niña de 5 años, consultante a un servicio asistencial dependiente de una Universidad Pública, permite ejemplificar esta relación. Este accidente exhibe su doble cara: por un lado, muestra su aspecto mortífero, por otro, es un pedido de ayuda que da lugar a un abordaje interdisciplinario.
Las investigaciones empíricas sobre accidentes infantiles en el área del psicoanálisis necesitan continuar desarrollándose, en pos de profundizar sobre esta particular modalidad de expresión de lazos hostiles inconscientes que necesitan ser adecuadamente identificados y tratados.
Palabras clave: Niños, Psicoanálisis, Lesiones no intencionales, Maltrato.
Abstract:
Parental violence is a subject that calls the attention of psychoanalysts, especially of those who work with children. A thin line separates mistreatment from unintended injuries. This paper approaches this topic from the theoretical frame of the “English School of Psychoanalysis”.
Grounded on an empirical research from injured children, the objective is to inquire about the relation between mistreatment, accident and suicide. The case of a 5-year-old child, who was consulting at an assistance service, dependent from a Public University allows us to exemplify the relation. The injury that the child suffered exhibits its double-sided features. On one hand, it shows its lethal side. On the other, it becomes a request for help that leads to an interdisciplinary approach.
Empirical research about infant accidents within the psychoanalytical field needs further development, in order to deepen on this particular way of expression of hostile unconscious bonds which are to be properly identified and treated.
Keywords: Children, Psychoanalysis, Unintended injuries, Mistreatment.
Introducción: sobre la destructividad y sus efectos en la infancia
Entonces, se hace referencia a distintas formas de violencia sobre los niños y sus consecuencia
La destructividad dirigida a los niños se revela como una problemática de enorme actualidad que necesita ser abordada en contextos interdisciplinarios. El psicoanálisis teoriza sobre el alcance de lo destructivo en sus distintas manifestaciones. Freud hace referencia a las “pulsiones de agresión, cuya meta es la destrucción” (1933a, 75). El autor explora sus efectos, no solo en el psiquismo individual sino que, además, formula consideraciones sociológicas, entre ellas las explicitadas en “El porvenir de una ilusión (1927) y en “El malestar en la cultura” (1930), abarcando el fenómeno de la guerra (Freud, 1933b). Entonces, no solo la sexualidad, sino también el estudio de la agresión y sus destinos configuran un tema relevante para el psicoanálisis.
Siguiendo los lineamientos freudianos y realizando aportes originales, los autores de la Escuela Inglesa se abocan a analizar la naturaleza de los impulsos destructivos, especialmente la gravitación de la pulsión de muerte y sus efectos desorganizadores.
La negligencia parental -entendida como maltrato velado-, y aquél que se exhibe de modo manifiesto, son algunas de las formas actuales de su expresión. Cuando estas impregnan los vínculos paterno-filiales generan un avasallamiento de la infancia, quedando los pequeños a merced de adultos que, lejos de cumplir funciones de sostén y protección, descargan un sadismo extremo sobre ellos.
Arnaldo Rascovsky (1969) acuñó con el término “filicidio” aquellos comportamientos destructivos de los padres hacia su descendencia. Ya no solo los niños, bajo el imperio de sus impulsos edípicos, dirigen mociones pulsionales, deseos y fantasías sexuales y hostiles a sus progenitores, ahora ellos hacen lo propio con sus vástagos.
Este olvidado concepto reviste una enorme actualidad. En los medios de comunicación abundan referencias a situaciones donde la crueldad tiene a los niños como destinatarios.
La violencia parental, desregulada de todo marco social ordenador de vínculos, es una cuestión que, por sus graves consecuencias, interpela a los psicoanalistas, especialmente a los que trabajan con población infantil. Se hacen cada vez más necesarias lecturas interdisciplinarias que otorguen herramientas teórico clínicas a los actores intervinientes en el campo de la salud mental y la educación (Freidin y Porta, 2018).
El maltrato se manifiesta notoriamente en el abuso sexual infantil (ASI). Ricardo Rodulfo (2018), tomando la figura de la apropiación de niños en la última dictadura militar en la Argentina, prefiere nominarlo como otra forma de apropiación ejercida en las áreas del cuerpo y de la sexualidad.
Sobre la misma cuestión, señalan otros investigadores (Franco et al, 2013) que en los casos de ASI operan en las víctimas, por la intensidad de los traumas experimentados, procesos de desmantelamiento psíquico. Describen apatía, aturdimiento y falta de conciencia, con predominio de la negación, existiendo el riesgo de un arrasamiento de la actividad representacional. En ocasiones, falta el registro de lo traumático, siendo lo ocurrido imposible de ser simbolizado.
Otra forma de expresión de negligencia y maltrato, que se desarrolla con especificidad en el presente escrito, se asocia a las lesiones no intencionales infantiles. Estas no pueden ser naturalizadas. Su repetición muestra signos de una agresión mal tramitada que irrumpe de un modo velado.
En una investigación realizada con niños y sus padres, pertenecientes a una población que atraviesa situaciones de vulnerabilidad psicosocial, se observó que las lesiones no intencionales se acompañaban de situaciones familiares complejas: duelos no elaborados, violencia y problemas paternos con la legalidad. Pudo también apreciarse que los accidentes infantiles, en ocasiones, aparecen junto a otras formas de maltrato, configuran una serie con ellos, como lo manifiesta el estudio de casos (Freidin y Calzetta, 2016).
Otro aspecto, que resulta frecuentemente observado, es el que señala Gomel (2015), al referirse a intentos de suicidio o suicidios consumados en niños, que son nominados como “accidentes”, en un contexto de desmentida o negación, y que así quedan inscriptos en la trama familiar y en la transmisión intergeneracional, con el fin de no reconocer el dolor de lo sucedido.
También en las guardias hospitalarias, al enfrentarse con adultos que disfrazan como accidentes la violencia infligida a los niños, los médicos se ven llevados a hacer intervenir al sector judicial, dado que se trata de actos delictivos.
Los aspectos mencionados ponen de manifiesto la vulnerabilidad de los hijos frente a sus padres, cuando se encuentran abarcados por lazos familiares donde predomina la agresión. Esta vulnerabilidad adquiere diferentes presentaciones en la infancia: algunos niños se muestran atemorizados e inhibidos, o por el contario, muestran comportamientos violentos con pares y adultos por la operación del mecanismo de identificación con el agresor.
Sin embargo, a pesar de que pueden hacerse presentes en asociación con otras manifestaciones, los accidentes infantiles, sobre todo cuando se reiteran, poseen una entidad que les es propia. Ocurren aunque no se los reconozca. Generan en los adultos a cargo, de modo similar a lo que se observa con los suicidios infantiles, una respuesta de negación o de desmentida, ya no de su ocurrencia, aunque si de su importancia, riesgo de repetición y grado de involucramiento o responsabilidad parental.
Como ya se expresó más arriba, pero conviene enfatizar, las combinaciones del accidentarse con expresiones directas de agresividad (comportamientos impulsivos y disruptivos) o bien con inhibición y temor son habituales.
Es necesario llevar adelante estudios que tracen precisiones sobre los distintos síntomas que los niños padecen, delimitando diagnósticos, a la vez que se requiere de una adecuada descripción de fenómenos que se presentan en distintas estructuras clínicas, ubicando entre ellos a los accidentes.
Estos también son una puesta en escena de la vulnerabilidad infantil, en tanto los pequeños que los presentan “caen”, una y otra vez. Las referidas caídas, habituales en el plano de la cotidianidad de estos niños, exhibidas en golpes, heridas y fracturas - que se perciben como “ruidosas”-, escenifican otra caída, dramáticamente silenciosa: la que implica desmoronarse del sostén de los otros significativos. Estos últimos exhiben insuficientes cuidados, maltrato y conductas negligentes (Freidin y Calzetta, 2016; Freidin y Calzetta, 2018).
La sujeción de los niños a sus figuras significativas, por un lapso que abarca años cruciales para su constitución subjetiva, los hace particularmente vulnerables a las severas disfunciones parentales. En ese sentido, resulta frecuente observar presentaciones sintomáticas a predomino de desorganización -no psicótica-, que podrían relacionarse con fallos reiterados y duraderos en el ejercicio de la parentalidad que afectan severamente al psiquismo en constitución.
El psicoanálisis ilustra sobre los efectos devastadores de la pulsión de muerte cuando los componentes libidinales que la contrarrestan no logran este efecto. La creación y mantenimiento de ligaduras que promueven el armado de representaciones, fantasías y otros productos simbólicos se hallan menoscabados. La presencia adultos que ofrezcan un marco estable a niños en su proceso de constitución subjetiva resulta fundamental para el logro de la simbolización de impulsos y fantasías.
Algunas investigaciones actuales arrojan luz sobre situaciones familiares en las que las pulsiones destructivas se expresan de modos ocultos e indirectos. A propósito de ello, Morais dos Santos y Batista de Melo (2016) analizan una muestra de 10 niños entre 6 y 12 años que padecieron accidentes domésticos, detectando tendencias suicidas reprimidas. Las autoras observan que los conflictos familiares se presentan en forma notoria, pudiendo transformarse en condicionantes de situaciones de riesgo a corto y a largo plazo.
En igual sentido, otra investigación con 12 sujetos infantiles accidentados a repetición, entre 5 y 11 años, ha detectado rasgos melancólicos y, en la mayoría de los casos estudiados, situaciones de pérdida no elaboradas en las familias (Freidin, 2018).
Entonces, se hace referencia a distintas formas de violencia sobre los niños y sus consecuencias:
La violencia parental expresada de modo directo en maltrato y ASI genera, por sus efectos traumáticos, distintas expresiones clínicas que producen un arrasamiento de la subjetividad.
La negligencia y falta de sostén parental permanentes, que si bien, no se revelan tan directamente a los ojos de un posible observador, generan efectos no menos devastadores. Los pequeños internalizan una relación de rechazo o una ausencia de figuras internas protectoras que pueden devenir en autoagresión y se expresan en el accidentarse. En este último caso, no solo por la insuficiencia de cuidados -en tanto factor externo que pone en peligro a los niños-, sino que como consecuencia de falencias parentales tempranas y reiteradas puede pensarse que ellos se encontrarían en riesgo. Esto se debe a que estas fallas tempranas atentan contra la necesaria creación de estructuras internas que contienen y transforman la impulsividad y la agresión - constitutivas del psiquismo-. Cuando estas estructuras se construyen, permiten la creación de fantasías, juegos y otros productos simbólicos, propios del universo infantil. Puede inferirse en los niños que se accidentan una y otra vez la ausencia de la figura materna como objeto continente de la sensorialidad y el dolor psíquico del infans (Bion, 1962), la dificultad de la madre para constituirse como objeto transformacional (Bollas, 1989), las notorias fallas en el holding, handling y función de espejo (Winnicott, 1971). Se ha documentado en una investigación clínica que en estos niños se observa la irrupción de fantasías e impulsos agresivos escindidos y actuados contra sí mismos, que impulsan a accidentarse en modo frecuente (Freidin y Calzetta, 2018). Este escrito se propone, a partir de una investigación empírica con niños con accidentes reiterados- una Tesis Doctoral-, trabajar una cuestión, que surgió como un derivado de ella: la relación entre maltrato, accidente y suicidio. Es necesario aclarar que no ha sido este, en modo alguno el tema central de la tesis; precisamente el caso que aquí se analiza no fue incluido en la muestra por no cumplir con los criterios establecidos (ver apartado 3.1), aunque por la importancia de la temática exhibida fue agregado en ANEXOS, junto a otros casos que señalaban otras posibles líneas de investigación, aun no abordadas. El caso de una niña de 5 años, consultante a un servicio asistencial, que depende de una cátedra de una Universidad Pública, sirve para ejemplificar la relación entre estos conceptos. Se utiliza a fines de ilustración; sus conclusiones no pueden generalizarse. Este caso puede ser pensado desde varias aristas. Muestra, no solamente el modo en que la violencia de género ejercida contra la madre afecta también indirectamente a su hija, como señalan Galvis Domenech y Garrido Genovés (2016), sino que es ella es también una víctima directa. Exhibe, además, como el ASI padecido recién adquirió visibilidad a partir de un gravísimo accidente. La historia previa a que éste ocurra se relata muy brevemente -ya que ha sido reconstruida-, observándose en este caso los efectos arrasadores de la violencia dirigida a la niña. Las características del accidente evocan las consideraciones acerca del suicidio infantil, mencionadas más arriba, que fueron detectadas tempranamente en la historia del psicoanálisis de niños por pioneras de esta disciplina: Melanie Klein y Arminda Aberastury. Estas prestigiosas psicoanalistas explican, a partir de su propia experiencia clínica, que los accidentes infantiles pueden ser considerados como “intentos de suicidio con medios insuficientes” (Klein, 1932) y como “suicidios parciales” (Aberastury, 1962).
Metodología
El estudio sobre accidentes, del que se desprende el estudio de este caso, abordó dicha a problemática desde la perspectiva de la simbolización.
Un conjunto de investigaciones UBACyT previas funcionaron como marco a la indagación clínica a la que se hace referencia. Estas fueron llevadas adelante por un equipo de docentes e investigadores a la que la autora de este artículo pertenece. Ello permitió utilizar categorías de análisis validadas y confiables para estudiar procesos de simbolización en niños. Se utilizó un Manual de Códigos de las investigaciones marco, adaptadas para esta nueva investigación.
Los materiales fueron fuentes de datos secundarios: Historias Clínicas (HC) y Horas de Juego Diagnósticas (HJD) -ambas protocolizadas. Las HJD fueron registradas por observadores no participantes en vivo-, y se han seleccionado a partir de la revisión de archivos.
Para analizar las HJD se aplicaron los siguientes códigos y subcódigos:
Respecto de la interacción paciente-psicoterapeuta: “separación del adulto”, “relación con el psicoterapeuta” y “encuadre”.
Los códigos más específicos para estudiar simbolización, que atañen a producciones de los niños son: “juego”, “dibujo”, “escritura”, “actividades”, “verbalizaciones”, actuaciones” y “expresión de las emociones”
La ausencia o desarrollo escaso de estas producciones muestran falencias en la simbolización en niños en distintos grados. La presencia de “actuaciones” o actings también lo indican.
Asimismo, se aplican otros códigos que contribuyen, al ponerlos en relación con los anteriores, a arribar a hipótesis sobre simbolización. Ellos son: “acercamiento al material”, “uso de los materiales”, “uso del espacio” y “uso del tiempo”
El juego infantil en contextos analíticos involucra la acción y la representación. Es por ello, que resulta importante distinguir el juego, en tanto expresión simbólica de deseos y fantasías -como lo es el juego dramático- de la “actuación” a los fines de la descarga impulsiva y sin contenido simbólico, por ej: tirar, romper objetos, gritar, pegar.
También resulta necesario distinguir los “juegos” de las “actividades”. En estas últimas se utilizan materiales que preparan el campo para el advenimiento de actividades lúdicas, aunque en ocasiones estas últimas no puedan alcanzarse. Entonces, las acciones quedan reducidas a una mera manipulación, no exhibiendo valor simbólico alguno. También, recostarse sobre el piso u otras acciones corporales, aunque no permiten observar un desarrollo simbólico, ilustran sobre fantasías y vivencias, por ej. la de necesitar apoyo o sostén.
El estudio detallado de las producciones y otras manifestaciones de los niños estudiados permite conocer su “realidad psíquica” y pesquisar deseos, defensas, fantasías y conflictos (Klein, 1932). Este modo de comprender materiales clínicos se basa en conceptualizaciones de autores relevantes comprendidos en el marco teórico psicoanalítico -Klein y Winnicott- y son específicas del psicoanálisis de niños. Se sumaron conceptos de Bion y Green para enriquecer el enfoque.
La muestra intencional fue conformada por 12 niños con 3 o más accidentes autoprovocados que concurrían al Servicio Asistencial.
Las derivaciones a dicho Servicio a cargo de maestros, pediatras u otros profesionales referían mayormente a dificultades de aprendizaje y de comportamiento; el accidentarse a reiteración no motivó las consultas, aspecto que resultó gravitante en el estudio mencionado. Esto impulsó el inicio de una nueva etapa de investigación, ahora sobre los padres y otros adultos a cargo.
Explorar procesos de simbolización en niños que mostraban un manejo problemático de la impulsividad y que se accidentaban permitió advertir la relevancia que en estos casos cobran las relaciones con objetos internalizados, dado que, como se dijo, son generadoras de aspectos estructurales del psiquismo.
Para una mayor comprensión del problema, resultó de interés recoger información sobre vínculos actuales y pasados, sobre la historia familiar, los datos evolutivos, de escolaridad, aspectos socio-ambientales, cuidado de la salud, intervenciones del sector judicial, entre otros, obtenidos de los informantes (padres, abuelos y tutores). Se obtuvieron datos sobre los motivos de derivación, además de la presencia de síntomas o aspectos relevantes, especialmente sobre los accidentes sufridos (su descripción detallada y las situaciones en las que se produjeron).
Se describieron rasgos de los progenitores y de las modalidades de relación con sus hijos consultantes. El análisis sistematizado de las HJD, en relación con los datos que proporcionaron las HC, ofreció valiosas contribuciones para arribar a la detección de conflictos y ubicar las defensas predominantes
Los casos fueron presentados como relatos, transmitiendo, no solamente la descripción de lo manifestado por cada niño, sino también los climas emocionales y otros aspectos preverbales y paraverbales pesquisados en las HJD. Estas arrojaron datos sobre modalidades de vinculación de los niños con sus padres, por ej. si se sentían seguros, o por el contrario, poco sostenidos o atemorizados.
Se relacionaron ambas fuentes de datos, arribando a la formulación de hipótesis sobre simbolización y accidentes.
Se verificó la importancia de brindar un espacio terapéutico a estos niños, un marco especializado, ya que se observó, en la mayoría de los casos, una progresión favorable en la capacidad para simbolizar, aunque se trató de un primer encuentro con un psicoterapeuta.
No se buscó precisar diagnósticos, sino que se consideró al accidente como un fenómeno, presente en distintos cuadros clínicos, tal como lo hace Winnicott (1984, 1988), cuando estudia la tendencia antisocial o el fenómeno psicosomático.
Se puso de relieve, que en los casos bajo estudio predominaba la tendencia a la descarga de afecto, sin mediaciones simbólicas. En ese sentido, se observó que existía una relación entre el accidentarse de modo reiterado en niños y el acting out (Freidin y Calzetta, 2018)
Las expresiones simbólicas infantiles típicas, tales como el juego, el dibujo y la escritura mostraron poco desarrollo. En lo concerniente a la verbalización, esta fue mayormente a predominio de descripciones simples, que denotaban escasos componentes imaginativos.
Aun así, pudieron los niños estudiados dar cuenta de situaciones traumáticas padecidas, al decir de Khan (1963), la existencia de “traumas acumulativos”, que, junto con los accidentes sufridos, hacían notoria su situación de vulnerabilidad.
Del lado de los padres, se detectaron importantes falencias en la contención emocional y sostén de los niños accidentados
Presentacion de un caso
3.1.
Este material clínico no se incluyó en la muestra de la referida investigación, por no cumplir el criterio de haber padecido la niña 3 o más accidentes que regía la confección de la muestra, pero fue estudiado con la misma metodología que se explicó en el apartado anterior de este escrito. Ello obedeció a que dicho material ofreció datos relevantes sobre la asociación posible entre accidentes, maltrato y suicidio, que otros casos no habían exhibido, al menos de modo tan explícito.
Se respeta la confidencialidad del material, según la legislación vigente y tal como lo requiere la ética investigativa.
Se destaca que se ha trabajado con este caso en supervisiones grupales del equipo del servicio asistencial, que acompañaron la psicoterapia de la niña a la que llamaremos Inés. Así, la extensión universitaria, la docencia y la investigación, a modo de vasos comunicantes, se revelan como uno de los aspectos distintivos que ofrece la Universidad Pública en la formación de profesionales comprometidos con la comunidad.
3.2.
Inés concurre al servicio asistencial por derivación del Hogar de Tránsito en el que se aloja, para realizar una Evaluación Psicológica. La acompaña una voluntaria de esa institución. La niña se halla internada en ese Hogar desde muy pequeña, por disposición de un organismo de Protección de Derechos de Niños, Niñas y Adolescentes, por una medida de abrigo por ASI. La justicia ha recomendado que se le realice un tratamiento psicológico, ya que es probable que ingrese a una situación de adoptabilidad.
Se dispone de escasa información sobre su historia, por lo que no se cuenta con datos evolutivos y la información sobre su familia es escasa.
Aun así, se reporta que la pequeña vivía con su madre, una joven con un severo cuadro psicopatológico, que mantenía un vínculo con un hombre mucho mayor. Inés habría nacido de otra relación, de la cual no se tienen datos. Ambas vivían en una propiedad del hombre, quien las mantenía encerradas, y las visitaba solo para proveerles alimentos. Las ventanas estaban tapiadas y la puerta de acceso estaba cerrada con un candado que solo él manejaba.
Varios vecinos habrían presenciado que, en ocasiones, la madre sacaba muebles al patio y los rompía; Inés se golpeaba con fuerza la cabeza contra las paredes y gritaba.
La intervención del organismo público de Protección de Derechos tiene lugar cuando la niña sufre un grave accidente: “se vuelca una olla con agua hirviendo”, quemándose la cabeza y gran parte de su cuerpo. Los vecinos intervienen ante sus gritos y recién entonces denuncian la situación. Se advierte el lugar que ocupa este accidente en la historia de la niña: la de sacarla del encierro y el maltrato, aun a costa de experimentar un dolor extremo y exponiéndose a un riesgo severo de muerte.
Inés es internada en un hospital de quemados por largo tiempo y luego en un hospital general, al comprobarse que registraba fisuras craneanas por golpes y signos de violación vaginal y anal.
En ese momento la justicia aloja a la niña en el Hogar Convivencial y a la madre en un hospital psiquiátrico, además de tomar medidas cautelares contra su pareja.
Cuando Inés ingresó al Hogar no hablaba, se expresaba señalando los objetos, no se dejaba cambiar los pañales ni permitía que la toquen.
Se detallan otros síntomas se presentaron desde un inicio y persistieron al momento de la consulta: se golpeaba la cabeza contra la pared, se enojaba, gritaba, rompía muñecos, era desafiante y buscaba el peligro constantemente. En la escuela no aceptaba consignas y se desplazaba por el aula, ya que no podía permanecer sentada.
Las manifestaciones angustiosas mencionadas muestran desesperación y temor. Se revelan como visibles consecuencias psicológicas de la violencia que le fuera infligida. En ese marco, repite compulsivamente acciones hostiles contra objetos, otras personas y hacia sí misma, con riesgo de provocarse nuevas lesiones.
La acción de desplazarse permanentemente en el aula también es una expresión de angustia. Ella muestra que la niña no ha incorporado un “ambiente internalizado” estable y confiable, a la vez que expresaría el temor al encierro. Respecto del primer aspecto, se revelan falencias en la integración yoica muy primitivas, en tanto las funciones parentales de holding y handling fueron sostenidamente fallidas en la primera infancia. Entonces, “la continuidad de existir” (Winnicott, 1960), la confianza en un ambiente sostenedor y la capacidad de manejar la propia impulsividad no se habrían alcanzado en la niña.
La trabajadora social refiere un episodio ocurrido en una salida del Hogar Convivencial, que se describe a continuación: Inés fue invitada por una colaboradora de esa institución a una festividad familiar. En esa situación, y de forma inesperada, corta el mantel de la mesa con un cuchillo.
Puede pensarse, teniendo en cuenta los datos de su historia y de su situación actual, que resulta probable que la pequeña experimente una situación constante de amenaza y necesite poner a prueba al ambiente, buscando activamente un adulto con capacidad de contenerla. En la situación descripta, una circunstancia benévola -la invitación- se transforma en una nueva situación de peligro frente a la cual se defiende, con una agresión reactiva. Sin embargo, el acto de horadar el mantel podría expresar la búsqueda desesperada de un objeto continente, de modo intrusivo y con violencia.
También esta acción es un modo de hacer activo lo sufrido pasivamente (Freud, 1920) representando en esta escena que ha sido víctima de graves ultrajes que laceraron y marcaron su cuerpo. Aunque se le ofrecen en la actualidad otros escenarios (el Hogar, escuela y la referida invitación), la pequeña no puede incorporar lo novedosos de estas situaciones. El circuito persecutorio no deja de producirse y de repetirse.
Según el modelo kleiniano, existiría un predominio de la proyección de objetos internos persecutorios en las personas que la rodean, adultos y niños. Desde la perspectiva winnicotiana, su comportamiento exhibe signos muy marcados de una inquietud angustiosa y un manejo de la agresión deficiente, puesto que libido y agresión no se habrían fusionado adecuadamente. Tampoco puede “usar al objeto”, dado que esto implica que se ha reconocido al objeto como distinto de sí, se lo ha repudiado y éste ha sobrevivido (Winnicott, 1971). Muy lejos de registrarse el logro de estos procesos, la indiscriminación domina el cuadro emocional de Inés.
Respecto de la escolaridad se reporta que Inés ingresó a un jardín de infantes luego de ingresar al Hogar. La niña presenta en ese ámbito dificultades similares a las expuestas en su medio convivencial: rompe los juguetes, se muestra ambivalente, quiere participar de intercambios con otras niñas pero pelea con ellas. No acepta consignas y le cuesta aprender. Tampoco juega, a menos que se encuentre en una relación personalizada, confirmando probablemente la hipótesis de que la niña necesita figuras de apoyo, que compensen las carencias parentales y los maltratos, para avanzar en su desarrollo.
En la escuela no tolera permanecer el horario completo, por lo que se le reduce la jornada escolar. Nuevamente se reiteran las fallas en capacidad de contención emocional de los adultos responsables, en este caso, del lado de sus educadores.
3.3. Análisis de la Hora de Juego Diagnóstica
Inés asiste a la HJD acompañada por una voluntaria del Hogar Convivencial. La recibe un equipo compuesto por una psicoterapeuta (entrevistadora) y una observadora no participante.
Cuando la psicoterapeuta se presenta y la invita a ingresar al consultorio no le responde y se encoje de hombros. Ante la reiteración del pedido raya agresivamente la hoja. Muestra dificultades para separarse de su acompañante; se coloca uno de sus pulgares en su boca. Cuando ingresa, permanece un breve tiempo junto a la puerta mirando al equipo terapéutico, aún con el dedo en la boca y el ceño fruncido, probablemente atemorizada. Luego se sienta en la silla y observa los materiales que se hallan sobre la mesa.
La niña acepta la consigna de HJD, realizando un juego de modelado. Toma dos plastilinas, amasándolas en forma cilíndrica. Pide a la psicoterapeuta que amase otro trozo, se lo quita e intenta unirla a las anteriores, como si armara un techo que sostienen 2 columnas. Intenta levantarlo pero el objeto se desarma, cayendo sobre la mesa. Este intento de articular y de sostener falla.
La niña realiza escasas verbalizaciones; se trata en su mayoría de llamados a la psicoterapeuta. Pide ayuda para amasar, acción que ella realiza tal como lo hace la niña. Posteriormente se registran actuaciones, que Inés utiliza al servicio de convocar a la psicoterapeuta a que la contenga y limite sus acciones peligrosas. Una de ellas ocurre cuando toma la masa y la apoya en su boca, mirándola. Más adelante, con una tijera, y una vez más mirándola fijamente, presiona sobre los dedos de una mano, como si quisiera cortárselos. La psicoterapeuta se la quita diciendo que puede lastimarse.
En otro momento mastica con la boca abierta un trocito de masa, con una actitud desafiante, sacando la lengua para mostrarlo. Cuando se le pide que retire la masa de su boca lo hace, arrojándola sobre la mano de la entrevistadora para que la ataje. Otras actuaciones, que se realizarán al promediar la HJD y en ocasión de su cierre, serán explicadas más adelante.
La niña realiza varias actividades con los materiales ofrecidos. Vuelca cola sobre un papel, manchándose la mano, se limpia con la mesa y la ropa. A continuación, coloca encima otro papel y los une con un golpe. La niña vuelve a tirar una cantidad importante de pegamento sobre la hoja y éste chorrea. Hace una expresión de asco, mirando a la psicoterapeuta. Coloca un nuevo papel, al que une presionando, luego pone más adhesivo y una nueva hoja, y verbaliza algo que no se alcanza a comprender. Reitera la acción con más materiales. Se evidencia en este fragmento el uso de defensas evacuativas, regresivas, con una tendencia a la aglomeración de los materiales. Asimismo la modalidad en el uso del pegamento y las hojas, en este caso, pondría de manifiesto un modo de relación vincular a modo de fusión, que expresaría indiscriminación. La expresión de asco, posterior, expone un aspecto más evolucionado, en contraste con los rasgos más arcaicos señalados.
El análisis de la HJD muestra cómo se alternan momentos regresivos con otros progresivos que se infieren, en este caso, del análisis de las otras actividades: corta papeles en forma de bastón y de trapecio, actividad más organizada, pues separa y configura formas, aunque la tijera se mancha con el pegamento y la limpia con la mesa.
Vuelve a verter la cola sobre el aglomerado de hojas. Coloca sobre ellas las 3 masas en fila, mostrando un orden, es decir mayor discriminación.
Luego de haber podido desplegar estas actividades más progresivas, ellas se interrumpen para dar paso a una nueva actuación: se coloca dentro de la boca un cuchillo de plástico, mirando fijamente a la psicoterapeuta mientras se lo introduce más profundamente. La psicoterapeuta se lo saca y lo guarda.
Este acting, dada sus características, podría evocar las situaciones de violación padecidas, que necesita mostrar. Se pone de relieve que la niña buscaría que la psicoterapeuta contenga sus temores y otorgue significados, ya que la madre no habría podido protegerla de la intrusión y la violencia. También necesita ser limitada con firmeza.
Posteriormente, retoma la actividad que venía desplegando, lo que da lugar a un juego dramático: pega las dos tiras recortadas, envuelve con hilo la masa y los papeles. El hilo se cae, Inés lo estira, se le escapa; la niña se coloca boca abajo en la silla, parece que va a tirarse al piso. Se incorpora, realiza dos vueltas de hilo, el papel se dobla con el peso, la niña corta el hilo, reiteradamente se mancha y se limpia.
Se sostiene que ahora se trata de un juego, puesto que expresa con mayor nitidez fantasías en relación a vínculos objetales. Es probable que la niña exprese en el juego de envolver la necesidad de obtener protección frente a la hostilidad, propia y ajena. Sin embargo, aún el peso de los contenidos que alojaría en su psiquismo -fantasías, temores, situaciones traumáticas- es demasiado intenso y no logra configurar un sostén adecuado, terminando “manchada”, es decir, atacada.
Este juego de envolver señalaría una fantasía de que algunos objetos pueden unirse de modo más benéfico, en contraste con las aglomeraciones ya descriptas, que no alcanzan a ser consideradas juegos. Además, este juego, que se consideró más progresivo, surge a continuación de una intervención terapéutica destinada a cuidarla, lo cual comprobaría que necesita encontrar adultos que rectifiquen experiencias terroríficas, brindándole soportes.
Vale la pena aquí interrumpir el relato y hacer referencia a las conceptualizaciones de Bion (1962) quien describe la diferencia entre la articulación y la aglomeración. La primera está al servicio de la simbolización y es posibilitada por la función alfa-inicialmente a cargo de la madre-.que nombra y transforma la sensorialidad en sentido, creándose la “barrera de contacto”, que permite la discriminación. La aglomeración, por el contrario, señala que opera la “pantalla de elementos Beta”, que no promueve la simbolización sino la descarga. La inferencia de que existirían elementos aglomerados, no articulados, pone de manifiesto la presencia de una sensorialidad sin decodificar y, por ende, imposible de representar
A continuación, se sucede una nueva actuación: arranca las papeles que había pegado, los tira al piso y se queda mirando. Esta irrupción de impulsos hostiles se reitera e interrumpe sus actividades e intentos de elaboración -libidinales- que han comenzado a esbozarse. La niña actuaría esos impulsos, que descarga repentinamente, puesto que aún no puede simbolizarlos.
En ese momento recoge su producción y se dirige hacia la puerta, quiere salir pero la psicoterapeuta se lo impide. Parece que va a largarse a llorar.
La psicoterapeuta le explica que aún no terminaron. La niña grita que quiere salir, tomando el picaporte y dejando caer los materiales. Continúa gritando, se tira al piso; se impulsa hacia atrás golpeándose la cabeza con la pared. Cuando se percata que la observadora coloca su mano en el muro para protegerla de los golpes que se propina a sí misma grita “no”, y continúa en el intento de golpearse. La psicoterapeuta da por finalizada. Inés deja de llorar. Le dice que volverán a verse la semana siguiente a lo que la niña contesta que “no”.
Este fragmento de la HJD, que muestra una intensa angustia de naturaleza claustrofóbica, evocaría el encierro al que fue sometida, situación en la que la niña se golpeaba la cabeza hasta lastimarse. Una vez más se golpea la cabeza contra la pared, que en tanto superficie impenetrable presentifica la carencia de un objeto interno que contenga sus impulsos hostiles. En la situación específica que se relata, es un recurso para obligar a la psicoterapeuta a abrirle la puerta. Utiliza la autoagresión, en esta secuencia, probablemente al servicio del control del objeto.
El equipo terapéutico limita las autoagresiones, pero no son suficientes los recursos técnicos que habilita el encuadre para detenerlas, por lo que debe interrumpirse la administración de la técnica. Aunque se registran avances y retrocesos en la capacidad de expresión simbólica de esta niña, el uso de recursos simbólicos se muestra muy limitado. Predominan la actuación y la repetición de aspectos traumáticos inasimilables.
Debate y conclusiones
Este estudio de caso único ofrece datos para pensar sobre la relación entre maltrato, suicidio y lesiones no intencionales, dramáticamente expuestos en una niña de muy corta edad. La referida relación no es lineal ni causal.
El propósito que alienta esta comunicación es el de describir algunos aspectos que resultan notorios, referidos a este caso, que necesitan seguir siendo explorados en otros sujetos y en diferentes circunstancias.
Retomando el análisis del material clínico aquí expuesto, se concluye que la niña expresa un alto monto de angustia, que no cede durante el transcurso de la HJD. El encuentro con adultos en esta situación específica reactiva fantasías claustrofóbicas que poseen una gran actualidad en su realidad psíquica.
Resalta el modo en que necesita permanentemente que la psicoterapeuta frene sus actuaciones, mostrando a través de ellas las situaciones traumáticas que ha padecido tempranamente y que aún no ha elaborado.
Las secuencias que exhiben organización y discriminación son escasas y no logran mantenerse. Se pesquisa el despliegue de identificaciones proyectivas, especialmente en el uso de los materiales y en las reiteradas actuaciones. El uso hipertrófico de ese mecanismo de intrusión violenta en el objeto y de descarga masiva incrementaría la ansiedad persecutoria, ya que los aspectos proyectados se volverían aún más temibles.
Resulta notorio que en la relación con la psicoterapeuta la pequeña exhibe no solamente temor y desafío, sino que realiza numerosos llamados para concitar su atención, con la finalidad de ser tranquilizada y limitada, especialmente en los momentos donde su propia hostilidad irrumpe con violencia.
El lenguaje se halla escasamente desarrollado en la niña, que también presenta dificultades en la pronunciación. Las verbalizaciones son simples, generalmente ordenes o pedidos, aspecto, que junto con los anteriormente descriptos permite hipotetizar acerca de una simbolización menoscabada.
Winnicott (1960) refiere que cuando la identificación empática de la madre con su criatura puede desplegarse, se crea en ella una “unidad psicosomática”, un cuerpo que será reconocido como propio, puesto que inicialmente sus impulsos no le pertenecen, al no haber aun categorizado la diferenciación yo- no yo
Si el infans es tempranamente espejado, sostenido y manejado por su madre, no llega a experimentar la “angustia inconcebible” que presentan sujetos infantiles y adultos cuando sus defensas se derrumban.
Las funciones maternas son procesos, al decir de Christopher Bollas: “el idioma del cuidado de la madre y la experiencia de este trato por parte del infante, es una de las primeras estéticas humanas, sino la primera de todas” (Bollas, 1987, 52). Las transformaciones primeras, llevadas adelante por la madre, tienden a la reducción de tensión, son un modelo que se incorpora. Esto lleva al autor a hablar de la madre como oferente de un modelo “transformacional”.
Cabe referirse en este punto a Joyce Mc Dougall, quien en el mismo sentido explica que el lactante no puede diferenciar el dolor físico del afectivo, necesita de la representación simbólica para reconocer su cuerpo y las sensaciones que experimenta. Sólo con la asistencia materna, podrá poner “en el código del lenguaje las experiencias afectivas y corporales” (Mc Dougall, 1978, 387).
En el caso de Inés, lo que aterra, lo padecido en el cuerpo, no encuentra posibilidad de ser nombrado y se manifiesta directamente, sin elaboración alguna. Las funciones parentales fallidas, junto a reiterados maltratos crearon en ella un modelo reactivo, notoriamente defensivo, que le impide transformar, nombrar y simbolizar. Expresa su sufrimiento indecible en diversos escenarios: en el Hogar, en la escuela y en la HJD administrada. Las escenas se multiplican: se repiten golpes, amenazas de daño, cortes, gritos, entre otras manifestaciones no simbólicas de su padecimiento. La violencia y los ultrajes de los que ha sido víctima han dejado en la niña marcas físicas y psíquicas. El gravísimo accidente se inscribe en ese contexto, multiplicando el dolor y el terror. Las fantasías e impulsos hostiles interrumpen sus procesos simbólicos, puesto que si bien éstos se inician, no pueden desarrollase.
La repetición de aspectos traumáticos, expresada en agresión y autoagresión, dificulta en la niña el trabajo psíquico de simbolización, aunque desde el modelo freudiano se trata de un intento de ligar excesos de excitación, aun no tramitados por el psiquismo. La agresión y la autoagresión estarían soldadas, dada la indiscriminación Yo- No Yo que puede inferirse en algunas secuencias de la HJD. El maltrato y el accidente también lo están.
Las actuaciones exhibidas en la HJD evocarían el encierro (querer salir), el dolor (golpes) y el accidente (en tanto evento altamente disruptivo).
Podría formularse la hipótesis de que la severa quemadura, en este caso, se acerca a un intento de suicidio, no consciente. El accidente expresaría el predominio de la pulsión de muerte, de la autodestrucción, alimentada por adultos que desarrollan maltrato y ASI. Aun así, las lesiones no intencionales le posibilitaron una salida de un ambiente alienante. Esta salida debe ser construida por Inés. Un nuevo lugar para habitar aún no se ha constituido en ella, aunque se le oferta. Su mundo circundante, si bien se ha modificado con la intervención de instituciones y de una legalidad ordenadora, sigue siendo para ella amenazador, por lo que no cesa la repetición de escenas de dolor y desesperación. Es, sin lugar a dudas, su mundo interno el que tiñe sus relaciones interpersonales y se interpone tanto en el aprendizaje como en otras situaciones de su cotidianidad. Frente a esta configuración de su realidad psíquica, su Yo pone en juego defensas extremas ante la amenaza de la desintegración.
Resulta paradojal que el accidente haya limitado la violencia que se le infringía a la niña, al retirarla de su hogar y separarla de sus agresores, cuando él mismo es un acto notoriamente violento. Muestra su doble cara, mortífera y de pedido de ayuda. Efectivamente, el accidente llama a otros a intervenir.
Aún quedan una serie de trabajos psíquicos, de procesos complejos por recorrer en su futura psicoterapia. Algunos de ellos son:
a. La tramitación de la separación de su madre.
b. La aceptación gradual de los distintos escenarios que se le ofrecen (Hogar, escuela), habitados por nuevos personajes -niños y adultos-.
c. La elaboración psíquica del maltrato y de las graves quemaduras.
d. El reconocimiento de un cuerpo del que debe apropiarse, libidinizandolo, unificándolo bajo el sostén de nuevas miradas, ya no tanáticas, sino más benévolas y receptivas.
Cabe también preguntarse con qué recursos yoicos afrontará la situación de adoptabilidad en la que ingresa, a partir de las decisiones judiciales que la involucran.
Este caso, como tantos otros, ilustra sobre el maltrato desubjetivante al que ha sido sometida una niña de muy corta edad y las posibilidades de cambio que se abren, a partir de intervenciones profesionales específicas. El accidente, en este caso, ha sido un medio profundamente riesgoso y doloroso de salida - seguramente no sabida ni buscada-, aunque efectiva, puesto que hizo visible el sufrimiento extremo de una niña y su abordaje en el marco de intervenciones interdisciplinarias.
Las investigaciones sobre accidentes infantiles en el área de la psicología y el psicoanálisis necesitan continuar desarrollándose, en pos de profundizar sobre esta particular modalidad de expresión de lazos hostiles externos e internos, que gravitan en el psiquismo infantil y necesitan ser adecuadamente identificados y tratados.
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