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UNA LECTURA POSIBLE DE LA VIOLENCIA DE GÉNERO DESDE EL PSICOANÁLISIS
Andrea Berger; Patricia Karpel; Jacqueline Lejbowicz;
Andrea Berger; Patricia Karpel; Jacqueline Lejbowicz; Gabriel Racki
UNA LECTURA POSIBLE DE LA VIOLENCIA DE GÉNERO DESDE EL PSICOANÁLISIS
A POSSIBLE READING OF GENDER VIOLENCE FROM THE PSYCHOANALYSIS
Anuario de Investigaciones, vol. 28, núm. 1, pp. 181-185, 2021
Universidad de Buenos Aires
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Resumen: Este trabajo plantea la temática de la violencia contra las mujeres desde la perspectiva de indagar qué es lo que mueve a ciertos hombres al acto violento. Para ello formulamos una hipótesis: Es el estar aferrado al afán de dominio del cuerpo de la mujer, como modo de atrapar la alteridad, lo que podría situarse como causa de esa violencia. Observamos así, un estilo de amor regido por la lógica de la propiedad y del monopolio, donde el temor a perder puede llevar hasta el límite del asesinato. Es allí donde el psicoanálisis, propone una dirección de la cura sostenida en una ética que vislumbra el horizonte de un amor más digno, liberador para ambos géneros.

Palabras clave: Violencia contra mujeres, Femicidio, Alteridad, Amor, Dueñidad.

Abstract: This work intends to raise the issue of violence against women from the perspective of specifying the question of what drives certain men to act of violence. For this we take a variable: being attached to the desire to dominate the woman’s body as a way of catching otherness. We thus observe a style of love governed by the realm of property and its counterpart of the fear of losing, which can lead to the limit of death. It is there where psychoanalysis, from its ethics, glimpses the horizon of a more dignified love, which frees both genders from the yoke that enslaves them.

Keywords: Violence against women, Femicide, The otherness, Love, Property.

Carátula del artículo

PSICOANÁLISIS

UNA LECTURA POSIBLE DE LA VIOLENCIA DE GÉNERO DESDE EL PSICOANÁLISIS

A POSSIBLE READING OF GENDER VIOLENCE FROM THE PSYCHOANALYSIS

Andrea Berger
Universidad de Buenos Aires (UBA), Facultad de Psicología, Argentina
Patricia Karpel
Universidad de Buenos Aires (UBA), Facultad de Psicología, Argentina
Jacqueline Lejbowicz
Universidad de Buenos Aires (UBA), Facultad de Psicología, Argentina
Gabriel Racki
Universidad de Buenos Aires (UBA), Facultad de Psicología, Argentina
Anuario de Investigaciones, vol. 28, núm. 1, pp. 181-185, 2021
Universidad de Buenos Aires

Recepción: 06 Octubre 2021

Aprobación: 01 Noviembre 2021

Introducción

Este trabajo plantea la temática de la violencia contra las mujeres desde la perspectiva de precisar qué es lo que mueve a ciertos hombres al acto violento. Para ello tomamos una hipótesis: Es el estar aferrado a un afán de dominio del cuerpo de la mujer, como modo de atrapar la alteridad, lo que podría situarse como causa de esa violencia. Observamos así, un estilo de amor regido por la lógica de la propiedad y del monopolio, donde el temor a perder puede llevar hasta el límite del asesinato. Es allí donde el psicoanálisis, propone una dirección de la cura sostenida en una ética que vislumbra el horizonte de un amor más digno, liberador para ambos géneros.

Quiero que seas mía.

“Busco en mis palabras/ cómo hacerte comprender/ que eres solo mía. /Ahora una necesidad /que yo no tenía. /La más dulce realidad /eres la manía /que no quiero eliminar/ y nunca querría/ Ya lo tienes que aceptar/ eres solo mía”.

(Puentes, García Núñez).

El arte ha procurado atrapar la esencia de lo femenino bajo la forma de poemas, pinturas, canciones. Cuando el hombre anhela alcanzar el eterno femenino, invariablemente se cuela el mal-decir, la difamación resuena de forma ineludible. Un modo del mal decir es invocar la posesión. Es notorio que muchas canciones, aluden al amor hacia una mujer, en la vía de la posesión. De hecho, en la elegida como epígrafe para este escrito, el hombre insiste vehementemente en pos de lo que alega como su necesidad: persuadir a una mujer que ella es de su pertenencia. Aún más, de su única y exclusiva pertenencia.

Una joven paciente comenta en la sesión que ella no escucha canciones en castellano porque “muchas letras dicen “quiero que seas mía”, y las mujeres, -afirma- no somos posesión de nadie”.

Esta jovencita, como tantas otras en la actualidad, denuncia el intento fallido y torpe de algunos hombres de atrapar por la vía de la posesión, lo Otro en que se les transforma lo femenino. Un anhelo de posesión que en los casos más extremos puede llegar a violaciones y brutales crímenes.

En los últimos tiempos, se hacen escuchar respuestas de muchas mujeres a esto. Recientemente una canción de “Las tesis”, grupo musical de mujeres chilenas, nacido en el seno de un país en movimiento y convulsionado, promovió que miles de mujeres de innumerables lugares del mundo, manifestándose en contra de la violación de los derechos de las mujeres, lleven adelante una impactante performance, coreando la consigna: “¡El violador eres tú!” (…) “Y la culpa no era mía, ni donde estaba, ni como vestía”.

Adueñarse

En su texto “El Tabú de la virginidad”, S. Freud señalaba el importante valor que tenía para sus contemporáneos la integridad sexual de su pretendida; es decir, su virginidad. Como fundamento de esta valoración, Freud plantea que se trata de una extensión del derecho exclusivo de propiedad que constituye la monogamia.

El pretender la virginidad de aquella con quien se case, pone en juego una extensión de este monopolio al pasado de la mujer. Estamos hablando entonces de monopolio; de las mujeres como propiedad de los hombres. Y este monopolio de la vida de las mujeres es el fundamento de lo que Krafft-Ebbing designa como “servidumbre sexual”.

Es decir que Freud, señala que la importancia que sus contemporáneos, -y podríamos decir que muchos de los nuestros también-, asignaban a la virginidad, se debía a su afán de ser dueños de los cuerpos de las mujeres, extendiendo incluso ese monopolio al pasado de las mismas.

También alude allí, al “tan discutido ius primae noctis de los señores feudales” (Freud, 1973, p. 451), llamado también Derecho de pernada, en que el señor feudal desvirgaba a las jóvenes antes del casamiento. Una práctica que ponía en juego un dominio, no solo sobre las mujeres del feudo, sino también sobre los hombres; es decir, los siervos. Queda resaltado así el afán de dominio sobre la vida entera.

Asimismo, queda señalado en este mismo texto, que el hombre teme, ante las mujeres, debilitarse, feminizarse y, por eso, llega a verlas como enemigas. En este sentido, podríamos decir que las mujeres constituyen para ellos, un objeto de dominio, pero también de miedo. Las mujeres encierran para ellos un agalma; algo del orden de lo no conocido, pero que les concierne.

Desde otra perspectiva, la antropóloga Rita Segato, haciendo historia, remarca las secuelas de la conquista en el presente: La rapiña territorial, la toma de tierras, la expulsión de la gente del lugar que habita. Y también el tema de la violencia contra las mujeres como un problema de la prehistoria patriarcal de la humanidad que nunca se ha cerrado.

Desde allí, plantea la necesidad de desmontar aquello a lo que llama el “mandato de masculinidad” (Segato, 2018, p. 44), mandato que implica la opresión y la necesidad de mostrar la virilidad y la potencia al interior de la lógica patriarcal. La escena de género bajo el mandato de masculinidad pone en juego una escena de poder, a la que Segato denomina “Dueñidad”, en la que se plantea una mirada rapiñadora sobre los cuerpos de las mujeres.

También J. A. Miller, desde otra lógica que la antropológica, la del psicoanálisis, plantea la “Dueñidad”, como una aspiración e impostura de propietario en algunos hombres, que quedan a su vez condicionados por su miedo a perder.

Dice Miller: “La cobardía fundamental de los hombres es que están embarazados por algo que tienen que proteger; eso puede despertar en ellos la ferocidad del dueño amenazado de robo, pero es a los hombres a quienes les gusta negociar, dialectizar, todo eso para proteger lo que hay que proteger (Miller, 2010).

Vemos evidenciado a veces un fanatismo de posesión correlativo a la lógica del propietario, y nos preguntamos: El hombre, embarazado de dueñidad, ¿hasta dónde puede llegar con su ferocidad si se siente amenazado de robo?

La locura y la feminidad

Podríamos decir entonces, que hay hombres que enloquecen en esa ferocidad de dueño, la locura de apropiador. Pero también esa locura que intenta desconocer todo lo que se presente como diferente, está ligada al horror a la locura en general. En ese sentido, podríamos decir que hay un rechazo, un horror tanto ante lo femenino como ante la locura. De hecho, en tren de difamación, muchas veces a las mujeres se les dice “locas”. Y ese horror, cuando no es tramitado simbólicamente, parece poder llevar a algunos hombres, a la locura femicida.

Por eso no son temas que se puedan eludir desde la práctica analítica, sino que estamos especialmente concernidos.

Es en el “Pequeño discurso de J. Lacan a los psiquiatras” (inédito, 1967), donde Lacan habla del horror a la locura. En esa ocasión, Lacan se dirige a los psiquiatras para señalar que es precisamente en tanto que son psiquiatras que podrían tener algo que decir sobre los efectos de la segregación, y destaca la sensibilidad de un joven psiquiatra que se animaba a hablar de la angustia que sentía frente a los “locos”. Se segrega lo que angustia, se rechaza lo diferente.

En su conferencia “La libertad del loco”, Naparstek establece un parangón entre el horror a la locura y el horror a lo femenino: “En Freud, de alguna manera también hay algo de esto, quizás no está tan indicado respecto de la locura, sí especialmente de lo femenino, cuando Freud habla del horror a lo femenino. Y hay que decirlo, hay un aspecto de lo femenino, según Lacan, que se separa del Otro, cuando Lacan dice que la mujer es no-toda. Es decir, no-toda está tomada por el Nombre del Padre, por los ideales, por el Otro.”(Naparstek, 2018).

Naparstek ubica, que se tiende a ligar algo de lo femenino con la locura. Tanto una como la otra, pueden encarnar lo Otro, la alteridad radical, lo que se escurre a la posesión absoluta del objeto. Hay que admitir entonces que el Nombre del Padre, en su misión reguladora del todo y la excepción, ha tenido mucho que ver con delimitar y encerrar a la locura y a la mujer: “(…) Es decir que el Nombre del Padre ha generado también una mujer encerrada. Y me dirán: ¿qué mundo es más loco? ¿El de la mujer encerrada o el mundo actual? (…) así como se ha maltratado a la locura, se ha maltratado a la mujer”. (Naparstek, 2018).

La antropóloga contemporánea ya mencionada, Rita Segato, explica que en la lengua del femicidio, cuerpo femenino también significa territorio. Es parte del lenguaje de las guerras, tribales o modernas, que el cuerpo de la mujer se anexe como parte del país conquistado. La sexualidad vertida sobre el mismo expresa el acto domesticador, apropiador, cuando insemina el territorio-cuerpo de la mujer.

Podríamos plantearnos que eso implica, feminizar al enemigo, con la fantasía de ensuciarle la sangre, lo cual retorna en la propia descendencia finalmente.

Por otro lado, en “La escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas en Ciudad Juarez”, Segato, afirma que, contrariando nuestras expectativas, los violadores, las más de las veces, no actúan en soledad, no son animales asociales que acechan a sus víctimas como cazadores solitarios, sino que lo hacen en compañía.

La propuesta de Segato es que el derrumbe del mandato de masculinidad, al que considera capilar en el tejido social, es lo que verdaderamente podría tener verdaderos efectos en relación a los delitos y crímenes de género, más que lo punitivo. No sólo sería en beneficio de las mujeres, también de los hombres.

Rechazo de lo femenino y del no-todo

Se puede leer como rechazo de lo femenino lo que subyace en la base del racismo, como rechazo del otro, y de lo otro de sí. Rechazo, en tanto se quiere hacer existir un universal, desconociendo toda singularidad y toda diferencia, bajo un imperativo universalizante y segregativo, que termina por rechazar lo que se presenta como diferente –hétero /ετερο - a un patrón normativo.

Subrayemos además que desde el psicoanálisis, ni lo femenino como alteridad radical, ni su rechazo son patrimonio de género alguno. El rechazo de lo femenino pone en juego un rechazo a la radical Otredad, esa Otredad que nos constituye como seres hablantes.

Al respecto, J. A. Miller afirma: “Si el problema tiene aspecto de insoluble, es porque el Otro es el Otro dentro de mí mismo. La raíz del racismo es el odio al propio goce. No hay Otro más que ese. Si el Otro está en mi interior en posición de extimidad, es también mi propio odio”. (Miller, 2010, p55).

La topología de lo extimo es expresada de modo conmovedor por Jorge Luis Borges en su cuento “Deutsches Réquiem: “Ignoro si Jerusalén comprendió que, si yo lo destruí, fue para destruir mi piedad. Ante mis ojos, no era un hombre, ni siquiera un judío; se había transformado en el símbolo de una zona detestada de mi alma…Yo agonice con él, yo morí con el…por eso fui implacable” (Borges, 1995, p. 100).

Lacan, en el Seminario “De un discurso que no fuera del semblante”, afirma que para que un racismo se constituya, no se necesita ninguna ideología de idealización de la raza, “…basta un plus-de-gozar que se reconozca como tal”. (Lacan, 2011, p. 29).

Otra modulación, puede leerse en el libro “Recorridos”, del psicoanalista P. Monribot, que reúne sus testimonios de pase, allí postula lo que en su análisis pudo leer de sí mismo: Un racismo anti-femenino, un odio correlativo a la fetichización del cuerpo femenino.

Monribot explica que la lógica del fantasma masculino al fetichizar partes de su cuerpo toma a la mujer por objeto a. Considera que ésta es una segregación típicamente masculina porque el objeto a bajo una forma viviente –y como fuente del racismo–, es un efecto del lenguaje antes de toda ideología

Asimismo, Monribot, agrega otro proceso causal del odio, y es el que se desprende del “no-todo”, ya que considera que la mujer es la mejor materialización de la figura del Otro real, dotado de Otro sexo, capaz de goce Otro. Dice: “Se trata de lo que está fuera-del-lenguaje. Agujero forclusivo dentro del lenguaje que se debe verificar en la cura”. (Monribot, 2017, p. 27).

Siguiendo esta línea, Eric Laurent, plantea que ese agujero forclusivo es, en ocasiones, abordado violentamente. Y afirma que lo que un sujeto hombre tiene tendencia a hacer con el cuerpo del ser amado/odiado es marcarlo. Dice: “…De las cosquillas a la marca violenta. Debe también añadirse, en los feminicidios, el ácido que permite marcar el cuerpo que se desfigura. En el feminicidio podríamos hablar de una absolutización ordinaria del goce que viene a velar el agujero de la no relación sexual”. (Laurent, 2020, p. 81).

Entonces, lo femenino, la locura y el no-todo, es decir aquello que escapa al patrón de la lógica fálica, es lo que –rechazado– promueve en algunos hombres, el pasaje al acto violento, esa terrible locura femicida.

Tú eres mi mujer

Lacan en el Seminario “Las Psicosis” (Lacan, 1981, p. 431), al decir “Tú eres mi mujer”; hace resonar en el juego lingüístico, la filtración mortífera en ese lugar asignado a la mujer, al jugar con un equívoco: Tú eres (tu e) homofónico con Tuer, que significa matar, en francés.

En las Conferencias Porteñas (Miller, 2009), el decirle a una mujer: “Tú eres mi mujer”, será leído por Miller como expresión de necesaria ingenuidad, burla, incluso estupidez.

En este sentido, puede hacerse necesario para algunos hombres confirmar que es propio lo que nunca fue ni será suyo, en tanto se trata de un imposible. La mujer, en tanto que “no-toda”, puede presentificar lo irremediable de la infidelidad a nivel del goce.

Pensamos que ese Otro goce de la mujer como no-toda presentifica que ella es no-toda también para el hombre; lo que implica, en algún sentido, una infidelidad que no “todo hombre” puede tolerar.

Alguien que se acorace en una fanática creencia en el todo, puede verse empujado a adueñarse de lo inalcanzable, pretendiendo doblegar aquello que fractura la posibilidad del todo. Entonces, se puede hacer presente lo intolerable, dando rienda suelta a lo peor y constituyéndose en el resorte de un cruento ataque, en pos de aniquilar esa Otredad. Esa que a veces vemos verificarse contra la mujer en el caso de la violencia de género.

El hombre aferrado al todo, al universal, trata de apresar lo que se le escapa del cuerpo… encarnado en la mujer. Es allí, cuando el afán de dominio puede comandar en él, hasta desembocar en un salvaje asesinato, del cual es responsable irrevocablemente.

El feminicida suicida

El personaje feminicida de la novela “Cosmética del enemigo” de Nothomb, en un diálogo consigo mismo, que precede a su suicidio, afirma:

“Conocía aquella chica mejor que nadie. La había violado, lo que no estaba mal: la había asesinado, lo que sigue resultando el mejor método para conocer íntimamente a alguien.” (Nothomb, 2003, p. 57).

“¿Serías capaz de dejarle a otro el placer de haberla matado? (…) “¡Aquel que la mató, a la fuerza tiene que ser quien más la amó! (…) Nadie la amaba tanto como yo.” (Nothomb, 2003, p.84).

Que la mujer elegida en este amor estragante y mortal, viva su vida, puede convertirse para él, en la constatación de una infidelidad que lo ofende hasta lo insoportable.

El feminicida trata de eliminar la materialidad de un cuerpo en tanto Otro, en un paroxismo salvaje que aspira a garantizar que nada en esa mujer quede por fuera de su acceso, que nada en ella le re-huya.

De las estadísticas surge que, en promedio, alrededor del 15 al 18% de los feminicidios concluyen en suicidio. “Prácticamente los únicos homicidios que terminan en el suicidio del asesino son feminicidios. Casi con exclusividad”. (Codino, 2019).

Interpretamos que aún en la muerte, la infidelidad puede sostenerse inexpugnable, intolerable. En esos casos, confrontado el rotundo fracaso al que queda condenado al no alojar la alteridad, quizás sea el suicidio el último intento de enlazarse a ella en nupcias eternas. Paradójicamente, al no tolerar orillar ese abismo presentificado por lo femenino, se sume en éste, capturado en mortal alianza con el infinito.

Por la vía del amor

Cuando no se atenta contra aquello que puede fascinar, provocar, horrorizar, atormentar de lo Otro, de lo extranjero, del no-toda; puede en cambio surgir la ocasión de desistir de fundirse en uno, la ocasión de atreverse a la desposesión radical, de animarse a la vulnerabilidad a la que confronta la alteridad.

El riesgo de la apuesta amorosa, implica asomarse a lo contingente, incalculable, inapropiable. Esta diferencia es abordada en forma precisa y preciosa en la prosa de Cortázar:

“Amor mío (…) te quiero porque no sos mía; porque estás del otro lado, ahí donde me invitás a saltar y no puedo dar el salto; porque en lo más profundo de la posesión no estás en mí, no te alcanzo, no paso de tu cuerpo, de tu risa; hay horas en que me atormenta que me ames (…).” (Cortázar, 1986, p. 427).

Será cuestión, para cada quien, de consentir a quedar atravesado por la inquietante constatación, de que no hay salto que anule la hiancia, que alcance la Otredad, que atrape lo incapturable.

Dejarse invitar a la aventura de abordar lo femenino como Otredad radical, implica no quedar petrificado por el riesgo ante la medusa, ni sucumbir al deleite maldito, sorteando lo mortífero del encantamiento de las sirenas.

Dejarse tomar en esta confrontación por lo real que implica lo femenino podrá ser fecundo, en tanto aquello que al escabullirse puede devenir causa de deseo, y posibilitar el coraje de abordar la alteridad por la vía de un amor, que renuncia a la posesión. Orientado por esa ética de un amor más digno transita la orientación del psicoanálisis.

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