Reseña
Recepción: 15 Octubre 2016
Aprobación: 03 Noviembre 2016
Este libro constituye un significativo aporte a los estudios literarios e históricos pues, desde el análisis de la textualidad ensayística y ficcional devela los procesos de construcción de la intelectualidad en un período de apertura de diversas posibilidades de construcción de sentido. El autor explora múltiples textos de las primeras décadas del siglo XX a partir del análisis de las corrientes de pensamiento así como de los procesos de construcción e interacción discursiva localizados en una época que, cuanto más la conocemos, más nos asombra por su rica productividad en relación con la generación de propuestas de transformación social, es decir, de imaginarios sociales y, como lo descubrimos en estas páginas, también cósmicos. Desde una perspectiva bastante original Rodríguez se ocupa de la historia intelectual, en particular de la historia de la filosofía. Definiendo el concepto de filosofía de acuerdo a Delueze y Guattari como el arte de “formar, de inventar, de fabricar conceptos” (xxi) nos introduce en un rico universo de producción textual orientado a imaginar el mundo de otras formas, de otras maneras. Desde esta óptica el autor muestra la riqueza y diversidad del pensamiento en un país donde gente de peso ha señalado que no hay espacio para la filosofía.
El libro está compuesto de dos partes y once capítulos, relativamente pequeños. El lector descubre que los capítulos tienen una clara conexión entre sí pero que también pueden ser leídos independientemente, cada uno de ellos es una unidad y el autor logra mantener en estos la frescura narrativa del ensayo. La obra está muy bien escrita, el autor utiliza un lenguaje amigable y logra mantener el interés del lector de principio a fin. Con seguridad, la rica y atractiva temática contribuirá en mucho a que Imaginarios utópicos seduzca a un público amplio, propiciando lecturas que desborden las interpretaciones propias del mundo académico.
La primera parte, está dedicada a la teosofía y al espiritismo en el pensamiento costarricense, cada capítulo se ocupa de las propuestas en estos campos del conocimiento de intelectuales como Roberto Brenes Mesén, Omar Dengo, Basileo Acuña, Roberto Sotela, Víctor Manuel Cañas y Rogelio Fernández Güell. Uno de los capítulos de esta primera sección está dedicado a la polémica entre los sacerdotes católicos y el español Tomás Povedano, fundador del movimiento teosófico. Se aprecia en esta polémica la preocupación de la iglesia católica por su pérdida de hegemonía entre la intelectualidad más sobresaliente del país pues estos se han visto atraídos por cosmovisiones que desafían frontalmente su poder instituido.
La segunda parte del libro explora un considerable número de obras ficcionales poco conocidas que escapan a los cánones, digamos, hegemónicos. Es impresionante la cantidad de obras de ficción que prácticamente descubre el autor, quien llevó a cabo un trabajo impresionante de investigación en bibliotecas para rescatar del olvido literatura de ficción que, en alguna forma, dialoga con temas relativos a los imaginarios de la teosofía y del espiritismo. Se trata de obras catalogadas como “conservadoras” y por ello marginadas de los campos de la literatura. Margarita Rojas y Flora Ovares iniciaron esta labor de rescate de esta literatura olvidada que continúa con especial suceso el autor de Imaginarios utópicos. Gracias a ese esfuerzo podemos ingresar a esos territorios por los que transitaron los imaginarios de nuestras tierras y que, en alguna forma, mediante su exclusión, nos han sido vedados. Rescatar estos textos es fundamental para construir el complejo rompecabezas de la historia de la producción literaria. Su ausencia no solo limita nuestra capacidad de acercarnos a dicha producción sino que también distorsiona nuestra mirada sobre las producciones canónicas mismas. Es decir, la incorporación de esta textualidad ilumina desde nuevas perspectivas la historiografía literaria costarricense en su conjunto.
Retornando al análisis global del libro debemos de decir que este trata de intelectuales que están insatisfechos con las posturas liberal-oligárquicas pero que, a la vez, miran con desconfianza una izquierda cada vez más hegemonizada por el comunismo. Los protagonistas de este libro no están convencidos de que la revolución social permita construir un mundo mejor. Estos pensadores de las primeras décadas del siglo XX, nos aportan una profunda crítica a algunos (como veremos adelante no a todos) de los fundamentos mismos de la modernidad. Rafael Lara Martínez, citado por el autor, afirma que estos discursos intelectuales crearon una “sensibilidad anti-moderna al oponerse al liberalismo y al marxismo”. (xxvii) Quisiera señalar que estos no escaparon del todo a la “sensibilidad moderna”, lo cual se hace particularmente evidente si exploramos su obra desde la perspectiva de las construcciones subjetivas1. Como lo analiza Rodríguez, especialmente en la segunda parte de su libro, estos autores “disidentes” del proyecto de la modernidad, tuvieron visiones poco críticas de los procesos de colonización, más bien vieron con buenos ojos, como una necesidad histórica la conquista española así como la hispanización de los territorios de América, es decir, su blanqueamiento cultural y biológico.
En la primera parte del libro descubrimos a estos constructores de filosofía inventando conceptualizaciones para desafiar la prevaleciente concepción de ciencia y de verdad. Nos encontramos a un Brenes Mesén que, después de haberse iniciado en el mundo intelectual como defensor del conocimiento científico llega a descalificar el convencional método científico como el método ideal para llegar al conocimiento. Propone combinar misticismo e investigación científica para construir formas de acercamiento a la verdad comprometidas con el desarrollo espiritual del ser humano. Afirma que las verdades trascendentes no se descubren por el simple razonamiento, sino a partir de “la intuición, o la inspiración, o la visión espiritual, o la revelación” (pág. 29). El acceso a la verdad, es decir, a los secretos del cosmos, se encuentra en la conciencia superordinaria. La experiencia individual es fundamental en el camino a la verdad.
José Basileo Acuña nos habla de dos formas de conocimiento: la física, que es circunstancial y la conciencia suprasensible donde imperan saberes absolutos, eternos. En esta se encuentra la dimensión divina que está latente en cada persona. Rodríguez explora con detenimiento las fascinantes propuestas para acceder al conocimiento de cada uno de los intelectuales analizados. Su fina mirada nos va diseccionando las particularidades de su pensamiento en un contexto, digámoslo así, de liberación de los imaginarios, liberación que deviene, en nuestro criterio, de la ruptura con las sólidas y solidificadas ideologías. Pero también quizá una de las razones de la marginación en la historia literaria de los textos aquí analizados resida en su carencia de anclaje en lo político entendido en el sentido más limitado del término. Es decir, no estuvieron vinculados a proyectos estructurados en agrupaciones partidarias, las cuales utilizaron sus potencialidades para posesionar su propia intelectualidad en la nación costarricense.
El autor de este libro analiza los discursos intelectuales en su proceso histórico. Por ello no encontramos figuras monolíticas sino sujetos permeados por las cambiantes perspectivas del mundo y de la sociedad de su época. La búsqueda de la verdad en la intuición, en la introspección, no sustrajo a estos intelectuales de la “atmósfera filosófica” en que vivieron. Estuvieron involucrados y dialogaron con las propuestas hegemónicas que buscaban dotar de identidad y a la vez colocar en un espacio de dignificación a la región latinoamericana. Estos creadores de sentido se sumaron a las voces del anti-imperialismo, uno de los procesos discursivos más ricos de la primera mitad del siglo XX. No obstante, esa búsqueda constante de una realidad ubicada en el cosmos los sustrajo de la historia misma conduciéndolos a interpretaciones utópicas desconectadas de la experiencia vital de estas sociedades. Así por ejemplo los escritores de ficción explorados anuncian que a partir de la renovación interior el ser humano que habita nuestros territorios se transformará en un ser superior y, siguiendo las lógicas vasconcelianas, lo definen como una raza superior.
Pero esta raza no será producto del mestizaje biológico o de la hibridez cultural, sino de una racionalidad mística. Estos escritores anclándose de nuevo aunque desde otras dimensiones en las construcciones esencialistas de la modernidad atribuyen esta racionalidad mística a individuos iluminados, herederos de una cultura superior que surgió en lugares distantes como la mítica Atlántida. De tal forma, aquí encontramos un diálogo con las propuestas imperantes del mestizaje pero es un diálogo que se utiliza, podríamos decir, para impulsar una fuga, para conducir la reflexión hacia territorios muy distantes de aquellos en los que pensaban los pensadores clásicos latinoamericanos de este período como el mismo Vasconcelos.
Retornando al tema del desafío que estos pensadores representaron para la religión, queremos subrayar a partir de nuestra lectura de este libro, que su propuesta sobre el papel de las religiones en el pensamiento fue, en nuestro criterio, más desafiante para la iglesia que el ateísmo mismo pues en sus construcciones filosóficas el cristianismo está presente pero a la par de símbolos espirituales que le son ajenos, por lo que, se coloca en un contexto discursivo que transforma por completo el sentido dado por los poderosos hombres que edificaron dicha institución y que establecieron un rígido control sobre la interpretación del discurso religioso. Así por ejemplo Víctor Manuel Cañas afirma que Jesús fue preparado por los maestros brahamanes y que su vida era la de un yoghi de la India. Fernández Güell tiene una interpretación muy particular de la escena protagonizada en la biblia por Adán y Eva. En su criterio, esta representa el momento en que desciende el espíritu a la materia, es decir, el despertar de la razón. La desnudez significa la falta de conocimiento, la serpiente representa la ciencia que se dirige a la mujer por su mayor capacidad de prestar atención a los fenómenos. Es decir, su lectura “limpia” este pasaje del “pecado original” y de su peso particularmente fuerte sobre la mujer. En esta forma desestabiliza los elementos fundantes del cristianismo encontrando en la escena de Adán y Eva una alegoría del nacimiento del sujeto que, vale la pena señalar, es coincidente con interpretaciones recientes del pasaje bíblico a partir del gran desarrollo que ha tenido el psicoanálisis y el análisis semiótico en las últimas décadas.
Como ya lo hemos señalado Rodríguez nos ubica en el contexto discursivo en que se desarrollan estos intelectuales, dispuestos a contestar las voces coloniales que degradan a los habitantes del trópico. Estas concepciones eurocéntricas, durante el siglo XIX e inicios del XX habían permeado a importantes figuras del saber de América Latina como Alcides Arguedas y Faustino Sarmiento. Se trata de voces que utilizaron la jerarquización de las razas para colocar al indígena y al negro en posiciones de inferioridad. En cambio, autores como Acuña dirigen sus críticas, no a quienes se encuentran extraviados en el camino del progreso sino a aquellos que se han ceñido a sus mandatos. El maquinismo ha impuesto una era de individualismo y violencia que será superada cuando el reino de la intuición se imponga a la razón. Pero tampoco estos autores escapan de los estereotipos de la modernidad. Acuña, nos informa el autor, utiliza al Conde de Keyserling, difusor de ideas racistas, para construir sus tesis. El determinismo geográfico de este intelectual costarricense en alguna forma sustituye sin llevar a una transformación sustantiva, al determinismo racial.
Como se aprecia en Ficciones culturales y fábulas de identidad en América Latina de Graciela Montaldo2, los intelectuales anti-imperialistas no tuvieron una posición anti- colonial consistente. Rechazaron el expansionismo económico y cultural de Estados Unidos pero abrazaron los vínculos de la región con el mundo europeo en particular con España y Francia. En relación con la primera reivindicaron la conquista española y el período colonial, revirtiendo la lectura que de estos procesos habían realizado los liberales que lucharon por la independencia. De tal forma, en las primeras décadas del siglo XX abundan las odas a la conquista y a la herencia española. En ese contexto Fernández Güell agradece a España su voluntad de trasladar a América sus instituciones, sus gentes, su cultura. Realmente no encontramos en estos intelectuales una ruptura en relación con la mirada de la modernidad sobre las llamadas razas inferiores. Al contrario, como se analiza profusamente en la segunda parte, en la literatura ficcional, los indígenas son construidos desde una posición de distancia, de extrañamiento.
La segunda parte de este libro, como ya lo señalamos se ocupa de la producción literaria que incorpora las construcciones de la teosofía y el espiritismo. Nos encontramos con una considerable diversidad de autores algunos más conocidos que otros pero el corpus explorado que es bastante grande integra trabajos en general desconocidos, que han quedado al margen del campo literario. Por ejemplo, en el capítulo VIII se analizan textos que habían caído en el olvido de Francisco Soler, Caridad Salazar de Robles, Rafael Ángel Troyo, Moisés Vincence, Carlos Gagini. Se trata de autores que no aceptan ceñirse ni al costumbrismo ni al realismo, que colocan a sus personajes en mundos muy distantes de nuestras fronteras o bien que, como lo señala textualmente el autor, imaginan a una Costa Rica situada en un no lugar (pág. 129).
Pero si estos textos son subversivos en cuanto escapan a las encasillantes corrientes literarias que se imponen en los procesos de construcción de las naciones latinoamericanas, afirman perspectivas estereotipadas, ahistóricas del mundo indígena y, cuando se ubican en la sociedad oriental, del mundo colonizado en general. En Imaginarios utópicos se deconstruye dicha textualidad a partir de autores como Hommi Bhabha y Edward Said explorando las escasas potencialidades y muchas limitaciones de personajes amarrados a visiones rígidas de lo que llamamos (si bien Rodríguez no utiliza ese concepto) las otredades. Por ejemplo, el autor se detiene con especial detenimiento en la novela de aventuras escrita en 1923 por Arturo Castro Esquiviel El tesoro de Rajah. Ubicada en la India, muestra sin ambages su simpatía por el proyecto colonial y naturaliza la sumisión de los sujetos colonizados. Según Rodríguez, para Castro, Oriente debe de ser siempre una “geografía de sometimiento”.
En 1932, Emmanuel Thompson escribe Bajo el sol de América obra que reivindica la latinidad y el cristianismo y alaba el supuesto blanqueamiento de la sociedad costarricense. Esta nos trae a la mente la obra literaria y en particular ensayística del nicaragüense Pablo Antonio Cuadra, obra que se ubica décadas más tarde, a mediados del siglo XX, reivindicando el cristianismo en un contexto de mestizaje donde los valores españoles se imponen contundentemente3. Es decir, los autores analizados en Imaginarios utópicos no escapan a las posiciones del pensamiento hegemónico de su tiempo, más bien, como en el caso de la obra comentada de Thompson se encuentran entre los precursores de las construcciones identitarias ensayadas por intelectuales en las décadas siguientes.
Juana Fernández Ferraz en El espíritu del río se ocupa de presentar al indígena como ser aberrante, como el salvaje que irrumpe violentamente en el orden de la Creación. Esta novela se desarrolla en España y Brasil. En este último país el personaje Alberto Sorel, representante del socialismo utópico, logra hacerlo realidad en tierras cedidas por el rey que se encontraban ocupadas por caníbales. En este caso la utopía de la justicia e igualdad social acompaña necesariamente la sumisión absoluta del sujeto colonial a los valores de la modernidad.
El capítulo VIII dedicado a la literatura espiritista analiza obras de Eduardo Calsamiglia, León Fernández, Carlos Gagini y Jenaro Cardona. Encontramos en el cuento de Calsamiglia “La marca azul” rasgos de la literatura gótica. La obra ofrece personajes vampirescos, fantasmagóricos. Lux et umbra novela de Fernández Güell que el autor llama pedagógica pues fue escrita para introducir mediante la ficción la pedagogía espiritista, nos es presentado como un texto, codificado y autoritario, monológico, cerrado a la polémica (pág. 172). Es decir, las perspectivas desafiantes de la espiritualidad no necesariamente fueron más democráticas, o más abiertas a la pluralidad.
Moisés Vincenzi publica Atlante retomando en esta el mito de la Atlántida que presenta como sociedad utópica regida por el espiritismo. La trama se desarrolla en una ciudad fantástica, maravillosa y exótica. Como María Fernández de Tinoco en Zulay y Yontá anuncia una nueva raza de hombres que vendrá de los pobladores que lograron huir de la destrucción de Atlante. Pese a que provienen de un mundo con una historia perdida para la humanidad, sus personajes son portadores de la cultura greco-latina. Este es un elemento que está definitivamente presente en estas obras en concordancia, quisiera sugerir, con ese proyecto compartido ampliamente por la intelectualidad que desafía el imperialismo norteamericano pero sin dejar de fundarse en símbolos claves de la modernidad. La disputa por la posesión de la cultura greco-latina en Europa Occidental, llega a nuestras tierras a partir de una intelectualidad que difícilmente encuentra formas de dignificación de sus habitantes allende los valores del mundo hegemónico. Si bien se ensayan nuevas posibilidades discursivas, estas no dejan de estar “amarradas” a las construcciones jerárquicas de las culturas que justifican la existencia del mundo colonial.
Zulay y Yontá por una parte es una obra que busca construir un imaginario con los valores de solidaridad y justicia pero, por la otra, como es típico del indianismo de su época, expulsa del contexto histórico el mundo indígena, ubicando la construcción de las culturas antiguas de este continente en lugares muy distantes como el Este de Asia. Es decir, extranjeros que vinieron de lugares distantes fueron los portadores del conocimiento que permitió el desarrollo de las civilizaciones indígenas. El personaje Ivdo es un ser con características positivas porque desciende de una raza superior (la hindú) En la obra la sabiduría ha llegado de Oriente, Lispo es un sabio de la India que arribó a América a transmitir sus profundos conocimientos. Él se casa con Yontá para crear una raza nueva heredera de la cultura de Atlántida. De tal forma, el mundo indígena es vaciado de todo contenido histórico. Cualquier posibilidad crítica sobre lo que sucedió con estas poblaciones a partir de la conquista española queda totalmente fuera de foco. En esta línea de lo que Rodríguez llama el “imaginario atlantista”, Diego Povedano publica Arausi. Novela histórica referente a los indios güetares de Costa Rica y a los mayas de Yucatán, México. Señala el autor que en esta obra encontramos una doble mirada colonial: la de los atlantes en relación con los aztecas y la de estos últimos hacia la huetar (viceytas y terbis). De tal forma, el binomio civilización/barbarie lejos de ser superado por autores vinculados a la teosofía y al espiritismo, se mantiene como un dispositivo central de la narración.
Para terminar espero haber acercado al público a la rica productividad de Imaginarios utópicos libro que nos revela dimensiones poco conocidas de la producción textual, pero no por ello irrelevantes en el proceso de construcción del campo literario. Estoy segura de que este texto obligará a redimensionar la producción literaria en un campo mucho más vasto y complejo del instituido. Me gustó mucho que el autor, aun cuando nos transmite su fascinación por estos textos, no deja de guiarse por una mirada crítica. Ello le permite evitar caer en la trampa de formas de identificación anacrónicas, es decir, en la trampa de la tentación de trasladar al pasado los ideales del mundo intelectual contemporáneo sustrayendo así sus subjetividades como ellos sustrajeron la de sus otredades. Francisco nos muestra este mundo en su complejidad, sin someterse a modelos preestablecidos. Aquí encontramos un trabajo fino de disección de las subjetividades que no se deja obnubilar por las ansiadas coherencias identitarias, por la búsqueda de modelos ideales en la intelectualidad.
Concluyo sugiriendo a Francisco un próximo libro donde ponga en diálogo las concepciones prevalecientes en estos textos en torno a la pluralidad cultural con aquellas relativas a las construcciones de género explorando así esas convergencias e interacciones en las invenciones de esas identidades, del otro y de la otra que es también una otredad.
Bibliografía
Cuadra, Pablo Antonio. Ensayos. Managua: Fundación Vida, 2003.
Masferrer, Alberto. “La mujer anti-alcohólica”. Patria, 9 de octubre de 1929, 1.
Masferrer, Alberto. Páginas escogidas. San Salvador: Dirección de publicaciones Ministerio de Cultura y Comunicaciones, 1985.
Montaldo, Graciela Graciela. Ficciones culturales y fábulas de identidad en América Latina. Rosario: Beatriz Viterbo Editora, 1999.
Rodríguez Cascante, Francisco. Imaginarios utópicos. Filosofía y literatura disidentes en Costa Rica (1904-1945). San José: Editorial de la Universidad de Costa Rica. 2015.
Notas
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