Reseña
Espectros de Nueva York de José Ricardo Chaves
Recepción: 27 Julio 2016
Aprobación: 13 Agosto 2016
Al leer la última novela del escritor costarricense radicado en México José Ricardo Chaves, titulada Espectros de Nueva York y publicada en 2015 por la Editorial Costa Rica, resulta imposible no remitirse a su anterior obra del mismo género: Faustófeles, dada a conocer por la editorial costarricense Uruk, en el año 2009, obra que recibió el Premio de la Academia Costarricense de la Lengua. En la primera parte de la novela, un joven de la cercana comunidad josefina de Tibás, de nombre Fausto, y antes de ser conquistado para viajar por el mundo por un trotskista amigo suyo llamado Mefisto, funge como secretario de la Sociedad Teosófica Costarricense. El narrador lo describe en dicho recinto rodeado de las miradas de los clásicos del movimiento:
Así te veo, así te recuerdo, escribiendo en tu Cuaderno de Vida, como en la escuela primaria, sobre la mesa de madera, formando parte aquí y ahora de ese grupo de quince o veinte personas sentadas en círculo esotérico, en el amplio, blanco y viejo salón de una casa morisca, entre los óleos de Madame Blavatsky y el Coronel Olcott, de Annie Besant y C.W. Leadbeater, los cuatro fantásticos teosóficos pintados por Povedano y que auspician con sus siluetas el cónclave mágico.
Ese interés por la teosofía y por la descollante figura de su fundadora se materializa ahora en un texto que relata dos aventuras paralelas: una es la historia de un personaje obsesionado con la vida de Blavatsky que hace el mismo recorrido que ella efectuó desde el Tibet hasta Nueva York con el fin de escribir una biografía sobre su estadía neoyorkina y los avatares de la escritura de Isis develada. La otra se refiere a la historia de la rusa, justamente a partir de su arribo a Nueva York en julio de 1873 y hasta que abandona la ciudad rumbo al establecimiento de la Sociedad Teosófica en la India, en el año de 1878.
En este eje narrativo, Espectros de Nueva York retoma, mediante una ficcionalización apropiativa, una importante tradición biográfica sobre Blavatsky para centrarse en el período neoyorkino. Justamente esta construcción inicia con el encuentro entre Henry Olcott y Helena en la famosa granja de Vermont, donde los hermanos Eddy, dos campesinos médiums, eran profusamente visitados por sus materializaciones de fenómenos paranormales. Olcott está interesado en descubrir las artimañas de los hermanos, cosa que no lograba efectuar en el tiempo que llevaba en esa granja, especie de destino de moda del turismo ocultista. Un determinado día se sienta a la mesa “al frente de aquel robusto ángel rojo, atractivo aunque algo pasado de peso y de años, una mujer ya cuarentona (él también ya cuarenteava), de esas que ya no se cuecen al primer hervor, pensaba. (…) Estuvo observando en silencio a la mujer exótica (págs. 17-18)”.
A partir de ese acercamiento inicia una amistad inseparable que los lleva a verse continuamente y a compartir sus exploraciones por el mundo del ocultismo. La novela construye al personaje Helena Blavatsky desde una rigurosa documentación histórica, pero también a partir de la mitología que la ha acompañado. En este sentido la obra de Chaves, con gran acierto, se constituye en un relato ambivalente que muestra aproximaciones, imágenes, pensamientos, obsesiones, todos ellos cargados de las ambigüedades propios de un personaje de las resonancias de la Blavatsky histórica.
Helena es descrita a partir del cruce de esos dos tipos de evocaciones: la histórica y la mítica. Un símil del capítulo 4 condensa la imaginación biográfica que se manifiesta en la novela: “Ella era un imán hacia el cual corría toda suerte de limaduras excéntricas (pág. 28)”, de las cuales existen múltiples informaciones que la obra da por sentadas: “Sin duda, Helena no solo hablaba de poderes ocultos sino que también los poseía (pág. 28)”. En este sentido, es muy significativo el hecho de que cuando se describen las relaciones matrimoniales de Blavatsky con su segundo marido Michael Betanelly, con quien se casó bajo el pacto de seguir manteniendo su castidad y con el fin de que él no cometiera suicidio, una noche cuando las hormonas no dejan dormir al recién casado, decide sacudirla y someterla por la fuerza, así que se dirige a su habitación y “ve a Helena flotando sobre su cama, a un metro de altura, en el interior de un transparente capullo lumínico (pág. 33)”.
La novela, puntualiza la vida aventurera de la fundadora del movimiento teosófico, su trabajo de maromera en París, montadora de caballos en Constantinopla, actriz en Londres, en fin los componentes que hacen de la fundadora de la teosofía más que un ser de carne y hueso.
La novela también se ocupa de mostrar la inmensa erudición de Helena y el problema de las fuentes para la redacción de sus obras capitales, manejo bibliográfico imposible para alguien que sostenía su vida en una permanente errancia. En este aspecto, también la novela sugiere la ambivalencia como recurso explicativo: la aportación de la autora en el sentido de que ella era solo el receptáculo de las voces de sus maestros, quienes le mostraban los libros citados; y por otra parte, la obra sugiere la posibilidad de que sus amigos humanos hubieran facilitado diversas fuentes bibliográficas.
Uno de los mayores aciertos en esta reconstrucción ficcional de orden biográfico es la constante humanización del personaje. Helena con su mal carácter, sus obsesiones ocultistas, su persistencia en sobrevivir a su medio y llevar a cabo su misión, su puritanismo y su erudición autodidacta. Al final de la obra están ella y Olcott tomados de la mano en un buque rumbo a la India.
La otra historia, la del biógrafo, es también una búsqueda del misterio. Después de entrevistarse con el sabio Cagliostro en México llega a Nueva York con el propósito de instalarse en el edificio donde había vivido la rusa, ahora convertido en un viejo hotel, construcción que despierta en él “pese a su aura umbría (pág. 8)” un sentimiento de felicidad. Llega a los bajos mundos neoyorkinos. Allí entra en contacto con el sincretismo cultural de origen caribeño: una santera con la que comparte sus preferencias por el esoterismo, pero también con un joven negro con quien tiene una aventura erótica y juntos exploran el mundo de la drogadicción y la violencia.
Espectros de Nueva York es al mismo tiempo una novela sobre fantasmas. De esta manera confluyen en el texto varias de las preocupaciones estéticas que José Ricardo ha venido trabajando en sus obras anteriores: la representación de lo gótico y el tema de lo fantástico están presentes en la construcción del Sherman Hotel, lugar poblado de fuerzas oscuras: extraños seres en forma de lagartos que cuidan el lugar, un mandril fantasma que cuida un espejo oculto en la habitación por el coronel Olcott, y por supuesto, el fantasma de la propia Helena que constantemente se le aparece al escritor.
Espectros de Nueva York es también una novela de viajes: los de Helena, que la definen y la conforman y los del escritor protagonista, que se busca a sí mismo guiado también por fantasmas, en un proceso que equipara sus búsquedas de Helena con sus propias experiencias. Se trata de viajes por el mundo del esoterismo. Él efectúa el mismo viaje que Elena: París, Nepal, el lago Lhamo Latso donde el espejismo de una mujer gorda y de cabello rizado, parecida en mucho a la Estatua de la libertad, lo lleva a visitar a Cagliostro en México antes de llegar a Nueva York. Estos viajes, a la vez por las bibliografías ocultistas, son también trayectos de descubrimientos interiores, de conformación de la subjetividad y de conciencia de un universo que va más allá del sensible.
La novela también se puede leer como una reflexión sobre la escritura misma. José Ricardo Chaves sostiene que su obra es un acto reflexivo sobre el proceso literario de su constitución, es decir un acto metaliterario. Y es que efectivamente, esa dimensión atraviesa toda la novela. Al igual que el joven teósofo de su anterior novela que cité al inicio, y quien escribía con dedicación y deleite las memorias de la Sociedad Teosófica, en esta nueva obra los protagonistas son sujetos de dos escrituras que, en tanto líneas paralelas que se cruzan, confluyen en una sola.
En realidad las dos historias que conforman Espectros de Nueva York se convierten en una sola: la de una Helena que se aísla del mundo para escribir sin descanso Isis develada, y por medio de ella unir ciencia y religión, pero también conformarse ella misma en tanto líder teosófica; y la del biógrafo que al escribir sobre ella se convierte en ella. Helena lo recorre desde el obsesivo inicio de su viaje buscándola, Helena lo devela, abriéndole el mundo ocultista, pero al mismo tiempo, Helena lo asume y lo consume. Al igual que Arturo Cova, el extravagante personaje de La vorágine de José Eustasio Rivera, quien es atrapado por la selva, el delirante ejercicio de escribir una novela sobre Helena conduce a que la escritura misma devore a su practicante. Al final queda una mezcla, un sujeto híbrido:
También mi cabellera se transformó, pues comenzó a crecer a gran velocidad, solo que en vez de mi tradicional pelo lacio y oscuro comenzó a salirme otro ensortijado y mucho más claro, como si me lo hubiera teñido. Dejó de salirme barba y se cayó el vello de mi cuerpo, el de brazos, piernas y pecho. Las uñas también me crecían muy rápido y tenía que cortármelas cada dos días. Mis órganos sexuales se achicaron, como en retroceso hacia dentro, con una fisiología, más que femenina, hermafrodita. Dos senos de grasa colgaban de mi pecho (pág. 223).
Juego de espejos, miradas múltiples que se entrecruzan temática y temporalmente, una novela que la hace posible un espejo lleno de poderes ocultistas herencia del Coronel Olcott. Es un viaje pleno de resonancias esotéricas el que constituye la lectura de Espectros de Nueva York; al igual que las imágenes que el mágico lago de Lhamo Latso le reveló al biógrafo, esa red de densidades semióticas que es esta nueva de obra de José Ricardo Chaves tiene reservada para nosotros múltiples secretos.