Resumen: En el último tercio del siglo XIX, el Pacífico español se había convertido en un incontrolable polvorín. Diversas cuestiones no resueltas y agravadas con el paso del tiempo, confluyeron en la misma trayectoria y los maltrechos cimientos de una agotada metrópoli se vinieron abajo mediante una insurrección. La política que la monarquía borbónica imprimió en sus posesiones ultramarinas fue fraguando un movimiento nacionalista anticolonial y antimasónico que llegó a su culmen en 1896, con la sublevación tagala y a la ruptura definitiva con España en 1898.
Palabras clave: Katipunan, masonería, antimasonería, colonialismo, Filipinas, independencia, rizal.
Abstract: The Spanish Pacific had become an uncontrollable keg of gun powder in the last third of the 19th century. Several unsolved troubles, aggravated over the time, came together on the same path and the battered foundations of an exhausted metropolis collapsed through an insurrection. The Bourbon monarchy’s policies in its overseas possessions forged an anti-colonial and anti-Masonic nationalist movement. This movement reached its peak in 1896, with the Tagalog insurrection and the definitive break away from Spain in 1898.
Keywords: Katipunan, masonry, anti-masonry, colonialism, Philippines, independence, rizal.
Artículo
El Katipunan: anticolonialismo y antimasonería en Filipinas
The Katipunan: Anti-colonialism and Anti-masonry in the Philippines
Recepción: 02 Octubre 2022
Aprobación: 31 Octubre 2022
Durante mucho tiempo la historiografía española tradicional conservadora y una parte importante de la opinión pública asociaron y culparon de la pérdida de las últimas posesiones ultramarinas españolas, Cuba, Puerto Rico y Filipinas, a la nefasta influencia ejercida en la sombra por la masonería. El resultado fue la inmediata identificación de la masonería con el enemigo encubierto al que había que aniquilar, idea que todavía persiste hoy en determinados sectores de la sociedad.
Dedicaremos estas páginas al caso de Filipinas, en donde la masonería no sólo no intervino en la independencia, sino que se vio inmersa en un movimiento insurreccional anticolonial y antimasónico, que la arrastró, del mismo modo que a las instituciones del gobierno y la administración colonial.

Históricamente la imagen de Filipinas en el resto del mundo obedecía a la de un país atrasado, retrógrado, sometido a una administración obsoleta e ineficaz sin visos de modernidad y dominado por el clero, más que por el gobernador general. Por su parte, los habitantes eran tenidos por personas casi asilvestradas, carentes de interés por la educación y la cultura, personas incapaces de regir su propio destino.
Sin duda, esta era la imagen que convenía mostrar con el fin de justificar la falta de representación política en las Cortes y la carencia de derechos sociales y de reformas liberalizadoras en cualquier aspecto. Pero la realidad era otra, muy diferente y mucho más compleja.
A grandes rasgos mencionaremos una serie de factores que se sitúan en el origen del estallido revolucionario. En primer lugar nos referiremos al gobierno colonial, cuya principal autoridad, el cargo de gobernador general, recaía en manos de militares adscritos a los ministerios de Ultramar, Guerra, Estado y Marina, principalmente. Las actuaciones de los diferentes gobernadores no eran arbitrarias, sino que se insertaban en el marco legal peninsular y éste era difícil de entender y de administrar.
Aunque las islas de Poniente participaron en el diseño de la estructura del Estado, en la práctica sólo se les reconoció la facultad de tener representación en las Cortes durante el período gaditano 1812-1814, durante el Trienio Liberal (1820-1823) y en la época del Estatuto Real (1834-1836). A partir de la Constitución de 1837 Filipinas será tratada de forma diferente, pues los gobiernos moderados restringirán los derechos de todas las posesiones hispanas negándoles la representación en las Cortes, hecho que cambiará durante el Sexenio pero sólo para los casos de Cuba y Puerto Rico, no para Filipinas, que quedará designada como territorio ultramarino de segundo orden1.
El segundo de los factores tiene que ver con el cambio que se fue produciendo en la sociedad filipina: la aparición de nuevos perfiles locales2 y de nuevas élites socioeconómicas unidas al desarrollo de importantes intereses comerciales, chocaron de con los intereses de la metrópoli y muy especialmente con los de las órdenes religiosas. Desde comienzos del siglo XIX o, quizá, un poco antes, empezó a desarrollarse una burguesía centrada en dos actividades, por un lado la agricultura orientada a la exportación y, por otro, el comercio. Ambas ocupaciones posibilitaron el aperturismo y las relaciones no con agentes españoles sino con empresas extranjeras, británicas en gran medida, pero también alemanas, francesas, estadounidenses y con comerciantes chinos. Esta naciente burguesía no era un grupo homogéneo ni por su composición étnica y social, ni por sus intereses, pues variaban en función del grupo territorial o de la actividad comercial. Sin embargo, tenían un objetivo común: impulsar cambios que propiciaran el desarrollo de las islas. Esta demanda, junto a otras reivindicaciones, fue un punto fundamental en el despertar de la conciencia nacional.
Paralelamente, una clase ilustrada educada y formada en universidades filipinas y europeas fue definiendo, a través de sus escritos, los rasgos identitarios de esa incipiente nacionalidad que, poco a poco, fue subiendo los escalones del asimilismo, el autogobierno y la independencia.
En este conglomerado es ineludible mencionar el papel de las órdenes religiosas, ya que su labor abarcó todos los aspectos de la vida en Filipinas, por supuesto el religioso también el educativo y el económico, pues eran propietarias de importantes tierras y, el administrativo, porque al ser los únicos españoles en algunos de los remotos lugares del archipiélago, se vieron en la necesidad de ejercer de representantes de la administración colonial. Desde 1872, tras el Motín de Cavite y el ajusticiamiento de los sacerdotes nativos Gómez, Burgos y Zamora, el enfrentamiento entre el clero nativo y el español fue agudizando el sentimiento nacionalista de tal manera que en 1896 no tuvieron ningún reparo en secundar la revuelta contra España.
Además de estos problemas internos existía otro igual de importante y más difícil de contrarrestar; éste no era otro que los intereses internacionales de todos los países que buscaban hacerse con un hueco en el Pacífico. Según indica María Dolores Elizalde3:
En los años finales del XIX tenían consulados en Manila las siguientes naciones: Austria-Hungría, Brasil, Chile, Dinamarca, Ecuador, Francia, Alemania, Gran Bretaña, Hawaii, Italia, Japón México, Holanda, Portugal, Rusia, Suecia, Noruega, Suiza y Estados Unidos, y todas ellas intentaban buscar un espacio y una actividad que les sirviera de trampolín en la zona Asia-Pacífico4.
Esta amalgama de grupos heterogéneos con intereses, a veces contrapuestos, originó diferentes movimientos de descontento que fueron canalizados a través de la élite ilustrada formada y educada en Europa y defensora de ideales políticos, sociales y culturales más acordes con los nuevos tiempos.
Comenzó el año 1872 en un ambiente de clara crispación y, al grito de “¡abajo el tributo!” sobrevino la crisis del Fuerte de San Felipe en Cavite. Los obreros del Arsenal junto con varios integrantes del ejército indígena, el teniente español Montesinos, el oficial de la administración militar Morguecho, el padre Antonio Rufián y el padre Gómez, prior del convento de los recoletos en Cavite, enterados que desde el 1 de enero de 1872 debían sujetarse al pago de tributo y a la prestación personal, fraguaron un plan de protesta que no pudo llevarse a cabo por un error en la organización. La versión de este suceso proporcionada por Miguel Morayta, además de diferir en los hechos, concluye con un contundente “cuyo objeto es degollar a todos los españoles.”5
El motín calificado de filibustero fue sofocado y sus consecuencias no se dejaron esperar, siendo inmediatamente detenidos, juzgados y condenados numerosos filipinos6. Como resultado de otro confuso juicio sumarísimo, el 15 de febrero de 1872 fueron condenados a garrote vil los clérigos filipinos Mariano Gómez, Jacinto Zamora y José Burgos, y el seglar Francisco Zaldúa7. Sin duda, los hechos ocurridos en Cavite marcaron el punto de inflexión en ese despertar de la conciencia nacional, pues los tres sacerdotes pasaron a ser venerados como mártires nacionales. Rizal no dudó en recordarlos en su obra El Filibusterismo:
El gobierno, al rodear vuestra causa de misterio y sombras hace creer en algún error, cometido en momentos fatales, y Filipinas entera, al venerar vuestra memoria y llamaros mártires, no reconoce de ninguna manera vuestra culpabilidad. En tanto, pues, no se demuestre vuestra participación en la algarada caviteña, hayáis sido o no patriotas, hayáis o no atosigado sentimientos por la justicia, sentimientos por la libertad, tengo derecho a dedicaros mi trabajo como víctimas del mal que trato de combatir8.
Unos años más tarde, en 1895, ya a las puertas de la insurrección tagala, el Katipunan, los recordaba en diferentes proclamas: “Hace ahora veintitrés años que se viene recordando constantemente lo ocurrido en el campo de Bagumbayan cuando ejecutaron a los tres tagalos que fueron los primeros en diseminar el bienestar y la destrucción de la mayoría de los tagalos [...] Habrá un día también en que brille el día del derecho y pagarán los que sean deudores.”9
Hubo alguna otra en tono más arrebatado en la que plasmaron su resentimiento con duras palabras hacia España y hacia sus gobernantes:
¡Gómez, Burgos, Zamora!
¡Nuestros compatriotas se hacen víctimas de la traicionera perfidia de los que usurpan nuestra patria! [...] ¡Nunca más presenciará el cielo tan enorme traición! [...] Los perversos que sostenían el gobierno o detentaban el poder tenían las manos manchadas con el cieno de la maldad! Los perversos, que como serpientes, debilitaban a quienes podían dar vida a la patria. Porque si ante el recuerdo se presenta vuestra muerte ignominiosa, el pensamiento alicorto y ciego se pierde en reminiscencias y quienes en maldad rigen en el poder se olvidan de hacer frente a la necesidad de procurar la tranquilidad propia y remedian el estado precario y agónico, pervertido y lamentable del pueblo tagalo10.
En el complejo asunto de Cavite y, especialmente, en la conmutación de las penas de muerte de varios de los civiles detenidos11, algún estudioso del tema ha querido ver la acción de la masonería argumentando, sin pruebas documentales, que como el general Izquierdo era masón (“Francmasón declarado el nuevo gobernador general ha tomado parte en la revolución de 1868...”), no toleró que los masones implicados en la revuelta fueran condenados a muerte12. La prueba más clara de que ni la institución masónica, ni ninguno de sus miembros tomaron parte en los hechos de Cavite, porque todavía no existía masonería organizada en las islas, y, además, no tenemos constancia de que lo hiciera ninguna de las personas arriba citadas, como se desprende del análisis de la documentación masónica13.
Se inauguraron nuevas medidas de vigilancia y aquellos que pudieron salieron de Filipinas, bien a Europa, bien a destinos más cercanos pero con clara influencia europea: Hong Kong, Singapur, Macao, etc., en donde organizarse sin miedo a ser detenidos o deportados, estar alejados del control español y seguir desarrollando esas incipientes ideas nacionalistas. Es el momento en el que comenzaron a tejerse las redes estructurales de lo que a partir de la década de los 1880 y, sobre todo, en la de los 1890, podemos denominar como filibusterismo organizado.
Con el fin de sistematizar las demandas filipinas en un proyecto claro y definido, poco a poco, fue tomando cuerpo el movimiento de La Propaganda, cuya misión era dar a conocer la situación real del archipiélago. Sus postulados eran la obtención de la representación en las Cortes, la supresión, o por lo menos, la limitación del poder y los privilegios del clero español que fiscalizaba la vida de la colonia a través de sus injerencias en el campo institucional y en la educación, y la reforma generalizada de todo el aparato administrativo y burocrático para evitar arbitrariedades y abusos de poder. En definitiva, se trataba de asimilar a los habitantes filipinos con los peninsulares y cambiar usos obsoletos y leyes caducas14. Este movimiento comenzó en la línea del nacionalismo cultural, si bien fue evolucionando y, fruto de ese progreso interno, fueron las posteriores asociaciones y organizaciones que sí tuvieron cariz político. De la misma manera que no podemos precisar la fundación del movimiento de La Propaganda, tampoco podemos fijar su conclusión, porque en realidad no desapareció, solo se transformó.
En ese proceso de cambio tuvo un destacado papel la masonería española, pues sirvió de foro en el cual expresarse a través de las logias Solidaridad 359 de Madrid, perteneciente al Gran Oriente de España (GODE); la Revolución 65 de Barcelona, auspiciada por el recién creado Gran Oriente Español (GOE) dirigido por Miguel Morayta y, finalmente la logia Solidaridad 53 de Madrid, también bajo auspicio del GOE y única en la que figura José Rizal como miembro activo.
Junto a la masonería, la colonia filipina afincada en España contó con otros dos medios de expresión, el quincenario democrático La Solidaridad y la Asociación Hispano-Filipina. Estas agrupaciones estaban integradas por personajes con caracteres dispares y con intereses encontrados, lo que pronto originó enfrentamientos. Los divergentes modos de actuación entre Marcelo Hilario del Pilar, Graciano López Jaena y José Rizal provocaron importantes disensiones, por lo que éste último decidió apartarse del grupo.
Tras una temporada en Europa, regresó Rizal a Manila en 189215 en donde, antes de ser deportado a Dapitán, pudo asistir a una reunión en casa del mestizo chino Teodoro Ong Junco en el arrabal de Tondo (Manila); allí se constituyó la Liga Filipina16. Su propósito no era otro que extender el reformismo, un reformismo basado en fomentar el adelanto y la cultura del país; propagar las ideas políticas avanzadas mediante conferencias, libros, folletos, etc., y estimular la creación de empresas e industrias. Acto seguido a la exposición del objetivo de la nueva sociedad, se dio lectura a un reglamento provisional, elaborado por el propio Rizal, que fue aprobado por unanimidad, si bien se modificaría después de ser estudiado en profundidad. Conocidos los hechos por el gobernador Despujols, optó por alejar de Manila a Rizal y a varios integrantes de la Liga. El primero fue deportado a Dapitán y los demás a Joló.
A comienzos de 1893 intentaron reanudarse los trabajos, unas veces en casa de Domingo Franco y otras en la de Deodato Arellano. Retomaron el Reglamento de Rizal y tras votación, quedó constituido un Consejo Supremo de la Liga, con sede en Manila, en el que intervenían: Franco, presidente; Arellano, secretario y tesorero, y Francisco, fiscal. El resto, Zulueta, Legazpi, Paez, Bonifacio, Nacpil, Mabini, Adriano, Rianzares y Flores, eran consejeros. Pero la Liga no se quedó sólo en las islas y se fundaron dos delegaciones más, una en Hong Kong, presidida por Ildefonso Laurel y la otra en Madrid, dirigida por Marcelo del Pilar.
En el ánimo de todos los integrantes de la Liga, tuvieran o no cargo dirigente, se encontraba el deber de hacer propaganda para aumentar el número de asociados de tal modo que en cada provincia se formaría un Consejo Provincial, con la misma organización que el Supremo, que, a su vez, tendría a su cargo tantos Consejos Populares como pueblos hubiera en la provincia. Por su parte, los miembros del Supremo tenían la obligación de crear Consejos en sus lugares de residencia y reclutar a sus miembros entre los nativos cultos y con medios económicos, hasta que la sociedad se desarrollara17. La Liga tampoco tuvo demasiada acogida en el resto de las provincias de modo que en octubre de 1893 se decidió la disolución para lo cual se convocó una reunión en la que se quemarían todos los documentos.
Es importante destacar que para esta fecha casi todos los fundadores de la Liga acababan de ser iniciados en diferentes logias del Gran Oriente Español, en Filipinas18, tal y como muestra el siguiente cuadro:

Brevemente apuntaremos que a comienzos de 1892, se creó la logia madre Nilad 144 en Binondo-Manila dependiente del GOE. Al concluir ese año, la masonería española en Filipinas estaba en plena expansión. En apenas un año, había establecido diez logias y treinta y cinco triángulos, en trece provincias. Las logias eran19:

El 21 de agosto de 1892, la logia Nilad 144 celebró una reunión extraordinaria en la que dio lectura de la carta del gobernador Despujols al ministro de Ultramar comunicándole la deportación de Rizal a Dapitán, debido a que ciertos informadores habían dicho al gobernador que Rizal había estado en Manila organizando logias masónicas para propagar ideas contrarias a la patria y a la religión. Esto nunca ocurrió; Rizal, apenas estuvo unos días arreglando asuntos familiares, como ya hemos explicado, sin embargo Despujols encontró en esa estancia la excusa perfecta para enviarlo lejos de Manila, pues el destierro se encontraba en la provincia de Zamboanga (Isla de Mindanao).
Algunos miembros de la Liga Filipina, casi paralelamente a la fundación de ésta, decidieron dar un paso más y se aventuraron a fundar el Kataastaasan Kagalanggalang na Katipunan ng Anak ng Bayan, más conocido como Katipunan o por sus iniciales K. K. K20 que quedó dirigido por un Consejo Supremo integrado por: Deodato Arellano, presidente, Andrés Bonifacio, secretario, Valentín Díaz, tesorero y Ladislao Diwa, Bricio Plantas y Teodoro Plata, como consejeros. Los objetivos y métodos de la sociedad quedaron definidos en un documento del que no hemos hallado más que el primer capítulo:
Sección 1ª: El objetivo que persigue la Venerable Asociación de los Hijos del Pueblo es reunir y ordenar la renombrada raza de los tagalos (1).
2º: Los métodos a seguir para alcanzar los grandes y nobles objetivos son los siguientes:
(1) En la palabra tagalos se comprenden todas las razas oriundas de aquí, por consiguiente a los ilokanos, pampangos, etc. se les reconoce como tagalos.”21
El Katipunan, creado como sociedad secreta al margen de la ley, tenía básicamente tres formas de relación: el grupo ideologizado coincidente con la junta directiva; el sector activo con menor objetivo ideológico pero, en este caso, quizá con mayor potencial económico; y, por último, el grupo de acción, los activistas cuyos lazos entre sí eran fuertes al provenir mayoritariamente del ámbito familiar, vecinal y de la amistad. El descontento generalizado imperante en las islas, argumentado en los escritos de Rizal e ideologizado por otros personajes más radicales como Marcelo H. del Pilar, Graciano López Jaena, Deodato Arellano, Apolinario Mabini, Juan Luna, Emilio Aguinaldo, etc., fue la base del programa de acción del Katipunan. Parte de esos agravios quedaron recogidos en el Manifiesto que reproducimos a continuación:
Lo que nos ha movido a separarnos de España ha sido su exagerado temperamento, su tozudez, felonía y otros actos degradantes, que no debe realizar ninguna madre respecto de ningún hijo, tales como los siguientes:
Nosotros que considerando los actos torcidos y perversos relatados en la narración anterior, como motivos para la separación de España por parte de este Archipiélago (...)
Considerando que son casi trescientos años los que ha vivido este infortunado pueblo tagalo bajo el dominio de los españoles, padeciendo grandes humillaciones y obedeciendo a ciegas, aunque cuida de todos los sojuzgados, se arrastra y se ahoga en el fondo del cruento sufrimiento, confesando que no quiere dejarlo espirar y menos aún si no fuera por lo difícil de ser persona y no se le deje escapar nunca (...)
Considerando que desde el principio España, al imponer y extender su dominio en todo este archipiélago, no gastó grandes inversiones, sea en forma de esfuerzo, sangre o vida, ya que los súbditos entonces la recibieron con grande humildad y les aceptaron con todo cariño, en virtud de sus bellas promesas y esperanzas de hacer hijos y hermanos a todos los de aquí, que no les sojuzgarían y no les traicionarían los pactos.
Considerando que España se lucró ya y acopió no pocas riquezas por su posesión y dominio de este archipiélago (...)
El día................. de .................. de 1892
Se declara que este archipiélago se separa de España a partir de este día y no se reconoce, ni se reconocerá otro soberano que esta soberana asociación23.
El manifiesto resume y justifica claramente los motivos por los que los filipinos querían separar su destino del de España, decisión que después de más de trescientos cincuenta años de convivencia, tenía unos sólidos fundamentos. Tras una rápida lectura del documento, lo primero que llama la atención es la ausencia de referencias a la masonería, siendo más bien un manifiesto de agravios políticos, económicos, sociales, religiosos y culturales. No parece, en fin, que fuera una conspiración de la masonería lo que se fraguó en Filipinas, sino un movimiento insurreccional anticolonial con una importante base popular debidamente adoctrinada, que estalló el 26 de agosto de 1896 en el denominado Grito de Balintawak.
Una vez que ha quedado apuntada y aclarada que la actuación del Katipunan fue un movimiento anticolonial debemos preguntarnos por qué también fue antimasónico. En general se suele identificar el término antimasonería con asuntos religiosos o relacionados con la Iglesia y el clero, más que con cuestiones políticas. De hecho, coincidiendo con la insurrección del Katipunan, en agosto de 1896 estaba teniendo lugar el Congreso Antimasónico de Trento al que acudió una importante representación española que incluía a Don Carlos, pretendiente al trono español, y en el que hubo unas palabras para los sucesos filipinos: “¡Quiera Dios que los fines de este Congreso sean algo práctico contra la tenebrosa y malhadada secta origen de todas las conspiraciones y traiciones!”24.
Sin embargo, en el caso que nos ocupa, podemos afirmar que el Katipunan es un caso de antimasonería porque toda su actuación, incluida la creación y la difusión de la sociedad secreta, fue hecha a espaldas de la institución. La masonería española fue engañada; el Katipunan se aprovechó de su infraestructura y de las personas que con buena fe, en especial los personajes públicos y mediáticos del momento, como Manuel Becerra, Segismundo Moret, José Canalejas, Práxedes Mateo Sagasta y, sin duda Miguel Morayta, el mayor perjudicado de todos, apoyaron las demandas de los filipinos. Todos los personajes citados eran asiduos asistentes a las actividades que organizaba la Asociación la Hispano-Filipina en Madrid y habían entendido que las islas y la península no eran compartimentos estancos sino que debían evolucionar en paralelo de ahí que siempre se manifestaran como proclives al reformismo y al asimilismo.
Una muestra del engaño y de la actuación antimasónica de algunos líderes filipinos es la carta que dirigió Marcelo Hilario del Pilar a Juan Zulueta:
Madrid, 1º de Junio de 1893.
Sr. D. Juan A. Teuluz (Juan Zulueta)
Manila, Filipinas
Mi querido Amigo:
(Después de comunicarle los disgustos que había tenido con Rizal y de lamentar el grande daño que Pedro Serrano había causado a los intereses de la masonería, malversando ciertas cantidades recaudadas para la “Propaganda”, añade:) La masonería peninsular es para nosotros un medio de propaganda. Si los masones de allí (ahí: los de Filipinas) pretenden hacer de la masonería un órgano de acción para nuestros ideales, estarían muy equivocados. Es preciso un organismo especial [¿el Katipunan?] dedicado especialmente a la causa filipina; aunque sean masones sus miembros o algunos de sus miembros, es preciso que no dependa de la masonería. Parece que esto es lo que viene a realizar la L[iga] F[ilipina].- Sin más por hoy, recuerdos. Marcelo25
El análisis de la documentación masónica nos reveló la otra parte del engaño del Katipunan, la utilización de la infraestructura de la institución para urdir su propio tejido. En 1894 se creó el triángulo Kupang26, dependiendo de la logia Lusong 185 de Tondo-Manila, en el que fue elegido presidente Deodato Arellano, fundador del Katipunan, como hemos en visto líneas arriba. En el primer trimestre de 1894, el presbítero Severo Buenaventura27, cura párroco de Rosario (Cavite), constituyó en Imus (Cavite) el triángulo Pilar 93 que, enseguida, se convirtió en logia Pilar 203, y en la que casualmente encontramos a los hermanos Baldomero y Emilio Aguinaldo. Entre enero y agosto de 1896 varios miembros de esta logia Pilar 203 fundaron un triángulo dependiente de ella, el Magdalo, en Binakayan-Kawit (Cavite). No sabemos quiénes integraban este triángulo pero sí es de sobra conocido que Magdalo fue la facción del Katipunan que lideró Emilio Aguinaldo28.
Fueron muchas las voces que clamaron contra el Gran Maestre del GOE, Miguel Morayta, primero por haber admitido a filipinos en las logias tanto españolas como filipinas y, segundo, por haber permitido la creación de talleres en suelo filipino. Pero Morayta confiaba plenamente en la actuación de quienes se le acercaron demandando apoyo a sus ideales y nunca fue consciente de la intriga fraguada desde España por Del Pilar y López Jaena, sobre todo, y por Arellano y Bonifacio en suelo filipino.
Antimasónica fue la actuación del Katipunan ya que condujo irremisiblemente a la desaparición de la masonería en suelo español y a la detención de sus dirigentes. El 30 de agosto de 1896 el Boletín del Gran Oriente Nacional de España hizo pública una nota de protesta en la que mostraba su repulsa por los sucesos de Filipinas, por el engaño en el que se había visto envuelta la institución y dejaba claro su sentimiento patriótico:
El Grande Oriente Nacional de España, en virtud de los telegramas que denuncian los tristes acontecimientos de Filipinas, declara que es tan español como indica su título; que al tratarse de una causa nacional, su patriotismo no tiene límites; y que es su deber consignar su más enérgica protesta contra aquellos que, fueren quienes fueren, hayan podido o querido valerse de la noble institución francmasónica para pantalla de torpes fines o para conducirla por derroteros que la deshonran. El sentimiento de la patria no se discute; y nosotros, ante todo, somos españoles29.
La identificación de la masonería con el desastre colonial es uno de los mitos más persistentes en relación con la institución y que más actitudes antimasónicas ha ocasionado.
En el caso de Filipinas, alrededor de la masonería se creó un complejo entramado asociativo del que, sin duda, el Katipunan es el ejemplo más destacado por las consecuencias que se derivaron. En realidad la creación y la actuación de esta sociedad secreta y el movimiento insurreccional popular del que era tapadera, no se aproxima a los postulados de una institución organizada y ordenada como era la masonería, jamás proclive a la violencia y mucho menos armada, y siempre respetuosa con la legalidad vigente. El Katipunan construyó su discurso en torno a un marco de injusticia y fue elevando el tono desde la causalidad de identificar el problema y señalar responsables, sobre todo las órdenes religiosas y el clero español en cualquiera de sus versiones, pasando por una propuesta de soluciones dadas a conocer a través de la masonería, de la Asociación Hispano-Filipina, del periódico La Solidaridad, etc., para concluir con la defensa de los postulados y la incitación a la acción armada. Esta última actuación es claramente anti-masónica, como también lo fue el engaño del que fueron víctimas tanto la institución como todas aquellas personas que creyeron en el modo de actuación de los líderes independentistas filipinos.
Todo el asunto del Katipunan dio lugar a una arrolladora campaña antimasónica que concluyó con la clausura de las logias de todas las obediencias españolas y, consecuentemente, con la desaparición de la institución, cuya vida se vería interrumpida hasta comienzos de 1900.
Hemos intentado mostrar que masonería y sociedad secreta, en este caso el Katipunan, no son lo mismo. Desde su fundación el Katipunan escondía un fin contrario a la legalidad existente, de ahí su secretismo, mientras que la masonería tenía unas Constituciones y unos reglamentos perfectamente accesibles a todo el que estuviera interesado en conocerlos, en los que no tenían cabida las labores conspiratorias puesto que su ideario de libertad, paz, justicia y progreso, no era compatible con la sedición.
La masonería española se limitó a trasplantar y propagar el ideario liberal republicano que defendía en la península, la política asimilista que nunca logró conquistar y el progreso para Filipinas. Fracasada la vía pacífica, y desencantados de la línea moderada, algunos hombres, individuos a título personal, optaron por la rebelión como medio de conseguir la independencia lo que dio lugar a que durante un tiempo se confundieran reformismo, asimilismo, independencia, masonería y Katipunan. De toda esta confusión la mayor perjudicada, sin duda, fue la masonería que, acusada de filibusterismo, vio sus sedes clausuradas por la policía, a sus líderes detenidos y su nombre involucrado para siempre en un movimiento anticolonial y antimasónico en el que nunca participó.
Acabar con la masonería, un hecho ansiado y deseado por muchos que no fue logrado ni por la Iglesia ni por el clero, incluido el Vaticano a través de diferentes encíclicas, pero sí lo consiguió una sociedad secreta, el Katipunan mediante intrigantes actuaciones al margen de la legalidad y contrarias a los principios de la Orden. Un ejemplo claro de antimasonería.


