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EL CUERPO Y SUS SIGNIFICADOS EN LA OBESIDAD. ARTÍCULO DE REFLEXIÓN
THE HUMAN BODY AND ITS MEANINGS IN OBESITY. ARTICLE OF REFLECTION
EL CUERPO Y SUS SIGNIFICADOS EN LA OBESIDAD. ARTÍCULO DE REFLEXIÓN
Revista Venezolana de Endocrinología y Metabolismo, vol. 16, núm. 2, pp. 77-83, 2018
Sociedad Venezolana de Endocrinología y Metabolismo
Recepción: 01 Enero 2018
Aprobación: 01 Marzo 2018
Resumen: El cuerpo se ha ido configurando a lo largo de la historia de la sociedad occidental en un campo de análisis e investigación privilegiado, siendo en la actualidad uno de los tópicos centrales de las reflexiones tanto en disciplinas biologicistas (para las que constituye su eje) como en el marco de las ciencias denominadas sociales. En el presente apartado se analizarán los diferentes significados y perspectivas referentes al tema del cuerpo, y en especial al cuerpo obeso, analizando este nuevo interés que despierta el cuerpo estrechamente ligado a transformaciones sociales profundas, a cambios en el modo de producción y en las formas de relación, así como también a la emergencia de nuevas formas de dominación y de significados.
Palabras clave: Obesidad, cuerpo obeso, modernidad.
Abstract: The human body has been shaped throughout history of western civilization in a field of analysis and privileged research, being at the present moment one of the main topics of study in biological disciplines (it constitute its axis) and in the framework of the so-called social sciences. In this work we will analyze the different meanings and perspectives regarding the subject of the human body, especially the obese body, analyzing this new interest that a wakens the body closely linked to profound social transformations, to changes in the production mode and relation forms, as well as to the emergence of new forms of domination and meanings.
Keywords: Obesity, obese body, modernity.
INTRODUCCIÓN
Desde el momento más original del devenir del hombre, inclusive allí donde emerge la pregunta por sí mismo y con ella la acción significante, se ha de aceptar de modo singular y simultáneo la aparición de la noción de cuerpo. Desde ese momento el cuerpo pasa a ser aquello que ocupa un lugar en el espacio y que tiene una duración en el orden cronológico. Se puede decir que cuerpo, entonces, es todo aquello que, estando inscrito en el espacio y en el tiempo, asegura presencia de existencia1,2.
El cuerpo ha sido, desde los albores de la humanidad, receptor de significados sociales, como también productor y transmisor de significados. El cuerpo no es algo diferente a la persona, es parte de la persona, es la persona misma. Nuestro cuerpo siente, piensa, actúa, vive. Por lo tanto, el abordaje del cuerpo obeso, está estrechamente ligado a transformaciones sociales profundas, a cambios en el modo de producción y en las formas de relación, así como también a la emergencia de nuevas formas de dominación y de significados. Destacan además otras visiones, para interpretar adecuadamente la simbología corporal, entre la representación científica del organismo (cuerpo-objeto) y la experiencia del propio cuerpo humano tal como es vivido (cuerpo-sujeto)1,2.
CUERPO OBESO
En la cultura occidental, el estudio y conocimiento del cuerpo humano es atribuido a la medicina, por tanto, al hablar de él se hace referencia al saber anatómico y fisiológico. El cuerpo es conocido como la estructura anatomofisiológica que permite existir individualmente y coexistir dentro de un grupo. Esta estructura otorga la característica de pertenencia e inclusión a un grupo y a una especie. Desde una perspectiva psicológica, el cuerpo también brinda una identidad individual: es el vehículo utilizado en la expresión del universo del ser1.
El cuerpo se ha convertido actualmente en blanco de múltiples atenciones y es, al mismo tiempo, objeto de grandes inversiones. La presentación y representación del “yo” ha ganado una especial relevancia en relación con los nuevos estilos de vida y el retorno del mito de la eterna juventud. Las prácticas y los saberes son promovidos por múltiples especialistas, como los estilistas, los médicos, los publicistas y los esteticistas, que han contribuido a crear o definir y legitimar los nuevos códigos éticos y estéticos de los usos sociales del cuerpo. La apreciación de los cuerpos voluminosos se abandona para dar paso a una imagen socialmente aceptada de delgadez y pulcritud tanto en hombres como en mujeres. El cuerpo gordo, voluminoso y ajeno a la imagen del mercado se excluye y en ocasiones se patologiza cuando se excede el peso en ese cuerpo, por lo tanto la obesidad se considera como algo malo y poco saludable y se teme intensamente al aumento de peso. Por el contrario, el tener control sobre el cuerpo se interpreta como una medida de poder, higiene y éxito, tanto personal como social2.
De allí que el problema social en torno a la obesidad y el sobrepeso en los últimos años, articula dos dimensiones. Por un lado la estética, con la valoración social de la delgadez y el culto a cierto tipo idealizado de cuerpos en correspondencia con ideales dimensionados culturalmente, asociados a nociones como belleza, vigor, juventud, o salud3; y por otra parte, una dimensión moral que tiende a contraponer la glotonería o la dejadez con la fuerza de voluntad, el autocontrol, ordenando la voluntad de manejar las ingestas alimenticias y los valores asociados4.
El cuerpo es considerado un fenómeno que trasciende el ámbito de lo biológico para dar cuenta de la normativa social. En el cuerpo se instaura el sustrato biológico resignificado por las relaciones y el discurso social. Cuando el cuerpo se aleja de las expectativas sociales y no representa el discurso socialmente aceptado, la corporalización se convierte en un enigma y manifiesta precisamente la exclusión por la imagen de lo que no posee o no demuestra5.
Suele apreciarse esto cuando hablamos del cuerpo saludable y del cuerpo enfermo. Es el cuerpo la imagen proyectada de lo que entendemos por salud y enfermedad. La apreciación que se ha percibido del cuerpo ha sido, de un lado, el cuerpo como prisión del alma o del espíritu, y del otro, el cuerpo como producto de la naturaleza y como objeto de saberes y ciencias (vitalistas o mecanicistas). De allí que cada individuo tendría simbólicamente, conforme a Helman6, dos cuerpos: 1. cuerpo individual, adquirido al nacer, físico y psicológico; 2. cuerpo social, indispensable para vivir en sociedad, o en cualquier grupo, con poder comunicativo.
El cuerpo es al mismo tiempo objeto privado y social, puesto que, en parte, es elemento de una experiencia personal inmediata en la cual se inscribe la subjetividad. El hombre construye su cuerpo en base a la relación con otros y con la sociedad. Sin embargo, la imagen corporal es propia de cada ser humano, pues se elabora y se encuentra ligada a su historia. El cuerpo refleja y comparte las preocupaciones e individualidades del ser humano. La percepción y valorización inadecuadas del cuerpo rigen la conducta del sujeto durante toda su vida. Dicha conducta consiste en repetir rutinariamente los errores aprendidos, lo cual origina y favorece la aparición y repetición de conductas nocivas para el sujeto que culminan con la presencia del conflicto individuo-sociedad, permitiendo la aparición de los trastornos nutricionales7.
El aislamiento del cuerpo en las sociedades modernas nos habla de una trama social en la que el ser humano está separado del cosmos, de los otros, incluso de sí mismo7. El hombre y la mujer desarrollan un esquema corporal o estructura cognitiva a través de la percepción de cómo sus cuerpos son estructurados, producto del modelo que reproducen medios de comunicación de masas hacia los cuerpos atractivos, por lo cual no sorprende que una parte de nuestra sociedad se lance a la búsqueda de una apariencia física idealizada8.
El paradigma evolucionista conllevó al individualismo moderno, promoviendo un tipo de consumo que toma al cuerpo como su objetivo, imponiendo unas normas, y este tipo de prácticas de atención y culto al cuerpo se han entendido como una nueva forma de consumo, paradójicamente llamada consumo cultural9.
En este devenir evolucionista, se empezó a constituir el mercado de productos destinados a reducir la grasa de los cuerpos, en donde la exposición de modelos de cuerpos hermosos estuvo determinada en las últimas décadas, sobre todo en las mujeres por una compulsión a buscar una anatomía ideal lo que conllevo al incremento de los problemas alimentarios actuales. Sánchez y Cruz10, reconocen dos tendencias relacionadas con la aproximación a la obesidad: la primera, la implementación mecanismos tendientes a reducir el aumento de peso, y la segunda, la intención de conservar un peso “adecuado” ciñéndose a una serie de estándares estéticos.
Por su parte Moreno y Andía11, señalan que la relación entre el exceso de peso corporal y el malestar psico emocional condiciona el nivel de satisfacción con la vida, ya que la presión social para ser delgado afecta cada vez más y de manera más significativa a las personas obesas. La interiorización de este ideal delgado y su extrema valorización influyen directamente en la sensibilidad que desarrolla el individuo al ser víctima de burlas sobre su peso corporal, convirtiéndose en un factor predisponente para el desarrollo de alteraciones de la imagen corporal y de su cuerpo12.
Por otra parte, la frustración vivida por cada tratamiento fallido orienta al individuo con obesidad hacia la búsqueda de la dieta perfecta que le ayude a perder peso, además de facilitarle la inclinación al consumo de sustancias químicas que contribuirán al establecimiento de la enfermedad, lo que permite el surgimiento de una nueva adicción. En consecuencia, la desesperanza y la depresión invadirán el espacio emocional de la persona con obesidad, quien, al no tener una definición clara de sus propios objetivos, decidirá resolver su conflicto de vivir y de no saber cómo vivir, enfrentando su enfermedad de distintas formas, según sea el caso: desarrollando conductas obsesivas o de sumisión (hacer lo que otros desean), o negando su necesidad de comer13. Se puede afirmar, en consecuencia, que el cuerpo obeso, antes de definirse como una concepción médica meramente, es fruto de múltiples matices, de convergencias y divergencias y que, al serlo, se transforma en un entramado de significados.
Lo que creemos saber y conocer del cuerpo obeso, lo que nos dicen los medios de comunicación, lo que se propaga a través del lenguaje cotidiano, transciende por la construcción de la representación que tenemos de él. En la medida en que el cuerpo es pensado, analizado, se teoriza sobre el mismo y a la vez se representa. El cuerpo entonces es más que un organismo: se puede considerar una red de relaciones sociales-culturales específicas que lo nombran, delimitan e interpretan14.
LA CONSTRUCCIÓN SOCIAL DEL CUERPO OBESO EN LAS SOCIEDADES MODERNAS
El cuerpo, dentro del quehacer discursivo del sujeto en la antigüedad, era un “templo” que había que mantener por medio de una serie de “saberes”, “dietética” o “terapéutica”. Estos saberes, enmarcados dentro de un dominio técnico, permitían la instrumentación, el uso y la perfección de los placeres inherentes al cuerpo. Este dominio implicaba también un precio que podía medirse por el uso de ideas de control como son la mesura, la prudencia, la abstinencia, por nombrar algunas. Un buen régimen garantizaba el funcionamiento del placer por largos períodos, evitando la enfermedad o los males duraderos, de ahí que se hayan conseguido tratados de la antigüedad que comentan acerca de lo justo y necesario para vivir placenteramente y plenamente: haciendo ejercicios, cuidando la alimentación y el consumo de bebidas, así como el vigilar los sueños y las relaciones sexuales15.
Según Martin15, el cuerpo y su relación con la salud o la enfermedad tienen una función metafórica dentro de las operaciones del saber, lo que implica que a partir de un cuerpo sano y saludable, se busca sustentar discursos que logren construir el pensamiento de lo bueno y lo bello, por el contrario los cuerpos enfermos son aquellos que obstaculizaban los escenarios perfectos, las ideas de perfección del cuerpo.
La tecnología modifica hoy el cuerpo y lo hace bajo la lógica de la “racionalidad instrumental”, es decir, una lógica que es la del mero cálculo de una relación de eficacia entre los medios y los fines. Esta lógica de la “racionalidad instrumental” solo pudo aparecer en el marco de la modernidad capitalista, pues no se podía permitir una tecnología que no fuera ni eficaz ni eficiente. Hoy el cuerpo y su funcionamiento son sometidos al cálculo, a una planificación y administración, quedando atrás la concepción del cuerpo como “casa del alma”, “templo de Dios” o “cuerpo sagrado”. En el presente se constata que la racionalidad instrumental somete progresivamente a la racionalidad sustancial (esta última era una racionalidad diferente, basada en valores y principios éticos)16.
La visión del cuerpo se descompone y se manipula a niveles cada vez más específicos, en la biomedicina actual donde se produce una “molecularización”, gracias al uso de nuevas tecnologías, ya no solo a nivel de diferenciación de los órganos, sino a nivel molecular. El cuerpo pierde así sus dimensiones, su capacidad representativa para acoplarse indiferenciadamente con nuevas máquinas y nuevas sustancias (psicotrópicas) transformándose en un híbrido biológico-químico. Esto da paso a la posibilidad de pensar en un cuerpo fragmentado, en un cuerpo cuyos órganos se hayan emancipado, en lo que Deleuze y Guattari17, llamaron un Cuerpo Sin Órganos.
En la modernidad, la subjetividad le es arrebatada al hombre. Con la modernidad el hombre es separado de su subjetividad y con ella desaparece también la inmortalidad de su alma, es decir, el hombre pasa a ser solo un ser incapaz de inmortalizarse, solo es efímero, fugaz, pasajero. Es sólo un objeto natural o un rostro que ha de borrarse en la historia18.
El individuo, se encuentra entonces cada vez más disociado de su propio cuerpo. Y esto es delicado, pues el cuerpo es soporte de la vida psíquica (consciente e inconsciente) y de las relaciones con los otros y con el mundo. En él tiene lugar el funcionamiento de los mecanismos y las determinaciones inconscientes, fisiológicas y culturales. El cuerpo es soporte para la construcción de la identidad, la cual supone un proceso previo de individualización biológica19.
El mundo moderno es un efecto del discurso de la ciencia, la cual es elevada en el imaginario colectivo al nivel de solución para todos los problemas y cuna del progreso. Un mundo se organiza con base en el saber y la razón, y se sustenta en el dogma del progreso. Este último se define como la evolución hacia estados de cada vez mayor dominio sobre la naturaleza y armonía entre los hombres y la salud, situaciones que pueden alcanzarse por medio del saber. En efecto, el saber médico ha tenido sorprendentes progresos, a los que muchas personas han recurrido para mejorar el funcionamiento del propio cuerpo y para salvar su vida19.
El desarrollo de la ciencia y sus consecuencias técnicas ofrecen al sujeto sobreponerse a los límites del cuerpo y la existencia. Dichos límites a los que se ve enfrentado el ser humano son, en otras palabras, la presencia de lo “real”, concepto que en la teoría de Lacan, es ese imposible reto inherente, debido a que el ser humano solo existe por el Lenguaje. De este modo, para todo aquello que puede significar la presencia de “lo real” y de la muerte, la ciencia parece tener la receta exacta para eliminar sus efectos y asegurar un armónico estado de salud20.
Cabe decir, que el sueño político de la modernidad fue lograr cuerpos dóciles, hombres-máquina, y para ello creó y diseminó diferentes dispositivos disciplinarios destinados a la vigilancia y a determinar qué sería considerado normal: desde las instituciones de encierro (escuelas, hospitales, cárceles, familia, etc.) hasta los nuevos saberes de las ciencias humanas (sociología, psiquiatría, psicología, etc.)21.
Para Martínez22, existen una serie de razones que explican el surgimiento del cuerpo en las sociedades modernas. En primer lugar, el pensamiento feminista ha cuestionado el tema del cuerpo al criticar el determinismo del cuerpo sexuado y replantear el problema de la discriminación en términos de género. En segundo lugar, con la exaltación de la cultura consumista, el cuerpo se transforma en mercancía y pasa a ser el medio principal de producción y distribución de la sociedad de consumo; así, su mantenimiento, reproducción y representación se convierten en temas centrales en la sociedad de consumo. En tercer lugar, el fuerte cambio demográfico que supone el envejecimiento de la población junto con las modificaciones de la medicina moderna eleva a una significación peculiar la cuestión de la corporificación.
Es preciso explorar la noción de “Cuerpo de la Modernidad”, ya que este atraviesa al sujeto obeso y también le ha ocasionado entrar en crisis y esto produce tanto malestar que los impulsa hacia nuevas búsquedas de sentido atados a la modernidad. Por todos lados nos bombardean con la idea de que estar muy delgado es lo mejor, que tenemos que cuidar nuestra figura para estar “in” y que por lo tanto debemos comer cuanto producto light o bajo en grasa se nos ponga en frente para lograrlo, aunque esto signifique poner en riesgo nuestra salud23.
La ciencia de la modernidad fue construida a partir del supuesto de una exterioridad e independencia del objeto representado y del sujeto cognitivo. El objeto era una abstracción matemática, un conjunto de propiedades mensurable y luego modelables. Los únicos modelos matemáticos que aceptó la ciencia clásica eran los lineales. El sujeto era pensado como una superficie reflectante, capaz de formarse una imagen de la naturaleza externa, anterior e independiente de él. Conocer era describir y predecir. El sujeto no entraba en el cuadro que él mismo pintaba, se hallaba siempre inmóvil, afuera, siguiendo metódicamente las leyes eternas de perspectiva. La revolución tecnológica de finales del siglo XX y comienzos del nuevo milenio tiene como consecuencia el privilegiar la imagen sobre el verbo, con el incremento en la velocidad en las transmisiones, de los medios electrónicos y de la televisión24.
Estos últimos tres siglos han sido una sucesión continua de transformaciones vertiginosas, inusitadas y hasta compulsivas. La ciencia apuntaló a través de la tecnología el desarrollo del capitalismo y este impulsó a niveles inimaginables el desarrollo de la ciencia25. Este conocimiento permitió la construcción de máquinas cada vez más sofisticadas, así como edificios, puentes, aparatos, carreteras, substancias artificiales, fuentes de energía, materiales diversos, medicamentos, organismos manipulados, medios de comunicación y de transporte. El poder de la especie humana se multiplicó a niveles sin precedentes, tanto para construir como para destruir. El mundo moderno fue y sigue siendo un producto del conocimiento racional que modificó radicalmente visiones, instituciones, reglas, costumbres, comportamientos y relaciones sociales26.
El cuerpo actualmente se vuelve ya no un “envoltorio”, sino que se erige como un protagonista de las sociedades modernas, una expresión y emblema de libertad, identidad, belleza, salud, prestigio, perfección, etc. El físico pasa a ser una valiosa materia manipulable para la persona que lo encarna. Igualmente, la subjetividad de la persona, o sea su carácter como tal y todo aquello que esa subjetividad le permite lograr, está abocada plenamente a la interminable tarea de ser y seguir siendo un artículo vendible27.
Como señala Bauman28, la característica más prominente de la sociedad de consumidores, por cuidadosamente que haya sido escondida o encubierta, es su capacidad de transformar a los consumidores en productos consumibles. El individuo con obesidad transita de la necesidad de comer a la de requerir determinados productos “light” y dietéticos, ya que la acción se acomoda y encamina en función de las exigencias del sistema productivo. Las necesidades buscan alcanzar la condición de trascendentes, mostrando el consumo como la vía hacia la consecución de la perfección, la autoestima y el éxito social24.
En consecuencia, el cuerpo obeso se erige como un protagonista de las sociedades modernas, las expresiones y emblemas de libertad, identidad, belleza, salud, prestigio y perfección lo apuntalan. El físico pasa a ser una valiosa materia manipulable para la persona que lo encarna. Igualmente, la subjetividad del sujeto, o sea su carácter como tal y todo aquello que esa subjetividad le permite lograr, está abocada plenamente a la interminable tarea de ser y seguir siendo un artículo vendible. De allí que la obesidad ha ido adquiriendo sus cualidades negativas a través del modo en que la sociedad ha ido interpretándola.
CONCLUSIÓN
En la actual cultura postmoderna, el cuerpo obeso está imbuido en una imagen que otorga una trascendencia desmedida a lo corpóreo, en desmedro de la espiritualidad y/o de la intelectualidad, conduciendo a una verdadera dicotomía cuerpo/alma que trastoca valores significativos, desvirtuando el auténtico crecimiento individual. Tras esta precaria autoimagen subyace el inmenso poder de la industria de las dietas, de la moda, cosmética y belleza, que se ha sustentado sobre la enorme inseguridad corporal. Las personas obesas suelen enfrentar experiencias de prejuicio y vergüenza, mientras que su sexualidad e imagen propia se encuentran atadas a su corporalidad. En una sociedad donde lo bello y aceptado gira en torno a la delgadez y la musculatura, los cuerpos obesos muchas veces no encuentran cabida, pues su volumen corporal, tal como muchos suelen verlo, actúa como referencia para otros, de su capacidad como seres humanos. La reflexión sobre el cuerpo es así una clave hermenéutica para leer el momento post humano. El tema del cuerpo nos conduce a posiciones filosóficas, artísticas, científicas y tecnológicas encontradas, donde intentan prevalecer intereses económicos asociados a la nueva industria de la ingeniería genética y las prácticas biotecnológicas a ella asociadas.
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Notas de autor
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