RESUMEN: La torre morisca es una edificación situada en el Malecón de Guayaquil. Data de 1931 y está destinada a albergar un reloj adquirido por la ciudad en 1842 con la intención exponer de manera pública y laica la cuenta diaria del tiempo tal y como conviene a una ciudad moderna e industrial. En ese lapso, la misma maquinaria de relojería ha estado en varias ubicaciones hasta llegar al edificio actual, cuyos rasgos formales, propios de la arquitectura hispano-árabe, le ganaron el apelativo con el que se la conoce popularmente. Este trabajo pone énfasis en la función simbólica de la arquitectura, por medio de la cual y superando el rango funcional elemental, los edificios, gracias a sus rasgos formales, evocan en los usuarios ideas, memorias y relaciones implícitas. El caso de la torre morisca involucra elementos tanto de la historia de la arquitectura como la patria, sobre los que actúan factores sociales de percepción.
Palabras clave: Reloj públicoReloj público,Torre moriscaTorre morisca,Lenguaje formal de la arquitecturaLenguaje formal de la arquitectura,GuayaquilGuayaquil.
ABSTRACT: The Moorish Tower is in Malecón in Guayaquil. It was built in 1931 to host a clock bought by the city in 1842. The purpose was to provide, as a modern industrial city should, a public view of daily time. Between 1842 and 1931 the clock had other residencies each of one became obsolete. The Moorish tower, also known as “Reloj público” got its popular name from the elements used in its definition, mainly the ornaments, all they representative of Hispanic Moorish architecture. It’s this work’s goal to show that the tower, as well as other buildings, function as symbolic vehicles through their formal characteristics. In this case, the tower calls to people’s memory some facts about our country’s and Architectural history, as well as some ways of social perception upon architecture.
Keywords: Public Clock, Moorish Tower, Formal Language of Architecture, Guayaquil.
DEL REINO DE ESTE MUNDO
Tiempo morisco en Guayaquil
Moorish Time in Guayaquil
Recepción: 29 Junio 2017
Aprobación: 01 Abril 2018
En el Malecón Simón Bolívar, muy próxima al Palacio Municipal, sobre el eje marcado por la calle 10 de Agosto se levanta una edificación conocida en la ciudad ambivalentemente como “reloj público” y “torre morisca”. (Figura 1). La primera denominación proviene de su función: alberga un reloj que en el momento de su instalación en ese emplazamiento tenía asegurado amplia visibilidad dado el tamaño de la ciudad y la altura de las edificaciones de entonces. La segunda denominación, “torre morisca”, la obtiene de sus características formales, que repiten elementos básicos de la arquitectura árabe española.

Este trabajo tiene como objetivo evidenciar que esta construcción en Guayaquil muestra lo que se conoce como la función simbólica de la arquitectura [1- 4], es decir, la capacidad de los edificios de sobrepasar su rango funcional básico para actuar como vehículos representativos de rasgos culturales determinados temporalmente. Por otra parte, busca llamar la atención sobre las diversas formas arquitectónicas que se relacionan con el acto de medir socialmente el tiempo y su importancia.
La actual torre fue inaugurada el 24 de mayo de 1931, [5] a solicitud del municipio y debía albergar un reloj adquirido en Londres en la casa Santiago Moore French en 1842, [6] el cual debía tener las siguientes especificaciones: “…que las esferas sean bien claras, de números latinos negros sobre fondo blanco y que dé las horas y cuartos en una campanada cuyo sonido pueda oírse hasta una legua de distancia.” [7] Sería necesario puntualizar que una legua es una medida variable, ya que depende del camino recorrido por una persona en una hora, pero se considera como promedio, en términos de sistema métrico decimal que una legua equivale a 4,5 km. Si se tiene en cuenta que toda la ciudad de Guayaquil tenía hacia principios del siglo XX, en el sector de Malecón, que era su lado más largo, una extensión de 3 km se puede concluir que el sonido del reloj cubría ampliamente el espacio urbano. (Figura 2)

La máquina traída de Londres se ubicó inicialmente en una torre construida con tal propósito en la casa municipal de entonces, la cual fue demolida en 1908 dado su estado de vetustez. [8] (Figura 3)

El reloj fue trasladado al nuevo mercado construido al sur de la ciudad, y se instaló sobre una torre de cinco pisos con el fin de que tuviera la mayor visibilidad posible.
En 1920 el Municipio decide construir en el Malecón, en la confluencia con la calle 10 de Agosto, una torre exenta con el único propósito funcional de dar cabida al reloj, la cual se inaugura el 25 de abril de 1923. (Figura 4) Los materiales empleados fueron hierro y cemento; la altura, 23,5 metros; esta construcción, a pesar de los materiales y la tecnología empleados no contó con un adecuado cálculo estructural y se deterioró rápidamente debiendo ser demolida. El reloj se guardó hasta que se construyera una nueva (actual), torre la cual se encarga al ingeniero Francisco Ramón y al arquitecto Joaquín Pérez Nin, y que se construye entre 1930 y 1931. En 1937 se encarga la modificación de la ornamentación al arquitecto Juan Orús Madinyá. Estos tres profesionales eran españoles de origen y formación. La ornamentación contó también con la participación del señor Emilio Soro, italiano. [8]

La nueva torre tiene base octogonal y 23 metros de altura. En cuanto al reloj, necesario darle cuerda para que funcione, y su campana estuvo años dañada, fue reparada y volvió a sonar el 1 de julio de 2013. [9]
La torre dentro del marco de la ciudad de Guayaquil actúa como un elemento de articulación urbana, un punto de referencia ciudadana. Su utilidad inicial: anunciar la hora correcta al público como parte de un servicio dado por el cabildo demarca una apropiación laica de la contabilidad del tiempo. Es necesario recordar que durante siglos esto estuvo a cargo de instituciones religiosas, y las campanas, que de manera casi obligatoria flanqueaban las iglesias en el mundo católico, marcaban las horas en un tiempo que era propiedad divina.
El desarrollo del capitalismo trae como consecuencia el desfase del marco rural de vida por otro citadino. En el primero la medición del tiempo se logra mediante la observación de los fenómenos naturales, y estos, la salida y puesta del sol por ejemplo se relievan con el sonido de las campanas: prima, 6 de la mañana, y vísperas 6 de la tarde, que anuncian también plegarias especiales.
En el segundo, el tiempo pasa a ser propiedad del comercio y del trabajo. [10] La medición del tiempo se convierte en un problema laico acuciante que demanda la aparición de sistemas más fiables que las campanas del clero; aparecen entonces los relojes mecánicos. Es necesario tener en cuenta que, dialécticamente, las torres de las iglesias van remplazando sus campanas por relojes, tal como se ve en la propia basílica de San Pedro en el Vaticano. Este proceso histórico ligado a la realidad de la vida económica queda subrayado por el enunciado axiomático de Benjamín Franklin en 1748: Time is money, Tiempo es dinero. [11] En lo urbano arquitectónico, la posesión de un reloj público confiable y estéticamente agradable se convierte en parte de lo que evidencia estatus, como muestra están Praga, Londres o Munich, pero sobre todo existe una urgencia real, a nivel productivo, por unificar la medición del tiempo para concomitantemente convertir este metraje en valoración contable. Medir el tiempo, medirlo correctamente, es, por lo tanto, sinónimo de progreso.
Para Guayaquil, ciudad industrial que tiene costumbre de conceptualizarse como moderna en el sentido de actual, la posesión de un reloj público resulta crucial: lo cual explica la preocupación por adquirir la máquina y procurarle un lugar adecuado. Sin embargo, ya a finales del siglo XX, el desarrollo de otros medios individuales para referir el tiempo y la extensión de la ciudad hacen que el reloj como servicio quede obsoleto.
Inicialmente se resaltó la importancia de destacar el registro simbólico de la arquitectura, la cual a través de los edificios, participa activamente en el juego de creación y renovación de la cultura y constituye esto un acto humano polisemántico e historiable. Los edificios son textos cuya lectura permite situar un contexto histórico, tanto en realidad como en intención.
Expuesto lo anterior habrá que analizar tres instancias en relación con la torre, por una parte está la interrogación ¿es o no morisca?, por otra ¿por qué una torre morisca en una ciudad ecuatoriana?, y finalmente ¿qué consecuencias tiene este objeto un tanto exótico para el contexto?
Para la primera pregunta basta examinar los elementos formales que se presentan a la vista: la composición a partir de un octógono irregular -cuatro caras más anchas y cuatro menores- en planta concuerda con la de los alminares españoles, tal como lo reseña Pavón Maldonado y pone como ejemplo a la mezquita aljama de Madinat al-Zahra [12]. El vano de entrada jerarquizado por un arco en herradura polilobulado enmarcado en alfiz con albanega llena con ornamentos geométricos trabajados en un solo color. (Figura 5). El piso bajo parte de un zócalo cubierto de azulejos con patrón girih que repite el diseño con un centro desde el que se proyectan cuatro elementos simétricamente hasta formar un panel de 16 formas idénticas, y está demarcado en la parte superior por un pequeño alero sostenido por ménsulas con acento mocárabe que se repiten en la cornisa superior. (Figura 6).


Las dos plantas intermedias tienen vanos con arcos apuntados de intradós polilobulado que se completan con alfiz relleno de atauriques o arabescos, mientras el último nivel superior, que no tiene estos vanos, los remplaza con celosías. A continuación aparecen las esferas del reloj flanqueadas por vanos iguales a los anteriores pero de menor tamaño. Este nivel está señalado por una cornisa que tiene como remate superior almenas huecas de dientes agudos; sobre esta cornisa se alza el elemento de remate superior que es una cúpula apuntada. (Figura 7)

Los elementos formales son de tal naturaleza que incluso el ojo menos entrenado tiene clara la asociación referencial. Si al análisis se aplica el concepto de Lenguaje formal Arquitectónico (L. F. A.) [13-15], que en su estructura contempla el estudio de los referentes estéticos (R. P. B.), referente paradigmático de belleza y puntualiza la observación de la intención simbólica (I. S.), la necesidad de provocar mediante el registro de elementos formales asociaciones de registro múltiple: históricas, de carácter, o incluso relaciones de poder, se encuentra que para Latinoamérica lo árabe es casi sinónimo de español, por lo cual dichos elementos están destinados a evocar un nivel específico de memoria.
Puntualizado lo anterior, se llega a la segunda interrogación ¿Por qué una obra de tal naturaleza en una ciudad como Guayaquil? Es necesario recordar, entonces, los nombres de los autores del proyecto: Francisco Ramón, Joaquín Pérez Nin y Juan Orús, tres españoles llegados a Ecuador. Resulta, por tanto, lógico que las formas propuestas por ellos fuesen aquellas que les resultaban familiares. En ese tiempo Guayaquil aún no contaba con arquitectos formados dentro de la propia ciudad y todos sus recursos para producir arquitectura de corte académico provenían del exterior, específicamente de Europa. Pérez Nin tuvo bastante acogida en la ciudad y otro de sus diseños que aún se conserva es el actual Museo Presley Norton, ubicado en la casa propiedad de Ismael Pérez Pazmiño, también conocida como casa Herlinda. En cuanto a Orús cabe recordar de su autoría el castillo Martínez Espronceda, también declarado patrimonio, pero actualmente desocupado.
La tercera interrogación merece una mirada atenta. La torre-reloj ha dejado de vincularse a la urbe en su aspecto funcional desde hace por lo menos cuatro décadas o más. Sin embargo, se la menciona continuamente como uno de los iconos arquitectónicos de Guayaquil. Para una ciudad desmemoriada resulta curioso que al preguntar a personas de diferente edad y nivel académico si consideraban la torre una muestra de arquitectura colonial, un desconcertante porcentaje respondió afirmativamente, y es que de cierta manera, aunque no justificado cronológicamente, la sombra de lo colonial se cierne sobre ella, con sus respectivas consecuencias.
La arquitectura construye nuestro mundo. Esa afirmación permite divisar lo arquitectónico en términos de poder real. Cuando los arquitectos definen espacios actúan sobre los comportamientos de futuras generaciones… y cuando deciden la forma de sus edificios crean registros que de manera igualmente eficaz delimitarán estéticamente la sociedad en la que se emplazan.
Examinado el caso de la Torre morisca resulta evidente que, superada por coyuntura histórica la pura necesidad funcional, la subsistencia del objeto asegura algo que debe buscarse en la trama simbólica que se entreteje arqui/socialmente. Esta nueva suplencia vela para la mayoría lo que la torre representa en términos de control laico-institucional del tiempo, toda vez que actualmente el espejismo capitalista provoca el equívoco de que la posición de aparatos individuales de medición convierte a cada uno en dueño de su tiempo.
La torre prolonga en el entorno subjetivo de la ciudadanía, un marco ideológico de dependencia colonial por su forma y por sus efectos. Establece y contribuye a reproducir los vínculos con España, el país del que Ecuador fue colonia… más de un siglo antes de que la torre existiera.
La intención de develar el registro simbólico que se produce a partir de lo formal ha sido cumplida. Reconocerlo es mejor que ignorarlo.






