RESUMEN: Los pioneros del emergente Movimiento de Arquitectura Moderna manifestaron divergencias con los postulados de las teorías de restauración de monumentos. Rechazaban el énfasis que se otorgaba a la conservación de la arquitectura pre-existente, a la que atribuían conceptos limitados y aspectos negativos. Ello provocó controversias durante la tercera década del siglo XX que influyeron en la evolución posterior de los conceptos del patrimonio cultural. El objetivo de este trabajo fue precisar los criterios divergentes formulados entonces, y explorar la situación actual. Se partió de la revisión de fuentes bibliográficas, del análisis de documentos, opiniones de autores, y ejemplos de obras modernas paradigmáticas intervenidas hasta el presente. Se observan persistentes problemas para reconocer la significación patrimonial de la arquitectura del pasado reciente y para acometer su restauración. Como conclusión se advierten fallas en la atención que estas merecen, y diferencias en los procesos específicos de restauración que requieren.
PALABRAS CLAVE: Movimiento Moderno, teorías de restauración de monumentos, restauración de inmuebles modernos.
ABSTRACT: The pioneers of the emerging Modern Architecture Movement expressed their differences with the postulates of the theories of restoration of monuments. They rejected the emphasis placed on the conservation of pre-existing architecture, to which they attributed limited concepts and negative aspects. This provoked controversies during the third decade of the twentieth century that influenced the subsequent evolution of the concepts of cultural heritage. The objective of this work was to clarify the divergent criteria formulated at that time, and to explore the current situation. It was based on the review of bibliographical sources, the analysis of documents, opinions of authors, and examples of paradigmatic modern works intervened up to the present. Persistent problems are observed in recognizing the heritage significance of the architecture of the recent past and in undertaking its restoration. In conclusion, there are failures in the attention that these deserve, and differences in the specific restoration processes that they require.
KEYWORDS: Modern Movement, theories of restoration of monuments, restoration of modern buildings.
Comunicación breve
Arquitectura moderna vs. restauración de monumentos: ¿Divergencias subyacentes?
Modern Architecture vs. Restoration of Monuments: Underlying Divergences?
Received: 01 November 2024
Accepted: 10 December 2024
Con el transcurso del tiempo los inmuebles se deterioran e inutilizan por el uso, el envejecimiento, la obsolescencia, el abandono, u otras causas [1]. En el pasado no siempre existió el interés de protegerlos de los efectos destructivos a los que se encontraban expuestos, y durante la edad antigua y media las edificaciones deterioradas, desactivadas y en desuso eran demolidas, para reutilizar sus materiales. Tal práctica fue paulatinamente sustituida con posterioridad -con más frecuencia a partir del siglo XVIII- por acciones dirigidas a conservar o restaurar algunas obras en los casos que estas fueran consideradas poseedoras de ciertos valores [2]. Las distintas iniciativas para conservarlas o recuperarlas devinieron con el paso del tiempo en diversos enfoques, que engendraron activas polémicas con variadas posturas teóricas que fueron conocidas como ‟teorías de la restauración de monumentos”.
Semejante evolución estuvo acompañada de acalorados debates y controversias que se prolongaron a lo largo de un extenso período histórico, y fueron influyendo y conformando los conceptos contemporáneos sobre la conservación y restauración del patrimonio cultural construido. Entre los debates y conflictos que tuvieron lugar, se encontraban los relacionados con los integrantes del naciente Movimiento de la Arquitectura Moderna, quienes en sus etapas iníciales, manifestaron puntos de vista contrastantes con los postulados de la conservación y restauración de los ejemplos de la arquitectura tradicionalista, al considerarlos portadores de rigidez e inmovilidad creativa, y de un carácter restrictivo de la libertad al lenguaje expresivo, entre otros aspectos negativos conceptualmente incompatibles con los principios del Movimiento Moderno.
Los objetivos del presente trabajo se dirigen a explorar las controversias que tuvieron lugar con relación a las primeras teorías de conservación y restauración de monumentos, despejar cuáles eran las divergencias con respecto a los enfoques vigentes en ese entonces, sus influencias, y cuáles circunstancias y dificultades se mantienen latentes en la contemporaneidad.
Metodológicamente se exploraron diversas fuentes bibliográficas acerca de la evolución de las teorías de restauración de monumentos, y sobre los puntos de vista de los principales integrantes de la emergente arquitectura moderna, que en ese período histórico expresaron críticas a los enfoques de los postulados de conservación y restauración. Se hizo referencia tanto a ciertos ejemplos de proyectos modernos, como a intervenciones constructivas realizadas a obras arquitectónicas contemporáneas que originaron algunos debates teóricos polémicos, y se precisaron diversos aspectos remanentes y condiciones que se mantienen presentes en la actualidad, cuando es insuficiente aún la actividad de restauración de inmuebles relevantes del pasado reciente [3].
La protección y conservación del patrimonio inmueble no existió siempre; sin embargo, entre la diversidad de acciones aisladas que tuvieron lugar en épocas pasadas con la intención de conservar o recuperar objetos con valores adicionales a su simple existencia material, adquirieron cierto interés las edificaciones consideradas paradigmáticas, incluyendo las antiguas, criterio influido entre otros aspectos por la edición de la “Historia del Arte de la Antigüedad” de J.J. Winkelman (1717-1768), y los hallazgos de las ciudades de Herculano (1719) y Pompeya (1748). De esta época se refieren algunas labores de conservación que fueron realizadas a iglesias, castillos, y estructuras medievales que reflejaban historias e identidades nacionales 1; además de varios ejemplos de restauración arqueológica, entre los que se destacaron las obras ejecutadas mediante anastilosis por Giuseppe Valadier (1762-1839), y por Raffaele Stern (1774-1820) [4]. (Figura 1)
Con el transcurso del tiempo se fueron conformando y estructurando progresivamente posturas teóricas conceptuales, incluso, algunas contrapuestas, denominadas en ese entonces “Teorías de restauración de monumentos”, sin que fueran exactamente “teorías” tal y como ahora se conciben. En los siglos XVIII y XIX, estas se sucedían o coincidían en el tiempo, asociadas principalmente a relevantes personalidades promotoras, siendo probablemente, Eugène Viollet le Duc (1814-1879), y John Ruskin (1819-1900), las figuras primigenias más conocidas de este proceso por sus posiciones mutuamente contrapuestas con respecto a sus enfoques personales sobre la restauración. El primero, -arquitecto, escritor e historiador nacido en París- propugnaba restablecerles a los monumentos una imagen similar a la que tuvieron durante el período más significativo de su historia, criterio que aplicó en varios casos en los cuales intervino. Sus acciones se resumían, según Quatrimere de Quince (1755-1849), en la reintegración de obras y monumentos antiguos, degradados por el tiempo o por accidentes de todo tipo a los que se encuentran expuestos, y en devolver la integridad de la forma original rehaciendo con el mismo material las partes degradadas y los miembros que le faltasen. [5].
El segundo, Ruskin, -escritor, crítico de arte y sociólogo británico que se ocupaba de política, economía, arte, geografía, geología, y botánica- era partidario de la autenticidad histórica de las obras y principal promotor del movimiento conservacionista en Europa conocido como “Ruinismo”. Atribuía una esencia negativa a la restauración, a la que consideraba como una falsificación, no sólo material, sino también moral [5], criterios con los que coincidieron personalidades relevantes de la época, como William Morris (1834-1896), fundador en 1877 de la Society for the Protection of Ancient Buildings (SPAB).
Varias teorías con conceptos diversos fueron definidas e implementadas, algunas de las cuales se caracterizaban por postulados contrapuestos o no, [6] que pueden resumirse en:
Los que se basan en la idea de que la arquitectura histórica es algo intocable.
Los que defienden un tipo de intervención pretendidamente neutra, con la creencia de que así se respetan los valores históricos.
Los que plantean la intervención sin renunciar a los valores de la cultura arquitectónica contemporánea pre-existente [1].
Entre las posturas teóricas surgidas entre finales del siglo XIX hasta los años 30 del siglo XX, destacan las conocidas como: Restauración moderna, Restauración histórica, y Restauración científica o filológica, lideradas respectivamente por personalidades tales como Camilo Boito (1836-1914), Luca Beltrami (1854-1933), y Gustavo Giovannoni (1873-1947) [2]. Este último tuvo además una notoria contribución a la organización y celebración de la primera Conferencia internacional de restauración de monumentos [5].
Tal Conferencia, efectuada en Atenas en 1931, tuvo como propósito cohesionar, consolidar y promocionar los avances del movimiento de restauración hasta ese momento [7]. Abarcó el debate sobre aspectos diversos relacionados con los monumentos, tales como el arte; el mantenimiento; el repristino; la anastilosis; los añadidos; los materiales; los métodos y técnicas; la legislación; los archivos; los inventarios; la colaboración; el papel de las ciencias, y la interdisciplinariedad, entre otros.
Se consideraba a los monumentos como testimonios, documentos heredados, que en los casos de los vivos debían restaurarse; mientras que los monumentos muertos (ruinas) solamente consolidarlos, conservarlos, (Figura 2) porque su importancia capital residía en resguardar sus valores históricos, de rememoración, ya que de lo contrario desaparecerían [5], aunque ambos casos podían coexistir conjuntamente.
La Conferencia culminó con la elaboración de un manifiesto conocido como “Carta de Atenas” en la que se abogaba por el respeto a las obras históricas y artísticas y su conservación [5], lo cual actuó como eje detonante de acaloradas controversias entre sus organizadores y los representantes del naciente Movimiento Moderno de la arquitectura de la época.
El emergente Movimiento de la arquitectura moderna, que tuvo un proceso de conformación más breve que la evolución de los procesos de conservación- restauración, proclamaba principios de racionalidad, funcionalidad, emancipación, higiene, disciplina, ordenamiento y control del crecimiento urbano [8]. Se consideraba vinculado a un pensamiento dinámico, de ingeniosa creatividad, innovador y con aguda proyección intelectual, lo que implicaba un desafío creativo, al mismo tiempo que un compromiso con los procesos y productos de la industria [9]. Sin embargo, nunca estuvo de espaldas a los procesos de desarrollo de la conservación del patrimonio inmueble. Portador de un enfoque nuevo de creación y expresión, manifestaba desde sus inicios, posturas incompatibles con las concepciones academicistas rígidas imperantes hasta entonces en los ejemplos de la arquitectura tradicionalista, manifestados en esferas tan variadas como los aspectos formal-expresivos; los criterios de organización espacial y funcional; los materiales de construcción empleados; la prioridad otorgada a la higiene, al vínculo ambiental y al tratamiento climático, entre otras.[4].
Diversos arquitectos pioneros de la arquitectura moderna habían tenido previamente expresiones críticas respecto a la restauración, y manifestado desdén hacia los vestigios del pensamiento tradicionalista en la arquitectura. Consideraban que los preceptos básicos proclamados por el Movimiento Moderno contravenían los postulados y la práctica de la conservación del patrimonio inmueble. Este es el caso de Tony Garnier (1869-1948), quien en 1912 inculpaba de principios falsos a la arquitectura precedente, y la Architectural Review en 1905 la tildaba de engañosa. Por otra parte, Adolfo Loos (1870-1933) llegó a criticar a los griegos por prestar demasiada atención al ornamento de la arquitectura; mientras William Richard Lethaby (1857-1931) en 1911 afirmaba que lo ornamental había dejado de ser una expresión de validez cultural, opinión a la que se sumó Hendrik Petrus Berlage (1856-1934), al considerarlo superfluo en las obras. Auguste Perret (1874-1954) y Bruno Taut (1880-1938) también manifestaron opiniones críticas en este sentido, y Alvar Aalto (1898-1975), declaró en una ocasión que lo antiguo no podía renacer. Frank Lloyd Wright (1876-1959) a su vez, aseveraba que lo antiguo estaba en decadencia y ya carecía de vida, mientras que Walter Gropius (1883-1969) llegó a afirmar encontrarse harto de la reproducción arbitraria de estilos históricos. Ludwig Mies Van Der Rohe (1886-1969) recomendaba a los arquitectos no entregarse a tales pensamientos polvorientos y Louis Sullivan (1856-1924), a no imitarlos, puesto que consideraba que la restauración contravenía la frase a él atribuida: «la forma sigue a la función», al apuntar el énfasis de la atención, primero que todo, al objeto y después a su función. [4]. Para Le Corbusier (1887-1965) existía una gran discrepancia entre la mentalidad moderna y la agobiante acumulación de detritus de épocas anteriores [8].
A la conservación del patrimonio inmueble se le consideraba, en cierto modo, como el culto a los vestigios de la práctica arquitectónica tradicionalista, portadora de principios de expresión rígidos, poco flexibles, identificados con procesos de pensamiento reproductivo, estático, y de creatividad limitada, por lo que en determinados programas de enseñanza, era sistemáticamente eliminado todo contenido relacionado con cualquier tipo de estilo. Se llegaron a eludir las asignaturas de Historia de la Arquitectura, asumiendo que contribuían a la persistencia de imágenes antiguas durante el proceso de diseño, las cuales inmovilizaban la actividad creativa y favorecían la aplicación de actitudes compositivas erróneas. [4]
Después de aparecer la Carta de Atenas en 1931, postulando el respeto al pasado, apostando por la conservación, por la restauración de los monumentos y otras expresiones artísticas, los arquitectos integrantes del incipiente Movimiento Moderno de la arquitectura se reunieron también en Atenas dos años después, en 1933, en ocasión del Cuarto Congreso de los CIAM (siglas de las Conferencias Internacionales de Arquitectura Moderna) y abordaron enfoques tanto del urbanismo como de la arquitectura. Se reconocía que se había producido una ruptura con los ejemplos del pasado (lo que fue percibido por muchos como una negación a su conservación) y se concluyó con un documento conocido como «Segunda Carta de Atenas», para evitar que fuera confundido con la versión de la Carta precedente [8].
La Segunda Carta de Atenas solo pudo ser publicada de forma anónima por Le Corbusier en 1942 y posteriormente divulgada con carácter abierto en setiembre de 1957, después de concluida la Segunda Guerra Mundial. Se consideraba una contrapropuesta alternativa a los postulados conservacionistas que contenía la Carta de 1931, y daba respuesta a los criterios de Gustavo Giovannoni de excluir de los centros históricos las obras de los arquitectos modernos, pues consideraba que no eran aún evidentes los valores trascendentes acumulados por estas 2[4][5], opinión parcialmente remanente hoy que aún suscita la aplicación de restricciones por algunos documentos regulatorios. (Figura 3)
Al respecto, el documento de los modernos demandaba que las áreas históricas se protegieran solamente en los casos en que los monumentos aislados, conjuntos, calles o barrios, fueran expresivos de determinada época; y deberían ser respetados, solamente si: a) reflejaban una cultura anterior y respondían a un interés general; b) no implicaban habitar en condiciones insanas; y c) cuando su conservación no impidiera el desarrollo orgánico de la ciudad, ni la opción de poder destruir la parte antihigiénica. [5]
En el punto 66 se agregaba que: no todo el pasado tenía derecho a ser perenne por definición; y había que escoger sabiamente lo que se debía respetar. Cuando se tratara de construcciones repetidas de numerosos ejemplares, se conservarían algunas de ellas a título documental, derribándose las demás; y en otros casos podría aislarse solamente la parte que constituyera un recuerdo o un valor real, modificándose el resto de manera útil. Se conservaría solo una red de vías históricas de la ciudad; y se destruirían las habitaciones infectas que rodean estas zonas sin interés de ningún género; y se introducirían áreas verdes. Se abogó por insertar nuevas construcciones dentro del espíritu contemporáneo, lo suficientemente saludables para las personas, sin demostrar simpatía alguna con el tejido histórico, considerando como nefasta la adaptación estética de las nuevas construcciones a las antiguas normas, lo que no podía ser tolerado bajo forma alguna. [3].
Años después, al inicio de la segunda mitad del siglo XX, un proyecto polémico del arquitecto español José Luis Sert para el Centro Histórico de La Habana se basó en principios similares a los enunciados anteriormente (Figura 4), en el cual se proponía que permanecieran solamente los monumentos históricos de mayor relevancia y sustituir el resto de las edificaciones por otras de estilo moderno.
Simultáneamente al desarrollo, fortalecimiento, y expansión del Movimiento Moderno a lo largo del siglo pasado, evolucionaron también los conceptos teóricos de la conservación y la restauración, en cuyos ajustes se ha considerado que influyó considerablemente el enfrentamiento entre los primeros restauradores y los pioneros de la arquitectura moderna [10]. Se produjo una progresiva ampliación del concepto de patrimonio cultural, lo cual ha conducido a la diversificación y flexibilización de las normativas y a la asimilación de otras categorías, incluyendo entre ellas, a las arquitecturas contemporáneas. [11]
Actualmente han cambiado los actores y también los cuestionamientos controversiales de épocas anteriores. Pero si bien Gustavo Giovannoni en los años treinta del siglo XX no le atribuía a la arquitectura moderna haber alcanzado suficientes valores culturales, esta continúa aún hoy reclamando la merecida atención a sus obras, tal y como se le otorga a la restauración de los inmuebles del pasado, pues siendo ya poseedora de los valores y de la trascendencia histórica requerida [6], y al ser viva y vigente, aspira a que se le tenga en cuenta y con ella, se asimilen sus formas de uso, las necesidades contemporáneas, y el respeto al diseño original. [1]
En realidad, los argumentos del Movimiento Moderno introdujeron criterios que contravenían los enfoques habitualmente asociados a los monumentos. Se trataba de la valoración de los inmuebles y ruinas del pasado como documentos evocadores de épocas antiguas, rememorativos de la memoria histórica, expresivos de diversos valores artísticos y arquitectónicos del pasado. Estimaban que tales enfoques generaban diferencias con respecto a la significación otorgada a las obras paradigmáticas originadas en fechas más recientes y a los procesos de restauración que requerían. En estas últimas se perseguía destacar su novedoso significado y rescatar las evidencias del rol transformador que tuvieron en la práctica arquitectónica, su trascendencia por la esencia creativa y nueva libertad compositiva que introdujeron, la aplicación de materiales constructivos de procedencia industrial, la valoración de las condiciones de higiene, el vínculo con la naturaleza, y la promoción de una forma diferente de usarlas y de apreciar su imagen expresiva, entre otros aspectos. Su intervención constructiva ha suscitado un profundo debate, en el que incluso se ha planteado la posibilidad de que exista una manera específica de restaurarlas. [11]
La restauración de edificios históricos se centraba en preservar la memoria histórica, los valores reconocidos e imagen formal del patrimonio cultural, y utilizaban generalmente técnicas y materiales tradicionales, entre otros aspectos. En tanto, en los edificios contemporáneos existía una mayor flexibilidad de utilizar tecnologías avanzadas para mejorar la funcionalidad de las estructuras, aunque estas, con el paso del tiempo, presentan mayores limitaciones para la adquisición de los componentes sustitutivos requeridos, debido al agotamiento de la oferta comercial o por su inexistencia en el mercado. [12]
Sin embargo, la devaluación cultural y social, la decadencia material y física de los inmuebles modernos [1], la vulnerabilidad y diversidad de sus materiales constructivos [9], la utilización de tecnologías de construcción parcialmente extinguidas, la transformación impropia de los usos originales, la acentuada depreciación de su valor de uso a causa del avance de su estado ruinoso, la necesidad de recurrir a trabajo interdisciplinario, y los escasos valores de antigüedad que acumulaban por su reciente fecha de aparición, distinta a la de las culturas pretéritas, en general no han contribuido a acometer su conservación y han acentuado el proceso de deterioro en numerosos casos , lo que ha puesto en riesgo de desaparición a valiosos ejemplos paradigmáticos.
En ocasiones, algunas de las obras relevantes del moderno que fueron desactivadas y demolidas debido al carácter efímero de sus programas arquitectónicos específicos, han sido recuperadas posteriormente, tal como fue el caso del pabellón alemán en la Exposición Internacional de Barcelona (1930), de Mies van der Rohe [3]. Sin embargo, su copia reconstruida a finales del siglo XX con bastante fidelidad al original (Figura 5) desencadenó acaloradas controversias y polémicas teóricas, relacionadas entre otros aspectos, tanto con la autenticidad de varias alteraciones funcionales que fueron introducidas, como con respecto al pretendido reconocimiento de autoría de la réplica del original.
Con el transcurso del tiempo, las obras maestras de la arquitectura moderna construidas en los años 20 ó 30 del siglo XX, envejecieron [13, 14], y debido a su estado de deterioro, varias de ellas fueron sometidas a acciones de restauración, tales como la villa Savoye (Poissy, 1929) y la villa La Roche (Henket, 1991), ambas de Le Corbusier; la casa de la Cascada (Bear Run, Pennsylvania, 1935) de Frank Lloyd Wright; la casa Tugendhat (Brno, 1930) de Ludwig Mies van der Rohe; la Escuela Bauhaus (Dessau, 1925) de Walter Gropius; la Casa Rietveld Schröder (Utrecht, 1924) de Gerrit Rietveld [11]; y el sanatorio de Paimio (Helsinki, 1933) de Alvar Aalto [14].
Otras obras paradigmáticas de fechas más recientes también han sido restauradas, como por ejemplo, la casa Farnsworth (Plano, Illinois, 1947) de Ludwig Mies van Der Rohe; el Museo Solomon R. Guggenheim (Nueva York, 1956) de Frank Lloyd Wright; y la Escuela Nacional de Artes Plásticas (La Habana, 1965) de Ricardo Porro, entre muchas otras, pero aún cuantitativamente insuficientes. Se evidencia la necesidad de disponer de criterios efectivos para reconocer los valores de significación de las arquitecturas del pasado reciente [15], otorgarles la atención merecida, y encontrar vías de solución específicas para promover la restauración diferenciada apropiada que éstas merecen, algo que todavía permanece pendiente. (Figura 6)
Los pioneros del incipiente Movimiento Moderno en los años treinta del siglo XX cuestionaron las teorías y prácticas de restauración de monumentos. Las acusaban de valorar excesivamente la memoria de los vestigios de inmuebles del pasado, y de tender a sacralizar y perpetuar la imagen de la arquitectura tradicionalista dominante hasta ese entonces, a la que consideraban, entre otros aspectos: antihigiénica, portadora de enfoques retrógrados, con resultados nefastos, de pensamiento rígido, inmovilizadoras de la actividad creativa y de los procesos de innovación. Según ellos, los modelos pretéritos debían ser limitados al mínimo imprescindible para mantener la memoria del pasado histórico, y demoler el resto para sustituirlos por construcciones contemporáneas de mejores cualidades, dentro del tejido histórico. Con el transcurso del tiempo; las controversias y polémicas que tuvieron lugar contribuyeron a influir en la evolución y transformación ulterior de las posturas acerca del patrimonio arquitectónico. Cuando devino el envejecimiento y el deterioro de las obras modernas relevantes, estas encontraron limitaciones para su reconocimiento y restauración, debido a sus escasos valores de antigüedad, así como a la vulnerabilidad de los materiales y técnicas contemporáneas de construcción que empleaban, entre otros aspectos. También se encontró que tanto los fines como los enfoques, técnicas y procesos de restauración que se aplicaban a las arquitecturas pretéritas, presentaban diferencias con respecto a las requeridas por los ejemplos modernos y contemporáneos relevantes, e igualmente se hizo evidente el escaso reconocimiento e insuficiente atención otorgada aun hoy a estos últimos. Ello motivó la propuesta de elaborar nuevos enfoques teóricos para mejorar el reconocimiento de la significación y valores de los ejemplos paradigmáticos de las arquitecturas del pasado reciente, y propiciar su restauración con técnicas y procesos específicos diferenciados con respecto a los que se aplican a las arquitecturas del pasado remoto.
* E-mail: alfonsoalfonsog@gmail.com