Dossier: El Cid: narrativas y sociedades entre Historia y Literatura
Introducción
Recepción: 31 Enero 2023
Aprobación: 10 Mayo 2023
La figura de Rodrigo Díaz de Vivar alcanzó ya en vida ribetes legendarios, por obra de cronistas árabes y de los colaboradores letrados del propio señor de Valencia. Así, en la misma carta de dotación de la catedral de Valencia (fechada en 1098), el escribano precedía el contenido legal del documento con un panegírico del Campeador en el que todos los recursos de la tradición latino-cristiana son puestos al servicio de la construcción de una figura paradigmática: mesianismo, providencialismo, neo-goticismo, (un Rodrigo perdió España, otro la recuperará), ideal de cruzada y de reconquista.
En efecto, el contexto histórico proveía un imaginario triunfalista, alimentado por el ciclo expansivo: los reinos cristianos dominantes frente a los débiles reinos de taifas, luego del derrumbe del califato de Córdoba. En un horizonte más amplio, el siglo XI presenciaba el comienzo de la expansión de la sociedad europea occidental, cuyo momento culminante será la primera cruzada. Alfonso VI había conquistado Toledo, el Cid acababa de conquistar Valencia, apenas un año después de la confección del documento mencionado, los cruzados conquistarán Jerusalén. Es en el marco de esta euforia reivindicativa, de la sensación de un inminente triunfo definitivo de la sociedad cristiana sobre el Islam, que se trazan los perfiles del Cid como figura mesiánica. La admiración que provoca el relato, infinitamente repetido y aumentado, de sus constantes victorias, dará el envión definitivo para que esta figura ingrese en el campo de la leyenda.
Otro tanto harían, por su parte, las crónicas árabes. Ibn Bassam (m. 543/1148) en la tercera parte de su al-Dajira fi mah?sin ahl al-Yazira (= Tesoro sobre las excelencias de la gente de al-Andalus), pone precisamente en boca del Cid la frase ?Por un Rodrigo fue conquistada esta Península [por los musulmanes] y [este otro] Rodrigo la salvará?, haciéndose eco de la resonancia mesiánica del personaje. Las varias fuentes árabes contemporáneas o poco posteriores al Cid ponen de relieve el odio y el temor ante el enemigo implacable a la vez que la admiración por el guerrero invencible. La elegía por Valencia que habría compuesto el alfaquí y poeta Ab? l-Wal?d al-Waqqa?? (1017-1096) durante el propio sitio de la ciudad, transmitido por la Historia de Valencia de Ibn Alqama (1106), daría comienzo a la serie de testimonios musulmanes de la magnitud legendaria que rápidamente cobró Rodrigo Díaz de Vivar. Baste la cita de un pasaje muy conocido de Ibn Bassam: ?Y era esta calamidad [= Rodrigo] en su época, por la práctica de la destreza, por la suma de su resolución y por el extremo de su intrepidez, uno de los grandes prodigios de su Señor.? [1]
Estos testimonios latinos y árabes ponen en claro que la figura legendaria del Cid ? y las bases para la construcción literaria heroica en torno al personaje ? se gestaron en los años finales del Rodrigo histórico, a caballo de la resonancia de su mayor logro (la conquista de Valencia), y circularon con plenitud desde los comienzos del siglo XII. Por supuesto que esta figura debió de tener significados y valores muy diversos según las comunidades y ámbitos sociales que la recibieran. Es fácil considerar que poca incidencia debió de tener el Cid mesiánico y reivindicador del linaje godo, forjado en los círculos cortesanos y cultos, en la imagen del héroe admirado por el pueblo iletrado. Todo ello nos permite conjeturar, a su vez, que el personaje fue objeto de una vasta competencia entre actores sociales e instancias de poder en los reinos cristianos ibéricos pleno medievales, entre diversas prácticas discursivas, orales y escritas. Al tiempo, también fue tema disputado por la historia y por la poesía narrativa. Hay que considerar altamente probable que este héroe fuera rápidamente impulsado por la práctica discursiva oral de la actuación juglaresca, en el seno de la cultura popular, como protagonista de relatos poético-legendarios en los que se exaltarían los valores más habituales de la epopeya medieval: la valentía, la fuerza, la capacidad guerrera, la invencibilidad y ?también? su rebeldía frente a reyes y aristócratas. A este tipo de cantares se estaría refiriendo el célebre pasaje del Poema de Almería, escrito entre agosto de 1147 y febrero de 1149: ?Ipse Rodericus, Meo Cidi sepe vocatus, de quo cantatur quod ab hostibus haud superatur, qui domuit Mauros, comites domuit quoque nostros.? [2]
Más allá de la discusión sobre el sentido estricto del pasaje, está fuera de duda su valor como testimonio de la presencia a mediados del siglo XII de tradiciones legendarias orales (arte verbal juglaresco o ?historia oral?) sobre un personaje histórico ya devenido ?Mio Cid?.
A su vez, las versiones eruditas latinas de la segunda mitad del siglo XII, en las vísperas de la conformación del Poema de Mio Cid, se producirán no sólo en contienda con las prácticas discursivas orales sino también en diálogo con una figura legendaria ya enraizada en el imaginario social hispano en general y castellano en particular. De este modo, las versiones eruditas de la figura histórico-legendaria del Cid se encuentran en la Historia Roderici, el Carmen Campidoctoris, la Chronica Naierensis y el Linage del Cid, único texto en lengua romance de este grupo. A esto habría que agregar la referencia analística de las Efemérides Riojanas conservadas en el Chronicon Burguense.
La Historia Roderici consiste en una biografía del Cid centrada en sus hazañas guerreras y el Carmen Campidoctoris es un poema panegírico sobre el Cid que ofrece una alabanza mediante la selección de una serie de hazañas del guerrero invencible. Por su parte, la Crónica Najerense constituye la obra historiográfica de mayor envergadura de la segunda mitad del s. XII. Fue escrita a finales del siglo XII (según hipótesis de Estévez Solá 1995) por un monje cluniacense, posiblemente de origen francés. En su tercera sección se encuentran los pasajes en que interviene el Campeador. La materia cidiana de esta crónica parece provenir, en parte, de la Historia Roderici y en parte, de fuentes poéticas, cultas o populares. Estaríamos en presencia de un importante cambio en la concepción de lo historiable, resultado de una confluencia de factores, a saber: la formación en el imaginario de la sociedad hispano-cristiana del siglo XII ?una sociedad a la defensiva frente a las invasiones norteafricanas y con el recuerdo de la gloriosa época de Alfonso el conquistador de Toledo? de una Edad Heroica y su ubicación en la época de los orígenes de Castilla (de Fernán González al Cid); la búsqueda de una afirmación política e ideológica de Castilla en el conjunto de los reinos hispánicos; la articulación de la historia política con la potencia ideológica del marco general de la historia universal y con los signos de la heroicidad fundante de un estado guerrero.
Teniendo esto en cuenta y de acuerdo con las conclusiones de Alberto Montaner en su revisión de los problemas de datación de varios textos referidos al Cid (sintetizados en Montaner y Escobar, 2001: 117-20), se habría producido una eclosión de materia cidiana en el último cuarto del siglo XII iniciada por la Historia Roderici (h. 1180), cuyos ecos se encontrarían en la Chronica Naierensis (h. 1180), en el Carmen Campidoctoris (h. 1190) y en el Linage del Cid (1194). De modo que lo que parecía un grupo de textos dispersos en el tiempo, desde 1090 ( Carmen) hasta 1194 ( Linage) y fruto de iniciativas puntuales desconectadas (el Carmen catalán, la Historia Roderici catalana o aragonesa, la Chronicariojana, el Linagenavarro), queda ahora concentrado en el lapso de quince años en una región acotada por San Pedro de Cardeña, Santa María de Nájera y la corte de Pamplona.
Lo que vemos aquí es una amplia operación, desarrollada en diferentes núcleos rectores del norte cristiano peninsular, de apropiación del héroe legendario por la práctica discursiva propia de la cultura letrada: la escritura latina. Pero más allá del lugar de la reivindicación del héroe como reflejo de una superior prelación política de Castilla o del ideal social del caballero en la sociedad feudal y del guerrero en la frontera frente a los musulmanes, lo cierto es que, en la competencia entre clérigos y juglares por convertirse en el canal predominante de difusión de la leyenda cidiana, son estos últimos quienes prevalecen por su capacidad de llegar a todos los estamentos de la sociedad medieval. A mediados del siglo XII, la actuación juglaresca era sin dudas la práctica discursiva dominante en una cultura casi completamente oral; los cantares de gesta producidos por aquellos juglares celebraban las pasiones heroicas esenciales (rebeldía y triunfo, traición y venganza), la singularidad del héroe en su búsqueda riesgosa del honor, la revitalización del orden tradicional mediante la transgresión o la muerte de lo viejo y su reemplazo por la nueva sangre. En consonancia con este clima hay que pensar en un hipotético primer Cantar de Mio Cid que abarcaría desde el destierro hasta la toma de Valencia ( Deyermond, 1995: 82-85 y Gómez Redondo, 1997: 718), también quizás en una primera versión de Cantar de Sancho II y en la Jura de Santa Gadea.
En la primera mitad del siglo XIII la situación evolucionó y el ámbito de la escritura se extendió a la lengua romance, generando nuevas relaciones entre lo escrito y lo oral. Unas relaciones, por otra parte, mejor encajadas dentro del orden sociopolítico y cultural imperante en la Península Ibérica tras la batalla de Las Navas de Tolosa, el avance de las conquistas cristianas sobre al-Andalus y el influjo del magno proyecto monárquico alfonsí desde Castilla. La práctica juglaresca continuó su desarrollo, pero, ya en el contexto de una incipiente cultura manuscrita, su arte fue lo que con acierto Montgomery (1987) llama, refiriéndose al Poema de Mio Cid, ?oral art in transition?. [3] El fenómeno que define la nueva interrelación de las prácticas discursivas es la ?puesta por escrito de los cantares de gesta? ( Orduna, 1985). Más allá de la discusión sobre la medida en que esa puesta por escrito significó una puesta en obra artística, los poemas transcritos vehicularon nuevos valores que orientaban la fuerza originaria hacia un nuevo equilibrio. Tal fue, al menos, la experiencia en el ámbito castellano: la celebración de un orden nuevo pero conciliatorio, manifestado narrativa y artísticamente en la plasmación de una dimensión humana de lo heroico. De eso nos habla el texto conservado del Poema de Mio Cid.
Con este fenómeno, y ya ubicados en el período post-alfonsí, se inaugura una nueva etapa en la evolución de la épica castellana, que podríamos llamar ?fase prosística tardía?. El adjetivo ?prosística? no significa que el género épico haya pasado simplemente a componerse en prosa, sino que en esta etapa la labor prosificatoria, que conocemos indirectamente en los textos cronísticos que nos han llegado (los borradores alfonsíes y las derivaciones post-alfonsíes de la Crónica general de España que proliferaron desde fines del s. XIII hasta fines del s. XIV), significó un avance decisivo de la escritura sobre la oralidad y de la prosa sobre el verso, lo que tuvo enormes consecuencias para la producción, la transformación y la difusión del género épico durante la Baja Edad Media hispánica. Por un lado, la leyenda épica del Cid, por ejemplo, comenzó a circular de modo cada vez más preponderante en su versión prosística; por otro lado, mientras la oralidad recuperaba su fuerza en la fragmentación de los viejos cantares, al precio de optar por lo lírico-narrativo, es decir, lo esencialmente estético que nutre el Romancero épico, los siglos XIV y XV conocían la pretendidamente verdadera historia de sus héroes a través de las crónicas. Este proceso de hegemonización de la prosa culminará, en el caso del Cid, con la publicación de la Crónica particular del Cid por Juan de Velorado (Burgos, Fadrique Aleman, 1512).
Lo que vemos a lo largo de este proceso es, por un lado, una serie de transformaciones formales de la historia cidiana, pues los recursos juglarescos devienen procedimientos literarios, los cauces latinos terminan confluyendo en una poética romance, el verso se vuelca en la prosa, la carnadura argumental de la hazaña heroica mezcla en dosis cambiantes la historia y la ficción, todo esto en el marco de cambios tecnológicos como el pasaje de la oralidad a la escritura oralizada, primero, y a la escritura plenamente gráfica de los manuscritos alfonsíes después, en los que se aprovechan todos los avances de la mise en page de una cultura manuscrita más sofisticada. Por otro lado, al ritmo de sucesivas reorientaciones ideológicas de la historia cidiana, una serie de transfiguraciones del personaje histórico en figura paradigmática, en figura legendaria, y en diversas versiones heroicas, fruto a su vez de contextos históricos diferentes y de las correspondientes lecturas sociopolíticas de Rodrigo Díaz: el héroe comunitario celebrado por su valor y rebeldía en los cantares orales, el héroe integrado en el que destaca su fidelidad y su mesura que apreciamos en el Poema de Mio Cid y el héroe funcional al proyecto monárquico, ensalzado por su lealtad a su señor natural, cabeza y fuente de la Caballería (Flackenstein, Zotz & Rodríguez Velasco, 2006), que surge con las crónicas alfonsíes y otras manifestaciones de dicho proyecto planteadas durante el reinado de Alfonso X el Sabio y, en buena medida, llevadas a términos a mediados del siglo XIV ya en el de Alfonso XI de Castilla. Cuanto más interviene la cultura escrita en el discurso épico, más compleja la estructura de la historia heroica y más integrado el héroe a los proyectos letrados. Del mismo modo, cuanto mayor es esta intervención, más profunda es la confluencia entre esas lecturas del personaje procedente de diferentes tradiciones y construcciones de la memoria histórica.
En el siglo XIV, cuando fue copiado el códice de Vivar, único testimonio conservado del Poema de Mio Cid, y de acuerdo con las líneas finales agregadas en el explicit, el poema todavía circulaba mediante la lectura pública. Quizás esta manera de difusión esté hablando del lento e inexorable retroceso de la actuación juglaresca y del género mismo de los cantares de gesta frente a los que parecen estar imponiéndose como canales privilegiados para transmitir la historia del Cid durante los siglos bajomedievales: romances y crónicas.
A comienzos del siglo XV ya no queda memoria viva del Poema de Mio Cid: no lo menciona, por ejemplo, la Carta e prohemio del Marqués de Santillana (h. 1446-49). Con la aparición de la imprenta, la historia del Cid seguirá circulando mediante reelaboraciones cronísticas y romancísticas que lentamente van perdiendo contacto con los textos medievales y van tendiendo hacia un gusto popular por lo novelesco. Eso es lo que tenemos con la Crónica popular del Cid (1498) y la Crónica particular del Cid (1512) y con los romances cidianos recopilados por Martín Nucio en el Cancionero de romances publicado en Amberes (1550). Este proceso culminará en el romancero nuevo (composición culta basada en las crónicas) con la obra de Juan de Escobar, Historia del muy noble y valeroso cavallero el Cid Ruy Diaz de Vivar en romances, Lisboa, Antonio Álvarez, 1605.
Es cierto que, en cambio, la consideración historiográfica de Rodrigo Díaz como máximo héroe castellano se mantuvo inalterable durante el final de la Edad Media. La trayectoria de esa memoria historiográfica hasta la actualidad sería, en cualquier caso, objeto de múltiples interpretaciones. Desde el fin de la Edad Media hasta la actualidad, no ocurrió lo mismo con su historia poética. El argumento puramente ficcional del poema tardío de las Mocedades de Rodrigo todavía tuvo impacto en el Siglo de Oro, pero el texto del Poema de Mio Cid pasará al olvido hasta su publicación por Tomás Antonio Sánchez en 1779, aunque con escaso éxito de público. De hecho, sólo será objeto de interés de muy escasos eruditos hasta la reivindicación romántica y nacionalista de estudiosos como Pedro José Pidal y Agustín Durán, a mediados del siglo XIX, y luego un estudio filológico más riguroso a cargo de Manuel Milà i Fontanals en 1874. Pero no será hasta principios del siglo XX y gracias a la labor erudita de Ramón Menéndez Pidal que el Poema de Mio Cid pasará a formar parte del canon de la literatura española. En don Ramón se conjugan el historiador y el filólogo, como testimonian la editio maior del poema en 1908-11 y la monografía La España del Cid, aunque el rigor histórico haya cedido mucho a las resonancias legendarias del personaje. Las propias lecturas historiográficas de Rodrigo Díaz fueron objeto de múltiples interpretaciones desde el final de la Edad Media y, a menudo de la mano de esa materia legendaria, las lecturas de corte heroico y nacionalista español románticas y posteriores han dejado un notable impacto en la imagen popular conservada sobre el Cid ( Porrinas González, 2019: 353-423).
En el período post-pidalino, y sobre todo cuando la crítica literaria se inclinó por profundizar en la dimensión poética del cantar y ya no tanto en su historicidad, historiadores y literatos han seguido caminos paralelos, con intereses excluyentes en el acercamiento a hechos, individuos, textos y contextos. Es más, también desde la perspectiva de los historiadores, el interés por la figura cidiana en los años 70-80 del siglo XX se redujo notablemente, con escasos trabajos de referencia sobre Rodrigo Díaz más allá del realizado por el británico Richard Fletcher (1989), frente a un mayor interés por el estudio de las sociedades feudales del norte peninsular, sus espacios regionales o la dinámica de la frontera con al-Ándalus. Habrá que esperar a las últimas décadas del siglo XX para un cambio en esta tónica, cuando nuevamente los estudiosos de la literatura salieron de los enfoques formalistas e inmanentistas y volvieron a prestar atención al contexto histórico de los textos, así como los historiadores revalorizaron los textos literatos, ya no más vistos como meros documentos, sino como artefactos literarios complejos, cuya potencia representativa estaba mediada por formas y cauces poéticos. Habrá que esperar, decimos, a esta nueva coincidencia de intereses para que los estudios históricos y literarios vuelvan a hacer de la figura del Cid un objeto de estudio compartido. Aquí es donde cobran todo su sentido trabajos como los de Alberto Montaner Frutos (1993) ya citados, pero también otros desde el punto de vista histórico, que han permitido revalorizar la consideración de Rodrigo Díaz en el contexto de la guerra fronteriza entre cristianos ibéricos y andalusíes ( García Fitz, 1998; Martínez Díez, 1999; Porrinas González, 2019) o también su encaje, no exento de polémicas, en la articulación de las elites aristocráticas de magnates e infanzones y de los propios territorios y monarquías en expansión de León y Castilla entre los siglos XI-XII ( Álvarez Borge, 1996; Barton, 1997; Baron Faraldo, 2006; Calderón Medina, 2011; Estepa Díez, 2021; Martínez Sopena, 1985, 2007, 2015; Reilly, 1989, 1998; Reglero de la Fuente, 2021; Torres Sevilla-Quiñones de León, 1999).
Pero el Cid como figura legendaria siempre fue, desde el comienzo, algo más grande que los textos, históricos o poéticos, que narran sus hazañas. Fue desde siempre parte del imaginario popular, y lo sigue siendo aún hoy en las nuevas formas populares de la cultura de masas. Prueba de ello son la novela Sidi, de Arturo Pérez-Reverte, y la serie El Cid que difunde la plataforma de streamingAmazon Prime Video. No son los únicos testimonios, pero sí, probablemente, los más destacados de la vigencia de nuestro héroe. Como no puede ser de otra manera, estas nuevas representaciones del héroe castellano traen nuevas resonancias, propias de los intereses de la cultura actual, en el marco de una nueva tendencia que provisoriamente está recibiendo el nombre de neomedievalismo.
Es en este contexto que venimos a ofrecer aquí un conjunto de estudios históricos y literarios sobre el Cid, su poema y su tiempo. Justamente es desde el prisma del diálogo interdisciplinar entre Historia y Literatura que fue planteado a los autores y autoras la participación en este dossier. Su ordenación y armonización para los lectores interesados en el tema responden igualmente a esta preocupación de origen. Para ello, hemos contado con especialistas de primer orden en estas temáticas, procedentes de universidades americanas y europeas (Argentina, Austria, España), cada cual desde su respectivo campo de formación y especialización en Literatura e Historia desde diversas tradiciones académicas.
El primero de los trabajos corresponde a Pascual Martínez Sopena, quien nos introduce en el mundo de la aristocracia nobiliaria castellanoleonesa de la época del Cid. En un notable esfuerzo de síntesis, queda ilustrada la complejidad de la composición interna de este sector social y de la interdependencia jerárquica entre sus miembros, su relación con los poderes (monarquía, Corte, Iglesia) y territorios del Occidente peninsular y las diferentes formas de proyección tanto de su poder como de la memoria de este. Tras este ejercicio de contextualización, Alberto Montaner nos coloca ante un estudio de caso, centrado de forma específica en el Rodrigo Díaz histórico y su papel como caudillo militar en el proceso de dominación del levante hispánico, a partir de la interacción entre el Campeador y los Ban? Raz?n de la taifa de Albarracín. En este artículo se nos ofrece un depurado ejercicio de análisis de las fuentes histórico-literarias, cristianas y árabes, cuyo resultado es no sólo el esclarecimiento de algunos de los acontecimientos de la biografía de Rodrigo Díaz sino una profundización en las formas de la guerra y la negociación en la frontera entre cristianos y musulmanes en el siglo XI.
Llegados a este punto, los dos siguientes artículos se ocupan expresamente de la figura del Cid en el Cantary de la problemática de la construcción de un modelo heroico y guerrero alrededor de la figura en el poema épico. El texto de Erica Janin se pregunta, fundamentalmente, por la vinculación de tal imagen del héroe cidiano y sus cualidades con los parámetros dibujados por otros referentes de la épica medieval pleno medieval, resaltando la especificidad, incluso originalidad e historicidad, del personaje de Rodrigo Díaz para el público contemporáneo del poema. A su vez, el estudio de Joanna Mendyk se cuestiona muy específicamente acerca de la participación del Cantary de su Cid en la conformación del ethos guerrero caballeresco dominante en el territorio cristiano ibérico entre los siglos XII-XIII. La apelación a una interpretación que integra lo literario y lo histórico-cultural sobre el Cid y el ideal social caballeresco en la Plena Edad Media hispánica es continuada en la propuesta de Marija Bla?kovi? con su análisis de las derrotas de algunos de los más señeros enemigos cristianos de Rodrigo Díaz en el mismo Cantary la Historia Roderici: el conde García Ordóñez, hombre fuerte en la corte de Alfonso VI, y el conde de Barcelona derrotado por el Campeador en Almenar y Tévar. Junto al contraste entre modelos y contramodelos, la aproximación comparativa intra e intertextual en los tres artículos permite introducirnos en los procesos de reinterpretación de la figura del Cid, sus fieles y antagonistas y sus hechos y lógicas históricas a lo largo de los sucesivos textos poéticos y prosísticos, literarios e históricos, en lengua romance o latina, elaborados a lo largo del tiempo hasta mediados del siglo XIII.
A partir de 1250, el gran proyecto historiográfico alfonsí de la Estoria de Espanna también atendió a la historización y resignificación de la memoria de Rodrigo Díaz, ya lo mencionábamos, resultante de la selección y fusión de muy diversas elaboraciones orales y escritas, poéticas y en prosa, dando lugar a versiones del relato cidiano en los diferentes textos y familias de textos cronísticos postalfonsíes redactados a partir de finales del siglo XIII y el inicio del siglo XIV. Francisco Bautista se ocupa, en el último trabajo de este monográfico, de la que califica con acierto como una de las piezas más enigmáticas de la tradición de la Estoria de Espanna, la conocidad como Interpolación cidiana. A partir del análisis de dos de sus partes, se propone su filiación con dos textos poéticos cidianos, diferentes del Cantarconocido a partir del códice de Vivar. Del mismo modo, evidencia la integración de la materia cidiana en la tradición cronística alfonsí y postalfonsí a partir de operaciones de compilación y prosificación de textos previos, una forma de operar que, a su vez, como ya señalábamos, condicionó la evolución de las posteriores memorias histórica y literaria del Cid durante el final de la Edad Media y hasta la actualidad.
Si muchas son ya las páginas que se han consagrado a Rodrigo Díaz, sin duda no serán estas las últimas que se le dediquen. En este sentido, el dossier que les presentamos pretende una aportación interdisciplinar significativa y actualizada a la investigación en torno al Cid, su contexto, sus historias y su memoria. Al conocimiento, en fin, de la Península Ibérica entre los siglos XI-XIV, ligado a la expansión cristiana ibérica sobre los musulmanes de al-Ándalus, la consolidación de los reinos y sociedades feudales en el ámbito hispánico y el desarrollo de las narrativas épica e historiográfica, entre lo oral y lo escrito, el verso y la prosa, el latín y las lenguas romances, en este espacio y tiempo. Así, gracias al diálogo cruzado entre Historia y Literatura que han planteado las autores y autoras interpelados en este monográfico, estamos en mejores condiciones de comprender una construcción histórica y narrativa del Campeador y su tiempo que trasciende al propio personaje y cuyo estudio nos abre múltiples oportunidades. Por un lado, posibilitando un rico ejercicio formativo metodológico y analítico para el estudio filológico-literario e histórico de las sociedades y culturas medievales. Por el otro, conectándonos ese conocimiento del pasado con las reinterpretaciones e identidades que, hasta el presente, han buscado, en las palabras e imágenes en torno a El Cid, un referente.