Dossier
Alter(n)ando las condiciones de autoridad de la investigación narrativa contemporánea: amarres, enredos y desgarros
Alter(n)ating the conditions of authority of contemporary narrative investigation: ties, tangle and tears
Alter(n)ando las condiciones de autoridad de la investigación narrativa contemporánea: amarres, enredos y desgarros
Espacios en Blanco. Revista de Educación, vol. 2, núm. 31, pp. 381-396, 2021
Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires

Recepción: 15 Diciembre 2020
Aprobación: 20 Diciembre 2020
Resumen: En este artículo nos proponemos deambular por territorios significantes de la investigación científica en el tiempo-espacio que habitamos y al interior de unas atmósferas vitales particulares que nos procuran condiciones de intermitente (in)hospitalidad para la producción académica. A propósito de los giros lingüístico y hermenéutico, primero, los giros afectivo y ontológico más recientes y la confluencia del neomaterialismo con sus reverberancias en lo postcualitativo y lo antimetodológico advertimos una alteración profunda en los marcos interpretantes de la investigación científica inversamente proporcional a una obstinada fuerza de resistencia necropolítica alojada en los regímenes de poder moderno/coloniales que regulan la vida académica. Investigar desde una perspectiva narrativa y autobiográfica sigue siendo un movimiento arriesgado. Partimos del análisis de dos casos -dos revisiones de pares en sendas publicaciones científicas, las cuales exponen de modo quasi-pornográfico la captura de la fuerza institucional en la disputa por las soberanías en la actividad académica-.
Palabras clave: investigación narrativa, regímenes de control moderno/coloniales, soberanía académica, alternancias.
Abstract: In this article we intend to explore the meanings of educational research which prevail in the local scenarios and to show how they alternatively (dis) enable our academic work. Stemming from the linguistic and hermeneutic turns first, and later from the affective and ontological turns and their intimacy with the new materialism, post-qualitative research and even anti-methodologies, we notice a significant change in the interpretative matrixes of scientific research that is being resisted and counterbalanced by the reinforcement of certain modern/colonial power regimes that attempt to keep on regulating academic life. Adopting a narrative and autobiographical stance is still risky. We thus engage in the analysis of two peer-review reports which portray the power disputes that harass academic sovereignty nowadays.
Keywords: narrative research, modern/colonial regimes, academic sovereignty, alternations.
Introducción
Como opción necesaria del tipo de artículo que iniciamos, comenzaremos por dar cuenta de las regiones del deseo que esta posibilidad escritural activa. Como académicos1 de una universidad pública, comprometidos con la educación docente en sentidos anchos y complejos, aludiremos entonces a la vocación ética y estética que nos convoca.
Empezaremos por lo estético, ya que anuncia sin lugar a duda el desmarque más radical de aquello que denominaremos “investigación tradicional” y respecto de lo cual venimos escribiendo (Porta, 2020; Yedaide, 2019, 2020). No es que nuestro interés primordial haya sido inicialmente la práctica de la investigación social en sí, sino que nuestros despliegues en la producción académica dentro del dominio de las ciencias de la educación, con sus maravillosos enredes con las pedagogías críticas, descoloniales y queer2, nos dejaron ineludiblemente de cara a la tarea de argumentar a favor de ciertos micro movimientos disidentes. Precisamente allí radica la propuesta del texto: intentaremos dar cuenta de una captura del proceso en espiral que ha supuesto, primero, afectarnos por los contenidos que la ciencia social viene produciendo y por las interlocuciones que nosotros mismos hemos ido propiciando y, luego, afrontar las rebeldías que estos intercambios exigieron respecto de modos más convencionales de hacer investigación. Si bien existen poderosas razones para abandonar las formas de producción científica que primaron en el siglo XX a favor de un corpus de prácticas rebeldes, re-existentes y de gran presencia y pregnancia social reciente, en los rituales y rutinas de la academia se sostienen, todavía, estas necropolíticas (Mbembe, 2011).
No debería sorprender, entonces, el bastión de resistencia ya franqueado respecto del uso de la primera persona del singular y del plural en este artículo. Tanto el giro narrativo como el giro ontológico han extirpado de raíz las bases epistemológicas que sostuvieron la hybris del punto cero (Castro Gómez, 2005); la implicación en el marco el enfoque clínico en las Ciencias Sociales (Souto, 2014; Ardoino, 1997), las antimetodologías y sus etnografías de larga duración (Nordstrom, 2018) y las afectaciones sensibles de la investigación (auto) biográfica narrativa (Porta, 2020) son algunos desarrollos que ilustran la estela de un recorrido que se ensancha y profundiza. Esto no implica, no obstante, que el uso de la primera persona no resulte incómoda a ciertos lectores, especialmente quienes patrullan las fronteras (Solana, 2017) mediante el arbitraje científico. También en esta dirección se orienta el presente artículo.
Al hablar de las regiones del deseo y la vocación estética buscamos, precisamente, dejar en claro las lentes interpretantes ineludibles: el giro afectivo (Cuello, 2019; Macón, 2020) hace mella en esta manera de sentipensar la investigación, que es latinoamericana y ch’ixi (Rivera Cusicanqui, 2018), profana, insurrecta y sensible a la belleza como oportunidad de la conmoción, a partir de la incomodidad que genera la negatividad de una herida que nos sabe y reconoce comunes en la vulnerabilidad (Han, 2015). Es entonces la estética la que nos deja a las puertas de una ética al exponer esta comunidad en la hondura del sentir, allí donde la alteridad y la extrañeza no quieren ser resistidas sino reconocidas como otredades significativas (Haraway, 2017), hermanadas en la experiencia vital y su sentido común. Como sostiene maravillosamente Byung-Chul Han, siguiendo a Scarry, “la retirada del sí mismo es esencial para la justicia” (Han, 2015, p. 87).
Cuando esta retirada del sí mismo se concreta, el modo que asume la alteridad importa. Y es en este contexto que el mito de la objetividad desata su fuerza destructiva, al operar como una suerte de exo-humanización -una de las deformidades moderno-coloniales, prima hermana de la deshumanización que retrató tan exquisitamente Franz Fanon (2009 [1952])-. Al salirse del cuerpo, el tiempo y el espacio, el conocimiento miente sobre una parte de sí mismo y obtura el despliegue de sus rasgos más interesantes: la finitud, la volatilidad, la contingencia. Pero, más importante, lo objetivo privilegia un punto de vista desautorizando lo alterno, deshaciéndole las bases de toda legitimidad, negando la coexistencia de esos otros sistemas perceptuales rivales respecto de las interpretaciones posibles de/sobre la vida. Esos desperdicios de la experiencia, como gustó llamarlos oportunamente Boaventura de Sousa Santos (2006), sin embargo no fueron tales: resistentes como esos ríos que subterráneamente preservan sus cauces (Bardet & Rolnik, 2018), los saberes alguna vez marginados, empujados a los baldíos de las academias y lo erudito, supieron re-existir. Y la obstinación dejó en evidencia el carácter ilusorio de la objetividad, primero, como error epistemológico, en tanto negación de la corpo-política y la geopolítica del conocimiento (Mignolo, 2001).
Después —o tal vez en simultáneo— aparecieron los costos políticos del mito de la neutralidad y la objetividad, dejando al desnudo una parte importante del arsenal de poder destructivo de la maquinaria moderna-colonial (Lander, 2001). La colonialidad del saber, cimentada sobre la autoridad social de las ciencias sociales, mostró su capacidad en tanto estrategia política en la condición colonial-capitalítica, así como su colaboración con la proxenatización de la energía vital (Rolnik, 2019). Entre micro y meso políticas, las gentes del mundo han vuelto la mirada hacia los usos imperialistas de la parafernalia científica moderna y se han rebelado contra los dispositivos de control sobre la vida, les han dado vuelta y reinventado (Smith, 1999, 2005; Segato, 2015). Esto no ha detenido, sin embargo, la buena prensa de la objetividad científica, que todavía hoy se consume dentro y fuera de la academia como un baluarte y una garantía de seriedad y justicia. Tal vez siga siendo atinado recobrar de Eduardo Galeano esa supuesta conversación con Urteche en la que, al preguntarse por la objetividad, se responden que quienes la buscan están en realidad tratando de volverse objetos, para salvarse del dolor humano (Galeano, 2016).
Y en este punto del relato, en medio de la explicitación de las intenciones que con-forman el punto de vista de quienes escribimos, se vuelve necesaria una aclaración respecto del modo en que percibimos los escenarios actuales. Nos plegamos para esto en la imagen aymara que Silvia Rivera Cusicanqui procura al hablar del Pachakutik, y que describe estas dos atmósferas de fuerzas semióticas convivientes que colisionan, agresivamente incluso, en un tiempo de intensa presencia de los que muere y nace (Rivera Cusicanqui, 2018). Percibimos, también, nuestros territorios sociales y académicos como escenarios de transición paradigmática, revueltos pero potentes en las futurabilidades que engendran (Berardi, 2018). Nos inscribimos como habitantes de una modernidad tardía, en la cual se despliega un continuum con un polo moderno-colonial y un polo de disidencia utópica que tímidamente va gestando nuevas cartografías topológico-relacionales del mundo (Rolnik, 2019). Creemos advertir en la práctica social contemporánea una suerte de tránsito hacia las zonas liminares, a lo que sólo estaba hasta hace poco como horizonte; la nebulosa persiste, pero se huele algo radicalmente distinto para lo cual este tiempo revuelto pareciera ser propedéutico. ¿Estamos, tal vez, en esa turbulencia entre un tiempo agonizante y el preámbulo de un nuevo tiempo? Más allá de nuestra miopía para la percepción nítida de este supuesto umbral, experimentamos a diario en nuestra práctica de investigación científica la disputa de dos grandes metáforas de la experiencia planetaria, e intentamos reconocer las intenciones y las resonancias de cada apuesta y afiliarnos con plena conciencia ética en la proximidad de una de estas opciones.
Desde este posicionamiento ético-onto-epistémico nos desterritorializamos en nuestras investigaciones, empujados por las pedagogías descoloniales, queer, uterinas, disidentes (y sus etcéteras infinitos) y desde allí advertimos las fuerzas conservadoras que tratan de encapsular lo académico en las normas institucionales todavía vigentes. Nos compromete en ese punto la captura del sentido común (Solana, 2017) y provoca ejercicios como el que aquí compartimos, que se empeñan en poner conciencia en los procesos que, de otro modo, se performan cotidianamente en las sombras.
También nos territorializamos intermitentemente, como haremos en este artículo. De hecho, continuaremos el relato según las expectativas de las publicaciones académicas, exponiendo nuestros encuadres conceptuales —sentipensados como las interlocuciones sostenidas, aunque diferidas en tiempo y espacio, con voces interesantes— para luego presentar documentos de una instancia de trabajo de campo. Esperamos que los contrastes que surjan entre uno y otro apartado colaboren solidariamente en la construcción del estado de situación que presentamos y nos comprometan en una profunda reflexión sobre los horizontes de la investigación educativa.
Razones pedagógicas para travestir la ciencia moderna (“Marco Teórico” o encuadres interpretantes)
Empezamos por la pedagogía no solamente porque nos afilia el campo educativo; lo hacemos desde la convicción de que las pedagogías están altamente implicadas en los procesos de (re) distribución de poder y autoridad social (Yedaide, 2020), en tanto se ocupan de pensar/nombrar/acuñar/defender narrativas respecto de lo educativo en las sociedades que habitamos. A su vez, esta noción de educación rebasa su fetichización en lo escolar y recupera, en cambio, su condición inmanente, ubicua y omnipresente respecto del tránsito de los relatos que “componen” “la realidad”. Estamos educándonos y re-educándonos constantemente, en la trama social cotidiana y a propósito de juegos y disputas permanentes respecto de los modos de nombrar y, entonces, de hacer visibles o incluso acuñar, realidades (Walsh, 2011; Yedaide, 2020). Toda práctica social, en su intencionalidad política, tiene vocación pedagógica; queda entonces pendiente la pregunta respecto de la investigación educativa como pedagogía, y las intenciones con las que colabora.
Las razones son, por supuesto, argumentaciones y fundamentos parciales, de ningún modo abstraídos de los con-textos co-significantes de nuestras prácticas en la universidad. Igualmente intencionales son la elección de las palabras “travestir”, “ciencia” y “moderna”. Con estas opciones semánticas buscamos hacer fracasar la versión moderna de la producción de conocimientos socialmente validados (que seguimos llamando ciencia, pero cuyo sentido trastocamos) para salvarnos de las positividades tóxicas a las que de otro modo nos condenan (Halberstam, 2018). También buscamos activar las opciones políticas del lenguaje (Flores, 2017) al traer una palabra denostada, marginal, al centro de la escena. Finalmente, y aunque para los lectores desprevenidos puede resultar simplemente denotativo, el uso de la palabra “moderna” intenta connotar una serie de vejaciones que en nombre de la racionalidad han afectado la vida planetaria al extractivizar nuestras fuerzas vitales a favor del capital.
Hablar de razones para hacer ciencia es, también, parcialmente reactivo a las tradiciones en investigación. Reducida incluso a método, la práctica científica muchas veces se aprovecha del sobreentendido que refiere al supuesto avance del conocimiento. Investigamos para conocer más, anticipar o predecir, propiciar lo deseado o alterar lo indeseado, aunque detrás de cada una de estas nobles intenciones se agazapa una razón de tono más metafísico. También desde estas pedagogías insurrectas preguntamos por las razones últimas, pero cancelamos la arbitrariedad con la historia y la universalidad con la contingencia. Atendemos a las consecuencias posibles de las narrativas que quedan investidas de verdad tras engendrarse en la usina de legitimidad científica: ¿a quiénes benefician? ¿qué sentidos sociales afectan? ¿cómo pueden colaborar con nuestras soberanías? (Kincheloe y McLaren, 2012). De nuestras lentes críticas rescatamos, asimismo, la vocación por la disputa de los grandes relatos y la confianza en la agencia en relación con la vida pública.
Pero es claramente la mirada descolonial la que altera la ecuación, no solamente por nuestro enraice territorial -que se expresa aún mientras trata de borrar su marca colonialsino porque la historia ya no lleva mayúscula, sino que es memoria, y las cosmogonías alternativas disrumpen y minan las bases epistemológicas de la tradición occidental. Son sin dudas las re-existencias, la continuidad de modos otros de construir la experiencia, las que han desbancado a la historia única (Lander, 2001; Addieche, 2009).
Los movimientos que como pedagogías practicamos podrían leerse como espirales que se fugan de ciertas construcciones para reconocer las potencialidades de algunas alternativas. Por ejemplo, intentamos desplazarnos desde el realismo hacia la descomposición que se gesta en esa inevitable dispersión semántica de las cosmogonías coexistentes. Entendiendo al realismo como ficción, optamos por deshacer su imagen cerrada y buscar minuciosa y pacientemente esas tramas temporales y políticas que lo han compuesto. También, inevitablemente, abandonamos la esencialización estática que asumen las ontologías hacia el fluir incesante de la performatividad, que nos convida la impermanencia y singularidad de los acontecimientos. Afectados por los giros y los estallidos ontológico-epistemológico-éticos que proliferan sin comparabilidad o disciplina (Lupton, 2019; Porta, 2020), la investigación abandona el dato en favor de la experiencia y la técnica se subsume a la erótica (Ramallo, 2019). Estas (des) identificaciones (Muñoz, 2020) con los modos de sentipensar la ciencia social, que se tiñen de lo posthumanista y postantropocéntrico (Braidotti, 2016) inspiran mutaciones que hacen impensada la obediencia o fidelidad a los regímenes de verdad de las instituciones científicas tradicionales (Lincoln, 2011).
El dominio de la investigación narrativa, biográfica y autobiográfica, puede leerse aquí como vertiente de nuestras rebeldías epistemológicas pero también como territorio (inestable) de tensiones que oscilan entre modos más tradicionales y otros claramente insurgentes. Desde la mirada más moderada -sostenida por autores ibéricos como Fernández Cruz, Bolívar, Domingo (Bolívar y Domingo, 2006; Bolívar, 2002; Bolívar, Domingo y Fernández, 2001) con antecedentes que se remontan a los años 30 del siglo pasado y la Escuela de Chicago, y apuntalada por los modos narrativo y paradigmático de Jerome Bruner, eventualmente cuestionados en 2003 en su Fábrica de Ideaslo (auto) biográfico y narrativo se ha ido radicalizando y amplificando, no sólo en términos metodológicos sino también en sus bases epistemológicas y sus implicancias éticas (Yedaide, 2020; Porta, 2020). La condición narrativa de la experiencia humana y su potencia para la fundación de ontologías (Bruner, 2003), así como las indistinciones entre sujeto-objeto, experiencia-etnografía, vivo-no vivo (Nordstrom, 2018) han complejizado los abordajes e imposibilitado los confinamientos. Además de la original tesis respecto de la naturaleza narrativa de la propia ciencia, ya postulada por J-F. Lyotard en 1979, se impone al menos una sospecha -anudada a la corpopolítica del conocimiento y los reconocimientos de los puntos de vistarespecto de la cualidad autobiográfica que se compromete sutil pero ineludiblemente en todo relato. Las transfecciones y promiscuidades que el giro afectivo y los nuevos materialismos van exponiendo alteran profundamente las bases para practicar la investigación en nuestros tiempos.
Finalmente, y antes de compartir las experiencias que se gestan en la colisión de las desobediencias y los regímenes de poder que desafían, es interesante profundizar una última cuestión respecto de la interpretación, ya que los nuevos vientos amenazan, incluso, los fortines de una hermenéutica atrapada en la modernidad-colonialidad. Para esto decidimos recurrir al archivo: en 1966, en la antesala del mayo francés, Susan Sontag escribe su Ensayo contra la interpretación. Allí, de modo magnífico, Sontag se implica en historizar la fractura de la forma y el contenido, así como el surgimiento de la autorización de un cierto tipo de narrativas y el pliegue que gesta para lo alegórico, todo lo cual que nos deja a las puertas (colonialidad mediante) de la obsesión moderna con los subtextos (Sontag, 1984 [1966]). Si bien se refiere al arte, su argumento puede decir mucho también sobre las actitudes investigativas en ciencia social, nuestras facultades sensitivas embotadas y nuestra búsqueda de correspondencias o subyacencias. Creemos que estos aportes se hacen pertinentes para mirar el ejercicio que adviene, y que manifiesta choques entre sentidos que se asumen como autorizados y autorizantes.
Los refranes, últimos estertores (“Resultados” o aprendizajes en/por el trabajo de campo)
Podríamos territorializarnos y presentar lo que sigue como “resultados” de un “análisis documental”. Ciertamente daríamos así buena cuenta de lo que ocurrió, sólo que estaríamos obviando información sensible. Los dictámenes que sirven de documento son respuestas que hemos recibido a artículos propuestos para publicaciones académicas, y que nos han hecho replegarnos, volver a las bibliotecas y a las conversaciones que rescatan los argumentos que nos sostienen en los posicionamientos que adoptamos. No hay nada improvisado ni irresponsable en nuestra opción investigativa: hay un corpus de referencias teóricas, pero también formas de validez que se muestran como autenticidades (Kincheloe y McLaren, 2012) y, entonces, quedan sostenidas en la verosimilitud y la legalidad que otorgan todos quienes participan de la investigación al reconocerse en sus decires. Esta cuestión no es menor, ya que sostiene éticamente las razones de hacer ciencia.
Nuestras opciones ético-onto-epistémicas nos han convertido en revisores respetuosos; incluso hemos declinado invitaciones a evaluar cuando las presentaciones o propuestas distaban en sus fundamentos y puntos de vista de las nuestras. Y si bien sabemos zigzaguear, como propone Rosi Braidotti (2015), y evitamos contextos y situaciones inscriptos en regímenes de poder moderno-colonial (ciertas publicaciones, algunos tipos de convocatorias, actividades científicas que anuncian con claridad sus fidelidades antagónicas), a veces quedamos implicados en situaciones de violentos contrastes. Es el caso de algunas de las revisiones de nuestros artículos, a partir de las cuales se desautorizan las opciones tras el refugio de supuestas revisiones “objetivas”.
Entendemos que este tipo de conflictos no es novedoso, y sospechamos que se harán más frecuentes toda vez que las resonancias de estas pedagogías investigativas ganan audibilidad día a día. Hace ya unos años Cristina Nosei dedicó una presentación completa para rebatir unos dictámenes desde la autoridad de su biblioteca (Nosei, 2012). Un poco después ofrecemos este ejercicio reflexivo para poner palabra (y conciencia) en lo que pervive a pesar de lo que adviene.
Compartiremos entonces una serie de reflexiones a partir de dos narrativas (dictámenes) que se disponen completas en los anexos, aunque ficcionadas (se han deformado intencionalmente)3. Antes, sin embargo, creemos importante detenernos en la práctica de revisión por “pares” “ciegos”. Las comillas, por supuesto, son intencionales. Nos preguntamos, primero, si desde los paradigmas afectados por los giros ontológico y narrativo, la condición de par no debiera reclamar proximidad. ¿Cómo podría alguien, desde otro punto de vista, comprender el sentido que asume lo que se relata en un artículo? Si acordamos que el conocimiento es en realidad un acontecimiento contingente (Varela, Thompson y Rosch, 1997), las distancias geográficas —que, sabemos, comportan matices semióticos aún entre una lengua común— no deberían ser soslayadas. También podríamos conceder que el par fuera simplemente un académico con un formulario que llenar -cuestión que dejaría expuesta la pobreza de la esclavitud tecnocráticapero no resolvería la posibilidad de la comprensión sin las marcas (biográficas, territoriales) de quien escribe. La ceguera es, entonces, aún más preocupante que la condición de paridad (que tampoco es tal en la relación de poder resultante, por supuesto). Contra la posibilidad de dar cuenta de quién es quién y desde dónde dice lo que dice, se evade también la responsabilidad de quien/es escribe/n, se obtura la manifestación de su/s punto/s de vista y se elude la misma información de quien lee, que queda reducido a un fiscalizador de ajuste a normas, como si estas no admitieran dispersión semántica o discrecionalidad. Pero lo que más intranquiliza es la mentira: el supuesto ciego ve, pero además tiene un punto de vista afectado por los modos de orientarse en su mundo (Ahmed, 2019). Está habituado a mirar de un cierto modo y, si es convidado a asomarse a otro territorio, necesitaría unas coordenadas originales -como un ritual de adecuar el calzado al entrar en casa ajena-.
La solución pragmática que recurre a una ceguera imposible privilegia, creemos, la eficiencia de un trabajo hecho a la posibilidad de implicarse en/con la alteridad y dejarse afectar por ella. Cuando esta extranjerización bilateral conlleva, además, un dictamen, el revisor clausura muchas otras conversaciones posibles, anulando seguramente lo genuinamente alternativo. Como sostiene Alejandro Grimson (2013), a veces los subalternos hablan, pero no tenemos las matrices de inteligibilidad para comprender, no solamente lo que dicen, sino que efectivamente están diciendo algo. Clausurar aquello que no se aviene a lo esperado parece ser un modo eficaz de sostener la ilusión de que desean seguir callados.
La práctica de revisión por pares ciegos, entonces, encierra ya unos cuantos inconvenientes ético-políticos. La asiduidad con la que se usa como mecanismo de evaluación manifiesta, además, la pervivencia de la confianza en la objetividad —tanto en su posibilidad concreta como en las virtudes de su ejercicio— y compromete de ese modo las inquietudes antes desarrolladas. Como rito institucional, tiene amnesia de su génesis (Bourdieu, 1997 [1989]) y se continúa sin necesidad de justificarse, hasta que un movimiento resistente o disidente interrumpe su despliegue como hábito y la des-naturaliza. Aquí se erige la fuerza pedagógica de la pregunta por lo conocido, que extenderemos ahora a las rúbricas y orientaciones para la revisión de artículos.
Los documentos que presentamos y problematizaremos se han inspirado en a una publicación nacional y una internacional. En la primera, los revisores están convidados a completar un cuadro que pre-define la orientación de la evaluación a un conjunto de observables que incluyen coherencia entre título, resumen y palabras clave, estructura de artículo científico, actualización y completo citado de la bibliografía, entre otras cuestiones. Con sus cuadros y las opciones múltiples (escalas de 1 a 5, sí/no/parcialmente, etc.) este tipo de rúbricas prefiguran lo “correcto” o esperado. Por supuesto, hay una cierta justicia implicada, ya que los criterios son públicos y esta parte de la evaluación pareciera constatar el cumplimiento de los acuerdos en las Normas para Autores. Como toda práctica normativa, permanece la preocupación por la prescripción que gesta: quienes desean publicar deben respetar ciertos procedimientos que entonces pre-moldean eficazmente la contribución. Además de la arbitrariedad que se expone ante la pregunta por el contenido de las rúbricas —que lejos de mostrarse como construcciones particulares se refugian en la pretensión del realismo— se supone que la resolución de cada inciso conduce hacia la decisión final respecto de si vale la pena publicar el manuscrito. En otras palabras, el valor de la obra descansa en el cumplimiento de las expectativas formales, sin dar lugar a criterios tales como la urgencia social o política de la discusión, la audibilidad que puede propiciar para lo diverso o las voces bajas, su potencia estética, las resonancias sensibles que puede motivar, la pertinencia que puede generar para el tránsito vital de quienes leen, etc. Lo más cercano a estos criterios, también caprichosos pero muy ligados a los motivos que suelen afectarnos como lectores, es la pregunta por la contribución que el artículo hace al campo académico-científico y la originalidad de tal aporte. Sucintamente, la primera es una prerrogativa de deidades y la segunda una quimera: desde la teoría del caos y la complejidad en adelante hemos resignado la esperanza de conocer las infinitas relaciones entre las cosas y los modos en que se transfectan y “causan” sus “efectos” y, en medio de estas promiscuidades, las interlocuciones se encadenan inevitablemente y cada idea es deudora de mundos (Bajtín, 1981).
Afortunadamente, o no tanto, los formularios de revisión dejan espacio para la fundamentación narrativa de la decisión. Citamos a continuación la versión ficcionada del texto de esta publicación, marcando en cursiva algunas cuestiones sobre las que deseamos volver:
El artículo es ‘ateórico’. Recomiendo añadir un apartado completo sobre investigación sobre docencia en educación inicial (hay muchas!). Aquí debiera incluirse un posicionamiento teórico de las autoras y una sección de discusión en donde se discutan los resultados a la luz de las teorías. De lo contrario, los resultados son anecdóticos y no aportan explícitamente a la construcción de conocimiento en la temática de la docencia ejemplar. Incluir al menos 25 referencias, con un 75% de los últimos 5 años, revisar lo escrito por Ana Forés de la U de Barcelona). El artículo podría ser interesante, pero necesita trabajo teórico urgente.
Lo primero que deseamos abordar es la imposibilidad de que algo sea “ateórico”, excepto dentro de los regímenes de verdad que, en la dinámica binaria y lineal de la modernidad (Lander, 2001), reproducen heterarquías coloniales (Grosfoguel, 2010) entre teoría y práctica (Yedaide, 2017). Desde las perspectivas del conocimiento que despuntan en las nuevas coreografías del pensamiento social, ninguna práctica podría existir sin estar “informada” por una o muchas teorías —significadas por supuesto más allá del estrecho sentido moderno y connotadas como las creencias o grandes narrativas que median en nuestras experiencias vitales—. Maravillosamente, Susan Sontag (1984) nos recuerda que “Ninguno de nosotros podrá recuperar jamás aquella inocencia anterior a toda teoría” (p. 16).
Asimismo, todo hacer está condicionado por matrices de inteligibilidad (de hecho, incluso toda percepción está necesariamente mediada); como dice Jerome Bruner (2003), nuestro contacto con “lo real” es siempre indirecto. Las prácticas, que incluyen también a los modos de inteligir, son gestadoras de imágenes, metáforas, narrativas (teorías). No existe, podríamos decir, ninguna delimitación entre ambos conjuntos (teorías y prácticas) excepto la vocación de hacer posible un análisis (Ahmed y Schmitz, 2014). También acá se implican las transfecciones (Haraway, 2017) y se exponen las divisiones o separaciones como tecnologías funcionales a opciones paradigmáticas -como en el caso del testigo modesto en la modernidad (Haraway, 1997) y su rol en la co-construcción de la institución científica moderna-.
También es interesante detenerse en el “(hay muchas!)” del fragmento citado. Lo que parece expresarse aquí es una cierta condescendencia a partir del supuesto de que quien no ha mencionado ciertas tradiciones, las ha omitido por desconocimiento. Parece oportuno volver a las problematizaciones respecto de la ignorancia promovidas desde Eve Sedgewick (1990), las cuales nos alertan respecto de su condición de efecto de poder: sería inadecuado pensar la ignorancia como ausencia de conocimiento, ya que más bien se trata de la autorización de una de las muchas versiones o narrativas disponibles. El aparente desconocimiento podría ser leído, también, como una irreverencia o una rebeldía -dos conductas problemáticas para las instituciones consagradas y consagratorias-. Por otra parte, el hecho de que quien revisa hable de los autores como mujeres, “de las autoras”, siembra una sospecha que acentúa esta condescendencia por su cercanía al paternalismo (Lagarde, 2015). La asociación es, por supuesto, libre, pero resuena en el análisis de Diana Maffia (2016) en relación con el modo masculino de la ciencia.
Por otra parte, el lenguaje prescriptivo del relato también señala en la dirección de ciertas deudas que no se han contraído (y “debieran” contraerse): pareciera que hay un modo correcto que incluye el respeto de las proporciones y la inscripción en ciertas tradiciones, Europeas además, que permitan “construir conocimiento” a partir de “resultados”. Además de la debilidad epistemológica de los argumentos que buscan sostener las premisas anteriores —y de la confianza en una interpretación a modo de subtexto, tal como advierte Sontag (1984)— la referencia a la “urgencia” parece sobreimprimir la importancia de encuadrarse en lo esperado. Es interesante como, al denunciar estos procederes tan comunes en la academia, en nuestros equipos reconocemos otras urgencias, también discrecionales, pero cuyos fundamentos se alojan en la preocupación ética. La segunda revisión está escenificada en un contexto internacional y en idioma inglés (presentamos en español una versión ficcionada, aunque fiel en los rasgos analizados). En primer lugar, interesa decir que “el par” necesitó aclarar que estaba capacitado para la revisión: entre paréntesis, antes del dictamen, comparte su propia trayectoria en el campo común (algo negado a los autores del trabajo, cuyas trayectorias no pueden hacerse explícitas como respaldo de sus decires). El lugar de poder habilita esta desviación, pero se clausura la reciprocidad:
(el par revisor ha trabajado extensamente en el campo disciplinar de referencia y ha conducido y asesorado profesionalmente en el área; también ha trabajado con indígenas en procesos de descolonización de instituciones educativas)
El resto del dictamen da cátedra respecto de algunos de los temas y dimensiones abordados por el artículo, sobreescribiendo sus propias categorizaciones:
Comparto con los autores el compromiso con los abordajes críticos de la educación, la escolarización y la pedagogía y, más específicamente, la ya muy transitada ruta del escepticismo respecto de los grandes relatos que suscitan tres grandes ejes de trabajo: (1) las críticas posestructuralistas/posmodernas de las ciencias occidentales totalizadoras y reificadoras; (2) las perspectivas postcoloniales sobre los posicionamientos históricos/del punto de vista y las relaciones entre culturas, conocimientos, lenguajes coloniales e indígenas; y (3) enfoques Indigenistas-Aborígenes, Maoris, Nativos Americanos hacia la descolonización de las metodologías y hacia formas alternativas de conocimiento, aprendizaje y, efectivamente sabiduría.
Efectivamente, “el par” da cuenta de su familiaridad con las temáticas, pero desoye los modos en que se convidan en el manuscrito, imponiendo una lógica clasificatoria distinta que se comparte de modo indiscutido. Dice además que
Se han discutido, expuesto y abordado los temas, pero no ha habido una implicación profunda en ellos.
Luego se da más información sobre esta omisión, explicando que no se encontraron en el desarrollo del artículo referencias necesarias, las cuales se detallan minuciosamente como categorías y autores específicos (que el revisor seguramente considera como las voces autorizadas) y que, en los casos en que las referencias se invocaban, no se desarrollaban en profundidad. No es clara la argumentación respecto de la invalidación de las citas y discusiones que se eligieron para el tratamiento del tema; solamente se expresa el repertorio que se hubiera deseado encontrar (no como una cuestión de deseo, por supuesto, sino como la denuncia de una omisión imprudente).
Las preocupaciones respecto de esta parte del dictamen son muchas: por un lado, queda suspendida la pregunta respecto de la posibilidad de un reservorio exhaustivo de fuente bibliográficas y también en relación con la discrecionalidad implicada en las opciones de quienes escriben y quienes leen. Por otro, se insinúa el mismo tono condescendiente, que supone que un modo de abordaje alternativo implica una omisión por falta de conocimiento o competencia académica. Finalmente, se enciende la inquietud frente al juicio que es posible abrir desde ciertos territorios hacia otros, con las tradiciones que cada comunidad ha construido alrededor de ciertas referencias predilectas. Seguramente no hay modo de definir certeramente quiénes son los autores y categorías que deben mencionarse al tratar un tema; lo interesante es que “el par” trabaje sobre el supuesto de tal Verdad y hable desde la convicción de que está sin lugar a duda de su lado. Frente a esta postura, una contra-mirada concluiría, en cambio, que el otro modo de pensar lo mismo no admite patrones de comparabilidad, ya que ninguna producción es más correcta que otra; se trataría de modos idiosincráticos de elaborar interlocuciones.
La tonalidad condescendiente, finalmente, se acentúa hacia el final, cuando “el par” dice estar decepcionado. Trata, además, de justificar esa decepción en la fuerza de un juicio categórico, como si tal pudiera existir y “el par” estuviera en condiciones de conocerlo y trasmitirlo. Pero hay una referencia final todavía más inquietante, que condena la omisión de claves contextuales del trabajo y trayectoria de los autores (cuestión borrada del texto original debido a las normas de la revista) y que desconfía de su vinculación con comunidades indígenas. Esta sospecha final es muy interesante para los investigadores de nuestros con-textos, en la proximidad de lo rioplatense, ya que manifiesta una común creencia en que la inexistencia del fenotipo del color de pie o el color de cabello implican la necesaria ausencia de marcas coloniales.
Como podrá apreciarse, esperamos, entre intenciones autorales y revisiones evaluadoras se muestran dos mundos. No son mundos abstraídos de los deseos ni de los apegos, pero no se exponen en este artículo con una lógica defensiva ni redentora, para exponer el mal y hablar del bien. Simplemente se pone en escena la colisión entre fuerzas convivientes que se afilian a modos rivales de comprender-se y que de alguna manera performan un mismo encuentro de fuerzas en muchas otras escenas sociales. De allí que hablemos de últimos estertores: si realmente creemos en una transición paradigmática
-supuesto de base sobre el que se edifica todo el resto, pero que se encuentra exhaustivamente respaldado en fuerzas instituyentes desde tantas vertientes sociales distintas en nuestros tiempos lo moderno colonial puede estar muriendo, pero conserva la potencia de sus instituidos -sus refranes, diría Berardi siguiendo a Guattari (2018) como arsenal de resistencia final. Las prácticas de revisión son conservadoras, aún, del viejo modo. Es claro, además, que las nuevas orientaciones traen incomodidades al momento de comparar, comprobar o validar por fuera de las explicitaciones éticas y de los puntos de vista.
Un cuenco mientras tiembla el mundo (“Conclusión” o la excusa para detener el habla)
Hemos elegido investigar la revisión de artículos científicos en el campo de la educación en tanto práctica de autorización académica precisamente porque nos interesa reflexionar respecto de las condiciones de autoridad y cómo están siendo afectadas en estos escenarios de gran volatilidad. El temblor de los mundos, decíamos, es el supuesto que condiciona lo demás y que nos conduce a interpretar las destituciones y re-instituciones como materializaciones de los otros mundos que germinan (Rolnik, 2019). Los rituales académicos nos han posibilitado contrastes interesantes, ya que como fieles reservorios de lo instituido quedan en tensión pornográfica con las fuerzas que los disputan. Decíamos en el título, como quien pronuncia una promesa, que nos referiríamos a los amarres, los enredos y los desgarros. Mucho respecto de ellos puede ser leído en los apartados anteriores, pero nos daremos el gusto de demorarnos un poco más en las imágenes que convocan.
Lo que resulta interesante de los amarres es su condición indispensable para la vida. Aún desde posiciones rebeldes y contestatarias, se hace justo el reconocimiento de los guiones y las gramáticas que, al organizar la vida social, permiten esa vida. Nos es impensado, tal vez imposible, habitar la Tierra sin dibujar al tiempo sentidos y componer, performar, densidades semióticas que alojan la experiencia. No obstante, nuestros hábitos cambian y también en su tiempo mueren, y en estas circunstancias se abren para nosotros opciones que demandan coraje y la convivencia con ciertas inquietudes (Rolnik, 2019). Entonces aparece la pregunta: “¿Qué hacemos con esos momentos anteriores a un mundo nuevo en los que el viejo orden se revela como violencia?” (Ahmed, 2020, p.381).
Una posibilidad, sin dudas, es reinventarlo todo, incluidas las reglas del juego. Amhed invita:
Cuando hay una crisis tenemos que hacernos la pregunta “¿Hacia dónde vamos?”. Cuando el camino se convierte en una pregunta, nos volvemos conscientes de la posibilidad. Nos volvemos conscientes de hasta qué punto no es necesario que vivamos la vida que vivimos (Ahmed, 2020, p. 437).
Asumiendo con Ahmed que la escena contemporánea está en crisis, las posibilidades se enredan con los sueños. Pero también se enredan los modos anteriores y los rebeldes, las lógicas instituidas y sus alternativas insurrectas. En la investigación educativa, afortunadamente, se enredan sujeto y objeto, método y propósito, biografía y teoría. Y ahí precisamente se producen los desgarros.
Los desgarros son hendiduras profundas en lo convenido y normado, indispensables para la conmoción que mueve a la ética. Pueden dejarnos a cada lado de una grieta en su capacidad maniquea de separar con claridad lo diferente, pero también pueden empujarnos a construir cuencos que navegan las aguas subterráneas que corren por el surco de esa grieta, regado por la lluvia. Entre grieta y cuenco -y aquí las metáforas importan como influencias poderosas en los decires educativos (Camilloni, 2014) los desgarrados nos agrupamos y tejemos.
Hacer investigación educativa aprovechando esta oportunidad histórica de refundar la experiencia planetaria constituye un inmenso desafío, de cara a las evaluaciones académicas y en muchos otros sentidos. Nos pone incómodos y torpes, y abundan los desaciertos y los desencuentros. Pero “Cuando lo familiar retrocede, pueden pasar otras cosas” (Ahmed, 2020, p. 438), que implican, como dice esta autora, no sólo la revolución de los sujetos sino también de los predicados.
Entendemos esta contribución como un ejercicio de interrupción (Flores, 2013), una oportunidad para enfocar en las tensiones que habitan los paisajes actuales y hacer lugar para los deseos —esos artefactos potentes de la experiencia humana tan injustamente relegados en este mundo moderno colonial—.
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Notas