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El miedo al suicidio de jóvenes estudiantes de educación secundaria
Darío Hernán Arevalos
Darío Hernán Arevalos
El miedo al suicidio de jóvenes estudiantes de educación secundaria
Fear of suicide among young secondary school
Espacios en blanco. Serie indagaciones, vol. 1, núm. 35, 2025
Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires
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Resumen: El presente artículo se propone comprender la emoción de miedo de las y los estudiantes de educación secundaria frente al suicidio de un/a compañero/a de escuela. Se analizan testimonios obtenidos en el marco de un estudio socioeducativo llevado a cabo en dos escuelas de zonas urbanas periféricas de la Provincia de Buenos Aires. El análisis de las narrativas estudiantiles nos permite afirmar que el suicidio estructura temores ligados a la propia muerte y a la posibilidad de que este acontecimiento vuelva a ocurrir entre los pares generacionales. El miedo al suicidio reconfigura las redes de sociabilidad y conduce a los sobrevivientes a desarrollar un conjunto de estrategias colectivas orientadas a la tramitación del sufrimiento.

Palabras clave: suicidio, miedos, jóvenes, estudiantes, escuela secundaria.

Abstract: This article aims to understand the emotion of fear of secondary school/high school students when faced with the suicide of a schoolmate. Testimonies obtained within the framework of a socio-educational study carried out in two schools in peripheral urban areas of the Province of Buenos Aires are analyzed. The analysis of the student narratives allows us to affirm that suicide structures fears linked to death itself and the possibility of this event occurring again among generational peers. The fear of suicide reconfigures the networks of sociability and leads survivors to develop a set of collective strategies aimed at processing suffering.

Keywords: suicide, fears, youth, students, secondary school.

Carátula del artículo

Artículos

El miedo al suicidio de jóvenes estudiantes de educación secundaria

Fear of suicide among young secondary school

Darío Hernán Arevalos
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Universidad de Buenos Aires, Universidad Nacional de Hurlingham, Argentina
Espacios en blanco. Serie indagaciones, vol. 1, núm. 35, 2025
Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires

Recepción: 05 Febrero 2024

Revisado: 20 Mayo 2024

Aprobación: 30 Mayo 2024

Introducción

El presente artículo se propone comprender la emoción de miedo de jóvenes estudiantes que se estructura a partir del suicidio de un/a compañero/a de escuela. Se analizan testimonios obtenidos en un estudio cualitativo cuyo objetivo general es el de comprender las experiencias emocionales frente al suicidio de pares generacionales que construyen estudiantes de escuelas secundarias de zonas urbanas periféricas de la Provincia de Buenos Aires1.

Partimos del supuesto que la muerte de un ser querido resulta conmovedora y movilizante, no solo porque refuerza la producción de fantasías y temores, sino también por “los dolores que sufren los vivientes al morir una persona a la que quieren o por la que sienten amistad” (Elias, 1989, p. 46). En el caso de las juventudes, la muerte de un par significativo cobra sentido particular debido a que se debilitan las redes de sociabilidad afectiva que favorecen los procesos de identificación y sentimientos de pertenencia.

La irrupción del suicidio en la escena educativa interpela el lugar de las configuraciones escolares en la elaboración de los duelos colectivos. El análisis de la trama afectiva de las y los estudiantes frente a este acontecimiento resulta relevante para interpretar los procesos de tramitación del dolor social en la escuela. Al respecto, nos preguntamos ¿Cómo se vivencia la escena traumática de la muerte en el ámbito escolar? ¿Qué características asume el miedo de las y los jóvenes a partir del suicidio de un par generacional? ¿De qué manera los vínculos afectivos que se construyen en la escuela contribuyen a mitigar esta emotividad?

Este trabajo se organiza en diferentes momentos. Primero, caracterizamos el miedo a la muerte como una emoción que se produce y reproduce socialmente en un contexto histórico y cultural. En un segundo momento, se describe la estrategia metodológica llevada a cabo en este estudio y se ofrece una caracterización de las instituciones educativas donde se realizó el trabajo de campo. En un tercer momento, se analizan los testimonios de estudiantes secundarios referidos a sus principales temores a partir del suicidio de un/a compañero/a de escuela.

Una mirada sociológica sobre el miedo a la muerte

El miedo a la muerte es una emoción tan antigua como la humanidad misma. Se funda en nuestra consciencia sobre la irrevocable finitud de la existencia. El miedo proyectado hacia las situaciones que nos ponen en peligro es lo que permite la supervivencia de la especie. Sin embargo, cuando la sensación de amenaza sobrepasa la capacidad de control de individuos y grupos, “puede(n) morir de miedo, o al menos ser paralizado(s) por él” (Delumeau, 2002, p.13). En otras circunstancias, también suelen movilizarlos a modificar su entorno para preservar su vida.

Las contribuciones de la sociología nos permiten afirmar que, a lo largo de la historia humana, tanto las personas particulares, las colectividades e, incluso, las civilizaciones, se han encontrado en un diálogo permanente con el miedo a morir. Esta emotividad adquiere sentido de acuerdo a los marcos interpretativos que se construyen bajo ciertas condiciones de época (Ariès, 2000; Bauman, 2007; Delumeau, 2002; Elias, 1987, 1989).

De acuerdo con Elias (1987), el miedo a la muerte en la Modernidad ha menguado ostensiblemente en comparación con la Edad Media debido al monopolio de la violencia física de los estados nacionales y la pacificación tendencial del espacio público que favorecen una disposición del comportamiento orientado hacia una regulación global de las emociones. En este marco, el individuo se encuentra más protegido “frente al asalto repentino, frente a la intromisión brutal de la violencia física en su vida; pero, al mismo tiempo, también está obligado a reprimir las propias pasiones, la efervescencia que le impulsa a atacar físicamente a otro” (Elias, 1987, p. 454). Las leyes estructurales del proceso civilizatorio se encuentran en la base de un aumento de la presión social entre las personas a partir del incremento de la sensibilidad hacia la violencia y la muerte (Elias, 1994).

El miedo a la propia caducidad cobra particular significado, a su vez, debido a que el proceso de morir se ha ido escondiendo de manera progresiva detrás de las bambalinas de la vida social (Elias, 1989). A diferencia de lo que sucedía en los tiempos medievales donde la muerte era mucho más pública (Ariès, 2000), en las sociedades modernas, las personas se encuentran con el final de su existencia en instituciones específicas como los asilos para ancianos o el hospital. En estos espacios sociales, los moribundos mueren en soledad despojados del amor y la contención que antaño les brindaban sus seres queridos (Elias, 1989).

Aun cuando en la Modernidad la vida sea más predecible y, en consecuencia, el temor a morir haya disminuido, ello no quiere decir que se lo experimente de la misma manera en todos los ámbitos y momentos.

Según Wacquant (2010) la desintegración del lazo social en ciertos contextos socioculturales debido a los procesos de marginalidad urbana conlleva a una despacificación de la vida cotidiana. La violencia que circula por todas las redes del tejido social hace que los individuos se encuentren en mayor cercanía con la posibilidad de morir. Los miedos y sentimientos de amenaza que los atraviesan constituyen marcadores sociales de la desigualdad como fenómeno sociocultural (Kessler, 2009).

En ciertas configuraciones socio-espaciales la composición de un porvenir se tensiona con las condiciones de vulnerabilidad que dejan marcas profundas en la estructuración subjetiva, sobre todo de las juventudes, al favorecer la producción de una cierta sensibilidad hacia la muerte. En espacios urbanos marginados donde las violencias se encadenan, conectando la calle y el hogar, la esfera pública y el ámbito doméstico (Auyero y Berti, 2013), las dificultades para trascender las condiciones del presente están en la base de comportamientos violentos asociados a la desaparición de objetivos a futuro (Kaplan, 2013).

La violencia de las y los jóvenes dirigida hacia los otros y, en particular, la que recae contra sí mismo, acontece ante la falta de estima, reconocimiento y respeto. Es decir, cuando no logran afirmarse emocionalmente junto a los demás y concretar sus demandas debido a la agresión física y/o simbólica a la que se ven sometidos (Debarbieux, 2001; Kaplan, 2017; Kaplan y Szapu, 2018; Silva, 2018; Wieviorka, 2006). La negación de la subjetividad cierra la posibilidad de establecer “verdaderos lazos afectivos” (Elias, 1990, p.156) y puede manifestarse en una tendencia a la autodestrucción producto del sentimiento del sinsentido individual y colectivo (Arevalos, 2020; Kaplan, 2022).

Las situaciones de suicidio como realidad acechante entre las y los jóvenes promueven la interpelación por la propia finitud. La incertidumbre se incrementa no solo por el carácter multicausal y enigmático de este tipo de muerte (Korinfeld, 2017), sino por los miedos existenciales de quienes la sobreviven (Cohen Agrest, 2012).

Las experiencias emocionales frente al suicidio de pares generacionales precisan ser interpretadas a partir de la alteración en el equilibrio del entramado de relaciones que las y los jóvenes construyen. El debilitamiento de los soportes afectivos en virtud de los cuales se elaboran narrativas de sentido compromete la imagen del “yo” como parte de un “nosotros” (Elias, 2008). Pone en tensión lo que para Elias (1994) constituyen tres condiciones básicas que este grupo social precisa para vivir: delinear perspectivas de futuro; constituir un grupo de personas de la misma edad que les ofrezca una cierta sensación de pertenencia en un mundo donde las distancias con las generaciones adultas son cada vez mayores; y producir un ideal o meta que dé sentido a su vida y, al mismo tiempo, que sea superior a la propia existencia individual.

La fragilización de los vínculos emocionales de interdependencia a partir del suicidio puede movilizar el miedo de las y los jóvenes a encontrarse en soledad a la hora de transitar el proceso de duelo. La búsqueda de consuelo y apoyo suele ser vivenciada como una forma de exposición al juicio ajeno debido a las reacciones adversas que puede suscitar en el entorno. Tal como lo sostiene Cohen Agrest (2012), quienes transitan el sufrimiento por muertes no autoinfligidas generalmente reciben apoyo y empatía mientras que “a los sobrevivientes de un suicidio se les suele atribuir cierta culpa y responsabilidad en el hecho, y hasta se los juzga o se los excluye tan inmediata como irreflexivamente” (p. 309).

La muerte de un/a compañero/a de escuela es un rostro al que ya no se lo ve en el cotidiano de las escenas escolares. La herida provocada por la ausencia se acentúa en el silencio de las palabras no dichas por quienes sobreviven a dicho acontecimiento (Le Breton, 1999). Es vivenciada como una pérdida de sí mismo, porque además de privarnos del trato cotidiano con quien ha muerto, se “disminuye nuestro contorno existencial” (Garza Saldívar, 2017, p.16). Esta experiencia traumática que invoca la dolorosa imagen del pupitre vacío incrementa la incertidumbre y el miedo de todos aquellos y aquellas que no encuentran un espacio de confianza y respeto para poner en palabras el sufrimiento.

Metodología

El diseño metodológico plantea una comprensión sobre las experiencias emocionales frente al suicidio de pares generacionales desde la perspectiva de estudiantes de escuelas secundarias de zonas urbanas periféricas de la Provincia de Buenos Aires.

Se llevó a cabo un abordaje cualitativo (Porta y Silva, 2003) con un diseño interpretativo (Gómez-Gómez, 1995: Gutiérrez, 2005) asumiendo que es preciso oponerse al empirismo que reduce la investigación a una toma de datos con autonomía de la teorización, y al teoricismo entendido como una elaboración conceptual por fuera de la indagación empírica (Bourdieu, Chamboredon y Passeron, 2002).

La muestra estuvo conformada por 34 estudiantes varones y mujeres del turno mañana y tarde que asisten a escuelas públicas de gestión estatal ubicadas en zonas urbanas periféricas de la Provincia de Buenos Aires, Argentina. Se seleccionaron dos instituciones educativas donde ocurrieron situaciones de suicidio en los últimos años a partir de la información relevada por los niveles de supervisión.

La recolección de los datos se realizó mediante entrevistas en profundidad con una guía semiestructurada (Yuni y Urbano, 2014) con el propósito de favorecer la producción de un discurso conversacional que nos permita conocer las ideas y concepciones de las y los entrevistadas/os. Las dimensiones de indagación fueron las siguientes: dolor social y vínculos afectivos en el ámbito escolar; sentido de la existencia y vulnerabilidad; afectividad y suicidio; procesos colectivos de producción de memoria y muerte de pares generacionales.

La participación de las y los estudiantes en la investigación fue voluntaria con previa autorización firmada por padres y/o tutores (gestionada por los directivos de la institución escolar) y anónima, con el objeto de resguardar la identidad de las y los entrevistados.

Trabajo de campo y caracterización de las escuelas

El trabajo de campo se desarrolló durante el ciclo lectivo del año 2023. La selección de las y los estudiantes se realizó bajo los siguientes criterios:

a) Heterogeneidad: se buscó entrevistar estudiantes de diferentes géneros y turnos de cada escuela.

b) Accesibilidad: su participación fue plenamente voluntaria.

En total se realizaron 34 entrevistas en profundidad: 20 entrevistas en la escuela A (8 varones y 12 mujeres de 4to y 6to año) y 14 entrevistas en la escuela B (6 varones y 8 mujeres de 3er año). Las entrevistas tuvieron una duración aproximada de 60 minutos cada una. Las mismas se realizaron en aulas vacías que los directivos dispusieron para nuestra labor.

Escuela A

Esta institución es pública, de gestión estatal y tiene una antigüedad de poco más de 30 años. Su matrícula es de aproximadamente 400 estudiantes. La escuela alberga a una población estudiantil predominantemente de sectores populares que provienen del mismo barrio.

A partir de la información proporcionada por la supervisión distrital y confirmada por el directivo de la institución en el año 2022 aconteció el suicidio de un estudiante de 6to año (en las narrativas estudiantiles será representado con la letra P). La mayoría de las y los entrevistados/as señalaron que conocían al estudiante de vista o por el hecho de haber compartido actividades entre cursos.

Escuela B

Esta institución es pública, de gestión estatal y tiene una antigüedad de poco más de 15 años. Su matrícula es de aproximadamente 120 estudiantes. La escuela alberga a una población estudiantil predominantemente de sectores populares que provienen del mismo barrio. Algunos de ellos viven en asentamientos urbanos precarios.

De acuerdo con la información proporcionada por la supervisión distrital y confirmada por el directivo de la institución, en el año 2023 aconteció el suicidio de una estudiante de 3er año (en las narrativas estudiantiles será representada con la letra Q). Unas semanas antes del hecho, la joven había comentado una situación de abuso sexual y desde la escuela se había desplegado un protocolo de acompañamiento. La mayoría de las y los entrevistados/as señalaron que conocían a la estudiante por haber sido compañeros/as de curso.

Análisis de los testimonios

En contextos de marginalidad urbana, cuando la muerte se torna cotidiana, el miedo se vuelve una sensibilidad omnipresente. La comprensión de esta emoción en el espacio escolar requiere dar cuenta de las distintas experiencias de sufrimiento de individuos y grupos (Arevalos, 2020).

El análisis de las narrativas estudiantiles nos permite interpretar que, frente al suicidio de un/a compañero/a o amigo/a de la escuela, se configuran miedos ligados a la propia muerte y a que este acontecimiento vuelva a ocurrir entre los pares.

El miedo a la propia muerte

La muerte de un par generacional estructura miedos que movilizan interrogantes acerca del sentido de la existencia. Frente a la pregunta sobre el suicidio acontecido en su escuela, las y los estudiantes de la institución A interpretan lo sucedido a partir de su propia experiencia o la de sus amigo/as o compañero/as, especialmente, de aquellos que le suelen poner “todas las fichas a [su] pareja”.

Entrevistada: Acá se suicidó un chico que venía el año pasado (…) Me sentí mal por lo que le pasó a él, porque tal vez estaba pasando por muchas cosas que no sabíamos. Me dio miedo, porque me hizo pensar en otras personas jóvenes que le ponen todas las fichas a la pareja y cuando se termina, no saben cómo seguir, qué hacer. Incluso a mí me pasó algo parecido. (Estudiante mujer, 6to año, escuela A).

Entrevistado: El año pasado murió un pibe de acá, lo había dejado la novia, eso dicen. Yo también la pasé muy mal cuando me separé de mi novia, pero no llegué a tanto. Yo creo que siempre hay otras cosas detrás. También pensé en un amigo que tengo. Él también (...) la novia lo engañó, se enteró y se empezó a perder, se drogaba, tomaba y terminaba tirado, desmayado (…) Yo le dije, porque me re preocupé, “amigo ¿qué onda? Si no te hacés mierda solo, te regalás para que otros te maten” (Estudiante varón, 4to año, escuela A).

Entrevistado: Un chico en 6to se suicidó, hace como un año (…) Me sentí mal, porque yo he pasado por eso y me dije: “él también estaba pasando por esto”. Me dio miedo, de hecho, el día que me enteré, me quedé toda la noche pensando en eso, me dije, “la puta madre”, es como que no lo procesaba, no podía dejar de pensar que yo sentí lo mismo, que estuve a punto de hacer eso por haber tenido esos problemas de dependencia emocional. Se me removió todo porque uno de mis amigos también era amigo de ese chico. Me dio miedo por él (Estudiante varón, 6to año, escuela A).

El respeto y el afecto son dos de los bienes más preciados de la vida colectiva de la Modernidad. En este marco, el miedo a perder el amor de los otros puede poner en cuestión el sentido del valor propio (Debarbieux, 2001; Elias, 1987; Kaplan, 2017; Silva, 2018). De acuerdo con las y los entrevistados/as el sufrimiento tras la disolución de un vínculo de pareja puede llevarlos a la incertidumbre de no saber “qué hacer”. La identificación con la experiencia del compañero que se revela en sus percepciones de haber vivido “algo parecido”, de “sentir lo mismo” y, a partir de ello, haber tenido “miedo a no poder seguir”, vienen acompañadas de conjeturas respecto a los motivos para darse muerte. En relación con eso, sostienen que más allá del sufrimiento que conlleva el abandono de alguien significativo, “siempre hay otras cosas detrás”.

Los miedos propios puestos en el otro dan cuenta de cómo nuestro yo se constituye en el marco de un entramado de relaciones significativas bajo un horizonte común (Kaplan, 2013). Para Elias (2008), los vínculos emocionales de interdependencia que construimos a lo largo de nuestra vida hacen posible la “conciencia ampliada de yo y nosotros” (p.132), imprescindible para la cohesión social. Es por ello que cuando acontece la muerte de alguien que ocupa un lugar relevante en el entramado de relaciones socio-afectivas, se produce una conmoción en el sobreviviente debido a que la persona que ha fallecido es vista como parte o extensión de uno mismo.

A este respecto, como puede observarse en el testimonio de uno de los amigos de Q, el suicidio de un par significativo puede traer aparejado la sensación de “no querer vivir”.

Entrevistador: ¿Conocés algún caso de suicidio que haya ocurrido en esta escuela?

Entrevistado: Si, el de mi amiga, Q se llamaba. Me dolió mucho lo que pasó (…) Todo el curso estuvo mal, pero para quienes éramos sus amigos fue muy jodido.

Entrevistador: ¿Pudiste hablar con alguien acerca de lo que vos sentías?

Entrevistado: Si, con un preceptor que ya no viene más a esta escuela. Le escribí un WhatsApp una noche y le dije que ya no aguantaba vivir. A mí me costaba hablar del tema, pero con él tenía esa confianza (…) Me sirvió para ver la vida de otra manera (…) Mi abuelo era el único que me escuchaba y ya no estaba para eso (Estudiante varón, 3er año, escuela B).

Del relato del estudiante podemos interpretar cómo a partir de la muerte de su amiga, la propia vida comenzó a ser percibida como “inaguantable”. El miedo ante la pérdida de un vínculo tan significativo lo movilizó a cruzar las barreras del silencio que lo limitaban “hablar del tema” y solicitar la ayuda de un referente de la escuela con el que se sentía en “confianza” para tramitar su dolor.

Para Kaplan (2022) el hecho de sentirnos en confianza permite ensanchar la red afectiva donde aprendemos a mirarnos en y desde los ojos del otro. Frente a situaciones que nos ponen en peligro, los vínculos signados por esta modalidad de relación favorecen la reflexividad acerca de las experiencias que provocan sufrimiento y la posibilidad de construir una narrativa de sentido que contribuya, tal como lo afirma el entrevistado, a “ver la vida de otra manera”.

El suicidio de “alguien tan cercano de la escuela” puede traer aparejado un sentimiento de impotencia, de “shock”, debido al carácter incomprensible y enigmático de esta muerte (Korinfeld, 2017). Los sobrevivientes se ven obligados a afrontar el desconcierto mediante la búsqueda de explicaciones para comprender un suceso del cual uno nunca se encuentra preparado (Cohen Agrest, 2012). En el siguiente fragmento de entrevista podemos ver cómo a partir de este acontecimiento una estudiante formula una serie de hipótesis acerca de los sufrimientos que atraviesan a las y los jóvenes en la actualidad, a cómo poder afrontar sus miedos en el caso de transitar una experiencia similar y a las implicancias de la pérdida de un ser querido tanto en la familia como en el grupo de amigos/as y conocidos/as.

Entrevistada: Fue chocante porque no me había pasado con alguien tan cercano de la escuela… yo me quedé en shock, no lo podía creer. Y más por cómo afecta a un chico una pelea con su pareja, es impresionante, o sea, yo creo que si me peleo con mi pareja no me haría eso jamás (…) Yo me puse a pensar en cómo se sentía la familia y sus amigos, todo fue raro (Estudiante mujer, 6to año, escuela A).

La incertidumbre ante la muerte suele dar lugar, a su vez, a la elaboración de conjeturas referidas a que el suicidio es producto de un profundo sufrimiento que le puede pasar “a cualquiera”, sobre todo, cuando se trata de personas que no cuentan con vínculos de confianza para poner en palabras sus sentires frente a situaciones de violencia que los niegan como sujetos (Wieviorka, 2006).

Entrevistada: En esta escuela hubo un caso de suicidio de una compañera. Yo estuve mal porque sé que le pudo haber pasado a cualquiera, porque lo que le pasó a ella es algo que lamentablemente nos pasa a muchos. ¿Sabés la cantidad de veces que terminamos haciendo cosas por vergüenza a decir que no, o por miedo a que no te quieran o porque no te da cariño la gente de tu familia y entonces accedés a cosas para sentirte querido? (…). De lo que le pasó a Q, si me pasaba a mí, algo tan asqueroso, y encima más de una vez, también hubiese hecho cualquier cosa. Encima [enfatiza] que la persona que te parió ¿me entendés? no te crea, no tengas confianza, te ignora, es horrible, perdón, grito porque me pongo mal [se pone las manos en la cara, llora]. Me sentí impotente porque ella nunca nos contó qué le pasaba, solo decía que tenía problemas con la madre (Estudiante mujer, 3er año, escuela B).

En ciertas configuraciones socio-espaciales las distintas formas de violencias que atraviesan la subjetividad de las y los jóvenes pueden desmoronar el sentimiento de seguridad hacia los otros, incluso, en quienes son los más cercanos (Auyero y Berti, 2013; Kessler, 2009; Wacquant, 2010). La pérdida de la auto-confianza y la confianza en los demás establece muros simbólicos para tramitar en compañía el sufrimiento vivido. Sobre todo, cuando el dolor experienciado es tan profundo que sobrepasa la capacidad de las palabras para describirlo. El silencio de Q al que se refiere la entrevistada puede revelar el miedo a la exposición al juicio ajeno tras haber perdido la seguridad de poder comunicar lo que le había pasado. Las limitaciones simbólicas para pronunciarse ante la amenaza de que la propia voz sea deslegitimada o banalizada amplifican las distancias afectivas entre unos y otros. El silencio frente a las experiencias vividas que provocan vergüenza conlleva un alto costo, en la medida que deja a los individuos solitarios, encerrados en su propio dolor. El repliegue sobre sí ante las dificultades para establecer soportes afectivos incrementa la sensación de sentirse incomprendidos y desvalorizados (Le Breton, 1999).

Miedo a que vuelva a suceder

Los testimonios estudiantiles recabados nos permiten afirmar que el suicidio de un compañero de escuela moviliza miedos vinculados a que este suceso vuelva a repetirse entre los propios amigos.

Entrevistado: Del suicidio de P no sabría cómo decirte (…) Fue raro, porque sentí tristeza por su familia, su novia y su mejor amigo, que es compañero mío. Después de lo que le pasó a P me agarró bastante miedo, pensando más que nada en mi amiga, a que haga lo mismo. Yo siempre le digo que no haga nada raro, que, si está mal que no se corte, que cuente conmigo (…) Ella tiene trastorno borderline y hace esas cosas cada vez que tiene problemas con su novio o familia (Estudiante varón, 6to año, escuela A).

Entrevistado: Cuando me enteré de la noticia [se refiere al suicidio de Q] después me puse a pensar, no lo podía creer (…) A mí me pegó en el corazón, me pegó muy mal. Te juro que me dieron ganas de llorar, pero no lloré porque no me gusta mostrarme así (…) Después de eso, trato de aconsejar mucho a mis amigos, que al menos no pasen por esta situación, que no lleguen al suicidio. Yo los aconsejo a que se abran conmigo, que se liberen para poderlos aconsejar (Estudiante varón, 3er año, escuela B).

Las relaciones de amistad representan una figuración de intensa carga emocional que los seres humanos constituimos a lo largo de toda nuestra vida. Las agrupaciones de amigos confieren a las juventudes una identidad desde un nosotros que habilita la construcción de un universo común, a través del cual otorgan significado al mundo (Elias, 1990). Como puede observarse, frente a la irrupción del suicidio, las y los estudiantes tramitan sus miedos ofrendando a los amigos su confianza para que puedan “liberarse” y manifestar sus sentires. La predisposición para “ayudar” y “aconsejar” pone en evidencia el alto poder simbólico de las relaciones de amistad como contrapeso a los sufrimientos que los conmueven. Siendo un eje vertebrador de las relaciones humanas, los espacios de confianza que se habilitan en estas configuraciones se instituyen como canales sensibles con vistas a construir narrativas colectivas de sentido.

El miedo a que el suicidio acontezca nuevamente entre los pares estructura la subjetividad de las y los estudiantes cuando reflexionan sobre el sufrimiento experienciado por quienes mantenían una relación de mayor cercanía afectiva con quien ha dejado de vivir.

Entrevistada: Del suicido de P se dicen muchas cosas relacionadas con su pareja, pero yo que soy la hermana de Agustín, su mejor amigo, sé que eso fue el detonante de otras cosas (…) Luego de lo que pasó está depresivo, o sea le decís algo y ya se enoja, está todo el día encerrado en su pieza con el celular, no sale, no habla, o sea, no volvió a ser el mismo después de lo que pasó (…) En ese momento que lo veía mal, cerrado, como ausente, le dije a mi mamá, discutí con ella para que esté atenta a que no se haga algo (Estudiante mujer, 4to año, escuela A).

Entrevistada: Tengo de compañera a la que era novia del chico que se suicidó. Ella quiso también hacer lo mismo. Tenemos, en realidad, dos casos en 6to, dos chicas que se quisieron suicidar. El otro caso es el de una amiga que está en mi grupo.

Entrevistador: Respecto de tu amiga que está en tu grupo, ¿cómo te enteraste?

Entrevistada: Vino la mamá a la escuela a principios de este año y contó lo que pasó, que se intentó suicidar. Ella me dijo, en su momento, que a veces su vida no tenía sentido (…) Yo, que soy la delegada del curso, hablé con las del taller de orientación, porque me preocupó lo que me dijo, en ese momento hablaron con ella.

Entrevistador: ¿Y con respecto al otro intento de suicidio que me contaste, tu compañera que era novia de P?

Entrevistada: Me puse un poco mal porque dije “me da miedo dejarla sola, no sé qué puede llegar a hacer” y esas cosas, pero en ese momento no era amiga mía, entonces fue como que no sabía qué hacer en sí, o sea, si contárselo a la directora, si ayudarla…Entonces, lo único que pude hacer era hablar con ella o mandarle mensaje todos los días para saber cómo estaba (…) acá estuvo sin venir durante un mes. (…) Ahora todos estamos pendientes de ella (Estudiante mujer, 6to año, escuela A).

Entrevistado: Hay muchos compañeros que se la pasan poniendo estados o cosas sobre que están mal. Nosotros le preguntamos al instante que vemos el estado, “¿estás bien? “¿Cómo estás?” “¿Qué pasa?”. O sea, le preguntamos al instante y luego en la escuela, si lo quiere hablar, hablamos (…) Me pasó con mi amigo de confianza. Me había dicho que estaba harto de todo, que ya se le habían muerto varias personas2 queridas y que no tenía sentido su vida. Por eso traté de hacerle entender que apenas tiene 16 años y que tiene toda la vida por delante, que son cosas que pasan en la vida, que en algún momento todos tienen que morir (Estudiante varón, 3er año, escuela B).

La sensibilidad por el dolor del otro los conduce al despliegue de una serie de estrategias de contención emocional tales como: no dejarlo solo debido a no saber “qué puede llegar a hacer”; acudir a su familia para que “que esté atenta a que no se haga algo” o bien, a habilitar espacios de diálogos para tramitar el malestar. El acompañamiento hacia quien se encuentra mayormente afectado por el duelo pone de manifiesto cómo, a partir de un hecho traumático como la muerte, las y los jóvenes fortalecen las amarras socio-afectivas que les permiten transitar, en compañía, el sentimiento de pérdida.

El hecho de percibir que los demás no son indiferentes al propio sufrimiento también favorece el desarrollo de la auto-valía en quienes han atravesado por algún intento de suicidio. En el relato que se presenta a continuación, la estudiante describe cómo tras varios meses de ausencia en la escuela, el recibimiento de sus compañeros con rostros “felices” y gestos afectuosos, contribuyó, por un lado, a mitigar el miedo a ser juzgada y condenada por su intento de suicidio. Y, por el otro, a reformular su percepción de que “no tenía amigos” en la escuela y que sus pares “no la querían”.

Entrevistada: Después de que sobreviví al intento de suicidio y me dieron el alta, mis papás me dieron la opción de quedarme en mi casa, pero ¿qué iba a hacer? (…) No sabía cómo iba a ser, si me iban a mirar raro o algo. Y la verdad que cuando volví me recibieron todos re bien, me miraban con caras de sorpresa, pero también estaban todos re felices, ellos sabían lo que había pasado. Me abrazaron y todo eso. Me hizo sentir re bien eso, no me hizo arrepentir de volver, me hizo sentir que “sí tengo amigos”, que “sí me quieren”, yo que tanto me maquinaba en la cabeza que no tenía gente que me quería (Estudiante mujer, 6to año, escuela A).

La irrupción del suicidio o los intentos de suicidio en la trama escolar no solo reconfigura los modos de sociabilidad entre compañeros/as de clase, sino que provoca profundas transformaciones en las configuraciones de amistad. Como puede observarse en los siguientes testimonios, frente a la pregunta sobre si las cosas volvieron a ser iguales en el grupo de amigos luego de la pérdida de uno de sus integrantes, las y los entrevistados afirman que se volvieron “más unidos” así como más conscientes frente a la necesidad de solicitar “ayuda”.

Entrevistada: Nos volvimos más unidos. Tomamos un poco más de madurez sobre estos temas, a tomar la decisión de contar con otras personas, para ver qué nos dicen y tomar consejos y no tomarlo siempre por nuestra cuenta como si no nos importara el resto de las personas (Estudiante mujer, 3er año, escuela B).

Entrevistado: Nos ayudamos más. Después de lo que pasó con Q empezamos a hablar más, empezamos a hablar con otros chicos que son sus amigos y que no vienen a esta escuela (…) El día que falleció hablamos sobre eso, que la verdad que nadie se lo esperaba, nadie pensaba que iba a tomar una decisión así (…) Prometimos que no nos íbamos a hacernos eso entre nosotros, si alguien está mal, que lo tiene que decir, tiene que recurrir más al grupo (Estudiante varón, 3er año, escuela B).

Entrevistado: Al grupo de amigos de P, no se los vio por un tiempo en la plaza de acá a la vuelta, capaz que veías a uno solo que andaba por ahí... Ahora se los ve a casi todo el grupo de nuevo. Cuando pasó lo que pasó, sé que se hicieron un tatuaje con el símbolo del infinito, algunos se tatuaron su nombre. Por lo que me dijo mi hermano, están más unidos, porque el suicidio de P los afectó un montón (Estudiante varón, 4to año, escuela A).

Los lazos generacionales en el espacio escolar favorecen el establecimiento de soportes afectivos que posibilitan la elaboración del sufrimiento. Resulta de interés recordar que el cuidado es una necesidad de todo ser humano que se hace más evidente en aquellas o aquellos que, por diversas causas, se encuentran imposibilitados de proveérselo autónomamente (Kaplan y Szapu, 2018). Las prácticas de cuidado que las y los estudiantes despliegan ante la conmoción del presente asumen un carácter prospectivo. El compromiso grupal de no llevar a cabo acciones “como si no nos importara el resto de las personas” o de reivindicar la memoria del compañero mediante la producción de “símbolos comunes”(Elias, 2008, p.164), tatuándose su nombre o el símbolo del infinito, constituye una vía privilegiada de cuidado con vistas a delinear un porvenir colectivo.

El hecho de ponerse en “los zapatos del otro” ante la conmoción del suicidio de un par significativo constituye un gesto de solidaridad que acontece también entre quienes habían mantenido una relación de menor afinidad. En los relatos siguientes, vemos cómo las y los estudiantes se identifican, empatizan y se preocupan por aquellos con quienes, incluso, habían tenido diferencias o conflictos en otros momentos.

Entrevistada: Q no era amiga mía, me trataba mal, pero por una cuestión de ponerte en los zapatos del otro, me sentí mal cuando se suicidó y, después también, tuve miedo por una amiga de ella que estuvo muy mal y que no vino a ser entrevistada, porque creo que no quiere. Ella estuvo un tiempo sin venir y me preocupé mucho de que entre en una depresión donde no sabés dónde vas a terminar (Estudiante mujer, 3er año, escuela B).

Entrevistado: Hace unos días, la semana pasada, tuvimos una clase sobre violencia de género y de ESI (…) Para mí lo dieron por lo que pasó con el femicidio de Z. Porque ella era prima de dos compañeros. Hemos estado pendientes de ella, justamente, para apoyarla en cualquier momento y acompañarla porque debe sentir lo mismo que lo que pasamos nosotros. Es jodido, ella también es joven, entonces todo el tiempo estamos pendientes de ella apoyándola, para hablar con ella, a pesar de que no nos hemos llevado bien. Y, además, porque más allá de que los motivos son distintos, se siente lo mismo cuando una persona que querías se fue. Al fin y al cabo, no la conocíamos a la chica que murió, aunque algunos compañeros sí, pero igual, o sea, es una chica de nuestra edad, una adolescente, era una nuestra, cuenta como tal (Estudiante varón, 3er año, escuela B).

En estos fragmentos de entrevista podemos interpretar que la solidaridad por el sufrimiento del otro se revela en el hecho de que tanto la persona que ha dejado de existir como sus vínculos más estrechos son vistas como parte de un nosotros en términos generacionales (Elias, 1994). Retomando a Elias (1990) la identidad de un nosotros se entreteje a partir de los lazos del individuo con la sociedad mediante diferentes capas de integración (agrupaciones familiares, de amigos, nacionales e, incluso, la especie humana). Durante la juventud, los procesos de identificación y pertenencia con otros jóvenes los moviliza a constituir lazos de solidaridad y cooperación para con aquellos que “sienten lo mismo” que uno.

Resulta interesante recuperar de estos relatos la importancia que las y los entrevistados/as le atribuyen a dialogar acerca de la experiencia de suicidio como vía de reparación del sufrimiento. La consideración del suceso como algo propio, libera el dolor del otro que suele habitar en el silencio de quien atraviesa una etapa de duelo (Garza Saldívar, 2017). Permite, tal como afirma Le Breton (1999), “dar testimonio de la memoria del desaparecido, restituyendo así un significado a su existencia” (p.206).

En algunos casos, sin embargo, debido a que el suicidio produce un malestar profundo en todo el grupo de pares, hay quienes prefieren evitar referirse a algo “tan jodido” y tan “íntimo” por el temor a producir más dolor en el sobreviviente, es decir, de hacerle “revivir” el hecho traumático.

Entrevistada: Después de que volví a la escuela, ninguno de mis amigos me preguntó sobre mi situación [se refiere a un intento de suicidio que llevó a cabo a principios de 2023]. Eso fue lo único que no me gustó desde que volví (…) Quizás tenían miedo a que yo me sienta mal. Capaz prefieren no preguntarme porque me voy a sentir incómoda o triste. Pero yo digo, ¿qué tiene? O sea, sí, entiendo que es un tema muy delicado el suicidio, que es algo tabú. Yo creo que sí se tiene que hablar porque se pueden evitar muchas cosas (Estudiante mujer, 6to año, escuela A).

Entrevistado: La amiga de Q no es mi amiga, incluso, suele hablar mal de mí. Igual yo me preocupo cuando no la veo bien, pero me da cosa preguntarle (…) Si me llevara bien creo que tampoco le preguntaría, porque son temas muy jodidos y siento miedo de hacerle revivir cosas y ponerla peor (Estudiante varón, 3er año, escuela B).

La sensibilidad hacia la muerte considerada como “tabú”, puede dar lugar a que nadie quiera mencionarla (Ariès, 2000; Bauman, 2007; Delumeau, 2002; Elias, 1989). El silencio no solo acompaña a quien no se siente en confianza para poder hablar de ella sino también en el temor de los demás a querer recibirla. El miedo de algunos estudiantes a “preguntar” e “incomodar” se pone en tensión con la necesidad de sentirse interpelados/as y escuchados/as para tramitar el sentimiento de soledad, dirimir la culpa y la vergüenza (Arevalos, 2020). El silencio a partir del suicidio en la dinámica escolar revela las heridas que han ido cercenando la confianza para comunicar sus sentires ante la amenaza de que la propia voz sea deslegitimada o banalizada. La presencia silenciosa no es más que la manifestación del debilitamiento de los soportes afectivos que les posibilitan ocupar un lugar significativo en la trama educativa. El silencio de las y los jóvenes, en definitiva, no solo es una voz que se apaga en la sociabilidad escolar, es producto de un muro simbólico que de manera paulatina va incrementando la brecha entre unos y otros, una barrera que es preciso franquear para la promoción de la convivencia escolar signada por el reconocimiento mutuo.

Palabras finales

La irrupción del suicidio en la trama escolar desestabiliza los cimientos de su cotidianeidad afectando las sensibilidades respecto de la vida y la muerte, así como las redes de sociabilidad que las y los estudiantes constituyen.

El temor frente a la muerte de un par generacional moviliza interrogantes sobre el sentido de la propia vida a partir de considerar el suceso como algo propio, fundamentalmente, al constatar de haber vivenciado “algo parecido”.

La preocupación de que “me pase lo mismo” al proyectar los miedos más profundos hacia los demás suele conducir a las juventudes a cruzar las barreras del silencio y solicitar ayuda a quienes ocupan un lugar de soporte afectivo: amigos/as, compañeros/as de curso, familiares y adultos referentes de la escuela. La constatación de que el suicidio es un hecho que puede pasarle “a cualquiera” los moviliza, a su vez, a identificar y sensibilizarse por los/as compañeros/as que tenían mayor cercanía con la persona que ha dejado de vivir, a estar más atentos a las manifestaciones del sinsentido de los propios amigos y de quienes, incluso, han mantenido una relación de menor afinidad.

El miedo a que el suicidio vuelva a suceder reconfigura los modos de sociabilidad entre los pares quienes ofrendan espacios de confianza para dialogar sobre los sufrimientos que los conmueven. En las relaciones de amistad provoca profundas transformaciones entre las cuales se puede destacar el establecimiento de ciertos pactos vitales, tales como “ayudarse más”, “recurrir más al grupo” y “no hacernos eso entre nosotros”. La conformación de estos nuevos contratos en las agrupaciones de amigos que sobreviven al suicidio, constituye una vía privilegiada para cuidar la propia vida y la de los seres queridos con el objeto de hacerle frente a los embates del presente y poder imaginarse juntos en el futuro.

Los testimonios estudiantiles recabados en este trabajo dan cuenta que, frente a los miedos existenciales que rodean al suicidio, las y los jóvenes asumen un papel activo, no solo solidarizándose al ponerse “en los zapatos del otro” sino fortaleciendo los lazos entre los sobrevivientes. La afectación subjetiva a partir de considerar a quien muere o sufre como “uno de nosotros” puede ser interpretada como una llave poderosa para diseñar prácticas de intervención institucional orientadas a reparar las heridas sociales. En definitiva, a que desde la escuela se promueva la importancia de que el dolor del otro no nos sea indiferente.

Material suplementario
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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Notas
Notas
1 Se recuperan los resultados de una investigación posdoctoral que lleva como título “Experiencias emocionales frente a la muerte de pares generacionales en la educación secundaria. Un estudio socioeducativo sobre la tramitación del suicidio desde la perspectiva de estudiantes de zonas urbanas periféricas de la Provincia de Buenos Aires”. Este estudio es realizado mediante una beca posdoctoral otorgada por el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas y se encuentra bajo la dirección de la Dra. Carina V. Kaplan. Se inscribe en el marco del Programa de Investigación sobre “Transformaciones Sociales, Subjetividad y Procesos Educativos” dirigido por la Dra. Kaplan, con sede en el Instituto de Investigaciones en Ciencias de la Educación, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires.
2 La referencia a que “se le habían muerto varias personas que quería” remite al suicidio de su compañera y a un caso de femicidio de una joven de 15 años ocurrido durante el período en que se llevó a cabo el trabajo de campo en la escuela B (en las narrativas estudiantiles recabadas será representada con la letra Z). La joven era familiar de dos estudiantes que formaron parte de la muestra de la investigación.
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