Biografía, historia biográfica, biografía-problema
Biografía, historia biográfica, biografía-problema
Prismas - Revista de Historia Intelectual, vol. 20, núm. 2, pp. 267-272, 2016
Universidad Nacional de Quilmes

A propósito de Mílada Bazant (coord.), Biografía. Modelos, métodos y enfoques, México, El Colegio Mexiquense, 2013, e Isabel Burdiel y Roy Foster (eds.), La historia biográfica en Europa. Nuevas perspectivas, Zaragoza, Institución Fernando el Católico, 2015, 324 páginas.
Hace unos quince años no era usual encontrar libros sobre biografía. La obra de Leon Edel, Vidas ajenas. Principia Biographica, editada en inglés en 1984 y en español en 1990, era difícil de rodear en una biblioteca de especialistas e interesados.1 En la última década, en cambio, se publicaron obras que, leídas en conjunto, permiten mapear el estado del arte sobre lo que prefiero llamar “cuestiones biográficas”. Estos libros se publicaron, en su mayoría, en países europeos: España, Francia, Inglaterra e Italia, con excepción de uno publicado en México que motiva, en parte, estas líneas. Hoy es posible, entonces, pensar en un corpus bibliográfico compuesto por los libros de Francois Dosse, Hermione Lee, Sabina Loriga,2 Isabel Burdiel y Roy Foster y Mílada Bazant, y sumar a estos aportes en formato volumen unos cuantos dossiers de revistas académicas de los últimos años.3 Es corriente, además, leer que en diferentes ámbitos académicos la biografía se ha renovado y es una de las vías prometedoras de despliegue historiográfico. Estos índices de producción y la recurrencia de aseveraciones con tonos optimistas animan este comentario.
I. Balances y perspectivas
La mayoría de los diagnósticos disponibles sobre la biografía y su espacio dentro de los ámbitos de producción de conocimiento parte de un momento histórico concreto: 1989; se define, entonces, lo que ese año significó en el campo ampliado de las Humanidades y las Ciencias Sociales. La fórmula es conocida: la crisis de los grandes paradigmas explicativos abría un terreno entre caótico y fértil para repensar problemas políticos, sociales, culturales e históricos. Como es sabido, la idea de crisis generó lecturas con acentos pesimistas y optimistas. En el segundo sentido, parecía surgir un momento histórico con posibilidades regeneracionistas. En este marco la biografía parecía ser una vía de escape o de renovación. De hecho, 1989 fue un año especialmente prolífico en lo que se refiere a publicación de textos que se plantearon como reto pensar los usos de la biografía, parafraseando el título de un artículo de Giovanni Levi.4
Varios de los libros publicados en estos últimos años han sido escritos por autores que han transitado este escenario historiográfico activamente. De hecho, prácticamente todos ellos se han formado en aulas universitarias y en espacios de sociabilidad donde los grandes paradigmas explicativos del siglo xx lejos estaban de ser cuestionados. Y, sin embargo, al entrar en los años de su producción académica activa, la idea de crisis, caos y confusión pasó a ser moneda corriente. Quizás esas marcas biográficas se manifiestan en varios de los textos publicados que trazan diagnósticos post-1989 y, a su vez, comparten aseveraciones optimistas. Es como si la biografía hubiese operado, en algunos casos, como un antídoto al caos y la confusión. De hecho, la idea de renovación y giro asociados a lo biográfico parece ser una fórmula que permitió a varios autores que escriben sobre biografía conjurar el fantasma de la crisis historiográfica.5 El argumento compartido tiene una explicación común: si en el pasaje de lo macro a lo micro se intentaba recuperar lo individual y lo subjetivo y si se comenzaba a bregar por dar espacio a rostros y voces que habían sido diluidos en el marco de rótulos omnicomprensivos y englobadores; es decir, si se buscaba “humanizar” las Ciencias Sociales y las Humanidades, la biografía parecía ser una fórmula eficaz para restituir la faz humana que el estudio de actores colectivos parecía haber sepultado. De este modo, la biografía individual o colectiva tenía algo similar a una lógica redentora en el trance de la historia macrosocial a la valoración de lo micro, lo individual y lo subjetivo, en sus diferentes expresiones. La expansión de las formas biográficas, entonces, pasó a transmitir cierta confianza en el intento de dar respuesta a una crisis paradigmática. Como ha señalado Susana Quintanilla, la biografía aparecía como una posibilidad terapéutica en la preocupación por cómo conocer el pasado.6
Dosse, por su parte, aporta un escenario más amplio a este diagnóstico: apunta que en la actualidad la biografía atraviesa su “edad hermenéutica”; en la misma hay consensos ampliados sobre la capacidad de conocer a través de ella, tanto en los medios académicos como extraacadémicos.7
La combinación de los argumentos apuntados permite, entonces, observar que la biografía se consideró una respuesta a dos cuestiones: por un lado, a la crisis de la producción historiográfica y académica; por otro lado, “liberó” a los académicos del cientificismo y del mundo pequeño de los pares y les otorgó una oportunidad para transitar el puente que permitiera a la disciplina histórica, definitivamente –y como si fuera un mandato irreductible–, llegar al mercado de lectores ampliado interesado por el pasado. La disciplina parecía ahora capaz de responder –ofreciendo relatos biográficos– a ciertas demandas de la sociedad como consumidora de saberes históricos, rasgo que, en general, suele naturalizarse –como si fuese obvio que hay un sentido común de curiosidad histórica extendida–. En algunos diagnósticos, por lo tanto, el vínculo entre el mercado y la producción académica (mercado/academia, o bien conocimiento/lectores) es una clave para pensar el rol de la biografía en las últimas décadas. Parece haber un optimismo superador respecto de la sentencia que, justamente en 1989, lanzó Marc Ferro: la biografía nunca ha sido un tabú para el público, aunque sí lo ha sido para los historiadores profesionales.8
III. Género, método, recurso
Algunos aportes publicados desde fines de la década de 1980 hasta la actualidad han subrayado la necesidad de desnaturalizar y no considerar de manera inocente el concepto de biografía. En 1989, Giovanni Levi alertaba sobre la multiplicidad de usos de la misma; años más tarde, Sabina Loriga, a su vez, llamaba la atención de pensar la biografía como problema.9 Hace unos años intenté profundizar estas huellas en el ámbito local con la publicación de un dossier en cuya introducción apunté la necesidad de establecer si al usar el concepto de biografía se hacía referencia a un género, a un método o a un recurso –o a alguna combinación de esas posibilidades–. Considero que esta diferenciación entre género, método y recurso es central, sobre todo, para pensar las relaciones entre la biografía y la disciplina histórica.
En los textos panorámicos referidos anteriormente y en las contribuciones de dos de las compilaciones sobre el tema que motivan estas líneas se superponen o no están subrayadas las distinciones entre la biografía como género, como método y como recurso. Aunque quizás es un tanto esquemática en la enunciación, creo que la distinción puede servir para ordenar los textos reunidos en los libros compilados por Mílada Bazant (14 contribuciones, una introducción y un prólogo de Enrique Krauze), e Isabel Burdiel y Roy Foster (21 artículos y una introducción). En cuanto a la biografía como género o el género biográfico, pueden agruparse, sobre todo, los escritos que consideran la biografía como una forma narrativa. A partir de esta consideración predominante, se puede pensar en dos cuestiones: el mercado, antes mencionado, y las relaciones entre biografía y formas literarias. En el primer sentido reflexionan, por ejemplo, Susana Quintanilla (en Bazant) y Anna Caballé (en Burdiel y Foster)10 que establecen algunas consideraciones sobre la relación entre un mercado ampliado de lectores con sensibilidad por el conocimiento histórico y la biografía. En el segundo sentido, creo que la cuestión de la biografía como género habilita debates sobre las formas narrativas y las relaciones –no siempre amistosas– entre realidad y ficción. De hecho, en gran parte de la producción relevada para escribir este comentario hay llamamientos a los historiadores que devienen biógrafos a que se deben leer más novelas para sensibilizarse, mejorar el estilo, atender a la trama, los personajes y el suspenso, entre otros consejos, para escribir una buena biografía. Este tipo de consideraciones se expresan en contribuciones de Mílada Bazant, Susana Quintanilla, Ana Rosa Suárez Argüello, C. M. Mayo y Celia del Palacio, en la compilación coordinada por la primera.11 Entiendo que estos acentos llevan al ya clásico debate de las relaciones contenido-forma y acentúan el peso de la segunda noción de esta fórmula a la hora de pensar en la eficacia de la narración de una vida.
En cambio, al pensar la biografía como método, si es que existe algo definible como un “método biográfico”, es posible articular las consideraciones sobre las cuestiones biográficas con debates ligados a las posibilidades del conocimiento –me atrevo a decir a cuestiones epistemológicas–. En este punto, creo que la pregunta que se impone es falsamente sencilla: ¿qué y en qué medida se puede conocer por medio del abordaje de una vida? Estos interrogantes sobre qué implica contar una vida y qué nos dice la misma sobre determinadas cuestiones del pasado permiten pensar en la biografía como herramienta de conocimiento y, claro, en sus alcances y sus límites. Aquí se abre otra línea de exploración que centra la atención en las operaciones metodológicas de la biografía y se pregunta si estas son singulares o particulares en relación con las de otras formas de conocimiento histórico. Esta es la perspectiva que ha abierto hace años la microhistoria y que abonan los trabajos de Anaclet Pons, Cristiano Zanetti, James A. Amelang y Birgitte Possing (en Burdiel y Foster);12 y, con tonos menos definidos, los de Carlos Herrejón Peredo y María de Lourdes Alvarado (en Bazant).13
Como tercera modulación, y quizá la más extendida, el concepto de biografía se asocia al recurso o la “excusa”. Es decir, se utilizan perfiles, semblanzas o trayectorias como un medio para explicar procesos históricos o cuestiones más generales, más que como un fin. En los textos compilados en ambos volúmenes, abundan las metáforas que señalan a la biografía como una “ventana” para conocer una época, como un “mirador” para acercarse a un proceso, como una “lupa” para echar luz sobre aspectos del contexto, y afines. Es que, de hecho, se utilizan ampliamente semblanzas biográficas para ilustrar algún aspecto ya asumido como válido, apuntalar las regularidades o las generalizaciones o, en el otro extremo, destacar casos excepcionales y las posibilidades en los márgenes. Los trabajos de Mary Kay Vaughan, Daniela Spencer, Rodrigo Terrazas Valdez (en Bazant)14 y los de John Elliot, Juan Pro y Fernando Molina (en Burdiel y Foster)15 llegan, por distintos caminos, a consideraciones sobre la biografía como recurso para ilustrar o ingresar a una época, por ejemplo.
En suma, aunque las tres modulaciones –género, método y recurso– pueden convivir armónicamente en experiencias de investigación, considero que serían prolíficos los debates sobre estos aspectos. De otro modo, hay una especie de falso consenso respecto de que la biografía es tal o cual cosa –o sirve o no para tal fin– que
descansa sobre definiciones grises. En este punto, es conveniente señalar que en el propio nombre de la red académica que se ocupa de estos temas en Europa, y de la que forman parte los autores de la compilación de Burdiel y Foster, hay un señalamiento en este sentido, ya que se denomina “Teoría y práctica de la biografía”.16 Y es también en la obra colectiva comentada de los miembros de esa red donde se explicita una posición sobre estos aspectos al invertir la noción de “biografía histórica” y hablar, en cambio, de una “historia biográfica”. Esta elección intenta resolver algunas cuestiones metodológicas y narrativas al dejar de usar “biografía” como sustantivo y referirse a “biográfica” como adjetivo. Es decir, la “historia biográfica” se convertiría en una más de las áreas de la historia (política, cultural, social, intelectual, biográfica). Quizás a partir de este rótulo propuesto por Burdiel y Foster –retomando a Loriga–17 se puede abrir un debate. Los editores hacen un llamamiento también de tono optimista al respecto: “preferimos usar el término (propuesto por Sabina Loriga) de historia biográfica, aquella que se guía por una serie suficientemente formulada, pero también suficientemente flexible, de problemas históricos generales y que trata de explicar la singularidad de una vida individual sin someterla por ello a un relato que la trascienda o anule”.
III. Biografía sin problemas/ Biografía-problema
Las nociones que en general se atribuyen al género biográfico y al biógrafo como autor plantean una tensión sugerente para analizar la relación entre lo marginal y lo central dentro de los ámbitos académicos. Es usual, por un lado, encontrar referencias a la biografía como portadora de los atractivos de “lo raro” –en el sentido de lo único y lo particular–. A partir de allí surgen una serie de consideraciones sobre los biógrafos como si estos fueran los únicos capaces de alcanzar ciertos privilegios a la hora de enfrentarse al pasado. Las metáforas son recurrentes en este sentido, se suele señalar que los biógrafos son apasionados, ponen en práctica operaciones detectivescas, son capaces de vestir el traje de médiums, que pueden comprender profundamente las intenciones y las emociones de los biografiados (véase, por ejemplo, la introducción de Bazant a la compilación bajo su responsabilidad). Incluso se sugiere que las biografías generan una experiencia íntima, única, excitante y colmada de sorpresas gratificantes. Algunos de estos rasgos se subrayan y profundizan especialmente cuando entran en escena cuestiones vinculadas con alguna forma de “identificación”, por ejemplo, la suscitada por compartir un género –elocuentes en este sentido son los aportes de Francie Chassen-López, María Teresa Fernández Acevedes (en Bazant),18 y Burdiel, Maarit Leskela-Karky, Roy Foster y Mónica Bolufer (en Burdiel y Foster).19 Se insiste, además, en que al escribir sobre vidas ajenas se activan sensaciones y sentimientos, se viven experiencias transportadoras, se descifran las tramas intrínsecas de lo humano. En consonancia, se usan expresiones ligadas a la aventura, el reto, el desafío, la apuesta y la pasión en el acto de biografiar. En suma, algunas consideraciones parecen sugerir que la experiencia epistemológica o cognitiva que desata una investigación biográfica es un privilegio único. En tensión con este punto se subraya, en ocasiones en los mismos textos, la marginalidad del biógrafo en el mundo académico. Aunque una parte de las consideraciones de la biografía como una operación única encuentra su explicación última en las proposiciones de Dilthey sobre la empatía,20 entiendo que esa tensión entre atributo y estigma puede revelar, en algunos casos, una falta de posición respecto de cómo se considera que el estudio de una vida –o un conjunto de vidas– puede ser una forma de conocimiento o de acceso al pasado. Es decir, quizás, al insistir en el vínculo particular e íntimo que se establece entre biógrafo y biografiado se omite explicitar cuáles son las preguntas que conducen a un tipo de investigación biográfica.
En suma, la tensión entre la marginalidad y el privilegio –que acompasan una larga historia sostenida entre admiradores y detractores de la biografía ejemplarmente reconstruida por Sabina Loriga–21 hace que, de alguna forma, los interesados en los estudios biográficos terminen atrapados en debates para unos pocos en lugar de intervenir de manera decidida en cuestiones más generales ligadas a la producción de saberes.
Hace ya varios años, en 2008, una entrevista a Tulio Halperin Donghi se tituló: “La biografía es la historia sin problemas”.22 Aunque al leer la nota esta aseveración se atempera en la voz del entrevistado –hay al respecto consideraciones vagas y no sentencias contundentes– considero que quien tituló la nota daba en una tecla atendible. Considerar que el principal desafío de los historiadores como biógrafos es atrapar una vida en una cantidad de páginas, o –como ha señalado con lucidez Marguerite Yourcenar–23 conseguir que el biografiado no se escape constantemente del biógrafo no conduce, desde mi perspectiva, al problema central de los estudios biográficos. El mismo ha sido hace ya años apuntado con elocuencia por Arnaldo Momigliano: “la biografía ha adquirido un papel ambiguo en la investigación histórica: puede ser un instrumento de investigación social o puede ser un escape de la investigación social”.24 Esa sentencia ilumina, quizás, el principal reto del biógrafo: decidir si la biografía basta en sí misma como forma de conocer tramas del pasado, o asumir que la biografía debe estar atravesada por problemas para aportar conocimientos sobre el mismo. En última instancia, si el biógrafo es un historiador, las sugerencias de Lucien Febvre mantienen toda su vigencia y advierten –además– sobre las elusivas fronteras que a menudo separan renovaciones de modas: “plantear un problema es, precisamente, el comienzo y el final de toda historia. Sin problemas no hay historia”.25 Considero que sin problemas tampoco hay biografía.
Notas