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Institucionalización partidaria en el justicialismo: la corriente renovadora
MARÍA FERNANDA ARIAS
MARÍA FERNANDA ARIAS
Institucionalización partidaria en el justicialismo: la corriente renovadora
Revista SAAP, vol. 1, no. 3, pp. 489-513, 2004
Sociedad Argentina de Análisis Político
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Resumen: El artículo examina uno de los intentos más importantes para institucionalizar el peronismo en la década del ’80. El peronismo fue siempre un partido carismático cuando Perón estaba vivo. Pero al comienzo de la democratización en los años ’80, un grupo de miembros partidarios provenientes de la rama política, gobernadores y legisladores, organizaron una corriente interna que trató de reformar y democratizar el partido. La nueva organización asumió el poder del partido a fines del año ’87. Prontamente, dos liderazgos aparecieron: el de Antonio Cafiero y el de Carlos Menem. Aunque Menem era más conservador y populista, dos características que los renovadores intentaron cambiar dentro del partido, Menem ganó las elecciones internas en el ’88 y la presidencial en el ’89. Este artículo, entonces, estudia el desarrollo de este grupo y da algunas claves para reconocer los logros y las frustraciones de la renovación.

Palabras Clave: Unstitucionalización, partidos políticos, peronismo, renovación, Menem.

Abstract: The article examines one of the most important attempts to institutionalize Peronism in the ‘80s. Peronism was always a charismatic party when Perón was still alive. But at the onset of democratisation in the ‘80s, a group of party members coming from the political branch, as governors and legislators, developed an internal faction which tried to reform and democratize the party. The new internal organization assumed power in the party at the end of 1987. Soon, two leaderships appeared: one led by Antonio Cafiero and the other one led by Carlos Saúl Menem. Although Menem was more conservative and populist, two characteristics which renovadores intended to remove from the new party elite, Menem won the primaries in 1988 and the Presidential election in 1989. The article, therefore, studies the development of this new group and gives some clues in order to recognize the accomplishments and the frustrations of the renovación.

Key words: Unstitutionalization, political parties, Peronism, renovation, Menem.

Carátula del artículo

Artículo

Institucionalización partidaria en el justicialismo: la corriente renovadora

MARÍA FERNANDA ARIAS
Universidad Argentina de la Empresa, Argentina
Revista SAAP, vol. 1, no. 3, pp. 489-513, 2004
Sociedad Argentina de Análisis Político

Dentro de la amplia literatura surgida en relación al proceso de democratización latinoamericano de la década del ’80 ha cobrado interés el estudio sobre el sistema de partidos y su institucionalización. De acuerdo a Mainwaring y Scully, un sistema está institucionalizado cuando existe estabilidad y competencia entre partidos, éstos poseen raíces estables dentro de la sociedad, aceptan los sistemas legítimos de acceso al poder y son organizaciones partidarias con reglas y estructuras estables.

Dentro de esta categorización, Argentina es un país con un sistema de partidos medianamente institucionalizado. De acuerdo a los autores esto se debe a que los líderes políticos intencionalmente debilitaron las organizaciones partidarias, especialmente en el peronismo (Mainwaring y Scully, 1995). En este sentido, James McGuire considera que el Partido Justicialista (PJ) ha sido históricamente la agrupación política que más ha desdeñado la organización y ha tenido mayor tradición personalista. Desde su creación, sus decisiones giraron alrededor de los deseos de Perón que sólo lo utilizó como la faz legal de su movimiento1.

Ahora bien, sería útil refrescar algunos de los conceptos sobre institucionalización de los cuerpos políticos para definir la situación real del justicialismo en este aspecto. En este sentido, desde una perspectiva sociológica, Broom y Selznick (1971) califican como institucionalizadas aquellas organizaciones que han desarrollado formas y estructuras ordenadas, estables y socialmente integrantes. Entre los procesos institucionalizadores señalan los siguientes: a) la formalización que promueve directa y explícitamente la integración social por medios formales de coordinación y control;

el mantenimiento y conservatismo derivados de la demanda de seguridad y del interés de mucha gente, principalmente de los líderes en la continuada existencia de las instituciones; c) la infusión de valores: cuando un individuo se identifica con una organización o se habitúa a sus métodos o de alguna manera mezcla su personalidad con ella y d) la base y composición social relativamente homogéneas de los miembros de las instituciones2.

Si analizamos al partido peronista, podemos observar que según estos criterios y a lo largo de su historia su debilidad organizativa residió, fundamentalmente, en la carencia de una fuerte formalización por la ausencia de reglas que rigieran su actuar independientemente de las decisiones del líder y sobre todo, como señala McGuire, la de la infusión de valores, es decir la conciencia por parte de los dirigentes, afiliados, militantes y simpatizantes de que el partido poseía un valor intrínseco independiente del líder carismático (McGuire, 1997). En efecto, el peronismo como movimiento coloidal compuesto por una masa con homogeneidad de valores y absolutamente aquiescente ante los mandatos del líder ha tenido más valor que el partido formalmente instituido. Esta organización, como buen partido carismático, rehuyó históricamente de una organización formalmente estructurada y defendió la unión más íntima con el jefe con exclusión de los cuerpos partidarios. Esto dio lugar a un partido cuyas autoridades fueron designadas directamente por Perón que cumplía un papel secundario en la formación de dirigentes, organización de campañas, reclutamiento de personas, diseño de propuestas y organizaciones populares.

En lo que a nuestro entender se equivoca McGuire es en considerar que reglas más estrictas y reconocimiento del valor del partido por parte de los afiliados permite una completa democracia interna. Como ha demostrado la literatura clásica en la materia, los partidos políticos como toda organización responden a lo que Robert Michels califica como “la ley de hierro de la oligarquía”. Es decir, ni las elecciones internas ni la abierta afiliación partidaria aseguran la total democratización de los partidos. Antes bien, ellos esencialmente poseen una organización jerarquizada en donde “el círculo interior” -como lo califica Maurice Duverger- toma las decisiones y conducen a los demás miembros partidarios: sean éstos militantes, simpatizantes o electores (Duverger, 1990). Lo que de acuerdo a Duverger asegura la democracia del partido es que sus dirigentes, los miembros de este “círculo interior”, sean representativos ganando la legitimidad de los afiliados.

Desde el punto de vista politológico, Steven Levitsky considera que el peronismo es un partido con un electorado masivo pero poco rutinizado. Quiere decir que no ha efectuado el proceso según el cual las reglas y los procedimientos han sido aceptados y acatados por todos. Esto es real, ya que en los últimos tiempos hemos visto como las resoluciones impuestas por la renovación en los años ’80, sobre todo las elecciones internas, no han sido respetadas en la campaña de 20033. Para Levitsky el hecho de que el partido posea una baja institucionalización le permite imponer modificaciones importantes a la doctrina y a las políticas derivadas de ésta (Levitsky, 2001: 27-56).

Angelo Panebianco nos dice que el personalismo partidario, típico del peronismo, no necesariamente significa carencia de institucionalización. La institucionalización de los partidos se produce cuando la organización política incorpora los valores y los fines de los fundadores del partido. Cuando este proceso ha finalizado, la organización por sí misma es más valorada porque coincide con los fines. En ese sentido, el justicialismo fue efectivo en incorporar los valores y los fines de Perón. Se produjo una insoslayable identificación del partido con sus principios. Lo que en cambio no ocurrió fue que el partido como institución fuera valorado por sí mismo independientemente de su fundador (Panebianco, 1990).

Aunque la tradición peronista ha sido, como mencionamos anteriormente, la de un partido pobremente estructurado y con un valor mucho menor al que se le otorgaba al gran movimiento peronista, la historia más reciente del justicialismo muestra que tras la derrota del año ’83, el justicialismo fue organizándose más estructuralmente gracias a una corriente llamada la renovación peronista. En esos años no sólo se impusieron verdaderos cambios institucionales como las elecciones internas sino que un nuevo “círculo interno” formado por dirigentes políticos profesionales, jóvenes y con ideas innovadoras desplazaron a una dirigencia sindical desprestigiada y políticamente estéril. Como afirma Ana María Mustapic, el partido peronista se convirtió en el Partido Justicialista. O sea, cobró importancia como partido sin su líder carismático y se abrió un nuevo ciclo en el desarrollo de su historia en donde se democratizó (Mustapic, 2002).

Sin embargo, como advierte McGuire, a fines de los años ’80 Carlos Menem hizo resurgir el movimientismo tradicional del peronismo en donde el partido político se halla sujeto a las decisiones de un líder plebiscitario (McGuire, 1995). A este pensamiento se le opone Vicente Palermo cuando sostiene que, por el contrario, el Partido Justicialista, a pesar del poder personalista de Menem, ha mantenido la organización que cobrara en tiempos de la renovación. En otras palabras, la renovación como intento de institucionalizar al justicialismo ha triunfado. Prueba de ello es la marginación que ha sufrido el poder sindical que hasta principios de los años ’80 se había constituido en el principal detentador del poder en el partido peronista. A partir de la renovación, el ala política del partido tomó sus riendas que no abandonó aún en épocas del menemismo (Palermo, 1998)4.

En este trabajo se profundizará en la renovación peronista basándonos en una hipótesis que equidista de los argumentos antes mencionados. La renovación constituyó un serio intento de institucionalización del Partido Justicialista una vez que fue derrotado en las elecciones presidenciales de 1983. Creemos que su institucionalización fue exitosa en la medida que abrió canales para el surgimiento de líderes nuevos representativos que expresaban otras demandas exigidas por los electores peronistas. Coincidimos con Palermo en que la incorporación de metodologías democráticas en la elección de autoridades y candidatos y en la fuente de reclutamiento de dirigentes hizo posible la estructuración del justicialismo como partido “moderno”. Sin embargo, concordamos con McGuire en que una vez que Menem llegó al poder el justicialismo perdió su independencia y pasó a ser un instrumento de los quereres presidenciales.

Como bien afirma McGuire tanto los últimos acontecimientos políticos como el humor de la opinión pública favorecían la institucionalización. Por un lado, la derrota peronista en el ’83 hizo reflexionar a los dirigentes sobre la viabilidad de mantener prácticas políticas antidemocráticas y poco conciliadoras como las que había demostrado tener el PJ. Por otro lado, la opinión pública se había manifestado a favor de la clase política y sobre todo de los partidos políticos como medios donde expresar sus inquietudes (McGuire, 1995: 187).

¿Cuáles fueron las causas por las que esta institucionalización partidaria se frustró? Creemos que la frustración de la renovación debe buscarse en sus orígenes. Nuestra hipótesis es que si bien la renovación logró una “renovación metodológica” al instaurar las elecciones primarias en el partido, con lo cual los candidatos fueron elegidos libremente a través del voto de los afiliados y logró captar dirigentes jóvenes que cambiaron la fisonomía partidaria, en donde las autoridades estaban compuestas por desprestigiados líderes sindicales, la carencia de un genuino cambio doctrinario, las luchas internas para posicionarse en las elecciones presidenciales y la llegada de un líder personalista fueron sus principales escollos. Más tarde, el estilo de gobierno de Menem frustró la profundización en la reorganización del partido.

La historia de la renovación peronista no ocupa un período largo. Podríamos delinear tres etapas importantes: el nacimiento de la renovación, su apogeo y finalmente, su disolución. El primer período se inicia en el año ’84 cuando se convocan las primeras reuniones de los líderes renovadores, su apogeo tiene como punto culminante la gran victoria justicialista en las elecciones legislativas y de gobernadores del año ’87. Finalmente, su debilitamiento comienza con la victoria de Menem en las elecciones internas del año ’88, para disolverse completamente a partir de su llegada al poder en 1989.

Nacimiento de la renovación peronista

La derrota del justicialismo en las elecciones presidenciales del año 1983 fue un traspié difícil de digerir para la dirigencia peronista. Fueron vencidos en elecciones libres por la Unión Cívica Radical, su principal opositor desde que el peronismo surgió en el espectro político. Las principales responsabilidades de la derrota recayeron sobre el ala sindical del partido quienes desarrollaron una campaña atemorizadora para la población.

Como consecuencia de la autocrítica que comenzó a realizarse dentro del partido, una línea interna formada principalmente por gobernadores y senadores de las provincias, jóvenes y viejos políticos marginados de la conducción del partido, y un importante sector de los gremios encuadrados en lo que se dio en llamar los “25”5 comenzaron una lucha intensa y en muchos momentos bastante desesperanzada e incierta para renovar al partido e implantar una nueva metodología política en la elección de autoridades partidarias y candidatos.

Los así llamados renovadores comenzaron su actuar más articuladamente a partir del congreso convocado para elegir nuevas autoridades partidarias en el Teatro Odeón de Buenos Aires en diciembre de 1984. Allí el justicialismo quedó fracturado de hecho. Debido a los incidentes y a la participación de las “bandas” de Herminio Iglesias6, más de la mitad de los congresales se retiró antes de que terminase la elección de las nuevas autoridades partidarias que resultaron ser las mismas que habían perdido las elecciones un año antes. Ante las arbitrariedades sufridas, los congresales disidentes se reunieron en un hotel cercano y tomaron medidas para realizar su propio congreso para la elección de autoridades. Convocado por el gobernador Carlos Juárez de Santiago del Estero, tuvo lugar en los primeros días de febrero de 1985 en la ciudad de Río Hondo (provincia de Santiago del Estero). Aquí se vislumbró por primera vez la heterogeneidad de este grupo renovador, en el que coexistían diferentes estrategias y orientaciones ideológicas: gobernadores provinciales de posiciones fuertemente conservadoras con algunos dirigentes que buscaban la modernización del partido, es decir la adaptación doctrinaria y metodológica del justicialismo al momento presente.

Sin embargo, existía un fuerte consenso en un punto fundamental: la necesaria inclusión de mecanismos para convocar a elecciones internas en la carta orgánica del partido lo cual constituía un paso importante y decisivo en la renovación del PJ. En efecto, a diferencia de otros partidos políticos, el PJ pocas veces había convocado a elecciones internas. Los candidatos eran elegidos directamente por la cúpula partidaria con la aceptación de Perón cuando éste estaba vivo. El cambio de metodología buscaba dar cabida a los nuevos dirigentes a quienes la cúpula sindical y el ala más conservadora del partido postergaba.

Los resultados de este cónclave fueron revolucionarios en dos sentidos. En primer lugar, desconoció a las autoridades partidarias elegidas en el Teatro Odeón por considerarlas no representativas. En segundo lugar, la decisión de reformar la carta orgánica partidaria para incluir una cláusula que determinara el voto directo de los afiliados para elegir candidatos abría carriles de participación popular nunca vistas hasta ese entonces dentro del peronismo.

El entusiasmo con que terminó el congreso de Río Hondo no duró demasiado. En julio de 1985, en Santa Rosa (provincia de La Pampa) parte de los llamados “mariscales de la derrota”, denominación popular con que se designaba a los candidatos políticos que fueron derrotados en el ’83, volvieron a tomar las riendas del peronismo y conformaron un nuevo Consejo Nacional constituido por figuras comprometidas con la derrota del ’83. Esta vuelta a la “ortodoxia” causó desazón en el ala más progresista del peronismo, que en mayor o menor medida dudaba del futuro del PJ y vislumbraba una derrota importante en las elecciones legislativas de noviembre7. Este vaticinio se cumplió y tal como lo habían presagiado los defensores de la renovación, el radicalismo volvió a derrotar por amplio margen al justicialismo en los comicios legislativos del 3 de noviembre de 1985.

Aunque los resultados electorales de noviembre de 1985 fueron negativos para el justicialismo en pleno, resultaron positivos para algunos miembros de la renovación. Los análisis periodísticos posteriores a la elección llegaron a las siguientes conclusiones. Desde el punto de vista de la situación interna del PJ, los perdedores fueron los caudillos provinciales. Por el contrario, se perfilaron los siguientes vencedores: el gobernador de la provincia de La Rioja, Carlos Menem; Antonio Cafiero, prestigioso ex-ministro de Perón y dirigente de la provincia de Buenos Aires y Carlos Grosso, joven dirigente del distrito de la ciudad de Buenos Aires. Menem ganó significativamente en su provincia. Mientras, Cafiero y Grosso, si bien no obtuvieron el triunfo en sus distritos, mejoraron la “performance” del justicialismo. Todos ellos serían los puntales de la renovación que comenzarían a reorganizar el partido con miras a los comicios presidenciales de 1989.

Como corolario del triunfo, en marzo de 1986 la renovación conformó en Parque Norte el Movimiento Renovador Peronista como corriente interna del PJ. Su secretariado lo encabezaban Grosso, Cafiero y Menem. Al poco tiempo, este secretariado mostraría su endeblez debido a las ambiciones presidenciales de dos de sus principales referentes. El intento de proseguir la renovación del partido se vio obstaculizado por la salvaje lucha que se estableció entre Menem y Cafiero. En efecto, tanto Menem como Cafiero, alentados por los buenos resultados electorales de diciembre de 1985 y la consecuente importancia ganada por la corriente renovadora, se lanzaron en carrera hacia la presidencia.

El planteo ideológico

Habíamos mencionado la falta de coherencia doctrinaria como causa del fracaso en la consolidación de la institucionalización partidaria. Al respecto debemos señalar que si bien en esos años se puso en boga las referencias al “pensamiento renovador”, éste nunca fue un cuerpo doctrinario coherente ya que en el grupo primogénito participaban dos tendencias representadas, especialmente, por Cafiero y Menem. Es notorio que los mismos medios defensores de la renovación peronista reconocieron la imposibilidad de sentar los límites ideológicos de esta corriente debido a la diversidad de grupos que coexistían en ella8.

Un primer grupo estaba conformado por la mal llamada ala “socialdemócrata” de la renovación9. Entre ellos figuraban los principales triunfadores de las elecciones legislativas de noviembre de 1985, Antonio Cafiero y Carlos Grosso, a quienes más tarde se agregó De la Sota cuando los primeros rompieron con Menem a fines de 1986. Esta facción tenía intenciones más modernizadoras y proponía la primacía del partido sobre el movimiento. Es decir, intentaba minimizar la influencia de las ramas que conformaban el justicialismo, en especial el movimiento obrero, y convertir a las autoridades partidarias en las únicas decisoras de la actividad política. También, como afirma Chumbita, existía por parte de la renovación una tendencia a valorizar algunas de las recetas neoliberales en boga como la apertura de la economía y las privatizaciones. Por otro lado, hacían expresa mención de su respeto por las instituciones democráticas, de manera no muy diferente a la que expresaba el partido gobernante (Chumbita, 1989). En cierto sentido, habían hecho suyos muchos de los valores adoptados por el alfonsinismo10.

El segundo grupo era liderado por Menem. Si bien su prédica por el voto directo de los afiliados coincidía con el intento cafierista de “democratizar” el partido, se distinguía del ala más modernizadora por preservar muchas tradiciones peronistas para evitar confundirse con el radicalismo. Mientras los representantes del cafierismo, con excepción del mismo Cafiero que se colocaba equidistante, negaban su identidad con Perón ya que consideraban que el apego a su doctrina suponía una suerte de esclerotizamiento y rechazaban al peronismo atado a los mitos11, el menemismo se consideraba heredero de la palabra de Perón, eran el “peronismo peronista” como argumentaban algunos políticos de esta fracción. Es decir, encarnaban al auténtico peronismo, el que no ha dejado de creer en los valores de la justicia social.

En líneas generales, nos animaríamos a afirmar que los dos grupos coincidían en la necesidad del cambio político a fin de sobrevivir en un medio que no les era afín, que rechazaban las actitudes autoritarias y rescataban el valor de las metodologías democráticas. Para ello debían “limpiar” al partido de los elementos causantes de su derrota, personificados en especial por los dirigentes sindicales. Las elecciones internas directas eran el medio más idóneo para sanear al partido y adaptarlo a una nueva cultura política que defendía los mecanismos democráticos de elección de autoridades como uno de sus valores más preciados.

Las diferencias entre los distintos grupos residían fundamentalmente en su concepción del Partido Justicialista. Mientras Cafiero, Grosso y De la Sota pugnaban por cambiar la imagen del peronismo como partido carismático y autoritario para ponerse a tono con nuevos valores vigentes en la sociedad que privilegiaran la libertad política y la competencia entre partidos, figuras como las de Menem y algunos caudillos provinciales temían que estas posiciones fueran en desmedro de la identidad peronista. Estos últimos privilegiaban el contenido populista y personalista del peronismo porque consideraban que sin él no se distinguiría de otras agrupaciones políticas como el propio radicalismo. Por otro lado, si bien defendían la democratización partidaria creían que el electorado peronista era proclive a seguir a líderes personalistas fuertes. Los peronistas respondían a jefes no a instituciones. Sólo la aparición de dirigentes políticos carismáticos podría aglutinar nuevamente al electorado cautivo peronista.

Como conclusión diríamos que la renovación tan efectiva en los métodos no fue acompañada de una reflexión sobre la doctrina partidaria. A pesar de lo que proclamaban sus líderes, los intentos de actualizar los postulados peronistas cayeron en el olvido. Si bien los renovadores lanzaron una declaración de principios en el año ’85, este documento no fue suficientemente divulgado12. Por otro lado, cuando Cafiero y Menem se enfrentaron ninguna de las dos corrientes realizó el esfuerzo de consensuar una doctrina política. Ambos contendientes actuaban como verdaderos “patrones” de las diferentes corrientes partidarias.

A pesar de la carencia de cambio ideológico, se puede afirmar que existió en la renovación una modificación en las formas de reclutamiento de la dirigencia. En efecto, mientras en los comienzos de la democracia el sindicalismo tomó las riendas del partido, constituyéndose en un poder al que se hallaban subordinadas las capas políticas del justicialismo (caudillos provinciales, nuevos dirigentes, viejos funcionarios peronistas), la renovación impuso una modificación estructural ya que los nuevos dirigentes provenían de la clase política. Tanto Cafiero y Menem como sus seguidores, aunque con distinta inclinación ideológica, provenían de un grupo de políticos profesionales, quienes finalmente llegaron a gobernar el justicialismo. Con el advenimiento de la renovación, el peronismo no fue más un “movimiento” en donde representantes de distintas organizaciones societales participaban de las decisiones sino que fueron los políticos los que definirían el andar del partido.

Luchas internas dentro de la renovación

La ambición de los líderes renovadores era tan fuerte que no tardaron en enfrentarse por el manejo del partido. Las elecciones internas en la provincia de Buenos Aires de noviembre de 1986 fueron la primera oportunidad en la que el menemismo y el cafierismo midieron fuerzas en la arena política. Los contendientes se agrupaban en el “Frente Renovador” liderado por Antonio Cafiero y “Federalismo y Liberación” que respondía a Menem. Cafiero se impuso en las ocho secciones electorales de la provincia de Buenos Aires por un 66% contra un 34% de los votos. A partir de este primer enfrentamiento con Cafiero, lejos de dejarse abatir, Menem no sólo se mostró más decidido a luchar por su candidatura presidencial sino también a estrechar lazos con el sector ortodoxo del partido a fin de fortalecer su endeble maquinaria política.

Menem no sólo se inclinaba hacia posiciones más oficialistas, es decir, más acordes con los viejos postulados peronistas y sus figuras, sino que su discurso se tornó más cauteloso, tratando de demostrar su posición equidistante entre ambas corrientes. Ante esta actitud, el cafierismo lanzó sus dardos contra Menem amenazando con expulsarlo de la cúpula de la corriente renovadora, lo cual finalmente se efectivizó en noviembre13.

Como corolario de esta disputa, Cafiero y Grosso formaron una nueva cúpula renovadora en la que incorporaron al dirigente cordobés José De la Sota. Menem, por su lado, reforzó sus lazos con el entonces máximo dirigente del justicialismo, el gobernador catamarqueño Vicente Saadi. Desde ese momento se comenzó a identificar al gobernador riojano con la “ortodoxia”. Sin embargo, su inclinación hacia las autoridades oficiales del partido estaba lejos de ser una relación de sumisión. Menem buscaba desequilibrar el poder ganado por Cafiero y sus huestes aglutinando a dirigentes que provenían del riñón del gobernador catamarqueño, quien hasta el momento era la figura central del peronismo.

A pesar de la impecable victoria del cafierismo en la provincia de Buenos Aires, los resultados de la puja Menem-Cafiero no fueron considerados un fracaso para el menemismo. En efecto, a pesar de su traspié electoral, “Federalismo y Liberación” se expandió por la provincia, sentó sus sólidas bases en algunos municipios importantes y tejió un sistema de alianzas que resultarían muy efectivas en años posteriores14.

Como se puede apreciar hasta aquí, la renovación surgió como consecuencia de la derrota del ’83. Si bien hubo resistencia por parte del ala más conservadora del partido, la buena actuación electoral de los dirigentes renovadores Grosso, Menem y Cafiero mientras el peronismo entero perdía en las elecciones legislativas del ’85, dio inesperado impulso a esta corriente interna. Sin embargo, la renovación de ideas y de proyectos quedó relegada frente al nacimiento de la disputa entre Cafiero y Menem. Ambos parecieron olvidar los deseos de renovar la doctrina para dar paso a una lucha sin cuartel en la que, si bien se debatieron ideas, se privilegiaron las ambiciones personales de ambos contendientes.

Apogeo de la renovación

La victoria del justicialismo en las elecciones legislativas y de gobernadores de setiembre del ’87 se convirtió en el punto culminante del poder renovador. En efecto, el triunfo de Cafiero como gobernador de la provincia de Buenos Aires y el ingreso de militantes renovadores en el Congreso fueron los prolegómenos de la derrota de las autoridades del partido y el lanzamiento de Cafiero para postularse en las internas como candidato presidencial para las elecciones del ’89. El triunfo fue también una bendición para el peronismo entero ya que recobró el lugar que había perdido al iniciarse el proceso de democratización en el país.

Como gobernador de Buenos Aires, Cafiero se dispuso a reclamar el poder formal que, según su criterio, la renovación merecía en la conducción partidaria. El peso estratégico de su provincia lo hacía acreedor ineludible de su liderazgo en el partido. Por otro lado, era necesario que la renovación actuara dentro de la legalidad. En efecto, era evidente que, a pesar de haber ganado numerosos comicios internos organizados y respetados por las autoridades partidarias, la renovación carecía de reconocimiento legal dentro de las organizaciones partidarias en la Argentina.

El reclamo era justo y suficientemente avalado por los triunfos electorales. Sin embargo, las antiguas autoridades no se hicieron a un lado tan rápidamente como pretendía Cafiero y finalmente tuvieron que ser reemplazadas por la fuerza de las bases. Frente a la tardanza por parte de las autoridades del partido en contestar una propuesta renovadora que proponía la convocatoria a elecciones para el próximo mes de diciembre, los renovadores reunidos en Parque Norte decidieron autoconvocar al congreso partidario con la seguridad de que contaban con la mayoría de los congresales nacionales. El Congreso Nacional deliberó a fines de diciembre en el Teatro Bambalinas de la Capital Federal. En esa reunión la amplia mayoría decidió la caducidad del mandato del Consejo Nacional preexistente. Finalmente, las nuevas autoridades del partido encabezadas por Cafiero como presidente y Menem como vicepresidente fueron aclamadas en enero del ’88 en la ciudad de Mar del Plata. A partir de allí tanto Cafiero como Menem se organizaron para pelear las internas por la nominación presidencial que se realizarían a mediados de año.

La presidencia del partido en manos del gobernador de Buenos Aires más la asunción de las principales figuras de la Comisión sindical de los “25” -que respondían al líder bonaerense- en puestos de conducción de la CGT15 le conferían a este último un poder sin parangón al que parecía muy difícil enfrentarse. Cafiero contaba con la maquinaria partidaria justicialista, con lo cual podía convocar a sus similares en las provincias y municipios para movilizarlos a su favor. En segundo lugar, era el representante más visible de una fuerza política a la que después de la derrota del ’83 muchos le habían dictado el acta de defunción y que gracias a las victorias electorales de setiembre de 1987 volvía a presentarse como una alternativa electoral válida.

La situación política de Menem no era demasiado clara al comienzo de la batalla. Aparte de pertenecer a una estirpe de políticos conservadores del interior, mezcla de caudillo y de líder religioso, su intervención en las luchas internas de la provincia de Buenos Aires no había sido satisfactoria. Por el contrario, a pesar de los apoyos tácticos que consiguiera, parecía que sus intentos por debilitar la fortaleza bonaerense de Cafiero habían terminado en el fracaso. Sin embargo, Menem no se intimidó frente a esta gran concentración de autoridad. Tal vez previendo que los votos cafieristas y renovadores eran demasiado volátiles, armó un eficaz sistema de alianzas y gracias a su particular estilo político llegó a desequilibrar el aparentemente indeleble proyecto cafierista. ¿Qué causas cambiaron su suerte a lo largo del año ’88? ¿Qué hizo que el electorado justicialista se inclinara por Menem?

Las internas justicialistas

Consideramos que las causas del triunfo de Menem sobre Cafiero en las internas deben buscarse en los campos simbólico y de la estrategia política. Pero fue el primer factor el causante de la victoria sobre Cafiero. Menem captó la necesidad de personalización de la política que aún seguía vigente en el ánimo del electorado peronista. Menem, se propuso, entonces, como símbolo del caudillo popular. Demostró una gran habilidad en congregar a gente en sus interminables viajes por el país. En su oratoria recurría a las fuentes peronistas recordando permanentemente a los próceres del imaginario peronista. Muy por el contrario, el discurso de Cafiero y sus principales dirigentes era mucho más austero y racionalizado. Hacían pocas referencias al pasado peronista ya que para ellos estas ideas eran históricas y el partido debería “aggiornarse”.

En cuanto a su estrategia política, si bien Menem desplegó y fue el generador de alianzas políticas acertadamente elegidas, creada en base a dirigentes políticos y sindicales que habían quedado marginados dentro de la nueva conformación del PJ, la coalición era muy heterogénea. En efecto, las bases políticas de Menem se caracterizaban especialmente por su diversidad, lo cual sustentaba sospechas muy serias sobre el futuro manejo de su cohorte de seguidores16. En realidad, en su gran mayoría los seguidores menemistas eran dirigentes de segunda línea y algunos ex-cafieristas que habían tenido conflictos con el gobernador de Buenos Aires. Por otro lado, los disímiles aportes de sectores que por su actitud violenta de los años ’70 habían sido marginados por las autoridades partidarias hacían parecer a la coalición menemista como un pandemonio difícil de manejar si su candidato llegaba a ganar.

En las internas del PJ de julio del ’88 votó un poco más del 40 por ciento del padrón total, lo cual significó una importante participación de los afiliados. Los votantes se pronunciaron mayoritariamente por Carlos Menem, cuya coalición y proyecto de gobierno resultaba, cuando menos, bastante desprolijo. De acuerdo a los cómputos finales, Menem derrotó a Cafiero por un margen importante aunque no aplastador (53,95 por ciento versus 46,05 por ciento).

Según Mera Figueroa, exministro del Interior de Menem, la heterogeneidad de las bases menemistas respondía a la necesidad del candidato por contar con apoyos. No podía despreciar ninguno ya que carecía del aparato organizativo de Cafiero. Sin embargo, este elemento no era inquietante ya que el riojano tenía dotes para armonizar aquello que parecía tan disímil (entrevista con Julio Mera Figueroa, septiembre 1995).

A pesar de la heterogeneidad de la coalición menemista, su constante referencia al folklore peronista y su éxito en generar una comunicación emotiva con el electorado justicialista motivaron el triunfo de Menem. Cafiero, a pesar de la base partidaria que lo respaldaba, careció del potencial carismático de su contrincante y equivocó la direccionalidad de su mensaje. Tanto desde los órganos de difusión del sector ortodoxo como lo fue la revista Línea como de las revistas peronistas de los sectores más progresistas la crítica fue la misma: Cafiero, empeñado en captar a las clases medias, sostuvo un discurso parecido al del oficialismo radical. Acentuó el carácter burocrático del partido sin convocar con un proyecto renovado a las bases justicialistas17.

El resultado de las internas de julio llevó a la corriente renovadora pausadamente hacia su fin. Los intentos por mantener el espíritu renovador fueron decayendo y muchos de sus dirigentes pasaron a enrolar las filas menemistas.

La declinación de la renovación

La victoria de Menem sobre Cafiero fue tan sorpresiva para los líderes de la renovación que les fue difícil digerir la frustración al ver cómo se alejaban sus anhelos de victoria en las elecciones presidenciales. Atrás habían quedado sus intentos de concertar políticas comunes con el alfonsinismo en caso de un triunfo de la fórmula Cafiero-De la Sota. A su vez los menemistas tenían sentimientos encontrados. La victoria los llenaba de orgullo. Sin embargo, ¿era posible una campaña presidencial exitosa si la renovación mantenía el dominio de la maquinaria partidaria y continuaban las buenas relaciones de Cafiero con los miembros del “establishment” nacional? La respuesta era dudosa, por lo cual la primera estrategia de Menem fue convocar a todos los dirigentes partidarios a un proyecto común. Como primer medida, entonces, concordó con Cafiero que se conformaran listas únicas entre los dos para las próximas elecciones internas que decidirían las otras candidaturas.

Para Carlos Menem era imperativo que la campaña presidencial se mantuviera dentro de un orden de paz interna. En primer lugar, era conciente que sólo un clima de unión podía mantener la estabilidad interna del partido. En segundo lugar, el justicialismo debía presentarse ante la opinión pública como un partido que renacía con un nuevo perfil democrático y pacífico. Aunque en su gran mayoría estuvieren comandadas por elementos cafieristas, las listas de unidad eran una vía excelente para mantener la disciplina de los dirigentes. De hecho, fueron exitosas en todos los distritos en que se presentaron.

Ahora bien, los renovadores continuaban teniendo poder en los distritos. En efecto, en las elecciones internas que tuvieron lugar a fin de año para determinar las candidaturas de otros cargos, las listas de unidad fueron encabezadas por dirigentes renovadores y en aquellos casos en que los menemistas iban divididos de los renovadores, éstos últimos vencieron sobre los primeros. Los renovadores, concientes del poder que todavía poseían, trataron de afianzarse tomando distintas actitudes. Algunos como Carlos Grosso y el mendocino José Luis Manzano veían más redituable su incorporación a las filas menemistas. Otros como Cafiero y De la Sota trataban de “enjabonar” el camino de Menem hacia la presidencia. Veremos cómo las actitudes de los dos primeros fueron más exitosas que la de los dos segundos por lo cual la línea renovadora llegó pronto a su fin.

Tanto Manzano como Grosso eran reconocidos como dirigentes muy influyentes dentro de los ámbitos políticos y económicos de la Capital, por lo cual los componentes de la fórmula justicialista alentaron la entrada de estos políticos renovadores en el entorno de Menem. Mientras De la Sota intentaba, sin éxito, mantener la existencia de la corriente renovadora, Cafiero trató de condicionar al gobierno de Menem siendo, junto con otros renovadores, el principal artífice de la plataforma partidaria lanzada en febrero del ’89 en Mar del Plata. En efecto, si bien el documento surgió del consenso de ambas corrientes, su ideología era básicamente renovadora. Esto es, hacía hincapié en la democratización del partido y, entre otras cosas, ponía énfasis en limitar el poder militar como forma de restaurar el sistema democrático y aplicar ciertos conceptos nuevos referentes a la reestructuración del Estado y la política económica.

En realidad, a lo largo de la campaña el discurso y el pensamiento inicial de Menem con respecto a la deuda externa y a las Fuerzas Armadas comenzó a coincidir con las propuestas renovadoras. Sin embargo, no estaba dispuesto a darle ningún crédito a Cafiero. A pesar de haber destacado la forma brillante en que el mandatario bonaerense había expuesto los lineamientos de la plataforma, consideraba que esta era un documento “flexible” y que podía modificarse en razón de las circunstancias políticas futuras18.

En suma, entusiasmados por el triunfo en las elecciones internas para las candidaturas a cargos electivos y para renovación de cargos partidarios posteriores a la de julio, los líderes de la renovación procuraron en forma personal, más que grupal, posicionarse de la mejor manera posible dentro del nuevo rumbo que había tomado el peronismo. Algunos astutamente se integraron a las filas del menemismo con el apoyo de Menem y la corriente más progresista del menemismo. Otros, en cambio, trataron de cercenar su poder de diferentes formas.

En cuanto a los principios renovadores que coincidían con el pensamiento del radicalismo en algunos aspectos políticos y económicos, la renovación logró crear una plataforma coincidente con sus ideales aperturistas en lo económico e institucionales en política. A pesar de que Menem consideró que estos principios eran flexibles, es sintomático que poco a poco en su discurso electoral y luego en su presidencia los fuera tomando como propios. Inclusive, sus políticas gubernamentales fueron más allá de los postulados renovadores. Vicente Palermo también ha señalado la similitud entre algunos de los postulados renovadores con el programa de gobierno de Menem. Creemos, sin embargo, que el viraje en su política no sólo fue producto de los excafieristas que pasaron a las filas de Menem, especialmente de los técnicos, sino también de la influencia de grupos extrapartidarios y de los empresarios. En efecto, así como Menem se hacía aconsejar por asesores económicos extrapartidarios como Domingo Cavallo también se acercaba a influyentes monopolios económicos como Bunge y Born. Ellos disentían de los clásicos postulados económicos justicialistas y bregaban por una apertura a los mercados internacionales y un acercamiento a los organismos económicos internacionales.

El Partido Justicialista en la era menemista

El futuro del Partido Justicialista como agrupación política institucionalizada en la que los afiliados pudieran presentar sus demandas y en la cual se ejercitaran nuevos dirigentes con capacidad de mando quedó en el olvido. Paulatinamente, al tiempo que Menem daba un viraje significativo a su política de gobierno, el PJ se fue debilitando y pasó a convertirse en un apéndice del gobierno. Las líneas internas de oposición o bien fueron acalladas para siempre19 o se automarginaron para formar otro partido político como fue el caso del FREPASO (Frente del País Solidario). En esta sección analizaremos cómo se desarrolló esta política de desmembramiento y sumisión del partido al liderazgo de Menem.

Es bien sabido que una vez llegado al poder, el presidente Menem realizó un importante cambio en lo que tradicionalmente habían sido las políticas de gobierno peronistas. Se desarrollaron importantes privatizaciones que echaron por la borda al intervencionismo estatal en parte iniciado durante los gobiernos peronistas. Por otro lado, el tradicional distribucionismo fue sustituido por políticas de ajuste que si bien hicieron desaparecer paulatinamente las altas tasas de inflación produjeron efectos sociales no deseables como el aumento de la desocupación, importantes bajas en los salarios reales y aumento en los índices de pobreza.

Estas políticas denominadas neoliberales, que por otro lado no se diferenciaban de las aplicadas en otros países latinoamericanos, fueron acompañadas de un cambio en el estilo del presidente. En efecto, el líder populista fue reemplazado por un cuidadoso gobernante que prefirió abandonar los mítines populares y los viajes en “menemóvil”20 dejándolos para etapas preelectorales y decidió cortejar a los factores de poder económico. Conocedor de la importancia que habían tenido los grupos empresarios en la caída de Alfonsín, prefirió contar con su apoyo demostrándoles que iba a gobernar para el pueblo pero sin molestar a los intereses económicos.

Es sintomático, como primer dato, la conformación del primer gabinete menemista en 1989. Si bien un número muy significativo de los funcionarios más altos del gobierno, es decir, ministros, secretarios y subsecretarios de Estado, provenía del justicialismo (73 por ciento), la relación con Menem era un elemento de mayor peso para ocupar cargos altos que la pertenencia al Partido Justicialista. De todo el gabinete un 44 por ciento provenía del riñón del menemismo ya que lo habían acompañado desde las internas o con anterioridad y del 56 por ciento restante, sólo un cuarto de ellos pertenecían al cafierismo, los demás o bien eran extrapartidarios o representantes del MIN (Movimiento de Integración Nacional) que formó parte de la coalición con la que el justicialismo se presentó a las elecciones.

Por otro lado, las carteras más importantes como Economía y Relaciones Exteriores fueron ocupadas por extrapartidarios (Miguel Roig y Domingo Cavallo, respectivamente) y de los cargos analizados, sólo seis eran ocupados por miembros del Consejo Nacional Justicialista, el cuerpo colegiado más importante del partido, y de ellos dos representaban a La Rioja, o sea que respondían más a Menem que al justicialismo (McGuire, 1995: 242). Es decir que si bien la mayoría de los miembros eran peronistas, la integración de los dirigentes partidarios era muy escasa.

Las actitudes de Menem frente al partido fueron diversas. Si bien terminó ignorándolo y utilizándolo para su propio beneficio tras su asunción como presidente del mismo en agosto del ’90, comenzó enfrentado a muchos de sus miembros que criticaban sus políticas tan alejadas del peronismo clásico. Más aún se podría decir que constituyó a los críticos del justicialismo en su enemigo número uno. Tanto es así que a diferencia de Perón para quién la oligarquía era el enemigo de los intereses de la Nación, Menem creó otro adversario: sus opositores en el partido.

No bien llegó al poder fuertes críticas comenzaron a efectuarse dentro del Partido Justicialista. Algunos de sus órganos de prensa consideraban que Menem se alejaba de las promesas electorales aplicando medidas económicas que contrastaban significativamente con las banderas de la justicia social peronista. Por otro lado, la elección de representantes de la élite económica en su gabinete parecía que traicionaba sus orígenes populistas21.

El Presidente combatió en sucesivas oportunidades el discurso de sus compañeros peronistas llamándolos retardatarios y anacrónicos. Debe notarse que estas críticas no sólo iban dirigidas a sus antiguos seguidores que veían con sorpresa como su líder carismático se desdecía de sus promesas electorales sino también al mismo partido peronista dirigido por el pope de la ya sepultada renovación, Antonio Cafiero. En efecto, aún para los renovadores que habían coqueteado con formulaciones económicas liberales la fuerte mutación de las políticas de Menem eran vistas con suspicacia.

Con respecto a los órganos partidarios, Menem les hacía ver que él era un dirigente independiente del partido. Consideraba que había sido elegido sin aparatos, sin pactos secretos, sin compromisos y sin trenzas22. Por otro lado, consideraba que el peronismo nunca había sido una secta, una expresión “partidocrática” sino un gran movimiento nacional.

Menem utilizaba el vocablo “partidocracia” para dar al sistema de partidos una connotación negativa. Si bien no acusaba directamente al sistema de partidos sino a sus deformaciones, prefería considerar al justicialismo como un movimiento abierto a diferentes propuestas y que defendía el interés nacional. Es indudable que estos dardos iban dirigidos contra las autoridades partidarias del momento, es decir, Cafiero y quienes desde las internas defendieron la postura renovadora de convertir al PJ en un partido con estructuras comparables a las del radicalismo. Menem se oponía así a la dominación del partido y a la injerencia del mismo en el terreno de la política gubernamental.

Como respuesta a estos embates contra el partido institucionalizado, un grupo de ocho parlamentarios que se oponían sistemáticamente a las nuevas políticas económicas y que fueron calificados por Menem como “los de la vereda de enfrente” se alejaron del PJ para formar un partido independiente con claros signos progresistas. Por su parte, Cafiero derrotado en su intento por modificar la constitución de la provincia de Buenos Aires para poder ser elegido nuevamente gobernador, renunció a la presidencia del partido en agosto del ’90. Allí, entonces, asumió Menem la presidencia por poco tiempo ya que luego incorporó en ese cargo a su hermano, el senador Eduardo Menem.

Como conclusión, Menem llegó a conseguir la candidatura presidencial sin ataduras con la estructura partidaria. Sin embargo, no se vengó de los dirigentes. En su campaña se propuso captar a individuos renovadores con apoyo electoral y peso político mientras dejaba de lado al que fuera su opositor en las internas, el presidente del partido Antonio Cafiero. De esa manera, trataba de independizarse del PJ para tener más libertad de acción en el diseño de la campaña y la concreción de alianzas extrapartidarias. Una vez llegado al poder, impuso otra vez su estilo personal al invitar a técnicos y figuras de otros partidos a formar parte de su gabinete. Por otro lado, las políticas que comenzaron a realizarse a partir de su asunción contrastaban no sólo con las promesas electorales sino también con la tradicional doctrina peronista.

La fórmula amigo-enemigo que es una faz esencial en la política estaba compuesta por un lado, por los amigos: los dueños del poder económico y por otro, los enemigos: los dirigentes del partido, llámense éstos sindicalistas, renovadores u ortodoxos. Los dirigentes partidarios fueron criticados severamente por Menem cuando no adscribían a sus políticas. Mientras tanto, el Presidente repetía hasta el cansancio su prescindencia con respecto a la organización partidaria. Finalmente, al año de haber asumido el poder, también se hizo cargo del partido. Poco a poco, éste perdió independencia y se convirtió en un mero instrumento suyo dedicado a cooperar en el diseño de las campañas electorales.

Conclusiones

El intento de institucionalizar al Partido Justicialista por la vía de la renovación fue muy efímero si tenemos en cuenta que comenzó en el año 1984 tras la reunión de PJ en el Teatro Odeón y finalizó cuando el presidente Menem volvió a tomar las riendas del partido con el alejamiento de Cafiero como presidente en el año ’90. Como formulamos al comienzo, las causas de este intento fallido de institucionalización partidaria pueden buscarse en la carencia de un acuerdo ideológico o doctrinario, en las luchas internas dentro de la renovación y en la aparición de un líder personalista. Hemos descripto cómo se produjo la ausencia de una discusión doctrinaria, también nos referimos a la lucha que se entabló dentro de la corriente renovadora. En efecto, tanto Cafiero como Menem fueron igualmente responsables de dilatar la discusión sobre la modernización doctrinaria y estructural del partido al entablar una lucha política inmediata. Esta capturó toda la capacidad de los dirigentes políticos que dejaron de lado la necesaria discusión de convenir en puntos doctrinarios comunes. En realidad, ambos contendientes vieron a la renovación como plataforma de lanzamiento de sus anhelos presidenciales más que como proyecto de modernizar el partido.

Por otro lado, la aparición de un nuevo líder personalista al frente del partido está relacionado con otro fenómeno: el tradicional elemento carismático del peronismo. De acuerdo a la clásica tipología de Max Weber y Robert Michels, un partido carismático está caracterizado por la presencia de un líder personalista, una élite partidaria poco desarrollada que son más secuaces del líder que dirigentes independientes y la carencia de un desarrollo doctrinal (Weber, 1996: 229; Michels, 1969).

El peronismo tuvo estas características desde sus comienzos. Perón fue el líder indiscutido que contaba con un dominio carismático comparable al de otros líderes de su época. Sus dirigentes eran elegidos más en base a su acercamiento al jefe que a sus talentos personales. Sin embargo, en los comienzos, el desarrollo doctrinal fue más explícito que tiempos más tarde. Las tres banderas justicialistas: la justicia social, la independencia económica y la soberanía política tenían sentido en una época en la que por primera vez grandes masas de obreros tanto de la vieja guardia como migrantes internos, antiguos peones rurales, se convertían en grupos de opinión pública dispuestos a participar políticamente de una nueva Argentina que los protegía con leyes sociales ajustadas a sus necesidades.

Las características del partido fueron modificándose con el tiempo. Si bien continuó siendo un movimiento populista en el cual estaban representados los distintos sectores de la sociedad que comulgaban con el ideal peronista, Perón se mantuvo como líder indiscutido y la doctrina fue modificándose y adaptándose a las circunstancias del momento. En los ’60 y ’70, por ejemplo, se mimetizó en parte con las prédicas sociales del izquierdismo latinoamericano que luchaba en favor de la liberación nacional. A comienzos de los ’80 y ante la desaparición del líder, los dirigentes sindicales dieron la tónica al justicialismo y no hubo reales cambios doctrinales.

Más tarde, la renovación logró ciertos cambios que, como afirma Palermo, el menemismo reafirmaría. Si bien no llegó a formular ideas claras, trató de asimilar las enseñanzas del modelo doctrinario alfonsinista: defensa de la libertad y la tolerancia política y de las vías democráticas para dirimir los conflictos políticos, democratización en las estructuras partidarias, apertura hacia los capitales extranjeros y conciencia de la reforma del Estado. En segundo lugar, la renovación dio cabida a dirigentes jóvenes, mejor formados profesionalmente, que los antiguos dirigentes sindicales o caudillos provinciales quienes carecían de educación especializada. Esto cabe tanto para los cafieristas como Grosso, De la Sota, Manzano y algunos técnicos asimilados como Cavallo, Guadagni, Solá, etc., como para el menemismo donde descollaban Eduardo Bauzá, Raúl Granillo Ocampo y Eduardo Menem. Como corolario de ello, el movimiento se transformó en un ámbito más partidario. En especial, el sindicalismo perdió su poder de antaño en el justicialismo así como también su capacidad de movilización.

Sin embargo, junto con McGuire consideramos que el menemismo paralizó la necesaria institucionalización partidaria. La nueva estructura partidaria, si bien con más características de partido que de movimiento dio paso otra vez a una autoridad personalista que le quitó independencia de acción. Es decir que el partido poco a poco dejó de ser una vía de canalización de las demandas populares y de formación de cuadros dirigentes preparados para el acceso a cargos oficiales. Los candidatos fueron elegidos, otra vez, a dedo por Menem quien desdeñó la trayectoria partidaria para quedarse o bien con técnicos extrapartidarios o bien con personalidades no políticas pero con buena imagen mediática como los fueron el cantante “Palito Ortega”, el corredor Carlos Reutemann y el deportista Daniel Scioli.

La dependencia del justicialismo con respecto a la figura de Menem podía haber preocupado a sus partidarios. Históricamente, como también ocurrió con el fallecimiento de Perón en los años ’70, este tipo de partidos carismáticos o clientelísticos suele debilitarse ante la ausencia del “patrón”. Asimismo, la posibilidad de una disolución de un partido político, después de las divisiones producidas en la campaña electoral del año 2003, podría haber perjudicado el avance de la consolidación democrática en un país que históricamente fue tan inestable. La división o debilitamiento de las fuerzas políticas sumada a la despolitización y descreimiento de la opinión pública con respecto a las instituciones y cuadros dirigentes podría haber conducido al camino de la anomia social y de la indiferencia cívica. Tal resultado hubiera cercenado, a su vez, la estabilidad institucional de la Nación.

La derrota de una fórmula justicialista no-carismática como la de Duhalde-Ortega que fue elegida sin la bendición de Menem podría considerarse una prueba de que el justicialismo no triunfa con personalidades poco fuertes y sin “appeal” emocional. En cambio, el estilo del actual presidente Néstor Kirchner, personalista, atrevido, con gran poder de decisión demostró que la característica caudillista del presidente peronista continúa siendo un lugar común. La aparición de nuevas figuras en el ámbito partidario puede estar dando cabida a la necesaria “circulación de élites”23 que el justicialismo necesita para revigorizarse y convertirse en un actor confiable dentro del sistema de partidos argentino.

Supplementary material
Bibliografía
Broom, Leonard; y Philip, Selznick (1971). Sociología, México, Continental.
Chumbita, Hugo (1989). El enigma peronista, Buenos Aires, Puntosur.
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Medrano, José María (2000). “Instituciones, política y gobernabilidad”, en Revista Colección, Año VI, Nº 9, Buenos Aires.
Michels, Robert (1969). Introducción a la Sociología, Buenos Aires, Paidós.
Panebianco, Angelo (1990). Modelos de partido, Madrid, Alianza.
Podetti, Mariana; María Elena, Qués; y Cecilia, Sagol (1988). La palabra acorralada. La constitución discursiva del peronismo renovador, Buenos Aires, FUCADE.
Wainfeld, Mario; Héctor, González; y Arturo, Armada (1986). Historia, contexto político y perspectivas de la renovación peronista, Mimeografiado, 27 de junio.
Weber, Max (1996). Economía y Sociedad, México D.F., FCE.
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