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Nacionalismo: persistencia y metamorfosis
CARLOS FLORIA
CARLOS FLORIA
Nacionalismo: persistencia y metamorfosis
Revista SAAP, vol. 1, no. 3, pp. 590-600, 2004
Sociedad Argentina de Análisis Político
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Nacionalismo: persistencia y metamorfosis

CARLOS FLORIA
Universidad de Buenos Aires, Argentina
Revista SAAP, vol. 1, no. 3, pp. 590-600, 2004
Sociedad Argentina de Análisis Político

Isaiah Berlin supo expresar la persistencia del fenómeno nacionalista de esta manera: “no es que el nacionalismo retorne: es que nunca se fue...”. El nacionalismo, en la floresta política, se comporta como una rama doblada que se arquea hasta un límite sin quebrarse y vuelve en un chasquido doloroso, pensaba Berlin, para quien creía haberla desarraigado para siempre.

Potencia pasional, ¿pobreza conceptual?

Metáforas aparte, la persistencia y metamorfosis del nacionalismo es cuestión permanente. Así como es improbable una explicación política de las crisis de legitimidad de la Argentina contemporánea sin incorporar el nacionalismo como cuestión, la implosión del imperio soviético se manifiesta en la “gloria de las naciones”1, es impensable la comprensión de los regímenes de Oriente sin tener en cuenta el nacionalismo y la politización religiosa, y es inquietante la derivación de la “república imperial”2 norteamericana en una suerte de nacionalismo imperial en la concepción hasta ahora dominante en el entorno del presidente Bush y sus intelectuales neoconservadores preferidos.

Si se atiende a lo que sostenían Aron, Bertrand de Jouvenel, Malraux -en el mundo intelectual francés del siglo pasado- o de un Pierre-André Taguieff en el actual3 así como Stanley Hoffman (1998) o Joseph S. Nye Jr. entre otros varios y significativos4 en el mundo académico occidental, desde hace por lo menos dos siglos la política mundial se organiza, desorganiza y reorganiza con alguna forma de presencia militante de formas de nacionalismo, de pasiones y razones nacionalistas, aunque exprese un fenómeno paradojal: el nacionalismo es una formación ideológica muy “desideologizada”, y salvo autores de derechas e izquierdas ilustradas, es pobre en temas y en argumentos ideológicos. Potencia pasional, relativa pobreza conceptual si se lo compara con la variedad y riqueza de las doctrinas liberales, socialistas, libertarias e incluso tradicionalistas que circulan desde el siglo XIX.

La cuestión del nacionalismo es ciertamente espinosa. Su complejidad fue advertida por los padres fundadores de los estudios que, nos parece, estuvieron ausentes en ese siglo, pues no hubo un Tocqueville para el nacionalismo antiliberal que reaccionaría contra los nacionalistas liberales de la modernidad5.

Las tres primeras olas del nacionalismo se encuentran históricamente identificadas: a) el nacionalismo “burgués”, cultural y político, en la época de la construcción de los estados-nación modernos, nacionalismo liberal entre nuestros Sarmiento, Alberdi, Roca, Pellegrini; b) el nacionalismo xenófobo que impregna las pasiones de la primera y segunda guerra mundial, o guerras civiles europeas, y c) el nacionalismo de liberación, antiimperialista y anticolonialista, nacionalismo de importación e imitación, ligado a los procesos de descolonización, y fuertemente “etnicisado”.

Una cuarta ola llega en estos tiempos, con intensidad diferente, a casi todas las playas del mundo. Se la describe como un conjunto de reacciones identitarias contra los efectos “desestructurantes” de la globalización, como efectos suscitados por las asimetrías del mercado planetario que Stanley Hoffmann describiera con el sugerente título “the clash of globalizations”, en alusión crítica a la influyente y polémica obra de Samuel Huntington sobre la “crisis de las civilizaciones”.

Demonización postnacional del nacionalismo (¿y de la nación?)

La denuncia del “peligro nacionalista”, como fenómeno reaccionario, contiene semillas de verdad. Pero también de idealizaciones de lo postnacional hasta convertirlas en prédicas “antinacionistas”, léase: contra la nación. Si se atiende a ensayistas mediáticos como Mario Vargas Llosa puesto a crítico político, o al senador italiano Giafranco Miglio -teórico de la Liga Lombarda (ahora del Norte)-, la sola democracia progresiva es la democracia de mercado y “la nación no debe ser reconocida”; ni siquiera un nacionalismo “regional”. Razonamientos pasionales aplicados al provecho de utopías separatistas que explotan las objetivas debilidades del Estado nacional contemporáneo. Pero necesitadas de reflexión crítica, porque esas utopías no suelen tener la cuota de desencanto que recomienda Claudio Magris (2003) para evitar la lógica totalitaria que desencadenan las utopías de los militantes “puros”. En suma: sucede en varias situaciones nacionales y regionales -téngase presente la crisis de la ex Yugoslavia, o la prédica secesionista de la ETA contra España, entre otros casos- que el tema postnacional evoca una fuga hacia adelante, la fragmentación indefinida de lo macronacional hacia microestados. Y en casos como la guerrilla vasca, evoca una lógica de exclusión totalitaria, una racialización del nacionalismo a la postre, traducida en régimen político concreto, totalitaria.

Esos desplazamientos, como se advierte y es preciso decirlo, no garantizan que los derechos humanos, que los derechos de las personas concretas, sean mejor guardados. No sólo hay mentalidades proclives a esa lógica de la exclusión, y una cierta “racionalidad de la violencia extrema”6, sino consecuencias inevitablemente perversas del cruzamiento entre nacionalismo y racismo. Como advierte Taguieff, la categorización racista de los individuos es una de esas consecuencias: asimilables y no asimilables. El grupo elegido como “portador de humanidad” y de pureza racial y política impide la asimilación del otro. La racialización del nacionalismo excluye en principio la solución prenacionalista de la segregación, por lo que no hay lugar en el espacio nacional para el señalado. En rigor, la racialización del nacionalismo sólo autoriza la alternativa de la expulsión y de la exterminación. De donde el nacionalismo racializado selecciona, reduce, radicaliza y expulsa toda forma de moderación. Y ciega totalmente la dimensión universalista que el nacionalismo liberal había propuesto.

Ambigüedades del nacionalismo y cautelas históricas

El nacionalismo, los nacionalismos y sus metamorfosis como encarnaciones de valores y de normas, denuncian ambigüedades. Ideología de ruptura liberadora, es también legitimación de la permanencia de élites de poder que lo invocan, apelación a la preservación belicosa de una identidad que se quiere sustancial. Pasiones de esperanza, de temor, de desesperanza, según los casos, los tiempos, las situaciones.

En un libro excitante y raro7 escribe un antropólogo serbio (Colovic,1998), ferviente futbolero, examinando las pasiones nacionalistas del (excelente) fútbol yugoslavo. Tiene por averiguado que la identidad nacional yugoeslava, según sondeos confiables, se expresa para la mayoría en tres “entidades”: la Academia de Ciencias, la revista Politika, y el equipo de Estrella Roja. Se propone emplear sus habilidades de científico social en la comprensión del fenómeno Estrella Roja. Cada domingo registra cánticos y comportamientos de las “barras bravas”, cuyo modelo, su objeto de admiración son los hooligans. Cánticos impresionantes -que transcribe- prometen la “eliminación” de la barra enemiga -enemiga absoluta-. Esas barras bravas, frente a las cuales los hooligans parecen moderados ejecutivos enardecidos, serían a la postre “militarizadas”, como vanguardias del ejército serbio en las limpiezas étnicas...

El neonacionalismo del Este europeo es a su vez una movilización instrumental que invoca la necesidad de llegar al establecimiento post-totalitario de “la democracia”. Pero padece una suerte de dialéctica negativa por la cual la celebración de un “nuevo” nacionalismo convive con la precariedad notoria de una cultura política para la democracia.

En fin, la dimensión de liberación nacional pierde su estatuto de mediación: el movimiento nacional que invoca la democracia, se ensimisma en un movimiento de “elitismo populista”, que procura legitimarse como nacional- populismo.

Derivación antinómica que no nos ocupa en estas notas impresionistas: el antiracismo se identifica con el antinacionalismo. El antinacionalismo provee una fuente de crítica hiperpluralista del principio de asimilación. Y en nombre de ese extremo, el estímulo hacia el multiculturalismo, fenómeno contemporáneo aparentemente atractivo a los neoliberales, pero al cabo negador del verdadero pluralismo democrático. El pluralismo tiene una de sus traducciones sociales en el melting pot, en la “sopa nacional” de la unidad en la diversidad. El multiculturalismo, en términos norteamericanos, evoca el salad bowl, el plato que apenas contiene, sin mezclarse, sabores culturales eventualmente divergentes, y pluralidad (no pluralismo) centrífuga.

¿Factor de cohesión o factor de dominación?

Una última cuestión en este mapa ideológico tentativo que es hoja de ruta del nacionalismo moderno y contemporáneo. Es preciso forjar un ars combinatoria entre el análisis político y la historia para capturar al nacionalismo en una teoría. Los trabajos teorizadores han sido difíciles y los escritos analíticos sobre el tema plantean problemas numerosos de los que da cuenta una literatura abundante, con frecuencia casi inalcanzable para una lectura siempre actualizada8.

¿Qué papel juega el nacionalismo y dónde se juega en su caso? ¿Es la consecuencia de evoluciones estructurales o de estrategia de actores privilegiados? El “nacionalismo de los nacionalistas”, en la expresión consagrada por Raoul Girardet, ¿es un conjunto monolítico o se trata de opciones que coexisten en un mismo período, en una misma colectividad, complementándose o, incluso, enfrentándose? ¿Hay una “moral” del nacionalismo? Y en ese caso, ¿cómo interpretarla9?

Hay algunas lecciones importantes si se procuran ordenar ciertas teorías relevantes del nacionalismo expuestas por autores clásicos, modernos o contemporáneos. El nacionalismo como resultante estructural tiene clásicos como Ernst Gellner, para quien el nacionalismo evoca una lógica de homogeneización cultural; Karl W. Deutsch, la comunicación social; Miroslav Hroch, la emancipación de la sociedad o Eric Hobsbawm, el reciclaje identitario.

Como recurso estratégico de actores lo tratan Anthony Smith con énfasis en los intelectuales y la etnicidad; Louis Dumont, en la interacción cultural y su bloqueo como fermento del nacionalismo; John Breuilly como una lógica de reivindicación política, o de legitimación, en Guy Hermet.

Pero hay una comprobación que atraviesa varias de esas teorías, porque los énfasis señalados no las incomunican: el nacionalismo actúa en algunos casos como factor de cohesión y en otros como factor de dominación.

La experiencia indica que a veces es emblema de integración: justifica posiciones en la lucha por el poder, y será luego emblema de dominación desde el ejercicio del poder logrado, que se invoca como un medio para forjar o reforzar una solidaridad activa entre los miembros de la colectividad, y que luego se actúa como instrumento de dominación social o política o arma utilizada por los dominados con objetivos emancipadores.

Ejercicio frecuente de dopieza -como dirían los italianos-, se practicó en los años ’70 en la lucha por la sucesión peronista entre el general Perón y Montoneros, así como en torno de la decisión de guerra por las Malvinas, en la que una causa nacional fue invocada para movilizar apoyos en pos de una eventual victoria energizante para un régimen militar en agonía.

En el escenario internacional ese doble discurso con eje en el nacionalismo tiene resonancias en casi todas las regiones del mundo, desarrollado o subdesarrollado, con democracias sólidas o precarias, en países y regiones de inmigración -especialmente- o en regiones con expectativas de autonomía o secesión. En situaciones de dependencia y en situaciones imperiales...

No sólo el nacionalismo sirve a la dopieza. La lectura de la historia revela que valores como el “federalismo” fueron proclamados o manipulados, según los casos. El historiador Enrique Barba publicó parte de la correspondencia entre Facundo Quiroga, López y Juan Manuel de Rosas poniendo en evidencia que Quiroga era unitario por sentimiento y federal “porque era la bandera de los pueblos”, según escribía a Rosas, quien no creía necesario revelar que él era un caudillo “federal”, pero de Buenos Aires, y por lo tanto actor estratégico con capacidad de dominación nacional reduciendo el poder a la unidad...

No es una experiencia clausurada. Siempre hay nuevos reaccionarios, derechistas o izquierdistas (por espíritu de sistema, por sectarismo que suele no habitar izquierdas y derechas en cuanto tales). Breve y cara lección.

Supplementary material
Referencias
Colovic, Ivan (1998). “Le football, les hooligans et la guerre”, en Popov, Nebojsa (Sous la direction de), Radiographie d’un nationalisme. Les racines serbes du conflit yougoslave, París, Editorial De L’Atelier.
Magris, Claudio (2003) Utopía y desencanto. Historias, esperanzas e ilusiones de la modernidad, Barcelona, Anagrama.
McKim, Robert; y Jeff, McMahan (comps.) (2003). La Moral del Nacionalismo. 2 volúmenes, Barcelona, Gedisa (Oxford University Press, 1997).
Nye, Joseph S. Jr. (2003). The Paradox of American Power, Oxford, Oxford University Press.
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