Dossier
El presente dossier se propone pensar la cuestión de la espiritualidad como una categoría social emergente que desborda los límites del campo socio-religioso y articula con diversas dimensiones de la vida cotidiana. De acuerdo a los datos de la Segunda Encuesta Nacional sobre Creencias y Actitudes Religiosas en Argentina (Mallimaci et al., 2019) realizada por el CEIL, la creencia en “la energía” -noción central para el universo de las espiritualidades- presentó un 76% de adherencia en el año 2019, marcando más de 10 puntos de crecimiento en relación con el relevamiento realizado en 2008. A su vez, la espiritualidad se presenta como una categoría instalada en revistas, periódicos, portales de internet, redes sociales y en el lenguaje del sentido común. Este proceso de expansión se expresa en la posibilidad de identificar al fenómeno en cada vez más espacios de la vida personal y pública.
Ante estas mudanzas sociológicamente relevantes es posible preguntarse ¿qué nuevas formas toma la espiritualidad en el escenario contemporáneo? ¿qué sentidos y prácticas propias de esta corriente alcanzan áreas que en principio concebimos como separadas o distantes?
Los artículos aquí reunidos abordan la presencia de prácticas y sensibilidades Nueva Era (Amaral, 2003) en distintos planos de la vida social y cotidiana. Teniendo en cuenta que se trata de expresiones que implican particulares articulaciones con ciertos estilos de vida, la convocatoria se articuló alrededor de trabajos que, desde metodologías cualitativas, abordaran las intersecciones entre la cosmovisión de la espiritualidad Nueva Era y otros fenómenos sociales, como el uso de redes sociales y la experiencia de la virtualidad (De la Torre y Campechano, 2013; Gracia 2019), las representaciones del espacio y de lo doméstico (Funes, 2021), las prácticas turísticas y de patrimonialización (Flores y Cáceres, 2019; Faccio, 2020) y la gestión del cuerpo y de la salud (Abdala, 2021; Toniol, 2019).
La categoría Nueva Era ha recibido numerosas críticas, tanto en el ámbito académico como en el de las personas que desarrollan prácticas espirituales, debido a la connotación estigmatizante y peyorativa que el término adquirió luego de la década de 1980 (Carozzi, 1995). Sin embargo, consideramos pertinente recuperar este concepto en términos analíticos, ya que engloba disciplinas que no solo poseen determinadas características comunes en cuanto a su cosmología, sino que además presentan ciertas continuidades en las prácticas y circuitos que frecuentan sus protagonistas. En ese sentido, la Nueva Era fue definida como una gramática (Amaral, 1999), un marco interpretativo (Carozzi, 2000), una lingua franca (Teisenhoffer, 2008) y una matriz de sentido (De la Torre, 2013). Junto a esto, se la ha pensado como una búsqueda de nuevos paradigmas que promueven relaciones holísticas entre cuerpo y naturaleza, y entre transformaciones interiores (Guerriero et al. 2016) y la modificación utópica del mundo (De la Torre y Gutiérrez Zúñiga, 2013; Magnani 1999). Estas espiritualidades, también llamadas “spiritualities of life” (Heelas, 2008: 2), presentarían un carácter abierto y holístico que prioriza la experiencia personal, el conocimiento y el desarrollo del self. La noción de espiritualidad es central para la constitución de la Nueva Era, ya que promueve un replanteo del ser desde una transformación subjetiva e intersubjetiva de la experiencia humana en su relación con lo sagrado (Gracia, 2020: 87).
Dentro del contexto nacional, en sus trabajos pioneros sobre la espiritualidad Nueva Era, María Julia Carozzi (2000) la entendió como consecuencia de la consolidación de un circuito alternativo en la ciudad de Buenos Aires: un agregado de prácticas y sistemas de conocimiento de corte espiritual que apuntan a generar experiencias promotoras del bienestar en sus participantes, pudiendo tratarse de talleres grupales, seminarios de corta duración o consultas individuales, que en algunos casos se orientan a la recuperación del equilibrio emocional, psíquico y físico, y en otros están destinados a profundizar en el conocimiento de sí mismo y el mundo (Funes, 2018; Semán, 2005; Semán y Viotti, 2015). Dichas prácticas se encuentran mayormente extendidas en los grandes centros urbanos y, como ya mencionamos, permean múltiples áreas de la vida cotidiana de sus practicantes impactando en sus estilos de vida. Además, muchas de ellas se desarrollan en espacios que proponen formas alternativas de cuidar y mantener el cuerpo saludable junto a maneras no hegemónicas de lidiar con la enfermedad, el dolor y el malestar emocional por medio de distintas terapias alternativas (Bordes y Saizar, 2014). Investigaciones recientes mostraron la penetración de este tipo de terapias en el ámbito de la salud pública y el desarrollo de distintos tipos de articulación con la biomedicina (Saizar y Bordes, 2019).
Como marco del dossier, hemos tomado como punto de partida la caracterización de “la nueva era de la nueva era” (Semán y Viotti, 2015), según la cual la Nueva Era sale del dominio de lo privado y entra en el dominio de lo público. En este devenir, advertimos también la instalación creciente de este lenguaje en sectores populares dentro del escenario nacional (Gracia, 2021). Dicha expansión se asocia a la difusión de ciertos ítems en la industria cultural, como libros, programas de radio y televisión (Semán y Battaglia 2012, Battaglia 2015), a su articulación con corrientes pedagógicas (Funes, 2018a), prácticas económicas (Funes, 2016, 2018b; Funes y Nachón Ramírez, 2021) y políticas (Viotti y Funes, 2015; Felitti, 2021), así como el consumo de algunas estéticas comercializadas en supermercados y casas de decoración. Junto a esto, consideramos que la presencia sostenida y creciente de prácticas y personas que promueven esta clase de espiritualidad en redes sociales como Instagram o YouTube es un factor relevante para comprender sus nuevos alcances y su rol en la construcción de identidades colectivas y comunidades. En relación con lo anterior, en el nivel nacional, contribuciones como las de Viotti (2011), Funes (2021) y Gracia (2021) colaboraron en develar los procesos de socialización de los lenguajes y prácticas espirituales así como los vínculos sociales en los cuales el universo de la espiritualidad Nueva Era ineludiblemente se apoya, en el marco de configuraciones de clase. Estos modos de socialización espiritual son parte de las inquietudes que se despliegan en este dossier, con el objetivo de reconocer las tramas de sociabilidad a partir de las cuales los actores entran efectivamente en contacto con prácticas y disciplinas espirituales que, en muchos casos, adoptan como propias y llevan a otros ámbitos de sus vidas cotidianas.
A partir de la lectura conjunta de estos artículos, nos interesa realizar una reflexión acerca de los puntos de convergencia y de divergencia que la espiritualidad Nueva Era presenta con otros fenómenos sociales. Identificamos, entonces, elementos homogéneos y heterogéneos entre los distintos casos para poder dar cuenta de la composición de “zonas” dentro de la corriente Nueva Era y poder reconocer las maneras en que se componen esos diálogos o rupturas. Asimismo, nos interesa incorporar ciertas reflexiones teóricas-metodológicas que emergieron del intercambio entre investigadores e investigadoras de diferentes subdisciplinas y áreas de especialización de las ciencias sociales. Por ejemplo, los aportes de Marcos Giop, que parten de la geografía cultural, nos advirtieron sobre la potencia de una mirada que problematiza la espacialidad como vía de acercamiento al fenómeno espiritual. En su caso, el turismo espiritual se presenta como una actividad que parece desafiar las categorizaciones y fronteras entre los consumos recreativos o de ocio, las terapias con énfasis en la introspección y el vínculo con lo sagrado.
Por su parte, Florencia Blanco Esmoris toma el marco de los estudios sobre vida cotidiana para desarrollar lo que define como una “historia de casa”, en la que el habitar, lejos de tratarse de una actividad meramente mundana, se encuentra teñido de profundos sentidos espirituales que se articulan con las problemáticas específicas de los ciclos vitales y las relaciones familiares. La reorganización, la limpieza y el orden, junto a las apreciaciones respecto a la condición y gestión de los aspectos edilicios de la casa familiar, parecen exteriorizar materialmente procesos internos orientados a la recuperación del bienestar, que se ven ligados a su vez a estas formas de vivir e intervenir el lugar que se habita.
Nemesia Hijós y Daniel Alvaro toman recursos del feminismo crítico y de los estudios sobre management y el diseño de vida para desplegar el análisis de un curso virtual dedicado a la mejora de sí y al empoderamiento espiritual de las mujeres dirigido por la actriz e influencer Dignity “Calu” Rivero. Las narrativas del yo que se ponen en juego dentro del derrotero marcado por “Peregrinas 5.0” y las formas propuestas de gestión del malestar y cambios de vida llevan a los autores a concluir que este dispositivo -señalado como parte de los feminismos neoliberales- supone una respuesta individualista y parcial a las condiciones desiguales que enfrentan las mujeres dentro del sistema patriarcal. Si bien este tipo de lecturas han sido cuestionadas en varias oportunidades por analistas dedicadas específicamente a la cuestión de la espiritualidad o la religión en vinculación con el género (Felitti, 2019; Mahmood, 2011) su heterodoxia nos habla de un nuevo diálogo entre subcampos disciplinarios que no encontraban puntos de contacto en el pasado.
Cecilia Bastos toma un tema más visitado en el campo de los estudios Nueva Era: la práctica del yoga y sus implicancias en relación con la corporalidad y la subjetividad; no obstante lleva este tema de estudio al campo de las plataformas virtuales, aportando una perspectiva novedosa y relevante. Poniendo en juego nuevas destrezas, en esta indagación -que se entronca con su investigación doctoral- la autora reconoce los modos en los que los cursos, publicaciones, “lives” y consejos de vida para la mejora de la práctica y la construcción de un nuevo estilo de vida ponen su énfasis en la subjetividad de sus protagonistas. En estas publicaciones se ordenan como ejes principales una noción holística e integrada entre mente y cuerpo, así como también la búsqueda de bienestar y paz interior en un contexto pandémico considerado particularmente agitado y angustiante. Es así que se proponen modelos ideales de cómo debería ser y comportarse un yogui. La práctica de técnicas de introspección sumada a la incorporación de normas y comportamientos marcados por la aceptación y renuncia serían los elementos habilitantes a la construcción de una identidad diferencial. Sin embargo, la autora nos advierte sobre una condición particularmente interesante: el viraje hacia un nuevo estilo de vida caracterizado por ciertos cuidados del cuerpo, la alimentación vegetariana, la meditación y la práctica del yoga no implica, para estos sujetos, una modificación en su adscripción religiosa previa, sino que se trata de prácticas flexibles que coexisten con marcos cosmológicos anteriores, enfatizando fuertemente sus aristas interiores y subjetivas.
Por su parte Johana Kunin hace foco en las tensiones entre las cosmologías de actores con orígenes sociales y modos de vida diferentes. En este caso, la espiritualidad Nueva Era aparece como parte de los saberes de quienes diseñan y ejecutan políticas públicas de salud y empleo. La forma en que estas políticas definen y proponen gestionar el cuerpo y el trabajo entran en tensión con las percepciones y prácticas de las mujeres beneficiarias de estas políticas. A partir de un trabajo de campo llevado a cabo en un pueblo rural de la pampa húmeda, la autora analiza la recepción de dos programas estatales marcados por una lógica y un lenguaje cercanos a las nuevas espiritualidades. En primer lugar, talleres vivenciales dedicados al parto respetado y la crianza, y en segundo lugar, un programa orientado a la implementación de huertas domiciliarias agroecológicas. En ambos casos, las destinatarias de los programas parecen no ajustarse a las expectativas de sus propulsoras y coordinadoras, ya sea porque muestran desinterés o porque resultan, desde sus miradas, “malas receptoras” de las mencionadas políticas. En contextos donde la self-talk y la expresión de las emociones resultan extrañas, o donde la sacralización de la naturaleza -ya sea en relación a la maternidad o al cultivo de la tierra- no se expresa en los mismos términos que entre las clases medias ilustradas, los sentidos y prácticas movilizados por estos programas encuentran dificultades para calar exitosamente en las trayectorias de las mujeres habitantes de zonas rurales a quienes pretenden convocar.
Estos artículos nos permiten situar la presencia de cosmovisiones y prácticas espirituales Nueva Era en distintos contextos espaciales y dimensiones de la vida social. Los artículos de Giop y Kunin dan cuenta de la penetración del lenguaje de la Nueva Era en pequeñas localidades. En el primer caso, a través de una oferta turística que se articula discursiva y prácticamente con este tipo de espiritualidades en una localidad serrana de la provincia de Córdoba. En el segundo caso, nos encontramos con la influencia de la cosmología Nueva Era en el diseño de políticas públicas orientadas a la gestión del cuerpo y la generación de empleo de mujeres de un distrito rural de la pampa húmeda argentina. Ambos casos coinciden en procesos de sacralización de la “naturaleza” y de los saberes de comunidades originarias o locales.
Por otra parte, el trabajo de Florencia Blanco Esmoris se sitúa en un contexto suburbano y metropolitano, en el que la espiritualidad se inmiscuye en el habitar y, particularmente, en la forma en que se llevan adelante tareas de cuidado específicas de un momento del ciclo vital de las mujeres: el del “nido vacío”. La autora muestra cómo, en un contexto en el que las mujeres asumen la responsabilidad de gestionar los objetos materiales dejados atrás por los hijos luego de su emancipación del hogar de origen, la incorporación de un lenguaje espiritual oficia, en términos weberianos, como una sociodicea que ofrece una compensación simbólica a esta carga de trabajo doméstico.
Por último, los trabajos de Cecilia Bastos, Nemesia Hijós y Daniel Álvaro nos sitúan en el mundo digital. En estos casos, la espiritualidad emerge de la mano de la gestión del cuerpo y de la salud en un contexto de inestabilidad y de multiplicación de los desafíos para la salud mental y física durante períodos de confinamiento promovidos como respuesta a la pandemia del COVID-19.
Al mismo tiempo, estos trabajos nos recuerdan que, lejos de insertarse fácil y homogéneamente en cualquier ámbito de lo social, la gramática espiritualizada encuentra límites (Frigerio, 2013) y rechazos. En ocasiones, como muestra Viotti (2015) da lugar a controversias y conflictos, especialmente cuando la espiritualidad penetra en el ámbito clásicamente denominado “público” y en actividades promovidas desde el Estado: charlas sobre espiritualidad en el Ministerio de Ciencia y Técnica, meditaciones en las escuelas públicas y talleres de astrología en organizaciones políticas.
Los actores que protagonizan todos los artículos se acercan e incorporan un lenguaje, técnicas u objetos espiritualmente marcados como parte de procesos más amplios de gestión del cuerpo, la salud y el bienestar subjetivo. Las situaciones de riesgo y crisis, tanto a nivel estructural como individual, emergen de estos análisis como contextos particularmente relevantes para movilizar el interés y el contacto por este tipo de espiritualidad. En ese sentido, distintos trabajos muestran la centralidad del lenguaje Nueva Era en procesos que son descriptos en términos nativos como de transformación y desarrollo personal. El lenguaje del bienestar y del crecimiento personal convive con una noción holista de la subjetividad que entiende que la transformación interior provoca transformaciones a nivel social y trascendental.
Los artículos dan cuenta, además, de distintas formas de integración entre las sensibilidades espirituales y las experiencias de clase. Florencia Blanco Esmoris ilustra la articulación de la espiritualidad Nueva Era con experiencias del habitar características de un sector de las clases medias de la Región Metropolitana de Buenos Aires. El caso expuesto por Giop nos muestra la construcción de redes de sociabilidad entre turistas, una población neorrural y comunidades originarias a partir de una sensibilidad e intereses comunes. Por su parte, el trabajo de Nemesia Hijós y Daniel Alvaro expresa una nueva arista de la presencia de cosmovisiones espirituales en los feminismos contemporáneos dentro de un sector de mujeres económicamente privilegiadas. En este caso, es posible observar la formación de redes de sociabilidad alrededor de un tipo específico de activismo de género.
Referencias
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