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A PROPÓSITO DEL IMPULSO IGUALITARIO EN LA SOCIABILIDAD POLÍTICA DE ARGENTINA 1
Trabajo y sociedad, vol. 26, no. 44, pp. 165-172, 2025
Universidad Nacional de Santiago del Estero. Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales. Instituto de Estudios para el desarrollo Social (INDES)

PERSPECTIVAS ANALÍTICAS: TIEMPOS, IDENTIDADES, HISTORIA


En el 40 aniversario de la SAAP

Para ir poniendo en contexto lo que les voy a decir permítanme primero que les cuente una anécdota personal. Los años de la dictadura los pasé fuera del país. Pero en 1979 volví por unos meses. Ya en mi viaje de regreso a Inglaterra decidí hacerlo pasando por México, donde muchos de mis amigos estaban allí exiliados. El avión que me llevaba hizo una breve escala técnica de rutina en Lima y el comandante nos pidió que descendiéramos, para retomar el viaje en 30 minutos. Me dirigí entonces con los demás pasajeros al aeropuerto. Allí me acerqué al mostrador de un bar y pedí un café. Me sirvieron el café, tomé el café, pagué el café y luego caminé hacia el avión pero a los pocos pasos me detuve un instante bajo el impacto de la breve interacción en el bar. ¿Qué impacto? Es que quién me había servido el café no me había mirado a los ojos en ningún momento. Para mí era toda una sorpresa. Estaba frente a un mundo cultural al que no estaba acostumbrado ya que aquí en Buenos Aires quienes están abajo miran directamente a los ojos a quienes están arriba.

He ahí el gesto que condensa, como ha destacado el historiador Oscar Terán, la marca registrada de la Argentina al ser comparada con otros países de América Latina, esto es, el igualitarismo, esa actitud que tienen los argentinos de ser y sentirse iguales. Mirar a los ojos es un síntoma de la falta de la deferencia entre los de abajo y los de arriba. Una sociedad levantada sobre la deferencia - sigo aquí a J.G. Pocock- es una sociedad en la que hay una elite y una no-elite y en la cual la no- elite considera, con frecuencia sin resentimiento alguno, a la elite como teniendo un status superior ; es decir, el miembro de la no- elite rinde deferencia a sus superiores porque toma a su status superior como parte del orden natural de las cosas. En consecuencia, acepta su liderazgo sobre cuestiones políticas y morales como algo normal.

En estas condiciones, se espera que la actitud deferente se exprese en forma espontánea y que no tenga necesidad de que ser impuesta por la fuerza. Años de socialización dentro de una tradición que asigna a cada cual un lugar en un orden de jerarquías convierten a la deferencia en la manifestación de una desigualdad consentida. Más concretamente, la deferencia es el producto de una libertad condicionada ya que implica la aceptación voluntaria del liderazgo de la elite por parte de personas que no son parte de ella.

Ahora bien, cuando echamos un vistazo a la historia social y política de Argentina, como el que haré enseguida, una constatación se impone: Argentina no fue una sociedad propicia para que arraigara en ella la deferencia y que esta llegara a convertirse en una matriz de la psicología social de los argentinos.

Para justificar esta afirmación leeré a continuación varias postales históricas que me han sido provistas generosamente por el historiador Fernando Rocchi. Abarcan los años de Argentina entre fines del siglo 19 y comienzos del 20. Quedará para otra oportunidad explorar los años previos.

“En medio de una cálida noche de veraneo de 1869 José María Rojas, ex secretario del Tesoro, se levantó para abrir la puerta de su vieja mansión en la ciudad de Buenos Aires a su mucama de origen vasco. Ella regresaba de un baile al cual la había llevado en un carruaje otro vasco, un próspero zapatero remendón. También la había agasajado con una moneda de oro de regalo.

“¿Cómo se puede pretender que barra y lave los platos después de eso” se quejaba don José en una carta a un amigo, y concluía “las consecuencias del baile ya resultan evidentes!”. (José Moya, “Primos y Extranjeros” 2004 ,p.217) “¿Dónde están los viejos criados fieles que entreví en los primeros años en la casa de mis padres? ¿Dónde están aquellos esclavos emancipados que nos trataban como pequeños príncipes ? El movimiento de las ideas, la influencia de las ciudades ha hecho cambiar todo eso. Hoy nos sirve un sirviente europeo que nos roba, que se viste mejor que nosotros y que recuerda su calidad de hombre libre. En las provincias del interior, sobre todo en las campañas, quedan aún rastros vigorosos de la vieja vida patriarcal de antaño (Miguel Cané “Prosa ligera”, 1903, p.71)

Un chileno de visita en Mendoza en 1890 destacó, observando a la gente en la calle comiendo helados, “que le chocaba esa familiaridad, llena de hábitos tan distantes a los nuestros; esa familiaridad que conduce a la nivelación de todas las clases sociales”. Y remata su comentario al llegar a Buenos Aires y dice: “Aquí el servicio es todavía peor. Los criados, casi sin excepción, son italianos o españoles y todos son altaneros y descomedidos. Lo que hacen lo ejecutan de mala gana, con cierto aire displicente y provocador. Es preciso tener paciencia en los primeros días e ir acostumbrándose a soportar la indiferencia o el descaro de estos señores” (Abraham Koening “A través de la República Argentina ”, 1890, p. 67)

Manuel Chueco, un empresario industrial, observó caminando por las calles de Buenos Aires,

“No se ven obreros sin camisa planchada, sin corbata, y muy contado es aquel que no lleva reloj; también es común ver a las jóvenes operarias de las fábricas, como a las cocineras y mucamas de las casas de familia, calzadas con zapatos de charol. (Manuel Chueco, La República Argentina en su Primer Centenario, 1910, Vol.II, pp.659-61.)

En la década de 1880 un viajero inglés opinó que la movilidad social era la clave que explicaba la falta de diferencias entre las clases sociales al presentarse en sociedad y señaló: “Los casos en los que se sube en la escalera social son tan familiares que “Padre Pulpero, Hijo Caballero”, es un dicho común. Como las clases bajas, en costumbres y vestimenta son tan superiores a sus similares en Inglaterra, esto no sorprende. La posición elevada acoge con facilidad a los recién llegados.” (Ernest White “Cameos Front the Silver Land “, 1881, Vol. I, pg. 165)

Federico Rahola, visitante español, destacó que “Uno de los rasgos más salientes de Buenos Aires es que no se advierte gente mal trajeada en las calles. Los obreros no usan la indumentaria típica que los hace resaltar en las calles de nuestras ciudades, no usan ni las blusas ni las gorras que se ven en Barcelona y Paris”. (F.Rahola, “Sangre Nueva , “ 1905, p.83)

Julio Costa, Diputado, llegó a decir en 1914 que “No puede haber aquí lucha de clases porque no hay clases. Y la prueba de que no hay clases es que en las calles no hay blusas ni siquiera levitas, no hay más que sacos. El saco es el símbolo de la sociedad moderna y americana, en contraposición a la sociedad europea, más hierática y escalonada” (Citado en Darío Cantón”,”El Parlamento argentino en épocas de cambio”,1964 p.166)

Además de estas postales panorámicas hay otras que nos proponen un perfil más personal de los inmigrantes de la época.

Un visitante italiano, Edmundo D´Amicis, luego de recorrer las colonias agrícolas italianas de Santa Fe en 1885: “Yo ya no reconocía en ellos a los campesinos piamonteses. Es una transformación sorprendente la que se ha producido. Las ropas, los rostros siguen siendo las de aquellos pero todo el resto ha cambiado. Los rostros mismos tienen un no sé qué de más abiertos y más simpáticos. Los modos eran más sueltos y más cordiales. Parecía que la envoltura que los tenía comprimidos se hubiese roto y se hubieran desarrollado mejor sus facultades y su ánimo.

Allí en Santa Fe,(…) como habitantes de una región que prácticamente habían creado ellos mismos no parecían tener ninguna clase social encima de ellos. En cambio, en Italia, sentían sobre sus espaldas todo el peso jerárquico de la antigua sociedad”. ( citado en Ezequiel Gallo,”La Pampa Gringa”,2004 p.225)

También Sarmiento ya había resaltado la reconversión psicológica que se operaba en los inmigrantes que llegaban a Buenos Aires. “Se los ve desembarcar, atravesando en silencio las calles, casi siempre por el medio. Pero al poco tiempo se opera una transformación del emigrante encorvado al llegar, vestido de labriego o peor, porque se vuelve un hombre que siente su valor y abraza luego su condición de extranjero como un título y una dignidad”. (D.F.Sarmiento, “La condición del extranjero en América” edición 1953, p.112)

De allí que hayamos conocido un punto de vista que contrasta fuertemente con el lamento de un Miguel Cané que citamos al principio. De lo debemos a Martin Tow, un hombre de negocios norteamericano, que llegó a Buenos Aires a montar una empresa. Llegó sin expectativas especiales pues, como escribió en sus memorias “Al salir de Rio de Janeiro creía dirigirme a otra ciudad latina, donde las costumbres y las gentes se parecieran. Pero ¡Qué sorpresa! La capital argentina le habría de deparar varias sorpresas. La primera fue el encuentro con “el vigilante de la esquina de Florida y Corrientes, a quién me dirigí para preguntarle dónde estaba la Avenida de Mayo. El me miró, y respondió con el tono brusco del póliceman neoyorquino-irlandés , muy lejos, pues, de la humildad benevolente del negrito estacionado en la Avenida Rio Branco en

Rio de Janeiro.” El asombro de Tow fue suficiente para que tomara una decisión: “Ya está, se dijo a si mismo, estoy enamorado de Buenos Aires!”. (La Nación, 30 mayo 1932)

Partiendo de la trayectoria social que nos ofrecen estas postales históricas demos un paso más. Y digamos que la alta movilidad social que caracterizó a gran parte de la sociedad argentina a partir de finales del siglo 19 influyó sobre la mentalidad de la población. Gino Germani sostuvo al respecto: “Solamente aquellos que no conocen el clima social y moral que acompaña a las sociedades verdaderamente cerradas, como muchas en América Latina, puede desconocer el impacto de la movilidad social. La Argentina que emergió a partir de ella fue una sociedad con una fuerte mentalidad igualitaria, cualesquiera que fuesen las diferencias de la población en cuanto ingresos, educación y otras dimensiones de la estratificación. Fue una sociedad en las que las actitudes estuvieron muy influidas por una experiencia cristalizada a lo largo de muchas décadas en las que “todo era posible” y que el camino del éxito estaba abierto para quién lo buscara”.

Delineado así, a grandes rasgos, el paisaje de una sociedad móvil e incorporadora es preciso hacer dos precisiones. La primera: esta fue más visible en las provincias donde residían los principales núcleos de la población y eran el epicentro de la modernización económica del país; fuera de ellas la persistencia de un orden jerárquico fue mayor. La segunda: esa modalidad más horizontal en el trato social coexistió con un prejuicio hacia la población nativa de origen criollo.

A propósito de la mentalidad de la población José Moya, en su excelente estudio sobre la inmigración española, destacó “El mito de “Mendigo a millonario” o de “ Changador a Banquero”, que fuera ridiculizado en la época y visto como un mecanismo de control social, formó parte de la visión del mundo de los inmigrantes y sus familias. Como sucede con la mayoría de los mitos pudo prosperar porque tenía algunas evidencias en su favor”. Si bien se puede discutir a la distancia cuán amplias y efectivas eran esas evidencias, lo cierto es que muchos fueron los inmigrantes que las tomaron en serio y confiaron en que su futuro iba a ser mejor para ellos y sus hijos. Esa confianza tuvo la virtud de alargar sus horizontes temporales y contribuyó a que sobrellevaran los altibajos de la vida. Con un efecto adicional sobre los comportamientos colectivos: despejó la vía al impulso igualitario que movilizó a sucesivas generaciones, desafiando a las jerarquías y sus privilegios allí adonde estos existieran.

Con relación a lo que estamos diciendo, el historiador Fernando Devoto en un texto muy esclarecedor trajo a colación a la visión de Juan Agustín Garcia, el titular de la primer cátedra de Sociología radicada en la Facultad de Derecho. En un escrito de 1922 Juan Agustín Garcia vinculó ese cuestionamiento de las jerarquías, según sus palabras, con “el triunfo del viejo aforismo criollo que late en el fondo del alma popular: “Aquí Naides es más que Naides.”

Para explorar el impacto de ese viejo aforismo criollo voy a evocar brevemente un capítulo de la historia del balneario de Mar del Plata sobre la que he escrito un libro junto a la historiadora Elisa Pastoriza. Construido hacia 1890 para servir de solar veraniego a la alta sociedad porteña, el balneario se convirtió muy pronto en una aspiración de los prósperos sectores medios. Y hacia allí comenzaron a afluir, trastocando la escenografía del veraneo marplatense. Ya en 1917 el corresponsal de un diario porteño escribía “En otros años, cuando Mar del Plata era el centro de unas pocas familias adineradas la presencia de una persona que no formara parte de ese núcleo llamaba la atención. Ahora la situación ha cambiado, y llega a aquí todo el que tiene deseo de hacerlo y se encuentra a gusto, sin llamar la atención”. La creciente visibilidad de los nuevos veraneantes introdujo un motivo de preocupación: que Mar del Plata se democratizara. Las voces de alarma se hicieron oír muy temprano y tanto más cuando hacia 1928 los comerciantes y los hoteleros de Mar del Plata lanzaron una campaña con un slogan audaz “Por la democratización del balneario”.

La campaña de propaganda potenció el flujo de nuevos veraneantes. Que los tiempos estaban cambiando lo certificó un artículo publicado en 1928 en el que leemos: “Hace algunos años si a cualquiera se le hubiese ocurrido hablar del gran balneario argentino como lugar de fraternización democrática, donde se confunden las clases sin molestarse, se lo habría calificado de tonto. Entonces era idea admitida que Mar del Plata era como una perla ofrecida por el Atlántico a los aristócratas y magnates. Hoy semejante afirmación seria sencillamente absurda.

Mar del Plata es el balneario de todos, del potentado y también del empleado”.

Podría discutirse la justeza de ese diagnóstico, pero sería un ejercicio fútil ya que sus efectos eran reales desde la óptica del alto mundo social. Porque fue por entonces que varias familias de ese alto mundo social comenzaron a abandonar en favor de los nuevos veraneantes la Playa Bristol, el sitio tradicional de la vida elegante del balneario, e iniciaron el éxodo hacia el sur, hacia

Plaza Grande. La comisión formada por los hoteleros y comerciantes pudo proclamar así “Mar del Plata ha cambiado y se está poniendo a tono con las prácticas democráticas que deben ser la norma de nuestras costumbres.” No traicionaríamos el espíritu de ese veredicto si lo re escribiéramos para señalar que Mar del Plata se estaba poniendo a tono con el viejo aforismo criollo “Naides es Más que Naides.”

Durante los años cuarenta y cincuenta la escasa vigencia de un orden jerárquico que era tan típica de Argentina ya no fue el mero resultado de un proceso social. Con el peronismo en el gobierno cambiaron fuertemente los patrones de comportamiento social y político y lo hicieron por obra de un proyecto político que instaló un nuevo marco cultural de lo era pensable y lo que era exigible en las relaciones entre estratos sociales. Después del 17 de octubre de 1945 desapareció en gran medida el tributo de sumisión, aquello que antes denominamos la deferencia, que los de abajo deben rendir a los que están arriba en la escala social.

Varias fueron las esferas de la experiencia colectiva en las que tuvo lugar esa gran mutación social. De todas ellas quiero traer a un primer plano a una, las relaciones de los trabajadores en el ámbito de las relaciones de autoridad dentro de las empresas. Y lo voy a hacer a través del lente de Gino Germani que supo identificar cuánto de novedad había en esa experiencia. En un texto escrito en 1956 comentando los años peronistas Germani sostuvo que “los trabajadores que apoyaban la dictadura, lejos de sentirse despojados de la libertad, estaban convencidos que la habían conquistado. Claro que aquí con la misma palabra nos estamos refiriendo a dos cosas distintas. La libertad que habían perdido era una libertad que nunca habían realmente poseído: la libertad política a ejercer en el plano de la alta política, una libertad lejana y abstracta. La libertad que creían haber ganado era la libertad concreta e inmediata de afirmar sus derechos contra capataces y patrones, elegir delegados, ganar pleitos en los tribunales laborales. Todo esto fue sentido por el obrero como una afirmación de la dignidad personal” Y al respecto, Germani recuerda “el estado de inseguridad e inferioridad” en que se hallaban antes de 1945 y para describirlo encuentra pertinente citar el retrato que propusiera la escritora Simone Weil del escenario laboral en Francia, en el que “el obrero en el trabajo siente en forma permanente, como si le estuviesen repitiendo al oído: Tú no eres nadie aquí. Tú no cuentas. Estás aquí para obedecer, para soportar, para callarte.” Y, subrayando los alcances del impulso igualitario, Germani concluye que los logros de los trabajadores fueron el reconocimiento de derechos y con ellos la convicción de que a partir de entonces la masa popular debía ser tenida en cuenta por los poderes públicos.

Terminada la década peronista, en forma abrupta por cierto, podría decirse que la mayoría de los actores sociales ya estaba integrada a la sociedad. Pero cuidado con el uso de las palabras, nos advierte Fernando Devoto en el texto que mencioné antes. La noción de integración a la que se hace referencia no implica la supresión del conflicto; más bien presupone la posibilidad misma del conflicto. Y se puede formular la hipótesis: a mayor integración más probabilidad de conflicto. Desde esta perspectiva la noción de integración tiene una valencia distinta a la que le adjudica la sociología clásica, más inclinada a ver en ella consenso y conformismo. Aquí, más bien, resalta Devoto, “la integración está asociada a un sentimiento de pertenencia a un espacio compartido de recursos y derechos accesibles para todos”. De allí que toda vez que ese sentimiento de pertenencia es recortado y que la promesa de igualdad está en peligro es el conflicto el que estalla. Generalmente lo hace a través de una movilización donde resuena vibrante un clamor: ¡No me dejen afuera!

Para completar este argumento señalemos que un alto nivel de privación material no desencadena necesariamente la protesta. Más que el nivel de privación material como tal, es, en verdad, la frustración de las expectativas existentes de progreso personal la que provoca la sensación de injusticia y, por consiguiente, promueve la acción colectiva. Entre nosotros, la matriz cultural que históricamente alimentó esas expectativas descansó sobre una creencia, la creencia de que ninguna persona era por nacimiento inferior a otra y que por lo tanto todas estaban en un mismo pie de igualdad en materia de derechos y recursos sociales. Esa aspiración a la igualdad tuvo una fuerte dimensión moral porque postuló una igualdad de valor social de cada persona y esto estuvo en las antípodas del universo mental propio de las sociedades jerárquicas.

Con el paso de los años los trabajos de ese impulso igualitario habrían de estar acompañados por repetidos intentos por poner las cosas en su lugar, esto es, por recrear un orden jerárquico donde la posición y el origen social determinen lo que las personas pueden y no pueden hacer. Pero esos intentos de corte autoritario probaron ser infructuosos porque más allá de sus resultados materiales, siempre gravosos, no consiguieron extinguir del imaginario argentino al impulso igualitario.

Como quizás algunos de ustedes habrán detectado con estas reflexiones estoy incursionando en un terreno que fue en su momento abordado por Guillermo O´Donnell en un contrapunto con el antropólogo brasileiro Roberto Da Matta y publicado en un artículo con el sonoro título: “¡Y a mí que mierda me importa!” En ese artículo Guillermo propone un contraste entre las formas de interacción social de Brasil y la Argentina. El punto de partido fue un artículo de Roberto Da Matta que giró en torno a esta pregunta: “¿Usted sabe con quién está hablando ?” que una gran señora de Rio de Janeiro le hace a un modesto funcionario municipal que le dice, señora, aquí no puede estacionar su auto. Con esa pregunta, ¿Usted sabe con quién está hablando? , la gran señora le tira encima al modesto funcionario municipal toda la fuerza de un orden jerárquico incorporado molecularmente en la vida cotidiana . Y ella espera en consecuencia que éste dé un paso atrás y consienta que ella, titular de un status superior, esté más allá de la norma.

Así no funcionan las cosas en Argentina, sostuvo Guillermo, porque aquí a la pregunta de la gran señora y su sosías entre nosotros la respuesta sería una réplica rotunda “¡Y a mí que mierda me importa, quién es usted señora!¡Usted debe acatar la norma!” Estamos, pues, ante una interacción característica de un orden jerárquico (Brasil) y una interacción pautada por un orden más igualitario (Argentina). Sin embargo, concluye Guillermo, el contraste se atenúa bastante porque en Argentina el interpelado por la gran señora no niega la existencia de una jerarquía social sino que, en definitiva, termina ratificándola en forma desafiante cuando manda a la mierda al presunto superior.

El texto de Guillermo es muy penetrante y tiene más puntas que las que he destacado aquí. Al tiempo que reconozco sus aportes al conocimiento de la sociabilidad política argentina me permito, y pido disculpas, una disidencia. Para mí hay una reacción alternativa a la pregunta “¿Usted sabe con quién está hablando?, distinta a “¡Y a mí que mierda me importa!”, y ésta es otra pregunta “Y usted, ¿quién se cree que es?” Comentando la misma escena en su libro sobre Brasil y Argentina comparados, Vicente Palermo, propuso una réplica similar: “Vos ¿ quién te creés que sos?” Una y otra, ambas réplicas, me parecen más congruentes con el espíritu del impulso igualitario; por medio de ellas quien es interpelado niega, esto es, no ratifica, que el otro tenga un status superior que lo autorice a hablarle así y a comportarse por encima de la norma prescripta para todo el mundo.

El intercambio que hemos evocado a partir del diálogo entablado por Guillermo O´Donnell con Roberto Da Matta, más las variantes que introdujimos, tiene un subproducto que es conceptualmente muy valioso: ilumina la perspectiva mental desde la que distintas personas perciben y por consiguiente reaccionan frente una misma situación social. Con este señalamiento entramos a los dominios de lo que se conoce como “la construcción social de la realidad” y cuya premisa es la siguiente: los hechos a los que nos confrontamos no hablan por sí mismos, siempre entran en nuestra percepción a través de una interpretación que les da un significado coherente con nuestro abordaje del mundo social.

La reacción pasiva del funcionario municipal y la respuesta airada del hipotético argentino ante el desplante de la gran señora en las calles de Rio de Janeiro ilustran dos modalidades de la sociabilidad política, una anclada en un abordaje más jerárquico y otra en uno más igualitario. El sociólogo Scott Harris es uno de los que mejor ha explorado esta temática y ha postulado que “el significado que tienen las cosas en general no es inherente a ellas. Amistades, matrimonios, grupos étnicos, condiciones socio-económicas no vienen con una etiqueta “igual” o “desigual” asociadas a ellas”. Y argumenta que, con independencia de cualquier medición “objetiva” de una situación de desigualdad, si lo que importa es saber cómo van a actuar las personas hay que prestar sobre todo atención a cómo interpretan ese estado de cosas; para decirlo con palabras nuestras, si lo interpretan como algo arraigado naturalmente o como un freno político al acceso a recursos y derechos reconocidos para todos.

Sobre estas especulaciones se podrá seguir argumentando, sin duda alguna. Pero no hay duda alguna que una sociedad con un perfil más igualitario sea más difícil de gobernar porque siempre hay distancia entre el cúmulo de expectativas que suscita y las posibilidades concretas de satisfacerlas. Pero todavía es más difícil de gobernar cuando esa sociedad más igualitaria, pienso en la Argentina, ha conocido en el transcurso del tiempo momentos en los que sectores de ella han podido realizar mejor sus aspiraciones. Esos momentos han quedado grabados en su conciencia colectiva con una consecuencia difícil de procesar: no existe entre nosotros una visión compartida de normalidad distributiva, como ha destacado Pablo Gerchunoff.

Ciertamente, la distribución de ingresos y posiciones sociales es siempre un terreno de confrontación pero una característica muy argentina son los márgenes bastante amplios dentro de los que se desarrolla esa confrontación por obra de la memoria todavía fresca que los distintos sectores tienen de sus respectivos momentos felices. Con ese telón de fondo, se comprende que los avatares de la historia política del país hayan sido congruentes con un postulado de la sociología del conflicto: se resiente mucho más perder lo que se ha tenido que no alcanzar lo que nunca se ha tenido.

Al entrar al siglo XXI hemos asistido al ocaso del que fuera el eje distintivo de Argentina durante buena parte del siglo XX, su capacidad para incorporar a sucesivas generaciones al trabajo, la educación, al bienestar, ofreciendo oportunidades de progreso personal y colectivo. Pero atención: a pesar del estado de fragmentación social que se observa desde un punto de vista morfológico la demanda de inclusión mantiene su vigencia de siempre. Ella se hace visible en una de las peculiaridades del país que no tiene contrapartida en América Latina: la movilización social de los estratos más vulnerables. Este es un fenómeno sobresaliente que remite a la trayectoria histórica de Argentina ya que pone de manifiesto una percepción más intensa de la exclusión que la observable, por ejemplo, en las favelas de Rio de Janeiro. Y esto es así, a mi juicio, no porque aquí el nivel de pobreza y precariedad sea mayor sino debido a la alta sensibilidad a la carencia de recursos y de acceso a derechos que produce el legado del impulso igualitario bajo el cual se desenvolvió durante años la sociedad argentina.


Figura 1
Juan Carlos Torre, Carlos Zurita e Isidoro Cheresky, que fueron condiscípulos en los años 60 en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Imagen tomada en Septiembre de 2024 en la Academia Argentina de Letras.

REFERENCIAS

Scott R. Harris: The Social Construction of Equality in Everyday Life, Human Studies, N.4, October 2000.

Fernando Devoto: Apuntes para una historia de la sociedad argentina en el siglo XX (mimeo)

Gino Germani: “La estratificación y su evolución histórica en Argentina”( 1970) en G.Germani, La sociedad en cuestión. Antología Comentada, Clacso , 2010, p.237.

Gino Germani: “La integración de las masas a la vida política y el totalitarismo” (1956) en Política y Sociedad en una Epoca en Transición, Cap.9, Paidos 1962.

Jose Moya: Primos y Extranjeros. La inmigración española en Buenos Aires, 1850-1930 (Emecé, 2004) p.283.

Guillermo O Donnell: “Y a mí que mierda me importa? Notas sobre sociabilidad y política en Argentina y Brasil” en Contrapuntos, Cap.6 (Paidos, 1987)

Vicente Palermo: La alegría y la pasión, Relatos brasileños y argentinos en perspectiva comparada (Katz, 2015) p.130

J.G.A. Pocock: The Classical Theory of Deference, The American Historical Review, N.3, June 1976

Oscar Terán: DeUtopías, Catástrofes y Esperanzas (Siglo Veintiuno Editores, 2006) p.152

Notes

1 Se agradece al autor el envío de este texto, originariamente su discurso pronunciado en el 40 Aniversario de la SAAP el 7 de Diciembre de 2023 y que posteriormente fue incluido en el libro “Por qué leer a Juan Carlos Torre”, cuyos editores fueron Sebastián Pereyra, Catalina Smulovitz y Martín Armelino, Edhasa, ISBN: 09789876287548, 352 págs. Buenos Aires, 2024.


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