RESUMEN: El presente escrito indaga en las reflexiones sobre el concepto y el problema de "las masas" en una serie de pensadores sociales argentinos contemporáneos, a saber: Beba Balvé, Juan Carlos Marín, Miguel Murmis, José María Aricó y Juan Carlos Portantiero. A este potente corpus se le hará la pregunta, típica de la teoría social local en la segunda mitad del siglo XX: ¿pueden las masas hacer la revolución?. Mi hipótesis es que la respuesta a dicha pregunta hará pendular el concepto de las masas entre dos polos problemáticos: el poder y la resistencia. En el vaivén entre ambos, resultarán especialmente relevantes las cuestiones de la democracia y la dictadura, así como la noción de crítica, cercana pero distinta de la de revolución. Trabajaré con una serie de textos clave -Lucha de calles, lucha de clases (1973), Los orígenes del marxismo latinoamericano (1978), La noción de polaridad en los procesos de formación y realización de poder (1981), Los hechos armados (1984), "Lo nacional-popular y los populismos realmente existentes" (1981), "Socialismo y política en América Latina" (1982), y "Los socialismos ante el siglo XXI" (1993)-, y, al final, sistematizaré los rasgos básicos de lo que he llamado una "teoría social argentina de las masas".
Palabras clave: Teoría social argentina, masas, revolución, crítica, poder, resistencia.
ABSTRACT: This paper explores the reflections on the concept and problem of "the masses" of a number of contemporary Argentinean social thinkers, namely: Beba Balvé, Juan Carlos Marín, Miguel Murmis, José María Aricó and Juan Carlos Portantiero. This powerful corpus will be asked the question, typical of local social theory in the second half of the 20th century: can the masses make the revolution? My hypothesis is that the answer to this question will swing the concept of the masses between two problematic poles: power and resistance. In the swing between the two, the questions of democracy and dictatorship will be especially relevant, as well as the notion of criticism, close but distinct from that of revolution. I will work with a series of key texts -Street Fighting, Class Struggle (1973), The Origins of Latin American Marxism (1978), The Notion of Polarity in the Processes of Formation and Realization of Power (1981), Armed Facts (1984), "The National-Popular and the Really Existing Populisms" (1981), "Socialism and Politics in Latin America" (1982), and "Socialisms in the 21st Century" (1993)- and, finally, I will systematize the basic features of what I have called an "Argentinean social theory of the masses."
Key words: Argentinean social theory, masses, revolution, critique, power, resistance.
RESUMO: Este artigo investiga as reflexões sobre o conceito e o problema das "massas" em uma série de pensadores sociais argentinos contemporâneos, a saber: Beba Balvé, Juan Carlos Marín, Miguel Murmis, José María Aricó e Juan Carlos Portantiero. Neste poderoso corpus será colocada a questão, típica da teoria social local da segunda metade do século XX: podem as massas fazer a revolução? A minha hipótese é que a resposta a esta questão fará com que o conceito de massas oscile entre dois pólos problemáticos: poder e resistência. No vaivém entre as duas, as questões da democracia e da ditadura serão especialmente relevantes, bem como a noção de crítica, próxima mas diferente da de revolução. Trabalharei com uma série de textos-chave -Luta de rua, luta de classes (1973), As origens do marxismo latino-americano (1978), A noção de polaridade nos processos de formação e realização do poder (1981), Os fatos armados ( 1984), “Os populismos nacionalpopulares e realmente existentes” (1981), “Socialismo e política na América Latina” (1982) e “Socialismos face ao século XXI” (1993)-, e, ao final, sistematizarei as características básicas do que chamei uma “teoria social argentina das massas”.
Palavras chave: Teoria social argentina, massas, revolução, crítica, poder, resistência.
PERSPECTIVAS ANALÍTICAS: TIEMPOS, IDENTIDADES, HISTORIA
Las masas argentinas frente a las dictaduras: del poder a la resistencia, de la revolución a la crítica
Argentinean social theory of masses and the question of critique. Between popular knowledge and intellectual reflection, between democracy and revolution
Received: 05 August 2024
Accepted: 27 November 2024
“El arma de la crítica no puede reemplazar la crítica de las armas; la fuerza material debe ser abatida por la fuerza material; pero también la teoría se transforma en fuerza material en cuanto se apodera de las masas. La teoría es capaz de apoderarse de las masas en cuanto se hace radical. Ser radical es atacar las cosas en la raíz” (Karl Marx, Escritos de juventud)
SUMARIO
Introducción: masas y crítica en el norte y el sur. Masas y crítica en el cambio de siglo (1890-1910)
Masas y crítica en la primera mitad del siglo XX (1910-1940). Masas y crítica en la segunda mitad del siglo XX (1960-1990). Conclusiones: teorías argentinas sobre las masas. Bibliografía. Agradecimientos
En este ensayo retomo un trabajo anterior (Fraga, 2023), en el que desarrollé los lineamientos de lo que denominé la "teoría social argentina de las masas", es decir, en donde sistematicé lo que varios de los pensadores argentinos más importantes sobre lo social tuvieron para decir, desde finales del siglo XIX hasta los 70's del siglo XX, sobre las masas -ese actor político colectivo tan central de nuestra historia-. Pero si en aquel trabajo me concentré en autores como Quesada, Ramos Mejía, Rojas, Ingenieros, Lugones, Scalabrini Ortiz, Graciarena, Rozitchner y Nun, aquí en cambio abordaré las obras de figuras un poco posteriores, que escribieron hacia finales del siglo XX, como Beba Balvé, Juan Carlos Marín, Miguel Murmis, José María Aricó y Juan Carlos Portantiero. Y la hipótesis también cambia -o más bien se afina- de un ensayo al otro. Si para aquella porción anterior de la teoría social argentina, la pregunta por las masas parecía presentar un corte más bien cognitivo -¿pueden las masas criticar?-, en esta porción más contemporánea de la teoría social argentina la pregunta por las masas se vuelve eminentemente política -¿pueden las masas hacer la revolución?-.
Esto viene atado a toda una serie cercana, pero distinguible, de problemas asociados, pues mientras en el primer caso el dilema de las masas pendula entre el saber popular y la reflexión intelectual, en este segundo caso la cuestión va y viene entre el asociarse al poder y el oponerle resistencia. El hilo que ata ambos momentos, sin embargo, es el lugar absolutamente prominente que tiene y mantiene la democracia, en relación a otras formas de orden social -y especialmente, en el presente ensayo, por oposición a la dictadura-. Entonces, rastrearemos toda esta familia de problematizaciones en una serie de textos clave, producidos teniendo a las masas en mente entre los años setenta y los noventa, a saber: Lucha de calles, lucha de clases (1973) de Murmis, Balvé y Marín; Los orígenes del marxismo latinoamericano (1978) de Aricó; La noción de polaridad en los procesos de formación y realización de poder (1981) de Marín; Los hechos armados (1984) de Marín; y "Lo nacional-popular y los populismos realmente existentes" (1981), "Socialismo y política en América Latina" (1982), y "Los socialismos ante el siglo XXI" (1993) de Portantiero.
Voy a dividir el ensayo en varias partes, tratando de seguir de cerca los momentos fundamentales de la historia argentina reciente. El primer apartado, "Las masas con el poder y en la resistencia (1945-1964)", versará sobre su rol durante el gobierno del primer peronismo y, luego de su derrocamiento, durante la llamada resistencia peronista. El segundo apartado, "Las masas en las calles por la transformación y la revolución (1969-1976)", profundizará con gran detalle en todo el período más álgido de la lucha de masas y por ello estará subdividido en varias partes-: el Cordobazo de 1969, el Viborazo de 1971, las elecciones, el Devotazo y la masacre de Ezeiza de 1973, y el caótico período de 1974 a 1976. El tercer apartado, "Las masas replegadas y reflexivas durante la última dictadura (1976-1982)", tocará sobre el papel, fuertemente disminuido producto de la represión sistemática de los años anteriores, de esas masas. Y finalmente, el cuarto apartado, "Las masas ambiguas de la democracia (1983-1984)", oficiará a la vez como "Conclusión" del ensayo, puesto que, además de resumir la larga marcha de las masas a lo largo del período, así como lo primordial de las teorizaciones sobre ellas, se sostendrá que esa ambigüedad del sujeto político colectivo continúa desde el retorno de la democracia hasta hoy en día.
En Los hechos armados.Un ejercicio posible, Juan Carlos Marín1 analiza la justa medida del vínculo entre masas y peronismo. Según él, el peronismo no puede definirse exclusivamente ni por el carácter en última instancia burgués y capitalista de su modo de producción y orden social, ni tampoco exclusivamente por "la presencia multitudinaria de la clase obrera" en sus plazas y sus discursos durante su gobierno. Es decir, que el peronismo no es ni puramente capitalista, ni puramente "revolucionario", sino que se trata, justamente, de una combinación singular de ambos elementos. Lo que ya este peronismo original de 1945 es -y lo que continúa siendo en la actualidad del siglo XXI-, es una muy especial "alianza de clases, en lucha contra otras alianzas de clases" que combinan actores e ideas diferentes2 (Marín, 1984: 38, n 3).
Como está claro desde su momento fundacional del 17 de octubre de 1945, en la que los trabajadores de tez morena -luego "cabecitas negras"- llenaron las calles del centro de la ciudad de Buenos Aires en su rumbo a la Plaza de Mayo, donde, para sorpresa y disgusto de los vecinos de clase media y alta, metieron "las patas en la fuente", esa alianza de clases que era el peronismo incluía, en un lugar bastante central, a las masas, cosa novedosa hasta aquel momento en la Argentina para un partido con chances de llegar al poder. Por eso, "a los sectores más reaccionarios de la burguesía les fue necesaria una guerra militar (junioseptiembre 1955) para quitar el control del aparato estatal que detentaba el peronismo". Lo que se conoció como el bombardeo a Plaza de Mayo -esa misma plaza de las patas- puede pensarse como una verdadera "guerra", ya que en ella participaron los "cuadros profesionales de las fuerzas armadas", mientras que la presencia de los sectores populares se limitó a mínimas "movilizaciones de masas desarmadas moral y materialmente. Guerra entre burgueses y represión a las masas", sentencia Marín (p. 39).
Lo que siguió a este acto de guerra fue la proscripción del peronismo, es decir, la prohibición de la expresión y de la representación de la que era, desde hacía una década, la identidad política mayoritaria de los sectores populares argentinos. Marín señala que entonces se arroja un manto de "ilegalidad", desde el nuevo régimen dictatorial, sobre las masas, sobre las que, en este sentido, se opera asimismo "una doble proscripción: política y social, lo que implicó una violencia" de tipo complementario a la de la represión (p. 40, n 6). Así es como empiezan los años de la llamada resistencia peronista.
Durante los 18 años que duró la resistencia (1955-1973), el peronismo desplegó todo tipo de "tácticas" frente a su proscripción por parte de la serie de dictaduras y paréntesis democráticos del período: la "insurrección militar (Valle y Tanco)"; el "boicot electoral" masivo, que logró anular 4 millones de votos en las elecciones de 1956 y la "transferencia de su caudal electoral a sus alianzas políticas, logrando determinar en todos los casos el resultado electoral", movilizando el voto de las masas; el "sabotaje fabril" y las "tomas masivas de fábricas, logrando en un solo día tomar alrededor de 2 mil establecimientos", mediante lo que se conoció como el Plan de Lucha nacional organizado en 1964 por la Central General de Trabajadores (CGT), que incluía la "toma escalonada de fábricas"; así como "guerrillas urbanas y rurales" y "luchas de masas en las calles" (p. 51).
De este modo, los "sectores populares", obligados a la ilegalidad, aprovecharon "todos los resquicios posibles de acción legal" que el régimen dejaba descubiertos. A lo largo del camino, lo que se fue fortaleciendo era "la convicción de que el eje de su defensa estratégica anidaba en su capacidad casi infinita de unificarse ante los enfrentamientos políticos, cualesquiera fueran las condiciones que el dominio de la burguesía impusiese", incluso las condiciones más crudas. Pero esta "unidad de masas" no venía dada de antemano, no era algo obvio ni automático. Al contrario, fue el resultado de difíciles negociaciones entre las muy diversas "corrientes ideológicas que expresaban las distintas fracciones sociales que constiuían la alianza de clases" del peronismo. Dado que el peronismo nunca había sido -y nunca es- homogéneo, lograr la unidad era, justamente, un logro. Especialmente en un contexto tan adverso para los sectores populares proscriptos, quienes la tenían especialmente difícil para "generar una ofensiva estratégica": por eso se habla de resistencia -y no de ataque- peronista. Es que "el aparato represivo convencional y tradicional era suficiente para quebrar la continuidad de una política de ascenso de masas" que, sin embargo, estaban logran cada vez mayor "unidad de acción" (p. 52-53).
En Lucha de calles, lucha de clases. Elementos para su análisis, Beba Balvé3, Miguel Murmis y el mismo Marín, junto a un grupo de otros colaboradores4 del Centro para la Investigación en Ciencias Sociales (CICSO), se interesan por la "práctica concreta" que significan los "combates de masas" que irrumpen en la arena argentina en 1969. Éstos los "conmocionan" al punto de que toma forma el equipo de investigación que produce este libro. El grupo mismo se ve a sí mismo como un "producto de las masas", que avanza y se repliega con sus movimientos de ascenso y descenso. En sus propias palabras, "Era un momento revolucionario a nivel mundial. Todo estaba revolucionado. El campo universitario, el mundo obrero, académico, artístico, intelectual. Era un momento de crítica al presente en tanto construcción de un fururo de libertad, igualdad, creatividad" (Balvé, Murmis y Marín, 2005: 10). Nótese cómo la clave de la época parece ser, frente a un orden social desigual y represivo, el pasaje de la crítica a la acción concreta de las masas. Pasaje que no sólo se dió en Argentina sino, al mismo tiempo, en muchas otras latitudes, desde Francia y Alemania hasta Estados Unidos y México, entre otras.
Pero manteniéndonos dentro de los límites de la historia local, los autores resaltan las continuidades entre las "explosiones de masas" en la forma de "luchas de calles" del período 1969-1971 -Cordobazo, Rosariazo, Viborazo- y otras etapas de la "lucha de clases en la Argentina". En efecto, su idea es que diverso tipo de "acciones de masas" reaparecen con cierta frecuencia en nuestra historia, adquiriendo "extraordinaria trascendencia" para entender, explicar y transformar "la política argentina". La "irrupción de las masas", entonces, puede darse bajo diversas modalidades, una de las cuales, especialmente relevante en este país por su reaparición constante, es la lucha de calles (p. 13). Algo que vuelve patente el fragmento de canción que coloqué como epígrafe de este ensayo, agregando a la cadena los eventos de 20015.
Así, “tanto los hechos de masas de mayo 1969 en Córdoba como los de marzo de 1971, se inscriben en el largo proceso de la lucha de la clase obrera y de otros sectores sociales explotados, que se reomonta a la constitución de la Argentina como nación y aun antes de ello, y más especialmente desde el surgimiento del proletariado" (p. 169). Las masas serían, según esta teoría, el actor político fundamental y la forma específica de la política argentina, desde el siglo XIX -desde las montoneras y las luchas por la independencia6 pasando por las gigantes oleadas inmigratorias7-.
Hay, sin embargo, algo novedoso en la forma de "las luchas de la clase obrera y las masas populares" a partir de 1969, que "marca el comienzo de una nueva etapa". Allí se "inicia una serie de movilizaciones de masas y levantamientos populares en diferentes lugares del país (Rosario, Cipoletti, Catamarca, Tucumán8, Casilda, etc.) protagonizados por distintos sectores sociales (proletariado, estudiantes, pequeña burguesía, sectores vinculados al agro, etc.)", es decir, en los que convergieron por primera vez grupos que hasta ese momento habían permanecido separados. ¿Cómo pudo darse esta convergencia de intereses y acciones? Según los autores, porque se había llegado a un momento histórico de "agudización de la lucha de clases" en la Argentina, producto de los cambios introducidos en el país a nivel tanto económico como ideológico, desde la dictadura de 1955, para continuar y profundizar en él "el desarrollo capitalista" y la dependencia que éste traía como consecuencia. Es por esta situación de agravamiento de las condiciones de vida de las masas que comienzan a adoptarse "los métodos de acción directa" (p. 169).
Así, pueden marcarse diferencias pero también notables puntos de contacto entre las luchas de estas décadas, con epicentro en la ciudad de Córdoba, y "otros grandes movimientos de masas populares" locales anteriores, como la llamada Semana Trágica con su represión a los manifestantes obreros anarquistas en 1919, el levantamiento civil de septiembre de 1955 en Rosario contra el golpe militar, o el conflicto originado por la toma por parte de sus trabajadores del frigorífico Lisandro de la Torre en el barrio de Mataderos de la Capital Federal, entre otros (p. 170). Lo que está claro desde el vamos: sin masas protestando no hay política argentina.
¿Cómo analizar esto? Según Marín en su texto La noción de polaridad en los procesos de formación y realización de poder, lo esencial en una situación de masas es la noción de relación social, que supone el cuerpo como mediación de esta relación social, y con ello determinados desplazamientos de esos cuerpos en términos espacio-temporales; una situación de masas no está totalmente determinada por la simultaneidad espacio-tiempo, pero hay un momento en que pasa por esa simultaneidad de cuerpos -cuerpos que son el locus de la violencia ejercida por los poderes, pero también vehículos de resistencia- (Marín, 1981: 123).
Y esa simultaneidad de muchos cuerpos, en un mismo momento, en un mismo lugar, actuando juntos, es la clave de la lucha de calles de las masas, la cual iremos desgranando en lo que sigue. Analizando, en efecto, los "problemas del enfrentamiento y las estrategias en juego, las iniciativas, los cuadros, las masas, la dirección, la orientación, las metas" de cada uno de los levantamientos que se produjeron en el período (1984: 226). De entre todas estas dimensiones, me resultarán de especial relevancia, junto a los autores, aquellas acerca del "carácter de clase del estado, del gobierno, del movimiento político popular, del movimiento amplio de las masas"; en otras palabras, la medida en que en las luchas de calles se escenifican las luchas de clases (p. 131).
Es el jueves 29 de mayo de 19699, y llega un momento en que puede decirse que la ciudad de Córdoba ha sido efectivamente tomada por esa feliz asociación entre trabajadores de distinto tipo, estudiantes y diversas organizaciones. Me permito citar in extenso una descripción detallada del panorama presentado por un momento tan clave, por la belleza con que retrata la magia del fenómeno de masas.
“Las veredas, los bancos de las plazas y el pasto se cubren de gente que charla pacíficamente.Quienes viven en las cercanías invitan a sus compañeros a refrescarse y comer algo. Otros pasean contemplando su obra, encontrándose con sus conocidos, compañeros de trabajo, de barrio o facultad. Pero también con muchas caras nunca vistas que han adquirido en las últimas horas una profunda e íntima familiaridad. Han corrido juntos, armado barricadas, rechazado a la policía o socorrido a un compañero herido. Recién ahora, sentados por primera vez en el día, se dan a conocer por su nombre, de dónde son, dónde trabajan. También pueden hablar sobre lo sucedido y sus porqués. Sus palabras adquieren un sentido nuevo lleno de potencia sobrecogedora y podría decirse de picardía. Difícilmente puedan entenderse las humaredas, barricadas, vidrieras rotas y automóviles volcados e incendiados como la imagen de la destrucción. Una bandera que se alza en medio de la calle, entre el humo de una barricada, un policía que deambula desorientado como un manifestante más y la multitud que se adueña mansamente de la calle son signos: el mundo que los rodea se ha transformado. La ciudad está tomada, nadie duda del acto de presencia masivo, de la imponente demostración de fuerza, del triunfo en el enfrentamiento con la policía, del heroísmo que es capaz de desplegar. Pero, ¿y ahora qué? ¿Cuál es el próximo paso?” (Balvé, Murmis y Marín, 2005: 139-140).
Hay aquí una plétora de elementos para subrayar. Por un lado, aparece claramente la dimensión corporal del fenómeno de masas, que ya habíamos subrayado: haber tomado juntos una ciudad es haber compartido algo juntos, codo a codo, casi vueltos uno. Podemos decir que el fenómeno de masas genera comunidad. Por otro, aparece una dimensión espacial del fenómeno, que tiene que ver con la reapropiación, por parte de las masas, de los lugares que normalmente no pueden sentir tan suyos, o en los que no suelen sentirse tan empoderados, a pesar de circular por ellos diariamente. En este caso es la calle, pero podría ser la fábrica, la universidad o un centro comercial: lo común sería que el fenómeno de masas otorga poder a los comúnmente dominados10. Y en tercer lugar, en lo que podríamos llamar la dimensión temporal del asunto, el fenómeno de masas rompe con la continuidad rutinaria y previsible de la vida cotidiana, abriendo una brecha hacia un futuro imprevisible, en el que otras cosas, hasta ahora impensadas, pueden llegar a pasar.
Pero otro de los rasgos innegables de las situaciones de masa es su fugacidad: en ellas, lo bueno siempre parece durar poco. Ahora es viernes 30 de mayo -solo un día después del triunfo-, y ya se produce la entrada de las fuerzas armadas a la ciudad tomada, generándose un enfrentamiento nocturno. "Dos aviones sobrevuelan la zona"; se observa una "presencia del ejército digna de tomarse en cuenta"; columnas de hasta 500 personas, mayormente adolescentes, que intentan resistir, "son interceptados por tropas del Regimiento de Infantería 2 Aerotransportada", que "hace uso de las armas para detener su marcha". Entiéndase bien, comienzan a tirarles tiros. "Ante la descarga de las fuerzas militares, cunde el pánico y la columna se desbanda quedando tendidos en la calle dos heridos, uno de los cuales se encuentra en grave estado" (p. 149). Entonces: de nuevo los cuerpos de las masas, de un bando y del otro; de nuevo el tiempo -la inmediatez, la sucesión-, y de nuevo la pugna por el espacio. Pero esta vez, con resultados de signo opuesto. Y siempre, en el medio, la dimensión de clase: "En los barrios obreros, los incidentes duran desde las 13 horas hasta bien entrada la noche. Se trata en todos los casos de barrios de obreros industriales y del ferrocarril, en algunos hay también muchos jornaleros y desocupados. En varias ocasiones los incidentes cuentan con la participación masiva del vecindario" (p. 156).
Ya es el sábado 31 de mayo, y la alegría dió rápidamente paso a la melancolía: "Las calles están llenas de gente que las recorre en silencio, observando los destrozos de los días anteriores y las tareas de las cuadrillas de limpieza. Las personas que han venido al centro no se concentran ni se comunican entre sí, deteniéndose sólo en las esquinas y avenidas principales. La superioridad del comando de represión se ha reunido para analizar esta circunstancia y para decidir qué actitud tomar ante esta multitud de personas en las calles" (p. 159). Hay melancolía porque ya no hay lugar para las masas, lo que equivale a decir que se desintegró la comunidad, que se desempoderó a los cuerpos al alejarlos de esa espacialidad, y que se vuelve a la temporalidad de antes, la de siempre, la de la institucionalidad de una sociedad desigual y autoritaria.
Esta melancolía se plasma, de la manera más explícita, "en diversos puntos de la ciudad", en los que se desarrollan "los velatorios y entierros de aquellos que han caído durante los sucesos". Frente a tantos "muertos civiles", "estos actos convocan a verdaderas multitudes acongojadas" (p. 161). Son masas en luto.
Más allá de esas tres dimensiones, había mencionado la centralidad de analizar la "composición social de las masas intervinientes en las acciones", pues, ¿cómo se conformaba el heterogéneo grupo de personas del Cordobazo, de la "masa movilizada de 1969"? Los autores detectan la presencia de 8 tipos distintos de participantes, aunque no todos participan en la misma medida. Así, a) "el proletariado industrial altamente concentrado participa en forma predominante", así como lo hacen b) "los estudiantes, en segundo lugar después del proletariado industrial"; c) "el proletariado de servicios básicos participó en menor medida", del mismo modo que d) "los empleados tuvieron cierto papel, aunque secundario"; e) "la pequeña burguesía adquiere importancia dando apoyo logístico en los barrios; f) los jornaleros y desocupados tuvieron poca actuación; g) el lumpen proletariado ídem"; y, finalmente, h) de la gran burguesía participan muy pocas personas, aisladas, "bajo la forma de francotiradores" del bando opuesto (p. 202). De lo que puede concluirse que la fuerza de este fenómeno histórico de masas fue su carácter trans-clasista, juntando especialmente a diversas fracciones de las clases populares y de las clases medias.
Esto en cuanto a los hechos del Cordobazo. Pero ¿cómo interpretarlos? Según Marín, en los años inmediatamente anteriores a 1969 "se profundiza la crisis de la burguesía" en el marco de un capitalismo dependiente, a la par que "el problema del poder empezaba a estar a la orden del día para las fuerzas populares con una claridad como nunca antes había tenido; la acción de las luchas de masas lo había impuesto" desde hacía varios años. Es decir: para las masas populares, por su situación de opresión creciente, y por la experiencia acumulada en luchas anteriores, se vuelve cada vez más evidente que se requiere desplegar una lucha de carácter masivo. Así, el Cordobazo fue un "proceso al cual todos llegaron tarde salvo las masas" (Marín, 1984: 63-64).
En efecto, incluso "los cuadros revolucionarios y combativos", los movimientos conscientemente organizados para la lucha política, tuvieron que asumir el Cordobazo "como una lección en que las masas populares les habían advertido acerca de cuál era su ‘estado de ánimo’: estaban dispuestas al combate armado si era necesario". Pero, advierte Marín, una cosa es el estado de ánimo y otra es la convicción, siendo el primero algo más pasajero, y sólo la segunda algo de más largo plazo. "Fue ante sus propias movilizaciones que las masas tuvieron un determinado estado de ánimo positivo respecto al enfrentamiento con las fuerzas de carácter represivo; pero ese estado de ánimo no podía ser identificado inmediatamente con una convicción acerca de la necesidad permanente del enfrentamiento con las fuerzas represivas del régimen", las cuales, cuando lograron una represión lo suficientemente fuerte, resultaron demasiado para el estado de ánimo de las masas populares, que debieron replegarse (p. 64-65, n. 26). Otra vez salta a la vista la temporalidad fugaz de las situaciones de masas.
A pesar de esto, el Cordobazo "se trató esencialmente de una fuerza de masas [...] centrada en la convicción de que la continuidad de su lucha era justa: en su armamento moral. Esa fuerza de masas, armada moralmente, había puesto en duda el monopolio estatal de la fuerza material". Pero mientras, en ese momento histórico, las masas estaban fuertemente armadas moralmente -es decir, armadas con la convicción de la urgencia de la transformación social-, las armas reales las tenían, de manera mayoritaria, los del otro lado. "El uso policial de fuerzas de guerra fue suficiente para lograr el repliegue del movimiento de masas. La fijación de fuerzas de seguridad en los territorios de conflicto, fue suficiente para contener la fuerza de enfrentameiento de las masas populares" (p. 111). A la vista de los hechos, pareciera que no hay triunfo posible de la lucha de las masas por la transformación social si, a pesar de contar con armas morales, otros poseen armas reales.
Dos años después del Cordobazo, se produce, en la misma ciudad, un nuevo hecho de masas de relevancia nacional, el cual sería bautizado con el nombre de Viborazo. Según Balvé et al, éste constituiría "un ejercicio ampliado de ocupación y lucha de calles", que serían, a su vez, "las dos formas de acción directa que preanuncian la insurrección de la guerra civil". Además, la lucha de calles sería "una forma de lucha inevitable en tiempos en que el movimiento de masas ha llegado, de hecho, hasta la misma insurrección, en que se abren intervalos más o menos grandes entre las batallas de la guerra civil" (Balvé, Murmis y Marín, 2005: 11). En otras palabras: para 1971, la crisis social argentina ha llegado a tal punto que parece no quedar alternativa que la acción directa de masas, la cual, si se hubiese mantenido en el tiempo y se hubiese extendido en el espacio, habría dado lugar a una verdadera guerra civil -cosa que, sabemos, no sucedió, porque una vez más el levantamiento de masas fue reprimido-.
Repasemos los hechos. El origen del levantamiento parece haber sido totalmente casual -el choque de un colectivo contra la multitud durante los carnavales-, pero evidentemente los ánimos venían caldeados, y el bando del poder seguía alerta desde el '69 -disparando gases contra la multitud que protesta- (p. 28). A ese contexto se suma el crecimiento de los grupos militantes de izquierda, quienes, como el ERP -Ejército Revolucionario del Pueblo- practican el método de la "clandestinidad abierta". Lo que significa que "aquellos militantes que deben vivir en forma clandestina no dejan por eso de mantener contacto con los diversos sectores de las masas. Este contacto se hace factible en momentos de gran movilización, ya que los elementos represivos ven dificultada su capacidad de acción" contra ellos, que se pierden en la multitud (p. 64, n 5).
En ese panorama, y frente a gobiernos nacionales y provinciales que hacen caso omiso de las demandas de las masas, comienzan las marchas del 15 de marzo de 1971. En ellas, en el camino "hacia la concentración y en los momentos previos al acto, las consignas contra el gobernador delegado Uriburu son coreadas masivamente. Se les ha puesto la música de canciones de moda o de fútbol" (p. 75). De nuevo, los cuerpos: cuerpos que cantan al unísono, mientras caminan al mismo ritmo, como juntos lo harían en un estadio deportivo, pero esta vez contra "la víbora", el representante cordobés del poder.
Tan juntos están actuando esta vez todos, que "según diversas personas que participaron en los últimos actos de masas, este del día 15 es particularmente notable por la ausencia de guerra de consignas entre las varias fracciones que se disputan la conducción política de la clase obrera y del pueblo cordobés. No hay prácticamente situaciones agresivas que enfrenten a la izquierda con el peronismo y se vive un clima de relativa unidad en relación a otros actos. Esto puede deberse a la presencia de las masas que fundamentalmente siguen las consignas contra el gobierno de Uriburu y por sus reivindicaciones inmediatas y que permanecen ajeas a esta puja" (p. 76). Evidentemente, la existencia de un gran enemigo común -el poder de turno como un todo- permite superar las diferencias identitarias e ideológicas más finas entre izquierda, peronismo, e independientes.
La unidad de acción de la masa puede observarse, además, en los hechos fundamentales de la joranda. "Lo que caracteriza 1971 es que se convoca al pueblo de Córdoba a un acto en la Plaza Vélez Sársfield, al que las masas llegan sin muchos inconvenientes. Durante el acto, se proclaman dos cosignas: [...] convertir el acto en una asamblea popular [o] tomar Córdoba [y pronto] triunfa la segunda propuesta. Tanto las masas como sus conducciones se lanzaron a la toma de los barrios" (p. 205-206). Las votaciones en una situación así son momentos críticos en los cuales la masa puede desbandarse de un plumazo, o entrar en conflictos internos, pero esta vez no hubo nada de eso.
Una vez más, sin embargo, la masa dura poco, sobre todo frente al poder de las armas materiales. "Alrededor de las 2 am del 16 de marzo la Brigada Antiguerrillera comienza a operar con una abrumadora concentración de efectivos y pertrechos, con gran violencia e indiscriminadamente. Rodea algunas manzanas en las zonas en que se habían concentrado las acciones y procede a detener en masa. Hay alrededor de 300 detenidos" (p. 102). Esta segunda vuelta, no se le dió ni un día entero al fenómeno de masa para desplegarse, y por ello su fin llegó mucho más rápido, así como su influencia histórica posterior quedó relegada a segundo plano.
Para finalizar, analicemos la composición interna de la masa movilizada del '71. Esta vez, los autores agregan un actor colectivo más a la ecuación. Así, a) "el proletariado industrial ha disminuido" mientras que b) "aumenta la participación del proletariado de servicios básicos" y c) "aumenta desmesuradamente la participación de los empleados" de clase media; d) "los estudiantes disminuyen notablemente", e) "la pequeña buguesía participa en ciertos barrios; f) los jornaleros y desocupados11 tuvieron una participación importante en la zona centro"; g) aumenta la participación del lumpen proletariado; h) la burguesía no tiene participación"; y finalmente i) “en 1971 aparece una nueva organización armada de características diferentes, el ERP, que actúa de modo claramente identificable, ya que despliegan banderas con su sigla, recorren encapuchados zonas tomadas, característica que tal vez fue la más notable de su accionar. Es la primera vez que una organización armada liga su actuación a la de las masas en la calle, en forma visible" (p. 203-204). Nuevamente, el carácter trans-clasista de la masa es la que le da su número y su fuerza, más allá de los resultados.
1973 es el año de otras "dos enormes movilizaciones de masas": la asunción de Héctor Cámpora luego de haber sido elegido presidente por el peronismo en las primeras elecciones democráticas en mucho tiempo, y el llamado Devotazo (Balvé, Murmis y Marín, 2005: 12). En los años anteriores, "las masas se lanzaron a las calles mediadas por sus estructuras corporativas (sindicatos obreros, centros estudiantiles, organismos barriales o parroquiales) mientras que los partidos políticos, a los que adscribían tradicionalmente (fundamentalmente el peronismo) en tanto organizaciones, tuvieron una presencia muy débil" (p. 212). Esto es interesante: la noción de masas siempre da una sensación, a quien la oye, de un cuerpo de gente no muy organizado, más bien amontonado, pero ahora arribamos a una distinción iluminadora. Quizás, no es que las masas no estén, al salir a las calles, organizadas, sino que no se trata de las formas más clásicas de organización -vinculadas a los partidos políticos-, y sí de formas organizativas más movimentistas, podríamos decir -organizaciones laborales, estudiantiles, barriales o religiosas-.
Pero veamos qué hay de nuevo a partir de 1973, que es mucho, pues al volver las elecciones democráticas, vuelven los partidos políticos. Pero no por eso vuelve la paz, sino que, más bien al contrario, la violencia se agudiza. Los autores lo explican de este modo:
"Para el gran capital, la así llamada voluntad popular [elecciones] parece haber vuelto a ser, tras seis años de olvido, el remedio universal para detener el avance de las masas y la forma de dirimir ‘pacíficamente’ la sorda lucha intestina que no se atreve a encarar con las armas en la mano. Sobre el terreno fértil de la pútrida irresolución burguesa, han vuelto a brotar los partidos políticos tradicionales [...]. Pero ni las bellas promesas ni las felices ilusiones de los equipos dominantes han dado grandes resultados. Así lo prueban desde el Cuyanazo hasta el Tucumanazo, desde las acciones directas de los grupos armados hasta los intentos de sublevación de la Fuerzas Armadas, pasando por las numerosas y extendidas movilizaciones de masas a lo largo de todo el país. A medida que los estallidos se repiten, parece cada vez más cercano el desemboque en la guerra civil. Pero el fantasma de esta guerra -no inminente pero sí inexorable- que llevaría de inmediato al proletariado y a las masas en general a ocupar de modo crucial el primer plano de la escena, juega un papel distinto para cada uno de los diversos sectores en pugna. Unos lo representan como el mejor argumento para retornar rápidamente a amañados términos ‘democráticos’ de la dictadura burguesa. Para otros, indica la urgencia de sacarse definitivamente esa careta. Para otros más, significa la necesidad de estructurar -con o sin elecciones- un frente de clases hegemonizado por alguna fracción burguesa" (p. 212, n 53, agregada en 1973).
Vayamos por partes, porque este párrafo está, nuevamente, pletórico de elementos de análisis. Por un lado, se huele desde el principio, desde los sectores históricamente oprimidos, que la vuelta de las elecciones no significa el fin de las desigualdades. Por ello, se siguen sucediendo levantamientos populares en distintos puntos del país. Por otro lado, el retorno de las urnas vuelve a abrir la pregunta por la relación entre las masas, los partidos políticos, y otras formas organizativas. Entre esas otras formas organizativas, finalmente, se nota, ya en ese mismo momento, que las que más protagonismo van cobrando son las que hacen uso de las armas reales -ya sea desde el poder, como las distintas fracciones del ejército oficial, ya sea en contra del poder, como las agrupaciones guerrilleras-. Así, según de qué lado de la historia se pare cada actor social, la democracia representativa aparecerá, bien como una forma de poner fin expeditivamente a los estallidos de masas que protestan, bien como una forma de fortalecerlos para que sus demandas por fin sean escuchadas. En cualquier caso, lo que está claro es que las masas juegan, en esta época, un rol de la máxima centralidad en la política nacional. Y no solo porque se organizan y salen a la calle, como ya venía pasando, sino porque, cada vez más, parecen estar dispuestas a un auténtico combate: de ser necesario, a la guerra civil, como dirían los autores. Efectivamente, "la historia de los últimos años muestra que se puede contar con la disposición de las masas para el combate y a la vez con la seguridad de que se han de producir recurrentes enfrentamientos del pueblo con el régimen, del proletariado con la burguesía, de las fuerzas burguesas entre sí" (p. 218). 1973 es, sin duda, un año de lucha. Y la lucha de masas sigue siendo una forma de la lucha de clases.
Avancemos cronológicamente. En marzo de 1973 son las elecciones presidenciales. ¿Cómo se abrió esta posibilidad, luego de años de dictadura? Marín lo explica del siguiente modo. "En las condiciones sociales y políticas en que se encontraba la Argentina en 1973, difícilmente hubiera encontrado campo de legitimidad la acción de las fuerzas legales del aparato armado del estado. [La] generalización de la acción y combatividad de las masas había creado una relación de fuerzas que se les tornaba desfavorable intermitentemente, dadas las condiciones de inestabilidad de la unidad política del régimen militar" (Marín, 1984: 135-136). En pocas palabras, el régimen había ido perdiendo toda su legitimidad, y ya resultaba insostenible a la mirada de la gran mayoría de la población. Lo que hay que resaltar es que parte de ese trabajo de poner en cuestión la legitmidad del gobierno dictatorial lo habían realizado las masas, al llevar a la escena del espacio público una serie de problemas sociales acuciantes.
Es notable que Marín coincide con el diagnóstico dado más arriba por Balvé et al: "Cuando el régimen de la dictadura militar de Lanusse en 1972 convocó un proceso electoral, la gran mayoría de los cuadros armados del campo popular, cualquiera fuera su adscripción ideológico-partidaria, evaluaron con amargura la decisión; la consideraban una forma lúcida de comenzar el desarme del movimiento de masas" (p. 138). Las elecciones no parecían la solución largamente esperada a los problemas de las grandes mayorías, sino un nuevo obstáculo a su resolución de raíz. Sin embargo, lo que casi nadie pudo prever, fue que el retorno a las urnas, lejos de disminuir las movilizaciones de masas, las fortalecería. En efecto,
"Muy pocos, en ese momento, tuvieron la percepción de que el proceso de movilización y ascenso de masas tomaría la intensidad que logró de allí en adelante; no sólo no se produjo el desarme sino que se generalizó aún más la lucha armada [...]. La lucha armada expresaba el momento que transitaba la lucha de clases, un momento político-militar; y así lo expresó en todo el ámbito de las luchas sociales y políticas: la lucha contra en régimen; la lucha contra la burgusía; la lucha por la conducción del movimiento de masas. En todos esos campos de la realidad, en todo el territorio nacional, las masas instrumentaban acciones armadas como manera de mantener la continuidad de las luchas y lograr expresarse como poder” (p. 139).
Lo que está afirmando el autor, asimismo, es que si en 1968 y 1969, al estado de la lucha de clases en la Argentina le bastaba con adoptar la forma de la lucha de calles, a partir de 1971 y con pico en 1973, con ello no es suficiente. Para usar el vocabulario de antes, además de las armas morales se considera que se necesitan también las armas materiales. Así, se pasa del momento político de la lucha de clases, al momento político-armado de la misma. Es decir, la situación empieza a parecerse mucho a lo que los otros autores denominaron guerra civil (p. 70).
El "frente electoral" de 1972, y que triunfa y asume en 1973, es, al igual que el que había triunfado en marzo de 1962 -diez años antes-, una "alianza de clases": se trata de la sumatoria de "la clase obrera y los sectores progresistas radicalizados de la burguesía y la pequeña burguesía". Es decir, una vez más, un pacto entre distintas clases sociales, que, como va mostrando la historia, parece ser el único modo de lograr los grandes números necesarios ya sea para organizar un levantamiento de masas, ya sea para ganar elecciones. La diferencia entre 1973 y 1962 es que, la segunda vez, "el triunfo electoral del frente popular" fue "aceptado sin dilación" -ya vimos que, por la crisis total de la dictadura, no parecía haber otra opción, aun desde el poder- (p. 72). Esto, al revés de lo que había sucedido una década antes, en que, dado el amplio triunfo de un frente popular -que incluía al peronismo-, las Fuerzas Armadas habían producido un nuevo golpe de estado. Avanzando en el año 1973, llegamos al mes de mayo. El "movimiento de masas" está cada vez más armado, pero los grupos socialmente dominantes están cada vez más dispuestos a lograr el "desarme político y militar" de ese movimiento de masas (p. 110). En otras palabras, ya se había dado "el primer paso táctico de la defensa estratégica de la burguesía", que eran las elecciones; ellas habían sido pensadas como un medio para "disciplinar legítimamente a las masas". "Pero el movimiento de masas interpretó a su manera el triunfo [electoral]: la liberación de los prisioneros -de los combatientes- fue su primer tarea", solo dos meses después (p. 72). El Devotazo, podríamos decir, fue la versión local de la toma de la Bastilla, hito de la Revolución francesa:
"Con el nombre Devotazo (25-5-73) se hace referencia al carácter de lucha social y de masas, que asumió la liberación de los cuadros políticos que habían combatido militarmente durante el período de las dictaduras militares (1966-1973) [...]. En la imagen ha quedado que la liberación se logró fundamentalmente debido a que la Cárcel de Villa Devoto y otras prisiones, fueron rodeadas por grandes movilizaciones populares, al tiempo que en su interior se creaban las condiciones de una verdadera sublevación de prisioneros [...]. Ello era posible en gran medida como consecuencia del triunfo popular en las urnas; pero también es cierto, que se lograba con una inmediatez tal debido a las acciones directas de las movilizaciones populares que sobrepasaron al sistema institucional y le impusieron un ritmo en el cual las masas fueron determinantes" (p. 73, n. 37).
La idea, entonces, era que no solo empezaba una nueva era en términos de democracia, sino una nueva era en donde ser activista político de izquierdas ya no sería considerado un crimen. Lamentablemente, sin embargo, ambas ideas fueron rápidamente puestas en jaque e incluso revertidas de manera extrema por los grupos socialmente dominantes. De hecho, tan solo un mes después, en junio de 1973, se producen los trágicos hechos conocidos con el nombre de Masacre de Ezeiza. Esta constituyó un nuevo hecho de masas, cuya magnitud se calcula en "no menos de un millón de personas" (p. 151); esto es: la "más grande concentración política de masas que haya habido en Argentina, sucedida el 20-6-73" (p. 73).
El resumen de los hechos, básicamente, es el siguiente. Después de casi dos décadas en el exilio, se dan las condiciones para el retorno de Juan Domingo Perón, líder del peronismo -identidad política mayoritaria de las masas populares argentinas-, al país. El avión aterriza en el Aeropuerto de Ezeiza, donde se juntan todos quienes lo esperan. Pero quienes lo esperan, que son muchos, lejos están de ser un grupo homogéneo, sino que, al contrario, son una suma de grupos con posturas que atraviesan todo el espectro ideológico: desde el peronismo de izquierda -mayormente conformado por jóvenes- hasta el peronismo de derecha. Y esas diferencias ideológicas terminan, esa jornada, literalmente a los tiros -especialmente en contra de los sectores de izquierda y las grandes masas populares-. Veamos cómo analiza estos hechos Marín:
"En Ezeiza las masas presenciaron una imagen profética de la Argentina: la lucha a campo abierto. En la matanza de Ezeiza, los distintos sectores mantienen diferentes posiciones: los que consideran que en esa lucha no tienen que participar porque es una lucha entre peronistas; los que participan de esa lucha, pero lo hacen desarmados, creyendo que no van a un combate; el enemigo que mantiene una estrategia político-militar y está dispuesto al combate y al aniquilamiento" (p. 9-10).
Los inocentes creen que van a una celebración, no a una guerra, pero otros quieren ir a una guerra desde el comienzo, por eso llegan armados. Podríamos conjeturar: la izquierda llega a Ezeiza con las armas morales; la derecha, con las armas reales. Además de un enfrentamiento entre posiciones ideológicas, fue un enfrentamiento entre progresismo y regresión, y también un enfrentamiento entre ingenuidad idealista y realismo político:
"La decisión firme de bucar el aislamiento y la destrucción de los sectores más radicalizados del peronismo [...], mostró la capacidad de realizar ofensivas tácticas exitosas de los cuadros armados de la política regresiva del peronismo. La incapacidad para evaluar correctamente las condiciones reales en que se desarrollaría la reunión de masas de Ezeiza, mostró no solo el nivel de debilidad político militar de las organizaciones populares más radicalizadas del peronismo, sino cierta ingenuidad en los sectores sociales que constituían la base de alimentación y reproducción de esas organizaciones" (p. 73, n. 38).
A partir de junio de 1973, una cosa queda clara para todo el país: pase lo que pase a continuación, las armas reales van a tener un lugar central. Y algo más: tristemente, serán las masas quienes recibirán, en su cuerpo, las balas. Por otra parte, podríamos afirmar que la lucha de clases a escala nacional comenzó a plasmarse, a escala más pequeña, dentro de una misma identidad partidaria: dentro del peronismo, que, como vimos ya, siempre había sido una alianza de clases, pero desde este momento es también una adición de ideologías disímiles e incluso contrapuestas. En pleno siglo XXI, el peronismo sigue siendo una identidad tan amplia porque sigue logrando unir -porque sigue mezclando- posiciones muy divergentes. Esa es su fuerza y también su debilidad. El peronismo es a la vez la expresión de "la unidad de las masas populares en la Argentina" (p. 77), pero también el nombre de la imposibilidad profunda de la unidad; dicho de otro modo, es una unidad inestable, efímera, y en última instancia ilusoria, pero que por momentos funciona.
Cada vez quedaba más en evidencia, para las masas en movimiento, que la meta era "poner fin a la dominación de la burguesía basada en la impunidad y el monopolio de la violencia material"; para lo cual, parecía necesario terminar de dar forma a una "fuerza social" que fuera capaz de "expresarse como fuerza física y moral", a la vez (Marín, 1984: 71). Con esta meta en mente, crece la "euforia popular", como reacción frente a "18 años de represión generalizada al movimiento popular"12. En efecto, "se extiende una movilización de todas las fuerzas que habían unificado su acción en el frente electoral", pero esta movilización puede dividirse en dos momentos. En un primer momento, no se hacen "distingos de fracciones ideológicas", sino que todas las partes del frente se movilizan juntas. En un segundo momento, sin embargo, y a medida que se empeoran las condiciones sociales circundantes, las "fracciones rivales" del mismo movimiento comienzan a separarse. En palabras de Marín, "ha terminado un período y comienza una profunda lucha en el interior del movimiento de masas" (p. 74).
En todo esto, "la burguesía no permanecerá ajena", sino que, muy por el contrario, usará la rivalidad entre fracciones de las masas populares para irse alineando, estratégicamente, a una o a otra, según convenga a sus propios intereses. Así, "su mirada se mantendrá firme en el desarrollo de las contradicciones del peronismo y de éste con el movimiento de masas" (p. 75). Es la estrategia clásica de dividir para vencer13.
Efectivamente, y a gran velocidad,
"la estrategia gatopardista de la burguesía ilustrada comenzaba a dar sus frutos: Perón, el peronismo, eran incapaces de conducir y controlar su movimiento y al movimiento de masas en los moldes del sistema institucional. Una intensa lucha entre las fracciones del peronismo por conquistar su lugar en el aparato del Estado ha creado una fragmentación objetiva del poder instrumental del mismo. Las fracciones más radicalizadas del movimiento de masas aprovechan la situación de ‘neutralización’ de los aparatos represivos y se lanzan a ocupar sus lugares en los frentes de masas buscando las formas de su movilización. [...] En la práctica muchas de las organizaciones más radicalizadas del peronismo -formadas en su mayoría por cuadros que habían abandonado organizaciones de izquierda marxista- entraron en conflicto u enfrentamiento con organizaciones de izquierda marxista en la lucha por la conducción de los frentes de masas" (p. 77, n. 42).
Lo que se dió, entonces, "de mayo 1973 a abril 1974" fue un proceso que debemos llamar de "lucha por la conducción del movimiento de masas". Esa lucha por la conducción se dió entre "los dos grandes frentes de la clase obrera -las organizaciones gremiales y la conducción política del peronismo-" (p. 141). Un hito clave en el marco de esa disputa se dió, precisamente, en mayo de 1974, en donde "la clase obrera cobró firmeza y se movilizó sin esperar instrucciones de nadie y otorgó a sus movilizaciones económicas un carácter clasista con su presencia multitudinaria en todo el país". Estamos refiriendo a los hechos -con cierto parecido a lo ocurrido en Ezeiza, aunque sin las armas- que sucedieron aquel día en la famosa Plaza de Mayo, durante un discurso de Perón,
"cuando éste ataca frontalmente a los grupos más combativos presentes en el acto, y recibe como respuesta un retiro multitudinario: se va más de la mitad de los manifestantes que habían concurrido a la concentración, hecho cuya importancia tiene más relevancia si agregamos que la decisión no fue consecuencia de una orden de las organizaciones, sino que nació espontáneamente; por supuesto, las organizaciones que habían sido atacadas por las palabras de Perón, ante la acción de los manifestantes, también se sumaron al retiro" (p. 140, n. 70).
Pero Perón, ya de edad avanzada, muere dos meses después, en julio de 1974, y ahora no solo queda más abierta la disputa por el liderazgo del movimiento de masas, sino que queda el campo libre para que el ala más fuerte de su gobierno, de clara tendencia derechista, utilice los recursos del poder para librar una feroz batalla contra las diversas tendencias izquierdistas del campo popular -y del propio peronismo-. Y esto, en concertación con las fuerzas, aún socialmente hegemónicas, del período dictatorial anterior. En efecto, "en la práctica las acciones fueron gestando una alianza política entre los partidarios del régimen [la burguesía pro-capitalista] y el gobierno [el peronismo de derecha]; uno y otro combatían a las diferentes fracciones revolucionarias del movimiento de masas" (p. 152). ¿De qué modo se desplegó esa "política de aniquilamiento" de los grupos que peleaban por un mundo más justo? Mediante "operaciones clandestinas". Marín lo explica bien:
"El régimen [...] concentró sus operaciones en acciones clandestinas con el objetivo de producir bajas que lograsen la desmovilización del movimiento de masas, más que la búsqueda y enfrentamiento con las fuerzas armadas de las organizaciones revolucionarias. La represión policial convencional actuaba directamente sobre las movilizaciones populares, y las organizaciones clandestinas imponían una política de aniquilamiento de los elementos más combativos de los frentes de masas" (p. 146).
Es decir que se trataba de una doble táctica: con las armas oficiales -la policía- se reprimían las grandes movilizaciones de masas; y con armas extraoficiales -grupos paramilitares- se "daban de baja" a los líderes del movimiento y de las organizaciones. El blanco de esta segunda cara de la política de aniquilamiento eran, más específicamente, "los cuadros que mediaban entre las organizaciones revolucionarias y el movimiento de masas". ¿Por qué eran estos un blanco clave? Porque "las bajas que esa política realiza durante todo el período inicial tendrán como meta prioritaria el aislamiento social de la clase obrera y el cerco de las organizaciones revolucionarias" (p. 141). Es decir, la profundización de la "estrategia defensiva" del régimen de la burguesía, ya aludido, de desarmar a las masas, desorganizarlas y desmovilizarlas. En efecto, el régimen buscaba a toda costa:
"lograr el desarme del movimiento de masas. Sabía leer en los hechos armados su significado más profundo: se orientaban cada vez más a la constitución de una fuerza armada de masas. Sabía, y por eso callaba, que los hechos armados realizados por las organizaciones revolucionarias no buscaban el enfrentamiento, ni la medición de fuerzas, sino fundamentalmente la creación de una fuerza armada de masas; la medición del proceso la realizaban en esos términos" (p. 162).
En otras palabras, las fuerzas socialmente hegemónicas se habían percatado ya de que cortar los nexos entre las organizaciones armadas de izquierda y las masas movilizadas era la forma de evitar que las grandes mayorías populares del país no solo se levantaran en contra del régimen reinante -desigual y autoritario-, sino que, además, ese levantamiento tuviera posibilidades de éxito. Las consecuencias materiales -o, aún más concretamente, las consecuencias corporales- de esa política de aniquilamiento, quedan a la vista de las estadísticas recogidas y analizadas por Marín:
"Las ‘masas movilizadas’ y los ‘militantes políticos de base’ reciben el peso fundamental de las bajas durante ese período (1973-1976); no sólo el 66% del total de bajas (muertos+heridos+detenidos) les corresponde, sino también específicamente el 80% de los muertos y heridos durante ese primer año (1973). Las masas desarmadas son el objetivo del régimen durante ese período" (p. 146-147).
A pesar de estos números escalofriantes -y eso que aún no hemos llegado a la última y más cruenta dictadura, la que arranca en 1976-, la movilización de masas subsiste a lo largo del período. Pues "en forma quizás desordenada, errática pero permanente, las organizaciones revolucionarias buscaron generar y mantener las condiciones y el desarrollo del armamento del pueblo. Esa fue la meta estratégica sustantiva del campo popular: lograr una fuerza armada de masas" (p. 164). Y eso sería exactamente lo que el régimen no podría tolerar, razón por la cual, viendo que este nivel de represión y muerte, a sus ojos, aún no era suficiente para acallar a las masas, se produjo un nuevo golpe de estado, que dejaría todo lo sucedido durante este período empequeñecido.
Tracemos algunas ideas preliminares sobre este período, que llamé de las masas en las calles. En primer término, pareciera que la clave para lograr hechos de masas de relevancia nacional, es siempre la unidad, es decir, lograr cierta "unidad estratégica" entre los heterogéneos sectores que conforman a la masa. Así, como constatan Balvé et al, lo que compartían ambos hechos de masas cordobeses -Cordobazo y Viborazo- fue la participación unificada de trabajadores y estudiantes, dirigentes sindicales, partidarios, barriales y parroquiales, así como militantes de diverso tipo y cuño. Del análisis de sus diversos grados de unidad, de hecho, pueden también establecerse las diferencias entre los hechos de 1969 y 1971. El Cordobazo fue más "radical", más "consistente", y duró más, porque hubo mayor unidad, mientras que en el Viborazo "hubo una fractura": mientras las bases del movimiento lanzan "un plan de lucha con ocupación de barrios", los sindicatos de las fábricas y empresas "no adhieren y organizan un acto" -lo que fue el principio del fin- (Balvé, Murmis y Marín, 2005: 11).
Profundizando en las similitudes y diferencias entre los dos hechos de masas más importantes de esos primeros años, podemos decir, con los autores, que "esas movilizaciones tienen entonces dos aspectos: 1) un aspecto común: el ser grandes luchas de masas originadas en contradicciones agudizadas por el gobierno representante de los intereses del gran capital; 2) un aspecto que distingue a cada una de ellas, puesto que [...] las masas que las protagonizan tienen una composición social diferente, las clases y sectores de clase que las conducen tienen programas y consignas diversas y, también, las coyunturas a nivel nacional son otras"14 (p. 169). Más detalladamente:
"Mayo de 1969 y marzo de 1971 constituyen dos coyunturas que muestran aspectos similares y diferentes. Aspectos similares son la voluntad de lucha y la movilización de las masas cordobesas, especialmente la clase obrera; la crisis y estancamiento de la estructura económica regional, etc. Aspectos diferentes son el grado de movilización; la unidad interna de la clase obrera cordobesa y la nacional -mayo 69 es un movimiento táctico de la clase obrera a nivel nacional, mientras que marzo 71 lo es a nivel local-; el momento político nacional; el surgimiento de sindicatos vinculados con organizaciones de izquierda y la participación de organizaciones armadas, etc. Desde el primer punto de vista, ambas son parte del proceso de ascenso de las masas obreras y populares" (p. 217-218).
Resumiendo: los aspectos comunes a los dos hechos son su carácter masivo, popular y transclasista, su orientación de protesta contra un régimen desigual y autoritario en crisis -tanto a nivel nacional como a nivel regional-, y su puesta en escena pública de las contradicciones de ese sistema. Los aspectos diferentes, sin embargo, tuvieron que ver fundamentalmente con el grado y profundidad de la unidad de esas masas: mayor o menor unidad entre clases, entre bases y liderazgos de las organizaciones, entre luchas armadas y no armadas, entre militantes e independientes, entre distintos partidos políticos, entre levantamientos regionales y nacionales.
Ampliando ahora nuestra mira hacia el resto de los hechos combativos de masas del período más amplio -Casilda, Cipolletti, Rosario, Catamarca, Tucumán, etc.-, Marín afirma, basado nuevamente en análisis de datos cuantitativos, que "al igual que lo ocurrido en el período 1969-71 con los movimientos de protesta social, la gran mayoría (70.7%) sucedieron en el interior del país; pero a diferencia de aquel período en que la lucha de calles hegemonizó la acción de masas, los hechos armados asumirán en el nuevo período (1971-1974) el carácter inherente a las nuevas relaciones que establecían las fracciones sociales en pugna" (Marín, 1984: 167-168). O sea: que lo que comparten los levantamientos de los primeros años con los de los últimos años del período, es su carácter regional y federal, y que, lo que los distingue, es la modalidad adoptada por esos levantamientos. En los primeros años, primó la lucha de calles; en los últimos años, tomó cada vez más protagonismo la lucha armada. ¿Por qué?
Las "organizaciones revolucionarias" compartían, con las masas movilizadas, "ese estado de ánimo" que las convencía de la necesidad del "ejercicio de una crítica práctica" del régimen dominante en el país -y en el mundo- (p. 168). Y de hecho, "hacia mayo de 1973, se llega al punto más alto de la ofensiva popular y de masas que se había iniciado progresivamente -con sus alzas y sus bajas- a partir de mayo de 1969" (p. 171). Entonces, ¿por qué se dió el paso de la lucha de calles a la lucha de armas? Porque llegado ese mismo punto, y luego de repetidos embates -graves o incluso mortales- por parte de las fuerzas armadas del régimen -tanto oficiales como paraoficiales, y especialmente entre 1974 y 1976-, "se debilitó la fuerza de masas de la ofensiva popular y los sectores más combativos concentraron su acción en la búsqueda de la capacidad para enfrentar las ofensivas armadas generalizadas contra el movimiento popular" (p. 172). En pocas palabras, se había llegado a la conclusión -empírica, histórica- de que las armas, lamentablemente, solo podían resistirse con las armas.
En 1976 se produce el último golpe de estado en la Argentina, dando inicio a la más sangrienta y letal de sus dictaduras. Frente al crecimiento de una ofensiva popular masiva y armada, los sectores socialmente hegemónicos del régimen desigual dominante, realizan este golpe y desarrollan esa dictadura haciendo uso extensivo de técnicas "antisubversivas" -por ejemplo, de tortura de personas detenidas- aprendidas con ayuda del ejército imperialista estadounidense. En lo cual, a pesar de las especificidades del caso argentino, pueden trazarse similitudes no solo con otras dictaduras del período en el resto de América Latina, sino con todo tipo de ofensivas del poder para ahogar luchas sindicales, étnicas, independentistas, etc., de masas. Así lo detalla Marín:
"Se trata, realmente, de una burguesía que está al día respecto de las diferentes tecnologías que la lucha contrarrevolucionaria ha gestado en los grandes centros capitalistas: contra la liberación colonial, contra los movimientos de masas, contra la guerra de Vietnam; las tecnologías de desestabilización política institucional, los métodos de demolición social… y así podría seguir la lista en relación a lo que es el producto de una larga experiencia de la burguesía internacional, en su lucha contra las movilizaciones de los desposeídos" (Marín, 1984: 30-31).
Precisamente: si ampliamos la mira desde Argentina hasta abarcar América Latina más en general, José María Aricó15 tiene elementos para aportar a este análisis, desde su libro Los orígenes del marxismo latinoamericano. Escribiendo en los primeros años de la dictadura, y viendo cómo ella implicaba una contrarrevolución -que estaba apagando por la fuerza los esfuerzos revolucionarios de las masas de los años anteriores-, el autor afirma que es preciso reformular la concepción de las masas vigente hasta ese entonces pues ella había sido puesta en crisis, por la fuerza de los hechos-. Frente a un nuevo contexto, sumamente adverso para los levantamientos de masas, era necesario pensar a las masas de nuevas maneras. Y, especialmente si se quería pensar unas masas críticas del régimen capitalista -a partir de estos años, de capitalismo específicamente neoliberal-, parecía ser requisito rever también las concepciones de marxismo, de socialismo y de revolución que se tenía hasta entonces, y que habían alimentado las acciones de masas anteriores.
En su opinión, la construcción de un "vasto movimiento de masas" requiere necesariamente "no la restauración de una doctrina marginada del proceso histórico de constitución del movimiento", no una teoría "evolucionista" del cambio histórico -una convicción ciega en que el triunfo de una sociedad mejor es inevitable y está a la vuelta de la esquina-, sino una teoría atenta al contexto histórico del momento y lugar, a cómo se van desarrollando los hechos, a cómo se van modificando las relaciones de fuerza, a oportunidades y obstáculos a su despliegue, etc. (Aricó, 1978: xv).
Así, cuando se está "empeñado en la construcción de la organización revolucionaria de las masas" de las masas locales, de aquí y ahora, y no de las masas en general, como si toda coyuntura diera lo mismo-, entonces es preciso reformular "los términos de una teoría y de una política revolucionarias" específicas para ese tiempo y lugar, para ese país (p. xxii). Frente a un nuevo contexto, solo pueden surgir y tener esperanzas de éxito unas masas también nuevas. Masas nuevas que sólo pueden, a su vez, conceptualizarse desde una teoría nueva. De lo que se trata, en la mirada de Aricó, es de "argentinizar" -o peruanizar, chilenizar, brasilizar, etc.- la teoría general -¿europea?- de unas masas orientadas a la revolución, al socialismo, o incluso a la justicia social. Traducir en función de la realidad local "la reflexión crítica y la acción práctica" sobre y de las masas. Más detalladamente, se trata de "completar en un sistema de conceptos nuevos su reflexión sobre las características de la revolución [...] latinoamericana, sobre el papel del proletariado, de las masas rurales y de los intelectuales en dicha revolución" (p. xxiii).
Ahí tenemos, entonces, un nuevo elemento que hasta entonces no había aparecido. Dada la realidad económica de los países de América Latina, una masa revolucionaria no puede limitarse solo a los sectores urbanos, sino que debe incluir, para tener verdadera fuerza, a los sectores rurales, además del apoyo estudiantil-intelectual. Podríamos decir: debe ser más trans-clasista y heterogénea que nunca. La teoría marxista clásica sobre las masas, así, debe abrirse a la posibilidad de un nuevo actor histórico, que incluye pero que va mucho más allá del "proletariado" -fabril, urbano-. Debe abrirse, en otras palabras, a lo "popular" en todas sus variadas formas. Debe aceptar que los "movimientos ideológicos y políticos de las masas populares" -por ejemplo, rurales, o de trabajadores informales-, aunque no tengan una organización y una dirección estrictamente comunista, pueden tener "potencialidad revolucionaria" también. Debe, para decirlo con todas las letras, dejar de "condenar el populismo" -rasgo central de la política latinoamericana- (p. xxxviii).
Para que una orientación política tenga posibilidades, no puede negar, sino que debe estudiar y abrazar, la "cultura de la época" (p. xii) -aun cuando su meta ulterior es realizar una crítica16 de la época-. Si, por ejemplo, una teoría socialista sobre las masas revolucionarias se aleja de la cultura de su tiempo y lugar por ejemplo, del populismo-, su praxis política fracasará de modo seguro, pues se perderá de ampliar sus posibilidades al aliarse con "el movimiento nacional -en los países dependientes y coloniales- y con el populismo rural en los países centro y sud europeos" (p. xxxviii). Ese alejamiento rompe posibles "lazos ideológicos, políticos y culturales" que vinculan al socialismo, al comunismo, al populismo, a las luchas fabriles, rurales, indígenas, y por la independencia respecto del colonialismo y el imperialismo.
De hecho, esto es de especial urgencia "cuando la penetración imperialista y el desarrollo capitalista agudizan las tensiones" dentro de un país dependiente. De hecho, repasando hitos históricos de otras latitudes y otras épocas, Aricó encuentra que es cuando luchan juntos el campo y la ciudad, estudiantes universitarios e indígenas empobrecidos, trabajadores sindicalizados y precarizados, etc., cuando surgen e irrumpen las ideas y las prácticas más transgresoras del sistema (p. xlvi). Por eso, aún en el marco de una dictadura como la de 1976-1983 en Argentina, lo que había en "el centro de la reflexión" para estos intelectuales era "el nudo de las relaciones entre las masas y la política" (p. xlviii). Por eso, el objetivo final era entender cómo lograr la unidad "del movimiento de masas y del partido político de los trabajadores" (p. lv). De una izquierda nacional, del socialismo nacional-popular, de un marxismo populista, o como se lo quiera llamar.
Sobre algunas de estas cuestiones, también Juan Carlos Portantiero17 tuvo varias cosas para decir, en una serie de artículos clave, también escritos a la par del despliegue histórico -esto es, a lo largo de las décadas del '80 y del '90-. En uno de 1980 titulado Democracia y socialismo: una relación difícil, el autor agrega, a la serie ya mencionada de conceptos necesarios de ser repensados -marxismo, populismo, comunismo, socialismo-, el concepto de democracia. Esto es especialmente urgente en un contexto en el que, estando Argentina bajo un régimen dictatorial, la recuperación de la democracia se vuelve una meta tan importante como la justicia. Y esto, tanto para los intelectuales como para la población en general. La intención del escrito, en este marco, es orientar un pasaje de la mera crítica social -la actitud predominante, según Portantiero, en el período histórico anterior-, hacia la construcción de un nuevo modelo social. En sus propias palabras, se trata de aunar socialismo y democracia, utilizando su concepto unificado ¿socialdemocracia?- "ya no como crítica de la realidad sino como ordenador doctrinario de un movimiento de masas" (Portantiero, 1984: 15). Podemos decir: si en el período anterior el rechazo de lo dado era concebido en términos de revolución, en este nuevo período lo es en términos de crítica... pero de una crítica no solo práctica -como es la revolución, la acción revolucionaria-, sino de una crítica fuertemente teórica. En la voz de Portantiero: del marxismo, por ejemplo, se trata de rescatar su "herencia teórica [...] más allá de su crítica" (p. 15).
En 1981 el autor publica un nuevo artículo, junto a su colega Emilio de Ípola: Lo nacional-popular y los populismos realmente existentes. En evidente conexión con lo planteado por Aricó, también Portantiero y de Ípola buscan la receta del cóctel que mezcle marxismo y populismo para una sociedad de masas justa y democrática. En su opinión, la llave está en el concepto de hegemonía. La hegemonía es lo dominante, lo que logra predominar y volverse consenso en una sociedad dada. Y una "concepción no reduccionista de la hegemonía", tal como él la pretende, atendería a las formas socialmente dominantes no en una sino en todas las esferas sociales: hegemonía económica, hegemonía política, hegemonía cultural, etc. Esta concepción, desde su mirada, permite redefinir "la relación entre intelectuales y masas, entre sentido común y conciencia crítica" (Portantiero y de Ípola, 1989: 23). ¿Por qué? Porque, al brindar un panorama más complejo de la sociedad en cuestión, puede repartir roles sociales de manera más adecuada, así como entender con más claridad que vale la pena mantener y qué es preciso cuestionar -siempre con miras a una transformación social más justa y democrática-. Lo insoslayable: que tanto las masas como los intelectuales tienen un papel importante en ella, es decir, en la transformación de la hegemonía dada.
En este texto de Portantiero y de Ípola, las masas aparecen pensadas en términos de lo popular. ¿Cuál es entonces, para él, la potencialidad de las masas y lo popular en esta época de retraimiento de los levantamientos anteriores, producto de la represión sistemática? En sus palabras:
"Numerosas estratificaciones culturales que aparecen en lo popular forman un todo contradictorio [...]; esa moral expresa, a la vez, estratos [...] conservadores y reaccionarios y estratos innovadores y pogresivos [...] que están en relación diversa con la moral de los estratos dirigentes [...]. La materia prima con que la voluntad nacional-popular va a ser producida es expresión de un conflicto secular, interno, que abarca en conjunto a intelectuales y pueblo, entre tendencias a la ruptura y contratendencias a la integración. Desde el interior de esta contradicción se produce lo nacional-popular como sentido de la acción histórica, en la medida en que los aspectos críticos que penetran la materia prima puedan ser desplegados: en la medida, por lo tanto, que actúe sobre ellos una reforma intelectual"18 (p. 26-27).
Resumiendo: la cultura de masas, o cultura popular, es contradictoria, pues contiene tanto elementos reaccionarios como elementos progresivos. Los reaccionarios son aquellos que ayudan a mantener la hegemonía de los sectores socialmente dominantes en el régimen reinante, y los progresivos, los que la ponen en cuestión. ¿Cómo fortalecer estos últimos, y minimizar los primeros? Ahí es donde entra la tarea intelectual, que debe, sin embargo, trabajar en intimidad con los saberes populares y masivos. Su tarea, entonces, es a la vez la recuperación y la crítica del sentido común. Esto implica, por un lado, trabajar sobre los posibles puntos de contacto entre intelectuales y masas, a la vez que, por otro, no borrar la tensión productiva entre intelectuales y masas. Portantiero y de Ípola lo explican con gran sutileza:
"Tanto la conciencia exterior vanguardista como la conciencia populista constituyen opciones simétricas e inversas respecto de una temática ideológica que les es común. Esa temática ideológica aparenta hacerse cargo de un hecho real, a saber, lo que hemos llamado el problema de la alteridad entre intelectuales y masas populares. Sucede, sin embargo, que ese problema no es reconocido sino para ser, inmediatamente, anulado. En otros términos, aquello que se presenta efectiva y recurrentemente como dificultad a afrontar es, lisa y llanamente, reprimido y borrado, en aras de una solución que consiste en negar la tensión inherente a esa relación de alteridad mediante el privilegiamento absoluto de uno solo de sus términos -la ciencia de la vanguardia esclarecida o bien la verdad popular-; a partir de ese privilegiamento, todo se limitará luego a dogmatizar acerca de la necesaria preeminencia del polo elegido" (p. 32).
Retomando el vocabulario utilizado más arriba, existe un dilema entre la pura opción marxista/socialista -la de la vanguardia intelectual como única poseedora de la verdad sobre lo que hay que hacer históricamente-, y la pura opción peronista/populista -la de la masa del pueblo como única poseedora de dicha verdad-. Como en todo, es obvio que ninguna de las dos opciones posee toda la verdad, toda la clarividencia19, ni puede tener un rol protagónico exitoso si no trabaja de la mano de la otra mitad. La postura de los autores, entonces, es, como ya señalé, la del trabajo conjunto con vistas a una contra-hegemonía democrática y socialmente justa. Podríamos conjeturar: es necesaria tanto la crítica práctica como la crítica teórica del sistema dominante -en esa época, la dictadura más agresiva de la historia argentina-. Así, cierran Portantiero y de Ípola:
"Por el contrario, una opción política que asuma y afronte consecuentemente, con modestia pero también sin culpabilidad, el difícil problema de esa alteridad entre intelectuales y pueblo; que reivindique el derecho a enunciar su palabra sin hacer oídos sordos ni silenciar a la de otros; que no presente su discurso como depositario absoluto de una verdad que solo a él le pertenecería, ni como justificación de sus privilegios; que escuche al otro sin someterse a él y sin someterlo: tal es la única alternativa que, al menos en nuestra opinión, aparece como válida para la construcción de un proyecto democrático y socialista" (p. 33).
En 1982, Portantiero publica aún otro artículo relevante para estos asuntos, titulado Socialismo y política en América Latina. Allí, vuelve a tematizar "la relación entre intelectuales, clase y nación, entre cultura crítica, moderna y sentido común de masas". Su idea es que el fortalecimiento de tal interrelación es el requisito para la construcción de una sociedad social-democrática. En el siguiente extracto, todos los elementos presentes en sus ensayos anteriores vuelven a emerger, imbricados:
"La hegemonía, como producción colectiva, supone no solo una agregación política de fuerzas sociales [...], sino la creación de un mundo cultural complejo y plural en el que sentido común y conciencia crítica debieran ser capaces de subsumirse en los procesos de constitución de los actores colectivos. [...] El 'valor perenne del mito en la formación de los grandes movimientos populares' aparece así como un tema de reflexión insoslayable cuando se intenta analizar las luces y las sombras en la generación de un socialismo latinoamericano" (Portantiero, 1982: 52-53).
Construir una hegemonía alternativa a la dominante -dictatorial y neoliberal- precisa de la unión entre intelectuales y masas, entre socialismo y populismo, entre teoría y práctica. Pero esa unión no es cualquier unión. Por un lado, no se trata de la dilución de las diferencias entre cada una de esas instancias, en un todo homogéneo, sino la manutención de esas productivas singularidades en un todo complejo. Por otro lado, esa unión difícilmente se alcance sin darle algún lugar a algún tipo de "mito", de símbolo y/o relato que permita a todos los sectores del pueblo sentirse parte de lo mismo, aún con todas sus diferencias. Y así volvemos al principio de este escrito, y a la cuestión de las identificaciones, los liderazgos y las representaciones.
A grandes rasgos: en los cuarentas, las masas irrumpieron en las calles, en números nunca antes vistos; en los cincuentas, las masas fueron proscritas y pasaron a la resistencia; en los sesentas, las masas estuvieron fuertemente movilizadas, generando levantamientos trans-clasistas; y en los setentas, las masas fueron salvajemente reprimidas, por lo que acabaron replegándose. Ahora bien, replegadas las masas, los intelectuales comenzaron a sugerir un pasaje de la revolución -mediante la lucha- a la crítica -mediante la reflexión- del sistema social de turno. A este pasaje hace referencia la segunda parte del título de mi ensayo. Así, es evidente que las respuestas de las masas frente a las dictaduras no fue siempre la misma: a veces, enfrentamiento directo; a veces, disciplinamiento. Esta es la respuesta a la pregunta de la primera parte del título de mi ensayo. ¿Pero cómo responden las masas frente a la democracia? La democracia en Argentina volvió a instaurarse en octubre de 1983, pero la relación entre masas y democracia aún no ha sido teorizada con la misma profundidad con la que lo ha sido la relación entre masas y dictadura en este país.
Con la intención de comenzar a llenar ese hueco, intentaré resumir los puntos centrales de los visto hasta ahora, esperanzada de que ellos puedan ayudarnos a pensar nuestras sociedades contemporáneas. Aunque "mucho más cerca de la crítica que de la proposición, del modelo ético-político que de la consigna práctica" (Portantiero, 1996: 70), pasaré entonces a continuación a sistematizar lo que considero constituye una auténtica "teoría argentina de las masas" -continuación más reciente de aquel otro tramo de la misma teoría que ya mencioné al comienzo de este ensayo. Sus contribuyentes principales: Marín, Balvé, Aricó y Portantiero -cuyas siglas (M, B, A, P) utilizaré entre paréntesis para dejar asentado de dónde sale cada idea destilada en lo que sigue-. Sin más preámbulos, entonces, van los 38 Puntos de la Teoría Argentina de las Masas:
1)El peronismo es una alianza de clases dominantes y populares, entre las cuales las masas tienen un lugar importante (M).
2)El peronismo es la expresión de la unidad de las masas populares argentinas, pero también la expresión de la imposibilidad de la unidad -por ser una alianza entre posiciones ideológicas muy divergentes- (M).
3)Las masas requieren armas morales y materiales -ideas y recursos- para poder desplegar sus necesidades (M).
4)Existen tácticas defensivas o de resistencia de las masas: en el lugar de trabajo, en las calles, en las urnas (M).
5)Las explosiones de masas son un fenómeno típico de la historia argentina desde sus orígenes como país (B).
6)En contexto de profundización de la explotación capitalista, suele darse la adopción de métodos de acción directa de las masas: la lucha de clases toma la forma de la lucha de calles (B).
7)Existe una dimensión corporal, espacial y temporal de las situaciones de masas (M): las masas generan comunidad, empoderamiento y un futuro abierto.
8)Mayor fuerza tendrá la situación de masa cuanto más trans-clasista sea su composición (B): la masa realmente masiva incluye a las clases populares más las clases medias.
9)El estado de ánimo favorable a la situación de masas y a la lucha de masas es producto de la situación opresiva de las masas populares -y medias- (M).
10)Esta actitud favorable es algo distinto de la convicción ideológica fuerte favorable a la lucha, especialmente a la lucha armada -en general, solo abrazada por pequeños grupos, y solo en situaciones extremas se vuelve masiva- (M).
11)Fracasará la lucha de masas si, aún teniendo armas morales -convicciones-, el bando opuesto, representante del poder, posee grandes cantidades de armas reales (M).
12)Frente a una situación de crisis social, hay cierta inevitabilidad de la insurrección como acción directa de masas. Ella adopta dos formas típicas: primero, ocupación de calles y lucha de calles; si esta se extiende en tiempo y espacio, la acción directa deriva en insurrección como guerra civil (B).
13)Las masas suelen contar con una forma de organización no clásica -partidaria- sino más movimentista organizaciones sindicales, estudiantiles, barriales, parroquiales- (B).
14)La democracia representativa, o bien es una forma de poner fin a los estallidos de masas, o bien es una forma de que las demandas de las masas sean escuchadas (B). Quizás podemos decir, hay dos formas de la democracia: democracia anti-masas y democracia de masas.
15)La democracia representativa, por su no resolución de raíz a los problemas sociales, agudiza más que disminuye los levantamientos de masas (M).
16)Las elecciones son un medio para disciplinar a las masas, aunque también pueden dar la sensación de empoderamiento a las masas -cuando triunfa su candidato- (M).
17)Las masas tienen un importante rol en limar la legitmidad de los gobiernos opresivos, al poner en escena los problemas sociales que los últimos van generando (M).
18)Existen distintos momentos posibles de la lucha de clases a lo largo de distintos momentos históricos: el momento político -protesta de masas en la calle-, y el momento bélico -lucha armada de masas- (M).
19)Solo las alianzas de clases -frentes populares que incluyan a las clases bajas y medias, y en general al progresismo- logran la masividad necesaria para triunfar en elecciones nacionales legítimas (M).
20)Cuando los movimientos de masas deciden armarse -como último recurso para dar la lucha por sus demandas-, el régimen despliega todo tipo de tácticas para su desarme -intentando mantener a toda costa el monopolio de las fuerzas armadas- (M).
21)Existen dos posibilidades de la masa: mantenerse unida a pesar de las distintas fracciones que la conforman, o dividirse en esas distintas fracciones (M): lo primero la vuelva más resistente, lo segundo más débil y más fugaz -y esa debilidad suele ser usada en su contra por otros sectores sociales rivales-.
22)La única forma de que la burguesía sostenga su hegemonía -a pesar de las crisis cíclicas de su régimen capitalista- es que ella logre diluir la unidad de las masas, ahondando en sus contradicciones internas (M).
23)Siempre está en disputa el liderazgo de la masa (M); quien la logra liderar dará su tono a la masa como unidad a pesar de su heterogeneidad constitutiva; pero todo liderazgo es frágil y constantemente disputado.
24)Cuando las masas se arman, la única forma de desarmarlas es aniquilando a sus cuadros armados; más en general, cuando las masas se organizan, la única forma de desorganizarlas es aniquilando a sus cuadros organizativos (M).
25)Los aspectos basales para identificar un hecho de masas son su carácter numeroso y trans-clasista, su orientación de protesta contra un régimen, y su puesta en escena pública de las contradicciones de ese sistema (B).
26)La clave para lograr hechos de masas de relevancia nacional, es siempre lograr cierta unidad estratégica entre los heterogéneos sectores que conforman a la masa (B).
27)La duración de la masa levantada dependerá fundamentalmente de la unidad de esa masa: mayor o menor unidad entre clases, entre bases y liderazgos de las organizaciones, entre luchas armadas y no armadas, entre militantes e independientes, entre distintos partidos políticos, y entre levantamientos regionales y nacionales (B).
28)Los levantamientos de masas se dan cuando éstas adquieren un estado de ánimo que las convence de la urgencia de una crítica práctica al sistema dominante (M).
29)Cuando la ofensiva de masas es sistemáticamente reprimida con fuerzas armadas, la lucha de calles de las masas puede dar paso al armamento de las masas (M).
30)La política de masas gana posibilidades si está nutrida por una teoría de las masas (A).
31)Distintos contextos históricos requieren distintos tipos de movimientos y organizaciones de masas (A).
32)Solo tiene esperanzas de éxito una política de masas basada en una teoría de masas atenta a su tiempo y su lugar (A).
33)Los levantamientos de masas contemporáneos requieren no solo incluir distintas clases sociales, sino también distintos sectores sociales -urbanos y rurales-, y distintas ideologías del espectro progresista socialismo, populismo, indigenismo- (A).
34)El rechazo práctico y espontáneo del sistema da lugar a una revolución de masas caótica; el rechazo teóricamente informado del sistema da lugar a un movimiento de masas ordenado (P).
35)Tanto las masas como los intelectuales tienen un rol social con entidad propia en una transformación social (P).
36)La cultura de masas es contradictoria -el sentido común contiene elementos reaccionarios y progresivos: que justifican o bien cuestionan la hegemonía dada-. Por ello, el rol intelectual es la crítica de los primeros y el fortalecimiento de los segundos (P).
37)Tanto masas como intelectuales solo poseen verdades históricas parciales: ninguna es absoluta, y ambas son necesarias para transformar la sociedad, trabajando en conjunto (P).
38)Construir una hegemonía alternativa a la dominante precisa de la unión entre intelectuales y masas, entre teoría y práctica; pero esa unión requiere de algún mito, símbolo o relato que permita a todos los sectores sentirse parte de lo mismo (P).