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¿Saben los camélidos que son «camélidos»? Un análisis etnográfico y antropológico sobre las nociones nativas de «especie» en un zoológico
Do Camelids Know They Are “Camelids”? An Ethnographic and Anthropological Analysis of “Species” Native Notions at a Zoo
Sabem os camelídeos que são “camelídeos”? Uma análise etnográfica e antropológica sobre as noções nativas de “espécie” em um zoológico
Tabula Rasa, núm. 51, pp. 127-152, 2024
UNIVERSIDAD COLEGIO MAYOR DE CUNDINAMARCA

Artículo de investigación


Recepção: 15 Março 2024

Aprovação: 16 Junho 2024

DOI: https://doi.org/10.25058/20112742.n51.06

Resumen: Este artículo es parte de una amplia investigación etnográfica y antropológica sobre las prácticas e interacciones entre «humanos» y «animales» en el Zoológico de Córdoba, en Argentina. Los objetivos de este trabajo son, por una parte, analizar la manera en que la estructura organizativo-administrativa del Zoo se basa en la categoría de «especie» y; por otra parte, mostrar cómo las prácticas biológicas se enredan con las «jaulas», «habitáculos» y «casitas» que, como veremos, van constituyendo las distintas concepciones nativas de la «especie». Esto se puso de manifiesto con el traslado de los animales, en particular, pude observarlo en el caso de los camélidos. Para ello veremos de qué manera la vida de todos los participantes del Zoo está impregnada, a través de las prácticas de los biólogos y las decisiones de los administradores, por la categoría de «especie» tomada de la biología, mientras que, a la inversa, los cuidadores despliegan un discurso que refleja sus experiencias vividas con los animales y su relación con ellos como criaturas singulares, desbordando la noción de especie.

Palabras clave: Especie, animales, zoológico, camélidos, traslado de los animales.

Abstract: This article is part of a broad ethnographic and anthropological investigation on the practices and interactions between “humans” and “animals” at the Córdoba Zoo, in Argentina. This paper has two aims: (1) to analyze how the Zoo has an organizationaladministrative structure based on the “Species” category, and (2) to show how biological practices become entangled with the “cages”, “quarters”, and “tiny houses” which, as we will see, get to constitute the different native conceptions of “species”. This was evident in specimen transportation, particularly in the case of camelids. Thus, we will see how all Zoo members’ life is determined by a “species” category from biology, through biologist practices and administrators’ decisions. Conversely, keepers deploy a discourse that reflects their lived experiences with the animals and their relationship with them as singular creatures, overflowing the notion of species.

Keywords: Species, animals, zoo, camelids, animal transportation.

Resumo: Este artigo é parte de uma ampla pesquisa etnográfica e antropológica sobre as práticas e interações entre “humanos” e “animais” no Zoológico de Córdoba, na Argentina. Os objetivos deste trabalho são, por uma parte, analisar a maneira em que a estrutura organizativo-administrativa do Zoo se baseia na categoria “Espécie” e, por outra, mostrar como as práticas biológicas enredam-se com as “gaiolas”, “habitáculos” e “casinhas” que, como veremos, vão constituindo diferentes conceições nativas da “espécie”. Isso manifestou-se no traslado dos animais, em particular, pude observá-lo no caso dos camelídeos. Para isso, veremos de que maneira a vida de todos os participantes do Zoo está impregnada, por meio das práticas dos biólogos e das decisões dos administradores, da categoria “espécie” tomada pela biologia, enquanto, de maneira inversa, os cuidadores estendem um discurso que reflete suas experiências vividas com os animais e sua relação com eles como criaturas singulares, desbordando a noção de espécie.

Palavras-chave: Espécie, animais, zoológico, camelídeos, traslado dos animais.

Introducción

Esta investigación se fundamenta en un trabajo empírico que desarrollé en el Zoológico de Córdoba (Rosso, Monguillot, & Cabido, 1985), en Argentina, entre los años 2017-2023, donde, además de recoger testimonios e información de los distintos agentes, pude realizar una observación participante como cuidadora de animales durante un período de seis meses, entre los años 2017-2018, y un trabajo de campo que en total abarcó un período de dos años, entre el 2017 y el 2019. Esa experiencia me llevó a profundizar en los roles diferenciados de los biólogos, los administrativos y los cuidadores, así como también en las características singulares de cada uno de los «animales» y en las diferentes interacciones entre ellos. Introduciré la práctica de los «traslados de los animales», en particular lo que sucedió con motivo de la apertura de un nuevo sector en el Zoo: el sector de «Camélidos», en cuyo contexto se pusieron de manifiesto las nociones empleadas por cada uno de los agentes humanos para referir a los espacios habitados por los animales (Bonacic, 1991).

En la primera parte del artículo me refiero a los zoológicos en la literatura científico-social reciente. Luego, en el segundo apartado, me refiero de manera breve a la historia del Zoo y mi entrada al trabajo de campo. Después, en un tercer momento, describo la organización funcional del Zoo, cómo están distribuidos los sectores en el espacio físico y la práctica de los traslados como parte del funcionamiento regular del Zoo. Entre estos últimos, me refiero en particular a la situación de los animales camélidos en ocasión de su traslado al nuevo sector de «Camélidos» (Bonacic, 1991). En la siguiente sección describo los roles diferenciados y algunas de las prácticas recurrentes de los biólogos y los administrativos, y en particular, intento mostrar de qué manera lo administrativo captura algunas cuestiones teóricas de la biología (González, 2019). Luego, me ocupo directamente de los animales en la biología y el concepto teórico de «especie» y su uso por parte de biólogos y administrativos. En el último apartado, examino de qué maneras las «jaulas» y los «habitáculos» siguen una lógica administrativa de ordenamiento de los animales según la «especie» (González, 2019). Ello contrasta con el término «casitas» empleado por los cuidadores, que no sólo se refieren a los espacios físicos habitados por los animales sino al tipo de experiencias-vividas y prácticas que guiaban las interacciones de ellos con los animales. Termino con algunas conclusiones.

Los zoológicos en la literatura crítica científico-social

Los zoológicos son actualmente un tema de interés académico e intenso debate social por las distintas posturas que los aprueban o se oponen a ellos, es decir, acerca de qué hacer con ellos y con los animales que viven en su interior. Retomaré en las siguientes líneas algunas referencias de la literatura científico-social reciente, específicamente de los estudios críticos animales (Massacese, 2016), que ponen de relieve la dimensión de dominación del humano sobre la naturaleza en general, y sobre los animales en particular. Para ello se requerirá hacer referencia a la noción de animalidad que está en juego en el contexto de estas discusiones.

Para Julietta Massacese (2016), los zoológicos modernos son reconstrucciones de las antiguas Casas de Fieras. Esto significa que el viviente animal pasa de ser un lujo para el observador (como la mirada soberana del rey) a ser un animal viviente donde la curiosidad está en continuidad con la apropiación o, aún más, con el sacrificio. Como señala Massacese, se configura la continuidad curiosidad-apropiación-sacrificio: «[la] avidez de saber que se enlaza con el poder ver y el poder tener: conocer algo es disponer de algo, ya para su examen, su cura, su tratamiento o su trata (encierro, exhibición, comercio, explotación, etc.)» (Massacese, 2016, p.59-60).

Desde un enfoque similar, Cloquell (2015) hace referencia a la sensibilidad pública que se tiene actualmente sobre el bienestar de los animales en los zoológicos. Específicamente, observa el impacto científico, conservacionista y educativo que los zoológicos pueden ofrecer mediante la exhibición de los animales al público. No obstante, en palabras del propio autor «Más allá de la ocasional compasión por su encierro, dicha experiencia tampoco incrementa la empatía hacia la especie ni la disposición a cooperar para su conservación» (Cloquell, 2015, p.105), sino que más bien, «el contenido de los zoos es naturaleza abstraída y organizada para consumo humano» (Cloquell, 2015, p.107).

Laura Borsellino (2017), por su parte, se pregunta a raíz de dos publicaciones realizadas por la ONG Aves Argentinas, cuál sería la necesidad de dar continuidad al Zoológico de Buenos Aires. Para desglosar el argumento, la autora recurre a la «clasificación arbitraria de los roles de los zoológicos» (Borsellino, 2017, p. 66). Esta clasificación, según la autora, nos sumerge en distintos pares dicotómicos (naturaleza v/s cultura, zoológicos buenos v/s zoológicos malos, modernidad v/s colonialidad, entre otras), donde uno de los términos de cada uno de ellos tiene una jerarquía superior sobre el otro y es usado para fundamentar el dominio de los humanos sobre los animales. Ello nos permite, a su vez, identificar cuáles son los modos en que nos relacionamos con la naturaleza. Como señala la autora: «La institución Zoológico funciona como productora de un conocimiento que viene enraizado en la lógica del pensamiento moderno [...] re-creando dicotomías, atomizando los saberes y privilegiando aquellos conocimientos que son útiles para dominar la naturaleza» (Borsellino, 2017, p. 69).

En la misma línea, el trabajo de la etnohistoriadora Alejandra Hernández Estrada (2022) retoma la cuestión de la otredad animal en el Zoológico de Chapultepec en México. Su análisis se refiere a los múltiples dispositivos de poder que se han creado para someter las vidas de los animales. El zoológico, dice ella, «no educa, no conserva: sólo entretiene [...] los mundos de cada individuo y sus necesidades no caben en los recintos que se les han asignado [...] no resuelve en nada los padecimientos físicos, mentales y emocionales» que afectan a cada uno de los animales que residen en este zoológico (Hernández Estrada, 2022, p. 139). El animal cautivo en el zoológico, concluye la autora, termina siendo algo que no es.

Así entonces, estos trabajos ofrecen un análisis sociohistórico de los zoológicos y, a su vez, desde la perspectiva de los estudios críticos animales (ECA), lo que nos permite conceptualizar los roles diferenciados y las relaciones entre los administrativos, los biólogos y los cuidadores entre sí y con los animales en el Zoo. En otras palabras, de qué maneras los animales no humanos en los Zoo se encuentran insertos en distintas lógicas de «antropo-poder» y «dominación animal» (González & Ávila Gaitán, 2022; López Barrios, 2020) en cada zoológico particular.

El Jardín Zoológico de Córdoba: mi entrada al campo

La historia del Zoo de la provincia de Córdoba, en la República Argentina, se remonta a 1911 cuando, por decreto, se le dio el nombre de Parque Sarmiento al emplazamiento donde se encuentra ubicado. Al siguiente año, José Ricardo Scherer —biólogo alemán— se radicó en Córdoba y, al no hallar un zoológico, preparó un proyecto para presentarle al gobernador de entonces, Félix T. Garzón, pero sus resultados fueron negativos. Luego, con el cambio de administración de la provincia a cargo de Ramón J. Cárcano, Scherer encontró aliados entusiastas de su idea y presentó un nuevo proyecto, el cual fue aprobado con fecha 16 de diciembre de 1914, para instalar en el Parque Sarmiento el Jardín Zoológico de Córdoba. Algunos arquitectos y diseñadores de la época, en conjunto con Scherer, soñaban con ese emplazamiento rodeado de vegetación autóctona, y más aún, con tener una colección de animales exóticos de numerosos continentes. El Zoo fue inaugurado, finalmente, el 25 de diciembre del año 1915 en la llamada «Barranca de los Loros», un lugar de 20 hectáreas en el Parque Sarmiento, cuyo nombre aludía a la gran cantidad de nidos de loros que había en la barranca.

Hacia 1985, el Gobierno provincial comenzó el proyecto denominado P.RE.JA.ZOO.C. o Pautas de Remodelación del Jardín Zoológico de Córdoba (Rosso et al., 1985): en él, se contemplaba la división del Zoo en «dos grandes áreas, “Animales Autóctonos” y “Animales Exóticos” [para así dar prioridad al] patrimonio faunístico nacional [y al] conocimiento de la fauna exótica» (Rosso et al., 1985, p. 34), respectivamente. Entre 1985 y 1990, se centraron los esfuerzos bajo tres lineamientos: el conocimiento científico de animales autóctonos y exóticos, donde se comenzó a priorizar el patrimonio, la conservación y el bienestar animal; la educación y entretenimiento que se debía impartir al público; y el intento de remodelación de las jaulas con fines menos exhibicionistas.

Para el año 2017, cuando comencé mi trabajo de campo, mi primera impresión fue que los lineamientos del P.RE.JA.ZOO.C. parecían intocados. Obtuve autorización para ingresar con el fin de realizar esta investigación —como mencioné anteriormente— de dos años a través de un convenio generado entre un proyecto de investigación radicado en el Museo de Antropología/Idacor en el que me encontraba estudiando en aquel entonces, y el Zoo. Desde ese día comencé a caminar el Zoo tres veces por semana. Miraba a los animales dentro de sus jaulas y a los humanos que estaban regularmente fuera de ellas. Mi percepción sobre la relación humano-animal iba cambiando lentamente: somos todos animales, cuando pensaba a través de similitudes; otras veces cuestionaba esa idea, cuando reflexionaba a través de diferencias. Las interrogantes sobre lo que hemos construido como humanidad y animalidad, pero a su vez, la representación de la dominación del Hombre sobre la Naturaleza en aquellos pasillos, agudizaron mi atención hacia los encuentros que comencé a tener con los animales encerrados.

En el transcurso de las conversaciones que comencé a mantener con los humanos no pude evitar comparar algunos discursos y advertir que los conocimientos que tenían los cuidadores aparecían subalternizados. Esto me llevó a observar las relaciones de saber-poder que había en la institución. Sin embargo, sin dejar de observar estos nudos, tiré de otra cuerda: la observación desde afuera de las jaulas de la rutina diaria de los cuidadores comenzó a alertarme sobre la importancia que tenían las prácticas que, tibiamente para mí, en aquel entonces, destellaban entre ellos y los animales.

También me causaba mucha intriga la relación que había entre los administrativos, los biólogos y los cuidadores con relación a los animales. Así fue que, antes de tomar la decisión de realizar el trabajo como cuidadora de animales, entre mayo y octubre del 2017, abundaron las conversaciones que tuve con distintos trabajadores. Allí pude registrar múltiples afirmaciones acerca de los cuidadores de animales: «los cuidadores son los ojos de los animales», «los cuidadores son los pilares del Zoo». Pero también afirmaciones de signo contrario, por ejemplo, el cuestionamiento que me hicieron algunos administrativos del Zoo cuando les comenté que iba a solicitar autorización para desempeñarme, temporariamente, como cuidadora. Uno de ellos me dijo: «Pero ¿para qué querés ser cuidadora de animales? ¿Qué vas a estudiar de los cuidadores? Los cuidadores no saben nada, acordate que ellos no tienen estudios». Estos comentarios fueron el detonante que marcó mi trabajo de campo y la elección de mi objeto de estudio: quería encontrar algún atisbo cualquiera, la pista que fuera, para dar cuenta de cómo los animales podían sobrevivir en el Zoo y quiénes y cómo sostenían sus vidas. Fue en ese momento que decidí que tenía que ser cuidadora de animales. Necesité asumir los riesgos que acarreaba ir al barro donde se hacían las prácticas entre los cuidadores, animales, biólogos y administrativos, dentro de la organización del Zoo (González & Ávila Gaitán, 2022; López Barrios, 2020).

La organización, los sectores, los traslados: Camélidos

Tan pronto ingresé al Zoo me enteré de los nombres que identificaban a cada sector, incluso antes de saber qué animales se encontraban dentro de ellos. Algunos sectores eran identificados con los nombres de la familia de algunos de los animales, y otros con los hábitats naturales de donde provenían. Por ejemplo, un sector se llamaba «Patagonia», otro sector había sido bautizado recientemente «Camélidos». Si el nombre indicaba hábitat natural, como «Patagonia», podíamos inferir que había animales de múltiples familias y especies. Si el nombre del sector apelaba a la familia, como «Camélidos», este solo tendría animales de las especies que pertenecían a ella. Como fuera, cada sector reunía a los animales siguiendo el criterio clasificatorio de la «especie» que representaban, «familia» o «hábitat natural» y englobaba a los animales que pertenecían a cada una de estas clasificaciones. Aunque, muchas veces, ese orden riguroso era desbordado y animales de diferentes especies y/o hábitats compartían un mismo sector e incluso estaban a cargo de un mismo cuidador.

Como sucede en varios zoológicos que he visitado, cada jaula tiene un cartel que clasifica al animal en términos taxonómicos, es decir, haciendo referencia a la familia y especie del animal en su estado salvaje o como si estuviera en su hábitat natural. Por supuesto, esto generaba disonancias: lo que podíamos leer en los carteles difería mucho de la vida que llevaban esos animales dentro de sus jaulas. Lo único relativamente parecido que podía verse era la foto de los animales en el cartel, una imagen estática. Aunque también, muchas veces, distaba del animal que mirabas ahí: moviéndose.

Uno de los últimos carteles que había sido puesto era el del recién inaugurado sector llamado «Camélidos». Se había realizado un evento especial de inauguración, del que participaron gran parte del personal administrativo, algunos biólogos, veterinarios y otros científicos, funcionarios municipales y del Gobierno provincial y algunos periodistas. El sector de Camélidos había sido planificado como parte de la renovación del contrato para la concesionaria que entonces estaba a cargo del Zoo. En términos del orden de los animales, la funcionalización de este sector se volvía central para exhibir a las especies de animales de la misma familia: Camelidae.

La familia Camelidae se registra —según datos paleontológicos— desde el Eoceno medio, hace unos cinco millones de años, cuando aparecieron los camélidos en América del Norte. Para el Pleistoceno, hace un millón de años, junto con la aparición del Istmo de Panamá —producto del avance de los glaciares y con un clima muy desfavorable en América del Norte—, hizo que los antiguos camélidos emprendieran un rumbo hacia otros continentes. Una rama de ellos, descendientes del Gigantecamelus, se dirigieron hacia Europa, Asia y el norte de África. Otros camélidos, los descendientes del Macroauchenia, se dirigieron hacia América del Sur. A través del tiempo, desaparecieron de América del Norte —su lugar de origen— y quedaron en Sudamérica los precursores del género Lama: la alpaca, el guanaco y la llama, y del género Vicugna: la vicuña. En tanto, en África, Europa y Asia, los representantes de los camélidos fueron los antecesores del camello bactriano y el dromedario actual (Bonacic, 1991).

En el Zoo había distintos animales clasificados como «Camélidos»: un camello, un guanaco, unas llamas y una alpaca. A raíz de la apertura del nuevo sector, se dispuso el traslado de algunos de ellos. Siguiendo estas huellas, me encontré con una práctica que se volvió central para toda mi investigación: el llamado «traslado de los animales». Las decisiones sobre estos cambios las tomaba el personal administrativo. Los cuidadores no eran consultados. Cuando le pregunté a un cuidador, me dijo que las decisiones se tomaban entre los administrativos, los biólogos y los veterinarios.

Fui testigo de ciertas prácticas recurrentes que fueron muy reveladoras de la dinámica y las interacciones entre los distintos agentes en el Zoo y que, finalmente, causaron un giro muy significativo en mis propias observaciones. Me refiero a los «traslados de los animales» dentro del Zoo. Advertí su impacto sobre los animales a través de la observación de los cambios en sus comportamientos y en sus estados de salud. Muchos de estos traslados terminaban con las vidas de los animales. Luego me di cuenta que a los cuidadores les incomodaba realizar estos traslados. Se trataba de cambios recurrentes en el Zoo que se llevaban a cabo bajo dos modalidades principalmente: 1) los traslados internos, mediante los cuales los animales son trasladados de una jaula o sector a otro dentro del Zoo; 2) los traslados externos, por los cuales un animal era llevado a un recinto fuera del Zoo, ya sea un santuario de animales, una reserva natural, otro zoológico o su hábitat natural. Los traslados de uno o de varios animales eran relativamente frecuentes, no sólo por la apertura de un nuevo sector —como el caso al que me refiero en este trabajo— sino también cuando era necesario albergar a nuevos animales llegados al Zoo por diversas razones: tráfico de fauna, animales lastimados por intento de caza, o mascotismo —animales silvestres retenidos en un domicilio—, entre otras. Todos los traslados en sus múltiples formas repercutían notablemente en la vida de los participantes del Zoo, especialmente en los animales y sus cuidadores. Aunque en este artículo no voy a examinar en detalle esta práctica, sus implicancias son directas en relación con mi propósito de analizar las distintas nociones nativas de la «especie» en el Zoo. Un traslado interno en particular, el de los camélidos al sector de Camélidos, reflejó claramente el cambio dramático de comportamiento de los animales. Así, por ejemplo, los comportamientos de Margarito el guanaco, en un estado «agresivo» y «alterado», mostraban que no quería estar en el lugar en el que se encontraba luego de haber sido trasladado dentro del Zoo. También Felipe el camello mostró un comportamiento de ponerse rígido y aullar como pocas veces lo hace un camello cuando los cuidadores fueron enviados a sacarlo de la jaula en la cual vivía desde hacía más de veinte años: se resistió a irse del lugar donde se encontraba. Me ocupé de esta situación en otro trabajo (Balbontín, por publicar) cuando aún no conocía el texto del filósofo Imanol López Barrios (2020), quien señala algo que considero acertado: no se trata de analizar destituyendo la pregunta por el sufrimiento de los animales, sino más bien, de poner el foco en las conductas de resistencias de los animales «a los mecanismos de dominación, explotación y mercantilización; y como posible eje articulador de nuevas alianzas inter-especie» (López Barrios, 2020, p. 247).

De hecho, cuando supe de la noticia del traslado al nuevo sector de Camélidos, empecé a hacerme algunas preguntas, que registré en mi diario de campo, con fecha 28 de diciembre del año 2017: ¿Por qué los camélidos tienen que irse al sector de Camélidos si ya viven en otras jaulas? ¿Por qué estos animales que son de una especie y familia tienen que estar en un sector del Zoo llamado de la misma manera? ¿Quiénes son los encargados de estos traslados y su organización? Entre los administrativos, los cuidadores, los biólogos y las prácticas biológicas.

Los empleados del Zoo se desempeñaban en distintas áreas conformadas por administrativos, personal de educación ambiental, empleados de áreas verdes, trabajadoras de limpieza, cuidadores, veterinarios, biólogos. En este escrito, pondré el foco en los cuidadores, los administrativos y los biólogos.

El trabajo de cuidador de animales en ese tiempo estaba claramente ocupado por varones. Los varones, por su parte, rondaban entre los 18 y 50 años de edad.

Mayoritariamente no tenían ningún estudio relacionado con las tareas que mencioné antes. Algunos de los más jóvenes señalaban: «sabemos gracias a lo que vemos en Internet». Los únicos que habían realizado algunos cursos —mayoritariamente impartidos por distintas organizaciones no gubernamentales o terciarios que tienen certificaciones internacionales y nacionales, respectivamente— eran el jefe de cuidadores —a quien no conté en el total de cuidadores expuesto más arriba, porque él no ejercía ese rol—, y tres cuidadores varones que llevaban 27, 15 y 10 años de antigüedad en la institución.

Los cuidadores de animales, según López Barrios (2020), no solo se encargan de limpiar el recinto y alimentar a los animales, sino que también controlan su estado de salud y atienden a los animales enfermos y heridos. Pero esos estaban lejos de ser sus únicos quehaceres en el Zoo: si bien realizaban todas estas labores, las exigencias que eran impartidas por la administración muchas veces los desbordaban.

«Lo que sí o sí tenés que hacer: comida, agua, limpieza y seguridad» —me señalaba un cuidador—. Estas prácticas durante el día comenzaban a enlazarse: las bolsas negras, escoba y barrehojas para levantar basura y suciedad, se entretejían con las anheladas bolsas blancas o tachos cilíndricos medianos de comida —primero se limpiaba y luego se deja la comida—. Estas prácticas despertaban, por ejemplo, unas cuantas coreografías entre guacamayos y loros; mientras que, si hacía mucho calor, el cuidador llenaba el bebedero con agua y aprovechaba para tirarles con la manguera una lluvia de agua refrescante. Si había «semillas adictivas», como el girasol y el maní, estos animales realizaban distintos y similares movimientos, sonidos fuertes y alguno que otro se posaba encima del cuidador para chocar su cabeza emplumada con la otra peluda. Para cuando el cuidador emprendía el rumbo para salir de la jaula, lo más importante era contar las aves, quienes ya hacían silencio luego de haber comido. Por último, había que dejar los candados de cada una de las jaulas bien cerrados, mientras algún que otro plumífero se acercaba para una última caricia del cuidador. Así, cuando los días eran nublados, cuando llovía y el barro tomaba un carácter central, cuando había humedad y el sol literalmente te derretía, cuando había viento y las hojas incomodaban, cuando estaba frío o el sol pegaba, pero sin calentar, las prácticas y rutinas dentro de las jaulas sufrían de múltiples cambios, los paisajes entramados se (des)armonizaban y (re)definían, se cohabitaban y cofiguraban para dar múltiples formas a la relación cuidador-animal.

Sin embargo, era muy probable que los trabajadores de la administración no hayan registrado estas prácticas entre cuidadores y animales. O, si las registraban, poca importancia les daban. El personal administrativo, en su mayoría, estaba ligado directamente a la concesionaria del Zoo. Todos los altos cargos eran ocupados por varones. El director general de la concesión (el dueño de la empresa a cargo de la gestión del Zoo) era quien tomaba gran parte de las decisiones. Supieron decirme: «él es el que nos paga a todos acá, todos somos sus trabajadores». Otro trabajador me decía: «acá el dueño [de la concesionaria] no está nunca y cuando está… no mira a nadie, ni a los animales… Le importa sólo la estética del lugar y cumplir con los acuerdos que se hacen en las renovaciones del contrato con la Municipalidad de Córdoba para que le sigan actualizando la concesión del Zoo».

No sólo las jaulas producían incomodidades en el Zoo. Eran muy frecuentes las comparaciones atravesadas por los animales, por las similitudes que se atribuían y auto-atribuían los trabajadores de limpieza, cuidadores y de áreas verdes con los animales. Por ejemplo, un cuidador me señaló algo que con, más o menos diferentes matices, se repetía en todo el grupo de los cuidadores: «entrar a las jaulas nos vuelve animales, y ellos [los funcionarios de la administración] nos tratan como parte de la misma manada». Advertir este hecho me ocasionó incomodidad porque me hizo pensar que esas comparaciones obedecían a que ellos, así como también el personal de áreas verdes y limpieza, sentían que formaban parte del mismo eslabón organizativo que los animales: el marcador de la animalidad del Zoo no recaía sólo sobre los animales. Se trataba de una relación jerárquica: el eslabón de las cuestiones propias de los administrativos no sólo imponía una jerarquía de poder frente a otros trabajadores, también lo hacía paradójicamente sobre su leitmotiv, los animales, últimos en la gran cadena del Zoo.

La noción de animalidad anclaba a los cuidadores y animales cautivos en la zona de la naturaleza. «El zoológico implica la construcción de todo un régimen epistémico-político dedicado a “exhibir” la “naturaleza salvaje”, codificada como irracional e irresponsable» (González & Ávila Gaitán, 2022, p. 76). En el Zoo, aquella naturaleza salvaje no sólo era protagonizada por los animales no humanos, también hacía partícipes de ella a sus cuidadores. En contraparte, la humanidad se iba conformando por los administrativos y los biólogos. Como señalan González & Ávila Gaitán (2022): «La maquinaria biopolítica establece divisiones jerárquicas entre vidas protegibles y eliminables, en virtud de la raza, la clase, el género y la especie» (González & Ávila Gaitán, 2022, p. 39). Entonces, comencé a sospechar que la biopolítica operaba construyendo un concepto de naturaleza conformado por clasificaciones. Así se producía ordenamiento de todas las especies del reino Animalia que se encontraban en el Zoo —tanto animales humanos como los animales no humanos—.

Así, desde el área de administración se desprendían dos líneas: la de los veterinarios y la de los biólogos. Ahora me referiré a estos últimos. Los biólogos eran contratados para trabajar como administrativos y estaban a cargo de distintas áreas en el Zoo. Siempre se encontraban en el mismo lugar: unas oficinas cerca de una de las entradas y debían seguir las órdenes del jefe de la empresa concesionaria. El director técnico, por ejemplo, era un biólogo que trabajaba para el área de administración y percibí muchas veces que estaba lleno de preocupaciones. Pienso que lo anterior tenía que ver con lo que me dijeron otros biólogos: no les gustaba cómo manejaban el lugar y cómo se encontraban los animales. El descontento era parecido al que sentían los cuidadores, aunque, obviamente, las posiciones en las que ambos estaban eran muy diferentes. Esa asimetría se encarnaba y dibujaba rigurosamente. De todas maneras, entre estos biólogos había una insatisfacción acerca de cómo estaban los animales. «Nosotros no podemos hacer más», me dijo un día uno de ellos.

El día anterior, cuando fuimos a ver a los osos hormigueros con un cuidador, de lejos este ve al ciervo, y me dice «mira lo que es ese animal, está flaco», y claro, los huesos de las costillas de ese animal se veían de lejos. Me dice el cuidador, «desde que lo cambiaron de jaula, dejó de comer. También, hay dos machos ahora en esa jaula, y el que está en mejor estado y las hembras, le quitan la comida constantemente. Esto lo hacen para que todos los ciervos colorados estén juntos […] cuando lo cambiaron, aunque siempre fue de una personalidad especial por el encierro, comenzó a decaer y ya no comía casi nada». Los cuidadores intentaban de todas las formas que volviera a comer, pero no había caso. «Si no muere, va a empezar a botar el pelo de los cuernos y se va a poner sumamente agresivo», me decía un cuidador «…Nosotros ya habíamos dicho cómo se encontraba el animal, el animal estaba mal después del cambio… pero como siempre no toman en cuenta lo que nosotros muchas veces informamos». (Nota de campo, 13 de enero del 2018. Día caluroso y lluvioso, mucha humedad y con barro hasta las piernas)

Esta historia del diario de campo se parecía a la de Margarito el guanaco cuando iba a verlo a su jaula en el nuevo sector de Camélidos. El guanaco me ayudó a identificar ciertos movimientos de los humanos. Sólo algunos cuidadores llegaban a verlo y habían avisado sobre esta situación. Sin embargo, nunca presencié a algún biólogo o administrativo que lo fuera a observar. Ahí fue que comencé a observar la relación directa entre los «traslados de los animales», los cambios comportamentales o en la salud de los animales (López Barrios, 2020).

A través de los movimientos de los animales, comencé a observar los movimientos de los humanos con mucho más detalle. Mi trabajo de campo dio un giro rotundo cuando comencé a desempeñarme como cuidadora de animales. Se podría pensar que fui cooptada por los cuidadores al pasar mucho tiempo con ellos realizando mi observación participante, y que mi subjetividad quedó intervenida por el lazo estrecho de convivencia que mantuve con ellos. Empero, fue a través de los cuidadores que pude darme cuenta de que todos los hilos se tejían y destejían con los animales: ellos estaban ubicados en el centro de la trama relacional, encarnada y discursiva en el Zoo. De cierta manera, por quienes realmente fui afectada, fue por los animales. Ellos me enseñaron a leer los cuerpos de los biólogos, administrativos y cuidadores, a cultivar una atención a los movimientos, a lo que hacen los cuerpos que practican tanto la biología, como lo administrativo o los cuidados diarios. En el involucramiento con los animales aprendí a mirar lo que hacían los humanos, pero por sobre manera, a preguntarme cómo mirarlos a ellos sin que sean un espectáculo para mí-como-humana.

En las calles del Zoo me cruzaba con otras biólogas y biólogos. Ellos no estaban contratados por la administración del Zoo, aunque algunos tenían permanente contacto con el personal administrativo de la institución. Estos investigadores pertenecían a un centro de Conicet y otros de la UNC, instalados en dependencias dentro del Zoo. Ambos espacios eran epicentros de muchos biólogos y biólogas que se definían a sí mismos por sus especialidades como zoólogos, etólogos, ornitólogos. Los cuidadores reconocían a los biólogos que se desempeñaban en el centro dependiente de Conicet. Se saludaban y entablaban conversaciones que, en general, estaban referidas a los animales. Sobre todo, quienes estaban a cargo de sus investigaciones: maras y osos meleros. Nunca los escuché preguntar por otro animal. El tema solía ser propuesto por los biólogos, y los cuidadores seguían la charla. Otras veces eran discusiones en torno a funciones que debía realizar un cuidador con algún animal de los que estaban investigando. Cabe aclarar que ningún cuidador en aquel tiempo era biólogo de profesión. Los cuidadores habían advertido un hecho muy significativo: aunque los biólogos tenían ánimo de ayudarlos, estaban la mayor parte del tiempo pendientes solo de los animales que ellos estudiaban. Con las palabras de un cuidador: «sus animales son los más importantes… los demás animales es como que no los vieran, no existen…».

Vi a biólogos caminar el Zoo de punta a punta, sin mirar a los animales. Por supuesto, sería incapaz de generalizar diciendo que esta conducta reflejaba una única manera de encarar la disciplina. Había excepciones: algunos investigadores se detenían para consultar una que otra cosa a un cuidador y también veía a algunas biólogas buscando alimento para ciertos animales en proveeduría. Sin embargo, en general y de modo predominante, sus acciones estaban limitadas hacia la especie de animal que estaban estudiando. «Los camélidos tienen que estar en Camélidos, así el espectáculo se ve más lindo y todos quedan contentos» (el resaltado es mío), me decía irónicamente un cuidador. En una charla con un biólogo, este me respondió con una pregunta: «¿qué tiene de raro que los camélidos estén en “Camélidos”? Es parte de su historia».

Esto último me llevó a pensar en la rigidez de los conceptos y clasificaciones que, según mi intuición, elimina cualquier variación que provenga del ambiente específico en el cual se encuentra viviendo un animal particular: ¿de cuál historia me hablaba este biólogo: de la historia de la especie o de la historia del individuo? ¿O es que para él —y sucedía lo mismo con otros biólogos— la única historia de los animales era la historia de su especie? Pensar en términos de un animal solo como especie ¿restringe y elimina las variaciones que pueda darle al animal ese ambiente específico o, en otras palabras, descontextualiza a los animales que viven en el Zoo sin reconocer una historia de vida del viviente? Estas preguntas nos llevan a un breve análisis que relaciona a los biólogos, los administrativos, los animales y las prácticas administrativas y biológicas que hemos ido observando con la biología, y luego, más específicamente con las clasificaciones y la especie (González & Ávila Gaitán, 2022).

Los animales en la biología

Recordemos que el término biología deriva etimológicamente del griego «bios» que significa vida, y «logos», ciencia, estudio, tratado, es decir, «la ciencia de la vida» en general, y más específicamente, el estudio sistemático de la vida de los humanos, los animales, las plantas y los microorganismos —cada uno por separado—. La palabra biología fue insertada en el lenguaje científico por Lamarck y Treviranus en el año 1802, de manera independiente uno del otro (Díaz, 1969). Lamarck decía que la biología era la ciencia de los seres vivos y el naturalista Charles Darwin, en 1838, concibió el mecanismo conocido como evolución de las especies o «transmutación» (Mayr, 1998).

Claramente, este escrito no es el indicado para hacer un racconto sobre la historia de la disciplina. Para mis propósitos, sí me parece importante señalar la innovación que introdujo Darwin (2008 [1859]): la selección natural —una fuerza que no es visible a los ojos humanos—, se manifiesta en términos de variación, competencia y herencia y la idea disruptiva, para aquellos tiempos, que la evolución no tiene dirección. Para Lamarck, la direccionalidad de la evolución estaría asociada a transformación lineal y, por el contrario, para Darwin, la evolución producía variantes al azar y se «va conformando como un árbol en el que algunas de sus ramas pueden desarrollarse exitosamente y otras pueden fracasar» (Capozzo & Román, 2010, p. 51). En 1920 se redescubren los trabajos de Gregory Mendel —publicados en 1865— sobre las leyes de la herencia, que permitían explicar la preservación de los cambios en los seres vivos y la variación sobre la que actuaba la selección natural, algo que Darwin no pudo hacer en su momento. De esta manera, se dio paso a lo que luego fue sistematizado, hacia la década de 1940, como la teoría sintética, neodarwinismo o síntesis moderna. Uno de sus arquitectos, Dobzhansky, escribió el libro *Genética y el origen de las especies* (1951 [1937]) que influyó en numerosos investigadores «quienes rápidamente aceptaron la nueva comprensión del proceso evolutivo como el cambio genético de las poblaciones» (Ayala & Ruiz, 2002, p. 125). Junto con Dobzhansky, los zoólogos Mayr y Huxley, el paleontólogo Simpson y el botánico Sttebins, dieron origen a «la teoría moderna de la evolución» (Ayala & Ruiz, 2002, p. 125).

Acá es donde quería llegar. Ingold señala que la biología se encuentra todavía sumergida en una «ortodoxia neo-darwiniana preponderante» (Ingold, 2016, p. 11). Me interesa resaltar, siguiendo a Goodwin citado por Ingold (Ingold, 2016, p. 19), que el neo-darwinismo «nos presenta el extraño espectáculo de una biología en que efectivamente han desaparecido los organismos como entidades reales» (Ingold, 2016, p. 19). Junto con Ingold (2016), me pregunto «¿Qué pasa entonces con el concepto de biología?» Para el autor, la biología «... ha dejado de hacer referencia específica a algún organismo y se identifica, pura y simplemente, con sus genes» (Ingold, 2011, p. 104). El concepto de gen está emparentado con las nociones modernas de genotipo y fenotipo, que han conformado una «base conceptual para la separación completa entre filogenia y ontogenia» (Ingold, 2011, p. 107). De cierta manera, el carácter fenotípico solo queda para la replicación y copia en el genotipo y, «al suponer que la conjunción del genotipo más el fenotipo da lugar a una explicación exhaustiva de la cosa viva individual, no se deja espacio conceptual para las complejas relaciones fisiológicas que intervienen entre uno y otro» (Ingold, 2011, p. 111). Sin embargo, como señala Ingold, ese campo de relaciones es lo que llamamos organismo.

En contrapartida, según el neodarwinismo, el organismo individual se especifica independientemente como una serie de genes (Ingold, 2011). En la visión tradicional, como afirma Barbara Noske, «[A] diferencia de los seres humanos, los animales tienden a ser vistos como organismos gobernados primariamente por sus constituciones genéticas basadas individualmente» (Noske, 1993, p. 187; traducción propia). En cierto sentido, esto viene de la teoría darwiniana ya que cada organismo representa un evento particular configurado por múltiples rasgos hereditarios fijos. Entonces, cada individuo, visto desde esta arista, representa un proyecto ya hecho de antemano y condicionado por algunos acontecimientos externos (Ingold, 1986; Ingold, 2011). Así, «la vida del organismo se vive en un presente extendido envuelto en el instante del evento que representa» (Ingold, 2011, p. 110). El evento le roba el proceso de la vida al organismo y esto deja sin movimiento las líneas de vida (Ingold, 2015; Bergson, 2012 [1948]). Así, la biología nos presenta a los animales como objetos de investigación ya hechos, preconcebidos, como entidades estables y acabadas, como si fueran máquinas individuales que reproducen sólo el tipo clasificatorio al que pertenecen. Se podría decir que actualmente estos discursos están en debate, que la biología ha avanzado hacia otras corrientes, como la teoría de construcción de nichos, la herencia ecológica, la biología de los sistemas de desarrollo y la teoría de la síntesis evolutiva extendida, que hacen hincapié, entre otras cosas, en la emergencia del organismo en la escena de la vida, en otras palabras, en dar cuenta que el organismo tiene distintas variaciones respondiendo al ambiente en que se encuentra y a su historia de vida.

Ahora bien, esto no debe causarnos extrañeza. La teoría es la teoría, dirían algunos. Entonces ¿qué tiene que ver con la realidad? Es bastante previsible que los biólogos —o cualquiera de nosotros que estudió una disciplina académica— incorporen las teorías que aprendieron y las lleven a la práctica, pero ¿cómo ciertos argumentos neodarwinistas fueron cooptados por los lineamientos organizativos-administrativos del Zoo respondiendo a la lógica de encarcelar la especie?; ¿acaso los animales que habitaban en el Zoo podían ser comprendidos sólo como un cúmulo de genes, algo ya hecho por su historia evolutiva, sin modificación alguna, solo depositados en sus jaulas?; ¿o es que son solo mis prejuicios actuando sobre sus prácticas? Y otra pregunta que me incomoda más aún: ¿cómo los hilos administrativos —que, por supuesto, es otra forma de referir a los hilos económicos y políticos— se habían enredado de una manera tan sutilmente grotesca con algunos de los hilos de la biología, específicamente de la concepción biológica de la especie?

Las clasificaciones biológicas: el concepto de especie

En el Zoo, después de un tiempo, comencé a percibir que la especie era algo que estaba pre-dado, tanto para los administrativos, como para los biólogos. Pero, además, por esa misma razón, era también la última palabra: ¿qué otra característica significativa podía agregarse a cada animal que excediera su pertenencia a una u otra especie? Las clasificaciones requieren conceptos o categorías para operar y estos eran usados cotidianamente por los administrativos y biólogos del Zoo. Fue muy ilustrativo de este pensamiento lo que me dijo un administrativo que a su vez era biólogo: «al lado del nombre de cada animal [por ejemplo, camello] hay que poner el nombre de la especie [por ejemplo, Camelus bactrianus] a la que pertenece. Si es que podés, es mejor solo poner el nombre de la especie, y cada uno de los animales, es contado como un ejemplar». Este biólogo no era una excepción, casi todos ellos privilegiaban el concepto de especie para referirse a los animales y, me pareció, que esto a su vez, reducía a cada animal a algo más cuantificable, estadístico, mecánico e indiferenciado. A los cuidadores por su parte, nunca los escuché llamar a los animales como «ejemplares». Recuerdo cuando le dije a uno de los biólogos que fuéramos a ver a los animales con los cuidadores. Él me había dicho antes que tenía ganas de ir. Llegado el día, me señaló que ya no era necesario, que ya tenía el inventario de las especies.

Volvamos atrás a la pregunta que da título a este artículo, y que ahora se vuelve subversiva: ¿Saben los camélidos que son «Camélidos»? Esta pregunta sugiere la extrañeza de la clasificación de los camélidos como «Camélidos», vista desde la perspectiva de los mismos animales-camélidos, es decir, de su historia, sus ambientes, sus interacciones, algo que me fue revelado en mi trabajo de campo por el registro de los comportamientos y las caracterizaciones que ofrecían de ellos los distintos agentes. Entonces, sin ánimos de hacer una historia o una genealogía del concepto de especie, tampoco de buscar definiciones basadas en rasgos morfoanatómicos o del comportamiento, quisiera que comprendamos el papel de las clasificaciones en las ciencias naturales en particular aquellas orientadas por el concepto de especie.

Las clasificaciones han sido protagonistas en distintas disciplinas. Las palabras siempre han tenido gran importancia en la historia de las ciencias. Haraway (1991) hace hincapié en esto —y señala que los padres de las cosas lo han sido primero de las palabras—. Científicos como Bonnet, Linneo, Buffon, Lamarck, Cuvier, Darwin, entre otros, intentaron cada uno desde una subdisciplina de la biología, definir con más detalle la mera sucesión de taxas, y también, preguntarse si las causas de la vida eran o no un proceso continuo. Así, Haraway nos remonta a Aristóteles, quien fuera el que dio nombre a todos los seres al armar la *scala naturae*; a Bacon, quien reestructuró este lenguaje con los fines de permitir un conocimiento verdadero; y a Linneo, quien en 1758 justificó «la relación de los seres humanos con los animales en la categoría que llamó primates» (Haraway, 1991, p. 139).

Recordemos que las clasificaciones biológicas se ocupan de agrupar diferentes conjuntos de organismos. La taxonomía es conocida por ser un método universal para la clasificación de los organismos vivos y, tanto la familia como la especie —u otra clasificación supra específica—, son los taxones principales en la biología. Ambos —familia y especie— clasifican a los seres vivos, atendiendo a su semejanza y proximidad filogenética. La familia es una unidad sistemática para estos fines, ya que agrupa seres vivos que tienen características similares. La especie, por su parte, es la unidad básica de clasificación biológica. De esta manera, la familia reúne animales de distintas especies. Aquí, la filogenia, o sea, la historia natural de la especie se vuelve central.

El biólogo Jean-Baptiste Lamarck (2008 [1803]; 1806) señaló que «la idea de definir la palabra especie como colección de individuos semejantes que se perpetúan idénticos a sí mismos mediante la generación y que han existido desde que existe la naturaleza, implica la necesidad que los individuos de una sola y misma especie no puedan mezclarse en sus actos generativos con individuos de una especie diferente» (Lamarck, 2008, p. 176). De hecho, alrededor del 1800, Lamarck estaba dando cuenta de que, bajo la evidencia de la observación, esta idea principal carece de fundamento, ya que al hablar de hibridaciones señala que es muy común que estas uniones se vean en plantas y animales, dando cuenta que «individuos […] muy diferentes nos han hecho percatarnos de que no son tan rígidos como se supone los límites entre especies que son constantes» (Lamarck, 2008, p. 173).

Actualmente, Donna Haraway (2019) discute la noción de especie haciendo hincapié en la multiplicidad de significados que enlaza categoría y parentesco, «haciendo referencia a lo inexorablemente “específico” o particular y a una clase de individuos con las mismas características [o] conveniencias taxonómicas [que son] coextensivas con el discurso que llamamos “biología”» (Haraway, 2019, p. 41). La antropóloga Anna Tsing, por su parte, señala que «el nombre de una especie es un mecanismo heurístico que resulta útil para establecer un primer contacto con un organismo; pero ese nombre no capta ni la peculiaridad de ese organismo ni su posición en unas transformaciones colectivas que a veces se producen con gran rapidez» (Tsing, 2021 [2017], p. 54). Para el biólogo Jan Saap, el filósofo de la ciencia Scott Gilbert y el hematólogo y bioquímico Alfred Tauber, lo que llamamos especie se debe escribir entre comillas, ya que si la «especie» es el conjunto de individuos de una población, hoy más que nunca, señalan los autores, «ni el ser humano, ni ningún otro organismo puede ser considerado un individuo [ya que] no evolucionamos como organismos mono-genómicos, sino como holobiontes, como un conjunto de seres vivos en alianzas múltiples» (Gilbert et al., 2021, p. 7).

Desde otra arista, los antropólogos Tim Ingold y Gisli Palsson señalan que «el concepto de especie, empleado como un taxón biológico, es un producto del pensamiento poblacional» (Ingold & Palsson, 2013, p. 58; traducción propia) y, así la especie restringe nuestra aproximación a los animales a un enfoque genealógico general. Por lo demás, como sugiere de manera contemporánea la socióloga feminista Rosi Braidotti «nosotros [los humanos] afirmamos nuestro apego a la especie como si fuera un dato de hecho, un presupuesto» (Braidotti, 2015, s/p). Por su parte, la filósofa Anahí Gabriela González señala que «el “discurso de la especie” [idea retomada de Cary Wolfe], quizás pueda ser concebido como un “marco de reconocimiento” que re/produce la inferiorización sistemática de los vivientes nohumanos [...] y aquellas vidas que pueden ser sacrificadas, siendo, muchas veces, un recurso disponible o mercancía a intercambiar» (González, 2019, p. 154).

Me decía un biólogo: «No se puede tener dos guacamayos de distintos colores en el mismo habitáculo, porque después ¿qué hacemos si se cruzan?; ¿cómo vamos a poner mezclados los carteles de las especies afuera de los habitáculos siendo que son animales de distintos hábitats naturales?». De hecho, intuyo que reflejaba otro aspecto del tratamiento de los animales como especie que debían mantenerse en un estado purificado, como si estuvieran en su hábitat natural y, a su vez, como si su hábitat natural estuviese preordenado por las taxonomías.

Así, los animales del Zoo se iban configurando por las prácticas organizativas biológicas y administrativas como: animal-especie, o la animalidad configurada, si y sólo si, a través de la especie que se amoldaba a ser un recurso disponible de la práctica biológica —reducida a lo filogenético— y a la práctica administrativa —reducida a lo mecánico—. De esta forma, cabe pensar que al limitar o reducir la historia de los animales a pura evolución —o sólo genética, como vimos en el apartado anterior— pareciera volver más sencilla la operación del «traslado de animales» porque se asume un tratamiento maquínico de los cuerpos de los animales, y también de los cuidadores. Lo importante a considerar es que el concepto de «especie» no apela a individuos sino a poblaciones. Por eso, la noción de «especie» vuelve posible el gobierno y la administración de los cuerpos animales llevadas a cabo por la organización del Zoo, convirtiéndose en una herramienta conceptual crítica de las relaciones bio-políticas que conducen a la dominación animal y a la subordinación de quienes se relacionan con ellos mediante interacciones no mediadas por esos lazos de dominación.

Me hice algunas preguntas que anoté en mi diario de campo y quisiera compartirlas en este escrito: ¿Dónde quedan las historias propias de cada vida? ¿Todos los animales «quieren» volver a su «hábitat natural»? ¿Cuáles o cómo son las «jaulas», los «habitáculos» y las «casitas» de las que hablan los humanos? (Preguntas que me hice ese día y cuando apenas llegué a mi casa las asenté a mi diario de campo con fecha 25 de enero 2018).

De «jaulas», «habitáculos» y «casitas»

Nos situaremos en el momento de la inauguración del sector «Camélidos». Me señalaron algunos administrativos: «está todo en orden», es decir, todos los animales-especies estaban en sus jaulas respectivas. Sin embargo, a mí, por el contrario, me parecía ver el desorden que mostraban los comportamientos. Ese día, estaban las tres llamas jaspeadas que se mostraban acorraladas comiendo y dándonos la espalda a los humanos. La otra llama solitaria, echada en sus cuatro patas, esperando la comida. La alpaca trataba de alejarse lo más posible de la calle por donde transitaban los humanos. El guanaco que corría de un lado para el otro de su jaula limpia, desbordado. Había sido trasladado hace poco tiempo y sus comportamientos se mostraban completamente alterados después de la reubicación. Y un camello que caminaba de un extremo a otro, a ratos corría —casi nunca lo hacía—, miraba a todos los humanos que pasaban por allí, pero, sobre todo, a los que pasaban con el uniforme de cuidador. Los humanos que asistieron, administrativos, personal del municipio de la ciudad de Córdoba, biólogos, veterinarios, periodistas de la prensa local, también miraban cuando pasaban, sobre todo al camello. La incomodidad de los movimientos de los animales contrastaba con la inmovilidad que producían la rigidez de los habitáculos y taxonomías. Las «jaulas» y los carteles clasificatorios con el nombre del respectivo animal-especie eran una parte constitutiva de los «habitáculos».

Las nociones nativas de «jaula» y «habitáculo» toman distintas características en lo que se denomina «enriquecimiento de ambiente» (en adelante, enriquecimiento). Este nos dará algunas pistas interesantes e incluso permitirá despejar la mirada para encontrar el concepto nativo de «casita».

El «enriquecimiento» es la práctica realizada para mejorar «tanto la exposición como las condiciones de vida físicas y psicológicas de los animales» (Tironi et al., 2014, p. 67) en cautiverio, incrementando la cantidad de estímulos y exigencias en los habitáculos. En el caso de un biólogo que llevaba unos treinta años en el Zoo me decía: «la jaula, hace mucho tiempo que ya no es jaula, ahora le llamamos habitáculo» y proseguía: «esto es desde que estas jaulas se comenzaron a ambientar o a hacer enriquecimiento para los animales residentes [...] Los habitáculos tienen a los animales en condiciones controladas donde ellos no tienen los mismos fines que en la jaula donde los animales están en cautiverio y el fin mayor era exhibirlos». A esto, se le sumaba una visión de un biólogo del área administrativa quien me dijo: «acá intentamos hacer lo que podemos, muchas veces, la cuestión económica complica lo que queremos hacer con los animales… no hay plata… Sin embargo, cuando podemos hacer algo por los animales vemos cómo estarían en su hábitat natural, leemos sobre su historia natural e intentamos replicar algo de eso». Seguí escarbando y les pregunté a otros biólogos sobre las pautas o las fichas que utilizaban para realizar estos enriquecimientos. Recuerdo que una de sus respuestas fue: «primero leemos sobre la especie, lo que es llamado como historia natural, después, vemos la historia del individuo y también hacemos observaciones comportamentales». Estas últimas estaban referidas a los individuos, pero como si estuviera solo en su habitáculo. Nunca vi que se prestara atención a su relación con los animales vecinos, tampoco con los visitantes al Zoo, ni con los objetos propios de la jaula (un nido en un árbol o los propios barrotes, por ejemplo) y lo que más me llamó la atención, fue que nadie hizo alusión a que también los cuidadores realizaban prácticas en conjunto con los animales y que, a su vez, desarrollaban comportamientos compartidos. En otras palabras, para los biólogos, cualquier variación del animal que pudiera haber sido proporcionada desde el «ambiente» no era reconocida.

Desde otro lugar, un cuidador me indicaba: «Mi parecer es que entiendo el enriquecimiento de otra manera que los biólogos… estoy muy atento, recuerdo de dónde vienen, me cuestiono si le gustará lo que les hago. También averiguo sobre la especie en Internet». Muchos cuidadores seguían estas ideas sobre el enriquecimiento. De hecho, aquí descubrí el empleo de la noción nativa de «casita» a la que hacían referencia los cuidadores. Brevemente, quisiera referirme a ella. Las «casitas», a diferencia de las «jaulas» y los «habitáculos», según mi interpretación, no están centradas exclusivamente en la especie del animal clasificado y en su hábitat natural, sino que se corresponden con un animal específico en su ambiente. Ello tiene fuertes implicancias: permite dar cuenta de la historia de vida de cada uno de los vivientes, cómo emergen múltiples significados y cómo se construyen ambientes que se encuentran anclados en el cuerpo, a través de la interacción del animal con el lugar donde habita y sobre todo con los cuidadores con los que comparten conocimientos experienciales y vinculaciones afectivas, es decir, a través del cohabitar y las coexistencias, incluso rejas de por medio.

En resumen, el enriquecimiento en la «jaula» refiere a los administrativos que tienen una visión «económica-política» basada en la exhibición, lo que transforma a los animales en cuerpos maquínicos; en el «habitáculo» hay una visión de los biólogos que podríamos catalogar de «naturalista», donde se reconoce un intento de satisfacer las necesidades físicas y de comportamiento de los animales enjaulados brindándoles un entorno que se asemeje lo más posible al que tendrían naturalmente como especie (Bekoff & Goodall, 2002) y; por último, los cuidadores acuñan el concepto nativo de «casitas» y dicen hacer un enriquecimiento observando la vida específica del animal.

El enriquecimiento es una práctica que me permitió advertir las diferencias y las similitudes entre «jaulas», «habitáculos» y «casitas». Ahora quisiera retomar el análisis de las expresiones de los cuidadores que cité anteriormente: «entrar a las jaulas nos vuelve animales, y ellos [los funcionarios de la administración] nos tratan como parte de la misma manada». Esto último transforma nuestro análisis no solo para dar cuenta de que las «jaulas» y «habitáculos» eran funcionales a las prácticas biopolíticas con los animales, sino que estas se extendían hasta incluir a los cuidadores. Las jaulas producían el último eslabón del Zoo donde quedaban ubicados ambos agentes, animales y cuidadores: del lado de la naturaleza. De hecho, entre las «jaulas» y los «habitáculos» se volvía dificultoso identificar las «casitas» de las que hablaban (y vivenciaban) los cuidadores-con-los-animales.

Las «casitas» había que mantenerlas en la oscuridad de las jaulas y el entramado formado por las nociones nativas de «especie», «jaula» y «habitáculo». La «jaula» y el «habitáculo» las categorías empleadas por administrativos y los biólogos respectivamente, eran las tecnologías que encapsulaban el mundo Animalia. Más aún, eran las tecnologías de antropo-poder que lograron encapsular al animal-especie y, en la construcción de la animalidad, darle el mismo nivel jerárquico en la «naturaleza» del Zoo. De hecho, en la combinación tripartita «especie», «jaula» y «habitáculo» residía el potencial biopolítico organizativoadministrativo del Zoo que, pasaba de un concepto teórico —o sea, de un nivel analítico— a un concepto práctico —o sea, a un nivel administrativo— e iba cambiando y difiriendo tanto en los significados como en los materiales de los que eran compuestos.

Esto último no es menor. Me llevó a advertir que las «casitas» que se configuraban a través de la relación cuidador-animal estaban tachadas dentro del orden y la lógica organizativa del Zoo. A la inversa, las «jaulas» y los «habitáculos» eran, en materia y signo, el encierro que producían las prácticas administrativas en conjunto con las biológicas, solapadas con algunos lineamientos de la teoría biológica. En las «jaulas» y los «habitáculos» se termina por construir la obra maestra de dominación animal y de antropo-poder mediadas por relaciones biopolíticas que se materializan en la lógica del encierro de la «especie»: el animal que está dentro de ellos es sólo un ejemplar de una especie, un animal-especie. Un animal-especie lleno de bordes, como dice la teoría: catálogo de variedades taxonómicas y nada más.

Conclusiones

Como es sabido, una parte de la antropología contemporánea se halla inmersa en la problematización de la «utilidad de la noción de especie» para comprender las distintas realidades y, así mismo, dar cuenta de la potencia de esta noción en los múltiples niveles de análisis explicativos y etnográficos (Cruzada, 2023, p. 78). Así, en primera instancia, me he referido a los «traslados de los animales», que forman parte de la estructura y la dinámica organizativo-administrativa del Zoo, en tanto se fundamentan en la clasificación de los animales por su «especie». Esto sucede a través de un tejido que entrama las múltiples nociones nativas de «especie» construidas socioculturalmente a partir de la categoría teórica de «especie» que proviene de la biología. Este entramado se desarrolla a través de las prácticas biológicas que impregnan la vida del Zoo. Como pudimos observar, el concepto de «especie» no hace referencia a los individuos sino a las poblaciones. Por eso, las nociones de «especie» que se entraman en prácticas de administrativos —una noción maquínica— y los biólogos —una noción filogenética—, vuelve posible el gobierno y la administración de los cuerpos animales implementadas por la organización del Zoo.

El traslado de los camélidos al sector de Camélidos sirvió para ilustrar los contrastes entre las «jaulas», los «habitáculos» y las «casitas» a las que hacían referencia los administrativos, los biólogos y los cuidadores, respectivamente. Sólo pude comprender que las «casitas» escapan a esta lógica de la estructura administrativa cuando ejercí mis funciones como cuidadora de animales. Aunque no expuse en este escrito mi experiencia-vivida dentro de las jaulas, debo reconocer que me llevó a reconocer distintos movimientos y significados a través del desarrollo de las vidas de los animales que se hacen involucrándose unos con otros, en el coexistir entre cuidadores y animales. De cierta manera, en las «casitas» pude entender que pasaba algo similar a lo que le sucedió a Lorenz cuando se dejó tocar por la grajilla: «el experimentador, lejos de mantenerse al margen, se involucra, implica a su cuerpo, su conocimiento, su responsabilidad y su futuro. La práctica del conocer se ha convertido en una práctica del cuidar» (Despret, 2008, p. 255). Pienso que los administrativos y los biólogos no podían observar esto desde afuera de las «jaulas» y «habitáculos»: sólo veían «especies» —un enredo entre máquina y filogenia— y no se dejaban tocar como Lorenz por los animales, como sí pasaba con los cuidadores. Por lo tanto, solo veían una exhibición de especies.

Entonces ¿se advierte cómo las clasificaciones, narrativas de la rutina diaria construidas a través de la teoría, se hacen carne (in)cómodamente en la experiencia-vivida de las prácticas? ¿Cómo, a través de los «habitáculos» y las «jaulas», parece tomar fuerza la dominación del animal a través de la clasificación-representación de la especie, pero también, aún con más fuerza, en la encarnación de prácticas que se hacían día a día para que los animales y los cuidadores fueran funcionales a lo administrativo? Esas prácticas reflejaban, en mi opinión, una forma de pensar que no era inocente, porque bajo esos rótulos eran encasillados como meros ejemplares de una especie. La violencia organizacional radicaba en que la animalidad dejaba a los animales y sus cuidadores en el lado de la naturaleza. Mientras que la humanidad eran los biólogos y administrativos. A su vez, la naturaleza en los animales, era reducida a la especie. En el Zoo no había historias de vida de los animales. En cambio, las vidas en los «habitáculos» y las «jaulas» sólo servían para representar-dominar una especie. No era solo una cuestión del discurso. Las palabras que se utilizaban para clasificar se encarnaban en la rutina situada del Zoo… ¿Es que acaso la «especie» —esa clasificación-taxonómica llena de bordes— y la animalidad, no son sino otra manera que los humanos y la humanidad, hemos elegido para denominar y dominar a la naturaleza?

REFERENCIAS

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