Artículo de investigación
La animalización como estrategia política. El caso del presidente de Costa Rica, Rodrigo Chaves Robles
Animalization as a Political Strategy. The Case of Costa Rica President Rodrigo Chaves Robles
A animalização como estratégia política. O caso do presidente da Costa Rica, Rodrigo Chaves Robles
La animalización como estrategia política. El caso del presidente de Costa Rica, Rodrigo Chaves Robles
Tabula Rasa, núm. 51, pp. 155-179, 2024
UNIVERSIDAD COLEGIO MAYOR DE CUNDINAMARCA
Recepção: 12 Janeiro 2024
Aprovação: 10 Junho 2024
Resumen: El presente artículo examina referencias hacia la animalización como una estrategia política para desprestigiar, sexualizar y hasta exaltar ciertas características que generalmente están ligadas a la figura de masculinidad del hombre fuerte y poderoso. Específicamente se analizan estas asociaciones vinculadas a referencias históricas y particularmente a la figura del actual presidente de Costa Rica, Rodrigo Chaves Robles. Para esto último, se revisaron diversos documentos mediante el análisis crítico del discurso (ACD). Las pruebas históricas muestran evidencias de cómo se utiliza la figura de los animales y de la naturaleza para tratar de subordinar a otras personas. En el caso de Chaves Robles, los usos del vocabulario zoomórfico se ligan a la sexualización de las mujeres, a producir una calificación despectiva de los adversarios políticos, a presentarse como un símbolo de poderío y a buscar alejarse de cualquier tipo de ambigüedad de una relación absolutamente simbiótica entre animales y humanos.
Palabras clave: Política, animales, mujeres, discriminación, sexismo, especismo.
Abstract: This article examines some references of animalization as a political strategy to discredit, sexualize and even praise certain features that are often linked to a strong powerful manhood image. Specifically, these associations linked to historical references and particularly to the figure of the current president of Costa Rica, Rodrigo Chaves Robles, are analyzed. To do this, we studied various documents using critical discourse analysis (CDA) tools. Historical evidence shows how the figure of animals and nature has been used as an instrument to subordinate other people. In the case of Chaves Robles, his use of zoomorphic vocabulary is linked to the sexualization of women, to produce a derogatory qualification of political adversaries, to present itself as a symbol of power and to seek to move away from any kind of ambiguity of an absolutely symbiotic relationship between animals and humans.
Keywords: Politics, animals, women, discrimination, sexism, speciesism.
Resumo: O presente artigo examina referências na perspectiva da animalização como uma estratégia política para desprestigiar, sexualizar e até exaltar certas características que geralmente estão ligadas à figura de masculinidade do homem forte e poderoso. Especificamente, analisamse essas associações vinculadas a referências históricas e particularmente à figura do atual presidente da Costa Rica, Rodrigo Chaves Robles. Para tanto, revisaram-se diversos documentos por meio da análise crítica do discurso (ACD). As provas históricas mostram evidências de como se usa a figura dos animais e da natureza para tentar subordinar outras pessoas. No caso de Chaves Robles, os usos do vocabulário zoomórfico ligamse à sexualização das mulheres, a produzir uma qualificação despectiva dos adversários políticos, presentar-se como um símbolo de poderio e procurar se afastar de qualquer tipo de ambiguidade de uma relação absolutamente simbiótica entre animais e humanos.
Palavras-chave: Política, animais, mulheres, discriminação, sexismo, especismo.
Introducción
El 6 de febrero del 2022, veinticinco candidatos se presentaron ante la ciudadanía de Costa Rica para conseguir la silla presidencial. La contienda trajo a la escena política algunas caras conocidas y otras que por primera vez intentaban obtener tal designación. Con una abrumadora mayoría de hombres, y solo cuatro mujeres, ninguno de los candidatos alcanzó el 40 % de los votos necesarios para convertirse en presidente. Sin embargo, dos de ellos pasaron a la segunda ronda. Por un lado, estaba el expresidente de la República, José María Figueres Olsen, del Partido Liberación Nacional (PLN) y cuyas recriminaciones más importantes giraban en torno a actos de corrupción cometidos en el pasado. Por otra parte, se encontraba el economista Rodrigo Chaves Robles por el Partido Progreso Social Democrático (PPSD), a quien se le reprocharon conductas de acoso sexual cuando era funcionario del Banco Mundial. Finalmente, Chaves Robles, al que se le catalogó como un outsider, obtuvo la victoria y se convirtió en el presidente número 49 de Costa Rica.
Probablemente su carácter fuerte y confrontativo, pero a la vez relajado en las discusiones a las que se enfrentaba, así como su uso de expresiones populares, la distancia moral que construyó con su contrincante más próximo y su crítica a la corrupción le valieron el apoyo de miles de personas. Además de esto, su marketing como precandidato fue ligado a la expresión de «comerse la bronca», sugiriendo con esto un combate a situaciones complejas como bajar el precio del arroz o el de las medicinas, enfrentarse a sectores poderosos, achicar las listas de espera en los servicios de seguridad social, entre otros temas complejos. Desde que fue candidato presidencial y también en su cargo como presidente, Chaves ha estado involucrado en escándalos de muy diversa índole que, durante los primeros meses de su mandato, no alteraron significativamente los niveles de popularidad que ha ostentado.
Curiosamente, varias de las alusiones que el ahora presidente ha expresado (o se han hecho de él), han estado cargadas de metáforas enlazadas al mundo animal que lo acercan a menciones de fortaleza o lo alejan de la debilidad, de las mujeres o de la corrupción. Estas alegorías no buscan dejar en el ambiente ningún tipo de ambigüedad especulativa de sus acciones sino más bien pretenden un distanciamiento estratégico de sus adversarios o hacia quienes considera como desiguales. Desde los testimonios de una de sus subalternas en el Banco Mundial que alegaba que Chaves le sugirió la posibilidad de orgías con varios animales o su despectiva mención hacia algunos periodistas a quienes ligó con el calificativo de «ratas», este tipo de referencias no deben ser tomadas a la ligera. La razón de lo anterior es que la animalización no solo funciona como una estrategia política para quitar humanidad, subvalorando ciertos cuerpos, sino también sirve para legitimar conductas o características que se suponen vienen definidas por «la naturaleza». El presente artículo buscará analizar la animalización como una herramienta del mundo político, basada en la figura de Chaves, y que se emplea con el fin de desprestigiar, sexualizar o, inclusive, para encumbrar a alguna persona. Sin embargo, es importante tener presente que en este tipo de contextos el ensalzamiento animalizado suele estar asociado y dirigido generalmente hacia los hombres, mientras que a las mujeres y a los adversarios políticos se les sexualiza, se les naturaliza o se les denigra con metáforas alusivas a esto.
Notas periodísticas de los incidentes de Chaves Robles que han estado relacionadas con los detalles sobre los reproches de acoso sexual, sobre sus semejanzas con el expresidente estadounidense Donald Trump o sus sarcasmos a periodistas han llegado a publicarse incluso en medios como The New York Times, The Wall Street Journal, El País de España y en todo tipo de espacios de la prensa costarricense. Por esta misma razón es que en el presente artículo se utilizará una aproximación investigativa mediante el análisis crítico de discurso, el cual ha sido utilizado en otros textos antiespecistas (Forte, 2022; Ruiz-Carreras, 2021; Kramcsak-Muñoz, 2021). Asimismo, es importante mencionar que el estudio de la zoología política ha sido un recurso poco estudiado dentro de los análisis costarricenses de las ciencias sociales, entre ellos la sociología política o la historia (Arias-Mora, 2015), por lo que aún faltan muchos trabajos que puedan ahondar en estos temas. Sin embargo, en América Latina sí se pueden encontrar algunos abordajes que colindan con intereses similares. Por ejemplo, en Brasil se elaboró un documento sobre las élites de ese país en el siglo XIX que vinculaba estas temáticas (Morel, 1999). Lo mismo sucedió en Costa Rica pero relacionado al desarrollo de metáforas biopolíticas del liberalismo del siglo XIX (Arias-Mora, 2015) y, finalmente, en Colombia existe otro texto sobre las alegorías zoomórficas encontradas en contenidos literarios sobre violencia entre 1950 y 1960 (Espejo-Olaya, 2020). Aun así, no parece existir un fuerte interés por este análisis en épocas más recientes de la política general latinoamericana. Así las cosas, la tesis central que se busca defender es que las alusiones hacia animales en este contexto, aunque no son nuevas, sí responden a claras lógicas especistas interrelacionadas con otras opresiones, que legitiman jerarquías de superioridad de unos sobre otros y donde se busca distanciarse de cualquier ambigüedad de inferioridad hacia el adversario, tal y como se mostrará con las expresiones proferidas o que se han realizado sobre el presidente Chaves Robles.
La animalización como forma para inferiorizar al Otro
Desde el siglo XIX, las ciencias naturales buscaron provocar una tajante separación entre los humanos y la naturaleza por medio de la legitimidad del conocimiento comprobado y supuestamente imparcial (Morel, 1999). En ello contribuyeron los naturalistas como Linneo con sus posturas teóricas desde Europa, las cuales posteriormente fueron transmitidas a otras partes del mundo. Si los humanos eran seres racionales y civilizados (sobre todo ciertos humanos), los animales se proponían como su reverso y su punto límite marcando características de «atraso mental», espiritual o en sus capacidades. Con ello se buscaba restringir «la ambigüedad de fronteras» (Morel, 1999, p. 253) y subrayar las diferencias entre unos y otros. De hecho, las divisiones dicotómicas no son construcciones recientes en la lógica de la organización de Occidente. Así, la subjetividad de la superioridad ha sido construida con base en valores contrapuestos que presentan jerarquías confrontadas: unas que se miran con aprecio y otras que se enseñan a aborrecer. Los animales (y la naturaleza), así como algunos grupos humanos han sido parte de este mismo juego metafórico con consecuencias complejas. Escalas de apreciación o desprecio influyeron en la conformación de estos simbolismos.
En esta misma línea, aquello que se entendió como «lo humano» nunca fue un concepto absoluto ni incluyente. La lógica especista supuso una «distribución jerárquica» (González & Davidson, 2022, p. 18) en la que sólo ciertos cuerpos y subjetividades podían encajar en dicha noción. Valores que se ligaron con lo masculino, la blanquitud, el capacitismo, la atracción heterosexual, la creencia de superioridad de los valores occidentecéntricos, entre otras variables, definieron el humano emblemático. Aunque parte del feminismo ha tratado de promover que las mujeres también debían ser vistas como «humanas», la lógica de una teórica como Rosi Braidotti (2022) ha sido más bien alejarse de estas posturas y criticar al humanismo, así como a la figura del «Hombre», el cual se presenta como un rasgo definitorio de dicho movimiento filosófico. Desde su postura centrada en el feminismo posthumano, más allá de simplemente criticar las visiones antropocéntricas de la categoría humanismo, la autora propone crear un «nosotros» donde se produzca «una mezcla inextricable de humanos y no humanos» (Braidotti, 2022, p. 121).
Este contexto histórico especista fomentó que el humanismo y la ciencia presentaran la jerarquización de lo animal versus lo humano como una suerte de relación evidente de inferioridad naturalizada. En esta lógica se creó a un «humano humanizado» y a un «animal animalizado» (González, 2019, p. 145). Así, no sólo los «humanos» sufrieron una valoración distinta, jerarquizada y discriminatoria, sino que también sobre los «animales» se vertieron toda una serie de expectativas idealizadas de los comportamientos que se les achacaron y que sirvieron para justificar hábitos o prácticas humanas entendidas como «naturales». Estas ideas consiguieron reforzar fantasías de supuestos patrones instintivos que eran reconocidos previos a la instauración de la cultura. Tanto la sexualidad (González & Ávila-Gaitán, 2022) como el género (de Waal, 2022) han sido retomados como conceptos que pueden ser aplicados a los animales. Entre estos procesos, se fomentó una «heterosexualización de la naturaleza» (Gaard, 1997, citado en González & Davidson, 2022, p. 31) o una existencia de patrones masculinos y femeninos entre todo tipo de animales no humanos. Por ejemplo, en una experiencia personal de un viaje por Estados Unidos, Halberstam (2012) reflexiona sobre la construcción de evidencias que se han desarrollado sobre las espaldas de los animales para proponer que ciertas acciones son normales y otras se justifican como anormales. Bajo estas ideas teorizó sobre la heterosexualidad como una construcción que «está plagada de influencias externas, algunas provenientes del contexto dentro del cual ocurre la relación, algunas de la biografía del individuo, algunas de los mundos animales» (Halberstam, 2012, pp. 73-74).
Dentro de estos razonamientos, los animales no llegan a ser simplemente animales, sino que son convertidos por la biología, la religión, la filosofía o la política en «una categoría que reduce la complejidad y heterogeneidad de innumerables vivientes» con el fin de facilitar «su fácil aprehensión y dominación» (González & Ávila-Gaitán, 2022, p. 35). Bajo esta mirada especista, no todos los animales son valorados de la misma manera. Por ejemplo, a pesar de todo lo que la ciencia ha extraído de la inteligencia o la corporalidad de las ratas y la cantidad innumerable de especímenes que ha condenado a todo tipo de pruebas de laboratorio (Haraway, 2004), estos roedores siguen siendo despreciados como animales sucios y peligrosos. Lo anterior les convierte en referencias a símbolos de humanos que invaden territorios causando suciedad y destrucción a su paso. Por otra parte, los leones, los osos, los caballos, los jaguares o las águilas comprenden valoraciones de fortaleza, vigor e inteligencia que facilitan su ligamen con sujetos que se consideran como pertenecientes a categorías de estatus sociales o simbólicos superiores. Asimismo, el trato preferencial de apoyo con el que cuentan los perros y los gatos en las campañas contra el maltrato animal habla también de una valoración significativamente más importante hacia estos animales en contraposición con vacas, pollos, peces o cerdos que son más fácilmente catalogados como objetos de consumo. Es necesario comprender que las valoraciones que tenemos hacia todo eso que la ciencia ha catalogado como «animales» o «naturaleza» está cubierto por múltiples emociones y racionalizaciones que nos preceden. De acuerdo con las posturas de Marta Tafalla (2019), solemos creer que la naturaleza existe para la humanidad, si proyectamos sobre ella nuestras fantasías, si la reducimos a ser metáforas y símbolos para nosotros, si la usamos como un espejo en el que contemplarnos… no lograremos conocerla ni tampoco tener apreciaciones estéticas profundas (Tafalla, 2019, p. 56).
El problema es que, efectivamente, la relación que tenemos con aquello que se ha catalogado como naturaleza es entendido como un reflector de la «humanidad», pero al mismo tiempo de la «no humanidad», o también como símbolo y basamento de la «normalidad» y la «anormalidad». Por ello los animales pasan fácilmente a reflejar todo tipo de alegorías especistas que fomentan la superioridad, la misoginia, el capacitismo, la heterosexualidad como una experiencia «innata», etc.
Por todo lo dicho hasta aquí, es necesario establecer que el uso de los simbolismos de este tipo de metáforas zoológicas no debe despreciarse por la investigación social. Su comprensión tiene interesantes consecuencias para el estudio de la organización de las sociedades y para el desarrollo de las vivencias en el espacio público. De hecho, Andreas Musolff (2014) ha estudiado el uso que han tenido las alegorías ligadas a los parásitos o las sanguijuelas dentro de los discursos políticos como metáforas de burla o desaprobación hacia personas que supuestamente buscan aprovecharse de una situación particular. Para el autor existen un sinnúmero de posibilidades de antropomorfización de animales o formas ligadas a la biología que funcionan como mecanismos para «deshumanizar a grupos sociales específicos» (Musolff, 2014, p. 220). De acuerdo con las revisiones históricas del autor, aunque el término de «parásito» fue usado con cargas peyorativas desde la Antigüedad, no fue hasta la Edad Moderna que su uso se extendió dentro de Europa. Así, Musolff recuerda que, desde el siglo XVIII, se han aplicado este tipo de imágenes sobre los adversarios políticos como representaciones de peligros para la nación. Finalmente, el autor señala que no fue hasta el siglo XIX que estos discursos empezaron a contener referencias racistas, que volvieron a popularizar su uso. Este fenómeno de distinción de humanos y animales, que produce una diferenciación especista, ha sido llamado como «tecnologías de especificación» (González & Ávila-Gaitán, 2022, p. 69). Bajo esta categoría, se hace la advertencia de que los procesos educativos (formales o informales) suelen fomentar visiones de mantenimiento de la dominación animal.
De esta manera, ayudados por metáforas que provienen del mundo animal, se han presentado innumerables alusiones que describen características peligrosas de sujetos considerados como inferiores y externos a la constitución «original» de una nación. Por esto mismo, los procesos migratorios o las perspectivas del otro como un salvaje fomentan la construcción de espacios identitarios que se enfrentan al extranjero desde tasaciones de superioridad o de una supuesta «imperfección» racial, cultural, moral, racional, etc. Sobre estos grupos han sido utilizadas metáforas como «enjambre de abejas», «serpientes venenosas», «parásitos», «animales inferiores», «hormigas blancas» o «enjambre de mosquitos» (O’Brien, 2003, pp. 42-43). La metáfora del otro como un animal (peligroso, torpe, temible, irracional, violento) ha generado o justificado la pérdida de cualquier tipo de consideración, de respeto o de la posibilidad de defensa de derechos por acción de este proceso especista.
De hecho, existen muchos ejemplos sobre tratamientos similares. La animalización de aquellos que son considerados como inferiores, tales como las personas negras, judías, musulmanas, migrantes o las mujeres en general, ha sido una táctica para quitarles rastros de humanidad y llevarles y/o mantenerles en niveles de subordinación. Esto es analizado con diferentes matices en muchos trabajos que critican la historia racista que ha avalado tratos degradantes hacia quienes se les ha catalogado como no blancos. Frantz Fanon (2009) intentó dejar esto plasmado en su clásico texto de referencia *Piel negra, máscaras blancas* en el que quería mostrar las complejas construcciones subjetivas de los antillanos que deseaban adoptar los valores coloniales para llegar a distanciarse de quienes tenían su mismo color de piel. Sin embargo, las alegorías que Europa les había asignado, los seguían asociando a seres irracionales, lo que dificultó que el gremio científico pudiera darles el estatus de humano (Fanon, 2009, p. 117).
Bajo estos estándares, las supuestas pruebas científicas «objetivas» avalaban que las personas afrodescendientes estuvieran alejadas de la civilización, la racionalidad y el orden de superioridad establecido. Estas construcciones facilitaron que dichas personas fueran vistas como inferiores, naturalmente hablando: «el negro no es sino lo biológico. Son bestias. Viven desnudos» (Fanon, 2009, p. 147). «Bestias» era también una alusión que se hacía hacia los esclavos negros en Brasil donde se les comparaba con animales y por tanto se les alejaba de la «condición humana» (Morel, 1999, pp. 254-255). Ante estas explicaciones, se asentaban justificaciones científicas y de superioridad frente al otro que se le atribuía una «naturaleza» inferior: un animal que estaba compelido a moverse bajo sus instintos sexuales y que poseía una capacidad mental ínfima. Estos procesos fomentaron la creación de un «sistema de dominación especista antropocéntrico» (Velasco-Sesma, 2017a, p. 145). Igualmente, Angela Davis (2009) criticó que durante la esclavitud las mujeres negras fueron pensadas como «paridoras» que era otra forma de asociarles con «animales cuyo valor monetario» (Davis, 2009, p. 15) estaba relacionado con la cantidad de descendencia que podían dar a sus amos.
Un segundo ejemplo tiene que ver con consideraciones similares que se hicieron sobre los judíos. En el documento que podría traducirse como «Reírse de la bestia» (Wiedl, 2010) se analiza la figura del *Judensau* la cual sirvió desde la Edad Media para asociar a los judíos con animales (específicamente con una cerda) y provocar la burla sobre ellos. Se trataba de una iconografía que generalmente contenía dos situaciones: una cerda amamantando judíos y un personaje detrás del animal que le tocaba el ano (Wiedl, 2010, p. 326). Con el pasar del tiempo, la burla a través de esta animalización fue retomada por los grupos antisemitas del siglo XX. Como lo recuerda Claudia Koonz (2005), la creación de las características que contenía la imagen del judío para la Alemania nazi estuvo cargada de simbolismos de desagrado y de peligro para la nación. De esta manera, la idea de la raza pura y aria se contrapuso a otras razas defectuosas y contaminantes. Aunque las metáforas patológicas de los judíos eran relevantes comparándolos, por ejemplo, con una «tuberculosis racial» (Koonz, 2005, p. 38), también se les asoció o se les nombró como un «parásito» (Koonz, 2005, p. 43), como «gusanos» (Koonz, 2005, p. 43), como «cerdos judíos» (Koonz, 2005, p. 63) o se decía de ellos que tenían un «aspecto simiesco» (Koonz, 2005, p. 179). De modo similar, es llamativa en esa misma época la alerta discriminatoria realizada sobre un establecimiento de piscinas al que se le dio el nombre de «acuario judío» (Koonz, 2005, p. 206) porque no se hacían distinciones «raciales» para su utilización y, por lo tanto, no impedía que los judíos lo utilizaran. Esta construcción del otro como peligroso, como un patógeno o como un animal salvaje formó una narrativa que legitimó la eliminación de sus derechos y una justificación para tomar las medidas necesarias para su contención, tales como la esterilización forzada o su permanencia en los campos de concentración.
Por otro lado, es también común asociar a los migrantes con animales o con formas biológicas parasitarias. Países con elevadas estadísticas de un tránsito de personas extranjeras que buscan un mejor lugar para vivir suelen generar proliferaciones de sentimientos encontrados, donde el discurso de odio o rechazo migratorio se convierte en un ardid político que atrae a muchos votantes. En el caso de Estados Unidos, este tipo de asociaciones racistas han sido construidas desde hace muchos años sobre quienes no son considerados legítimos habitantes de esa nación (Santa Ana, 1999). En el año 2018 se produjo un revuelo internacional cuando en aquel momento el presidente Donald Trump se refirió a los migrantes de forma completamente despectiva. Específicamente, cuando aludió a la pandilla MS-13, señaló que: «Estas no son personas. Estos son animales» («These aren’t people. These are animals») (Morin, 2018, párr. 4).
Es importante señalar hasta aquí que todo lo dicho anteriormente no es un fenómeno nuevo para el feminismo (Braidotti, 2022; Halberstam, 2020; Velasco-Sesma, 2017a; Velasco-Sesma, 2017b; Scott, 2012). Por ejemplo, de acuerdo con Halberstam (2020), desde hace muchos años las ideas asociadas a lo salvaje y la naturaleza han sido usadas para normalizar la heterosexualidad, justificar la violencia contra pueblos no blancos y colonizar al otro: «Este poder, además, se expresó a través de formulaciones aparentemente neutrales de poder —orden, ley, estabilidad social— mientras que en realidad construía a grupos enteros de personas como irracionales, inestables y violentas» (Halberstam, 2020, p. 32). De esta manera se problematizan formas en que la naturaleza, lo salvaje y este tipo de discursos no son asuntos menores.
Lo dicho anteriormente, quiere dejar claro que no se puede tener una lectura completa y compleja de las discriminaciones, las desigualdades y los procesos de normalización naturalizada si no se tiene en cuenta el especismo, entendido no como «una mera elección individual y deliberada» sino como un proceso de valoración jerárquica de inferioridad hacia los animales y que está asentado en «saberes, instituciones, espacios, técnicas y gestos» (González & Davidson, 2022, p. 18). Es más, los procesos de racismo, sexismo, clasismo, capacitismo o supremacismo están fuertemente relacionados con el especismo porque generalmente estas desigualdades se buscan explicar bajo razones «naturales». De esta manera, tratar de atacar el machismo o la xenofobia y olvidar las visiones de desigualdad que se han construido sobre los animales fomenta una visión parcial y, por lo tanto, incompleta de la desigualdad. Por ejemplo, al retomar posturas teóricas actuales, Berenice Vargas reflexiona que «racializar es animalizar» (Vargas García, 2023, p. 54, cursiva en el original), toda vez que los valores que destacó la filosofía occidental ligados a la inteligencia (racional), a la civilidad, a la moral y a la superioridad están contrapuestos a los animales. Estas apreciaciones de inferioridad que tienen como base la «naturaleza» han servido de fundamento también para las evidencias de un trato desigual hacia mujeres, pero de igual forma hacia personas afrodescendientes, latinoamericanas, africanas, con discapacidad, quienes no se consideran heterosexuales, entre muchas otras. La referencia de opresiones interdependientes que incluyen al especismo y a otros «ismos» de dominio y abuso suelen ser acentuados por trabajos similares (Vargas García, 2023; González & Davidson, 2022; González & Ávila-Gaitán, 2022; Oliveira, 2021; Velasco-Sesma, 2017a; Velasco-Sesma, 2017b).
De esta manera, existen toda una serie de grupos que han sido asumidos y construidos a partir de este tipo de categorías jerarquizadas y enlazadas de formas que aún merecen un mayor escrutinio de parte de las ciencias sociales. En estos esfuerzos, Ochoa-Muñoz (2014) ha analizado tácticas de bestialización y de feminización como estrategias de opresión que se interrelacionaron a la hora de oprimir a las personas nativas americanas en tiempos posteriores a la conquista europea. Una de las acciones que provocó este tratamiento simbólico sobre quien se percibía como un animal-femenino inferior fue generar sobre ellos una «condición de tutela» que tuviera características de ser «perpetua y permanente» (Ochoa-Muñoz, 2014, p. 14).
A continuación, se hará un análisis más detallado de lo que ha sucedido con las mujeres, cuya relación con la naturaleza no ha sido marginal. El discurso sobre lo natural ha sido clave para justificar su dominación y las acciones que había que tomar para contener el desborde o el exceso de su temperamento que se supuso como naturalmente indomable.
Las mujeres: los animales por excelencia
Hablar de las mujeres como grupo es un asunto complejo. De hecho, pensar que existe un conglomerado de individuos con intereses unitarios, con una identidad coherente y con visiones de mundo muy similares, es una ficción utópica y una de las críticas que se le ha realizado a la idea de que existe un único sujeto del feminismo (Oyèwùmi, 2023; Butler, 2008; Wittig, 2004; Haraway, 1995; Riley, 1988). Allí, el entendimiento de la interseccionalidad y la crítica de la existencia de una esencia constitutiva de las personas es necesaria para posibilitar perspectivas que complejizan las categorías que se dan por sentado. En relación con las mujeres, varios momentos históricos han presentado tendencias que las asocian con lo animal. Si la racionalidad era una característica básica y consustancial de los hombres, ellas fueron pensadas como sujetos irracionales, con capacidades básicas mentales idóneas para los oficios domésticos, para el sexo o para la maternidad y con un desarrollo más importante (desordenado o no) de sus afectos. En la Grecia antigua, el útero fue considerado como un animal que vagaba de forma inestable dentro del cuerpo de las mujeres. Platón (1992) lo describió como «un animal deseoso de procreación en ellas, que se irrita y enfurece cuando no es fertilizado a tiempo» (Platón, 1992, p. 260). El apetito apasionado (deseo) y la reacción de molestia impaciente (irritación) también han sido condicionantes con las que se explican muchas de las conductas (histéricas) de las mujeres. Por si lo anterior no fuera suficiente, en el siglo II se estableció que el útero era finalmente «un animal dentro de un animal» (Cleghorn, 2022, p. 39).
Estas asociaciones hacia las mujeres como cercanas a la biología o como animales, llevó a parte del feminismo a realizar una crítica contra dichas conjeturas. Ya que la naturaleza ha sido pensada como una «página en blanco carente de vida, como aquello que está, por así decirlo, muerto desde siempre» (Butler, 2008, p. 22), esta categoría recibió el rechazo de muchas teóricas que consideraron como nefasta la relación esencial entre las capacidades que se asignaban a las mujeres y su relación con lo biológico. De hecho, dentro del mundo político, las metáforas de animales para referirse a la glorificación o al desprestigio han sido tácticas muy utilizadas para aludir hacia los adversarios más próximos, a los procesos migratorios, a las mujeres, a la delincuencia o al ensalzamiento personal.
Sin embargo, dentro de las valoraciones positivas que daban preminencia en el mundo político a todo lo ligado con las características más deseadas (racionalidad, masculinidad asertiva, inteligencia, recursos económicos, blanquitud), muchas personas quedaron por fuera. Así, las mujeres y los enemigos políticos han experimentado en este contexto reproches despectivos de este tipo de asociaciones de animales que les acercaron a la irracionalidad o a la escaza agudeza mental. No es casual, que una táctica que se utilizó para evitar que las mujeres accedieran al voto fue el hecho de que se las relacionó precisamente con los animales. Por ejemplo, en el caso de los primeros años del siglo XX, el primer ministro británico, Herbert H. Asquith profirió su desaprobación del sufragio femenino a través de la idea de que la mujer estaba «naturalmente inhabilitada para votar como un conejo está inhabilitado para votar» (Holroyd, 1979, p. 24). De esta manera, la subordinación de la mujer respecto a los varones y su cercanía con lo irracional hacía inadecuado su derecho al voto. Se las había criticado y descalificado planteando que ellas eran «un animal inferior al hombre» (Barahona-Riera, 2021, p. 45). Así, este tipo de discursos, que no eran nuevos, servían para legitimar una posición de exclusión democrática sobre seres que supuestamente no merecían tener esa posibilidad de acceso a la ciudadanía.
Curiosamente, la alusión de los conejos a la que anteriormente se aludió, no sólo sirvió para justificar la incapacidad irracional de las mujeres de contar con iguales derechos que los hombres. También, desde la Edad Media estos animales fueron relacionados con los judíos y con la «promiscuidad sexual» (Wiedl, 2010, p. 330). Es interesante pensar que, en la segunda mitad del siglo XX, las «conejitas» (bunnies) también se produjeron como simbolismos de jóvenes hermosas que posaban en la revista Playboy o eran parte del staff que servía tragos o abría las puertas de los hoteles del mismo nombre. De hecho, desde 1960, el código de comportamiento y vestimenta que se les había establecido les exigió una fuerte fusión entre su identidad humana y animal, con el fin de poder caracterizar mejor la sensualidad de ambas figuras. A las conejitas se les educó para tomar en cuenta actitudes de comportamiento que no les alejara demasiado de proyectar este vínculo. Como se les aconsejó en su momento: «Siempre recuerde que su posesión más orgullosa es su Cola de Conejita. Usted debe estar segura de que esté blanca y esponjosa» (Laudrum, 2004, p. 155). Con esta historia, no parece una casualidad el que recientemente saltara a la luz el escándalo producido en unas residencias estudiantiles en España donde en un acto al que se le denomina como «la granja», los alumnos varones debían gritar en las afueras de los edificios de vivienda lo siguiente: «Putas, salid de vuestras madrigueras como conejas, sois unas putas ninfómanas» (Silió, 2022, párr. 1). La asociación de las mujeres como animales que permanecen en espacios domésticos (viven en madrigueras), poco racionales y aptas principalmente para tener sexo o para parir es una muestra de este tipo de asociaciones recurrentes que buscan humillarlas y apartarlas del espacio público y que continúan reproduciéndose en la actualidad.
Ligado a lo anterior, la animalización de las mujeres y la sexualización de los animales ha sido nombrada por Carol Adams como la política sexual de la carne. En el libro que lleva el mismo nombre, Adams (2015) propone que para entender la opresión que experimentan las mujeres hay que enlazarla con la opresión que viven los animales bajo un triple proceso de objetivización, fragmentación y consumo. Unas y otras están unidas, y más que eso, fusionadas. Por eso mismo, los apelativos hacia las mujeres con metáforas animalescas casi siempre suelen llevar al desprestigio o a la sexualización. Si bien también existen designaciones de animales que se enfocan en los hombres, éstas suelen implicar consideraciones muy diferentes. Aunque una referencia a un varón como «perro» o «burro» sí puede implicar situaciones sexuales, éstas no tienen la misma connotación despectiva como llamar a alguien «zorra». En este mismo sentido, el término «perra» (bitch) ha servido «como una retórica contemporánea de contención que disciplina a las mujeres con poder» (Anderson, 1999, p. 600). Esta palabra, tanto en inglés como en español, tiene una dirección hacia simbolismos ligados a lo femenino que vuelve a las mujeres sujetos-objetos desprestigiados, animalizados y sexualizados. Bajo su pronunciación y la de otras palabras similares se busca frenarlas para que desaparezcan de la visibilidad, se controlen o se contengan dentro del mundo doméstico o se mantengan en la granja.
Referencias de animales usados por políticos. El caso de Rodrigo Chaves Robles
Las referencias en la política para acercarse a ciertas figuras de animales no se han hecho por casualidad. Si bien muchas veces se hace para tomar distancia, otras buscan algún tipo de cercanía ventajosa. Estas referencias pueden hacerse a través del uso de un vocabulario político zoomórfico o a través de ciertas imágenes asociadas a dichas alegorías. Si un político busca presentarse como fuerte, viril y seguro de sí mismo, se aproxima a animales que sean imponentes y muchas veces carnívoros. Por ello, para una figura pública o un político que se quiera mostrar como «varonil» o «valeroso», esto puede pasar también por una asociación con los animales y la creencia de una necesidad de exudar una masculinidad enérgica y construir las ideas que le son adyacentes. Por ejemplo, en el caso de Santiago Abascal, político español, líder del partido de ultraderecha y conservador Vox, su relación hacia animales ha quedado clara a través de ciertas fotografías. Lo hizo en el 2018 montando a caballo junto a un grupo de hombres para «reconquistar Andalucía» (Antena 3, 2018) y posteriormente en el 2019, con el fin de distanciarse de un contrincante que apareció con un tierno perro de meses, mientras el líder de Vox se mostraba detrás de un imponente tigre (Redacción Digital, 2019).
En el caso del presidente ruso Vladimir Putin, ha fortalecido su imagen de masculinidad fuerte apareciendo sin camisa y montando un caballo por tierras de Siberia. Esta misma figura de un sujeto poderoso, fue lo que probablemente hizo que a Putin se le confeccionara un montaje donde aparece cabalgando a un oso dentro de un río (Haltiwanger, 2018). De la misma manera, el acto de montar caballos ha sido frecuentemente practicado también por el líder norcoreano Kim Jong-un (Sang-Hun, 2019). De hecho, la relación entre la construcción de la masculinidad y los caballos ha sido estudiada por Monica Mattfeld (Mattfeld, 2017). En su libro investigó la correspondencia que se desarrolló entre ciertos varones europeos y los caballos en el siglo XVIII. Estos animales fueron estrechamente vinculados a hombres respetados y exitosos, que favorecieron la mediación en la construcción de narrativas políticas, en una masculinidad triunfante y en su posición social.
Específicamente en el caso del político y presidente actual de Costa Rica, Rodrigo Chaves Robles, existe un variado e interesante vocabulario zoomórfico que le ha acompañado durante su campaña electoral y posterior a que fuera nombrado como presidente. Como se mostrará dentro de pocas líneas, las alusiones a los animales que él ha proferido o que se han hecho de él no son inofensivas o inocuas. Estos usos semánticos, suelen animalizar a un animal para convertirlo en un símbolo de humano «inferior» (por ejemplo, las mujeres), o mostrarlo como un símbolo de lo humano audaz (casi siempre un varón en un puesto de jerarquía). A continuación, se analizan algunas de las referencias de lo anteriormente mencionado y que se pueden encontrar en los documentos revisados. Las mismas, se agrupan en cuatro grandes categorías y en su caso son las siguientes:
1. Animalización y sexualización de las mujeres. Ya se ha señalado en este documento, que las mujeres han sido asociadas como apéndices de la naturaleza. Pueden hacerse referencias menos agresivas como «la madre naturaleza» (lo que no implica la ausencia, también, de consecuencias metafóricas potentes que terminan por reducir lo femenino a una esencia maternal), u otras más ofensivas como «víbora» o «zorra» que envuelven la vinculación con la bajeza moral o la promiscuidad. En el caso del político aquí estudiado, ha sido noticia internacional que cuando Chaves era aún precandidato a la presidencia, la prensa dio a conocer un escándalo que lo involucraba en alegatos de hostigamiento sexual mediante la resolución del Tribunal Administrativo del Banco Mundial. Así, se supo que, siendo funcionario de ese organismo internacional, dos de sus subalternas lo habían acusado de conductas sexuales inapropiadas.
Algunas de las situaciones incómodas relatadas por las mujeres involucraron un almuerzo donde Chaves le hizo preguntas a una de ellas sobre la satisfacción sexual que le proporcionaba su novio, toda vez que su pareja era menor que ella. También le hizo un comentario sugerente en el que le demandaba saber si ella consideraba atractiva la idea de tener sexo con un hombre casado. Finalmente, quizá el dato más llamativo, y que se usó en los debates presidenciales para atacarlo, fue cuando le mencionó a esta mujer si había considerado la posibilidad de «tener una orgía con seis animales diferentes» (Chinchilla-Cerdas, 2021, párr. 11). Posteriormente, en uno de los debates televisivos, Chaves les bajó el tono a tales acusaciones diciendo que esto era simplemente un «chiste» (Sequeira, 2022, párr. 15) o parte de la forma en que se comportan los hombres costarricenses, al señalar que «así somos los ticos» (Sequeira, 2022, párr. 19).
En otra ocasión, salió a relucir un extracto de un documento que, aparentemente formaba parte del expediente de divorcio con su primera esposa. En él, Chaves había escrito un poema despreciando a las mujeres a quienes calificó de «animal de pelo largo, pero de inteligencia corta» (Palomino, 2022, párr. 4). Ambos eventos, aunque fueron controversiales, no impidieron su ingreso al Poder Ejecutivo. Quizá en parte esto se debió a que los actos de corrupción, con los que se distanció como estrategia política, eran más preocupantes para la ciudadanía, pero también es cierto que está normalizada la idea de que los hombres no pueden dejar de pensar en sexo y que las mujeres son menos inteligentes que ellos. Sería un error simplemente considerar que ambas expresiones muestran contenidos misóginos. Más que eso, son referencias claras de la animalización de las mujeres, de su reducción a sujetos irracionales y sexualizados, pero además a la reafirmación de la separación entre el mundo público de los hombres y el mundo privado de las mujeres. En esta lógica quizá es pertinente retomar la categoría de «antropornografía», que ha sido un término que Carol Adams ha propuesto para hablar de los procesos de «incitación de actitudes opresivas mediante la feminización y sexualización de los animales y la animalización de las mujeres» (Adams, 2017, p. 75).
2. Nominación despectiva generalizada. Como se ha mostrado anteriormente dentro de este documento, las alusiones sobre los animales también han servido para desprestigiar a los oponentes. En el caso de Rodrigo Chaves, lo ha utilizado para insultar a la prensa, con quien no tiene una relación muy armónica. En una ocasión, antes de ser presidente, ya había atacado a varios medios de información a los que calificó como «prensa canalla» (Aguilar, 2022, párr. 3). Sin embargo, cuando ya había alcanzado la silla presidencial se refirió a los periodistas como «una especie» ligada a la «fauna» y donde especificó que de allí se desprendían clasificaciones variadas que les acercaban a «rinocerontes», «mapaches», «aves» o «ratas» (Ramírez, 2022, párr. 3). Sin duda, esta referencia hizo saltar las voces críticas de quienes consideraron que lo anterior era una afrenta a la libertad de prensa (Batista-Márquez, 2022; Ramírez, 2022). Y aunque esto puede ser cierto, no hay que dejar de pasar por alto la nominación de los animales que le sirvieron para distanciarse de sus adversarios. De hecho, en el video de ese momento, se puede observar cómo Chaves marca el acento en la nominación de «ratas», para dar a entender su desprecio hacia uno o varios periodistas que estaban en la conferencia de prensa.
Cuando la propia prensa reprendió al mandatario, Pilar Cisneros (la diputada oficialista más popular y quien es una reconocida periodista jubilada) quiso defender al presidente planteando lo positivo que era ser asociado con ciertos animales. Ella destacó ejemplos como «un águila», «un rinoceronte» o «un mapache» (Ugarte, 2022, párr. 8), de los cuales subrayó características como la inteligencia, la presencia imponente o su mirada panorámica de control. Sobre la alusión a los roedores señaló: «Si alguien se siente rata por algo será, deberían autoanalizarse» (Ugarte, 2022, párr. 8).
Esta mención despectiva, también se ha realizado sobre el actual presidente en varios sentidos. Por ejemplo, una nominación que se le ha hecho es la de «Zoodrigo». Probablemente, gracias a las alusiones arriba mencionadas sobre las orgías con animales, este apodo que mezcla su nombre con la sugerencia de lo zoológico es utilizado por quienes le adversan y le reclaman, entre otras cosas, las fuertes denuncias que cargó por acoso sexual. Por ejemplo, en una manifestación que se hizo el 8 de mayo del 2022, que fue el día de su toma de posesión del cargo presidencial, cientos de mujeres marcharon por las calles de San José para manifestarse en contra de la violencia y a favor de los derechos. En uno de los cartelones de ese día, se puede apreciar la pancarta que alza una joven y que dice «Fuera Zoodrigo Chaves» (Villalobos, 2022). También se desprestigia a los admiradores del presidente llamándoles despectivamente como «focas», «chavestias» o «chabestias». Bajo estas referencias se entiende que las focas o las bestias son tontos, seguidores incondicionales acríticos y que aplauden a todo lo que el mandatario haga o proponga.
3. Símbolo de poderío. La animalización no sólo sirve para desprestigiar o para sexualizar, también funciona como una estrategia para demostrar el poderío al ser asociado con la cercanía de ciertos animales como anteriormente ha sido referido en los casos de Putin, Abascal, o Kim Jong-un, y que ha sido analizado en diversos trabajos que transversalizan estas temáticas con la masculinidad y la feminidad (Mattfeld, 2017; Adams, 2015). En este sentido, aunque en el Glosario de resistencia animal(ista), se define al antropo-poder como un «poder que un sujeto puede ejercer por ser categorizado y producido como humano» (González & Ávila-Gaitán, 2022, p. 37), quizá también este mismo antropo-poder pueda explicar no sólo que alguien pueda referenciarse como humano al mostrarse en un estadio superior a animales u otros individuos, sino también facilite que esa misma persona pueda aprovecharse de las referencias a ciertos animales para imponer mayor señorío. Aquí, el animal sigue sufriendo un proceso de animalización (pues se le otorgan ciertas características muy específicas que se piensan como naturales y que resaltan justificaciones de privilegio), pero finalmente dicho animal no es valorado por sí mismo, sino solo por lo que pueda proporcionar al humano que usufructúa de su nominación.
En el caso particular de Chaves Robles, en momentos donde se analizó la personalidad de los contendientes que llegaron a la segunda ronda electoral, una experta en lenguaje no verbal afirmó para un periódico nacional que él era un hombre «más agresivo» (Sandí, 2022, párr. 7). Su apreciación la basó en que tenía «dientes separados», lo que era un reflejo en «el reino animal» de una «señal de amenaza» (Sandí, 2022, párr. 8). Esta idea del hombre fuerte al que se le asocia ciertos animales (carnívoros) es algo que se ha relacionado en otros momentos con Chaves. No sólo por la imagen de una calcomanía (pegatina) donde se le apoyaba diciendo «Yo voto por el MACHO ALFA» (Avilés, 2022, párr. 1), sino también cuando uno de sus estrategas lo describió como un «depredador» en el mundo de la política (Columbia Digital, 2022). Así, ubicarlo cerca de una idea poderosa de animalización lo vincula a la imagen del político-hombre-gobernante que es, a un mismo tiempo, el alfa, el líder, el semental o el que caza y se come a otros animales quienes son imaginados como más débiles.
Recientemente, el presidente Chaves y su gobierno han empleado al jaguar como una metáfora del ascenso de la economía costarricense, pues Bank of America hizo esta referencia cuando ligó a dicha economía con los llamados tigres asiáticos de países como Taiwán o Hong Kong. En la actualidad, el Gobierno costarricense usa la imagen del jaguar como un logo que se proyecta en sus presentaciones y en alusiones tales como «economía jaguar» o en uno de los últimos proyectos de ley presentados que denominaron «Ley Jaguar para impulsar el desarrollo de Costa Rica». Como lo ha señalado recientemente uno de los diputados de la República, estas alusiones han promovido la idea de «vigor y fuerza, cualidades acordes con la imagen de hombre fuerte que ha tratado de establecer en su gobierno» (Ortega-Gutiérrez, 2024, p. 25, cursiva en el original).
4. Alejamiento de cualquier tipo de ambigüedad entre los animales y los humanos. Aunque alguien quiera decirse «águila» o relacionarse con un tigre o un jaguar para mostrar su identidad de macho alfa, esto no quiere decir que en el fondo se desee una proximidad tan cercana con los animales para que pueda considerárselos como iguales. Finalmente, los animales son utilizados como extensiones de un cierto sentido, pero no son apreciados propiamente como cercanos a los seres humanos. Esto sucede cuando, para mostrar una actitud moral de superioridad, se llama «zorras» o «perras» a ciertas mujeres. También ocurre cuando a alguien se le dice «rata» para distanciarse de un supuesto carácter corrupto o delincuencial, tal y como se ha señalado anteriormente en este documento. En el caso de las referencias realizadas sobre Chaves como un «macho alfa», la cercanía con los animales nunca puede ser absoluta. En este mismo sentido, Carol Adams (2015) ha enfatizado el uso de un cierto lenguaje para desconectarse cuando se insulta a través de palabras como «bestia» o «animal» o se emplean pronombres como «eso» (“it”) para referirse a un animal no humano.
En el caso de Chaves, éste también buscó alejarse en cierto sentido de las metáforas ligadas a los animales. Lo anterior ocurrió cuando se refirió a la «fauna» de periodistas o cuando asoció a las mujeres con animales irracionales. Con ello, sugería una distancia moral de él mismo con la corrupción y un alejamiento con el concepto de mujer que, desde esta perspectiva, implica una idea de un ser inferior en comparación al hombre. Asimismo, en discusiones en las que quiso acercarse con grupos antivacunas (los cuales le apoyaron durante la elección), les afirmaba que cumpliría su promesa de eliminar la obligación de la vacuna del covid-19 para empleados públicos y que iba a descartar el uso de la mascarilla. En una entrevista donde planteó prescindir de las medidas sanitarias obligatorias, Chaves dijo «la gente no es ganado, no es gente que usted le mete una aguja a la brava» (Chinchilla-Cerdas, 2022, párr. 5). Estas ideas sólo confirman que, aunque las asociaciones de animales pueden ser útiles en ciertos momentos, el uso uniformemente continuo de las mismas para describir o pensar en los humanos no está en concordancia con el pensamiento especista que los mira como seres inferiores.
Conclusiones
En un texto reciente, Rossi Braidotti (2022) propone la necesidad de acercarse al cuestionamiento de cualquier organización social que tenga como base la circunscripción de una visión tradicional sobre lo humano, donde se separe dicotómicamente a las personas con los animales o la naturaleza: «Las apelaciones a la naturaleza y a un orden mundial naturalizado son una táctica que utiliza el sistema patriarcal, capitalista y neocolonial para legitimar a las estructuras sociales que creó» (Braidotti, 2022, p. 88). Desde esta perspectiva, esto no debería ser solamente una labor de las ciencias sociales en general, sino también le convendría al feminismo tenerlo como un objetivo más claro y estratégico de sus estudios y sus reflexiones. De hecho, como ha querido dejar claro el presente documento si algo ha caracterizado la visión hacia las mujeres ha sido su cercanía con lo inferior, lo irracional, el descontrol y, por supuesto, con lo animal. Por esto mismo, el especismo no se resuelve volviendo a humanizar a cualquier persona. Aunque al adversario se lo presente como rata, como cerdo o como zorra, la ontología de lo humano supone categorías muy particulares, que van a seguir excluyendo a la gran mayoría de las personas.
Las alusiones que presentan a una persona como un depredador, un macho alfa o un animal superior, en contraposición con alegorías de otros humanos inferiorizados mediante su vínculo con lo animal (mujeres, población afrodescendiente, etc.) no es una táctica inocua ni es una acción exclusiva del político aquí estudiado.
Supone una estrategia útil para continuar con la exaltación de una visión sobre el poder vertical, sobre el aprecio de ciertas personalidades y sobre el menosprecio de todo aquello que no se ajuste a la fórmula ficticia de quien es apto(a) para el espacio público o privado. Ni siquiera cuando se «rescata» la imagen de un animal, se lo hace pensando propiamente en el animal en su integralidad. Se toman referencias culturales y se aplican a ciertas personas. La lógica del hombre fuerte que sexualiza a las mujeres junto a animales o que las ve como una extensión de estos últimos promueve una visión normalizada, en la que los hombres son sujetos altamente sexuales que tienen permiso de pensar, decir y hacer cualquier tipo de propuesta a las mujeres.
En este mismo sentido, las tácticas de valerse de los animales para propósitos normalizadores han sido reseñadas por Kaiser (2022) quien investigó a grupos de derecha, ínceles y colectivos altamente misóginos. Por ejemplo, la autora recuerda que una de las metáforas más usadas por el controversial psicólogo Jordan Peterson, (quien es una referencia de muchos de estos varones), y que sirve para llamar a un orden natural de masculinidad y feminidad, es la alegoría de la langosta, la cual «se ha convertido en el símbolo de los masculinistas» (Kaiser, 2022, p. 153). Mediante este animal, les propone a los hombres la necesidad de poseer una valentía dominante, una heterosexualidad esencial y un dominio sobre las mujeres. Lo anterior muestra que las alegorías sobre los animales pueden ser destinadas a todo tipo de funciones y favorecen la creencia de una naturaleza «verdadera» y anterior a la cultura.
Precisamente, desde la teoría feminista, Halberstam (2020) se ha abocado a analizar «lo salvaje» y sus vínculos con los registros de ordenamientos normalizadores (racistas, sexistas, coloniales, etc.). En su documento, Halberstam ha realizado un llamado a tener cuidado con el análisis de estos temas pues: «trabajar con la naturaleza también es arriesgarse a volver a activar esos significados» (Halberstam, 2020, p. 26). Sin embargo, de igual forma recuerda la necesidad de acercarse de una forma crítica a estas discusiones. Desde su perspectiva, y las posiciones aquí planteadas, es necesario proponer preguntas por lo salvaje o por la naturaleza para cuestionarse aquellas ideas que se manejan sobre lo humano y las asociaciones que fácilmente se le atribuyen. Ya que «lo humano» nunca ha sido una categoría neutral, «o animal» tampoco lo es. Cuando un presidente, un político o cualquier persona usufructúa de un discurso que tiene por norte la objetivación, la sexualización o la sobrevaloración de quien se asocia con un animal, esto no debe pasar como un dato menor.
En el caso de Rodrigo Chaves Robles, él es un ejemplo más de una cadena de visiones que muestran rastros del pasado especista y sexista no superado, que han conformado las visiones sobre lo humano y sobre conceptos ligados al humanismo (Braidotti, 2022). Sus alusiones sobre los animales no son nuevas, no son las primeras, ni tampoco serán las últimas. Ya que la modernidad implica también detrás de ella un deseo de domesticación o disciplinar la naturaleza (Morel, 1999), no es extraño que estas metáforas políticas aparezcan aún hoy como parte de la lógica en que se estructuran las ideas sobre lo público, lo privado, la superioridad, las mujeres, etc. De esta manera, las referencias al presidente Rodrigo Chaves no pretenden proponer que él es el máximo exponente de este tipo de metáforas. Tampoco procuran expresar que él, entre todos los políticos (o personas), es al que hay que provocar una mirada más crítica. La lógica detrás del desprecio hacia el otro o la otra en clave animalesca está hablando de una racionalidad política particular que desea someter, domesticar y refrenar al otro(a) que se piensa como inferior. Esta animalización se sirve de dichas alusiones, para producir a otros abyectos y menos aptos para la toma de decisiones en el mundo político y para una imposibilidad de relaciones más justas. Tal y como lo dijo Carol Adams (2015): «un siguiente paso lógico en la progresión del pensamiento feminista es politizar la ambigüedad» (Adams, 2015, p. 43) tomando como base estas alegorías que se realizan sobre las mujeres, sobre lo que se considera como inferior y superior y contraponiéndolas con aquello que se nombra con la designación de «animales». Es nuestro deber como científicas(os) sociales continuar con este tipo de críticas y resistir los intentos de perpetuar la dicotomía entre lo salvaje y lo humano que lo que continúan fomentando es una vivencia, a veces sutil y otras veces más explícita de una valoración que produce la opresión de todos quienes son pensados como «naturalmente» inferiores.
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