Artículos de investigación

La ciudad bajo el lente de la antropología

The city under the lens of anthropology

Claudia Teresa Gasca-Moreno
Universidad de Guanajuato,, México
Miguel Ángel García-Gómez
Universidad de Guanajuato, México

La ciudad bajo el lente de la antropología

Quivera. Revista de Estudios Territoriales, vol. 21, núm. 1, pp. 27-41, 2019

Universidad Autónoma del Estado de México

Recepción: 31 Octubre 2018

Aprobación: 20 Marzo 2019

Resumen: Este artículo es una primera aproximación a la relación entre antropología y ciudad; su objetivo es recuperar algunos momentos clave en la historia de la disciplina, así como las definiciones sobre ciudad que han imperado, las coordenadas teóricas y los métodos que la han orientado en los últimos años para delinear una especificidad disciplinar que se encuentra en construcción frente a los retos de la vida urbana. Más que trazar una cronología del camino andado, proponemos reflexionar en torno a las posibilidades teóricas y metodológicas que nos exigen fenómenos diversos y complejos acontecidos en las urbes; su análisis demanda la puesta en marcha de estrategias y la ayuda de otras disciplinas que desencadenan nuevas preguntas y requieren repensar los objetos y métodos clásicos de la antropología sin poner en riesgo su condición y especificidad.

Palabras clave: ciudad, antropología urbana, metodología, habitar.

Abstract: This article is a first approximation to the relationship between anthropology and the city; its objective is to recover some key moments in the history of the discipline, as well as the definitions of the city that have prevailed, the theoretical coordinates and the methods that have guided it in recent years to delineate a disciplinary specificity that is under construction against the challenges of urban life. Rather than drawing a chronology of the path traveled, we propose to reflect on the theoretical and methodological possibilities presented in diverse and complex phenomena in urban areas. Its analysis demands the implementation of strategies and the help of other disciplines that trigger new questions and require rethinking the classic objects and methods of anthropology without jeopardizing its condition and specificity.

Keywords: city, urban anthropology, methodology, diversity.

Presentación

En las últimas dos décadas la discusión sobre la importancia de las cuestiones urbanas ha tomado un papel medular en el análisis antropológico. Uno de los debates más procurados ha sido justamente el que tuvo la naciente antropología urbana en torno al abordaje de las prácticas e interacciones de nuevas alteridades sin prestar atención y poner el foco en la complejidad del nuevo escenario donde éstas se manifiestan: la ciudad.

En este trabajo recuperamos algunas reflexiones de textos y autores que pueden ser referentes en la comprensión y definición de la antropología urbana. El objetivo es retomar la discusión sobre la situación actual de la disciplina antropológica en contextos urbanos lo que supone una revisión crítica de lo que se ha entendido como ciudad, desde donde ha sido abordada, así como sus perspectivas de desarrollo teórico metodológico. La intención no es presentar un análisis cronológico del desarrollo de la disciplina, como ya lo han hecho otros autores (Signorelli, 1999;Canclini 2005;Giglia, 2012), sino recuperar el hilo de la discusión sobre cómo el estudio de las nuevas alteridades en escenarios urbanos demandan un diálogo interdisciplinar y estrategias particulares de investigación sin debilitar la capacidad de la antropología de dejar hablar a los interlocutores que emergen desde espacios que se caracterizan por dinámicas transitorias con múltiples conexiones entre local y lo global, lo individual y lo colectivo que revelan promesas pero también dilemas de la sociedad actual. Este trabajo recupera esos caminos ya avanzados y reflexiona sobre el papel de la antropología en la comprensión de los procesos que se gestan en las ciudades.

La ciudad como lugar antropológico

La ciudad es un contenedor de hechos sociales, de cultura, de prácticas cotidianas (Signorelli, 1999); sin embargo, todo este contenido no bastaría para una comprensión totalizadora si partimos de la idea de que el espacio de la urbe se convierte en lugar cultural (antropológico) a partir de las prácticas cotidianas de sus habitantes (urbanitas).[1]Certeau et al. (2000) afirma que es el lugar practicado por estos; coincide con Signorelli (1999: 53) cuando dice que el espacio se define en relación con los seres humanos que lo usan, que lo disfrutan, que se mueven en su interior, que lo recorren y lo dominan. Por esto, la ciudad, más que un escenario, es la puesta en escena de la vida social, del habitar. Desde las distintas ciencias y disciplinas del espacio, de la sociedad y de las prácticas sociales, se convierte en un objeto de estudio en tanto lugar de las prácticas cotidianas de los urbanitas.

Como referencia para intentar situar la base de la reflexión sobre la ciudad como lugar antropológico, se puede pensar, entre muchas otras aproximaciones, en cómo la fundación de muchas de las ciudades novohispanas[2] en el siglo XVI fue el proceso de puesta en escena de una forma de vida sincrética a partir de dos universos culturales: el europeo encarnado en los conquistadores españoles; y, el natural encarnado por los grupos nativos que, sometidos a la servidumbre, pusieron en escena la vida colonial.

Este sincretismo se encuentra en el urbanismo resultante que, según Chanfón (1997), sería un fenómeno eminentemente americano en el que las ciudades novohispanas resultantes, no tenían límites físicos, se extendían hasta el horizonte, siempre podían crecer, no tenían murallas, porque la vida de los naturales transcurría históricamente en espacios abiertos, amplios, y no podían ser sometidos a ser confinados al interior de murallas, o al mínimo espacio como el burgo europeo al que estaban acostumbrados los españoles conquistadores. De hecho, los espacios de la evangelización tuvieron que incorporar nuevas espacialidades para las prácticas en las que participaban los naturales, como la capilla abierta, creada para que éstos recibieran la palabra en el espacio abierto, no confinados por los muros del templo, como hacían los españoles.

Así, la ciudad novohispana es la puesta en escena de su propio proceso histórico y social que le va dando forma y que, a su vez, modifica la forma de vida de los habitantes: las capillas abiertas, los atrios o caminos procesionales dejaron de ser construidos una vez que los naturales, en los cambios generacionales, habían olvidado sus prácticas al exterior, adoptando las formas españolas del culto intramuros. La ciudad novohispana es un espacio antropológico en la medida en que es el espacio material en donde se encuentran dos formas culturales distintas derivadas en el mestizaje, una emergencia antropológica que genera sus propios lugares de práctica, sus propias ciudades.

En la ciudad actual podemos tener la posibilidad de lectura de la misma ciudad del pasado, sobre la base de prácticas que permanecen (el culto de la Virgen de Guadalupe; los rituales, danzas y fiestas populares, etcétera) en espacios en partes de ciudad que aún remiten a esas prácticas (los edificios virreinales: los conventos; Izamal; Pátzcuaro, etcétera). En este contexto, el lugar antropológico, de acuerdo con Augé (1992), es histórico, es relacional, es formador de identidad. La ciudad actual sigue teniendo esa posibilidad en tanto es historia (Castells, 1974), y es también contenedora de la historia.[3] La antropología urbana puede tener en el estudio de la historia de las ciudades un primer motivo de interés investigativo si consideramos que el lugar, la ciudad, los mismos edificios que la constituyen son cuanto queda de la sedimentación de intenciones y tramas diversas (Calvi, 2003).

Las ciudades, en tanto producto cultural, anticipan que los nuevos habitantes encuentren materialidades urbanas producidas en otros tiempos: calles, barrios, monumentos. Es decir, reproducen en los nuevos habitantes el sentido de pertenencia que ha estado presente a partir de la construcción del monumento o de la calle. Por ejemplo, el arco de la calzada de León, Guanajuato, ciudad mexicana del Bajío, cuyo monumento construido a principios del siglo XX representa para los leoneses un elemento urbano que define en algunos sentidos lo que llamamos identidad, que en principio no significa otra cosa más que ser habitante de León y no de otra ciudad;[4] el mismo efecto generaría la glorieta de Minerva en Guadalajara, el Coliseo en Roma o la Torre Eiffel en París. Son elementos de la ciudad construidos en otro tiempo del que la ciudad deviene, pero que tiene un significado para los habitantes. Por otra parte, tanto el Coliseo de Roma como la Torre Eiffel, al ser elementos reconocidos por habitantes de prácticamente todo el mundo, dan cuenta de una escala distinta de significado que posiblemente no logran los dos primeros ejemplos de ciudades mexicanas, pues tal vez sólo sus propios habitantes reconozcan.

En el caso mexicano, tal vez la ciudad que se construyó en el siglo XVI es hoy solamente un fragmento material de la ciudad expandida hasta el límite metropolitano que hoy presentan muchas de ellas: dispersas, difusas, formadas en 400 años de historia; en el actual marco metropolitano, la ciudad histórica (el centro, las calles y barrios) es la materialidad de una urbe que ha sido testigo (marco también) de las prácticas de los habitantes y la ciudad metropolitana es el efecto de la aceleración actual de los tiempos, que se pueden medir en los miedos, las incertidumbres, las desesperanzas de los urbanitas metropolitanos.

Hoy reconocemos en las leyes al patrimonio histórico en México como toda producción cultural realizada entre la llegada de los españoles y el siglo XX. De la misma forma, consideramos como patrimonio arqueológico las aportaciones realizadas por la cultura del territorio mexicano antes de la llegada de los españoles o patrimonio artístico a la producción del siglo XX. La ciudad de hoy es la suma de tiempos, en la que conviven elementos de materialidad del tiempo de su fundación o de los primeros cuatro siglos de su existencia (los centros históricos tienen la misma estructura urbana del siglo XVI, y contienen edificios de otro tiempo, barrocos, neoclásicos, siglo XIX y XX); pero también, elementos emergentes cuya construcción es reciente, cuyo espacio material es vivido por los ciudadanos de distinta forma.

El sentido de vivir la ciudad en la convivencia, en la politización, en la dimensión económica, en el conflicto ha sido la construcción de una nueva “cultura urbana”; Castells (1974) le confiere un sentido antropológico como el “sistema de valores, normas y relaciones sociales que poseen una especificidad histórica y una lógica propia de organización y de transformación”; en el caso de las ciudades, de transformación urbana. El centro histórico y las periferias urbanas son en la ciudad de hoy puestas en escena de distintas experiencias de la cultura urbana formadas en el tiempo. En el centro se puede tener el apego a la nostalgia de su propia historia, a la memoria, al patrimonio edificado o a lo intangible, a los pobladores con una forma de comportamiento que remite a los habitantes a otras épocas. En la ciudad metropolitana actual, la experiencia misma de habitar la ciudad del pasado genera fenómenos como la gentrificación; y la vida en las periferias provoca la segregación o la fragmentación (desconexión) de las materialidades y las prácticas relacionales entre los distintos grupos sociales; la movilidad, la precariedad, la elitización y la desigualdad son sólo algunas de las variables emergentes en los estudios de la ciudad que las distintas disciplinas que la abordan emprenden desde sus propios marcos de teoría y de método.

Si en el centro histórico la antropología urbana puede tener motivos de indagación en la identidad, en las prácticas tradicionales, en el patrimonio cultural, en los imaginarios, en las periferias puede tener un campo de trabajo muy importante: los procesos de segregación, las condiciones de desigualdad en términos de dotación de servicios e infraestructura urbana, los barrios residenciales cerrados y los asentamientos precarios, irregulares, además del conflicto que genera en la experiencia de ciudad, o todo lo anterior en función de la disputa por el territorio de distintos actores y grupos sociales, que constituyen una realidad de esa puesta en escena que es la ciudad como espacio antropológico, y “semejante realidad ofrece al antropólogo motivos de reflexión y de investigación de notable importancia” (Signorelli, 1999).

Historia, forma y estructura de ciudad como antropología urbana

El siglo XX fue de la consolidación de la vida en ciudades para un gran número de habitantes en el mundo si consideramos que hacia 1900, solamente dos de cada 10 personas habitaban en ciudades, mientras que al final del propio siglo lo hacían más de la mitad, hasta llegar hoy día a cifras que llegan en algunos países al 70%; municipios mexicanos como León, actualmente, tienen índices de urbanización de más del 90%, lo cual significa que la vida en el campo ha cedido paso a la vida en el ámbito urbano para nueve de cada 10 personas; en las ciudades habitan los urbanitas, habitantes cuyas prácticas cotidianas individuales o colectivas constituyen un universo de estudio amplio para las ciencias que tienen en el espacio, la sociedad y la cultura sus ejes de atención.

La migración campo-ciudad fue una de las primeras aproximaciones de las ciencias sociales para estudiar los cambios no sólo en las condiciones de vida, sino en las actitudes y formas de interrelación emergentes en las personas que cambiaban la vida del campo por el nuevo escenario urbano, con lo cual se enfrentaban a condiciones de entorno distintas a las que habían estado hasta entonces habituados: la quietud del campo, la comunidad rural, la cercanía de los contactos interpersonales; esta migración se dio progresivamente, principalmente durante la primera mitad del siglo XX para el caso de las ciudades mexicanas.

Esta forma de vida fue sustituida por la vida en la ciudad, en la cual los contactos interpersonales se hicieron diferentes en función del tamaño de la ciudad y sus sistemas de transporte y movilidad; la posibilidad de vivir en un lugar y otro de la ciudad dependía de los niveles de ingreso; el acceso a satisfactores como vivienda, salud y educación, comenzaron a diferenciarse en función del lugar de la ciudad en el que vivían, del nivel de sus ingresos o de la pertenencia a los distintos estratos socioeconómicos que fueron también configurándose en las ciudades. La emergencia del urbanita se consolidó hasta que finalmente, la vida en el campo se convirtió en un referente nostálgico, lejano a la nueva realidad de las ciudades que crecían a medida que el siglo XX avanzaba y se convertían en metrópolis hacia el final de éste.

Ciudad del pasado y ciudad del presente, centro histórico y periferias urbanas significan la mirada en retrospectiva y en prospectiva, respectivamente, que la antropología urbana puede tener como objetos de observación a partir de sus propios instrumentales teóricos y metodológicos. Los lugares de la ciudad del pasado pueden estar asociados con algún momento determinado de la vida de los habitantes de la ciudad; pueden remitir al recuerdo de sus padres, a los olores o sabores de la infancia o a la memoria de la propia ciudad, un hecho definitorio del carácter cultural, una catástrofe que modificó o no la vida de las familias.

Los significados de la ciudad del pasado y del presente tienen distintas perspectivas de abordaje en los estudios urbanos; un lugar simbólico, como el arco de la calzada de León,[5] utilizado como ejemplo anteriormente, puede tener para sus habitantes una carga identitaria importante; incluso, puede definir a muchos de ellos; sin embargo, la presencia del arco y el león que lo remata se convierte en un punto de referencia en la ciudad. De esto se desprende que los elementos materiales de la ciudad, los artefactos edificados en los distintos lugares de las ciudades tienen diversas cargas de sentido en función del momento en el que fueron construidos, o en la forma en la que se incorporaron a las diferentes formas de vida en las ciudades: donde ocurrió un acontecimiento, donde habitó algún personaje, donde ocurrió un hecho histórico; los lugares de la ciudad recibieron un nombre, tienen una localización en la geografía de la ciudad y, en las referencias culturales de las personas, su condición material les confiere distintas posibilidades de uso y, a partir de éstas, pueden ser estudiadas.

Sendas, bordes, barrios, nodos, hitos son nombres dados en los estudios del espacio a los elementos de legibilidad en las ciudades (Lynch, 1984); son representaciones que de forma individual o colectiva los habitantes de las ciudades hacen de sus cotidianidades urbanas. “Las calles son los corredores del alma y de las oscuras trayectorias de la memoria” (Virilio, 2006), así como los monumentos son los puntos de referencia (hitos) que el transeúnte identifica para no perder la memoria de su ciudad, pero también para no “perderse” en la ciudad. Pero los ejes viales de la Ciudad de México, o los grand boluevards de París, por ejemplo, además de ser referentes de la historia de estas grandes ciudades, de ser sendas de las cotidianidades de sus habitantes, son también vías de conexión entre distintas zonas de la aglomeración metropolitana para la distribución de mercancías o de personas (en el sentido más impersonal), de la misma forma que los monumentos o hitos referenciales construidos en otros tiempos se convierten en puntos de encuentro multicultural para el turismo y el intercambio comercial que pueden convertir también a la cultura local y a la memoria cultural en meras mercancías.

Los barrios pueden ser una organización colectiva de trayectorias individuales (Certeau, et al. 2006), pero son al mismo tiempo el abrigo que da sentido de pertenencia. En ciudades como León, Guanajuato, no significa lo mismo “ser del Coecillo”, que “ser de San Miguel”;[6] el barrio define la individualidad, pero también el sentido de colectividad. Nuevamente, desde el punto de vista urbano, el barrio tiene una localización espacial, una determinada densidad poblacional y condiciones de estructuración económica o social; su caracterización puede ser abordada por distintas disciplinas, pero el antropólogo puede acercarse desde la perspectiva de lo que hace “otro” al habitante del Coecillo respecto del de San Miguel o de otras partes de la ciudad, pero en otras escalas que es lo que hace distinto al habitante leonés del tapatío, regiomontano, parisino o bonaerense, por ejemplo.

Toda ciudad puede ser reconocida en su estructura urbana por sus barrios, sus monumentos, sus nodos (Plaza de Mayo en Buenos Aires, Zócalo en Ciudad de México, Calzada de los Héroes en León), por sus sendas (Paseo de la Reforma, Campos Eliseos, Av. 9 de Julio); en las prácticas urbanas, la vida hizo posible el surgimiento de un tipo de espacio y no otro o que se reproduce a partir de la existencia de los distintos elementos de la ciudad (el uso reivindicativo del espacio público del Zócalo en Ciudad de México, por ejemplo). Toda mirada dirigida a observar lo anterior, desde la perspectiva antropológica, dará cuenta de la multiplicidad de significados, de las formas emergentes de ciudadanía, de las distancias o diferencias entre los grupos sociales en los distintos barrios, en el espacio público, en las formas de construir los nuevos barrios o los grandes proyectos metropolitanos (la regeneración en el centro histórico como sostenimiento de la memoria identitaria o como posibilidad económica por el turismo; el gran proyecto de infraestructura cultural como generador de desarrollo para los habitantes o como fin “competitivo” generador de mercancías culturales, etcétera). “La diversidad, la diferencia, la alteridad han sido objetos explícitos de la antropología” (Signorelli, 1999), por lo que toda mirada sobre los lenguajes (lo que se hace en la ciudad, los planes y proyectos urbanos; lo que se dice en y desde la ciudad), sobre las formas de vida (la gentrificación, la segregación socioespacial, la desigualdad), todo, puede ser motivo de análisis antropológico.

La búsqueda de coordenadas teóricas de la antropología urbana

Hasta aquí hemos referido al amplio objeto de investigación de la antropología urbana, entendida de manera amplia como la disciplina que estudia la vida en la ciudad con todo lo que ello conlleva: el análisis de la diversidad en un entorno caracterizado por su dinamismo y constante movimiento. Lo anterior nos exige redefinir qué entendemos por ciudad y cómo podemos estudiarla. En el caso de América Latina, resulta un grave error aislar a la antropología urbana de las otras formas en que se ha producido conocimiento sobre lo que acontece en las ciudades; evitar el diálogo inter o transdiciplinario con sociólogos, comunicólogos y los especialistas en los estudios culturales es negar el pasado de la disciplina (Canclini, 2005). La ciudad latinoamericana y específicamente la mexicana se desarrolla bajo lógicas que aún no terminan por escudriñarse y para lo cual resulta necesario ubicarnos en coordenadas teóricas que nos orienten en el camino recorrido y en el que debemos trazar para explicar las nuevas alteridades que se gestan, reafirman y se abren brecha en la realidad urbana actual.

Canclini (2005) establece tres grandes movimientos teóricos que nos dan un norte en el abordaje de las ciudades. El primero consistió en oponerlas a lo rural; se trata de un enfoque que insiste en la ruptura tajante de las relaciones comunitarias que vincula estrechamente con el campo. En este movimiento destaca la propuesta de Gino Germani para quien la ciudad es el núcleo de la modernidad donde se rompen las relaciones de pertenencia y los contactos intensos que parecieran exclusivos del campo y los entornos pueblerinos.

Un segundo enfoque encontró motivos para su desarrollo principalmente en la Escuela de Chicago desde donde se emprendieron novedosas exploraciones sobre distintos fenómenos sociales que tuvieron como escenario los barrios de la ciudad. Los precursores de esta naciente antropología urbana centraron sus exploraciones en el estudio de pequeñas comunidades y guetos (Hannerz, 1986). En su etapa temprana, la antropología urbana se enfocó en escudriñar lo “extraño” en las ciudades. Varios años más tarde, una de las principales críticas sería referida a que esas exploraciones encontraron enclaves étnicos como tipos ideales para estudiar, pero acotaron la mirada en la ciudad como escenario sin desarrollar una batería teórica que pusiera el ojo en lo urbano y la interconexión de las dinámicas, relaciones, prácticas y significados de sus habitantes. Definieron a la ciudad como la localización permanente relativamente extensa y densa de individuos socialmente heterogéneos sin dar cuenta de los procesos históricos que originaban las estructuras urbanas que remarca Castells (1974) como la dimensión, la densidad y la heterogeneidad.

Un tercer campo teórico lo conforman las reflexiones desde criterios económicos, la definición de las ciudades a partir del desarrollo industrial y la concentración capitalista da lugar a los trabajos de Harvey. La crítica que hace Canclini a este enfoque es que al priorizar elementos económicos en la definición de la urbe deja al margen aspectos culturales, las experiencias del habitar y las representaciones que los habitantes hacemos de las ciudades. Para este autor, ninguno de los enfoques mencionados brinda una respuesta satisfactoria sobre lo que es la ciudad desde un punto de vista teórico, sino apenas bosquejan las coordenadas para entender la vida en las ciudades (Canclini, 2005).

Delgado (2008) ha cuestionado el objeto de la antropología urbana y la necesidad de una batería teórica para aproximarse a configuraciones sociales escasamente orgánicas, sometidas a una oscilación constante y destinadas a desvanecerse enseguida. Para este autor, la antropología urbana debe ser entendida como una antropología de lo inestable, de lo que se está estructurando continuamente,[7] de lo que es sorprendido en el momento justo de ordenarse pero que nunca podamos ver finalizada su tarea (Delgado, 2008). De acuerdo con Delgado, la distinción entre una antropología de o en la ciudad resulta un tanto compleja porque obliga a abordar lo urbano y hacer una diferencia entre esta noción y la de ciudad: esta última entendida como un gran asentamiento de construcciones estables, habitada por una población numerosa y densa mientras que la urbanidad como un tipo de sociedad que puede darse en la ciudad o no.

Por tanto, para Delgado, una antropología urbana en el sentido de lo urbano sería una antropología de configuraciones sociales nada solidificadas con relaciones poco estructuradas y vacilantes, que encuentran en el espacio público un escenario propicio para su proyección y reproducción (Delgado, 2008). Ello obliga al antropólogo a irse a “tientas” conformándose con distinguir apenas leves brillos de la realidad actual que acontece en dichos espacios que se hacen y deshacen de un momento a otro. Si bien la apreciación de Delgado resulta un poco tajante, también es cierto que nos proporciona pistas de cómo abordar teóricamente los fenómenos sociales en las ciudades.

En ese sentido, Licona (2007) propone emprender investigaciones sobre los espacios públicos de forma etnográfica sobre todo cuando no existen trabajos previos a fin de aproximarse a las formas de habitar y significar la ciudad que ha sido una tarea pendiente en los movimientos teóricos anteriores. Para él, la noción de espacio brinda la oportunidad de emprender estudios sin perder la profundidad de la experiencia urbana.

Lo anterior nos conduce a extraer una pista teórica desde la relación entre el habitante y el espacio; representa una novedosa salida para entender el dinamismo que caracteriza a las ciudades más allá de su dimensión física como espacios donde se manifiestan un conjunto de fenómenos desbordantes de expresiones y experiencias. Una propuesta teórica que añade esta discusión a la comprensión de la vida en las ciudades es la de Ángela Giglia (2012), la cual consiste en la relación entre habitar y cultura, que suma un punto en el sistema de coordenadas teóricas entre antropología y ciudad. Plantea que el estudio del habitar es otra forma de pensar lo cultural como facultad humana elemental. La idea principal es que el habitar es sinónimo de relación con el mundo que está mediada por el espacio.

Se trata de una concepción operativa y la más comprensiva de un conjunto de fenómenos socio-espaciales imbricados entre sí. Se nutre de autores que han explorado incansablemente la relación espacial como Ernesto de Martino, Bachelard, Radkowski, Marc Augé, entre otros; plantea que el habitar está relacionado con la manera en la que la cultura se manifiesta en el espacio mediante la intervención humana. Por lo tanto, habitar es un fenómeno cultural enmarcado en el tiempo porque es una actividad incesante e inagotable que se reproduce continuamente (Giglia, 2012).

Las posibilidades que brinda esta mirada teórica abarcan un conjunto de temas que son fundamentales en la dinámica de las relaciones sociales y culturales que acontecen en los contextos urbanos y que parecían escaparse a las otras propuestas teóricas. Entender a la ciudad desde la noción de habitar implica el reconocimiento de prácticas y representaciones que hacen posible que el sujeto se coloque en un orden que puede establecer y reconocer. Así, esta noción recupera una premisa teórica clave que ya advertía Signorelli (1999) cuando señaló que los actores sociales (colectivos o individuales) son siempre sujetos localizados; complementariamente, los sitios de la vida humana son lugares subjetivados (no existen seres humanos que no estén en algún lugar y no existe ningún lugar que no esté humanizado, aún por haber sido solamente pensado (Signorelli, 1999).

Esta propuesta permite la aproximación a temáticas tan diversas que siempre se sujetan a un marco espacial tangible o intangible, como es el caso de los espacios virtuales. La desigualdad, la sociabilidad, los efectos de procesos económicos globales, la diversidad, el poder, entre otras expresiones que envuelven la dinámica de las ciudades, se plasman en los espacios que habitamos en la medida en que suelen expresar en su forma y funcionamiento las intenciones de sus autores, sus visiones de mundo y vida cotidiana, asociados a ideas de orden social y cultural (Giglia, 2012).

La antropología urbana pasó de considerar a las ciudades como meros contenedores de grupos y relaciones a entenderlas como un ente en continua construcción que se reconfigura a partir de fenómenos expresivos de los sujetos que las habitan. Probablemente estas coordenadas teóricas resulten insuficientes para ubicar y brindar explicaciones de lo urbano en la medida en que ofrecen miradas desde enfoques disímiles o poco compatibles; no obstante, brindan instrumentos más o menos operativos que permiten escudriñar partes de esa realidad que queremos explicar y, por tanto, nos obliga a sumar a esta batería teórico-conceptual que hemos bosquejado, cuya discusión no sólo busca explicaciones sino interpretaciones y definiciones que por ahora derivan en una serie de incertidumbres que se acrecientan en la reconstrucción cotidiana de lo urbano.

Objeto y método: los antropólogos urbanos y la ciudad

Sin duda, la Escuela de Chicago es precursora en cuanto al uso del método etnográfico en de la ciudad; en sus trabajos concedieron un valor especial a la metodología antropológica y al análisis de los modos en que diversos grupos de inmigrantes, pandillas, bailarinas y otros segmentos con cierto grado de exotismo se relacionaban con la ciudad; estas exploraciones se caracterizaron por el estudio de fenómenos específicos dentro del contexto citadino, pero como hechos aislados de los procesos generalizados de la ciudad. Aunque los estudiosos de esta escuela fueron pioneros en el abordaje de estos “otros”, relegaron la discusión sobre lo urbano en la antropología y qué era lo antropológico en ella, lo cual indujo a un desinterés sobre lo urbano como estilo de vida y reforzando el enfoque de la ciudad como escenario y no como un objeto de estudio en sí mismo[8](Licona, 2007).

La especificidad de la reflexión antropológica radica en la cercanía que sostiene con los grupos de personas que estudia, cuya relación es distinta a la que los sociólogos, geógrafos o arquitectos establecen; y aunque en la última década también advertimos a éstas y a otras disciplinas aventurándose en el trabajo de campo que hasta hace poco era una práctica casi exclusiva del antropólogo, sigue siendo el distintivo de la disciplina. No obstante, hacer campo en la ciudad demanda otra lógica, no sólo por el ritmo que marca la propia urbe, ya que la inseguridad, los costos de traslado, la desconfianza, entre otros aspectos externos al investigador, modifican el ejercicio en el terreno.

Aunque el uso del video o las grabadoras digitales son de gran ayuda para capturar una imagen más nítida de las interacciones de los grupos, existen limitantes de otro orden, cuyos efectos en la relación del investigador con los estudiados han conducido a una sobrestimación de los aspectos culturales y al análisis del discurso en muchos trabajos antropológicos (Canclini, 2005). Sin duda, el método etnográfico es el predilecto para explorar las ciudades desde una dinámica distinta a la que estaba acostumbrado el antropólogo: encuentros acordados con límite de tiempo o exceso de ocupaciones de sus informantes en el marco de la desconfianza y la rapidez con la que se caracterizan las interacciones en las ciudades. Aunque en muchas ocasiones no resulta necesario trasladarse a otro lugar o realizar estancias prolongadas en una comunidad alejada, el reto radica en lograr acostumbrar a la gente a la presencia del investigador y entrar a sus espacios y dinámicas; de no superarse estas dificultades, existe el riesgo de buscar en “la interacción simbólica” la identificación con los valores y las aspiraciones de la población que estudia (Durham en Canclini, 2005).

Los retos metodológicos para el estudio de la metrópoli van desde superar el remordimiento por los fines utilitaristas de las relaciones hasta lograr establecer relaciones en contextos de la indiferencia hasta la violencia. Para la antropología urbana, el trabajo interdisciplinario es imperioso y debe entretejerse con el trabajo etnográfico para incentivar la comprensión y traducción de la actuación de sujetos localizados en la ciudad y del sentido que dicha actuación toma para ellos en circunstancias dadas y que perseguimos en este ejercicio de la ciudad y en la ciudad. La entrevista, la observación directa, los grupos focales, la historia de vida, entre otras herramientas, no pueden citarse aquí de manera aislada como si fueran independientes. Angela Giglia enfatiza que es imposible usar una metodología sin adoptar también una posición teórica; es decir, los métodos también construyen al objeto. El reto se torna aún más complejo frente a los dos enfoques que debe hilvanar todo aquel que se jacte de estudiar la urbe: desde la práctica y como objeto de estudio (Giglia, 2012).

La especificidad de la mirada antropológica radica en que el investigador cede el micrófono a la ciudad; la deja hablar a través de sus usuarios, habitantes, vecinos, jóvenes, amas de casa, estudiantes y otros actores cuyas observaciones minuciosas y experiencias individuales y colectivas permiten reunir un conjunto de voces que al unísono revelan algo que la ciudad quiere –tiene que– decir.

Así, lo que diferencia a la antropología de otras disciplinas es su capacidad de vincular en su reflexión sobre la urbe planos distintos y distantes de la realidad social a través de las distintas voces de quienes la conforman, pero también de quien investiga; de ahí que sea tan importante que el antropólogo revele la relación frente al fenómeno que explora no sólo como investigador sino como habitante de la ciudad; y aunque a veces no comparte plenamente las condiciones de existencia de los grupos con los que trabaja, hay trayectos, calles, espacios públicos que son inherentes a la experiencia urbana que moldean las representaciones de quienes habitan la ciudad.

Por consiguiente, el antropólogo urbano trata de explicar las dinámicas que rodean a un objeto saturado de discursos, producto de una multiplicidad de miradas y que sólo puede explicarse con la puesta en marcha de estrategias y reflexiones interdisciplinarias para asir todas sus dimensiones: desde lo individual hasta lo colectivo. Lo anterior ha puesto en duda la profundidad y la mirada “desde adentro” que han forjado la especificidad antropológica. Pero, ¿cómo lograrlo en el contexto urbano?, ¿cómo superar el dinamismo de la urbe sin afectar a los actores que estudiamos?

Los tiempos de investigación en los contextos urbanos son cortos y fragmentarios; aún no se logra el ejercicio que alcanza a los investigadores de contextos rurales a establecer relaciones prolongadas con los sujetos y espacios de estudio; sin embargo, el antropólogo urbano tiene la posibilidad de mirar simultáneamente aristas, capas, actores desde diversos ángulos y usar herramientas distintas a las tradicionales para ampliar los horizontes de la comprensión y que en el afán de lograr esa comprensión desde adentro, como en los estudios clásicos, permitimos que esta posibilidad se diluya, a pesar de la riqueza de mirar desde otro lugar realidades cada vez más diversas.

El riesgo es perder la profundidad en la mirada de los fenómenos; sin embargo, también hay certezas que abren brecha en caminos que la antropología no esperaba. Es probable que estemos presenciando una ruptura en el ejercicio antropológico impulsado por el dinamismo que se gesta en la urbe. La etnografía no pierde su lugar en el campo de lo urbano; por el contrario, dado que la ciudad se ha vuelto inabarcable y se expande con gran habilidad, demanda una combinación de enfoques, métodos y herramientas para acercarnos y reunir ideas de primera mano a fin de explicar lo que ocurre en ella y entre sus habitantes. Implica un estrecho diálogo con la dimensión socioeconómica, pero también con la simbólica para recuperar un análisis de tránsito continuo: de ida y vuelta, es decir, de adentro hacia afuera sobre todo si pensamos que la vida en las ciudades se caracteriza por su multiculturalidad e interconexión a procesos económicos globales; de esta manera, se recupera la “esencia” antropológica, pero al mismo tiempo se complejiza su labor.

La etnografía digital, el trabajo de campo combinado en espacios virtuales y públicos, los documentos visuales, los registros sonoros y los recorridos a la deriva son sólo algunas estrategias que algunos investigadores han piloteado recientemente (Cadena, 2017; Valeriano, 2017) para explorar, desde el enfoque antropológico, las relaciones de género, los usos y los procesos de apropiación del espacio, las relaciones de parentesco, los imaginarios, las interacciones, los rituales, entre otros fenómenos que acontecen en el día a día de las ciudades y que no alcanzan a cubrirse mediante las herramientas tradicionales, por lo que se complementan con apoyo de otras disciplinas, como geografía, comunicación, sociología o historia, sin dejar de estar con la gente, escucharla y recuperar sus voces para lograr que la ciudad hable a través de sus narrativas, experiencias, historias y sentires.

Consideraciones finales: la ciudad y sus posibilidades

La antropología, cuando se orienta a partir de su propuesta teórica y metodológica al estudio de la ciudad, se convierte en un objeto de estudio y entonces se abre la posibilidad de estructurar su método a la comprensión de las prácticas de los urbanitas en sus ámbitos, como una antropología de la ciudad, como antropología urbana. Se observan las prácticas de la ciudad, las trayectorias o recorridos de los urbanitas, el reconocimiento que éstos hacen de los hitos, las sendas, los nodos y los bordes urbanos, o la ritualidad de reconocerse habitantes de un barrio, de una calle, como signo de identidad, pero a la vez declararse un habitante de una ciudad como una persona particular, un urbanita que está en esa ciudad y no en otra, que ha materializado sus espacios simbólicos y materiales de una manera que lo diferencia de otra ciudad, como una realidad espacial y social que genera y condiciona actitudes y comportamientos (Signorelli, 1999).

Las ciudades, que se diferencian entre sí en la medida en que han constituido lugares antropológicos a partir de las prácticas de sus habitantes, se convierten también en lugares de semejanzas y similitudes que pueden ser abordadas desde la antropología en la medida en que las prácticas de sus habitantes se realizan también con materiales culturales compartidos, como el uso del automóvil, la materialización de tipologías similares de barrios y viviendas, los fenómenos de segregación espacial, la gentrificación y todos aquellos asociados a la vida en la urbe como ámbitos de estudio antropológico. La diversidad que caracteriza a las ciudades es el resultado de diferentes procesos económicos, sociales y culturales que detonan nuevas formas de usar, apropiar y controlar el espacio urbano, cuyos efectos se acrecientan con la movilidad, la heterogeneidad de los usuarios y las relaciones de desigualdad de las que hemos sido testigos en la última década.

En ese sentido, la antropología tiene un gran reto frente a la ciudad que va más allá de superar el viejo problema de estudiarla sólo como el escenario en el que distintos grupos habitan; es prioridad lograr la tan afamada mirada integral para escudriñar las nuevas diversidades que derivan del estilo de vida urbano. Para lograrlo, es necesario promover, ensayar y desechar herramientas teóricas y estrategias metodológicas ex profeso para acercarse a la urbe desde sus actores y sus trayectorias, sus historias, sus recorridos, sus significados, entre otras expresiones que se desbordan y diluyen en una dinámica efímera a simple vista, pero que conforme pasa el tiempo nos revela una urdimbre que ya hemos empezado a desenredar.

La antropología tiene un importante camino recorrido en esta exploración que la proyecta como una disciplina con la capacidad de mirar detalles que se le escapan a otras ciencias en la dinámica cotidiana. Nos atrevemos a señalar que la especificidad de la antropología urbana radica justamente ahí, en enfocar esas expresiones que se diluyen en el día a día y que hay que examinar para entender procesos más amplios de la vida en las ciudades. No es de extrañarse que la lupa antropológica puesta en la ciudad abra vetas tan interesantes como una antropología de la noche (Hernández y Guérin, 2016) o de las nostalgias a partir de procesos de renovación urbana (Téllez, 2017). Esta nueva mirada coloca a la ciudad en el centro de una reflexión que contempla su relación con espacialidades y fenómenos surgidos desde lo rural hasta lo virtual, así como otras expresiones para quienes aún no tenemos una batería teórica conceptual y herramientas para aproximarnos a ellas; no obstante, la revisión realizada hasta aquí demuestra que este camino está en construcción.

Referencias

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Notas

[1] Para esta reflexión, el urbanita sería, retomando a Rivera (1987), quien nace, crece y vive en el ámbito urbano, en la ciudad, en sus calles y plazas, en el orden o desorden urbano que lo forma en su naturaleza; es quien tuvo una familia o tal vez él mismo vivió en el campo, pero que en su vida en la ciudad ha olvidado (si bien en sus actividades, en su gastronomía, persisten lazos con aquel ámbito de vida), o ha tenido que aprender a vivir como urbanita.
[2] Se deja a salvo la puntualización de que no todas las ciudades novohispanas tuvieron el mismo proceso fundacional; sabemos que en el proceso convivieron tanto la fundación de villas para españoles como la de pueblos de indios, mineros, a partir de presidios, guarniciones, misiones, etc. La reflexión para este artículo, por conveniencia metodológica en la construcción del discurso reflexivo, se centra en el proceso de sincretismo resultante del encuentro cultural entre españoles y naturales, con independencia del tipo de fundación o de área geográfica.
[3] Al no ser la intención de esta reflexión el abordaje de todo el proceso histórico, para el salto a la actualidad, en la reflexión se incorporan estos autores que desde su propia perspectiva analizan la ciudad o el lugar antropológico con una mirada actual; se considera que su aproximación puede ser útil no sólo para la lectura de las ciudades latinoamericanas de hoy (por demás influidas por procesos globalizadores), sino que, como referencia teórica, se puede trasladar a la reflexión sobre las ciudades históricas o lugares antropológicos del presente, que son finalmente una suma de tiempos.
[4] De la misma forma, como otras ciudades en el mundo seguramente cuentan con sus propios referentes identitarios, este ejemplo que bien podría intercambiarse con la experiencia de otras ciudades del mundo, da cuenta de cómo los elementos urbanos pueden convertirse en referentes simbólicos y ordenadores de identidad urbana.
[5] La recuperación de ejemplos de una ciudad del bajío mexicano es sólo de orden ilustrativo. Las ciudades mantienen similitudes en distintos ámbitos de la vida urbana que desde la perspectiva local, regional o local pueden dar cuenta del mismo sentido aunque con significados distintos. Con ello no pretendemos diluir las especificidades ni dejar de reconocer que cada ciudad tiene su propia lógica y dinámica.
[6] Nuevamente se puntualiza en el ejemplo de una ciudad poco conocida, pero que da cuenta de procesos más amplios: los barrios de esta ciudad de León fueron originalmente pueblos satélites de indios que, participando del proceso fundacional, constituían espacios diferenciados para sus habitantes: León, villa para españoles; El Coecillo y San Miguel, pueblos de indios. La existencia de este tipo de organización espacial se dio en muchos lugares no sólo en Nueva España, sino en todo el orbe novohispano.
[7] Esto se puede evidenciar en la actualidad en el análisis de los procesos metropolitanos y en la velocidad de los cambios urbanos actuales que incorporan emergencias como la movilidad, que desde el urbanismo puede ser el traslado de personas de un lugar a otro, mientras que para la antropología resulta un conjunto de relaciones vinculadas al habitar con interacciones y temporalidades que pueden ser breves o tener sólidos anclajes.
[8] En esta reflexión se introduce la idea (vid supra) de que, más que escenario, la ciudad es la puesta en escena de las cotidianidades del urbanita; desde este posicionamiento, podemos introducir la noción de que, más que tener a la ciudad como objeto de estudio, las prácticas que en ella acontecen y la puesta en escena de la vida del urbanita son el objeto de atención.
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