Resumen: El objetivo de este artículo es explorar la moderna experiencia corporal del confort, tomando como hilo conductor el mobiliario de asiento y de guardado incorporado a la vida doméstica de Córdoba (Argentina) durante el siglo XIX. La investigación se sitúa dentro del campo de estudios de cultura material y se sustenta en fuentes documentales: inventarios post mortem a partir de los cuales reconstruimos y describimos el entorno material cotidiano en la ciudad de Córdoba. La detallada lectura de estos documentos y la sistematización de los datos obtenidos en bases de datos permitió describir los interiores domésticos, así como reconocer y explicar sus transformaciones en el tiempo. En el análisis propuesto identificamos una significativa multiplicación, diversificación y especialización de los muebles de asiento y guardado. Entendemos que estos cambios, aunque graduales, tendieron a la producción de experiencias corporales más confortables.
Palabras clave: ArgentinaArgentina,Historia culturalHistoria cultural,vida cotidianavida cotidiana,mueblemueble.
Abstract: The objective of this article is to explore the modern corporal experience of comfort, taking as a guideline the furniture of seat and storage built into the domestic life of Cordoba (Argentina) during the nineteenth century. The research is set within the field of studies of material culture and is based on documentary sources: postmortem inventories from which we reconstruct and describe the everyday material environment in the city of Cordoba. The detailed reading of these documents and the systematization of the data obtained in databases allowed us to describe domestic interiors as well as to recognize and explain their transformations over time. As a result of the analysis we identified a significant multiplication, diversification and specialization of the seat and storage furniture. Although gradual, we understand that these changes tended to produce more comfortable corporal experiences.
Keywords: Argentina, Cultural History, Everyday life, Furniture.
Resumo: O objetivo deste artigo é explorar a moderna experiência corporal do conforto, tomando como fio condutor os móveis de assento e de guardado incorporados à vida doméstica de Córdoba (Argentina) durante o século XIX. A pesquisa se situa dentro do campo de estudos de cultura material e é baseada em fontes documentais: inventários postmortem a partir dos quais reconstruimos e descrevemos o entorno material cotidiano na cidade de Córdoba. A leitura detalhada destes documentos e a sistematização de dados em bases de dados permitiram descrever os interiores domésticos e reconhecer e explicar suas mudanças ao longo do tempo. Na análise proposta identificamos uma significativa multiplicação, diversificação e especialização de móveis de assento e de guardado. Entendemos que essas mudanças, ainda que graduais, tendem a produzir experiências corporais mais confortável.
Palavras-chave: Argentina, História cultural, vida cotidiana, mobiliário.
Artículos de Investigación Científica
En busca del confort cotidiano. El mobiliario doméstico en Córdoba (Argentina), siglo XIX
In Search of Everyday Comfort. Domestic Furniture in Córdoba (Argentina), 19th Century
Em busca de conforto diário. Mobiliário doméstico em Córdoba (Argentina), século XIX
Recepción: 06 Junio 2017
Aprobación: 11 Octubre 2017
Exploramos en este trabajo la experiencia corporal del confort, tomando como hilo conductor el mobiliario de asiento y de guardado incorporado a la vida doméstica de Córdoba durante el siglo XIX. Lejos de una descripción técnica y evolutiva de los muebles, investigamos las interacciones entre sujetos y objetos que produjeron experiencias más o menos complejas dentro del universo multiforme que hemos de llamar “lo cotidiano”, infinita acumulación de un día a otro donde se tejen y destejen hábitos y rutinas, repetición que erosiona el sentimiento de espesor y singularidad de cosas que llegan así a ser concebidas como “espontáneas” , triviales e intrascendentes. Es en ese devenir diario en el que se introducen nuevos objetos que producen experiencias, sensaciones e ideas también nuevas. La vivienda será el teatro de operaciones de esta historia y sus actores, los cuerpos y objetos, todo ello analizado desde el multidisciplinario campo de estudios de cultura material .
El término confortable, de raíz latina confortare, refería inicialmente a la capacidad de ser confortado o consolado: era una persona la que confortaba a otra. Con el tiempo, su sentido se amplió a la idea de bienestar físico, disfrute y comodidad experimentada por el cuerpo, siendo entonces los objetos y espacios los que producían ese efecto . Joan Dejean sitúa los orígenes del confort moderno en la corte francesa del siglo XVII, donde Madame de Montespan, amante de Luis XIV, consideró las ventajas de una vida más relajada e informal a partir de la construcción y diseño del Château de Clagny, edificio con cuartos más pequeños, sofás, asientos cómodos donde podían tener lugar prácticas distendidas y alejadas del protocolo cortesano . Witold Rybcznski también reconoce ese tiempo y espacio como nodos del proceso de búsqueda y construcción de interiores confortables, sin desestimar el impacto de las viviendas de la burguesía urbana del siglo XIV . La novedosa búsqueda de comodidad se expresó así en la arquitectura como en el mobiliario. El término mueble designaba inicialmente a bienes que podían trasladarse de un lugar a otro, y tanto Dejean como Rybcznski reconocen ese carácter móvil a las piezas que acompañaban a las familias nobles de la Edad Media que, a causa de guerras o pestes, se mudaban de un lugar a otro, llevando cajas, baúles y arcones con tapices, prendas de vestir, ropa de cama, vajilla, cuadros, imágenes religiosas, etc. Cuando hacia el siglo XV la vida de la nobleza se volvía más estable en términos espaciales, los muebles comenzaron a establecerse en un mismo lugar por periodos cada vez más prolongados. La palabra mueble dejó así de aludir a un objeto trasladable para remitir a un grupo de piezas hechas para un cuarto en particular, indefectiblemente ligadas al espacio construido.
Tres perspectivas se identifican en la historiografía sobre el mobiliario doméstico: por un lado, reconocemos los trabajos que toman los muebles-testimonio que se conservan en las casas-museo o museos y de allí desarrollan un estudio de técnicas, estilos, materiales y decoraciones de un conjunto de muebles ; en segundo lugar, los textos producidos por especialistas en diseño enfocados en estilos, tipologías, materiales y diseños de asientos y otras piezas del mobiliario ; y finalmente, investigaciones de historiadores que, en base a fuentes notariales, relatos de viajeros y muebles-testimonio, describen interiores domésticos de familias de elite, aludiendo a las influencias europeas en América y francesas en España, evidenciando de este modo los múltiples procesos de circulación, adopción y adaptación de objetos, ideas y estilos .
Veamos cómo era la Córdoba del siglo XIX donde se gestaron pequeños-grandes cambios en los interiores domésticos, sus materialidades y sus prácticas; aparecieron nuevos muebles y se fue gestando un incipiente confort que delineó la construcción de la privacidad burguesa. Esta ciudad ocupó un lugar periférico pero estratégico durante la Colonia, era el nudo de las vías comerciales que unían a Buenos Aires con el Alto Perú y con Chile. Tras la revolución de 1810 Córdoba se constituyó en el centro neurálgico del comercio interprovincial orientado hacia al Atlántico. Su carácter de intermediaria comercial o lugar de paso la convirtió en escenario del constante transitar de personas, mercancías, escritos e ideas. En el siglo XIX conoció nuevas modas, consumos y prácticas que se mixturaron con formas de ser y hacer tradicionales, dando lugar al eclecticismo de lo colonial y lo moderno, lo nativo y lo foráneo. Fue en la ciudad donde los cambios materiales se hicieron más visibles y será allí donde dirigiremos una mirada de larga duración enmarcada entre fines de la Colonia y 1870, momento en el que se asiste a un proceso de urbanización y crecimiento poblacional que imprime cambios acelerados y reclama un análisis específico que excede el presente trabajo.
Algunas huellas de los muebles usados en el pasado se encuentran en los inventarios postmortem, listas de bienes muebles, inmuebles y semovientes que daban cuenta del patrimonio de una persona fallecida con el objetivo de repartirlo entre los herederos. Los tasadores ingresaban a la casa de quien había muerto; allí, miraban, medían, pesaban y tomaban nota de materiales, tamaños, colores, ornamentos y estado de conservación de los diferentes objetos. Una lectura minuciosa de un conjunto de inventarios seleccionados en el Archivo Histórico de la Provincia de Córdoba, es el puntapié inicial para reconstruir una imagen de los interiores domésticos. La informática aportó lo suyo a la hora de sistematizar y cuantificar la información recolectada, permitiendo determinar la frecuencia con que aparecían los objetos y reconocer cambios y permanencias a lo largo del tiempo . El cruce con información de otras fuentes notariales tales como testamentos, dotes y cartas de capital y literatura de viaje, enriqueció el análisis. Los inventarios, cabe aclarar, se llevaban a cabo cuando había algún bien para heredar, lo que excluía a las personas cuya pobreza no ameritaba la facción de un inventario. Entre aquellas cuyos bienes (muchos o pocos) fueron objeto de inventario, estaban los sectores económicos, sociales y políticamente más prósperos: españoles (peninsulares o americanos) que se desempeñaban como grandes comerciantes y eran propietarios de tierras, animales, esclavos, inmuebles, apellido y capital social; en este grupo privilegiado también se contaban religiosos, profesionales y militares de alto rango. El grueso de la documentación nos habla de estas personalidades pero no exclusivamente, también están representados otros sectores de la sociedad como aquellas personas calificadas como “pardas” , que trabajaban como pequeños comerciantes, pulperos, artesanos, costureras, servicio doméstico y en algunos documentos también constan los bienes de esclavos libertos.
Las viviendas de la elite y las habitadas por familias medianamente acomodadas, estaban organizadas en torno a tres patios: el principal, el secundario y el corral. El primero era el eje estructurador de los espacios más importantes: sala de recibo, zaguán, alcobas, comedor, tiendas y trastiendas que circundaban el patio y se comunicaban con este y su galería a través de puertas y ventanas. El segundo nucleaba los espacios de servicio, trabajo y vida de la servidumbre: cocina, despensa, horno de pan, pozo de agua, cuartos y lugares comunes. Finalmente, en el sector periférico, el fondo de la casa, estaba el traspatio con el corral para los animales y la huerta. En las siguientes páginas visitaremos viviendas como la que describimos, pero también nos asomaremos a “casitas” y “ranchos” cuya disposición interior era más simple y multifuncional.
La sala de recibo era un espacio de sociabilidad, “la pieza principal de la casa” donde se recibían las visitas y se trataban los negocios . En las viviendas más pequeñas, en cambio, las salas eran multifuncionales, allí se dormía, cocinaba, comía y trabajaba. Asientos, mesas, baúles, armarios y escritorios ocupaban un lugar en esta habitación. Los primeros eran los más comunes, en la mayoría de las viviendas había al menos uno o dos muebles para sentarse, generalmente sillas, cuyos armazones podían ser de caoba, nogal, sauce, jacarandá, algarrobo, cedro, madera de beta, norteamericana, del Tucumán o “del país”, haya o palo; asientos y espaldares eran de paja, esterilla, cuero, suela, cerda, cojín forrado en tela, elástico, junco o junquillo. El tipo de material incidía en el precio y distinción de los artefactos: de caoba eran las sillas más costosas, más aun si estaban adornadas y bien conservadas; las de paja, por su parte, eran “ordinarias”, baratas y se deterioraban con mayor rapidez.
Había sillas de diferentes tamaños, calidades y estilos. En un mismo espacio podían convivir estéticas antiguas y modernas, reconocibles en la forma de sus patas, respaldos, colores y tapizados. El próspero comerciante Bernabé Las Heras tenía ocho sillas con armazón de madera torneado y asiento de suela sujeto con tachuelas de hierro , formas próximas a la silla barroca. Eran asientos austeros pero elegantes, de colores oscuros que contrastaban con detalles dorados; patas y respaldos torneados o tallados y cuero labrado o repujado (reminiscencias de la España islámica) . Sus formas rectilíneas, asiento y respaldar grande y rígido, obligaban a mantener una posición erguida: más que diseñadas para adecuarse a la estructura corporal, su función era la de conferir autoridad . En la Córdoba de principios del siglo XIX, estas sillas eran notablemente escasas, pudiendo pensarse que estaban apartadas para el miembro más importante de la casa, generalmente el padre/esposo/dueño. La silla como símbolo de poder y orden se vislumbra al reparar en el asiento de los reyes, el trono, que no es otra cosa que una silla de brazos grande e imponente, y como asiento del poder que era, ni en el Versalles de Luis XIV ni en la vivienda de una familia común, debía de haber muchas sillas de brazos porque estaban reservadas para la máxima autoridad . En el Río de la Plata la autoridad simbólica de este mueble se expresa en la figura del denominado “sillón de Rivadavia”. En 1826, en pleno proceso postrevolucionario, se sancionó una Constitución de corte unitario que nombró a Bernardino Rivadavia como primer presidente de las Provincias Unidas del Rio de la Plata, cargo en el que se mantuvo algo más de un año. Desde entonces creció y se difundió la idea-concepto de este sillón como símbolo de la autoridad presidencial argentina hasta el punto que en la actualidad el asiento que se ubica en el despacho del presidente de la República es conocido como “el sillón de Rivadavia”.
Sillas como las que tenía el mencionado Bernabé las Heras cohabitaban con sillas “pata de cabra”, con curvas y contracurvas inspiradas en motivos vegetales, características propias del mobiliario francés e inglés . El coronel Santiago Allende tenía dieciocho sillas de este tipo: eran de madera, filetes dorados y asiento amarillo de tela de damasco . El diseño curvo y sus cojines mullidos se acomodaban a las formas del cuerpo, permitiendo posturas sedentes más relajadas que al usar la silla barroca. La función del asiento dejaba de ser la atribución de poder y se comenzaba a tener en cuenta la sensibilidad corporal, delineándose así el sentido del confort, que se profundizó aún más con las sillas poltronas cuyos asientos eran amplios y sus laterales, que partían desde lo alto del respaldo hacia adelante, dejaban recostar la cabeza hacia un costado ; la “poltronería”, definida como “pereza, haraganería, flojedad o aversión al trabajo”, nace de la idea de distención y relajamiento como actitudes corporales que este asiento hacía posibles, diferente de la rigidez de las sillas de brazos barrocas. Esta tendencia a la producción de interiores más cómodos fue reforzada por el paulatino reemplazo de los taburetes -asientos bajos de madera y suela, respaldo estrecho y sin brazos- que, habituales en el siglo XVIII , cayeron en desuso a lo largo del siglo XIX (presentes en el 42,31% de los inventarios de la década de 1810, aparecen en tan solo el 2,27% de la de 1860). En paralelo crecía la adquisición y el uso de asientos más cómodos, acolchados y curvilíneos, como las sillas tapizadas, los canapés y los sofás. Un mobiliario moderno que iba a tono con la ascendente burguesía que se separaba de a poco de la suntuosa moda aristocrática. Estas trasformaciones fueron graduales, en ningún caso hubo un abrupto reemplazo de unos asientos por otros sino que prevalece la coexistencia de formas y estilos: los asientos modernos convivieron con los de espaldares altos y asientos rectos y con sillas sencillas y prácticas, como las inglesas o norteamericanas hechas de madera, con asientos de tabla, palo, junquillo o esterilla.
Los canapés, por su parte, eran destacados muebles de la sala. Medían entre 1,5 y
2,5 metros de largo por unos 40 centímetros de alto y profundidad , sus asientos y respaldares eran mullidos con cerda o cojín “para mayor comodidad” , y sus almohadones solían estar forrados con finas telas de seda, como damasco o zaraza. Nacidos en la Francia del siglo XVII, se expandieron por Europa y América, identificándolos, según Patricia Lara-Betancourt, como la mayor novedad de principios del XIX, ampliamente difundida entre la elite de Nueva Granada . Con apoyabrazos y apoyaturas de cabeza mullidas, el canapé fue la materialización de ese cortesano y francés deseo de confort, relajamiento e informalidad al que aludimos. Pero no solo importaba el descanso del cuerpo, la estética se volvía un valor destacado mediante el tapizado uniforme en cada una de sus partes. En Córdoba encontramos canapés principalmente en las dos primeras décadas del siglo XIX, en los siguientes decenios fueron reemplazados por otro asiento cuyas formas se derivaban de él, el sofá; mientras descendía el número de los primeros crecía paulatinamente la presencia de estos últimos . Acolchados como los canapés, los sofás eran más anchos y mullidos, por lo que el cuerpo podía sentarse y recostarse a la vez. Estaban destinados a amoblar la sala de recibo, tal como se especificó en el inventario de Manuela Irazoque donde se consignó la presencia de “un sofá de sala” . Del mismo modo, en el inventario de la costurera Antonia Flores consta que el sofá y unas catorce sillas conformaban el “amueblado de sala”28. Sillas y sofás podían componer un juego de sala de materiales, tapizados, colores y estampados comunes, como el del comerciante Bartolomé Carreras cuyo sofá con asiento de esterilla era compañero de las catorce sillas de madera color café . Se invertía tiempo y dinero en el diseño de tapizados, respaldares y apoyabrazos. El volumen de telas que la creciente industria textil inglesa producía y comercializaba posibilitó el uso de múltiples géneros con diferentes estampados y colores para el tapizado de los asientos; ya no solo se vestían los cuerpos, también se ataviaban los muebles. Avanzado el siglo en algunas salas cordobesas hacía su aparición el confidente. Un nombre más novedoso que el mueble en sí, ya que se trataba de un canapé con dos compartimentos en sus extremos que lo convertían en una especie de sofá con poltronas . En definitiva, la multiplicación de asientos cómodos participa de la conformación de espacios de privacidad en los que las personas podían moverse más relajada e informalmente.
Si en las primeras décadas del siglo XIX solo las familias de elevado status tenían en sus casas algún canapé o sofá, con el correr del tiempo creció la cantidad de viviendas que contaban con ellos, encontrándolos también en las casas de algunos pequeños comerciantes, artesanos, costureras y empleadas del servicio doméstico . Una democratización que tuvo sus límites: las familias acomodadas no solo tenían mejores asientos sino también un elevado número que superaba con creces al de los habitantes de la casa. Entre sillas, taburetes, canapés y sillas de estrado, el próspero comerciante Antonio Benito Fragueiro tenía más de cien asientos y el comerciante Florencio Antonio García otros setenta y cuatro . Y ello pervivía con el paso del tiempo: avanzado el siglo XIX Julián Castaño, comerciante y político, tenía ciento diecisiete de estos muebles . Cantidades que son un indicio de la activa vida social de la elite , siendo bailes y tertulias sus acontecimientos destacados. El comerciante y viajero inglés Samuel Haigh calificó las tertulias celebradas en la casa del destacado político y militar Juan Bautista Bustos, como las “más placenteras” a las que había asistido en Sud América . Estas instancias de sociabilidad de la elite eran excelentes oportunidades para exhibir atuendos, enterarse de las últimas tendencias en la moda difundidas con gusto por los “petrimetres” , y permitía a los anfitriones hacer gala del mobiliario y sus colecciones de pintura y objetos de plata labrada.
En las salas cordobesas algunas tarimas de madera colocadas sobre el piso conformaban un espacio más alto que el resto de la habitación denominado estrado, viva expresión de la impronta de la tradición española en América que se extiende desde los primeros tiempos de la colonización por tres siglos . El estrado era un lugar femenino por excelencia en el que las mujeres de la casa cosían, bordaban, recibían las “visitas de cumplimiento” y enseñaban labores y modales a niñas y jóvenes , siguiendo el “ceremonial del estrado” que establecía el comportamiento ideal que debían mantener . Delimitado verticalmente por tarimas de madera y horizontalmente por biombos, el estrado definía sitios distintos para hombres y mujeres dentro de la sala. Sus tarimas tenían diversos tamaños, las más grandes eran de seis varas, estaban construidas en cedro o nogal e iban cubiertas por alfombras, chuces y jergones de variados diseños y tamaños. Había muebles específicos “de estrado”: mesas o “mesitas”, sillas, sillitas, taburetes y camoncillos, que eran unos asientos bajos, más amplios que los taburetes, sin respaldo y ligeramente mullidos, definidos en el diccionario como “taburetillos de estrado” . Los tasadores empleaban los diminutivos “mesita” y “sillita” para referirse al mobiliario de estrado, anunciándonos que eran de pequeñas dimensiones, o al menos más bajos que el resto . Además de sillas y taburetes, las mujeres tomaban asiento directamente en la alfombra o sobre cojines; usados asiduamente durante gran parte del sigo XVIII, los “cojines de estrado” fueron gradualmente reemplazados por taburetes, camoncillos y sillas.
Conforme avanzaba el siglo XIX, se redujo el número de muebles de estrado en la ciudad de Córdoba. Presentes en la mitad de los inventarios de la década de 1810, solo uno de cada diez los registra en la de 1850 y a partir de entonces desaparecen de los inventarios. Esto es consecuencia del desuso de ese particular espacio femenino de la sala, algo que venía ocurriendo en España y otras partes de Latinoamérica desde finales del siglo XVIII y en lo que jugaron un papel destacado las ideas y modas ilustradas inglesas y francesas. El abandono de un lugar que tradicionalmente delimitaba las actividades y cuerpos femeninos y masculinos implicó cambios en el interior doméstico y nuevas prácticas de sociabilidad que suprimían la separación espacial entre hombres y mujeres. Durante el proceso independentista, en el que confluyeron múltiples ideas y criterios ilustrados, las tertulias jugaron un rol decisivo en la configuración de nuevas maneras de relacionarse, conversar y discutir. Tenían lugar en las salas de recibo de la elite, en las que proliferaban muebles para sentarse, propicios para el desarrollo de estas instancias de sociabilidad. Según Jorge Myers, las tertulias eran el ámbito por excelencia de las mujeres, el único espacio en el que podían participar abiertamente y de un modo que pareciera acercarse a la “igualdad” .
Los múltiples objetos que había en las casas no se ubicaban de forma azarosa. Según tamaño, material, uso y valor se los resguardaba en diferentes muebles. La escritura de una vivienda era celosamente guardada bajo llave en la gaveta del escritorio; la plata labrada en estantes o repisas para ser observada y apreciada. Hacia fines del siglo XVIII los principales muebles de guardado eran baúles con tapa combada, cajas y cofres de diferentes tamaños en los que se depositaban objetos disímiles: ropa, libros, bultos religiosos, plata labrada. En una caja del español Mathias de Idalgo se encontró
[…] una chupa de brocato de oro en campo blanco usada, una imagen de los Dolores, un Señor de la agonía grande, un San José con una efigie de la concepción, una plancha fina, un sacatrapos, un estuche con dos navajas, otro estuche con una lanceta, algunas balas y piedras de escopeta, un librito de la Novena de Dolores, otro librito de escribir cuentas, veinte estampas, ocho sacos de maíz, dos peines de lienxo y otro de bayeta .
Cajas y baúles eran móviles y versátiles, preparados para ser llevados por diferentes habitaciones, casas y sitios en caso de mudanza o viaje. Distinta será la situación de las cómodas o los roperos que permanecerían fijos en un solo lugar.
Así en las casas de familias de elite como en las de los sectores subalternos había cajas y baúles, aunque con notables diferencias de cantidad y calidad: mientras el acaudalado Joseph Allende contaba con siete cajas y un baúl , otros no poseían más que un baúl viejo en el que guardaban la corta ropa de su uso . Característicos del período colonial, estos objetos continuaron utilizándose a lo largo del siglo XIX, encontrándolos en ocho de cada diez viviendas. Con el correr del tiempo se les sumaron otros muebles de guardado: cómodas, roperos y armarios. Las cómodas se destinaban al guardado de ropa , medían más de una vara de alto por una o dos de ancho y tenían de tres a seis cajones con cerradura y llave; el uso de gavetas para guardar la ropa fue una característica distintiva y novedosa. Las primeras cómodas comenzaron a usarse a finales del siglo XVII en el palacio de Versalles . Para esa época los asientos que permitían posturas más relajadas (canapés, sofás) habían recibido el adjetivo de cómodos y fue así como se bautizó a la pieza que revolucionaría la forma de guardar las prendas de vestir. En la ciudad de Córdoba encontramos las primeras cómodas en las últimas décadas del siglo XVIII y las vemos con mayor frecuencia a lo largo del XIX, periodo de diversificación y especialización del mobiliario. En contraste con la multifuncionalidad de cajas y baúles, las cómodas servían especialmente para prendas de vestir y otros textiles. Sus gavetas hicieron posible una mejor organización y conservación de la ropa y facilitaron su acceso: para sacar ropa de un baúl había que inclinarse y hurgar mientras que se adoptaba una posición diferente al buscar algo dentro de una cómoda o ropero. Así, la forma de guardar los objetos cambió en aras no solo de una mayor comodidad corporal sino de una mejor conservación de los objetos guardados, en lugar de estar mezclados y apilados unos sobre otros, las cosas pasaron a ocupar espacios específicos en compartimentos separados entre sí.
Los armarios tenían anaqueles y puertas, medían cerca de dos varas de alto y en ellos se guardaban objetos específicos, como la vajilla que la acaudalada viuda Tránsito de la Torre tenía en su “armario para loza” . Alacenas, aparadores, escaparates, repisas y vidrieras compartían las mismas características que los armarios: tenían estantes, cajones y puertas. Servían para guardar ropa, piezas de loza y libros, y permitían apreciarlos si tenían puertas de vidrio. Los roperos, con sus estantes, cajones y puertas, eran armarios para guardar prendas de vestir; el vocablo “ropero”, que durante años remitió a la “persona que vende vestidos hechos” , en 1852 fue incorporado al Diccionario de la Real Academia con su acepción de “armario para guardar ropa” .
En cajones y gavetas de escritorios se guardaban bajo llave objetos de valor, papeles o “escrituras” , de allí su nombre. Su tapa o tabla desplegable servía de apoyo para escribir; accesorio que también tenían las llamadas “cómodas-escribanías” . El escritorio que tenía el pudiente matrimonio de Antonio Arredondo y Ventura de la Corte era de “doce cajoncitos, tapa y llave corriente” ; el de Dámaso de la Torre contaba con seis gavetas con tiradores de plata, tapa y cerradura con boca de “llave de plata”60, y el de Manuel Malbrán era de dos cuerpos hechos de caoba y mármol negro y “varios secretos privados”61, “[…] pequeños compartimentos que se disimulaban tras los elementos arquitectónicos del mueble y donde se custodiaba aquello de gran valor o que se deseaba que permaneciera oculto” . Estos escritorios con sus numerosos cajones de diferentes tamaños, “secretos privados”, tapa abatible, cerradura y llave, eran similares al llamado “bargueño” , artefacto compuesto por un arcón cerrado con tapa, múltiples divisiones y cajoncitos internos, situado sobre una mesa o bufete . Lara-Betancourt señala que en los siglos XVIII y XIX se llamaba escritorio a lo que hoy conocemos como bargueño y que aquél “no se utilizaba para escribir sino para guardar objetos de valor” . Según Inés Abril la tapa abatible de los bargueños servía ocasionalmente para escribir, su principal función era “evitar la apertura de las puertecillas y gavetas durante el transporte del mismo” . Los bargueños tenían asas laterales que servían para transportarlo de un lugar a otro; aunque con el tiempo estos artefactos perdieron su naturaleza móvil, las barras laterales permanecieron .
Los escritorios estaban hechos de jacarandá, caoba y mármol, con detalles en plata o concha. Preciados por sus finos materiales y por aquello que en sus cajones se guarda bajo llave: alhajas, plata sellada, documentos comerciales, escrituras. Tener un escritorio significaba que se tenía algo valioso para guardar en él. La distinción de este mueble también estribaba en su vínculo con la práctica de la escritura, aunque que, como bien dijimos, no era su función principal. Siendo la instrucción formal algo propio de los estamentos acaudalados, escribir y hacerlo periódicamente era un certero signo de status social. Un cambio sintomático de la creciente diversificación y especialización del mobiliario fue el desuso de los escritorios bargueños: entre 1810 y 1839 los identificamos en el 54,55% de los inventarios, entre 1840 y 1870 en solo el 20,39%; aquel artefacto portátil fue reemplazado por muebles con cajones ideados para permanecer en un solo sitio y el espacio para escribir dejó de ser una tabla desplegable para convertirse un mueble destinado exclusivamente a esa práctica: los escritorios tipo bufete.
El arribo de nuevos diseños y tipologías de mobiliario transformó la vida doméstica de la Córdoba del siglo XIX. Los cambios no fueron ni abruptos ni uniformes y solo se perciben al observar un espectro temporal amplio. Entre fines del XVIII y mediados del XIX reconocimos cambios y permanencias en ese fragmento de la cultura material. Nuevos muebles, como los asientos mullidos y tapizados o las cómodas, llegaban desde el viejo continente a través del comercio de importación vía el puerto de Buenos Aires, y con ellos nuevas ideas como el confort, un valor fundamental en la construcción de los interiores privados burgueses. Innovaciones de objetos, valores e ideas que viajaban por lugares donde eran adoptadas y adaptadas, incorporadas y resignificadas.
Los muebles para sentarse ejemplifican esa búsqueda de interiores confortables; mientras descendía el número de taburetes -asientos bajos, duros y estrechos- en las casas, crecía la presencia de canapés, primero; y sofás, después; asientos mullidos y tapizados que producían experiencias corporales más cómodas. Entre los muebles de guardado advertimos esta misma tendencia: baúles y cajas dieron paso a cómodas y roperos cuyos cajones y estantes permitían acomodar, clasificar y ordenar aquello que se guardaba dentro y facilitaban el acceso. La desaparición del estrado, espacio femenino de tradición española, fue otra de las transformaciones, materialización del intento de ruptura con ese pasado colonial; lejos de desaparecer repentinamente, las mesitas y sillitas de estrado convivieron por un tiempo con asientos modernos y cómodos como los sofás.
A lo largo de este trabajo observamos cómo el mobiliario fue especializándose cada vez más, sus formas y características generales se orientaban a funciones definidas; el ejemplo más claro nos lo ofrece el mobiliario de guardado, aquellos baúles o cajas que contenían disímiles tipos de objetos van cediendo su lugar a las cómodas y roperos, muebles destinados al guardado de un tipo particular de objeto: textiles. La creciente especialización iba de la mano de la multiplicación de objetos provocada por la producción industrial: más cosas, más mercancías, más baratas, accesibles a mayor cantidad de personas y cada vez más específicas. Estos nuevos objetos produjeron prácticas, comportamientos y formas de hacer y estar más interiores, cómodas, pasivas e individuales.
El confort es una experiencia corporal asociada a una sensación de comodidad que, como vimos en estas páginas, se trató de una experiencia que fue producto de un proceso. Las fuentes en estudio no permiten conocer la sensación de los cuerpos al sentarse en un sofá mullido o al guardar o buscar algo en una cómoda y carecemos de relatos de primera mano de la Córdoba de entonces que den cuenta de esas experiencias. Pero tenemos evidencia de objetos concretos que comenzaron a formar parte de la cotidianidad familiar, artefactos que son piezas de un contexto económico, pero también verdaderos actores: las cosas también producen o hacen cosas, un sofá hace que el cuerpo se siente o recueste de una manera particular, y no se trata de un mero tecnicismo o determinismo materialista sino de reconocer en el proceso histórico actores no solo humanos sino también materiales. La búsqueda del confort en Córdoba ejemplifica ese mundo de procesos múltiples interconectados al que refería Eric Wolf . No se trata de una réplica micro de un proceso global sino de la circulación de actores humanos y no humanos por diversos circuitos que no son necesariamente sincrónicos: a la Córdoba del siglo XIX llegaron cómodas y sofás gestados en otro espacio y tiempo que vivió la experiencia corporal del confort que estos muebles producían.
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