Filosofía, Conceptos psicológicos y psiquiatría Alejandro Tomasini. México: Editorial Herder, 2016.

Dolores Susana González Cáceres
Universidad Nacional Autónoma de México, México
Carlos Alfonso Viesca y Treviño
Universidad Nacional Autónoma de México, México

Filosofía, Conceptos psicológicos y psiquiatría Alejandro Tomasini. México: Editorial Herder, 2016.

Revista Colombiana de Filosofía de la Ciencia, vol. 17, núm. 35, pp. 211-216, 2017

Universidad El Bosque

Un área actualmente poco explorada es sin duda la filosofía de la psiquiatría. Los textos escritos en el ámbito hispanohablante sobre dicho campo, que forma parte de la filosofía de la ciencia, resultan escasos y novedosos, si se toma en cuenta tanto la relevancia que ha adquirido la psiquiatría a nivel mundial (para el tratamiento de una diversidad de trastornos) como la notable necesidad de proporcionar con urgencia reflexiones filosóficas con respecto a dicha especialidad médica, más allá de la clásica aproximación foucaultiana[1].

Tal es el caso de Filosofía, conceptos psicológicos y psiquiatría, un libro que aborda temas sobre la filosofía de la psiquiatría desde una perspectiva diferente, ya que el trabajo filosófico que lleva a cabo su autor, Alejandro Tomasini Bassols, se erige sobre los aportes del segundo Wittgenstein. Tomasini denuncia en este ejemplar que la filosofía sigue estando presa de enredos conceptuales, de mitos terminológicos y de posturas peligrosas que son el producto de lo que llama una parálisis intelectual presente en la filosofía analítica.

El autor critica que se siga pretendiendo el esclarecimiento de conceptos sin atender a su funcionamiento, es decir, sin poner atención a sus usos y a los beneficios que implica saber para qué nos sirven, ya que, desde su punto de vista, dentro de la filosofía prevalece una gama de confusiones conceptuales que se han ido perpetuando, expandiendo, reproduciendo, heredando y actualizando.

Así, a través de los diversos ensayos que comprenden este texto se pretende desenmascarar el agotamiento de algunas escuelas filosóficas que tienen a la cabeza a teóricos, neurocientíficos o filósofos reconocidos como son Damasio, Crick, los Chalmers, Searle, Fodor, Chomsky, Davidson, entre muchos otros, quienes a su vez son seguidos por otros profesionales de la filosofía a nivel internacional. De modo que este libro se alza, en algún sentido, como un respiro frente a las ya conocidas líneas de investigación filosóficas que actualmente están en boga y completamente institucionalizadas.

Los artículos presentados en el ejemplar están conectados, pues los primeros ensayos sirven de antesala para la posterior comprensión de las reflexiones que Tomasini hace con respecto a la filosofía de la psiquiatría.

En primer lugar, el autor se centra en la elucidación de conceptos a través del método del análisis gramatical wittgensteiniano. En otras palabras, se ocupa de aclararnos en qué consisten ciertas incomprensiones profundas basadas en confusiones conceptuales y terminológicas. Con ello, muestra qué es lo que el lenguaje natural y los modos de hablar habituales nos sugieren sobre los usos de nuestros conceptos, más allá de las definiciones filosóficas espurias. Ello resulta convincente para más adelante comprender la reflexión que Tomasini lleva a cabo sobre algunas de las problemáticas abiertas en la psiquiatría.

Para ello primero examina un concepto, describe su aplicación con base en locuciones y expresiones que todos usamos y que resultan incuestionables, para así lograr la disolución de las “marañas” conceptuales. Las nociones centrales analizadas en esta obra son: las sensaciones, la memoria, el recuerdo, las emociones, los sentimientos, los deseos, las creencias, la mente, el pensamiento, los fundamentos de la psiquiatría, las enfermedades y los trastornos mentales, además de las disfunciones, entre otras.

El autor explica, por ejemplo, por qué las sensaciones no son ni deberían ser entendidas como cosas, objetos o entidades de alguna índole, ya que de entrada es absurdo intentar ofrecer explicaciones causales cuando lo que de antemano prevalece es una idea totalmente errónea del objeto de estudio, debido a que resulta ineficaz lanzar preguntas al aire desconectadas de los usos y las aplicaciones lingüísticas reales que hacemos de los conceptos en determinados contextos. Por ende, Tomasini enfatiza que "hablar de un dolor como si se tratara de una cosa es abiertamente contrario a nuestros modos normales de expresarnos" (Tomasini 27), pues, como Wittgenstein expuso, más bien el lenguaje de sensaciones sirve para extender, ampliar y matizar nuestra conducta de sensación; pero entonces ¿qué es lo que quieren decir quienes mal interpretan el concepto de sensación y lo usan como si permitiera referirse a un “algo”?

Sobre esto, en distintos momentos Tomasini recalca la importancia de notar que el lenguaje de las sensaciones está caracterizado por una asimetría entre la primera y la tercera personas. Es decir que, por ejemplo, para el caso de los conceptos psicológicos, la aplicación de éstos es diferente en la primera y la tercera personas (‘tengo hambre’ y ‘él tiene hambre’), pues lo que aprendemos cuando nos convertimos en usuarios del juego de lenguaje en tercera persona es el discernimiento de diversas formas de conducta y de situaciones, mientras que la función de los conceptos en primera persona es la de indicar, expresar o informar a los demás lo que al sujeto le pasa.

Asimismo, el autor señala en relación con el tema del recuerdo, que el lenguaje del recuerdo no se articula en coordinación con reacciones naturales o espontáneas como es el caso del lenguaje de las sensaciones. Por esto mismo, no hay algo así como la experiencia del recuerdo. Más bien, el recuerdo presupone una narrativa y por consiguiente presupone el lenguaje. De manera que el recuerdo es de carácter proposicional y, por ende, como sostuvo el filósofo wittgensteiniano, Norman Malcolm, es una forma de retención del saber, pues el recuerdo es expresable por medio de una proposición a menudo en pasado. Así, el recuerdo es un movimiento lingüístico sujeto a escrutinio, que puede ser rechazado en todo momento, debido a que se funda en la memoria, la cual es falible. En ese sentido, aunque el recuerdo es posible gracias a la memoria, no es un mero efecto causal de la memoria. De aquí se desprende la imposibilidad de establecer una correlación sistemática entre estados cerebrales y recuerdos.

En otro tema, Tomasini aclara la diferencia entre emociones y sensaciones, ya que además de que ambas son distintas clases de afecciones, también se ubican en espacios psicológicos diferentes. Así, el autor señala los rasgos de las emociones y subraya que estas no son meras reacciones orgánicas, pues cuentan con trasfondos doxásticos y axiológicos; es decir que presuponen grupos de creencias y valores. A la par de este tópico, el autor también aclara en qué consiste la distinción entre emociones y sentimientos. Igualmente, aborda el concepto de deseo. Todos estos ejercicios que el autor detalladamente realiza resultan aclaratorios si se toma en cuenta que dentro de la literatura especializada, en la mayor parte de las ocasiones, encontramos que los conceptos y sus definiciones pierden la correspondencia con el carácter pragmático que ellos presentan de acuerdo con los contextos.

Tomasini aborda también el tema del creer y las creencias, y realiza una sugerente comparación entre los enfoques russelliano y wittgensteiniano. Considera que la concepción russelliana sobre la creencia como un estado mental .actitud proposicional. es desafortunada, dado que las creencias no se sienten. De manera general, las creencias no son estados mentales o actividades internas, pues estas no son algo físico. Por ello, desde una aproximación wittgensteiniana, Tomasini propone que no se intente caracterizar a las creencias al margen de las adscripciones y auto-adscripciones de creencias.

A partir del anterior análisis, Tomasini llega al punto filosófico álgido de esta obra donde destaca la fuerte crítica que emprende en contra de las neurociencias, debido a que, desde su postura, actualmente la tendencia científica predominante es la de intentar encontrar explicaciones y soluciones a las problemáticas psiquiátricas, casi exclusivamente, a partir del estudio del cerebro, de sus partes o del sistema nervioso y de sus supuestos avances.

En relación con ello, las siguientes son algunas de las tesis que el autor sostiene, las cuales resultan dignas de reflexión filosófica:

  1. 1. La condición de existencia es el funcionamiento normal del cerebro y del sistema nervioso en general, pero el cerebro no es causa de sensaciones o creencias, pues por ejemplo no decimos "me duele el cerebro" o tampoco proferimos que el cerebro es el sujeto de sensaciones o la causa de estas.
  2. 2. En el cerebro no hay transmisión de información en sentido estricto.
  3. 3. Las emociones no son invisibles. Es decir que las emociones se notan en el cuerpo, pero sobre todo en el rostro. Las emociones no son ni estados cerebrales, ni estados internos. Por ello no son reducibles a sus manifestaciones físicas.
  4. 4. El cerebro no es causa de las emociones, sino una precondición para que ocurra la vida emocional.
  5. 5. El deseo no puede ser identificado con un estado del cerebro a fortiori.
  6. 6. El cerebro no puede tener deseos, porque simplemente no se pueden adscribir deseos a lo que no es un ser humano. El sujeto de deseo es un humano completamente “lingüistizado” y socializado.
  7. 7. erebro no porta o posee creencias.
  8. 8. La ilusión de los psiquiatras es que todos los trastornos psiquiátricos tengan una explicación neurofisiológica, en el sentido de que pueden reducirse a problemas neurofisiológicos.
  9. 9. Los fármacos controlan el cuerpo del paciente psiquiátrico y no su sistema de creencias.

Estas afirmaciones son el resultado que Tomasini obtiene para conformar su crítica en el terreno de las reflexiones referentes a la Filosofía de la psiquiatría. Aunque puede resultar un terreno espinoso y cuestionable, por ejemplo, aseverar que la psiquiatría, en general y casi exclusivamente, busca la cura de sus pacientes solo por medio de la farmacología basada en los avances de las neurociencias, enfocados en el estudio del cerebro, lo cierto es que Tomasini arma adecuadamente su argumentación, ya que explica por qué la psiquiatría está sumergida en una crisis al estar plagada de confusiones conceptuales.

De acuerdo con el autor, ello se debe, entre otras cuestiones, a su falta de delimitación nítida y a su falta de definición de temas. Además, expresa que la psiquiatría, al nutrirse de las concepciones de corrientes filosóficas erradas, exporta pseudo-problemas filosóficos en sus marcos teóricos, como pueden ser: el problema mente-cuerpo, la naturaleza de lo mental, la construcción del yo, entre otros. A esto también se suma el que los psiquiatras intentan que la psiquiatría sea análoga en sus métodos a otras ciencias como la física, pues busca establecer regularidades con el fin de conformar enunciados legaliformes, sin darse cuenta de que con quien trata es con seres humanos y no con la naturaleza.

Con base en este marco es que Tomasini detalla en qué consisten tanto algunos problemas psiquiátricos como los problemas filosóficos insertos en la psiquiatría, tales como: las creencias irracionales, el lenguaje ilógico, la conducta incomprensible, la desintegración del yo y la alienación del mundo, el problema de las otras mentes y las explicaciones psiquiátricas.

Dentro de las cuestiones destacables están, por ejemplo, el que Tomasini argumenta que el tratamiento farmacológico que da el psiquiatra a un paciente no implica la cura de este. Ello debido a que el psiquiatra ha perdido de vista el elemento guía que puede proporcionar avances con su paciente: el lenguaje. En otras palabras, Tomasini aclara que debido a la ambivalencia de la psiquiatría, es decir que dado que esta es una mezcla entre la farmacología y la psicología, el psiquiatra ve tanto enfermedades como desórdenes en su paciente, por lo cual no logra reconstituir del todo a su paciente, pues el tratamiento de este no consiste solamente en la toma de pastillas más la terapia psicológica, ya que los problemas del paciente psiquiátrico no son orgánicos.

Otro de los temas que resaltan en el libro de Tomasini es el referente a la problemática que plantea la comisión de un delito por parte de alguien que presenta una patología mental. Aquí el autor es enfático, pues explicita su indignación frente a la fórmula de recurrir al estado mental o patológico de un criminal convicto y confeso para exculparlo o para omitir el juicio en contra de él, pues equívocamente se argumenta que debido a este no se le puede adjudicar responsabilidad por el delito cometido. Tomasini apunta que claramente este argumento es inválido pues las disfunciones mentales no bastan para convertir a alguien en inimputable, porque tras el punto de vista de la inocencia a priori del enfermo mental subyacen diversas confusiones.

Frente a este panorama y a modo de solución de las problemáticas que Tomasini ve con respecto a la práctica psiquiátrica -que resulta ser una propuesta filosófica bastante novedosa de esta obra-, señala que más que una terapia psicológica o psiquiátrica se requiere de una terapia reconstructiva que tome en cuenta el lenguaje del paciente, con el propósito de descifrar las emociones que lo tienen consternado. Si se observa con cuidado, la creatividad de esta propuesta hunde sus raíces en las propias aportaciones y análisis del último Wittgenstein, pues se trata de reordenar el sistema de creencias del paciente, considerando que su lenguaje es válido en algún sentido, sin desestimarlo por parecer incomprensible a primera vista. El lado débil de esta propuesta del autor es que no da mayores detalles al respecto, es decir que no profundiza claramente sobre en qué consiste dicha terapia reconstructiva o cómo es que se puede llevar a cabo en la práctica.

Con estos señalamientos, el autor se ubica en contra de lo que denomina como cerebrismo, es decir que no está a favor de la postura que afirma que el cerebro es el fin de toda explicación mental, y argumenta que ello no puede ser así dado que no podrá nunca establecerse una clase de conexión legaliforme entre lo mental y lo cerebral. Asimismo y en relación con lo anterior, desde el ámbito de la filosofía, deja claro por qué la filosofía de la mente estándar está agotada, a la vez que ofrece algunos avances al respecto a través del esclarecimiento conceptual de las genuinas confusiones filosóficas.

Por lo anterior, se puede asegurar que este trabajo es un honesto esfuerzo en contra la descontextualización del uso de las palabras y lo que estas permiten. El autor no coquetea, como otros filósofos, con hacerse pasar por experto en neurociencias, no juega a hacerse pasar por científico o por experto en teorías científicas, porque más bien su trabajo se centra en una lucha constante del esclarecimiento de los conceptos desde la propuesta wittgensteiniana, con el objetivo de mostrarnos cómo es que operan los conceptos. Es decir, se ciñe a la concepción praxiológica desarrollada por Wittgenstein, mediante la cual el lenguaje es visto como un conjunto abierto de juegos de lenguaje fundados en formas de vida.

Notas

1 Se hace un reconocimiento explícito al Programa de Becas Posdoctorales en la UNAM, perteneciente a la Dirección de Formación Académica y al Departamento de Fortalecimiento Académico de la Dgapa, por facilitar tanto la adquisición de la obra que se reseña como los recursos necesarios para poder elaborarla.
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