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Un Paseo por el Umwelt y la Performatividad. Acercamientos a Partir de la Obra De Jakob Von Uexküll y la Biosemiótica
A Stroll Through the Umwelt and Performativity. Approaches from Jakob Von Uexküll’s Work and Biosemiotics
Un Paseo por el Umwelt y la Performatividad. Acercamientos a Partir de la Obra De Jakob Von Uexküll y la Biosemiótica
Revista colombiana de filosofía de la ciencia, vol. 21, núm. 43, pp. 333-370, 2021
Universidad El Bosque
Recepción: 19 Abril 2021
Aprobación: 28 Julio 2021
Resumen: Este artículo reflexiona sobre el aspecto performativo vinculado al concepto de Umwelt en la obra de Jakob von Uexküll, ya que a través de la actividad endo y exosemiótica del viviente es que este construye un mundo circundante propio, compuesto de sus portadores de significado y ajustado tanto a sus percepciones como a su comportamiento. La performatividad del animal es uno de los elementos que distancia al Umwelt del medio, visto este como espacio neutro, universal e indiferente a las diversas formas de vida, sobre las cuales mantiene una relación determinista. Por el contrario, el Umwelt es el resultado de un proceso trascendental y performativo a partir del cual el sujeto conforma el mundo que lo circunda, de vuelta, este incide sobre el viviente transformando su percepción y comportamiento. Tal esquema performativo tiene puntos de concordancia importantes con algunas teorías sociales y filosóficas que han hecho de la performatividad una de las herramientas centrales para comprender la conformación de los sujetos y de sus esferas de vida, en este rubro destacarían Erving Goffman y Judith Butler.
Palabras clave: Uexküll, Umwelt, medio, performatividad, biosemiótica.
ABSTRACT: This article ponders on the performative scheme linked to the concept of Umwelt in Jakob von Uexküll, since it is through the endo and exosemiotic activity of the living being that builds its own surrounding world, composed of its own carriers of meaning, and adjusted to their perceptions and behavior. This performative element is one of the aspects that distances the Umwelt from the mere environment, this seen as a neutral, universal space, and indifferent to the various forms of life, about which it maintains a deterministic relationship. On the contrary, the Umwelt is the result of a transcendental and performative process from which the subject shapes the world that surrounds him, in return, it affects the animal, transforming his perception and behavior. Such a performative scheme has important points of agreement with some social and philosophical theories that have made performativity one of the central tools to understand the conformation of subjects and their spheres of life. The works of Erving Goffman and Judith Butler stand out in this area.
Keywords: Uexküll, Umwelt, environment, performativity, biosemiotics.
Introducción
Jakob von Uexküll (1864-1944) ha dejado una impronta importante en el pensamiento científico y filosófico actual, los trabajos y reflexiones que se han desprendido de su obra suman un número considerable en los últimos años. En un reciente trabajo de Kalevi Kull (2020) se contabilizan alrededor de 270 trabajos realizados a partir de 2001 —entre libros, artículos y ensayos—, en diversos idiomas y desde distintas disciplinas, que analizan, problematizan o difunden su pensamiento. El impacto no ha sido menor en la filosofía, principalmente porque su propuesta ha generado elementos críticos hacia teorías de cuño positivista, mecanicista o reduccionista —la obra de Canguilhem formaría parte de estas posturas críticas, asunto sobre el que volveremos más adelante—; pero también ha resultado compatible con algunos pensadores posestructuralistas en su crítica al humanismo y al antropocentrismo, así como en su búsqueda de una concepción del sujeto no sustancialista —aquí destacan los trabajos de Gilles Deleuze y Giorgio Agamben—. Su obra también fue retomada y discutida por filósofos como Martin Heidegger, Ernst Cassirer y Ortega y Gasset
El Medio y el Paradigma Mecanicista
Como lo expone Camille Chamois (2016), el concepto de Umwelt, aunque surge en el ámbito de la etología y la ecología, pronto superó estas fronteras disciplinarias y se dirigió a ámbitos como la filosofía y la antropología. Tal término, sin embargo, no puede desligarse del concepto de medio y de la importancia creciente que este comienza a tener a partir del siglo XIX en disciplinas como la biología y la fisiología, pero también la geografía y la historia. En ese momento, el medio surge como un paradigma para dar cuenta de las características de los individuos —sean sociales, históricos o biológicos—, a partir de las influencias que el ambiente ejerce sobre ellos. Particularmente, es en el debate entre lamarckianos y darwinistas que la cuestión cobra gran interés, pues aunque para ambos el medio moldea a los seres vivos, no lo hace de la misma manera; para los lamarckianos, el medio comanda la transformación de los vivientes por intermedio de la necesidad —para Georges Canguilhem, “noción subjetiva que implica la referencia a un polo positivo de valores vitales” (Canguilhem 1992 135)—, produciendo modificaciones que pueden ser heredadas a la descendencia; por otro lado, para los darwinistas los caracteres adquiridos no se heredan, pues la herencia está mediada por la selección natural, la aparición de variaciones azarosas y por procesos más largos. Sin embargo, para ambas corrientes, el medio se vuelve un elemento central para pensar la individuación de los seres vivos. Aunque para la época se está lejos de una definición unívoca, “[…] lamarckianos y darwinistas están de acuerdo en hacer del ‘medio’ el principio de individuación de los seres vivos […]: las características del medio son pensadas como las causas de las características fisiológicas de los vivientes” (Chamois 2016 173).
Aunque en ambos casos el determinismo ambiental está mediado o por la necesidad o por la selección natural, este esquema se trasladó de manera menos matizada a otros ámbitos, como la geografía física y la filosofía de la historia. Pensemos, por ejemplo, en Hyppolite Taine (1828-1893), para quien el arte puede explicarse exclusivamente a partir de las marcas que el medio —la época y el ambiente cultural— deja en la constitución moral de las personas, así como lo hace el medio natural en la constitución biológica de plantas y animales. “Las producciones del espíritu humano, como aquellas de la naturaleza viviente, no se explican sino por el medio” (Taine 1909 10). De hecho, el medio es para Taine uno de los tres principios que explican la historia, siendo los otros dos, la raza y el momento. En la obra del filósofo e historiador francés hay un carácter claramente ambientalista y determinista en la manera como el medio actúa sobre los individuos, así, por ejemplo, este sería el factor decisivo para el surgimiento de ciertas expresiones artísticas. En el plano de la fisiología, fue Jacques Loeb (1859-1924) quien introdujo un esquema semejante con la teoría de los tropismos.
Son reacciones de locomoción y orientación, provocadas por agentes físicos o químicos, inclinándose o moviéndose el organismo hacia la fuente de energía externa o en sentido contrario. Los tropismos se manifiestan tanto en plantas como en animales. Por ejemplo, los tallos de las plantas crecen en la dirección de la luz y muchos los animales se sienten atraídos o repelidos por luces que brillan en la oscuridad (Viaud 1968 6).
Loeb defendió, como es sabido, una perspectiva mecanicista de la vida, para él no existe un espíritu vital ni algún componente metafísico que sirva para explicar los fenómenos biológicos. La fecundación, la herencia, la vida y la muerte, así como el carácter armónico de los organismos, todos son fenómenos que pueden reducirse a explicaciones físico-químicas. Ni la metafísica ni ninguna forma de espiritualismo pueden dar cuenta de ellos, las experiencias controladas en laboratorio y los experimentos sistemáticamente repetidos sobre la conducta animal y los procesos de generación, entre otros, son muestra del carácter físico-mecánico de la vida. Loeb no duda en calificar de automáticas a las respuestas que tienen, por ejemplo, los animales heliotropos. Dichas respuestas están determinadas por factores físicos bien definidos: la fotosensibilidad de la retina, la luminosidad de la fuente y las conexiones nerviosas entre la retina y el aparato muscular. De hecho, tampoco duda en afirmar que las reacciones heliotrópicas de los animales son idénticas a las de las plantas. Finalmente, para él, la misma evolución no necesita de verdaderas causas finales, pues si bien es posible pensar que la variedad de especies podría ser mucho más rica de lo que es actualmente, esto no se debe a un plan premeditado ni a un designio espiritual, sino a la simple viabilidad y armonía que los procesos mecánicos de reproducción permiten, sin una finalidad dada. “Sólo esa pequeña fracción de especies ha podido existir, las que no tiene una gran desarmonía en su mecanismo automático de preservación y reproducción” (Loeb 1912 25). En lo que respecta a la relación entre el medio y el organismo, Loeb considera al primero preponderante y determinante sobre el segundo: “Loeb considera todo movimiento del organismo en el medio como un movimiento al cual es forzado por el medio” (Canguilhem 1992 140).
Esta preponderancia del medio sobre el ser vivo, y el determinismo con el que se dibuja, responde en gran medida a una concepción de la vida que hizo del universo y de la naturaleza, realidades subsumidas al modelo de la máquina; es decir, aquello que Fritjof Capra (1983) llama el paradigma mecanicista, perspectiva que se consolida con la revolución científica del siglo XVII; sin embargo, la tendencia a reducir los fenómenos a sus elementos materiales y al desplazamiento de superficies, así como a la matematización de los mismos, fue un proceso que se inició mucho antes, incluso más allá del Renacimiento, en la Baja Edad Media, como lo expone Alfred Crosby (1998). Con todo, la revolución científica fue una etapa decisiva para la difusión de este modelo, lo cual permitió que la física se estableciera como paradigma de cientificidad y con ello, al menos en lo que respecta a la física clásica, la reducción de la naturaleza a sus partes materiales, al movimiento de las mismas, sin finalidad, y a su explicación en términos de causas eficientes.
Se pensaba que la materia era la base de toda existencia, y el mundo material era visto como una multitud de objetos separados ensamblados en una enorme máquina. Al igual que las máquinas creadas por el hombre, se pensaba que la máquina cósmica constaba de partes elementales. En consecuencia, se creía que los fenómenos complejos siempre podían entenderse reduciéndolos a sus bloques de construcción básicos y buscando los mecanismos a través de los cuales interactuaban. […] Las otras ciencias aceptaron las visiones mecanicista y reduccionista de la física clásica como la descripción correcta de la realidad y modelaron sus propias teorías en consecuencia (Capra 1983 51).
Este paradigma impuso una serie de ideas que han reducido al universo, en gran medida, a una colección de bloques elementales y homogéneos que dieron lugar a características absolutas; el cuerpo humano también fue visto como una máquina, la vida en sociedad se contempló como un mecanismo dominado por la lucha competitiva y; en general, la historia y el desarrollo humano se apegó al esquema del progreso ilimitado. Para Capra, estas son las principales consecuencias de tal paradigma. En el ámbito de las ciencias, la física se estableció como modelo a seguir en la construcción del conocimiento, y fue exportado a otras disciplinas, como la medicina y la biología. Sobre este punto, la perspectiva de Canguilhem coincide plenamente con la de Capra. La noción de medio no fue ajena a este proceso. En sus primeros usos fuera del ámbito estricto de la física, esta noción conservó el carácter absoluto y determinista del éter newtoniano. El éter, receptáculo de energía capaz de influir en la propagación de los fenómenos, permitió a Newton resolver el problema de la acción a distancia aceptando la existencia de este fluido sutil como vehículo. Así, puede verse al éter, entonces, como aquello que existe entre los cuerpos y lo que permite que entre ellos existan fuerzas de atracción, por ejemplo. Newton lo definió como una materia elástica, imponderable, invisible, fuerte y sutil que conduce la acción, por el efecto de su propia vibración, de un punto a otro. Esta materia sutil llena todo el universo, conjurando así el vacío, sosteniendo la producción de fenómenos como la electricidad, el magnetismo y la gravitación. Siguiendo las huellas de Newton, Diderot y D’Alembert, en la Encyclopédie ou Dictionnaire raisonné des sciences, des arts et des métiers, definen al éter como: “[…] materia sutil, según algunos filósofos, que, comenzando en los confines de nuestra atmósfera, ocupa toda la extensión de los cielos” (Diderot & D’Alembert 1756 51). Los autores de la Encyclopédie tenían una visible influencia mecanicista y newtoniana, en particular D’Alembert, quien llevó tal perspectiva a la biología —aunque este término no aparece sino hasta 1802—; por ejemplo, él retoma algunas ideas de Henri-Marie Ducrotay de Blainville (1777- 1850), en concreto aquella que divide los fenómenos entre los que pueden estudiarse desde un punto de vista estático (anatomía) y los que responden a un esquema dinámico (fisiología). Para Blainville, el modelo de ciencia es la ciencia newtoniana, y aunque él no reduce la dinámica a la estática, es decir, la fisiología a la anatomía, la lectura que hace D’Alembert sí da este paso hacia la reducción (Clauzade 2007).
Volviendo al éter newtoniano, este no tardó en extenderse a otros fenómenos, en tanto es lo que está siempre en medio de dos cuerpos, permitiendo su interacción y sosteniendo el orden del universo, sin ser él mismo activo —es decir, no está dotado en sí mismo de fuerzas, pero permite que estas se transmitan—.2 Esto le dio al medio un carácter ciertamente paradójico, y al mismo tiempo relativo y universal. Así lo ve Canguilhem, para quien el éter comenzó siendo relativo —es decir, su existencia se justificaba para explicar la interacción a distancia entre los cuerpos—, y finalmente adquirió un carácter absoluto: los cuerpos y las fuerzas que actúan entre ellos solamente pueden tener lugar en este plano que los sostiene y atraviesa. Este carácter absoluto también se debió a que el éter no estaría envuelto en nada, no tendría un afuera, por ende, ocupa la totalidad del universo, sin exterior. Esta función, como intermediario y como plano absoluto, pronto se transfirió a otros fenómenos que necesitaban también de un plano a través del cual las cosas se desplazaran o comunicaran: si el éter es el medio en el cual los cuerpos celestes se mueven, medio también es el aire, el agua —a través del cual los peces se mueven—, los cristales a través de los cuales la luz se mueve—, etc. Plano relativo y a la vez universal donde todo movimiento sucede, el éter también atraviesa los tejidos, los órganos y los objetos en general, conjurando así el vacío más pequeño. En este esquema, fenómenos como el de la visión terminaron siendo explicados recurriendo a este intermediario universal.
Newton es quizá el responsable de la importación del término de la física en la biología. El éter no solamente le sirvió para resolver el problema de la luminosidad, sino también para explicar los efectos fisiológicos de la sensación luminosa, es decir, de las reacciones musculares. […] considera al éter como en continuidad con el aire, en el ojo, los nervios y hasta los músculos. Es entonces por este medio que está asegurada la relación de dependencia entre el resplandor de la fuente luminosa percibida y los movimientos de los músculos por los cuales el hombre reacciona a esta sensación. Tal es, me parece, el primer ejemplo de explicación de una reacción orgánica por la acción de un medio, es decir, de un fluido estrictamente definido por sus propiedades físicas (Canguilhem 1992 131).
Los cuerpos, al moverse, producen vibraciones en el éter, se propagan a través de él y causan la sensación de forma y luz al chocar con el fondo del ojo; lo mismo sucede con las ondas sonoras al chocar con el oído, etc. En este esquema, el medio ya no es tan pasivo como en un principio, en tanto su densidad y composición producen diferentes sensaciones: no es lo mismo percibir un rayo de luz a través del aire que a través del agua. La teoría corpuscular de la visión, de cara a Newton, establece una relación determinista que va del medio al ojo y que se explica por causas meramente eficientes. Efectivamente, estamos ante una teoría mecanicista que se llevó a los fenómenos de la vida y los subsumió a su lógica.
Pero la traslación del éter newtoniano al ámbito de la biología y la medicina llevó consigo algunas características que traducían también su carácter paradójico, pues aunque este en un principio era relativo y pasivo terminó tomando características absolutas y activas. Esta tensión se tradujo en una concepción del medio como neutro e indiferente a las formas de vida particulares, y al mismo tiempo, como el que las determina de manera activa y unidireccional. Los dos conjuntos de características que anotamos a continuación deben verse en términos de esa tensión
1. Neutralidad-Indiferencia-Universalidad: El medio es equivalente para toda forma de vida, nada lo envuelve, es un sustrato universal que es indiferente a las particularidades de los distintos vivientes.
2. Actividad-Determinismo-Unidireccionalidad: Neutralidad no es, sin embargo, sinónimo de pasividad, al contrario, el medio es un factor activo frente al viviente, es el factor determinante en la individuación (morfológica y conductual) del ser vivo. Establece una relación unidireccional en la que el viviente es el elemento pasivo, con poca o nula reciprocidad y fácilmente reducible a objeto.
Como lo anota Canguilhem, en un esquema tal, el medio es determinante y primero: “el mundo de inicio, el hombre después” (Canguilhem 1992 134); así, la vida está supeditada a su lógica mecánica y material. Tal forma de determinismo también se expresó en el esquema que exponía una relación lineal y unidireccional entre medio, órgano y función. El filósofo francés encuentra en Auguste Comte una de las expresiones más acabadas de esta fórmula. Comte, influenciado por Blainville y el mecanicismo de D’Alembert, reconoce que existe una relación de ida y vuelta entre medio, órgano y función; sin embargo, al ser el medio lo que permanece constante —y porque su conocimiento se asienta en ciencias fundamentales, como la matemática— es más sencillo concebir la relación a partir de la estabilidad de este: “En la relación entre el órgano y el medio ambiente, por un lado, y la función, por el otro, el medio se supone que permanece constante, y es ya conocido por las ciencias anteriores a la biología” (Clauzade 2007 513).3 El carácter determinante del medio en el Cours de philosophie positive, en concreto en la lección 40, es visible, pues aunque Comte reconozca que medio y ser vivo son activos, y aunque anote también que la alteración y la cesación de la vida se debe tanto a modificaciones espontáneas del organismo como a cambios en el entorno, al final, ver en el viviente un ser independiente del medio es una ilusión. “El modo de existencia de los cuerpos vivientes está […] netamente caracterizado por una dependencia extremadamente estrecha de las influencias exteriores” (Comte 1869 202). De este esquema, resulta para Comte un principio fundamental en el método de la biología: conocer primero la teoría general de los medios orgánicos para determinar su acción sobre los organismos.
A partir de esto uno puede comprender el prestigio de la noción de medio para el pensamiento científico analítico. El medio deviene un instrumento universal de disolución de las síntesis orgánicas individualizadas en el anonimato de los elementos y de los movimientos universales. […] Tenemos aquí eso en lo que desemboca un uso estrictamente mecanicista de la noción de medio (Canguilhem 1992 134).
En Comte, no sin matices, es esta mirada mecánica y abstracta del medio lo que termina dibujando a un ser vivo más bien pasivo, supeditado, en gran medida, a lo que ocurre en el exterior. Tal determinismo derivó, en particular dentro de la obra comteana, en una relación igualmente determinista entre el medio, el órgano y la función. Canguilhem argumentará arduamente en contra de lo que le parece una forma de reduccionismo, se valdrá, entre otros, de los trabajos y conceptos de Uexküll para respaldar su perspectiva vitalista y para dar un lugar más activo y autónomo al viviente.

El Umwelt y la Crítica al Mecanicismo
En “Le vivant et son milieu”, Canguilhem da un lugar central a Jakob von Uexküll en la lista de filósofos y científicos que desplegaron sus propios argumentos en contra de una concepción mecanicista del medio. Uexküll resulta capital para la mirada vitalista canguilhemiana en la que el viviente no solamente es activo e interactúa modificando el entorno, sino termina teniendo preponderancia sobre este, moldeándolo con sus propios portadores de significado4 y dando lugar a su mundo circundante. Pero, indudablemente, la lectura que el francés hace del estonio está cruzada por la influencia de dos alemanes cercanos al pensamiento de Uexküll: Kurt Koffka (1886- 1941) y Kurt Goldstein (1878-1965).
En Koffka (1935) encontramos una distinción que tendrá su equivalente en el trabajo de Uexküll: la distinción entre medio geográfico y medio de comportamiento. El medio geográfico es el medio general, neutro, objetivo e indiferente a las particularidades de cada viviente, que se impone sobre estos y se establece como el ámbito de estudio del científico; por su parte, el medio de comportamiento es el mundo que percibe el viviente y en el que actúa, que se presenta a cada uno de manera cotidiana y, por ello, no es generalizable. Podríamos decir, entonces, que el espacio comportamental es el ámbito subjetivo del animal, el que está relacionado con sus experiencias y necesidades. Koffka hace uso de variadas situaciones para caracterizar este medio; por ejemplo, si dos chimpancés son puestos, en diferentes momentos, en la misma habitación donde hay un plátano colgado del techo, que no pueden alcanzar con tan solo estirarse, y además en este cuarto hay una caja de madera, resulta claro que el medio geográfico es igual para ambos primates; sin embargo, después de observar la manera como cada uno intenta conseguir la banana, es posible darse cuenta que, para cada uno, ese mismo medio geográfico se despliega en dos medios de comportamiento diferentes, pues mientras uno de los animales usa la caja como escalera para llegar a la fruta, el segundo trata de alcanzarla dando saltos, sin reparar en la caja. En el primer caso, la caja se presentó como propicia a la acción —como objeto comportamental—, mientras que en el segundo caso resultó funcionalmente inservible.
En suma, si bien ambos chimpancés comparten el mismo medio geográfico, tienen distintos medios de comportamiento. La diferencia radica en lo que cada uno percibe y hace en el medio geográfico. Si volviéramos a apoyarnos en el paradigma mecanicista del medio, podríamos decir que el medio de comportamiento está determinado por el medio geográfico, pero no es así; de hecho, ocurre más bien lo contrario, pues el comportamiento de cada animal no solo da lugar a un medio comportamental distinto, en tanto este no precede a lo que el animal hace y percibe, sino termina modificando el medio geográfico: cuando el primer chimpancé movió la caja para usarla como escalera y se comió la fruta suspendida en el techo, cambió con ello la disposición del medio objetivo, del que se encontró originalmente. Sin embargo, sería erróneo decir que el animal actuó directamente sobre el medio geográfico, más bien cada animal se crea un medio propio a través de su comportamiento y percepción, lo que crea es precisamente el medio de comportamiento, el cual no es independiente del geográfico, pero tampoco está en una relación de subordinación y pasividad respecto a él, antes bien, ambos interactúan y se transforman mutuamente a partir de lo que el animal percibe y hace
Lo que es importante subrayar es que el medio del comportamiento es la manera como cada viviente elabora su relación con el medio geográfico. Esta elaboración supone percepciones, hábitos y conductas que realiza el animal siempre en relación con el medio geográfico, pero sin estar determinado de manera vertical y lineal por este. Y, sobre todo, esta elaboración no puede generalizarse, sino que siempre es relativa al modo como el viviente se comporta y percibe. Esta capacidad del animal de elaborarse un medio comportamental responde, entre otras cosas, a que los estímulos exteriores son seleccionados por su comportamiento, por lo tanto, aunque el estímulo sea local, el animal lo elabora u organiza como totalidad dentro de un mosaico de estimulación.
[…] ninguna estimulación local puede determinar la excitación correspondiente por sí misma, […] sino solo en relación con la totalidad de la estimulación. La forma del proceso en extensión debe depender de todo el mosaico extendido de estimulación, y todas sus partes se convierten en lo que son como resultado de la organización del proceso extendido. Solo cuando conocemos el tipo de organización en la que ocurre un proceso local podemos predecir cómo será y, por lo tanto, el mismo cambio en la estimulación local puede producir cambios diferentes en el mundo conductual de acuerdo con la organización que produce la estimulación total (Koffka 1935 97).
Kurt Goldstein (1951) también introducirá el criterio de totalidad de la respuesta como argumento en contra del determinismo del medio y de una concepción localizacionista del organismo. Con Goldstein estamos claramente lejos de una mirada mecánico-corpuscular de los estímulos ambientales, que facilitarían una perspectiva localizacionista; por el contrario, la máquina deja paso al organismo y con ello el cuerpo vivo se hace una arena donde los estímulos se elaboran desde una perspectiva global. Las experiencias que tuvo Goldstein en el campo de batalla, en la Primera Guerra Mundial, atendiendo a soldados con heridas de bala en la cabeza, lo llevó a descubrir que por muy localizada que se encuentre una lesión, la respuesta del organismo va más allá de la zona afectada, puede incluso ser una respuesta catastrófica que comprometa a la totalidad del organismo. A partir de este escenario, Goldstein critica el modelo del arco reflejo de Sherrington, pues las respuestas orgánicas no son reacciones mecánicas desatadas a partir del estímulo de un lugar determinado, sino surgen de un campo reflexivo, que no es siempre el mismo, no tiene las mismas cualidades ni los mismos niveles de excitación. Frente a la excitación puntual y por segmentos, Goldstein opone la función integrativa del organismo:
Para nosotros, la localización de una operación no significa la excitación de un espacio determinado, sino un proceso dinámico que se desarrolla en todo el sistema nervioso, e incluso en el organismo entero, y que tiene una forma determinada para cada operación en un lugar determinado; esta forma de excitación toma un relieve singular cuando encuentra sus expresiones en la “figura”. Este lugar es definido por la contribución que su excitación, debido a la estructura anatómica de este lugar, aporta al proceso global (Goldstein 1951 220).
Para Goldstein, la respuesta del organismo es global porque este se hace una figura del estímulo, es decir, no desata una respuesta meramente puntual y lineal del mismo. Por ejemplo, un soldado con una herida de bala en una zona de la cabeza puede presentar afectaciones que, incluso, trascienden lo meramente físico y tienen incidencia en el desempeño conductual y social del sujeto. Así, aunque el daño cortical esté bien circunscrito,
[…] las alteraciones rara vez están confinadas a un solo campo de performances […]. La relación entre los performances mentales y áreas definidas en el cerebro constituyen un problema mucho más complicado que lo asumido por la llamada teoría de la localización (Goldstein, en Pow & Stahnisch 2014 1050).
Goldstein establece una relación no local, no lineal y no determinista entre una lesión localizable en el cerebro y las afectaciones que esta desata en el nivel performativo. El fisiólogo de origen polaco señala, precisamente, que una cosa es la aprehensión del cuerpo vivo a partir de sus segmentos discretos y otra, muy distinta, verlo como un organismo que responde en términos de totalidad a las afecciones y cuyos performances son expresión de tal elaboración holista. En todo caso, la manera como los estímulos impactan al organismo no es ni lineal ni determinista, ni mucho menos condena al viviente a una reactividad mecánica y puntual.
Uexküll también hizo del modelo del arco reflejo uno de sus principales objetos de crítica por ser un esquema que expone la misma lógica que critica Goldstein, es decir, un esquema lineal y puntual que conecta un estímulo externo con las células sensoriales del animal, mismas que desatan una respuesta en las células motrices y estas, a su vez, desatan el impulso del movimiento. Identifica a Loeb, y a la teoría del tropismo, como uno de los principales representantes de esta postura en la que el reflejo ejecuta la transmisión del movimiento como si se tratase de una máquina. En tal esquema, los movimientos de los animales proceden así: “[…] un estímulo externo actúa sobre un órgano de la percepción, esto le da al sistema nervioso una excitación. Guiada por el sistema nervioso, la excitación finalmente llega al músculo, el cual se contrae. Este proceso se llama reflejo” (Uexküll 1909 8).

Uexküll propone al Umwelt como alternativa al medio, podemos decir que aquél es el ambiente subjetivo del animal, es la esfera propia de sus percepciones y acciones, y emerge de sus rasgos específicos como especie, lo cual incluye rasgos anatómicos, fisiológicos y conductuales. Es decir, mientras en el esquema mecanicista el medio resulta indiferente y neutro frente a la anatomía, a la fisiología y a la conducta del viviente, haciendo de este una entidad pasiva que recibe las determinaciones de aquél; en el modelo que propone Uexküll hay una dimensión subjetiva en el animal que le permite una elaboración trascendental del entorno; a su vez, de esta elaboración emerge una incidencia en el mundo, una impresión de signos que son producto de las percepciones y acciones del viviente. En lugar de usar una línea que comienza con un estímulo, el esquema propuesto es un círculo, llamado por Uexküll círculo funcional. Esta estructura circular no es gratuita, al contrario, a través de ella se pretende no marcar un punto inicial o final. De hecho, podemos comenzar en cualquier lugar, pues si bien todo podría comenzar con una percepción del viviente, elaborada subjetivamente en su mundo interno, en realidad esa percepción no es independiente del mundo, pero no se trata de un mundo neutro, sino es el mundo moldeado por la actividad significativa del sujeto, pues el mundo externo en sí mismo es incognoscible. El viviente tiene acceso únicamente a su propio Umwelt, que él mismo ha construido a partir de una actividad semiótica. En tanto la elaboración subjetiva del animal es indisociable de la manera como configura su mundo, es difícil también separar el aspecto trascendental y el aspecto performativo de este círculo, pues ambos son procesos sígnicos, el primero endosemiótico y el segundo exosemiótico, es decir, el primero es una elaboración sígnica en la interioridad del sujeto, mientras el segundo es una elaboración en la exterioridad del mundo. Ambas elaboraciones son producto del sujeto. Esta capacidad del mismo para construir el mundo en que percibe y actúa tiene clara influencias kantianas. El mundo interno del animal sería este ámbito trascendental que no es propio del ser humano.
Cuando admitimos que los objetos son apariencias cuya construcción se debe a un sujeto, pisamos un suelo antiguo y firme, especialmente preparado por Kant para soportar el edificio de toda la ciencia natural. Kant colocó al sujeto, al hombre, frente a los objetos, y descubrió los principios fundamentales según los cuales los objetos son construidos por nuestra mente (Uexküll 1926 XV)
Uexküll afirma, sin rodeos, que sus investigaciones seguirán los pasos de la filosofía kantiana, en tanto el mérito del filósofo de Königsberg es haber descubierto los principios de la organización del sujeto, de sus capacidades mentales y espirituales, estructura interna que se hace observable en su actividad y en la forma como usa sus percepciones. Ninguna percepción alcanza al mundo en sí, por el contrario, el mundo es aquello que cada ser vivo se representa a partir de ciertas cualidades sensitivas, las cuales son elaboradas y conectadas para dar lugar a los objetos. Teniendo en cuenta la dicotomía kantiana entre intuición y entendimiento, para el estonio, en todo objeto hay una parte material, que se hace presente en términos de cualidades sensitivas, y una parte formal —o cognitiva—, que corresponde a la manera como la mente organiza tales percepciones. “Indudablemente, antes de que una sola pieza del conocimiento pueda ser recibida, su forma fue preparada en la mente” (Uexküll, 1926 XVI). Esta preparación tiene un carácter trascendental, es lo que permite al animal tener cualquier experiencia. De hecho, las formas intuitivas de espacio y tiempo son parte de este ámbito trascendental o aperceptivo, propio de todo animal y no exclusivo del ser humano. Así como una melodía se construye eligiendo ciertas notas para dar coherencia y armonía al conjunto, entre todas las notas posibles, el objeto se construye, de manera semejante, como unidad en el espacio y en el tiempo.5 La crítica al materialismo y al mecanicismo parte de reconocer una dimensión subjetiva en el animal, un ámbito aperceptivo que no sería simplemente un añadido a lo que sucede en el mundo externo, sino que se enlaza con él sin dejarlo intacto. Uexküll llama a este elemento trascendental, plan, y es lo que permite enlazar lo material y lo espiritual, si por esto último entendemos la dimensión aperceptiva.
La afirmación biológica de que el plan de origen, que encadena factores extramateriales y materiales aproximadamente como la melodía encadena una serie de notas, no es puramente un añadido subjetivo del observador, del cual bien se podría prescindir en el curso de las cosas, sino que este plan enlaza con los acontecimientos objetivos del mundo de efectos, esto significa una grave ruptura con la concepción material del mundo, y no puede menos que provocar la más apasionada contradicción. (Uexküll 1934 221).
Frente a las concepciones agonistas de la relación viviente-medio, Uexküll apuesta por un modelo basado en la armonización de las percepciones del animal con el mundo, pero no porque estas den con la forma del mundo en sí, sino que el esquema que forman resulta en un modelo del mundo hecho de ciertos portadores de significado, que resulta el más perfecto para la vida del sujeto en cuestión, es decir, hecho a la medida de sus percepciones y acciones. “Gracias a la construcción de nuestros receptores y órganos centrales […] estamos colocados en un mundo perceptible que armoniza con nosotros plenamente y en todas sus partes” (Uexküll 1934 225).6 En suma, el animal vive armónicamente dentro de la burbuja de su mundo significativo y fue precisamente Kant quien abrió el camino para tal descubrimiento, mostrando que el mundo que nos rodea es nuestro mundo perceptible. El animal, y no exclusivamente el hombre, cuenta con esta dimensión aperceptiva que nos habla de la elaboración sígnica que se desarrolla al interior del sujeto y que, hacia el exterior, marca al mundo, colmándolo de signos que no preceden a la percepción del sujeto. En otros términos, esta capacidad aperceptiva es una fuerza creativa que da lugar a nuevas cosas que no están originalmente en el mundo. Para Uexküll, siguiendo a Kant, la apercepción es una verdadera fuerza formativa.
El ámbito trascendental animal es indisociable de su carácter semiótico y de esta fuerza formativa, es decir, la construcción del Umwelt parte de la actividad trascendental del sujeto y la manera como esta facultad opera es semiótica: creando e interpretando signos (Brentari 2013).7 Así, la subjetividad por la que apuesta el estonio “[…] no es una sustancia fija, un sustrato, sino una potencia semiótica” (Gens 2014 41). Como hemos visto, tanto el ámbito trascendental (al interior) como el formativo (al exterior) son semióticos, implican la creación de signos: “[…] todo acto que consiste en percibir y actuar, imprime al objeto carente de relaciones su significación y lo transforma, por tanto, en un portador de significación en relación con el sujeto en el mundo circundante correspondiente” (Uexküll 1942 28). En un primer momento, los estímulos del exterior son transformados en excitaciones para el animal, es decir, son elaborados como signos; mientras que, en un segundo momento, el animal modela el mundo a partir de dichos signos, creando exosignos que contribuyen a construir su mundo significativo, el Umwelt. Respecto a la primera parte de este proceso,
[…] en el sistema nervioso, el estímulo en sí no aparece realmente, sino su lugar es tomado por un proceso completamente diferente que no tiene nada que ver con los eventos en el mundo externo. Este proceso solo puede servir como una señal que indica que en el mundo externo hay un estímulo que ha golpeado al receptor, pero no da ninguna evidencia de la calidad del estímulo. Los estímulos del mundo exterior se traducen por completo a un lenguaje de signos nervioso (Uexküll 1909 192).
El mundo nunca aparece en sí en las percepciones del viviente, antes bien, cada estímulo exterior es una elaboración a partir de la fisiología y la subjetividad del animal. Cada estímulo exterior activa en el animal una Gestalt, un esquema semiótico o lenguaje nervioso —en tanto es producto de la manera como el sistema nervioso del animal elabora los estímulos— a partir del cual recorta el mundo exterior, ese recorte es parte constitutiva del Umwelt. Esta actividad de recorte o elaboración puede verse como un espejo endosemiótico que se proyecta en el Umwelt exosemiótico, pues este no es en ningún sentido un medio fuera de la actividad sígnica del viviente. Uexküll hace énfasis en este proceso endosemiótico en obras tempranas como Umwelt und Innenwelt der Tiere, pero en obras posteriores como Theoretische Biologie (1920) se centra en dar cuenta de la parte exosemiótica, es decir, ahora se concentrará “[…] en el lado performativo del lenguaje nervioso” (Brentari 2013 12), en la forma como los signos son proyectados en el mundo exterior dando lugar al Umwelt. En el siguiente esquema del círculo funcional se ha encerrado la parte trascendental del proceso en el círculo de la izquierda y en el círculo de la derecha, la parte exosemiótica o performativa del mismo; ambos círculos se intersectan en el objeto conformado perceptiva y activamente por el sujeto, pues la sensación o recepción de un estímulo ya es parte de la apercepción, mientras que la acción del viviente es parte ya del ámbito performativo con el cual modela su Umwelt.

Coincido con Brentari en llamar a la segunda parte del proceso, performativo, pues implica que ni el sujeto ni el mundo preceden a su encuentro; es cierto que Uexküll —en un gesto muy kantiano— hace del sujeto animal el centro del proceso, es de ahí de donde parte la actividad perceptiva que da forma a los diferentes Umwelten, pero ni el viviente ni el medio tienen una forma determinada y estable antes de encontrarse. Lo performativo implica no únicamente acción o desempeño, sino que esta actuación tiene una fuerza formativa, es decir, da lugar a cosas que no se encontraban antes en el mundo. Algo se realiza realizando, algo se efectúa efectuando, algo se actua actuando, y lo realizado retorna a la realización modificándola, lo efectuado regresa sobre la efectuación transformándola, lo actuado se revierte en la actuación alterándola, en un proceso que tiene mucho de bucle recursivo, para utilizar un término de la teoría de la complejidad, que ciertamente no encontramos como tal en Uexküll, pero cuya lógica se asoma en sus palabras. Para Edgar Morin, un bucle recursivo es un proceso en el cual la causa y el efecto intercambian posiciones, o si se quiere, estamos ante una dinámica donde, en una cadena de eventos, el último eslabón retorna al primero modificándolo, precisamente, por la información ganada en el proceso. “La causalidad compleja no es lineal: es circular e interrelacional; la causa y el efecto han perdido su sustancialidad; la causa ha perdido su omnipotencia, el efecto su omnidependencia” (Morin 2008 369).
En el caso de Uexküll, la relación entre el viviente y el medio parece tener un carácter recursivo, pues los signos que la actividad aperceptiva del viviente pone en el mundo retornan a él, modificándolo, y esto a su vez regresa al Umwelt, transformándolo también. Sin embargo, en este bucle hay un lado más activo y formativo que otro, ese lado corresponde al viviente —lo cual no es igual a afirmar que en el sujeto está el origen absoluto del proceso—. Podemos decir que es del lado del sujeto donde existe un sistema nervioso que desata la actividad semiótica. Sin embargo, ni medio ni ser vivo están dados o tienen una forma completa antes de encontrarse, es decir, antes de la actividad semiótica del sujeto, el cual elabora sus signos a partir de lo que encuentra en el mundo. El carácter performativo de este bucle radica precisamente en que la actividad semiótica del sujeto no es solamente un proceso interno o aperceptivo, sino que se proyecta en el mundo, convirtiéndolo en su mundo, en un Umwelt propio cuya forma y cuyos portadores de significado no preceden a tal actividad. Un ejemplo muy citado respecto a este tema es el caso de la anémona y el cangrejo ermitaño. La manera como ambos se relacionan nos habla de los diversos tonos (Stimmung, en alemán) que puede tomar un objeto, en este caso una anémona, para el cangrejo. Según la experiencia descrita por Uexküll, la misma anémona puede tomar un 1) tono de protección, si la usa para protegerse; puede tomar un 2) tono de morada, si la usa como caparazón ; y tomará un 3) tono de alimento, si se usa como comida.

Podríamos pensar que el objeto frente al cangrejo ermitaño (la anémona) es el mismo siempre y que únicamente cambia lo que hace con él; pero no es así, de hecho, la imagen perceptual se altera también al llevar a cabo distintas acciones; entre imagen perceptual e imagen efectual hay una relación circular —o bucle recursivo—, por ende, la anémona no preexiste al tono que toma para el cangrejo: el performance construye el Umwelt y modifica con ello la manera como el sujeto se desempeña y percibe. Del primer al tercer caso pasamos de una anémona que protege, a una que hace de vivienda y otra que sirve de alimento; de igual forma, pasamos de un cangrejo que busca protección, a otro que busca dónde vivir, a otro que busca alimento. Uno no tiene lugar sin el otro. El cangrejo percibe de cierta manera, actúa de cierta manera, hace cosas en el mundo, lo transforma y se transforma a sí mismo. La actividad performativa del cangrejo da lugar tanto a su Umwelt como a sí mismo
Umwelt Y Performatividad. Entre Lo Biológico Y Lo Social
De todo lo anterior, podíamos decir que el Umwelt es el producto de la performatividad del viviente y de su actividad trascendental. Habría que anotar, sin embargo, que no estamos tomando el concepto de performatividad como mero sinónimo de acción o actuación, sino como un término que, desde la perspectiva de Uexküll, tiene un componente kantiano importante: la performatividad nos hablaría de las condiciones de posibilidad de que un medio particular aparezca y, junto con él, una forma de vida singular. Estamos lejos del paradigma mecanicista que establecía una relación unidireccional y determinista del medio al viviente; ahora, la actividad semiótica del sujeto es la que construye un mundo propio con portadores de significado específicos para ese sujeto, y de vuelta, el Umwelt regresa sobre la percepción y la actividad del ser vivo, modificándolas. En este esquema performativo, tanto el ser vivo como el medio no preexisten a su encuentro, al entre que abre la actividad semiótica (endo y exosemiótica) del primero.
En términos teatrales, como lo hace Schechner (2013) refiriéndose al ser humano, las personas en su vida cotidiana interpretan roles en los que se representan a sí mismos, y este sí mismo sólo puede conocerse a través de la actuación. No hay un sí mismo detrás ni antes de las actuaciones. El carácter equivalente entre actuación y sí mismo es algo que ya encontramos en Erving Goffman: “En nuestra sociedad, el personaje que uno representa y el ‘sí mismo’ propio se hallan, en cierto sentido, en pie de igualdad” (Goffman 1997 268). Para el sociólogo de origen canadiense, no hay una sustancia detrás de la fachada que los individuos proyectan frente a los otros, además, esta proyección y la manera como los demás actores la reciben define a situación, es decir, los distintos escenarios que constituyen el mundo social. “Una ‘actuación’ (performance) puede definirse como la actividad total de un participante dado en una ocasión dada que sirve para influir de algún modo sobre los otros participantes” (Goffman 1997 27). Desde la perspectiva goffmaniana, estamos lejos de una concepción sustancial del sujeto, de hecho, no hay núcleo duro o esencial detrás de sus dramatizaciones —como suele llamarlas Goffman—. Son sus actuaciones las que dan lugar a sí mismo, al tiempo que producen efectos en los demás actores y en el mundo. Son estas las que definen cada situación, de manera análoga, como la actividad exosemiótica del viviente da lugar a un Umwelt con sus propios portadores de significado.
De la misma manera que el estonio Yuri Lotman (1922-1993) ha hablado de semiósfera, para dar cuenta de la esfera de signos que los humanos construyen para vivir, interactuar y contener la violencia del mundo; el Umwelt es la atmósfera semiótica propia de cada animal. Lotman (2005) no duda en partir del concepto de biosfera, que retoma de Vladimir Vernadski (1863-1945), quien la define como el espacio que contiene la materia viva, la totalidad de los organismos. La semiósfera es, de manera análoga, la esfera de la semiosis en la que los procesos sígnicos operan conjuntamente e interconectan todos los Umwelten. Los signos humanos, la cultura, el lenguaje, dan lugar a una esfera de sentido que hace posible la comunicación y la creación de nueva información. Ahora bien, esta esfera está aislada de todo lo no semiótico, fuera de ella no hay semiosis, pero sí existe un espacio extrasemiótico que es traducido por la semiósfera a su lenguaje. Lotman explica la manera como los estímulos del mundo exterior se convierten en signos en la semiósfera apelando a un ejemplo de la biología. Para que un estímulo externo se convierta en signo, aquél debe traducirse en el lenguaje interno de la semiósfera.
De esta forma, los puntos fronterizos de la semiósfera pueden compararse con los receptores sensoriales, que transfieren los estímulos en el lenguaje de nuestro sistema nervioso, como una unidad de traducción, que adapta al actor externo a una esfera semiótica determinada (Lotman 2005 209).
La propuesta de Lotman es un buen ejemplo de cómo los agenciamientos entre las teorías del mundo social y las del mundo biológico no nos llevan necesariamente a un reduccionismo, al contrario, pueden mostrarnos que hay herramientas de pensamiento transversales que cumplen una función doble: al tiempo que nos ayudan a entender mejor ciertos fenómenos, que destacan por su excesiva complejidad; también nos sirven para reparar en la complejidad de ciertas cuestiones que teóricamente han sido simplificadas.9 En el caso de la biosemiótica de Uexküll, podemos ver que no es incompatible con otros acercamientos semióticos como los de Lotman y Goffman. Por ejemplo, en un estudio de reciente data, Erik Kõvamees (2020) hace una lectura del concepto de institución total de Goffman desde una perspectiva bio y sociosemiótica. Según Kõvamees, Goffman concibe a las instituciones totales, como la prisión, como semiósferas muy delimitadas, con sus propios códigos y lenguaje, en las que se implementan medidas rigurosas para controlar la producción y circulación de signos e información. Es decir, se trata de espacios donde los estímulos exteriores son recibidos y seleccionados de manera muy estricta, de tal forma que se traduzcan en señales adecuadas y, de vuelta, estas regresen al Umwelt carcelario en forma de performances y signos que no sean disruptivos. Ilustrando tal idea, los guardias y la misma arquitectura penitenciaria son piezas clave para traducir los estímulos de afuera en términos de los códigos del interior. Así, si un canal de agua rodea el recinto carcelario, dentro de esta semiósfera puede leerse como signo de la imposibilidad de escapar y de lo peligroso que resultaría evadirse de la institución. La idea es que los signos que se cultivan dentro de la cárcel recorten el mundo de tal manera que puedan incidir en el tono que toman las cosas —y por ende, en su uso—, de tal forma que sea un tono acorde a los códigos institucionales. De hecho, las cosas se transforman de acuerdo al tono que se les da, al recortar el mundo externo y poblarlo de signos y cosas que antes no estaban ahí, por ejemplo, como sucede con el cangrejo ermitaño, al dar a la anémona un tono de protección, de vivienda o de alimento. Así, una tapa de botella de plástico —desde nuestro Umwelt— puede convertirse en otro signo para el cangrejo y tomar el tono de vivienda. El Umwelt del cangrejo no es el mismo que el nuestro, y aunque podamos compartir algunos objetos, no necesariamente son los mismos signos, como sucede con la tapa de plástico. Finalmente, que el reo pueda escapar de prisión es posible, entre otras cosas, porque también puede cambiar el tono de los objetos externos e inventar otros signos y usos: el río alrededor de la cárcel puede pasar del tono obstáculo al tono escondite o vía de escape

Lo apuntado anteriormente es importante, pues hacer este cruce entre biosemiótica y sociosemiótica no debe llevarnos de regreso a posturas reduccionistas, donde la producción de signos y su instalación en el mundo se vea como una cuestión lineal, mecánica y determinista. La intención es precisamente la contraria: mostrar que hay un elemento trascendental y performativo que hace de condición de posibilidad de la experiencia. Mostrar también que la manera como el viviente elabora semióticamente los estímulos externos no puede separarse del modo como actúa en el mundo y, por ende, de la forma que este toma
Todo ser vivo conforma su mundo trascendental y performativamente, así, ni el mundo ni el sujeto tienen una forma dada antes de estos procesos. El no tomar forma definitiva es algo constante: el mundo se modifica con cada nuevo performance y también el sujeto —en su actividad perceptiva y comportamiento—. Volviendo al cangrejo ermitaño, el animal no solamente realiza un performance distinto, pues es diferente llevar una tapa de plástico encima en lugar de una anémona, también su percepción ha sido alterada, pues ha encontrado un nuevo portador de significado: tapa-vivienda; el mundo ha sido alterado, pues la tapa ha dejado de ser basura —para nuestro Umwelt— y ahora es una vivienda. Incluso, un cangrejo así armado podría tener más posibilidades de sobrevivir ante un embate del ambiente en comparación con aquellos que utilizan otro tipo de viviendas.
El carácter productivo de la performatividad ha sido también subrayado en teorías de tipo social-filosófico, como la expuesta por Judith Butler al hablar del carácter performativo del género. Que el género sea performativo implica reconocer que aquél no antecede a los performances que lo construyen y que estos no dejan inalterados ni al sujeto que los realiza ni al mundo de signos que normativamente se imponen como una forma de afuera. Es claro que en el ámbito social es mucho más difícil hablar de un afuera, es decir, de un ambiente no semiótico, sin embargo — como el propio Lotman lo hace— es necesario reconocer que en toda semiósfera hay márgenes que dan lugar a esferas semióticas menores o marginales que no se agotan en la lógica del conjunto mayor. Así lo expone Kõvamees, ya que la semiósfera de la prisión, aunque tiene sus propios códigos, está incluida dentro de una semiósfera más grande, la de la sociedad en su conjunto; pero esta inclusión no quiere decir que la más pequeña pueda diluirse en la mayor, o que exista una traducción término a término entre ambas, más bien, estamos ante la posibilidad de que el conjunto más reducido tenga elementos muy distintos a los que contiene el conjunto mayor. Ambos espacios están hechos de signos, pero no necesariamente comparten los mismos códigos. Esta diferencia, sin embargo, no impide que existan transferencias entre ambas esferas y que una pueda modificar a la otra. Es decir, hay esferas periféricas que no están subsumidas del todo a la lógica de la semiósfera mayor, sino que pueden alterarla. Para Kõvamees, retomando a Lotman, las relaciones entre el núcleo duro de la semiósfera mayor y la periferia pueden tomar cuatro formas:
1. Dominación, del núcleo sobre la periferia.
2. Descripción, el núcleo se describe a sí mismo y a todo lo que está en los márgenes en sus propios términos, siendo indiferente con lo que no se deja traducir.
3. Dinamismo, la actividad de los márgenes se opone al carácter estático del núcleo.
4. Lucha, el dinamismo de la periferia es tan fuerte que puede transformar o incluso remplazar el núcleo.
Si contrastamos este esquema con la propuesta de Uexküll, este terminaría dando mayor peso a los puntos 3 y 4, precisamente por la fuerza formativa de lo periférico, es decir, la actividad semiótica y performativa del viviente tendría la fuerza no solamente para oponerse a las determinaciones del medio —que en este caso sería la semiósfera mayor—, sino que lo transformaría, dando lugar a Umwelten particulares y distintos entre sí.10 Uexküll es un vitalista que confía en la fuerza formativa de los sujetos animales. Su optimismo se deriva de la confianza en que la actividad trascendental y performativa de los vivientes conforma mundos.
En Butler podemos encontrar una postura semejante, aunque menos optimista —o quizá valdría la pena decir, menos convencida del carácter armónico del proceso—. Para la filósofa estadounidense, el binarismo de género y la heterosexualidad pueden verse como el núcleo de la semiósfera sexual, en la que se inscriben los distintos performances particulares, es decir, las esferas semióticas periféricas. Sin duda, los modelos y esquemas que se imponen desde el núcleo tienen un carácter normativo, pero son constantemente reelaborados por los performances de los sujetos, estos no solo se oponen al carácter estático del núcleo, sino que de hecho lo transforman.

Ahora bien, esta transformación no es ilimitada, pues la presión y el peso del núcleo siempre se dirigen a dominar y delimitar el dinamismo de las semiósferas marginales. Sin embargo, así como en Uexküll cada performance tiene el potencial de modificar el mundo externo dando lugar a Umwelten distintos, de igual forma los performances de los sujetos, en sus innumerables iteraciones, tienen siempre la posibilidad de alterar los códigos de la semiósfera mayor. Los performances se dan dentro de los límites semióticos de la normatividad social y cultural respecto a los géneros —que ya está hecha de signos—, pero estas directrices pueden ser reelaboradas por la actividad interpretativa y performativa del sujeto, de tal manera que lo que tenemos son nuevos signos que bien pueden ser dominados por el núcleo de la semiósfera mayor, pueden ser ignorados, pero también pueden resistir y hasta transformar al núcleo. En Butler, en el ámbito de los géneros, los cuatro escenarios de Lotman descritos arriba son posibles, pero sin duda el elemento transformador y subversivo, en el que insiste la autora, pertenece a los dos últimos: dinamismo y lucha.
Ahora bien, hemos hecho una analogía entre la semiósfera mayor de Lotman y el mundo externo —o medio— de Uexküll, pero es una analogía que al parecer tiene sus límites, pues el mundo externo sería el entorno material neutro que aún no ha sido tamizado por alguna actividad semiótica, espacio que siguiendo a Kant es incognoscible; mientras que la semiósfera mayor, dentro de la cual aparecen esferas semióticas periféricas, es ya un ámbito semiótico poblado de signos y códigos. Esto haría complicado, al parecer, que la analogía sea totalmente válida; por ende, volviendo a Butler, sería difícil comparar la semiósfera mayor que establece a la heterosexualidad y al binarismo de género como núcleo, con la exterioridad de un mundo externo asemiótico. Sin embargo, esta incompatibilidad no es radical, pues para Uexküll este mundo externo no solo es incognoscible, “[…] el marco kantiano implica la incognoscibilidad de la realidad exterior en sí misma” (Brentari 2013 17), sino que únicamente podemos llegar a él a través de una actividad semiótica, recortándolo y construyéndolo —a partir de la actividad trascendental y performativa del sujeto—. El afuera ya es, de alguna forma, parte del adentro, producto de un proceso de significación. De igual manera, para Butler, este ámbito semiótico mayor, que establece la normatividad de la heterosexualidad y del género binario, no es un afuera natural, ajeno a todo performance, no es un dato originario que los sujetos se encargan de repetir de manera defectuosa, sino estos elementos nucleares y normativos, y en apariencia naturales, son en sí mismos construcciones performativas, realidades semióticas, y por ello están sujetas a la transformación y a la subversión. Butler jamás niega el carácter restrictivo y tenaz de dicho núcleo normativo, pero esto es más bien efecto de las innumerables iteraciones con las que los sujetos tratan de ajustarse a tales modelos, a través de una actividad performativa; así, la solidez de este núcleo se debe a la reiteración de los performances y no a que sea una especie de sustancia o de naturaleza externa y ajena a toda semiosis. “El género es la estetización repetida del cuerpo, una sucesión de acciones repetidas —dentro de un marco regulador muy estricto— que se inmoviliza con el tiempo para dar la apariencia de sustancia, de una especie natural de ser” (Butler 2018 98).
En el caso de Butler, el núcleo normativo, que establece los modelos de la heterosexualidad y el binarismo de género, es ya desde siempre una construcción cultural y social; pero en Uexküll no es tan distinto, pues el entorno objetivo o mundo externo en el que se construyen todos los Umwelten es también una construcción semiótica, es de hecho el Umwelt del hombre, por ende, es ya un espacio construido por nuestra actividad trascendental y performativa. No podemos alcanzar nada fuera de nuestra actividad sígnica. Tanto desde Butler como desde Uexküll, si es posible concebir algo como la naturaleza o como lo natural —como ámbito presemiótico, como exterioridad asignificativa o como conjunto de directrices naturales— es porque de antemano hay una actividad trascendental y performativa en los sujetos que da lugar a tales esferas y no al revés. En suma, no hay naturaleza ni exterior asemiótico fuera de la actividad trascendental y performativa de los sujetos. Al contrario, ambos son producto de esta actividad, de ahí que puedan modificarse. Y todo medio o ámbito normativo, aunque su rigidez y su peso sean enormes debido a que nos parezca sustancial o natural, es finalmente producto de la actividad semiótica de los sujetos.
Coda
Terminamos este paseo, no sin antes remarcar un elemento que tiene que ver con la performatividad en la obra de Butler. Arriba mencionaba que en el caso de la filósofa estadounidense quizá exista una actitud menos optimista respecto a la manera como los performances particulares pueden modificar las normativas de género, propias del medio social y cultural, pues esta semiósfera mayor es un marco regulador muy estricto que termina imponiéndose sobre los sujetos; sin embargo, esta regulación lleva consigo los gérmenes de su propia transformación, pues necesita de la iteración para imponer sus modelos y normativas, para parecer natural, y es precisamente por tal repetición que hace acto de presencia la performatividad y con ello, la posibilidad de seguir infielmente los esquemas de género que enmarcan a los sujetos. Así, la repetición da lugar tanto al reforzamiento de la normatividad y los modelos reguladores, como a la posibilidad de transformarlos y subvertirlos. Estamos lejos de un esquema lineal de causa y efecto, estamos más bien ante un círculo en el que la performatividad al tiempo que reproduce y refuerza al medio, también lo transforma y dinamiza, y esto actúa de regreso sobre el sujeto.
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