Kathya Araujo. El Miedo a los Subordinados. Una Teoría de la Autoridad, Lom Ediciones, Santiago, 2016
Kathya Araujo. El Miedo a los Subordinados. Una Teoría de la Autoridad, Lom Ediciones, Santiago, 2016
Estudios Avanzados, núm. 25, pp. 141-144, 2016
Universidad de Santiago de Chile

![]() | . El Miedo a los Subordinados. Una Teoría de la Autoridad . 2016. Santiago. Lom Ediciones |
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Con El Miedo a los Subordinados, Kathya Araujo vuelve a justificar su destacado lugar en la sociología chilena. Como ocurre con la mejor sociología, la base empírica, construida en este caso mediante entrevistas, dialoga con la producción de un diagnóstico de la sociedad chilena y un aparato conceptual de orden más general; todo ello de modo tal que este trabajo ilumina crítica y efectivamente la comprensión de nuestras propias prácticas, como padres, trabajadores, directivos, dirigentes, etc.
Pese al riesgo que siempre se corre de ser injusto con una obra compleja como esta, es posible presentarla en torno al ya mencionado diagnóstico, por una parte, y a un aparato conceptual sobre la cuestión del autoritarismo, que constituye una suerte de explicación y a ratos de una teoría general que dialoga con la teoría social en esta área. Ese aparato conceptual tiene la pretensión de ser "Una teoría de la autoridad". Así de hecho se subtitula el libro y —pese a que a que se hablé sólo una vez de ella en tanto tal (en tanto teoría de la autoridad)— efectivamente encontramos en él una apuesta conceptual muy sofisticada; no tanto por su complejidad y elaboración, sino más bien por su simpleza y parsimonia.
El diagnóstico elemental de El miedo a los subordinados podría traducirse del siguiente modo: pese a las innegables y fuertes exigencias anti-autoritarias, de horizontalización que se han dado lugar en las últimas décadas —pese incluso a lo que, a propósito de la debacle de imagen de los pilares del orden institucional chileno (la Iglesia Católica, las elites políticas y los militares), he llamado "las bases de un momento anarquista" en la sociedad chilena— el autoritarismo persiste y sigue estructurando las relaciones sociales de esta sociedad y las experiencias cotidianas de las relaciones de autoridad en la política, el trabajo y la familia.
Este diagnóstico es, sin duda, plausible y, de hecho, a mi juicio, correcto. Ello no le quita sin embargo su carácter enigmático: ¿cómo puede persistir y gozar de tan buena salud en las prácticas algo que al mismo tiempo, en un otro nivel (Araujo es vaga respecto de cuál es ese otro nivel), encuentra cada vez menos recursos justificatorios? Se trata casi de una negación lógica: lo negado es, al mismo tiempo, afirmado. ¿Es Chile una sociedad bipolar, esquizofrénica normativamente, según la que las prácticas contradicen los discursos? ¿Será que las prácticas autoritarias persisten más allá de toda justificación, en el orden de lo puramente fáctico?
En la respuesta y en el esfuerzo por resolver esta suerte de enigma al nivel del diagnóstico se juega, a mi gusto, la dimensión conceptual propositiva y de mayor alcance, que uno encuentra en El miedo a los subordinados. Lo central de la dimensión propiamente conceptual de este libro se puede estructurar en dos pasos: El primero relativo al lugar específico de la afirmación del autoritarismo; el segundo refiere al origen motivacional de dicha afirmación.
En primer lugar, esta suerte de enigma se resuelve al ubicar al autoritarismo criticado como injustificable, por un lado, y el autoritarismo referido como necesario al ejercicio exitoso de la autoridad, por otro, como coexistiendo en niveles distintos. Este último, el autoritarismo afirmado, se ubica en el contexto específico de las prácticas; se lo afirma básicamente cuando se trata de retratar, casi técnicamente (pero contra los manuales y guías que se pueden encontrar en las librerías), cómo es siquiera posible ejercer la autoridad de modo exitoso. No sólo quienes ocupan posiciones de autoridad, en los diferentes ámbitos, sino también quienes se imaginan ocupando esa posición, lo hacen concibiendo que la autoridad eficiente, aquella que funciona, es la que opera de modo autoritario. En Chile se encontraría extendida la convicción de que el funcionamiento efectivo de la autoridad se debe no tanto a su legitimidad de origen, sino que a su modo de operar; un modo autoritario.
Recurriendo a la teoría de la justificación de Boltanski y Thévenot —que Araujo no trabaja, no al menos en este sentido— uno podría decir, coincidiendo en todo caso con ella, que más que una esquizofrenia normativa o contradicción y más que encontrarnos frente al hecho de que las prácticas autoritarias persisten más allá de toda justificación, en el orden de lo puramente fáctico, lo que ocurre es que éstas encuentran una justificación de orden funcional. Si el autoritarismo es rechazado desde el punto de vista cívico, es concebido como inevitable y, en este sentido, justificado, desde el punto de vista funcional; industrial en el lenguaje de las cités de Boltanski y Thévenot. A la necesidad de las relaciones de autoridad (cuestión que sólo un ideal anarquista espontaneísta podría poner en cuestión), los chilenos le adosarían otra necesidad (que para el observador, sin duda, no es tal), a saber: el que para que ellas funcionen realmente deben ser asumidas de modo autoritario por quien ocupa el lugar de la autoridad. Así asumidas, es poco relevante si son deseadas o no, consideradas como algo correcto o bueno; incluso si uno se siente incómodo con ello (varios entrevistados de Araujo dan cuenta de esto): para bien o para mal, encarnar exitosamente una posición de autoridad requeriría de autoritarismo.
Habiendo alcanzado este hallazgo, el adosamiento de una necesidad que no es tal (el autoritarismo) a una cuestión necesaria (la autoridad), aparece, en segundo lugar, la tarea de comprender el por qué de esta unión sui generis de términos. Es en este momento de la elaboración conceptual de El Miedo a los Subordinados donde se deja ver con mayor claridad la agudeza sociológica de Araujo. Esa unión entre autoridad y autoritarismo estaría animada por una imagen fantasmática que, desde su propia fundación, recorre completa a la sociedad chilena: se trata del miedo por parte de quienes deben ocupar posiciones de autoridad a que los subordinados se insubordinen, los desafíen, o se aprovechen. En dos palabras: el autoritarismo es la respuesta aprendida del chileno a ese miedo fantasmático cuando se trata de concebir la autoridad.
¿Por qué un fantasma? Porque más que un miedo real —en este caso, de quienes detentan la posición de autoridad, aquí y ahora— es un modo de concebir, de imaginarse o anticipar, la conducta de los subordinados que tendría cualquier persona que ocupe la posición de autoridad; ello incluye a quien, en el aquí y ahora, ocupa la posición de subordinado. Dada esta intercambiabilidad —este "cualquiera que"—, la tesis de Araujo no refiere sólo a los poderosos, sino al conjunto de la sociedad. Los dos términos claves de este libro son: el mencionado miedo fanstmático y el autoritarismo. Hacen pareja. Bien entendido, este libro es, en realidad, un libro sobre la racionalidad del autoritarismo, que impregnaría la sociedad chilena. A diferencia de las tesis culturalistas, que refieren a la reproducción de valores en sí autoritaritarios, Araujo propone una suerte de explicación hobbesiana del autoritarismo. Éste sería una respuesta racional al miedo a los subordinados. En el principio no está el autoritarismo, sino que ese miedo fantasmático ya mencionado. Como en la mejor sociología, Araujo identifica el fenómeno profundo detrás de la superficie (la tesos culturalista se quedaría a este nivel). Ahí se esconde la tesis elemental y la novedad propuesta por ella, y aquello por lo que este libro esta destinado a ocupar un lugar en la discusión sociológica, al menos, nacional.
Lo que debe ser rastreado, y así lo hace ella tanto diacrónica como sincrónicamente, es ese miedo fantasmático profundamente enraizado en nuestra sociedad. Es lo correcto si se entiende, como digo, que el autoritarismo es más el síntoma adaptativo, que el agente patógeno. Es este enraízamiento —esta fuerza magmática de una pesada tradición— lo que lleva a Araujo a entenderlo como una muralla contra la cual chocan las exigencias anti-autoritarias del presente y también a descreer de las tesis modernizadoras, según las que los propio procesos evolutivos de las sociedad modernas tienden a la disolución de las instituciones y las prácticas autoritarias.
Uno no se equivoca al decir que, leída en clave hobbesiana, la tesis del miedo a los subordinados es equivalente a la noción de anticipación en Hobbes1. En ambos casos está en juego algo similar: la cuestión cognitiva (un saber cierto sobre lo que cabe esperar del otro/del subordinado), de una parte, y el principio de acción racional adecuada a ese saber (el madrugarlo, como la única alternativa racional si uno quiere auto-afirmarse como individuo/como alguien en posición de autoridad, en este caso), de la otra. Así leído El miedo a los subordinados, nos presenta a las relaciones de autoridad en Chile, desde siempre y pese a los diferentes contextos, en un cierto estado de naturaleza.
La teoría de la autoridad presentada por Araujo tiene los visos de aquellas teorías que, por el sólo hecho de impactarnos y remover nuestro sentido común, cumplen una función crítica. En este caso, sin un momento emancipador: es un libro a inscribir en la lista de las teorías críticas que, con un claro resultado pesimista, cumplen un rol fundamental mostrando el lado oscuro de la sociedad actual.